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El río inactínico
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Libro electrónico109 páginas1 hora

El río inactínico

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A lo largo de la historia se ha especulado a menudo con la existencia de mundos paralelos. Incluso se llegó a suponer que la Tierra estaba hueca y en su interior vivían otros pueblos. Cuando un estudiante cree haber descubierto el acceso a uno de estos mundos, empieza su aventura y la de dos compañeros de clase.

IdiomaEspañol
EditorialBadPress
Fecha de lanzamiento23 may 2018
ISBN9781547531066
El río inactínico

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    El río inactínico - Luc Delvaux

    El río inactínico

    Luc Delvaux

    Copyright © 2017. Luc Delvaux

    All rights reserved.

    I

    Aún con incredulidad, Natan Sorel volvió a abrocharse la camisa después de que, la chica más guapa de su clase del primer curso S, le pusiera un colgante alrededor del cuello.

    – Era de mi madre, le explicó ella, es el recuerdo más bonito que conservo de ella.

    – ¿Y entonces por qué me lo das a mí?

    – Te traerá suerte, será una forma de estar siempre cerca de ti.

    Natan sabía que debería haber intentado abrazar a Alice, pero era demasiado tímido y se quedó quieto, sin hacer nada.

    Alice le dio un beso suave en la mejilla antes de irse corriendo hacia la parada de su autobús.

    Él se pasó la mano por sus cabellos oscuros y rizados como hacía siempre que se preguntaba algo.

    Con la cabeza inclinada hacia adelante, se puso en camino hacia su casa. No quitaba la mano del colgante que pendía de su cuello y le llegaba al pecho. Tenía ganas de sonreír y de llorar.

    Ella era verdaderamente guapa, un poco más alta que él, delgada, tenía unos ojos muy grandes de color avellana y largos cabellos castaños entre los que a veces brillaban reflejos rubios.

    Tenía la piel mate y un lunar en la parte alta de su sien derecha. Cuando se reía se formaban unos amplios hoyuelos en sus mejillas. No solamente era guapa, sino asimismo inteligente, y a menudo sacaba las mejores notas de todos en las evaluaciones.

    Natan estaba seguro de que Alice Fresson le hacía soñar con eso desde hacía más de un año. Palpó otra vez el colgante y recordó con emoción la dulzura de los dedos de la chica cuando se lo puso alrededor del cuello. ¿Por qué se quedó inmóvil como un imbécil?

    La verdad es que nunca había tenido mucho éxito con las chicas, por eso, ese gesto de Alice le había sorprendido. Además, ella afirmaba que esa joya era el recuerdo más bonito que le quedaba de su madre, a la que había perdido un año antes en un terrible accidente de coche. Actualmente, ella vivía sola con su padre.

    ¿Cómo debía interpretarlo? ¿No era una declaración de amor? No una simple declaración con palabras sino con ayuda de un gesto importante. Y él se había quedado allí pasmado, como un idiota, sin ni siquiera darle las gracias.

    Natan llegó hasta la entrada de su casa. Subió los pocos peldaños que conducían a la puerta del pequeño edificio de tres pisos. Vivía en la planta baja. No tuvo que llamar al timbre porque en cuanto se aproximó, la puerta se abrió con un zumbido desagradable. Él sabía que su madre le había visto, porque, como de costumbre, ella debía estar detrás de la ventana, supuestamente para recibirle en cuanto llegara, pero mucho más probablemente para observar a los vecinos y lo que pasaba en la calle.

    Natan le dio un beso antes de ir directamente a su cuarto. Estaba contento de haberse abrochado bien la camisa, porque estaba seguro de que su madre le habría sometido a un auténtico interrogatorio si se hubiera dado cuenta de que llevaba esa pequeña joya.

    – ¿No vienes a comer?

    – Ahora mismo, sólo tengo que terminar algo.

    Una vez en su cuarto, Natan se preguntó dónde podría esconder la joya para que su madre no la descubriera «por casualidad» cuando limpiara.

    Era muy amable, pero demasiado curiosa y siempre le trataba como si fuera un niño pequeño. Ahora ya era un adolescente y necesitaba que se respetara su vida privada.

    Echó una ojeada a toda la habitación, buscando el sitio ideal. Estaba claro que llevaría siempre el colgante cuando fuera a clase, pero en casa o cuando hiciera deporte con sus amigos no quería llevarlo. ¿Y si lo escondía en su mochila? Era una opción, pero sospechaba que su madre controlaba también su material escolar. Necesitaba encontrar un lugar al que su madre sabía que él no iba, o raramente.

    Su mirada se detuvo en el ropero. Su madre le regañaba muchas veces porque no lo ordenaba nunca, ése era justamente el sitio que buscaba. Abrió las dos puertas de par en par y buscó un lugar donde esconder ese precioso objeto. Deslizó la ropa por la varilla y vio, contra la pared, su equipo de esquí que no había vuelto a tocar desde sus últimas vacaciones de deportes de invierno. Se deslizó por el ropero para poder acceder a él sin tener que quitar el resto de la ropa. Abrió el cuello del mono de esquí y bajó un poco la cremallera. Aflojó el cuello de la camisa y, retorciéndose, se quitó el colgante y lo puso alrededor de la percha antes de volver a cerrar la cremallera del mono de esquí y abrocharse el cuello.

    – ¿Vienes a comer? Le gritó su madre desde el comedor.

    – Ya voy, respondió Natan saliendo de su armario.

    Era bajito, pero sabía que unos años después no podría ya entrar en ese espacio tan reducido. Por suerte también sabía que asimismo tendría los brazos suficientemente largos para poder llegar desde el exterior del mueble a toda la ropa que se encontraba en él.

    Se atusó el pelo con la mano antes de ir al comedor.

    Su madre le había preparado salchichas con judías. No le gustaban demasiado las alubias, prefería también comer más tarde, sobre las ocho, como sus padres, pero su madre le daba de comer antes, porque así él podía hacer los deberes y acostarse temprano.

    Se engulló la comida en diez minutos y volvió inmediatamente a su cuarto. Tenía ganas de ver otra vez el colgante que le había dado Alice.

    Una vez en su cuarto, Natan abrió el ropero y se deslizó en él para llegar hasta el mono de esquí donde había escondido el colgante. Desabrochó el cuello, sacó el colgante de su soporte y lo observó atentamente por primera vez. Cuando Alice se lo regaló se concentró sobre todo en el gesto más que en el objeto.

    El colgante representaba una mariposa sobre un globo, con las alas desplegadas, un poco como el águila americana que se ve en ciertas pancartas publicitarias.

    Al principio, Natan retrocedió ligeramente al descubrir el insecto. Tenía una fobia contra las mariposas. Cuando era muy pequeño creía que eran flores que volaban para posarse más allá. Estaba convencido de que las flores se desplazaban así, agitando sus pétalos, y corría con toda la fuerza que le permitían sus piernecitas, pero a menudo acababa boca abajo con las rodillas despellejadas.

    No obstante, un día consiguió atrapar una. Estaba tan orgulloso de sí mismo que la había apretado muy fuerte entre sus manos. La había llevado a su cuarto donde la quería plantar al lado de su cama. Pero cuando separó los dedos y sólo descubrió un amasijo en el que se mezclaban las

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