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MMORPG. Mi otra vida
MMORPG. Mi otra vida
MMORPG. Mi otra vida
Libro electrónico385 páginas5 horas

MMORPG. Mi otra vida

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Información de este libro electrónico

Un regalo inesperado por el día de su cumpleaños le permitirá a Laura descubrir una forma alternativa de vivir increíbles experiencias a través de un juego de rol multijugador por internet: un MMORPG.

Esas sensaciones serán tan intensas que llegará a desear que su vida real fuese la virtual, sintiéndose su personaje cuando lo manejaba por aquel mundo medieval de fantasía, precioso y perfecto, donde se refugiará y hará volar a su imaginación volviendo a emocionarse y a sonreír, a ilusionarse, a sentirse querida, a creer y a disfrutar de unos nuevos amigos anónimos muy especiales y entrañables a los que acabará adorando, convirtiéndose en algo más que un simple entretenimiento para ella.

Sin darse cuenta y muy poco a poco, los logros de su vida virtual empezarán a afectar indirectamente y de manera fascinante a su vida real como nunca pudo ni siquiera imaginar.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento24 dic 2016
ISBN9781370408337
MMORPG. Mi otra vida
Autor

J. J. Garcia Cozar

Terminé mis estudios en la Universidad de Sevilla hace bastante tiempo y actualmente estoy escribiendo novelas, cosa que siempre quise hacer pero nunca tuve tiempo. Con paciencia y tras muchos meses, conseguí terminar mis dos novelas, era el momento de publicarlas, que los amantes de la lectura puedan disfrutarlas y sentirlas tanto como yo lo hago cuando las releo una y otra vez. Ojalá que sus valoraciones y comentarios sean numerosos y me permitan aprender de mis propios errores. Espero que tengan buena aceptación y les hagan pasar un buen rato de lectura tranquilo y placentero.

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  • Calificación: 4 de 5 estrellas
    4/5
    No me lo esperaba, esta muy bien.
    Es de facil lectura y me enganchó.
    Tiene un poco de todo... es un sencillo manual de mmorpg en vuelto en una bonita historia de superacion personal. Lo veo como una lectura muy positiva.
    Lo recomiendo.

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MMORPG. Mi otra vida - J. J. Garcia Cozar

Capítulo 1. La venganza del tabernero

La tensión era máxima, se hallaba completamente rodeada. Apenas tenía unos metros por cada lado para poder moverse sin ser detectada, escapar de ahí le iba a resultar casi imposible.

Ylune no tenía muy claro qué hacer en ese momento, lo que se encontró no era lo que esperaba. Como seguir avanzando era excesivamente arriesgado, decidió que intentaría salir de la cueva cuanto antes por la misma galería por la que entró, no había otra opción. Pero la suerte seguía sin estar de su lado y la situación volvió a complicarse de nuevo: un grupo de gules, de los que vagaban por los senderos más oscuros de los túneles, le cerraba el paso por detrás estrechando el círculo. El camino de vuelta ya no estaba tan despejado como al principio.

Los gules eran demonios necrófagos profanadores de tumbas que se alimentaban principalmente de carroña en descomposición, aunque también eran muy agresivos con los vivos que encontraban. Estos monstruos no muertos solían habitar lugares inhóspitos o deshabitados, solitarios y oscuros, como aquella profunda gruta tan siniestra; y con frecuencia visitaban cementerios cercanos por la noche para saciar su voraz apetito cuando tenían demasiada hambre.

Estaban medio ciegos y medio sordos, por lo que no acercarse mucho a ellos y andar sigilosamente era relativamente seguro; aunque su olfato era increíblemente sensible al hedor de la carne putrefacta, que estas criaturas podían detectar a gran distancia, incluso bajo tierra. Solían desplazarse lentamente, en grupos, o quedarse quietos durante horas sin que nadie supiera realmente explicar ese comportamiento tan extraño; pero podían atacar con rapidez, desarrollando una enorme velocidad en su carrera sorprendiendo a su presa, lo cual los hacía especialmente peligrosos e impredecibles.

Cuando decidió aventurarse en la caverna de los Engendros junto a la necrópolis Profanada, ya intuía que algo no saldría bien; esos nombres no eran especialmente alentadores, sin duda, y los cadáveres devorados de los descuidados incautos que iba encontrando por el camino ya iban indicando lo que seguramente sería su casi inevitable destino.

Ylune solo pudo encontrar a un gul aislado que se encontraba rezagado del grupo, en solitario y sin la protección de otros de su especie; algo poco habitual. Quizás, si lo quitaba de en medio, podría progresar por esa nueva ruta alternativa que se desviaba levemente de la principal reduciendo considerablemente el riesgo.

No se lo pensó mucho más, decidiendo usar su mejor y más letal golpe: un tiro certero, que realizaba tomándose su tiempo en la tensión de la cuerda del arco, para que fuera la máxima, mientras sujetaba el plumón de la flecha con solo el índice y el corazón de su mano derecha. Los ojos, a medio cerrar, experimentados y fijos en su enemigo, le permitirían centrarse en un objetivo milimétrico con precisión.

Tres segundos de preparación desde las sombras, oculta, sin respirar para no ser oída, para que nada la desconcentrara ni moviera, para no fallar un blanco imaginario en la nuca de aquella aberración antinatural, buscando abatirlo de un solo disparo.

Finalmente, liberó la cuerda de entre sus dedos y el proyectil salió despedido a una velocidad extraordinaria directo hacia su presa, sin fallos, cortando el aire, muy preciso. Impactó en el bulbo raquídeo del no muerto penetrando con fiereza hacia el interior de su cráneo al caminar encorvado, sobresaliendo la punta recubierta de sesos por la frente al abrirle un enorme agujero del que le brotaba una repugnante y viscosa sustancia oscura. La amenaza fue neutralizada al instante en cuanto el necrófago se desplomó cayendo fulminado al suelo, silenciosamente y en el primer intento.

Estos seres humanoides tan retorcidos solo tenían ese punto débil: su cerebro, porque era lo único que los mantenía en pie en un estado de muerte en vida, o eso decían. El resto de su cuerpo era casi insensible e independiente, algo realmente difícil de concebir, por lo que un flechazo en el corazón o en una pierna los lesionaría o ralentizaría, pero no los mataría con rapidez persistiendo la amenaza. Fallar el blanco por milímetros sería un riesgo demasiado alto, un lujo que nadie se podía permitir.

Además, los no muertos inyectaban potentes venenos en sus mordidas, letales, y sus garras poseían una fuerza tan tremenda que les permitían arrancar miembros o desgarrar carne sin apenas esfuerzo; por lo que Ylune debía mantenerse a distancia en todo momento, intentando no perturbarlos sin necesidad.

El tabernero le comentó ese importantísimo detalle cuando le pidió que buscara a uno especialmente fuerte al que debía matar por venganza, el único que tenía una melena canosa muy larga y un collar especial colgando del cuello, al que llamaba el líder gul Zardok. Pero no le dijo nada de que había tantos o se movían en grupos, quizás para no disuadirla de completar aquella misión que le encomendó; obvió ese pequeño detalle, esa trampa tan irresistible y sabiamente adornada por una suculenta y desconcertante recompensa, que recibiría en mano si le traía como prueba un buen mechón de pelo blanco de ese infame asesino sanguinario.

Ylune sabía que podía aniquilar a los separados, ya lo había probado antes, pero no a varios a la vez porque atacaban en manada protegiéndose unos a otros. Si se arremetía contra uno que no estuviese lo suficientemente alejado del resto, su rabia o angustia las percibirían instantáneamente los que estaban a su alrededor a cierta distancia, que se lanzarían también a la lucha complicando enormemente la victoria, haciendo excesivamente arriesgado el enfrentamiento.

Los gules que en ese momento le bloqueaban la salida estaban demasiado cerca; si se aproximaban un poco más, aunque solo fueran unos cuantos metros, mantenerse casi sin respirar entre las sombras de un entrante ya no le serviría para seguir oculta, sería detectada y embestida por el grupo entero, que la matarían sin piedad y salvajemente, de manera lenta e inevitable, despedazándola con brutalidad.

Un ataque cuerpo a cuerpo contra varias de esas bestias inmundas era muerte segura para Ylune, eso lo tenía muy claro, porque ni llevaba un atuendo de cuero lo suficientemente resistente como para soportar sus garras y dientes sin sufrir daños serios, ni tampoco un arma lo bastante poderosa y decisiva que le permitiese resolver ese tipo de situaciones tan críticas con cierta solvencia; su equipo era muy humilde, demasiado. De hecho, ni siquiera tenía un mínimo de experiencia en este tipo de enfrentamientos tan complicados que le garantizase trazar una estrategia efectiva y ganadora.

Ser tan loca e impulsiva se la jugó de nuevo, una vez más. Quizás nunca debió entrar en aquella ratonera en esas condiciones, aunque ya era tarde para darse cuenta de algo tan obvio. Aún seguía preguntándose qué hacía allí y cómo se dejó convencer tan fácilmente por aquel sonriente y rollizo tabernero; puede que la avaricia la cegase, andaba corta de suministros, o puede que su afán por la aventura.

Ella, como exploradora que era, tenía dotes específicas de lucha a distancia con su arco y sus flechas, habilidades que iba practicando y aprendiendo poco a poco tirando de paciencia y constancia, aunque aún le quedaba mucho por aprender, eso saltaba a la vista: no era lo mismo salir a cazar conejos o venados solitarios e inofensivos en campo abierto, que plantarles cara a oleadas de mutaciones infernales en túneles irregulares y oscuros.

Y para colmo, en lugares cerrados, el arco se volvía lento e impreciso por la poca separación hasta el objetivo; los monstruos anularían su puntería y potencia de disparo al desplazarse con velocidad a tan solo unos metros y golpearla con sus garras en segundos, o morderla con sus fauces en cuanto la tuviesen al alcance, por lo que el combate se tornaría sumamente arduo y su seguridad muy comprometida. Así que tendría que echárselo a la espalda y desenvainar su espada corta en enfrentamientos cuerpo a cuerpo si se diera el caso, con la que era buena pero no demasiado.

Ylune empezaba a ponerse muy nerviosa, todo se le complicaba aún más si cabe y por momentos. Tenía un grupo de tres gules inactivos por un lado del túnel, quietos pero acechantes y muy próximos, y otro también de tres caminando lentamente hacia ella por el otro lado. Sabía que no podría, solo esperaba que se dieran la vuelta en su ronda para que no la descubrieran o estaría perdida. Además, se fijó que ninguno de ellos tenía esas melenas largas y canosas ni el collar especial colgando del cuello que estaba buscando; quizás la fortuna la abandonó nada más colarse dentro de aquel hediondo abismo recubierto de vísceras y sangre por todas partes.

—Nunca lo conseguiré —se dijo Ylune a sí misma de manera casi imperceptible, muy tensa, como pensando en voz alta—. Jamás debí entrar aquí, voy a morir.

—No te muevas, por favor —le susurró suavemente alguien al oído desde su espalda para no alertar a los necrófagos—; si te detectan, nos matarán a los dos.

Ella se sobresaltó, el corazón le dio un vuelco vertiginoso; creía que estaba sola en aquella cueva traicionera, pero no era así. Miró hacia atrás buscando el origen de aquella inquietante advertencia, desesperada y muy confusa, pero no había nada más que oscuridad.

Hasta que, poco a poco, se empezaba a vislumbrar la figura de un joven que se iba formando delante de ella, vestido de cuero marrón oscuro, con capucha y dos dagas brillantes armadas en sus manos, la típica vestimenta de un sombra.

—¿Sorprendida? —añadió el desconocido con un cierto aire burlón.

La chica se quedó muy impresionada, quizás no sabría que había gente que podía desaparecer y reaparecer a voluntad; sus conocimientos sobre el mundo exterior eran escasos, nunca antes había salido fuera de los límites de la vetusta ciudad de Lugnis ni de los bosques que rodeaban el campamento de cazadores de Mírim.

—¡Me has asustado! —le respondió Ylune algo enfadada, sin levantar la voz en ningún momento para no quedar expuesta—. ¿Qué haces… tú aquí? ¿Quién eres? ¡Antes… no estabas! ¿Cómo… lo has hecho? —le preguntaba desordenadamente debido al nerviosismo incontrolado que se iba apoderando poco a poco de todo su cuerpo.

—Vaya, intentaré responder a todo… a ver si puedo —respondió muy divertido—. Empezaré presentándome, si te parece bien. Me llamo Flinn, soy un asesino sombra, y… ando a la caza de un gul en especial que el tabernero de Gadis me pidió que matara por… algo que pasó hace tiempo, ni idea, no entendí muy bien esa parte; pero sí que me ofreció una fuerte recompensa si lo mataba y le llevaba un mechón de su pelo como prueba.

—¡Yo también lo busco, Flinn! Pero es… imposible pasar por ahí —exclamó la arquera claramente preocupada señalándole el camino bloqueado—. Y esos de detrás se acercan… cada vez más.

—Sí, ya me di cuenta —reía él algo inconsciente—; lo tenemos muy complicado, de eso no hay duda. Y no creo que pueda con tantos yo solo, ni tú tampoco; pero, quizás, uniendo nuestras fuerzas… —dijo algo más serio, como mostrando cierto recelo.

—Son demasiado duros, Flinn, si ataca más de uno a la vez estamos acabados.

—Hmmmmmm. ¿Te parece bien que completemos esta misión en equipo? Puede que así tengamos una oportunidad —le preguntó amablemente el sombra, sin dejar de observar en ambas direcciones mientras entornaba los ojos sin apenas parpadear, como estudiando aquella situación tan compleja que tenían por delante.

—De acuerdo, lo haremos juntos, luchemos en grupo —afirmó ella algo más confiada—. Por cierto, me llamo Ylune y soy una arquera exploradora.

De pronto, la chica empezó a sentirse cada vez más incómoda tras decir eso, no le gustó nada que Flinn no le hubiese preguntado su nombre antes ni que se quedase callado cuando ella se lo reveló de todos modos; era como si a él no le importase lo más mínimo, como si solo quisiese su ayuda para conseguir completar la misión y cobrar la recompensa cuanto antes, como si la estuviese utilizando y nada más. Eso la decepcionó un poco.

—Fíjate, el grupo de caminantes que tenemos a nuestra espalda... se vuelve alejándose, ¿lo ves? Excelente, parece que se despeja el camino hacia el exterior, eso me tranquiliza; por si todo se complica y tenemos que salir de aquí a toda velocidad.

—¡Uf! Y a mí, por fin la suerte nos favorece —dijo Ylune claramente aliviada.

—Aunque esa no es nuestra ruta por el momento, nosotros iremos a buscar a Zardok —añadió Flinn, ahora cambiando el tono a más temerario, parecía otro—. Espera aquí un momento, quiero ver qué hay tras ese grupo de delante. No te muevas.

El asesino hizo un sutil gesto muy rápido y silencioso con sus manos, como de lanzamiento de algún hechizo, y se fue difuminando entre las sombras hasta que desapareció completamente de la vista de Ylune, que no se atrevía ni a pestañear, la situación la sobrepasaba.

La joven exploradora empezaba a desesperarse conforme transcurría el tiempo sin mover una ceja. Ya pasaron varios minutos y aquel loco insensato no aparecía; comenzaba a pensar que no lo había conseguido, que yacería muerto rodeado de gules desmembrándolo en alguna estancia lúgubre de la caverna, olvidada y mortal.

Hasta que por fin volvió oír la misma voz, pero esta vez en frente de ella.

—¡Lo encontré, Ylune! —exclamó Flinn mientras se volvía visible de manera gradual—. El líder gul de las largas canas que tiene el colgante mágico está en una sala gigantesca, justo ahí delante.

Ylune volvió a dar un respingo, no se acostumbraba a que reapareciera el sombra surgiendo inesperadamente de la nada, le seguía resultando muy desagradable.

—¡Flinn, no hagas más eso que me asustas, ya te lo dije antes! —exclamó Ylune por segunda vez frunciendo el ceño.

—Giraremos en una bifurcación semioculta que hay a la derecha —continuó el asesino—, hasta llegar a una pequeña sala con unos montículos ceremoniales grotescos hechos de calaveras y huesos; atravesándola, llegaremos a la estancia de Zardok —siguió diciendo muy concentrado en las indicaciones, ignorando la reclamación de Ylune—. Pero primero tenemos que superar a estos tres que nos bloquean el camino o tú no podrás pasar, y te necesito contra él, es demasiado para mí solo.

—¡¡¡No me estás escuchando, Flinn!!! —recalcó exasperada, elevando su enfado, captando toda la atención de su compañero por fin.

El chico se sorprendió sobremanera, quedándose callado unos segundos, como pensando algo importante que tenía que decirle. Parecía que quería asegurarse de elegir las palabras más apropiadas para no enfurecerla más, en un tono lo más amigable y conciliador posible.

—Pero… si eres una exploradora —acabó diciendo con mucho tacto—, no lo entiendo. ¿Por qué no usas tu capacidad de percepción para localizarme aunque esté oculto? Vosotros sois los únicos que podéis… sentirnos aunque no nos veáis. ¿No lo sabías?

—Lo siento, pero no tengo… tanta pericia, aún… no domino bien todas mis capacidades, que voy descubriendo conforme las voy necesitando. Creo que todavía… no sé hacer… eso que dices —contestó un poco avergonzada.

—¡No puede ser! —dijo el sombra con convicción, como demostrando su total confianza en ella—. Tienes la destreza y experiencia suficientes como para haber podido desarrollar esa habilidad tan básica de descubrimiento y detección; seguro que puedes presentir seres invisibles cercanos, lo que pasa es que aún no has puesto en práctica esa competencia. Probemos —añadió muy seguro, alejándose un poco y volviéndose invisible de nuevo.

Ylune, muy nerviosa, se concentró en su visión de exploradora forzando su eficacia al emplear un extra de su energía de poder, potenciando su alcance, e instintivamente lanzó una especie de encantamiento sobre sí misma gesticulando con sus manos: percepción. Inesperadamente, sus ojos se tornaron blancuzcos y brillantes, desprendiendo cierta luminiscencia muy sutil.

Lentamente empezó a discernir algo parecido a una forma semitransparente y un poco difusa delante de ella. Sí, era él, lo había conseguido: sentía su presencia, sabía exactamente dónde estaba y quién era, podía distinguirlo con relativa claridad. El chico tenía razón.

—¡Flinn, puedo hacerlo! ¡Sé dónde estás, justo ahí! —exclamó Ylune muy emocionada mientras señalaba con el dedo el sitio exacto donde se hallaba su compañero.

—Buen trabajo, joven aprendiza —añadió muy contento, aguantando parcialmente la risa—. ¡Claro, los exploradores sois los únicos que podéis detectar seres invisibles siempre que se encuentren a no más de cierta distancia! Es una habilidad única de vuestra clase, nadie más puede lograrlo.

—Gracias, Flinn, y perdona mi torpeza, aún me queda mucho por aprender —se disculpó la arquera humildemente, aún muy asombrada, a la vez que agradecida.

—Los sombras podemos ponernos en oculto todo el tiempo que queramos, y no se nos detecta si no nos acercamos demasiado al enemigo y nos quedamos quietos o caminamos agachados muy lentamente.

—Es una gran ventaja. ¿Puedes perder tu invisibilidad? —preguntó Ylune con gran interés mientras su mirada volvía de nuevo a su estado normal perdiendo la luminiscencia de sus ojos para no emplear más energía de poder en aquel ejercicio de entrenamiento ya superado.

—Por supuesto, si me acerco demasiado a un enemigo me verá, la ocultación tiene sus limitaciones. Por eso los asesinos solemos atacar casi siempre por la espalda, porque ahí no suelen tener ojos, garantizando una aproximación sigilosa y efectiva hasta pegarme a él como una lapa —dijo Flinn muy bromista—. Y también la pierdo si tomo una poción potenciadora, avanzo demasiado rápido, recibo un golpe de alguien o simplemente ataco. En cualquiera de esas situaciones me haría visible automáticamente, quedando expuesto y sin protección.

—¡Qué bueno! —exclamó Ylune—. Si avanzas despacio y no te acercas mucho eres indetectable.

—Hasta que llega una exploradora como tú con su percepción especial —dijo Flinn muy divertido, riéndose sin parar—, me detecta a distancia y me lanza un flechazo mortal al corazón, ¿no te parece? O dice a sus compañeros dónde estoy y los demás me fríen a palos, claro, que siempre es otra opción a tener en cuenta.

Ylune se quedaba embobada escuchándole, parecía una persona muy sabia y con un gran sentido del humor, sin miedo a transmitir conocimiento o a ayudar a los demás. Ese chico tenía algo diferente que lo hacía explicar las cosas con una claridad innata y una facilidad inusuales. Sin duda lo juzgó mal al principio, realmente no fue grosero por no preguntarle su nombre, simplemente andaba muy despistado por centrarse demasiado en la estrategia a seguir y obviar todo lo demás.

—Pero, aun así, es una habilidad magnífica, una gran ventaja que te hace casi invulnerable.

—Nadie es invulnerable, todos tenemos nuestro depredador natural, virtudes y defectos; vosotros los explos sois cazasombras natos, por ejemplo. Supongo que habrás oído hablar alguna vez del rollo ese del equilibrado de clases: si destacas mucho en algo es porque careces bastante de otra cosa. Eso hace que todos tengamos algo muy bueno y algo muy malo, por lo que no existe el guerrero perfecto e imbatible.

—Yo fallo mucho en todo, así que debo tener una virtud extraordinaria y brutal aún sin descubrir —reía Ylune.

—¡Pero qué dices! Tu clase es realmente muy versátil y bonita de aprender y desarrollar con el tiempo, solo necesitas algo más de práctica. Seguro que la conseguirás dominar algún día y entonces apreciarás todas sus excelentes cualidades características —dijo Flinn muy convincente y animador.

—No estoy muy segura de eso, pero bueno. ¿Ya decidiste qué táctica podríamos seguir? —añadió algo más decidida a intentarlo tras escuchar aquellas palabras tan alentadoras del joven asesino, que quizás utilizó como un recurso improvisado para garantizar que colaboraría con confianza sin desmoronarse en el último minuto.

—Empezaré acercándome un poco más en oculto a aquel gul de la derecha, el más alto que está devorando un miembro putrefacto… de alguien.

—¡Uf! Qué asquito me está dando lo que le asoma… entre los dientes. Y el otro tiene en sus dedos algo que parecen... ¿unas tripas? Se las... se las está tragando… crudas. ¡Puaj! Me están... me están entrando ganas de vomitar... ¡Agh, es repugnante! —exclamó Ylune mientras retorcía su rostro, poniéndose momentáneamente mala por estar presenciando aquella escena tan macabra y desagradable.

—Tú tienes que tumbar con tu tiro certero de arquera, y desde la máxima distancia que te permita, al del centro, como sea, ¿entiendes?

—Sí.

—Cuando lo derribes, los otros dos se lanzarán instintivamente a por ti corriendo a gran velocidad como lobos salvajes.

—¡Uf!

—Yo los interceptaré desde las sombras, inutilizando al de la derecha temporalmente y matando al de la izquierda con rapidez aprovechando el factor sorpresa.

—¿Podrás con los dos? —preguntó Ylune muy insegura y claramente confusa.

—No lo sé —respondió Flinn, haciendo un inquietante silencio de varios segundos que helaba la sangre—. Al primero no puedo propinarle una cuchillada por la espalda porque me cansaría demasiado agotando casi completamente mi energía de poder, quedaría expuesto y no podría con el otro; sería una muy mala idea.

—Cierto.

—Así que mejor… lo reduciré con un culatazo aturdidor, un golpe contundente más liviano y muy rápido con el extremo de la empuñadura de mi daga en la sien, que lo dejará fuera de combate durante solo un par de segundos si se ejecuta bien; e inmediatamente después, le asestaré al otro un dagazo punzante y letal bajo la nuca con el que no suelo fallar, llamado descabello, que espero que acabe con él instantáneamente porque si no lo consigo estamos perdidos…

—Eso me lo creo.

—Y luego nos encargaremos los dos juntos del de la derecha sin perder ni un segundo, antes de que vuelva en sí del aturdimiento, combinando fuerzas; esta es la parte más peligrosa, Ylune, porque ambos estaremos sin energía de poder y solo podremos usar proyectiles a distancia simples mediante ataques sin potenciar, los más ineficaces y menos dañinos.

—Si nos alcanza nos matará, no debe llegar hasta nosotros.

—Exacto. ¿Lista?

—Estoy muy nerviosa, Flinn, la presión me bloquea un poco; pero lo intentaré, eso te lo garantizo —respondió Ylune algo insegura, pero mostrándose honesta y valiente.

El chico volvió a ponerse en oculto y ella lanzó su nueva habilidad aprendida para poder seguirlo entre las sombras mientras pudiese.

La exploradora lo iba percibiendo cada vez más difuminado conforme se alejaba hacia los demonios, hasta que desapareció definitivamente a mitad de camino escapando del alcance de su capacidad de detección, por lo que ella la volvió a anular para no malgastar su preciada energía de poder innecesariamente. Justo como acordaron, el asesino se les acercaría hasta una cierta distancia segura que le garantizara seguir pasando completamente inadvertido para los monstruos que continuaban degustando sus podridos y malolientes manjares muy entretenidos.

En ese momento, Ylune se dispuso a lanzar su tiro certero entre los ojos al gul del centro para asegurarle daños en el cerebro, el único que no le daba la espalda. Seguiría el plan trazado, eso seguro, pero estaba completamente aterrorizada.

Aunque sus manos le temblaban del miedo que sentía, fue tensando su arco muy lentamente hasta el máximo de su capacidad, sin prisas, y tras precisar su objetivo con los ojos entreabiertos, liberó la flecha que alcanzó al demonio necrófago atravesándole el cráneo con contundencia de manera magistral, cayendo abatido al suelo de un solo disparo.

Los otros dos monstruos, al ver a su compañero caído e intuir su ubicación, lanzaron un grito gutural espeluznante de alarma muy estridente, tomaron una posición de ataque con las garras abiertas y los dientes amenazantes, y se dirigieron hacia ella muy acelerados y furiosos, uno corriendo sobre las dos piernas y el otro a cuatro patas como un primate pegando saltos.

La arquera estaba perdida, tan arrinconada en la esquina más oscura de aquella intrincada galería sin posibilidad de escapatoria, descubierta e indefensa; la situación era crítica. Se asustó muchísimo al oírlos aullar de nuevo tras comprobar que ya la habían detectado y aceleraban considerablemente la marcha en línea recta hacia su ubicación.

Le dio tiempo a lanzarles un segundo flechazo simple muy apresurado a cada uno pero apenas les hizo daño, no fueron muy precisos, se movían demasiado; el momento era crucial. Empezó a pensar de nuevo que esa estrategia no estaba resultando ser muy buena idea, solo los seguía viendo avanzar frenéticos hacia ella recortando metros a demasiada velocidad, casi los tenía ya encima, e intuía su final muy cerca.

De pronto, apareció Flinn de la nada y golpeó con el pomo de su arma el lateral de la cabeza a uno de ellos, derribándolo aparatosamente; mientras se deslizaba en un giro ultrarrápido colocándose a la espalda del otro que avanzaba sin control hacia Ylune, a la que no alcanzó por tan solo unos pocos metros, agarrándole desde atrás por la barbilla y punzándole la nuca hasta la empuñadura con su daga derecha, haciendo que aquella abominación retorcida se derrumbase como un peso muerto entre sus brazos, arrastrándolo al suelo con él.

—¡Ylune, ataca a la cabeza del gul aturdido del suelo, que se está levantando! ¡Ahora! —exclamó Flinn alarmado, mientras él le arrojaba con los dedos pequeños alfileres escondidos en su cinturón que le penetraban en los ojos cegándolo y retrasando su incorporación.

Ella seguía sin poder lanzar su tiro certero de nuevo porque requería de un tiempo de reposo durante el cual no podía volver a usarse hasta pasados varios segundos, cuando la concentración necesaria y la energía de poder requerida estuvieran restablecidas de nuevo, así que le disparaba flechas de punta aserrada a la cabeza del gul, menos dañinas que su tiro especial pero muy efectivas también porque hacían un daño de sangrado adicional que se iba acumulando con cada nuevo impacto, haciéndole perder al monstruo aún más energía vital, debilitándolo considerablemente.

No dejó de dispararle mientras el no muerto todavía se intentaba levantar del suelo sin éxito, completamente inutilizado por los ofuscadores de Flinn y sangrando abundantemente por las desgarradoras de Ylune, frenando ambos su avance con eficacia, que lo seguían hostigando a distancia intentando centrar su daño sobre su cabeza, sin descanso, sincronizando sus ataques, hasta que tras unos segundos más consiguieron reducir su energía vital a la nada y abatirlo antes de que pudiera llegar hasta ellos.

La estrategia que usaron con el tercero fue perfecta, en ese momento Ylune lo vio claro: como no podían darle un golpe muy fuerte en el cráneo para matarlo instantáneamente, había que ir destruyendo su cerebro poco a poco y siempre desde la distancia, evitando el mordisco venenoso del monstruo o sus garras despedazadoras, con paciencia, reduciéndole su vitalidad sin prisas pero de manera constante, para anular completamente la extraordinaria regeneración antinatural de aquel engendro homicida.

—¡Buen trabajo, Ylune! —exclamó Flinn mientras saltaba de alegría delante de la chica haciendo aspavientos exagerados y muy divertidos.

—¡Flinn, lo conseguimos, casi no me lo creo! —exclamó la arquera riéndose sin parar, muy emocionada y orgullosa por su hazaña en común.

—Registremos a estas bellezas, a veces llevan objetos útiles ocultos que podemos vender a los mercaderes del puerto de Gadis cuando volvamos —dijo Flinn mientras cacheaba a uno de los gules caídos.

—¡Uala! —exclamó Ylune muy emocionada—. Este tenía dos monedas de plata y una flecha especial de dos puntas dentadas de daño extra, me las quedo —reía mientras la enfundaba en algún hueco libre de su muslera derecha.

Ylune llevaba un carcaj convencional a su espalda, una aljaba de cuero donde almacenaba decenas de flechas comunes. Las flechas especiales o mágicas que iba encontrando las guardaba en una especie de cinto o canana para proyectiles que tenía agarrado a cada muslo y sujetas por arriba a su cinturón, separadas de las normales para acceso rápido en las situaciones que lo requerían. Las físicas de daño extra en su muslera derecha, por organización, y las mágicas en la de la izquierda.

—Me pillo el cinturón de este —dijo Flinn muy contento—, que es de cuero con fundas laterales para dagas y huecos delanteros para pequeños proyectiles cegadores o paralizantes, especial para sombras, y más resistente y mejor que el mío que llevo ahora. Me lo equiparé ahora mismo, por supuesto, a ver qué tal me queda; ya venderé el viejo más adelante

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