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La primera segunda oportunidad
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Libro electrónico327 páginas4 horas

La primera segunda oportunidad

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Información de este libro electrónico

Dos amigos del instituto sufrirán un auténtico infierno por el acoso escolar y el ciberacoso de un compañero sin escrúpulos que los atormentará sin ninguna piedad, de una manera cruel e inhumana, haciéndoles pasar una verdadera pesadilla en vida.

Su amistad y sus valores más básicos se pondrán a prueba en esta agónica situación que intentarán mantener equivocadamente en secreto, donde el miedo y el sufrimiento se apoderarán de sus jóvenes vidas.

La decisión crítica a contracorriente de uno de ellos será la clave de esta historia y provocará el resurgimiento de un auténtico héroe. Una luz en la oscuridad, una segunda oportunidad cambiará sus vidas para siempre como nunca pudieron ni siquiera imaginar en sus más anhelados sueños, en un inesperado final imposible de concebir por ninguno de ellos, increíble y enternecedor.

ADVERTENCIA AL LECTOR:
Contiene escenas y diálogos entre adolescentes menores de edad cuya crueldad extrema y violencia (tanto física como verbal) podrían herir la sensibilidad del lector.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento25 dic 2016
ISBN9781370362745
La primera segunda oportunidad
Autor

J. J. Garcia Cozar

Terminé mis estudios en la Universidad de Sevilla hace bastante tiempo y actualmente estoy escribiendo novelas, cosa que siempre quise hacer pero nunca tuve tiempo. Con paciencia y tras muchos meses, conseguí terminar mis dos novelas, era el momento de publicarlas, que los amantes de la lectura puedan disfrutarlas y sentirlas tanto como yo lo hago cuando las releo una y otra vez. Ojalá que sus valoraciones y comentarios sean numerosos y me permitan aprender de mis propios errores. Espero que tengan buena aceptación y les hagan pasar un buen rato de lectura tranquilo y placentero.

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    Me ha parecido bien. Entretenida y tierna.
    No es el tipo de tema que suelo leer, pero me gusto otra obra del autor (mmorpg) y tuve curiosidad por esta otra suya.


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La primera segunda oportunidad - J. J. Garcia Cozar

Capítulo 1. La amenaza

—Ansel, voy a devolver rápidamente un par de libros que tomé prestados para un trabajo del club de lectura. ¡Nos vemos en el aula! —dijo Edu mientras se empezaba a alejar hacia la biblioteca.

—Claro, tío, pero no te entretengas o llegarás tarde a la primera hora de clase —le respondió guiñándole un ojo.

Ansel tenía que caminar por los pasillos esquivando a los demás alumnos del centro, y muy especialmente a la hora de apertura, cuando esos espacios estaban masificados de jóvenes en movimiento, ya que él era muy bajito para su edad, intentando en todo momento que no lo atropellaran los demás estudiantes, más altos y corpulentos, que iban charlando y haciéndose bromas entre ellos, despistados y muy acelerados, buscando cada uno su aula.

—¡Ese Ansel, el mayor goleador de la liguilla de los seis centros! —dijo Javi con esa eterna sonrisa suya—. Felicidades por la victoria del pasado viernes. ¿Cómo estás, guapetón?

—Hola, Javi, me alegra verte. Pues estoy genial, muy contento. Nos costó mucho ganar, ¿sabes? ¡Uf! Pero lo conseguimos. ¡Y ya somos finalistas, por primera vez! —le respondió muy orgulloso de su equipo de fútbol.

—Flipante, toda una hazaña.

—Ya te digo, histórica.

—Aunque veo… que sigues ignorando mis consejos, hmmmmmm... Y eso no mola, Ansel. Te dije que cambiaras de zapatos, que esos tan viejos y gastados ya no se llevan, tío, ponérselos es un insulto al buen gusto. Y que olvidaras tu horrible peinado de la raya al lado, se parece al de mi abuelo y no te pega para nada —le recriminaba cariñosamente mientras se partía de risa y le señalaba la perfecta línea que separaba su pelo.

—¡Qué tío! Que yo soy asíííííí, Javi —añadió Ansel divirtiéndose mucho.

—Naaaaaah. Ponte mejor un pelo pincho con fijador o algo del estilo, que es más transgresor; algo que te dé… un aspecto más… salvaje, para compensar tu carita de ángel. Y puede que… —añadía mirándolo con detenimiento— rapándote un lateral y con una muesca en la ceja… incluso te hiciese más innovador e interesante; sip, ganarías personalidad, ¿no te parece? Y así estarías más atractivo para las chicas. ¡Piénsalo bien!

—Pues va a ser… que no —acabó contestando Ansel, provocando que ambos se rieran.

Javi era un chico muy popular en el centro, conocía a la gran mayoría de los alumnos del instituto y era muy querido y apreciado por todos; lo cual se notaba especialmente por los pasillos, cuando lo saludaban amigablemente y sonreían al devolverles el gesto. Su don de gentes era extraordinario, podía conversar con cualquiera de cualquier cosa; y es que, con su desparpajo y su simpatía por delante, conseguía ganarse a quién quisiera sin esfuerzo.

Además, también era muy conocido porque desde muy joven ya se sabía de su condición homosexual, que él mismo reconocía abiertamente con orgullo de manera muy natural; y esa actitud, tan transparente y encantadora, era claramente admirada por sus compañeros del centro.

—¡Mirad, chicos, Maripili tiene un nuevo novio! —gritó Fer en voz alta, burlándose de Javi con crueldad, intentando humillarlo públicamente por los pasillos mientras todos se mantenían a distancia—. ¿Ahora te gustan los enanos, princesa? —acabó diciendo con desprecio, provocando que sus siniestros acompañantes se rieran groseramente.

—Fer, por favor, no quiero problemas, déjame tranquilo —dijo Javi dirigiéndose a él con cierta inquietud y humildad.

—¡¡¡No me mires a los ojos, tarado!!! —le recriminó el grandullón alterándose mucho.

—Yo…

—Y supongo que seguirás alardeando de ser muy popular, de vestir con estilo, de ser divertido y cordial... ¡y todas esas mariconadas! ¡¡Qué patético!! ¡¡¡Me das asco, tío!!!

—Perdón, yo no quería... —pudo decir el chico muy asustado mientras bajaba la cabeza sumisamente.

—¡¿Dónde están todos esos amigos tuyos ahora?! ¡Dime! ¡¡¡Dime!!! —le gritaba Fer mientras le propinaba fuertes manotazos en la cabeza, despeinándolo a propósito, sabiendo que eso le haría daño y lo desquiciaría sobremanera—. ¡Qué ridículo resultas cuando los saludas sabiendo que a tus espaldas se ríen de ti y te llaman maricón! ¡¡¡Eres un mierda y un estúpido!!!

Ansel entró en un bloqueo mental severo mientras veía sufrir a su amigo Javi, el pánico se apoderó de su cuerpo y empezó a notar que no le respondía, solo podía quedarse quieto y mirar la cruenta escena sin intervenir; el miedo tan irracional que le producía aquel tipo no le permitía hacer nada más. Durante los siguientes segundos solo deseaba que no se fijara en él, que lo dejara en paz, pasar desapercibido.

Los dos que iban con Fer se reían de manera grotesca cuando insultaba al pobre chico, al que llevaba tiempo atormentando, cada vez que se cruzaba con él por los pasillos y no había profesores cerca, haciéndole pasar un auténtico calvario.

Los demás alumnos que estaban cerca y vieron el altercado, se quitaban de en medio a la velocidad del rayo, los mismos que lo saludaban al pasar y le sonreían cada día. Pero es que todos le temían demasiado, lo consideraban muy peligroso y nadie quería problemas con él; por eso ni le miraban ni hablaban, jamás, simplemente lo evitaban.

Ansel podía percibir como aquel enorme matón disfrutaba mientras lo torturaba, parecía que se sentía poderoso y se recreaba haciéndolo. Sus esbirros le reían la gracia y lo miraban como admirando su gran proeza, mientras no dejaba de hostigarlo incansablemente como si así ganase mayor prestigio entre los gorilas de su manada.

Dentro de la comunidad de alumnos del centro educativo, se sabía que entre ellos compartían un canal de chat gratuito accesible desde sus teléfonos móviles a través de una app de mensajería instantánea grupal. Esto era así para la inmensa mayoría, porque ya disponían desde tan jóvenes de este tipo de dispositivos, entre los que se encontraba Javi y muchos otros, prácticamente todos, menos Ansel, que no se lo podía permitir aunque le hubiese encantado por los videojuegos, Edu, que simplemente no lo quería porque estaba en contra del mal uso que se le daba en el instituto, y muy pocos más. Era un canal libre y abierto, no era temático, donde los alumnos comentaban lo que querían y se bromeaba mucho, o, al menos, al principio. En él no había profesores ni padres, se mantenía como secreto y para su uso exclusivo.

Hasta que un día Fer y sus amigos entraron en el grupo de charla, nadie sabe cómo, y mediante mensajes de texto molestaban impunemente a Javi, desde hacía tiempo y solo a él, diciéndole monstruosidades e insultos con actitudes claramente homófobas. Al pobre chico lo amenazaban por el canal con expresiones muy duras y sin sentido, como que todos los gays eran enfermos asquerosos que se creían los más populares y admirados cuando realmente eran unos tarados, que debían ser repudiados o que había que darles un escarmiento, expresiones lamentables e impropias de un canal juvenil. Además, esos mensajes de texto tan insultantes los ponían directamente en el canal público de los alumnos del instituto para que todos los leyeran, no eran mensajes privados que solo podría leerlos Javi o dirigidos a un pequeño grupo muy reducido; estaba claro que querían hundirlo socialmente y sin piedad.

Nadie respondía ni comentaba esos mensajes tan indignantes en el canal público de alumnos, excepto los cuatro que los ponían y se animaban a poner más, azuzándose unos a otros para ridiculizar y agredir sicológicamente al chico. Era evidente que su intención era la de desprestigiarlo delante de todos y quitarle esa merecida popularidad que se ganó por su forma de ser amigable, abierta y carismática, querían destruirlo a toda costa y sin ningún motivo aparente. Lo que tampoco nadie entendía, era cómo no se les expulsó del grupo, o por qué nadie se iba de allí para evitar leer esas atrocidades; quizás por miedo a represalias, quién sabe.

—¿Qué está pasando ahí? ¡¿Ya la estás liando otra vez, Fer?! —gritó un profesor con voz autoritaria desde la distancia, que pasaba en ese momento por el otro extremo del pasillo y se fijó al oír revuelo.

—Nada, maestro, estábamos bromeando; pero ya nos vamos —dijo rápidamente uno de los agresores que iban con él, mientras todos empezaban a desperdigarse dirigiéndose a sus respectivas clases.

Ansel, aún muy afectado y temeroso, consiguió llegar hasta su aula y se sentó en su sitio habitual de la primera fila sin ver al grandullón aparecer tras él, cosa que lo tranquilizaba enormemente.

Ya había sido testigo en otras ocasiones del acoso escolar de Fer sobre Javi, no era nada nuevo, pero siempre se ponía muy nervioso hasta llegar a bloquearse completamente y no reaccionar, no conseguía acostumbrarse a ver tanta maldad y odio sin razón, era algo que lo sobrepasaba.

Quedaban dos minutos para que sonara la sirena que anunciaba el comienzo de la primera hora de clase cuando, por sorpresa, un puño agarraba a su amigo Edu por el cuello justo cuando traspasaba la puerta del aula, y empezó a empujarlo hacia la pared interior dándole un golpe muy violento y estruendoso contra la pizarra.

—¡Eh, tú, idiota! —dijo Fer con voz amenazante, actuando de nuevo—. ¿Me hiciste las tareas como te pedí ayer?

—Se... se me olvidó, Fer —pudo responder Edu muy asustado, temblando de miedo—. Estuve... muy ocupado, tenía clase intensiva de Inglés... por la tarde.

—¡Maldito enano cabrón!

—Yo.... lo siento, se... me pasó.

—Pues no pareces tan listillo como dicen: el mejor expediente académico del instituto que ayuda a todos sus amigos con los estudios, todo un modelo a seguir de chico triunfador y solidario, bla, bla, bla. ¡Vaya gilipollez! —le seguía diciendo irónicamente, sometiéndolo delante de todos los compañeros de su clase.

—Me... haces... daño, Fer —le decía lentamente como podía, con mucha dificultad, casi ni se le oía, mientras mostraba una expresión retorcida de dolor y se llevaba las manos al cuello agarrando la enorme manaza de Fer.

—¡¿Dónde están esos buenos amigos a los que ayudas con los estudios en el recreo?! ¿Te salvarán a ti ahora? ¡Dime! ¡¡¡Dime!!! Son solo unos falsos que solo te miran porque todavía les resultas útil, y tú estás tan ciego que no lo ves. ¡Bah, no vales nada! No eres más que un enclenque cerebrito con cuello de lápiz.

—Fer, por… favor, casi... no puedo... respirar. ¡Aaaaaah!

—¡Como el maestro me ponga otro punto negativo por no haber traído de nuevo las tareas de Matemáticas hechas o llamen a mis padres...! ¡Grrrrrr! ¡Te vas a enterar cuando salgamos del insti! ¡Veremos de qué te sirven tus sesos cuando estén desparramados por el suelo!

Edu empezó a medio toser y su cara se iba tornando alarmantemente roja en una expresión de angustia aterradora. Le seguía apretando el cuello cada vez más, viéndose claramente que ya casi ni podía respirar, lo cual parecía que le resultaba aún más divertido a su acosador. Era algo siniestro, una pesadilla. Aunque en ese momento estaba sin sus amigos gorilas, Fer no cejaba en su empeño de torturar al pobre chico, disfrutando cada segundo, como un sicópata sádico y cruel.

Ansel no entendía lo que estaba pasando y sus nervios destrozados lo traicionaban de nuevo, no le permitían pensar con claridad. Pasaron tan solo unos minutos desde que lo vio atormentar sin piedad a Javi, y poco tiempo después ya estaba machacando a Edu con brutalidad delante de toda la clase. Su corazón se volvió como loco, palpitaba estruendosamente a un ritmo muy acelerado, demasiado rápido, sentía el bombeo incontrolado de su sangre por todo su cuerpo y el fuerte ruido que hacía lo asustaba mucho, parecía que le iba a estallar dentro de su pecho, literalmente. Y entró de nuevo en un estado de bloqueo mental aún más severo que el anterior, a un nivel que no había experimentado nunca antes, inimaginable.

Notaba como Fer actuaba sin miedo, con total impunidad, muy soberbio, sin que nadie hiciese nada para ayudar al pobre Edu, nadie, ni siquiera él mismo era capaz de reaccionar para socorrer a su mejor amigo. Seguramente el pánico los mantenía a todos como en estado catatónico, no los dejaba pensar con claridad.

Ansel veía a su amigo destrozado y temblando contra la pared, agarrado por el cuello cruelmente sufriendo mucho. Sentía la necesidad de ayudarle, pero no podía hacer nada, su cuerpo volvía a no responderle, era una situación crítica. Le entraban ganas de llorar por su impotencia ante tanta maldad volcada sin medida sobre Edu sin que nadie moviera un solo dedo para impedirlo. La situación le superaba, era demoledora.

Y en ese preciso momento comprendió que no era más que un mocoso al que la vida no le había preparado aún para una realidad tan cruenta como esa, estaba muy perdido ante tanta vileza sin sentido.

A los pocos segundos sonó la sirena de comienzo de la primera hora de clase, así que Fer lo soltó antes de que el profesor entrase por la puerta del aula y viese la comprometedora escena, parecía que su presencia aún le intimidaba, se fue a su sitio y esperó en silencio.

Edu se retiraba lentamente hacia su pupitre, con la cabeza agachada sin que nadie se acercase a ayudarlo, intentando desesperadamente recuperar el aliento muy angustiado mientras aquel gigantesco y despreciable ser no dejaba de vigilarlo, inmóvil, con una expresión intimidatoria terrorífica desde la última fila, alejado de todo y de todos.

Capítulo 2. El cobarde

Edu consiguió sentarse en su silla con los nervios rotos. Al intentar sacar el libro de Lengua de la mochila se le cayó al suelo, estaba muy alterado. Ansel, que se sentaba a su lado, lo recogió por él, se lo puso en su mesa y se lo abrió por la página del tema que tocaba ese día.

—Lamento mucho no haber hecho nada, Edu, me quedé sin saber cómo actuar. La verdad es que estaba bloqueado y tenía miedo —le dijo en voz baja a su amigo, apenado y arrepentido por su cobardía.

—Tranquilo, Ansel, esto es algo que tengo que solucionar por mí mismo; si hubieras intervenido, tú también tendrías un problema. Mantente al margen, Fer es muy peligroso, no arriesgues sin necesidad —pudo contestarle mientras cerraba los ojos, como resignándose a la cruz que le había tocado llevar.

—Está claro que no soy el héroe de leyenda que se enfrenta al maltratador de débiles y lo derrota como imagino en mis historias, la realidad es desgraciadamente muy distinta. Me quedé quieto, mirando, acobardado; me doy asco.

—No te preocupes por eso, reaccionaste igual que todos los demás.

—¡Me hubiera encantado partirle la cara a ese cabrón! Habría disfrutado cada segundo y me habría ensañado haciéndolo, tomándome mi tiempo... ¡Te odio, Fer! ¡¡Te odio a muerte!! —se dijo Ansel a sí mismo en voz muy baja, casi imperceptiblemente, avergonzado por su comportamiento.

El chico volvió a mirar muy preocupado a su amigo Edu, aunque también con cierta admiración por querer resolver su terrible situación sin ayuda, para no causarle problemas a ningún otro compañero. Le pareció un gesto extraordinario.

Fer siempre fue un alumno problemático, muy poco trabajador y cargado de amonestaciones, generalmente por mal comportamiento, conductas agresivas o por no realizar las tareas obligatorias de clase. Que era una pesadilla para Javi ya se sabía por todos desde hacía mucho tiempo, demasiadas veces lo descubrieron insultándole por los pasillos y siempre era indignante apreciar como lo humillaba sin ningún reparo; pero lo de Edu era nuevo, nunca lo vio en clase antes y jamás le comentó nada sobre Fer al respecto, algo muy extraño.

Su amigo de la infancia siempre le contaba todo lo que le pasaba que tuviera cierto interés, pero aquel día no le dijo nada, todo resultó una sorpresa muy desagradable. Ansel seguía sin comprenderlo y la duda le corroía por dentro; le daba vueltas y vueltas al asunto, pero era inútil, no obtenía las respuestas que buscaba.

A jóvenes tan diferentes casi nunca se les veía juntos charlando o jugando. Los alumnos buenos y estudiosos, y los alumnos problemáticos y vagos, siempre solían mantener la distancia, pertenecían a grupos de amigos distintos; por eso Ansel estaba tan sorprendido, no podía asociarlos en su cabeza.

La clase de Lengua transcurrió normalmente porque Edu disimuló su miedo y los demás se mantenían callados, sumisos y muy asustados. El profesor ni se dio cuenta del problema que tenía en clase.

El pobre chico estuvo a punto de informar al maestro sobre las amenazas que recibía de Fer, casi lo hace; Ansel lo conocía bien y se lo veía en su cara, la lucha interna que tenía, pero Edu dudaría en el último segundo por algún motivo y no dijo nada. Seguramente pensaría lo de siempre: que todos lo verían como a un chivato cobarde, por lo que ningún compañero confiaría más en él por miedo a que lo cuente todo a los profesores, y eso no lo deseaba bajo ninguna circunstancia, nadie quería eso. Acusar a otro nunca fue una opción bien vista socialmente entre los alumnos del instituto.

Para Edu, desde siempre, era muy importante lo que pensasen sus compañeros de él, así que seguramente prefirió callarse por ese motivo y porque no quería preocupar a sus padres sin necesidad, cosa que cualquier otro alumno buscaría evitar también a toda costa. Su actitud ante ese problema era la habitual.

Ansel cruzó los dedos para que el maestro de Matemáticas no revisara si Fer hizo las tareas en la sexta hora de clase del día, eso sería terrible para su amigo y las consecuencias podrían ser desastrosas.

Las tres primeras horas de clase fueron eternas para todos, hasta que por fin llegó el recreo. Los alumnos solían llevarse el desayuno preparado de casa o lo compraban en la cafetería del centro en ese tiempo, y salían a charlar al patio o se dirigían a sus respectivos clubes temáticos según las preferencias de cada uno.

Ansel avisó en el suyo de fútbol que no entrenaría con ellos ese día y empezó a dirigirse hacia la biblioteca a ver a su amigo, al sitio de siempre donde se reunían todos los miembros del club de lectura, pero él no estaba allí. El pobre chico pensó que seguramente prefirió quedarse oculto en algún sitio. Lo buscó durante un buen rato, pero no lo encontró, empezando a preocuparse muchísimo. Estaba claro que Edu no quería ver a Fer durante esa media hora ni encontrarse con él por accidente, estaría muy desprotegido. Así que Ansel volvió al aula y comprobó que su amigo ni siquiera se llevó su bocadillo, seguía en su mochila, algo no iba nada bien; probablemente solo quería desaparecer.

Al acabar el recreo volvió a verlo en clase, pero Edu no quería hablar, se limitaba a estar callado. Pasaron la cuarta y la quinta hora de clase muy lentamente, hasta que, a la sexta y última, entró el profesor de Matemáticas por la puerta y Ansel empezó a sentir que el estado de nervios de su mejor amigo se disparaba. Vio cómo Edu miró disimuladamente a Fer con una mirada de espanto, como expresándole sumisión para que no se preocupara. Pero este le devolvió una fulminante, terrorífica, haciendo un gesto con el dedo rodeando su garganta que luego colocó sobre sus labios silenciándolos, indicándole que no dijera nada o le cortaría el cuello.

Ansel interpretó claramente el diálogo mudo de miradas, así que le apoyó la mano en su hombro y lo miró muy preocupado, como animándolo a aguantar la hora, como para calmarlo.

—Tranquilo, que no pasará nada, no te preocupes —le dijo en un intento fallido de apaciguar el nerviosismo evidente de su compañero.

—Me estoy mareando, tío, me cuesta… pensar.

El profesor se sentó en su sillón, sacó el móvil que guardaba en su bolsillo mientras echaba un vistazo rápido a su alumnado, y se disponía a pasar lista cuando Ansel lo interrumpió con mucha educación y respeto.

—Maestro, Edu no se encuentra muy bien. ¿No debería irse a su casa?

El profesor de Matemáticas escuchó con atención sus palabras y seguidamente miró a Edu, que estaba muy pálido y tembloroso, manteniéndose en silencio sin levantar los ojos de su mesa.

—Edu, no estás bien, tienes mala cara. Pero, hombre, ¿qué te pasa? —preguntó el profesor visiblemente muy preocupado por el chico.

—No... lo sé, maestro. Pero... me siento… fatal —dijo Edu balbuceando con el rostro descompuesto, casi no se le entendían bien las palabras.

Su estado de nervios iba en aumento, todos podían apreciarlo claramente. Sin dudarlo ni un segundo más, el profesor sacó rápidamente un papel de su carpeta, lo rellenó y se lo entregó a Ansel dándole las instrucciones a seguir.

—Recoge las cosas de Edu, llévatelo a la conserjería de la entrada del centro y dale este documento a la conserje. Ella llamará a sus padres para que vengan a recogerlo.

—Claro, maestro.

—Tú quédate con él para que se sienta más cómodo hasta que aparezcan, simplemente dale compañía y vigila que no se ponga peor. Pero cuando lleguen y se lo lleven, te vuelves a clase. ¿Lo has entendido? —le indicó el profesor muy suavemente y con mucha claridad, para que se le entendiera sin dudas.

—Por supuesto, maestro, yo lo acompaño a la conserjería hasta que lleguen sus padres y luego me vuelvo a la clase.

—Eso es. Adelante, podéis iros.

Ansel recogió los materiales de la mesa de su compañero y se los guardó en la mochila, se la cargó a la espalda y ayudó a Edu a levantarse de la silla con sumo cuidado. Al chico le costaba moverse, su ansiedad se disparó a niveles imposibles, pero aun así se dejó llevar.

—Gracias, maestro —dijo Edu humildemente mientras se apoyaba sobre el hombro de su mejor amigo.

Edu dirigió una mirada discreta de reojo a Fer, sentado en el fondo más alejado del aula, que lo observaba callado pero expectante, como un depredador acechando fijamente a su presa, como analizando su comportamiento.

Todos tenían muy claro que si Edu lo denunciaba al profesor sería el fin de Fer, pero también sabían que las represalias posteriores podrían ser muy dramáticas.

Ansel creía que aquel grandullón confiaba demasiado en su habilidad para intimidar a sus compañeros, consiguiendo de ellos lo que quería sin esfuerzo usando el miedo como arma, pero esperaba que algún día le fallara y la gente se rebelase contra él sin piedad. Seguramente Fer esperaba haberlos asustado lo suficiente como para que no abriesen la boca, era su rutina diaria y se le daba bien hacerlo, siempre se le dio bien; y parecía que lo había logrado sobradamente dadas las circunstancias.

Se mantuvo callado casi todo el camino hacia la conserjería mientras acompañaba a Edu, reteniendo sus pensamientos con gran dificultad, dudando. Hasta que no pudo más y le dijo lo que pensaba.

—Esto tiene que acabar, tío. No sé cómo, pero no puede seguir así, o cada día en el instituto será una pesadilla para ti —le susurró al oído.

Edu, tras unos segundos, se paró, miró a su amigo a los ojos y le dijo resignado su opinión.

—No creo que tenga solución. Ese bruto está acostumbrado a aprovecharse y reírse de quién quiera, mira como tiene al pobre de Javi, y seguirá haciéndolo, porque tiene talento para eso. Solo confío en que se olvide de mí pronto o que… simplemente me deje en paz porque ya no le resulte divertido —le respondió en tono derrotista.

Ansel lo miró dándose perfecta cuenta de que estaba sufriendo terriblemente por dentro, en exceso, y esa situación le angustiaba, era su mejor amigo y por ello compartía su dolor. Hasta que, finalmente, decidió soltar algo que le rondaba por la cabeza desde el principio y no entendía.

—Pero... ¿por qué tú? Si tú eres muy… pacífico y callado, un buen alumno que ayuda a todos sus amigos con los estudios cuando lo necesitan. Además, no le has hecho nada a ese tío para que esté así contigo. No lo entiendo —le preguntó buscando respuestas imposibles para él.

Edu, curiosamente, esbozó una pequeña e irónica sonrisa en ese momento, casi imperceptible, como si le sorprendiera que Ansel tuviese dudas sobre ello, y, mirando al suelo, se sinceró con su amigo.

—Precisamente por eso, Ansel. Que sea pacífico es mejor para él, porque sabe que puede machacarme lo que quiera sin que le presente

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