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Tiernas caricias
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Libro electrónico177 páginas3 horas

Tiernas caricias

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Información de este libro electrónico

Ella no creía en héroes... y aquél podría romperle el corazón... o salvarla para siempre...
Hailey Conway sólo quería llevar una vida tranquila y segura... hasta que el detective Nick Granger la salvó de un atracador y la volvió completamente loca.
Aquella noche apasionada habría sido suficiente para derretir la nieve que los había dejado aislados.
Después se habían despedido, pero Hailey no podía dejar de soñar con aquellos ojos oscuros y aquellos tiernos susurros... Sobre todo después de enterarse de que se había quedado embarazada.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento1 jun 2017
ISBN9788468795638
Tiernas caricias
Autor

Judy Duarte

Twenty-four years ago, USA Today bestselling author Judy Duarte couldn’t shake the dream of creating a story of her own. That dream became a reality in 2002, when Harlequin released the first of more than sixty books. Judy's stories have touched the hearts of readers around the world. A two-time Rita finalist, Judy's books won two Maggies and a National Reader’s Choice Award. You can contact her at www.judyduarte.com

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    Tiernas caricias - Judy Duarte

    HarperCollins 200 años. Désde 1817.

    Editado por Harlequin Ibérica.

    Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    Núñez de Balboa, 56

    28001 Madrid

    © 2005 Harlequin Books S.A.

    © 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    Tiernas caricias, n.º1565- junio 2017

    Título original: Hailey’s Hero

    Publicada originalmente por Silhouette® Books.

    Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

    Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

    Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

    ® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

    ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

    Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

    Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

    I.S.B.N.:978-84-687-9563-8

    Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

    Índice

    Portadilla

    Créditos

    Índice

    Capítulo 1

    Capítulo 2

    Capítulo 3

    Capítulo 4

    Capítulo 5

    Capítulo 6

    Capítulo 7

    Capítulo 8

    Capítulo 9

    Capítulo 10

    Capítulo 11

    Capítulo 12

    Capítulo 13

    Capítulo 14

    Capítulo 15

    Si te ha gustado este libro…

    Capítulo 1

    Hailey Conway no creía en héroes. Había dejado de hacerlo en su sexto cumpleaños. Con el paso de los años, había aceptado el hecho de que una mujer no podía esperar que alguien la rescatara, no podía pensar que aparecería un hombre en su vida que haría que su existencia fuera perfecta.

    Por eso cuando al salir de la farmacia de Granville, un joven le pegó un tirón del bolso, Hailey no gritó pidiendo ayuda. Forcejeó con el ladrón hasta que un empujón la hizo aterrizar con el trasero en el suelo.

    En la gasolinera que había justo enfrente, un hombre alto, de pelo oscuro y ataviado con una chaqueta de cuero le pidió al dependiente que llamara a la policía y salió corriendo tras el delincuente.

    Hailey se quedó allí de pie, el corazón estaba a punto de escapársele por la boca y le temblaban las manos y las piernas. Creía que no tenía nada roto, pero lo cierto era que la caída le había provocado un dolor de mil demonios en la cadera. Se sacudió la ropa y miró a su alrededor, el ladrón y el desconocido que había ido tras él habían desaparecido.

    Al igual que su bolso. Pero no era el dinero y las tarjetas de crédito lo que la preocupaban, era el paquetito que había guardado dentro. Un paquete por el que había viajado treinta y cinco kilómetros.

    Justo en ese momento, un coche de policía se detuvo a su lado y un agente bajo y fornido se acercó a ella.

    —¿Qué ocurre, señora?

    Hailey relató lo sucedido y le señaló al agente la dirección en la que habían corrido el atracador y el desconocido.

    —¿Cuál es su nombre?

    —Hailey Conway —sólo esperaba no tener que enumerar el contenido de su bolso. Un monedero con treinta y siete dólares, el carné de la biblioteca, las llaves de casa, un paquete de chicles de menta.

    Y una caja de preservativos recién comprada.

    Nunca había comprado profilácticos en toda su vida porque no había sido necesario. Pero tenía planes importantes para esa noche, lo bastante importantes para enfrentarse a una inminente tormenta invernal y desplazarse al pueblo vecino, donde seguramente nadie reconocería a la bibliotecaria de la escuela de Walden.

    Por el momento, su identidad seguía intacta, pero la experiencia había sido bastante bochornosa. La vieja farmacéutica había recorrido lentamente todo el establecimiento para buscar una bolsita mientras la dichosa caja de preservativos quedaba sobre el mostrador a la vista de todo el mundo. Hailey enseguida le había dicho que no se molestase y se había metido la cajita en el bolso intentando no llamar la atención.

    —¿Es ése el atracador? —le preguntó el policía señalando la acera de enfrente, donde aguardaba el desconocido sujetando al delincuente.

    Si Hailey no se equivocaba, el adolescente llevaba las esposas puestas.

    —Sí, el chico del anorak azul fue el que me robó el bolso y me tiró al suelo.

    —Espere aquí —le pidió el policía dirigiéndose hacia el delincuente ya apresado. El desconocido de pelo oscuro sacó su identificación, una placa que pareció dejar satisfecho al agente de Granville.

    Mientras le leían su derechos al ladrón para después meterlo en el coche patrulla, el desconocido fue hacia Hailey con el bolso en la mano. Tenía el aspecto de alguien al que no le importaba arriesgarse, de un hombre que había visto el lado más sórdido de la vida. Un hombre que, desde luego, no parecía encajar en un pueblo tranquilo como aquél. Y, a juzgar por la ligera cazadora de cuero con que se abrigaba, tampoco pertenecía al frío clima de Minnesota.

    Sus ojos marrones oscuro, del color del buen café se clavaron en ella, acelerándole el pulso.

    —¿Está usted bien? —le preguntó con voz profunda.

    —Sí —respondió ella a pesar del dolor que sentía en el trasero.

    Le dio el bolso y ella lo apretó fuerte contra su pecho como si se tratase de un escudo que la protegía de aquella mirada cargada de cafeína y de una extraña sonrisa que la provocaba sin revelar los pensamientos de aquel hombre.

    —Gracias.

    —No hay de qué —se quedó allí frente a ella con su más de metro ochenta. No era guapo en el sentido clásico de la palabra, pero tenía el atractivo de Marlon Brando en su juventud.

    Si ella fuera el tipo de mujer en busca de un héroe, desde luego aquel tipo encajaría a la perfección con el papel. Pero Hailey no buscaba un salvador. En su opinión, el comportamiento heroico de un hombre no hacía más que ocultar defectos de una u otra naturaleza. Los héroes no eran más que hombres corrientes que a veces hacían algo encomiable.

    Y a veces no.

    —Debería comprobar que está todo —le recomendó señalando el bolso.

    ¿Abrir su bolso? ¿Teniendo la caja de preservativos allí mismo? ¿Descubrir sus secretos ante un desconocido?

    —Estoy segura de que no falta nada. Gracias por perseguir a ese tipo y devolverme mis cosas.

    —No se preocupe —respondió como si estuviera más que acostumbrado a poner su vida en peligro todos los días.

    Hailey sonrió, pero no dejó de apretar el bolso, le sudaban las manos a pesar del frío.

    —Será mejor que mire el interior del bolso —insistió él cuando ella ya creía que se le habría olvidado.

    Dio un paso hacia atrás para alejarse de su alcance y, al hacerlo, el dichoso bolso de vinilo negro se le escurrió de las manos y cayó el suelo. Hailey observó horrorizada cómo la brillante cajita de preservativos se salía del interior y se quedaba en la acera frente a él. Ella se quedó inmóvil, con la mirada fija en los oscuros ojos del desconocido, que esbozó una sonrisilla malévola.

    —¿No habrá estado robando en tiendas?

    —Por supuesto que no —respondió ella tajantemente al tiempo que se agachaba a recoger sus cosas—. Tengo el recibo y se lo puede preguntar a la dependienta.

    —Con su palabra me vale.

    Al volver a ponerse recta, Hailey vio una sexy sonrisa propia del mismísimo Marlon Brando, pero no se la devolvió.

    —Como ya le había dicho, está todo —respondió muy ruborizada y odió a aquel hombre por ponerla tan nerviosa.

    —Me llamo Nick Granger, soy detective —se presentó mostrándole una placa que ella no se molestó en mirar detenidamente; sobre todo porque sabía que ya había obtenido el visto bueno del policía.

    Desde el día que había cumplido seis años, Hailey había decidido mantenerse alejada de los policías, especialmente de los detectives guapos. Al fin y al cabo, nunca estaban cerca cuando se los necesitaba.

    Claro que aquél en particular sí que había estado.

    —Gracias por su ayuda —dijo ella—. Y ahora si me disculpa, tengo que volver a casa a preparar la cena.

    Nick contuvo la risa. No solía provocar a las víctimas de un atraco, pero aquella castaña de mejillas sonrojadas que llevaba preservativos en el bolso le había despertado el sentido del humor, por no hablar de la libido.

    La menuda joven tenía un bonito rostro, una larga melena castaña y unos ojos que parecían un cielo de verano. Pero no era sólo su belleza lo que le resultaba atractivo, también le gustaba el modo en el que levantaba la barbilla en un gesto de terco orgullo. La valentía con la que se había recuperado y la incómoda timidez con la que había querido ocultar los preservativos.

    La vio alejarse y subirse a un Honda de más de diez años. Por ahí había un tipo que iba a tener mucha suerte esa noche y él no podía evitar preguntarse quién sería.

    ¿Su marido?

    No, no podía ser su pareja; si así fuera, no se habría avergonzado tanto. ¿Un amante secreto? La idea hizo que Nick sintiera un repentino calor y que en su rostro se dibujara una sonrisa. No le habría importado ser dicho amante.

    De eso nada. No estaba en Minnesota a fantasear con una desconocida. Tenía una misión. Debía encontrar a una mujer que vivía en Walden, una pequeña población que se encontraba a unos treinta y cinco kilómetros de allí. El dependiente de la gasolinera había estado explicándole cómo tomar la carretera rural que lo llevaría hasta allí, cuando Nick había visto a aquel delincuente en acción.

    Una ráfaga de viento frío lo golpeó en la cara. Se abrochó la chaqueta hasta arriba mientras pensaba en la enorme diferencia de temperatura que había entre Minnesota y el sur de California. Si su viejo amigo y mentor no hubiera necesitado su ayuda, Nick habría pasado la tarde en la cálida arena de la playa de Pacific.

    Pero la noche anterior, Harry Logan lo había llamado desde su cama de hospital para pedirle un favor, y Nick no se lo había pensado dos veces. Le debía mucho a aquel detective retirado. De no haber sido por él, la triste vida de Nick habría acabado con él en prisión. O quizá muerto.

    Harry había dado a más de un delincuente la oportunidad y los motivos para mirar hacia el futuro con ilusión y olvidar una infancia desgraciada. Así había sido como Nick había empezado a desear convertirse en un hombre de bien, alguien como Harry. Algo que jamás conseguiría porque su viejo amigo había puesto el listón demasiado alto.

    Sentía una lealtad sin límites por su mentor y, al igual que los otros doce o trece hombres a los que se conocía como los héroes de Logan, Nick habría hecho cualquier cosa por Harry porque le debía más que un viaje al frío invierno de Minnesota, mucho más. Harry había llevado a Nick a partidos de béisbol y lo había invitado a barbacoas en su casa. Incluso le había pagado la primera matrícula de la universidad, lo que lo había hecho sentirse tan parte de la familia Logan como los hijos de Harry.

    —Hailey es mi hija —le había dicho su amigo—. Vive en un pueblo de Minnesota. Quiero que la traigas a San Diego para que pueda verla y hablar con ella. Le fallé hace muchos años y ahora quiero disculparme y pedirle que me perdone.

    A Nick le resultaba muy difícil imaginar que Harry hubiese podido fallar a nadie. Era un hombre demasiado bueno, dedicado a su familia y los jóvenes. A los jóvenes en peligro, como Nick.

    Le habría gustado hacerle muchas preguntas, pero no quería obligar a su amigo a decir más de lo que deseaba.

    —Encuentra a Hailey Conway —le había pedido.

    Era una misión sencilla y cuanto antes encontrara a aquella mujer, mejor. Le había prometido a Harry que no volvería a San Diego sin ella. Y tenía la intención de cumplir su promesa.

    Hailey apartó la cortina de encaje de la ventana del salón y vio el cielo oscuro y amenazador. La predicción meteorológica había anunciado una gran tormenta de nieve, acompañada de una drástica bajada de la temperatura. Y, efectivamente, los primeros copos habían empezado a caer sobre el césped ya helado; y había varios grados menos que al salir de Granville hacía poco más de una hora.

    ¿Habría conseguido Steven salir de Mankato? Sólo esperaba que no se quedara atrapado por el camino porque tenía planes para esa noche y los preservativos que había guardado en la mesilla de noche estaban ahí para demostrarlo.

    Pensó en lo ocurrido en el pueblo vecino, recordó al guapísimo detective que ahora también conocía sus planes para la noche; pero enseguida apartó el pensamiento de su mente. Había tenido su primera y última decepción con un policía a los

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