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Saga El misterio de Sky Valley
Saga El misterio de Sky Valley
Saga El misterio de Sky Valley
Libro electrónico323 páginas3 horas

Saga El misterio de Sky Valley

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Bienvenido a Sky Valley, Georgia, una pintoresca ciudad situada en el corazón del Condado de Rabun, llena de frondosos árboles, vegetación, montañas y gente agradable. Es el paraíso terrenal, un lugar al que aspirarías a llamar hogar. Pero, vaya, hay gente que no es nada amable y este sitio que parece tan tranquilo contiene secretos.

Tras pasar siete años en París, Emmy ha vuelto a Sky Valley para montar su propia tienda de vestidos de novia y para ayudar a su padre, el famoso propietario de una cafetería y restaurador Troy Byrne, con una de sus cafeterías, Hora del café. Emmy se da cuenta de que ya nada es lo que parece, y que han cambiado muchas cosas desde que se fue.

Por ejemplo, su buena y vieja amiga Annabeth Meyer, que ahora se va a casar con su ex, Matthew Mills. Fue un romance relámpago, dijeron, y Emmy tiene que diseñarle el vestido, así como ayudarle con los preparativos. Pero hay otras cosas de las que Emmy tiene que enterarse…

También está Audrina, la ayudante de su padre, que parece una buena chica, pero tiene carácter, y Tripp Meyer, el padre de Annabeth, a quien Emmy siempre ha odiado. ¿Cómo van a influir ahora en la vida de Emmy?

Y luego está Daniel, el que fuera su novio, y la persona a la que Emmy considera el amor de su vida. ¿Pero sigue sintiendo lo mismo? ¿O tiene a otra? es más, ¿qué va a pasar ahora que Emmy ha vuelto? ¿Serán capaces de reavivar el fuego de su relación o se ha apagado para siempre? ¿Tienen futuro?

Emmy no planea quedarse en Sky Valley para siempre, pero con el cambio en los acontecimientos, supo que tenía que quedarse. Dos días después de casarse con Matthew, Annabeth murió delante de Emmy, y depende de ella asegurarse de que atrapen al auténtico culpable. ¿Pero cómo va a hacerlo cuando la policía la ve como una sospechosa? ¿Y cómo va a averiguar quién es el auténtico sospechoso cuando parece como si todo el que la rodea tuviera sus propios motivos para matar a Annabeth?

El conjunto de El misterio de Sky Valley es una novela de misterio que te enganchará. Desde descubrir quién mató a Annabeth hasta conocer sus secretos y los de la gente que la rodea. Únete a Emmy en esta inquietante aventura y descubre que la gente, buena o mala, tiene sus propias historias.

¡Lee ahora El misterio de Sky Valley! Es una novela que no deberías perderte.

IdiomaEspañol
EditorialBadPress
Fecha de lanzamiento12 nov 2016
ISBN9781507160367
Saga El misterio de Sky Valley

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    Vista previa del libro

    Saga El misterio de Sky Valley - William Jarvis

    Contenido

    Café, magdalenas y asesinato

    Capítulo 1 Nunca más una dulce niña

    Capítulo 2 Explosión del pasado

    Capítulo 3 La boda

    Capítulo 4 El café más infame

    Capítulo 5 Repercusiones

    Capítulo 6 Pensando bien las cosas

    Capítulo 7 Sangra

    Capítulo 8 Verdades retorcidas

    Capítulo 9 Otra vida perdida

    Capítulo 10 Más preguntas

    Capítulo 11 Una extraña en su propia casa

    Capítulo 12 Dudas

    Capítulo 13 Incoherencias

    Capítulo 14 La casa de la montaña

    Capítulo 15 ¿Culpable o no?

    Capítulo 16 Mentirijillas

    Capítulo 17 Veneno

    Capítulo 18 Todo conduce a esto

    Playas y café

    Capítulo 19 Contando los días

    Capítulo 20 Una excursión al Resort

    Capítulo 21 Sorpresa, sorpresa

    Capítulo 22 Bienvenido a mi vida

    Capítulo 23 Colorín colorado

    Capítulo 24 Nunca te he hecho nada

    Capítulo 25 Nunca se quedará contigo

    Capítulo 26 Aquí viene la novia

    Capítulo 27 Solo unos días más

    Capítulo 28 Creo que no me quiere

    Capítulo 29 ¿Todavía sientes algo por ella?

    Capítulo 30 Está muerto

    Capítulo 31 ¿Por qué pasa esto?

    Capítulo 32 ¿Me estás investigando?

    Capítulo 33 ¿Por qué no te rindes?

    Capítulo 34 Quiero dejarlo

    Capítulo 35 Escarlatina

    Capítulo 36 Esto tiene que terminar

    Caos en la mansión

    Capítulo 37 Un oscuro sueño

    Capítulo 38 La invitación

    Capítulo 39 Extraños encuentros

    Capítulo 40 Te veo en la mansión

    Capítulo 41 Ha vuelto a cocinar

    Capítulo 42 Fiesta en la mansión

    Capítulo 43 ¿Quién ha preparado los postres?

    Capítulo 44 Todo va a salir bien

    Capítulo 45 Ramos

    Capítulo 46 Tartas peligrosas

    Capítulo 47 Una cita

    Capítulo 48 Ten cuidado

    Capítulo 49 Haciendo la compra

    Capítulo 50 La acosadora

    Capítulo 51 Borrón y cuenta nueva

    Capítulo 52 ¿Cuánto le conoces?

    Capítulo 53 Esto estaba en la tarta

    Capítulo 54 Alergias

    Capítulo 55 Es mi hija

    La tarta asesina

    Capítulo 56 ¿Qué pretendes?

    Capítulo 57 Te bajaré los humos

    Capítulo 58 Cosiendo los lazos

    Capítulo 59 Sorpresa

    Capítulo 60 Vamos a ver a Jimmy

    Capítulo 61 La conversación

    Capítulo 62 Todavía sin respuesta

    Capítulo 63 ¿Qué es lo que quieres?

    Capítulo 64 Está en el hospital

    Capítulo 65 Un gran rompecabezas

    Capítulo 66 Tengo que verte

    Capítulo 67 Darle la vuelta a las cosas

    Capítulo 68 Pero, ¿por qué?

    Capítulo 69 El anuario

    Capítulo 70 Ella te quería

    Capítulo 71 Tienes que arreglar esto

    Capítulo 72 Muere, zorra

    Capítulo 73 Se acabó

    ***

    Café, magdalenas y asesinato

    Capítulo 1

    Nunca más una dulce niña

    Con su pelo rubio y unos brillantes ojos azules, Emmy se parecía mucho a una Barbie. De hecho, cuando su madre todavía vivía, siempre llamaba a Emmy su Querida Barbie. Siempre la veían como la niña dulce, inocente e inteligente, la que tendría un futuro brillante, pero que se quedaría en casa, en Sky Valley, porque ahí era donde encajaba.

    Sky Valley se encuentra en el condado de Rabun en Georgia. Es un pequeño lugar tranquilo cerca de las montañas que presume de una abundante vegetación. Los sauces, característicos de Georgia, eran grandes símbolos de lo seguro que se suponía que era ese sitio. Las casas eran principalmente cabañas modernizadas, todas de color marrón, beige y blanco. Tenían jardines y patios traseros, así como columpios. Y la casa de Emmy era una de las más grandes.

    Además, su familia era de las más famosas. Después de todo, tenían una cadena de cafeterías por todo Sky Valley, y una de ellas se encontraba a dos manzanas de su domicilio. La cafetería siempre ha estado ahí, incluso antes de que Emmy naciera. Era pequeña, con una fachada llena de rayas rosas y marrones, y un letrero que decía Bienvenidos, en letras blancas y cursivas, en la puerta. Se llamaba Hora del café, un nombre simple y modesto que hacía que los visitantes supieran lo que les esperaba.

    Básicamente, así era la vida en Sky Valley, o más bien cómo se suponía que tenía que ser. Tenía una imagen estereotípica americana que a veces hacía que Emmy sintiera náuseas. Y cuando su madre murió de cáncer unas semanas después de que se hubiera graduado en el instituto, supo que tenía que irse inmediatamente. Necesitaba cambiar de aires, y que hubiera aprobado el examen de ingreso en Diseño de moda en la Paris American Academy era una oportunidad que no quería dejar pasar. Así que, para sorpresa de su padre, decidió dejar Sky Valley y enfrentarse al mundo real.

    Eso había sido hacía siete años. Ahora con 25 tenía una buena carrera en el extranjero, pero al igual que lo había sentido con dieciocho años, sabía que tenía que volver a irse. En este momento tenía que volver a Sky Valley. Quería abrir su propia tienda de vestidos de novia y dejar que la gente de Sky Valley explorara sus opciones en lugar de comprar vestidos en la tienda que tuvieran más cerca.

    Emmy siempre había estado obsesionada con las bodas. Desde que era pequeña, soñaba con tener en un futuro su propia boda por todo lo alto. Había visto demasiadas bodas en patios traseros, era una ciudad pequeña y era lo normal, y también quería eso. Aunque, a veces, soñaba con tener su boda en un patio, porque toda princesa se merece un príncipe, ¿no? Incluso tenía un par de Barbies con vestidos de novia que se casaban con sus Ken.

    Había cambiado mucho desde entonces, pero su obsesión por las bodas no ha cambiado. Todavía le encanta mirar vestidos de novia y también diseñarlos, y precisamente por eso había vuelto. Sabía que tenía mucho que dar, y quería ayudar a la gente de su comunidad a hacer realidad sus sueños sobre el día de su boda. O algo similar.

    Y, bueno, su padre también le había escrito una carta un par de meses antes pidiéndole que volviera. Emmy se sentía culpable porque no había vuelto mucho desde que se marchó hace años, y su padre necesitaba un poco más de ayuda en Hora del café ya que Gloria, su ayudante, había tenido que volver a Savannah porque su marido estaba enfermo. Así que solo quedaban su padre y Audrina, una mujer mitad mexicana y mitad francesa de casi 30 años, llevando la cafetería.

    Emmy salió del taxi seguida de una maleta con ruedas. La saludó la fresca brisa de la mañana, y el olor a rosas estaba por todas partes. De verdad había vuelto a Sky Valley.

    Caminó hacia Hora del café, impresionada de que todavía estuviese en pie y de lo bonito y elegante que se conservaba. La palabra Bienvenidos parecía llamarla, pidiéndole que entrara y se enfrentara a lo que había dejado con dieciocho años.

    Emmy abrió la puerta y encontró a su padre, Troy Byrne, junto a una de sus amigas de la infancia, Annabeth Meyer, y su exnovio, Matthew Mills, que estaban al lado del mostrador de magdalenas. Había fotos de diferentes magdalenas y pasteles en las paredes. Emmy todavía reconocía la famosa magdalena de albaricoque y frutas del bosque de su padre, y la tarta de fresas y ruibarbo de su madre. También había expuestos coloridas magdalenas y macarons.

    —¡Emmy! —dijo Troy, y corrió a abrazar a su hija—. ¡Has vuelto!

    —Hola, papá. —Emmy sonrió. Luego miró a Annabeth y a Matthew y también les sonrió. Emmy y Matthew habían salido en el penúltimo año de instituto. Él era quarterback y ella Miss Popular. Básicamente eran un cliché, así que la relación terminó enseguida. Le había pillado engañándola con una chica de último año justo después de haber bailado juntos en su Baile. Emmy había ido un momento al baño y, cuando había salido a buscar a Matthew, le había pillado besándose con Sofia Moriety, de último año. Había roto con él inmediatamente.

    —¡No me dijiste que volvías hoy a casa! —dijo Troy—. Debería haber ido a recogerte al aeropuerto.

    —Nah, no pasa nada, papi —dijo—. Quería una entrada tranquila. —Sonrió. Emmy siempre tenía una dulce sonrisa.

    —No seas tonta —dijo Troy, y sonrió.

    —¡Emmy! —saludó Annabeth y corrió a abrazar a Emmy. Nunca habían estado muy unidas, pero se habían visto obligadas a pasar mucho tiempo juntas, especialmente cuando eran pequeñas, porque sus padres trabajan en la industria alimentaria y también habían sido amigos de jóvenes.

    Emmy sentía que Annabeth siempre la había odiado un poco. Bueno, tampoco es que ella le tuviera mucho aprecio a Annabeth, pero siempre sentía que Annabeth solo intentaba ser amable cuando había gente cerca. Probablemente había empezado a los seis años, cuando Annabeth quiso el papel principal en la obra infantil de El cascanueces, pero Emmy le había ganado. Luego, la rivalidad se había acentuado cuando Emmy se había graduado con honores en secundaria y cuando había salido con Matthew en penúltimo curso. Pero bueno, Annabeth tenía ahora a Matthew, así que no tenía nada que envidiarle, ¿no?

    —¡Oh, mírate! —continuó Annabeth, y cogió un poco del pelo de Emmy—. Estás genial. —Sonrió, apartando sus propios rizos morenos—. Tu pelo ya no te hace parecer una dulce niña. —Soltó el pelo de Emmy, que le llegaba por los hombros.

    —Puede que nunca fuera una dulce niña —replicó Emmy.

    —Eso no es verdad —intervino Matthew—. Eras dulce.

    Emmy lo miró y sonrió ligeramente. Todavía se cree superior al resto, pensó. También vio a Audrina, que estaba encargándose del mostrador, poniendo los ojos en blanco. Le sonrió ligeramente y Audrina le devolvió la sonrisa. Emmy miró a Matthew.

    —Y tú lo sabes bien, ¿eh? —dijo con coquetería.

    Matthew sonrió.

    —Por supuesto.

    Annabeth puso los ojos en blanco y carraspeó.

    —Oye, tenemos noticias —dijo y sonrió—. Cuéntaselo, Matty.

    —Oh —dijo Matthew—. Cierto —continuó—, eh...

    —Oh, venga —dijo Annabeth—. Bien, entonces se lo diré yo. —Sonrió y luego alzó su mano derecha, dejando que Emmy viera un anillo con un diamante enorme—. ¡Nos vamos a casar!

    —Guau —dijo Emmy—. Eso es genial. —Sonrió—. ¡Felicidades! ¿Y cuándo es el gran día?

    —Es dentro de dos semanas, en realidad —contestó Annabeth—. Estamos aquí para hablar con tu padre para que nos ayude con la tarta y lo demás... pensé que también podríamos ofrecerles unas preciosas magdalenas a los invitados y eso... Y, tal vez, ¿podrías hacernos unos macarons? Sabía que ibas a volver para ayudar a Troy.

    —En realidad, no he venido solo a ayudar a mi padre.

    —En realidad, Emmy está aquí para abrir una tienda de vestidos de novia —intervino Troy, sintiendo la tensión en el ambiente.

    —¿De verdad? —preguntó Annabeth, con un fuerte acento sureño—. ¡Guau, impresionante! —dijo de forma exagerada—. ¡Podrías hacer mi vestido! —Sonrió—. Estaría genial, ¿verdad? ¿Podrías hacerme el vestido?

    —¿Te casas en dos semanas y todavía no tienes vestido?

    —Oh, es algo repentino. —Annabeth soltó una risita—. Bueno, ¿estás dispuesta? Sí, ¿verdad?

    —Annabeth, acaba de llegar —dijo Matthew.

    —Sí, pero, sí, vale, claro —dijo Emmy—. ¿Por qué no? —Sonrió.

    —¡Oh, genial! —dijo Annabeth y la abrazó—. ¡Y tu padre y Audrina pueden hacer magdalenas y nuestra tarta de bodas, y todo va a ser perfecto!

    —Por supuesto. —Emmy sonrió.

    —No puedo esperar. —Annabeth se rio.

    Emmy sonrió. Ella tampoco podía esperar... no podía esperar a irse y volver a París, o a cualquier otro sitio.

    Estaba claro que iba a ser un día largo.

    ***

    Capítulo 2

    Explosión del pasado

    Emmy optó por quedarse en Hora del café aquella tarde, después de la hora del cierre. Le dijo a su padre que necesitaba algo de tiempo para ella y que no se quedaría en la cafetería hasta muy tarde.

    —Emmy —dijo Troy antes de salir por la puerta—, sé que ya no sabes cómo funcionan las cosas por aquí, pero no te preocupes... —continuó—, te irá bien. Podemos empezar a trabajar en tu tienda mañana. Podemos convertir uno de los despachos que tengo en casa en el tuyo.

    —Sí, gracias, papá. —Emmy sonrió—. Solo necesito un poco de tranquilidad por ahora —siguió y rio—, Annabeth puede ser problemática.

    Troy se rio.

    —Sí, es posible —dijo—. Bueno... de acuerdo... ¿te veo después?

    —Sí —dijo Emmy—. Gracias, papá. —Sonrió.

    Entró en la cocina y buscó ingredientes. Algo bueno de vivir en París era que había podido perfeccionar sus habilidades culinarias. Le encantaba especialmente elaborar sus propios platos y le gustaban las magdalenas de limón especialmente cuando se sentía deprimida.

    Abrió la nevera y, por suerte, encontró unos limones. Dispuso los ingredientes sobre la mesa: leche entera, azúcar, extracto de vainilla, nata líquida, ralladura de limón y zumo de limón. Luego procedió a precalentar el horno y usó papel de hornear para alinear los moldes de las magdalenas.

    En un cuenco, batió la harina y la sal, sin preocuparse de que su jersey de cuello vuelto y manga larga, y sus pantalones cortos de tiro alto acabaran llenos de harina. Batió cada huevo hasta que la mezcla quedó esponjosa y luego añadió la ralladura de limón junto con el extracto de vainilla. Olía bien y sonrió.

    Luego añadió harina, zumo de limón y leche a la mezcla y vertió la masa en los moldes para luego meterlos dentro del horno.

    De repente oyó el carrillón de la puerta. Alguien había entrado.

    —Maldición, Emmy —se dijo—. ¿Por qué se te olvidó cerrar la puerta con llave?

    Se limpió las manos con papel de cocina para ver quién había entrado y le sorprendió ver a Daniel, un viejo amigo del colegio. Bueno, también era más que un amigo. Habían salido en último curso, pero eran amigos desde hacía mucho tiempo.

    Daniel era muy simpático y servicial. También inteligente, además de guapo. Emmy pensó que estaba incluso más guapo ahora, su rostro parecía cincelado y aquel bonito hoyuelo de su barbilla le hacía parecer mucho más adorable. Sus ojos todavía la atraían, eran unos ojos de color avellana que siempre le hacían parecer misterioso.

    Pero por encima de todo, Emmy siempre recordaría a Daniel como un chico que de verdad la quería y que haría cualquier cosa por ella. Pero habían tenido que romper porque Emmy tenía que irse a París. Pero de algún modo había seguido pensando en él mientras estuvo fuera. Se preguntaba cómo estaba, qué hacía y si estaba con alguien o, Dios no lo quisiera, si ya se había casado.

    Y ahora estaba aquí.

    —Jesús —dijo Daniel. Sonó más parecido a su pronunciación inglesa—. Emmy —dijo—. Guau... guau... has... has vuelto.

    —Hola —murmuró Emmy.

    Se miraron un momento sin decir nada, y luego Emmy se dio cuenta de que no quería estar en una situación tan incómoda con él. Caminó hacia él y le dio un abrazo. No le puso mucha fuerza, pero, de algún modo, esperaba que supiera que se alegraba de verle. Sonrió.

    —Has vuelto.

    Emmy sonrió.

    —Sí —dijo—, he vuelto.

    —Perdona —dijo entre risas—. Perdona, he estado actuando como un idiota... solo estoy... sorprendido —dijo—. Tu padre me dijo que ibas a volver, pero no sabía que el gran día sería hoy...

    —La verdad es que él tampoco lo sabía. —Emmy sonrió—. Ya le conoces. Si le dijese que volvía, probablemente habría organizado una fiesta de bienvenida o algo así.

    Daniel se rio.

    —Sí, en eso tienes razón —dijo.

    —¿Qué haces aquí?

    —Oh, eso —dijo Daniel—. Me sorprendió que la cafetería siguiera abierta. Es decir, pasan de las 9... así que pensé que debía haber alguien aquí, ¿pero por qué? Así que decidí entrar y... sí, bueno, aquí estás.

    —Lo siento —dijo Emmy.

    —¿Por qué lo sientes?

    —No lo sé. —Emmy soltó una risita—. Es que... sí, en fin... he tenido un día largo.

    —¿Un día largo? —preguntó Daniel—. ¿Por qué? ¿Qué pasó?

    Emmy se encogió de hombros.

    —Bueno, cuando llegué, estaban aquí, hablando con mi padre de tartas para su boda y esas cosas, y cuando me di cuenta, Annabeth me estaba pidiendo que diseñara su vestido de novia... y ya la conoces, se vuelve un poco loca con los detalles.

    Daniel se rio.

    —Ya —dijo—, apuesto a que te pidió que le diseñaras el vestido inmediatamente.

    —Vaya si lo hizo —dijo Emmy—. Me dijo que quería parecerse a Grace Kelly.

    —Annabeth como Grace Kelly —dijo Daniel—. ¡Eso sí que no me lo puedo ni imaginar!

    Emmy se rio.

    —Ya, ¿verdad? —dijo y sonrió. Era agradable tener una conversación fluida con Daniel.

    En ese momento, Daniel notó el olor a limón que salía del interior de la cocina.

    —¿Qué es eso?

    —Oh, Dios mío —dijo Emmy—, ¡las magdalenas! —Luego corrió a la cocina, seguida de Daniel, y llegó justo a tiempo para sacar las magdalenas del horno—. Uf —dijo Emmy mientras se limpiaba la frente con el dorso de la mano.

    —Guau, huelen bien —dijo Daniel—. ¿Magdalenas de limón?

    —Sí —respondió Emmy, tendiéndole una—. Era lo que me aliviaba el estrés en París —dijo—. Cuidado, están calientes.

    Daniel le sonrió y mordió la magdalena.

    —Está buena —dijo—. Guau... ¿tienes pensado venderlas? A la gente le encantarán, lo digo en serio.

    Emmy se rio.

    —No, no, la verdad es que no —dijo—. En realidad... planeo abrir una tienda de vestidos de novia. Voy a echar una mano por aquí, por supuesto, pero ese no es el plan principal... Papá dijo que podía usar uno de los despachos que tiene en casa así que... ya veremos...

    —Yo podría ayudarte —dijo Daniel—. Digo, bueno, con eso de montar el despacho. Tengo tiempo... no es que no esté haciendo nada con mi vida, ¿vale? —Se rio—. Solo... soy autónomo por el momento —dijo—. Cojo proyectos de escritura de vez en cuando. Lo de la arquitectura me cansó enseguida —dijo—. Cuando pude ahorrar decidí tomarme un descanso... al menos por un tiempo, luego veré dónde termino. —Sonrió.

    —Genial —dijo—. ¿De verdad me ayudarías? —dijo—. Digo, ¿no se enfadará nadie? No es que esté dando a entender nada, pero... bueno... Dios qué estoy diciendo...

    Se rio.

    —Relájate —dijo—. Para empezar, no estoy con nadie, si es eso lo que intentas decir... Ha pasado un tiempo... ¿Y tú?

    —No, tampoco estoy con nadie —dijo—. Qué gracia, no he ido en serio con nadie desde hace mucho tiempo... Después de ti solo hubo un chico en la universidad, pero fue... un poco locura...

    —¿Por qué? ¿Qué pasó?

    —Estaba casado.

    —Oh.

    —Yo no lo sabía.

    —Oh —volvió a decir Daniel—. Bueno... al menos ya no estás con él.

    —Sí —dijo—. Aunque fue algo surrealista que su mujer me atacara en un lugar público... Me llamó puta y esas cosas, pero supongo que me lo merecía.

    —Eh, no lo sabías.

    Se encogió de hombros.

    —Pero pensaba que estarías casado.

    —¿Yo? —Sonrió—. Nah... Pensaba que Ruby y yo íbamos a durar, pero... hay cosas que no están destinadas a pasar.

    —¿Quién es Ruby?

    —La conocí en la universidad —dijo—. Estudiaba Administración y dirección de empresas. Era genial, simpática y dulce —dijo—. Estuvimos juntos años, pero rompió conmigo porque, según ella, parecía que a mí me seguía gustando otra —continuó—. Me dijo que cada vez que estaba conmigo parecía como si yo estuviera pensando en otra y, por supuesto, eso le hacía sufrir.

    —Ya veo... —dijo, y se quedaron callados un momento. Emmy pensó en lo que había dicho Ruby. Por muy egoísta que pareciera, deseaba ser aquella de la que hablaba Ruby, porque siendo realistas, Daniel era su gran amor y, aunque había sido culpa suya que hubieran terminado, deseaba haberle dejado huella.

    En realidad, Daniel había querido que siguieran juntos, pero ella había preferido no hacerlo porque no creía en las relaciones a distancia y quería empezar de cero.

    Oh, a veces podía ser tan complicada.

    —Bueno... —Daniel volvió a tomar la palabra tras comer otra magdalena—, ¿qué te parece que Matthew y Annabeth se vayan a casar?

    Se rio.

    —No lo sé, Dan —dijo—. Me parece bien. Digo, se merecen —dijo—. Vale, eso ha sonado mal...

    Él se rio.

    —Oye —dijo—. Tienes razón.

    Se miraron y estallaron en carcajadas.

    —Te he echado de menos —dijo Daniel—. En serio.

    Ella le sonrió.

    —Yo también te he echado de menos —dijo.

    —Bueno... —dijo—, ¿puedo llevarle una de esas magdalenas a nana? —preguntó, refiriéndose a su abuela—. Le

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