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Oasis De Aguas Turbulentas
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Libro electrónico159 páginas1 hora

Oasis De Aguas Turbulentas

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En un bonito rincn de Francia, en Estrasburgo, viven dos famosos detectives de homicidios. Nicolas du Fil, un hombre terco y cuarentn natural de esta misma ciudad y Albert Kuss, un joven refinado educado desde la infancia en un prestigioso internado londinense.
Ambos detectives obtuvieron la fama gracias a la resolucin de innumerables cosas de ndole internacional.

Esta vez debern investigar la misteriosa desaparicin de un panadero en Estrasburgo, y el azar y las pesquisas les conducirn hasta un oasis iran llamado Shiraz, pero resolver el misterio no ser fcil pues las circunstancias no les sern favorables hasta las ltimas pginas.

Una historia repleta de misterio y como no, de alguna que otra sonrisa.
IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento23 dic 2010
ISBN9781617641909
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    Oasis De Aguas Turbulentas - Lourdes Martín-Serrano

    Capítulo 1

    En el grandioso jardín que rodeaba el maravilloso Palacio del Rihn, se encontraba un famoso detective francés conocido por todos como Nicolas du Fil.

    Este famoso personaje, a base de tesón y empeño, había logrado hacerse popular debido a que era el detective que más casos había resuelto de toda Francia desde que comenzara su flamante carrera en la antigua comisaría de la calle Noor al mando del oficial Pignon. Gracias a eso había amasado una tremenda fortuna.

    Otro hombre acompañaba a Nicolas durante aquella tarde. Era su inseparable compañero y amigo Albert Kuss.

    Ambos detectives disfrutaban de una velada relajante en aquel jardín ya que hasta ese momento no se les había presentado ningún caso que resolver.

    —Últimamente estamos muy tranquilos, ¿no cree, Albert?—dijo Nicolas recostado en una hamaca mientras saboreaba un refresco.

    Nicolas era un hombre de unos cuarenta años un poco avejentado para su edad.

    En cuanto a su físico se podría decir que era un hombre grueso, rasgo que saltaba irremediablemente a la vista de cualquiera y del cual estaba orgulloso puesto que solía decir que aquella imponente figura le daba un toque profesional a su persona, llegando a asegurar que el mismo Hércules Poirot no hubiera llagado a nada si no hubiese sido por su imponente aspecto físico.

    Vestía siempre pantalones tejanos a juego con una chaqueta abierta, una camisa totalmente blanca y una pajarita en lugar de corbata.

    Su pelo era de color grisáceo y algo ondulado; las cejas pobladas y grises le daban a sus ojos, pequeños y marrones pero muy expresivos, un toque bonachón; la nariz era imponente, con personalidad. Pero quizás el rasgo más característico de este detective era un poblado bigote que hacía que todas las miradas fueran dirigidas también hacia su redonda cara.

    En cuanto a su forma de ser era una persona complicada de tratar y en ocasiones muy irritante. Era un hombre maniático sólo en un sentido: El tiempo. Solía ser de muy exquisita puntualidad y cuando sus planes de horario se desmoronaban por alguna razón era capaz de hacer cualquier cosa por no llegar tarde a sus citas, era, así pues, muy estricto con su propio horario, y no era capaz de moverse por el mundo sin su inseparable y reluciente reloj de bolsillo que a su compañero Albert le ponía tan nervioso. Pero dejando esto a un lado, no habría que olvidar que Nicolas era el detective más famoso de todo Estrasburgo y en el fondo, pero muy en el fondo según Albert, una persona extraordinaria.

    Su compañero era un joven inglés de unos treinta y un años, moreno, de piel tostada que contrastaba a la perfección con los ojos color miel. Era delgado y esbelto. Llevaba el pelo cortado a cepillo y peinado hacia atrás, iba perfectamente afeitado y lucía un fino y cuidado bigote que le daba un toque de excesiva seriedad al rostro.

    Era muy educado, gracias a que su infancia la pasó en uno de los mejores internados de Londres, de dónde era natural.

    Solía ser tenido como un hombre muy respetable y cautivador, aunque nunca logró conquistar a ninguna mujer debido a su excesivo perfeccionismo.

    Vestía siempre impecablemente y en sus movimientos se podía apreciar una cierta fuerza física, que tenía su explicación en un valeroso acto: dejar tajantemente de fumar y comenzar a cuidarse.

    Tenía muchas aspiraciones en la vida y a pesar de tener menos experiencia en casos policíacos que Nicolas, estaba seguro de que cuando llegase el momento de tomar el relevo de su compañero, llegaría a ser un hombre con la misma experiencia que él.

    Un rasgo importante de mencionar en la personalidad de este joven inglés: Era la paciencia personalizada. Albert llevaba pocos años trabajando como compañero de Nicolas du Fil aguantando su tozudez, sus repentinos cambios de humor y su obsesión por la puntualidad francesa por ello, afloraba en él un ligero odio hacia aquel reloj de bolsillo, ya que la puntualidad francesa no era uno de los rasgos que más destacaría de Albert Kuss, más bien lo contrario. Albert al lado de su compañero era digno de todo mérito puesto que siempre le tocaba a él cargar con las consecuencias de las ideas tan sumamente alocadas que a veces se le pasaban por la cabeza a Nicolas.

    —Sí, tiene razón, la verdad es que estas semanas de descanso nos han venido muy bien. El último caso fue un verdadero infierno.

    —No me lo recuerde-. dijo Nicolas mientras daba el último sorbo de la tarde a aquella limonada.

    —¿Para qué me pidió que viniera?—Nicolas du Fil se incorporó para contestar.

    —Acompáñeme al salón y le explicaré lo que ocurre.

    Los dos hombres se encaminaron hacia la entrada a la gran mansión y penetraron al interior a través de una maravillosa puerta decorada a los lados por dos querubines de mármol.

    El recibidor era enorme, grandioso. El suelo era de madera de roble, cuidadosamente barnizado y encerado cada semana por la señorita Marie, la sirvienta de Nicolas. Las paredes estaban decoradas con tapices exquisitos del siglo XVII en los que se representaban ambientes de caza y fiestas campestres. El techo, que según Nicolas era una de las grandes maravillas de la mansión, se extendía hasta formar una gran bóveda con pequeños ventanales y decorada con pinturas celestiales.

    Por fin entraron en el salón, que se dividía en dos partes: a la izquierda una biblioteca con millones de libros y en el centro de las estanterías unos sillones marrones de piel, enfrente de la puerta de entrada se podía ver una chimenea del siglo XVIII y encima de ella un gran espejo rodeado por un marco de mucha antigüedad; finalmente, a la derecha de la habitación estaba el salón, lleno de vitrinas de madera con puertas de cristal. Los sillones hacían juego con los de la biblioteca y estaban dispuestos alrededor de una vieja mesa de roble.

    —Siéntese. Albert, me gustó que mencionáramos antes lo de nuestras apacibles vacaciones, porque me temo que se han terminado.

    —¡No me diga más! Otro caso—contestó preocupado. Nicolas asintió con la cabeza y se inclinó sobre la mesa para alcanzar un habano.

    —Se trata de Alexander Parrish, mon ami.

    —¿Se refiere al panadero?—Nicolas antes de contestar encendió el puro y dio una calada.

    —Oui, ha desaparecido—Nicolas sacó una hoja de papel de uno de sus bolsillos y se la tendió a Albert-. Son las declaraciones de su mujer, me las ha facilitado el oficial Cyrille; léalo en voz alta y le podré explicar todo lo que no comprenda-. Albert desdobló la hoja y comenzó a leer muy atentamente:

    ¿Sobre qué hora tuvieron lugar los hechos?

    Sobre las ocho, agente.

    Cuénteme paso a paso todo lo que le ocurrió aquella mañana.

    —"Verá, serían las ocho de la mañana cuando llegué a la panadería. Mi marido había salido hacia allí una hora antes, por eso me extrañó que al llamar al timbre no saliera a abrirme. Toqué con insistencia durante unos minutos y después, al ver que no me abría la puerta, decidí ir a casa a por las llaves. Al regresar, entré y descubrí que dentro no había luz, los plomos habían saltado, saqué de mi bolsillo un mechero y comencé mi recorrido por la panadería llamando a mi marido . . . De pronto caí encima de . . .

    ¿Su marido?

    Le iluminé con el mechero y vi que era él. Estaba tendido bocabajo en el suelo, cuando intenté darle la vuelta noté que su camiseta estaba mojada y me di cuenta de que era sangre. Salí corriendo de allí para buscar ayuda, un hombre al que encontré paseando por la calle paralela al local se ofreció a ayudarme y le conduje hasta la panadería. Pero cuando llegamos allí ¡la luz estaba de nuevo encendida, el horno también, pero mi marido había desaparecido, el sitio en el que lo había encontrado no presentaba manchas de sangre, estaba limpio!

    Desde entonces no ha vuelto a ver a su marido, no ha tenido ningún tipo de noticias suyas, ni ha encontrado pistas de ninguna clase ¿no es así señora Parrish?

    Eso es, la policía ha abierto un expediente y le están buscando

    Gracias, señora Parrish

    Albert dobló el papel de nuevo y se lo tendió a Nicolas.

    —¿Alguna duda?—preguntó Nicolas.

    —La verdad es que es realmente un misterio—contestó Albert pensativo-. Es evidente que los delincuentes seguían dentro de la panadería cuando ella entró, esperaron a que saliese a buscar ayuda y después de retirar el cadáver salieron rápidamente de allí.

    —Oui, mon ami, pero también limpiaron la sangre, dieron de nuevo la luz y encendieron el horno. Son muchas actividades para tan poco tiempo.—Dedujo Nicolas.

    —En la declaración de madame Parrish se menciona que fue a pedir ayuda a la calle paralela. Deberíamos ir para saber cuanto tiempo hay comprendido entre la panadería y la Rue du Jesu des Enfants.—sugirió Albert ojeando la hoja.

    —Oui, y debemos hacerlo ahora mismo, de inmediato.

    Los dos se pusieron en pie y salieron de la gran mansión. Ya en el coche, un Rolls-Royce del 1895, propiedad de Nicolas, pusieron la sirena y con Albert al volante pusieron rumbo a la panadería que se situaba al final de la calle 22 noviembre.

    Se encontraban a unos quince metros de distancia del lugar de los hechos cuando vieron a una figura encapuchada salir de allí a toda velocidad.

    —¿Qué ha sido eso?—exclamó Albert.

    —No creo que sea ningún cliente—dijo Nicolas mientras salían del coche-. ¡Vamos!

    Los dos corrieron a la panadería, la puerta estaba entornada.

    —Echemos un vistazo-. Nicolas sacó el arma y su compañero hizo lo mismo-. Parece que no hay nadie, pero . . . , un momento, he oído algo . . .—advirtió mientras hacía una seña a su compañero para que le cubriera mientras abría una de las puertas del interior.

    —¡Alto! . . . Madame Rossin? . . . —exclamó Nicolas confuso-. Pensábamos que . . .

    —¡Quiénes son

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