Cortoletrajes: 20 historias en pesetas
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«20 historias cortas que te harán reír, llorar y disfrutar volviendo a los tiempos en los que todavía vivíamos "en pesetas".»
Cortoletrajes reúne veinte relatos, diez de ellos premiados en diferentes concursos literarios. Veinte historias escritas en los años 80 y 90, cuando pagábamos en pesetas y existían los carretes de fotos, las cabinas telefónicas, las máquinas de escribir...
Aunque muy diferentes entre sí, los relatos cuentan con un estilo propio en el que la tensión narrativa sumerge al lector en las historias para que viva, junto a los protagonistas, sus éxitos y sus fracasos.
La locura, el amor, la traición, el paso del tiempo todo ello está presente en Cortoletrajes. También la ironía, la magia, los toques surrealistas... Veinte relatos en los que nada es lo que parece y en los que la sorpresa final está garantizada.
José Luis Cantalejo
José Luis Cantalejo nació en Madrid en 1961. Licenciado en ciencias de la información por la Universidad Complutense, comenzó su carrera periodística en el desaparecido diario Pueblo. Ha sido colaborador y redactor de diversas publicaciones como Madrid Semanal, Disco Show, Protagonistas o Pantalla 3, entre otras, y subdirector de la revista Cuadernos Económicos. En la actualidad trabaja en la dirección de comunicación de una entidad financiera. En su faceta de escritor, ha obtenido premios en una decena de certámenes literarios, entre ellos el Clarín y el Julio Cortázar. Además, ha publicado relatos breves, junto a otros autores, en las antologías Todo o nada, El festín de las letras, Seres reales, seres imaginarios y Cuentos Irreverentes.
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Cortoletrajes - José Luis Cantalejo
Título original: Cortoletrajes
Primera edición: Septiembre 2015
© 2015, José Luis Cantalejo
© 2015, megustaescribir
Ctra. Nacional II, Km 599,7. 08780 Pallejà (Barcelona) España
Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta novela son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados en esta obra de manera ficticia.
Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos en la ley y bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a Thinkstock, (http://www.thinkstock.com) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.
CONTENIDO
LOS CISNES DEL MOLDAVA
TAMBIÉN SE VAN AL CIELO TODOS LOS GARBANZOS BUENOS
LA LUZ DE SARAJEVO
EL FUEGO ETERNO
LA TRAICIÓN
EL ARQUITECTO DE SU MAJESTAD
JAQUE AL REY
LOS GUANTES
EL ÚLTIMO GOL ANTES DEL TRUENO
HUEVOS IMPERIALES
FANTASMAS SOBRE EL ARNO
LA GRAN FAENA DE FRASCUELO
SEVILLANAS PARA FLORENCE
LA NOCHE MÁS AROMÁTICA
LA CÁLIDA SONRISA DEL VIENTO
LA BODA
TRES DIOSAS
A UN MINUTO DE LA MAGIA
LA GUERRA DE LOS DEMONIOS
LA PENÚLTIMA CENA
SOBRE EL AUTOR
LOS CISNES DEL MOLDAVA
Primer premio del IX Certamen de Narrativa Asociación Cultural Canónigos
. La Granja de San Ildefonso (1991)
LOS CISNES DEL MOLDAVA
Praha-Holesovice. Un nombre complicado que, sin embargo, sonó en sus oídos como música celestial. La vieja estación del norte de Praga le abría por fin sus brazos. Cuarenta años esperando. Cuarenta años soñando -noche sí, noche no- con las luces lejanas de la capital checa. Ahora esas luces estaban allí, delante de sus ojos. El pitido del tren, al entrar en la estación, le convenció finalmente de que el momento era real.
Praha-Holesovice no era, desde luego, Madrid-Atocha. Ni falta que le hacía. Desconchones en los muros, polvo en las farolas, uniformidad en las miradas…Una cantina cerrada advertía que no era aquel, precisamente, un paraíso de consumo. Pero bastaba con elevar la mirada para encontrar estrellas. Cientos de ellas iluminaban la noche de Praga. No, no era Madrid. Definitivamente. Un olor característico le hizo comprender que el espíritu de aquellas vías y de aquellos muros estaba más cercano al de otro lugar: la vieja estación de su
Toledo. También el cielo era el de una Ciudad Imperial.
Una sola maleta. Y le sobraba. El corazón de un profesor de Instituto cabe en cualquier sitio. Más aún si es toledano y acaba de jubilarse. ¿Por que había retrasado tanto este viaje? ¿Por qué no había aprovechado unas vacaciones cualesquiera? ¿Quién sabe? Tal vez era un premio que siempre quiso guardar para su vejez. Tal vez las clases de Literatura, las preguntas de sus alumnos, sus enfados…eran algo demasiado importante como para compartirlo. Nunca le gustó hacer paréntesis. Soltero empedernido, enseñar Literatura había sido el gran amor, la gran compañera de su vida. Ahora, viudo forzado de ella, tenía fuerza moral para pecar. Y el pecado era, para él, dar rienda suelta a sus sueños…Praga. Su pasión oculta. Su amor secreto. Su locura. Su obsesión, desde que Goethe le habló de ella a través de las páginas de un libro.
Goethe fue un gran enamorado de Praga. La definió, en una ocasión, como "la gema más hermosa de la diadema del mundo. Pero no fue esta frase, tal vez demasiado barroca, la que le embrujó. Cuarenta años atrás, preparando una de sus clases, leyó de labios impresos del poeta alemán, que
los cisnes pasean el alma de Praga por las frías aguas del Moldava". Enamorado, entonces, de la vida, del mundo, de Goethe y hasta de una mujer que jamás se fijó en él, la visión de aquellos cisnes en el atardecer de una ciudad desconocida y lejana penetró profundamente en su corazón. El deseo de hacer real aquella imagen, en la retina de sus ojos, se convirtió en una obsesión…y en una meta.
El taxi hasta el hotel era la penúltima etapa. Un viaje capicúa. Taxi también hasta la estación de Toledo. Después, todo ferrocarril. Recordó las etapas con mimo, casi con cariño. Primero Madrid, familiar y rutinaria. Camino de Irún, los nervios del principiante. ¡A sus años! Después, hasta Lyon, llanuras tras el corazón y tras la ventanilla. Dos pitidos más y…¡Alemania! Goethe se sentó a su lado, a pesar de la gruesa bávara que ocupaba el asiento. Stuttgart y Nuremberg le saludaron. ¡Qué confianza inspiraba la compañía del genial poeta! Y, al fin, suelo checo. El atardecer sobre los bosques le había hecho pensar con fuerza en sus cisnes. ¿Atardecería también sobre ellos?
El brusco frenazo del vehículo le devolvió, casi, a la realidad. Hotel Koruna. Sonaba bien. Un pago apresurado y, seguramente, generoso en exceso, despidió al taxista. En recepción solicitó que le señalaran la dirección del hotel sobre el plano de la ciudad. ¡Perfecto! El punto ideal para pasear un poco por la mañana, comer algo, y llegar a orillas del Moldava cuando el madrugador atardecer checo iniciara su reinado. Tal y como lo había soñado siempre.
Ahora tocaba dormir. El sueño de una noche por cuarenta años de espera. La habitación parecía haberle aguardado durante todo ese tiempo. Y más. Polvo elegante madurando con el paso del tiempo. Como él mismo. ¿O era aquello un regreso a la juventud? Tal vez no era más que la última travesura del niño que correteaba por las callejas de Toledo. Del Cristo de la Luz a la Catedral. -¡No vuelvas tarde, que tu padre ya sabes…!-
La noche fue mágica. También inquietante. Como una de Reyes. Los calcetines colgando de la chimenea. Igual que entonces. Soñó agitado por el traqueteo de no se qué extraño ferrocarril. Las ventanillas de su cerebro eran transparentes. Y al otro lado bosques. Y lobos. Y la Catedral de Nuremberg a lo lejos, con sus agujas emergiendo de las copas de los árboles. Después, Toledo se acercó a Praga. Y se besaron tiernamente, como dos novios en los muros de San Juan de los Reyes. Goethe miraba la escena y él quería explicarle la trágica historia del Alcázar de Carlos I. Pero el poeta no estaba por la labor. Se fue del brazo con aquella mujer que le atolondró en su juventud, a orillas del Tajo. El humo de la locomotora terminó cegándolo todo… Y amaneció.
Saltó de la cama y miró el reloj. ¿Marcaría la misma hora que la oficial de allí? ¿Qué más daba? Los rayos del sol entraban en la habitación a través de la persiana. Ellos serían su reloj.
Se asomó con cautela por la ventana. Como quien desenvuelve un regalo intentando alargar la emoción al máximo. Sólo se veían los edificios de enfrente. Residencias barrocas del barrio de Stare Mesto, supo más tarde. Un ruido peculiar le hizo bajar la mirada. ¡Caramba, un tranvía! Una especie casi olvidada. Pensó que el ajetreo de la calle era sorprendente.
Le sobraba tiempo. Así que repasó bien su plano antes de bajar a desayunar. El hotel estaba en pleno Stare Mesto, el centro gótico de Praga. A unos dos kilómetros, hacia el Oeste, el Moldava serpenteaba en forma de enorme interrogación, separando la parte llana de la ciudad, en la que él se encontraba ahora, del Hradcany: el distrito medieval del Castillo, aupado sobre unas suaves colinas que defendieron la ciudad a lo largo de los siglos. En sus laderas, el histórico barrio de Mala Strana, con las mejores cervecerías de Praga, según le habían asegurado; lo que era casi tanto como decir las mejores del mundo, junto a las de la no lejana ciudad de Pilsen.
No era cuestión de cometer errores. Demasiado larga la espera de aquel día. Por eso planificó cuidadosamente todo su recorrido. Por la mañana, que dictasen el camino sus pies. Sin rumbo fijo, pero con cuidado de no ir demasiado hacia el oeste, aunque la voz del río le llamara tras las esquinas. Después de la comida, con el sol en descenso, sería el momento de lanzarse a la meta. Con el plan aún rondando por su cabeza, por un momento dudó de su salud mental. La seguridad de que su aventura era absolutamente anónima le tranquilizó.
Desayunó por puro trámite. No eran proteínas ni calorías, precisamente, lo que necesitaba su cuerpo en aquellos momentos. Saludó en alemán al recepcionista que, cortésmente, le devolvió el saludo en inglés, y salió al encuentro de Praga. No cabía ya la marcha atrás.
Na Prikope
, rezaba el letrero de la calle. Caminó por ella lenta, pausadamente, saboreando cada paso, cada mirada, cada guiño del sol. La gente no le era desconocida. Sus caras, sus ropas, eran como las de sus convecinos toledanos. Pero no los de ahora, sino los de hace algunas décadas. Pensó con cierta amargura que, tal vez, la posguerra había durado demasiado allí.
Al cabo de unos minutos, un impresionante edificio barroco apareció ante sus ojos. Era el Museo Nacional Checo. A su derecha se extendía una gran plaza rectangular, casi una avenida, con un hermoso bulevar en medio. Consultó su plano: Plaza de San Wenceslao. La atravesó en dirección oeste comprobando que, ciertamente, su longitud la convertía más en avenida que en plaza.
Por un momento volvió al tren y la imagen de la estación de Stuttgart apareció de nuevo en su mente. Quizás era que Goethe regresaba para acompañarle en su paseo. Sí, le sentía otra vez junto a él. Igual que durante los cientos de kilómetros de vía recorridos por suelo alemán.
Recordó los versos y a su rostro asomó una mueca de preocupación. Los cisnes que Goethe había cantado tenían casi doscientos años. Los vio volando sobre los tejados de Praga y precipitándose contra el suelo con violencia. Tal vez ya no había cisnes en el Moldava. ¡Demonios! Jamás había pasado por su cabeza tal posibilidad. Y, sin embargo, no sería tan extraño. Se estremeció con la idea y se obligó a sí mismo a olvidarla rápidamente.
La propia ciudad le ayudó. Y lo hizo guiándole -con la complicidad del gran Juan Wolfang- a la impresionante plaza de la Ciudad Vieja, la casi impronunciable Staromestske Namesti: toda la historia del arte europeo de los últimos ocho siglos reunida en una sola plaza. Edificios góticos, renacentistas, barrocos, de estilo veneciano, neoclásicos…hasta una gran escultura de corte típicamente leninista, última invitada a aquella majestuosa reunión.
Escapadas de un cuento de brujas, hadas y dragones, las dos agujas negras de la Iglesia de Thyn se erguían apuntando al cielo checo. Las contempló largo rato desde el centro de la plaza y supo que conocían bien a sus hermanas de la Catedral de Toledo. Piedra de idénticos siglos, labrada de forma diferente por almas gemelas. Por eso el Arte era universal.
Arriba, el sol estaba alcanzando su cumbre. Había que pensar en buscar un establecimiento para comer algo. Una tarea que, en la Praga de comienzos de los ochenta, podía no resultar sencilla. Así que abandonó Staromestske Namesti y avanzó hacia el barrio judío. Sombrío, solitario y apacible, el viejo Ghetto de Praga también era Toledo. Una vez más, tuvo la sensación de que volvía a estar en casa. Tal vez nunca había salido de ella.
Sinagoga del gótico temprano. Ayuntamiento judío. La pintoresca Torre del Reloj…Evocó entonces su
mezquita. La del Cristo de la Luz. ¿Piedras enfrentadas? ¿Habría también guerras en el Arte? No, sin duda. Sólo malas interpretaciones.
Miró el plano y descubrió que estaba cerca del río. Cerró los ojos y volvió a ver cisnes. Esta vez hundiéndose en las frías aguas del Moldava, que cerraban después su superficie en una atroz orgía de hielo. No.