Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

Tiempos viejos: ¿Te acordás hermano?
Tiempos viejos: ¿Te acordás hermano?
Tiempos viejos: ¿Te acordás hermano?
Libro electrónico216 páginas2 horas

Tiempos viejos: ¿Te acordás hermano?

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

Julio Benítez abrazó el oficio de periodista luego de jubilarse, y ese hecho lo cargó de una doble virtud: investiga con la energía y la dinámica del joven periodista y escribe con la sapiencia que otorga la madurez. Como en un rompecabezas, cada capítulo de Tiempos viejos es una pieza fundamental, necesaria, para comprender el cuadro completo. Benítez retrata con fidelidad un tejido formado por historias y personas a través del tiempo y que se fortalecerá, naturalmente, en la continuidad con los lectores.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento12 abr 2016
ISBN9789876991247
Tiempos viejos: ¿Te acordás hermano?

Relacionado con Tiempos viejos

Libros electrónicos relacionados

Memorias personales para usted

Ver más

Artículos relacionados

Categorías relacionadas

Comentarios para Tiempos viejos

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    Tiempos viejos - Julio Benítez

    Benítez

    Julio Benítez: Cuando el hombre recupera al hombre

    Julio Benítez es una excepción a la regla del periodismo y la investigación. Transitó su existencia sin saber cuál era su verdadera vocación. La encontró cuando la piel se estira y la memoria precisa de un aceitamiento neuronal. Se rejuveneció. Su madera de comunicador estaba escondida hasta que un día decidió presentarse en la Redacción de nuestro semanario (El Regional) y ofrecer un escrito. Aquello fue su disparador. Ya nada sería igual para él. Retrocedió en el tiempo y el hambre de información lo invadió. Cada cosa comenzó a establecerse con un nuevo valor. No es un escritor ortodoxo; ni de ampulosidad literaria. Lo sabe. Suple todo eso con una iniciativa que más de un estudiante de periodismo debería observar. Se ha convertido en un buscador incansable. No ignora que su aldea precisa de sus indagaciones. Nos pone en clima sobre la historia que nos envuelve. Cada semana permite darnos un baño de conocimiento, braceando entre la nostalgia y los hechos relevantes que constituyeron la identidad de Villa María. Hasta el ínfimo factor que para el ciudadano común puede pasar desapercibido, él sabe que allí hay una porción significativa del pasado. Y como un ave de presa, volará todo lo que sea necesario hasta obtener el objetivo.

    A lo largo de más de cinco años, cada semana una historia con su firma nos iba instruyendo. Pintando un paisaje. Y en su particular narrativa fuimos mezclando con la alquimia de los diferentes, desde el origen de nuestro terruño, pasando por los malones y sus cautivos; el ferrocarril -su otra pasión-, y esas venas de acero que nos trajeron el progreso. Allí les da vida a cientos de anécdotas; o nos describe los teléfonos en los tiempos fundacionales; la pistola certera de la Chiva Vázquez, el pistolero más renombrado que pisara esta comarca; el Molino Fénix y el desafortunado trabajador que quedó colgado en los aires; sus teclas como un certero topógrafo nos da la dimensión de lo que fue el Hospital Pasteur; o las grandes casas de comercios que el tiempo esfumó. Pocas cosas pueden quedar sin abordar. Benítez le corre al almanaque y va aunando el historial de una ciudad con sus hombres, algunos reconocidos y otros apenas emergidos del anonimato. Es la aldea y su colorido. Es Julito -como lo llamamos en el semanario- que nos sorprende semana a semana con una nueva y atrapante historia.

    En este texto de tapas duras, el primero de su autoría, queda condensada en una perfecta extrapolación de años, vivencias que involucran los tiempos existenciales de las generaciones que nos antecedieron. Atrapante y místico en el correlato de la ascendencia o descendencia. Benítez no claudica en perseguir al tiempo. Cuando lo toca le indica piedra libre para una nueva experiencia. Luego la tendremos toda acomodada en papel y tinta.

    Sin dudas, un ícono de la cultura del esfuerzo. Aquí transitaremos narraciones; descripciones de un ayer intemporal; remembranzas; antologías; relatos; rostros de hacedores y palabras que quedarán por siempre. Uno a uno los fue pincelando. A uno por uno los volvió a la vida en su alquimia de palabras y revoloteos de memoriosos que lo apoyan incondicionalmente.

    Un libro que en síntesis nos hará peregrinar por una ciudad que se fue, y la otra que llegó no hace demasiado. Ambas tienen el mismo nombre e idéntico origen. Julio pone los hechos en estantería. Los acomoda. Sopla para aventar el polvo. La sintaxis es nítida, legible, absolutamente recomendable. Esta metrópoli, por suerte, tiene buceadores que no descansan; que no se resignan… que saben que no existe pueblo que reniegue de su memoria.

    Los invito a recorrer cada página para descubrir que a veces se puede hacer encantamiento desde las teclas de una intemporal máquina… la máquina donde el hombre recupera al hombre. Todo un concepto que Julio descubrió cuando las siete décadas se le acunaron en los dedos. Por eso y la calidad del material, este desafío literario tiene una carga de reconocimiento que como él, son capaces de desfilar contra el tiempo sin perder el paso. Lo que no es poco decir.

    Miguel Andreis. Director de Semanario El Regional

    Fundación de Villa María

    Se puede afirmar que la pampa estuvo escasamente poblada antes de la conquista española.

    En el lugar donde surgiría o se fundaría Villa María existía un gran asentamiento llamado Yucat, que podría haber sido el paso de intercambio de personas y bienes en un amplio espectro del territorio de esta zona.

    El censo de 1869 mostró que nuestro país, de más de un millón y medio de millas cuadradas, era habitado por un millón y medio de personas, en su mayoría conchabadas en chacras y empresas rurales de pequeña escala.

    El principal hecho digno de mención, lo constituyó sin duda alguna la creación del Paso de Ferreira en algún momento del siglo diecisiete. Se trató de un paso del Camino Real, que seguía el curso del río Ctalamochita, y unía Córdoba con el litoral y el puerto de Buenos Aires. Podemos decir que el servicio de atención productiva consistía en atender las necesidades de las postas del citado Camino Real.

    Recién cuando fue gobernador el Marqués de Sobremonte (1784/1797), se incorporó esta parte de la provincia al desarrollo productivo. Fundó diversas localidades, entre las que podemos destacar a La Carlota y Río Cuarto, como baluartes defensivos contra el ataque de los aborígenes.

    A fines del siglo dieciocho esta provincia contaba, aproximadamente, con 38.000 habitantes, la mayoría en el N.O. La ciudad de Córdoba tenía unos 8.000 habitantes.

    Las postas mas importantes eran Fraile Muerto y Cruz Alta, contando además el Paso de Ferreira. Este recorrido del camino real albergaba a unas 3.500 personas,

    Por el año 1825, aproximadamente, se creó Villa Nueva, donde existía un rancherío, se cree, desde 1680. Las tierras para fundar este lugar de suma importancia militar las donó un propietario de la zona, don Javier Carranza.

    Villa Nueva fue un lugar de suma importancia militar, pues se instalaron unos 300 efectivos que integraban la línea de frontera.

    Esto generó indudable importancia comercial, ya que se formó un núcleo urbano, aparecieron nuevos habitantes, prestadores de servicios, comerciantes. Empezó a desarrollarse una producción agropecuaria estable para abastecer al nuevo núcleo urbano, se instalaron quintas y actividades de granja.

    El desarrollo de Villa Nueva, a la vez que fue punto de comunicación con otros centros productivos, tuvo importancia por ser centro militar.

    El 24 de diciembre de 1858, Villa Nueva cabecera del departamento se extendía en una y en otra ribera del Río Ctalamochita, que incluía a las pedanías de Fraile Muerto, Saladillo, Ballesteros, Cruz Alta, Arroyo Algodón y Las Mojarras que, once años de la fundación de Villa María, albergaba a 848 habitantes varones, tema sobre el que han tratado en sus respectivos libros los historiadores don Bernardino Calvo y José Pedernera.

    El 30 de agosto de 1846 tomó posesión de estas tierras del Paso de Ferreira don Mariano Lozano, que le fueron adjudicadas por ejecución hipotecaria efectuada a doña Bonifacia Moyano, por concurso civil iniciado el 1 de Noviembre de 1831.

    Luego, con esta documentación de mensura, deslinde y amojonamiento, el citado señor Lozano le vendió a su sobrino nieto don Manuel Anselmo Ocampo estas tierras de la margen izquierda del citado río, el día 17 de abril de 1861, según escritura ante escribano don Luis Molina. con una superficie de unos 24 kilómetros cuadrados, unos cinco kilómetros hacia los tres puntos cardinales, tomados desde los boulevares según plano realizado por el agrimensor don Santiago Echenique, y que registra como legajo 7, expediente 2, con fecha 10 de agosto de 1867 (ver Archivo del Departamento Topográfico de la ciudad de Córdoba).

    Según el libro Historia de Villa María de don José Pedernera, se podría tomar como fecha de fundación de Villa María la que figura estampada en el citado plano y que dice así: "Esta Villa, delineada el 10/8/1867 por el vocal Encargado del Dpto. Topográfico don Santiago Echenique, siendo Presidente de la Confederación don Bartolomé Mitre y gobernador de la Provincia de Córdoba el Doctor don Mateo Luque, está situada a la margen izquierda del río Ctalamochita, frente a Villa Nueva, y su posición geográfica próxima es 32º26´ de latitud sur y 65º22´ de longitud París". Este plano quedó archivado definitivamente el día 27 de setiembre de 1867, por lo que muchos años después, en 1955, el Comisionado Municipal señor Don Isidro Fernández Núñez decretó esa fecha como la de Fundación de Villa María.

    El plano demarcaba claramente el terreno que debería ser para el cuadro de la estación del ferrocarril. La escritura de la venta de este terreno se firmó en Córdoba el día 14 de junio de 1867, que también podría haber sido tomada como fecha de fundación, o el l de setiembre, día de la llegada del ferrocarril.

    El ferrocarril llegó y fue el medio más rápido para transportar las mercancías y pasajeros desde el oeste y luego desde el norte hacia el puerto de Rosario, para el embarque hacia Europa, y también el medio más eficaz para el intercambio entre los pueblos que atravesaban las vías.

    Es importante destacar que en Villa María el Ferrocarril Central Argentino fue punta de línea por casi tres años, tiempo en que, por razones económico-financieras de la empresa, estuvo demorada su construcción hacia el norte. Esto contribuyó a que se establecieran muchas personas, con distintos oficios y tareas, lo que hizo que se fuera formando un conglomerado importante, que sería el comienzo de Villa María.

    Dorotea Cabral, la cautiva

    La presencia de los conquistadores españoles en estas tierras americanas, generó un violento choque de razas, ya que los mal llamados indios resistieron hasta casi comenzar el siglo veinte, cuando el General Roca, Ministro de Guerra, decidió emprender el aniquilamiento masivo de todos los hijos y auténticos dueños de la tierra.

    En principio los indígenas colaboraron con los blancos proporcionándoles hasta el alimento, pero los conquistadores tenían sed de riquezas, y usaron de los nativos, contrariando lo dispuesto por el Rey, hasta exterminarlos haciéndolos trabajar en forma inhumana. Esto trajo como consecuencia la sublevación de muchas tribus, que se dedicaron al maloqueo, robando ganado, haciendo cautivos a niños y mujeres y lanceando al hombre que los enfrentaba.

    Por el año 1780, el Capitán José Domingo Cabral, perteneciente al ejército del Rey que estaba a cargo de la defensa de esta región, solicitó al Encargado de Tierras que le vendiera la ex Merced que perteneció a don Manuel Ceballos. Allí fundó una Estancia que llamó con su apellido, Cabral, ubicada un poco más al sur de la laguna denominada El Pejeo y atravesada por el serpenteante arroyito conocido desde entonces como Arroyo de Cabral, nombre que muchos años después adoptaría el pueblo a fundarse allí.

    José Domingo Cabral se casó con Ana María Correa, de cuyo matrimonio nacieron cinco hijos, pero en este relato nos interesa su hijo Luis Cabral quien años después se casaría con María Quiñonez, de cuyo matrimonio nació Dorotea.

    En el continuo soportar ataques de los indios, Villa Nueva dio todo de sí para los fortines y las defensas necesarias a fin de proteger a poblaciones y haciendas. A pesar de ello fueron muchos los cautivos blancos que se llevaron los indios hasta las lejanas tolderías sepultadas entre los bosques casi inaccesibles de los territorios pampeanos. Fueron pocos los rescatados después de la expedición del general Julio Argentino Roca, pudiendo citar a don Policarpo Buelba, raptado cuando era muy joven, quien, luego de estar otra vez entre los blancos, nunca dejó de usar la vincha pampa para sujetarse los cabellos cuando galopaba por los campos cercanos a Arroyo Cabral.

    También habían sido liberadas del cautiverio María González y Ángela Benavides, quien les contaba a los chicos que le preguntaban cosas, que ellas habían sido cautivas de los indios y que El Ejército Grande las había rescatado. Doña Ángela vivió hasta su muerte en la casa de la esquina de calles Libertad y Tucumán, de Villa Nueva.

    En la estancia Cabral, de 20.000 hectáreas, situada cerca de Villa Nueva, donde, entre otras tareas, se criaban potros para venderlos al Ejército Argentino, una mañana de 1864 se ennegreció el cielo de la pampa cordobesa por el polvo levantado por los animales silvestres al huir de los cascos de los corceles y ante el estridente alarido de cientos de voces indias que atronaban el espacio, rompiendo la paz y el silencio campesino, convirtiendo todo en una vorágine de sangre, pólvora, lanzazos y muerte. Eran los maloneros del cacique Salinero Calfucurá, que hacían sentir su rigor sobre la indefensa población pastoril del sur cordobés.

    Cañumil, el de las barbas de roble, yerno del cacique Calfucurá, fue quien, atravesando el patio de la estancia, alzó en sus fornidos y bronceados brazos a la dulce y tierna Dorotea, que recién había cumplido catorce años, con el ciclo escolar primario cumplido, y que según el Capitán Daza en sus Memorias Militares, era de tez blanca, cabello castaño claro y de ojos verdes como el agua de mar. Sus familiares y peones corrieron en su ayuda y muchos, sino todos, fueron muertos por las chuzas de los pampas, quienes dando salvajes alaridos se perdieron en lo infinito del desierto con su precioso botín de guerra.

    Si bien Luis Cabral y su esposa María Quiñones eran ricos, sus nombres no hubieran pasado a la historia sino hubiese sido por el rapto y cautiverio de su hija Dorotea.

    Aunque a esa edad no se piensa en el destino, seguramente aquella niña soñaba ya en su príncipe azul. Pero el que llegó para llevársela, no a un castillo encantado, sino a una lejana y sucia toldería de la pampa, fue un indio cobrizo y melenudo. Con su valor salvaje y su sed de malones, el joven cacique ranquelino distaba de ser feroz, y desde los primeros días tuvo para la delicada y bella cautiva atenciones desusadas, dándole preferencias y jerarquía sobre su media docena de esposas indígenas. Se casó con ella según el rito ranquel, es decir cruzando los brazos de la pareja en el aire, luego que se les había practicado una pequeña herida en cada uno, de manera que al unirse esas heridas, la sangre de ambos se mezcló frente a Huechahuentrú, el Dios Grande. El rudo guerrero la amó tanto que la llamó Pichi Maicono, que en lengua araucana significa Pequeña Paloma.

    Ya desvanecido el espanto de los primeros tiempos, Dorotea fue acostumbrándose a la vida de los toldos. Dio a luz tres hijos, dos varones y una mujer y la cautiva, cuyo pasado iba borrándose de su memoria, encontró en ellos todos sus amores.

    Quince años después, en abril de 1879, el capitán José S. Daza, con el Escuadrón 1

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1