Incierto Destino
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Un joven campirano, es aleccionado por una entidad superior para que lleve un mensaje a la humanidad. Despus de 77 aos, el mensaje es llevado al Foro mundial de las Naciones Unidas.
El libro esta escrito con sencillez, claridad y sin chabacanera; para que pueda ser introducido en los planteles educativos y lleve un mensaje de luz a la juventud.
Esta obra, abre la posibilidad al lector de analizar a capacidad, de sus propios temores e inquietudes respecto al futuro que lo espera.
Yo tuve un sueo.
Un mundo lleno de esperanza y amor, surgi de la ilusin. Entonces.Todo fue mejor.
Alfonso Gallego Herrera
Colombiano. Estudios: colegio militar cooperativo, colegio Virrey Solís, colegio Antonio Nariño de Bogotá y Universidad de Santiago de Cali. Casado con seis hijos. Titulo: periodista, sin ejercer. Emigrante nacionalizado y apasionado por el tema extraterrestre. Tres de los ocho libros escritos “incierto destino”, “aciago destino” y “promisorio destino”, hacen un seguimiento respetuoso al tema seres de luz. Con mucha humildad cultivé la pasión por escribir, no fue fácil, sin títulos, herencia ni patrimonio, la responsabilidad del hogar se impuso, más sin embargo, le quite tiempo al tiempo para liberar mi pasión. Si soy digno de escribir mi autobiografía, también lo puedo ser para escribir mi epitafio: Aquí yace quien logró liberarse de lo que no le servía.
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Incierto Destino - Alfonso Gallego Herrera
Copyright © 2011 por Alfonso Gallego Herrera.
Número de Control de la Biblioteca del Congreso de EE. UU.: 2011913465
ISBN: Tapa Dura 978-1-6176-4769-7
ISBN: Tapa Blanda 978-1-6176-4768-0
ISBN: Libro Electrónico 978-1-6176-4767-3
Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.
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340153
ÍNDICE
Introducción
Capítulo I
Capítulo II
Capítulo III
Capítulo IV
Capítulo V
Capítulo VI
Capítulo VII
Capítulo VIII
Capítulo IX
Capítulo X
Capítulo XI
Capítulo XII
Capítulo XIII
Capítulo XIV
Capítulo XV
Capítulo XVI
Capítulo XVII
Capítulo XVIII
Capítulo XIX
Capítulo XX
EL MENSAJE Alfonso Gallego Herrera
Abrí los ojos a la luz del día, y recorrí el horizonte. Me sentí el centro del universo.
Cuántas cosas hermosas sonrieron ante mi, y con cuánta humildad glorificaron la magnificente bondad de Dios; exigiendo a mi alma, lanzar al viento esta plegaria de amor, para que con ella llegue abundante valor; a fin de apoyar a todo aquel que con su trabajo busca para el mundo un noble entendimiento; así, la maldad o la mentira no pueda ser endiosada por el corazón del hombre y engrandecida por la inteligencia.
Que hombres de nobleza puedan ver las políticas que los divide, y las sucias pasiones que los confunde y separa; y no deja encontrar el camino de unidad, entendimiento y amor que necesita.
Que cada hora traiga el acercamiento final para alcanzar la victoria; no el triunfo de un grupo racial o político sobre una nación; sino, la victoria sobre las crueles pasiones de los hombres.
Que el espíritu de paz y amor, se una a la belleza de la vida y junto a la esperanza, se levante un mundo lleno de fe; y podamos todos con inteligencia, crecer en armonía; para construir naciones plenas de respeto, dentro del mundo maravilloso, que nos fue regalado.
Que los hijos de todas las naciones, se desarrollen con valores justos, y que el derecho de existir; le regale a la humanidad la oportunidad de poder conjugar el verbo AMAR, en todo su esplendor.
INTRODUCCIÓN
La humildad en las ideas del escritor, no hace de esta obra INCIERTO DESTINO, el escrito literario por excelencia.
El pensador no pretende subir al altar de la distinción literaria, o entrelazar su nombre con la fama o la gloria. Las palabras llenas de sencillez, quieren encadenar ideas para dar vida a un mensaje justo y noble; un mensaje que el autor ansía llevar a lectores pobres o ricos, negros o blancos o para cualquier ser racional, que exista dentro de la latitud del planeta, con la intención de echar a volar la verdad de un destino que no escogimos, pero que por razones míticas, le programaron a la humanidad.
El escrito está libre de pasiones políticas o religiosas; con él se quiere trabajar en la inteligencia, y el corazón de la sociedad civilizada, que ama la paz y respetan la vida.
El tema no desea enseñar como una obra didáctica, o entretener como una novela romántica o de ciencia ficción. Sencillamente, es un mensaje a nivel racional sin extravagancia, sin adornos literarios, que no le den oportunidad al lector de confundirse; tratando de interpretar las ideas del escritor.
El autor ofrece la sencillez en la palabra escrita, para que el tema sea fácilmente analizado por lectores de cualquier cultura, a fin de penetrar en la peligrosa verdad que el escrito trata de exponer, y se anule la posibilidad de una equivocada interpretación.
Amigo lector, este tema no está escrito con malquerencia u odio contra ningún sistema religioso, o creencia política; mucho menos vislumbra intención sucia, difamatoria o sediciosa, que pueda abrir caminos a una expectación negativa, contraria a la naturaleza del amor, que en plena realidad, es la esencia de este mensaje.
Incierto destino, es un humilde libro que se toma la libertad de curiosear en la inteligencia y en el corazón del lector, para despertar el valor moral que debe compartir con el prójimo, y poner en conciencia la gran realidad, que está llegando, como consecuencia del menoscabo de su valor espiritual y moral. Es pues esta obra un mensaje racional que ofrece una dramática lucha para alertar el destino de la humanidad; exteriorizando en nombre del lector, lo sublime que haya en él, para que no rechace impunemente el llamado que el razonamiento está enviando a la inteligencia de todo hombre de buena voluntad. Con el mensaje no se busca polemizar, no se busca lucro o ventaja para alguien determinado; sólo se busca que usted amigo, tome conciencia al leer estas páginas, y pueda encontrar claridad; reconociendo realidades al sentir el cosquilleo de la incertidumbre.
Incierto Destino, abre la posibilidad al lector de analizar a capacidad, sus inquietudes morales y espirituales, ayudándolo con altruismo, a penetrar en la médula del tema; balanceando razones, analizando situaciones y deduciendo verdades; que seguramente, al ser llevadas al fiel de la inteligencia, le dará a usted amigo lector, el peso exacto de una amarga realidad.
Incierto Destino, inicia la historia en un país de Sur América, a mediados de 1880. Un joven campirano, es aleccionado por una entidad superior, para que lleve un mensaje a la humanidad. Después de setenta y siete años, el mensaje es llevado al Foro mundial de las Naciones Unidas.
Este libro, está escrito con sencillez, claridad y sin chabacanería, para que pueda ser introducido en los planteles educativos; y ofrecer a la juventud una enseñanza moral, que en un futuro la acerque a un nuevo orden moral, espiritual y social.
Es muy posible que el deseo del pensador, por profundizar su verdad en la conciencia de la humanidad; no permita que se haga de este libro, una obra literaria por excelencia, y por el contrario despierte en los doctos de la lengua española, un amargo disgusto.
Por favor amigo lector, medite con calma el mensaje que hay en el escrito. Después, si es su gusto, sonría, búrlese, critíquelo, admírelo o rechácelo, es su derecho. Pero por favor, no olvide nunca que el desprecio por el presente, será siempre el interrogante del futuro.
Yo tuve un sueño. Entonces, un mundo hermoso y seguro surgió de la esperanza, brotó de la inteligencia y se regocijó en el amor. Entonces, TODO FUE MEJOR.
CAPÍTULO I
-La radiante mañana de Mayo, parecía alabar la grandeza de la vida; las algodonadas nubes flotando en el nítido cielo, sublimaba la profundidad azul, que se abría hacia el infinito, proclamando dentro de la bóveda celeste, el magnificente poder del Hacedor.
En la distancia celeste, el disco dorado surtía luz y calor, que el paisaje reclamaba para engalanarse, y brindar salmos de belleza y gratitud; a quien regaló hermosura y armonía.
Las altas cumbres de la cordillera Occidental, y Central, miraban el extenso Valle que de sur a norte se extendía, en la comarca donde nuestra historia se origina. Las dos cordilleras siendo ramificaciones de la colosal cadena Andina de montañas; que desde el sur del continente Americano, encadena la majestuosidad de su altura.
Nadie pudo decir de dónde había salido la visión de aquel plato volador, que con olímpico trazo, juguetea con la velocidad; y otras veces, colgaba la estructura en un punto del cielo, como si fuese un cuerpo celeste adentrado en el espacio, para que los viajeros del plato volador se maravillen con el contraste de color, y abundante variedad de vida que se veía bullir sobre la superficie del valle.
La comarca donde toma lugar la historia, nunca pudo desligarse del esplendor, donde la mano de Dios fue benigna, dando al acantonado valle la fertilidad y la exuberante vegetación, que ayudó a fecundar la vida para beneplácito y gloria de la misma existencia. La cinta líquida que de sur a norte cruza el valle, era el cause vital nacido en el nudo montañoso, que la cordillera de los Andes forma al entrar su silueta, en la región de nuestro relato. El río Cauca, era el semillero de vida, que la sabia naturaleza dispuso para conquistar la comarca.
La plomiza estructura metálica, reflejaba los rayos del astro rey, haciendo que el vaho de la nave creara una tenue nube de vapor, que se desvanecía, cuando la aceleración de movimiento se acentuaba; mas cuando la nave se detenía, creaba un prisma de colores que maravillaba el sentimiento, de quienes avistaban a los visitantes de la altura.
La nave por su extraña forma circular, había comenzado a ser conocida por los lugareños, como el platillo volador. La nave silenciosa, veloz, y a veces lenta, se deslizaba por la superficie del cielo escudriñando la comarca, como pretendiendo encontrar el lugar ideal.
La frondosa vegetación cubría el valle, simulando un inmenso tapete verde que hacía coloquio con ríos, lagos, y lagunas; que bajo extensos bosques se recreaban idílicos parajes. La vida silvestre bajo este entorno tropical, fácilmente, pudo haber sido la envidia de cualquier edén. Bandadas de mirlos, azulejos, turpiales, ruiseñores, tominejos, guacamayas, pellares y cientos más de emplumadas criaturas; día a día se confundían con el enmarañado tapete verde; donde sus trinos se convertía en alabanzas de vida para la misma vida. El dulzón aroma de la vegetación y los árboles frutales, deleitaba a la naturaleza al mezclar su esencia, con el vivificador oxígeno que bañaba la región.
Esparcidas por las laderas, a lo largo y ancho de la comarca, rústicas casas de campo, que mostraban al visitante de la altura que en ese contorno había vida inteligente. Casas de guadua y barro cocido, con techos de paja o enramado de palma, señalaban propiedades.
El deseo de unificar la vida con la naturaleza, había creado un código de existencia que día a día, se hacía costumbre.
Huertos, jardines, parcelas de verdes platanales, potreros, pastizales y árboles frutales; recibían del astro rey, la fuerza vital que se fusiona con las costumbres de los habitantes de la región.
Cerrados potreros con exuberantes pastizales, daban cabida a hatos de ganado bovino o caballar, unos vagaban por los potreros y colinas, otros, se protegía de los rayos del sol, bajo la sombra de corpulentos árboles, regados en los campos rurales; y que servían de descanso a los carniceros buitres, que cansados de ojear el valle desde la altura, encontraban en ellos, la atalaya perfecta, para continuar rondando la carroña. Polvorientos caminos, adornados a lado y lado de flores silvestres, cadillos y maleza; servían a los moradores de la región para comunicarse con sitios determinados, o ir a otro villorrio.
Disimuladas sendas dentro de las propiedades, llegaban al huerto de la casa, donde eras de variadas hortalizas y verduras, formaban la despenza alimenticia de la región Vallecaucana.
El ancho y caudaloso río Cauca, corría hacia el norte, mostrando en sus riberas ranchos o bohíos de pescadores, creando el ambiente humilde y típico del hogar de quien busca el sustento a lo largo del río. Atadas a la orilla viejas canoas y jaulas de madera, que flotaban esperando el producto del río, para ser llevado al mercado del villorrio cercano. Ambientando el paisaje, se veían las atarrayas colgadas al lado del bohío, para ser reparadas por un pescador, mientras otro prepara las sartas de pescado, que iba a ser llevado al bazar. El follaje a la orilla del río, eran muros de zarzales verdes y árboles frutales, que brindaban sus frutos a las aves canoras, que se gozaban de ellos, al compás de armoniosos trinos, que como una oda, deleitaba al habitante del bosque.
Perdidos cañaverales y guaduales (plantas bambúes) en cercanía de las lagunas, erguían la estilizada forma hacia el firmamento, entrelazando los tallos para dejarsen mecer por la bienhechora brisa de la tarde, y darle al guadual su propio y llorón canto, que como plegaria de la tarde ayuda a matizar la vida del valle.
La extensa planicie abría al observador de la altura, los delineados cuadros formados por cañamelares, donde grandes bloques de hojas verdes danzan al paso de la brisa, dándole vida a la comarca.
La fragancia dulce, proveniente de la molienda, en los ingenios azucareros salía de los trapiches, y se mezclaba con el aroma del guarapo cocido; que embriagaba la región con una inolvidable fragancia dulzona, que deleita el sentido y nutre el contraste de vida que existe, plasmando una grata salutación en el sentimiento.
Bajo el radiante sol, se oía en la distancia el insistente chillar de las chicharras, que amparadas por frondosos árboles, tatuaban en el corazón de quien las oía, la lírica arrobadora del valle; junto al deleite dulzón de la molienda de la caña de azúcar. La cálida brisa regaba el aroma del cañamelar, por toda la comarca.
Esta era la zona rural, que desde la altura estaba siendo avistada.
Quizá, más atrás o más adelante, o a cualquiera de los lados de la nave; se ven los pequeños villorrios que a lo largo y ancho del valle, se han situado como símbolo de unión, empuje y dinamismo, de una raza que comprende que un pueblo unido, siempre será base de un mundo mejor.
Casas rústicas de bareque, con largos zaguanes en su interior, daban forma al diseño urbanístico del villorrio, y caseríos rurales.
Las casas con un frente sembrado de cadmios y almendros; y el fondo un patio cuajado de árboles frutales, matas de plátano, y el invaluable criadero de aves domésticas, que en el día vagan buscando alimento.
El florido jardín en rededor de la casa, se adornaba con los floridos materos colgados de las vigas que sostienen el alar; y en vasijas a lo largo del zaguán y el patio, se distinguía helechos, azaleas, begonias, margaritas, hortensias, novios, rosas, jazmines, lirios, violetas, gladiolos, veraneras, tulipanes, claveles, azahares y orquídeas. Toda esta variedad de flores cultivadas en cada casa, era el orgullo de las matronas de la época, en cuyos quehaceres se contaba el cuidar con esmero y pasión, el huerto y el jardín.
Los majestuosos farallones del valle del Calima, como silenciosos vigías, compartían el devenir de los grupos que con pujante bizarría, desplegan el derecho de existir.
La capilla de la Merced, y las contadas casas en rededor, modelando cuatro esquinas, formaba el camino real que conducía a un conglomerado de humildes edificaciones, que dejaban en el centro lo que figuraba ser en el futuro el parque, donde grandes rocas servían a los jóvenes, como punto de reunión en las mañanas domingueras, para iniciar los juegos.
Recién entrada la noche, el toldo de estrellas tomaba posesión en la bóveda celeste; tendiendo sobre el valle la negra oscuridad tropical, donde brillantes luceros en la profundidad del universo, titilaban como gritándole a la vida: Aquí estamos . . . somos vida, somos parte real de la existencia
.
Luego saliendo de un tenue velo, comienza a fulgir el nocturnal broche de plata, que como farol encendido, románticamente colgado del cielo, esmalta la vida de todo lo que existe bajo su dominio.
Miles y miles de cocuyos danzan en los pastizales de los potreros y caminos. Búhos y aves nocturnas aprovechan el resplandor del broche celeste, para cruzar la distancia amparados en el silencio.
Estrellas fugaces se descuelgan del cielo, buscando la superficie y dejando a su paso la estela brillante de polvo cósmico, que sublima la noche con especial hermosura.
Cuántos parajes exóticos los visitantes de la altura, observan en su fantástico recorrido por la inmensidad del planeta. Cuántos sitios naturales del mundo, habrá impresionado el sentir, de quien incursiona dentro del globo terráqueo; obligando a pensar que esta hermosa esfera, no pudo ser más perfecta para concebir, y sostener la vida. Porque para cualquier inteligencia del universo, no puede haber nada más grandioso que tanta variedad de vida, puesto que de ella, brota la esencia que nutre la existencia, y se glorifica así misma, equilibrando los grupos de la creación.
Este es el regalo hermoso, llamado tierra, que la bondad de un Ser Supremo creó, para que el grupo humano, el mismo que desde la creación recibió el don de la inteligencia, y la orden de amar cuidar y respetar la vida, ese hombre, sea capaz noche y día, de dirigir y proteger por toda la eternidad el encargo de Dios.
CAPÍTULO II
-La cálida brisa de agosto, jugaba con las ramas del frondoso chiminango (árbol autóctono) pareciendo que los verdes brazos quisieran arrebatar de la altura un poco de frescura, para aminorar el fogaje de la tarde, que cubría la superficie de la zona.
El serpenteante y polvoriento camino, en una de las curvas pasaba frente al corpulento y octogenario chiminango, que recibía los inclementes rayos del sol; mientras la polvorosa senda reverberea llendo al villorrio llamado Calima, o hacia la escuela rural.
La humilde escuela era una vetusta casona, donde relucía la blanca cal de las paredes, y el tinte rojo en la parte baja de las mismas, haciendo tono con vigas y columnas que sostenía el alar del techo. Cuatro paredes daban forma a un amplio salón, donde sendos cuadros de patriotas, y un inmenso mapa de la República, idealizaba el adorno escolar del humilde salón de clase.
Al fondo de la entrada, sobre una tarima de madera, una vieja mesa y un redondo taburete; insinuaba ser el escritorio de la profesora. Sobre la mesa, un frasco de frescas y silvestres flores, un libro y unos cuantos cuadernos, junto al recipiente de cristal, donde los párvulos colocaban las frutas y flores que cada día llevaban a la profesora.
Al lado del escritorio y sobre la pared, un cuarteado tablero negro, daba al salón de clase; el visaje del inolvidable altar, donde se recibe por primera vez, los destellos del saber, las reglas del buen vivir, la reverencia al Ser Supremo, y el conocimiento del terruño donde se vive.
Una larga mesa rodeada de bancas y taburetes, más el inconfundible olor de tiza; gritaba al sentir que esa era un aula escolar.
Fuera del salón, una mediana campana de bronce guindada a una viga del techo, en medio de materos floridos que colgaban también, acentuaba la imagen de la escuela rural, que bajo la sombra de corpulentos árboles, y rodeada por un nutrido jardín silvestre; envolvía para el recuerdo la visión de la época infantil.
El tañer de la campana era la voz de bronce que esparcía el llamado a los alumnos, quienes iban convergiendo a la escuela por diferentes trochas y sendas, que desde sus hogares nacían para ir a desembocar al camino principal, que lleva directo frente a la campana de la escuela rural Santa Librada.
La senda principal, se extendía tres leguas y media de distancia desde la escuela al villorrio; un sutil paisaje formado por diseminadas casas de campo, árboles corpulentos, extensos potreros colmados de caballos y vacas, se distinguían a lo lejos en los pastizales, y las colinas.
El fértil verdor resaltaba sobre la superficie que se confundía con el horizonte uniendo cielo y tierra. A lo lejos las altas cumbres de la cordillera Occidental, dejaban colar la oxigenada salobridad que los vientos traían desde el colosal océano Pacífico.
Tres horas hacía que el sol había cruzado el cenit; el resplandor del mediodía, comenzaba a ceder, y la brisa acentuaba la fresca caricia.
La comarca parecía volver a la vida, después de haber recesado por un par de horas, al mediodía.
Dos pares de juveniles ojos contemplaban el placentero transcurrir de la tarde. Los dos amigos, sentados sobre las raíces salientes, y recostadas las espaldas sobre el tronco del