Chañarcillo
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Chañarcillo - Antonio Acevedo Hernández
Viento Joven
e-I.S.B.N.: 978-956-12-2095-9.
1ª edición: febrero de 2014.
Gerente editorial: José Manuel Zañartu Bezanilla.
Editora: Alejandra Schmidt Urzúa.
Asistente editorial: Camila Domínguez Ureta.
Director de arte: Juan Manuel Neira.
Diseñadora: Mirela Tomicic Petric.
© 2010 por Empresa Editora Zig-Zag.
Inscripción Nº 195.462. Santiago de Chile.
Derechos exclusivos de la presente versión
reservados para todos los países.
Editado por Empresa Editora Zig-Zag, S.A.
Los Conquistadores 1700. Piso 10. Providencia.
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Santiago de Chile.
El presente libro no puede ser reproducido ni en todo
ni en parte, ni archivado ni transmitido por ningún medio
mecánico, ni electrónico, de grabación, CD-Rom, fotocopia,
microfilmación u otra forma de reproducción,
sin la autorización escrita de su editor.
Índice de contenido
Palabras preliminares
Chañarcillo: un viaje por la épica, la leyenda y el humanismo
Personajes
Etapa Primera
Etapa Segunda
Etapa Tercera
Cuadro primero
El derrotero
Cuadro Segundo
El Canto del Minero
Etapa Cuarta
Palabras preliminares
Chañarcillo: un viaje por la épica, la leyenda y el humanismo
Hoy en día, la zona del antiguo mineral de plata de Chañarcillo está constituida solo por ruinas que ocasionales turistas visitan en verano. Se ubica a 73 kilómetros al sureste de Copiapó y se compone de vestigios pertenecientes a su antiguo poblado –donde ya nadie habita–, su cementerio y los amplios terrenos de explotación del mineral. Pero en su momento se trató de un lugar pujante de vida y depósito de esperanzas de miles de personas que llegaron hasta ahí buscando la riqueza que aparecía en los generosos filones de sus cerros.
El mineral de Chañarcillo fue descubierto el 16 mayo de 1832 por el joven arriero y cateador Juan Godoy, hijo natural y mestizo. El relato dice que Godoy, tras perseguir a una manada de guanacos, se sentó a descansar bajo la sombra de un árbol (el carboncillo), cuando se fijó en una cueva que creyó pertenecía a las chinchillas. Extrajo de ella una roca de gran peso, que resultó ser un peñasco de plata pura. Para la época, no era un lugar de fácil acceso. Juan Godoy, su hermano José y el empresario Miguel Gallo realizaron los trámites para obtener la pertenencia minera ante el Juzgado de Minas e iniciaron su explotación.
Al poco tiempo, Chañarcillo se convirtió en el más rico yacimiento de plata que haya existido en la historia de nuestro país, creador de grandes fortunas e importante puntal económico de la naciente república. Generó valiosos hitos de progreso material: la aparición del primer ferrocarril chileno (tercero de Sudamérica), el nacimiento del puerto de Caldera y la inauguración de la Escuela de Minas. Su influencia en Copiapó (en aquella época era un pequeño pueblo de apenas dos mil habitantes) irradió al resto de Chile. Para el año 1842 contaba con la extraordinaria cifra de noventa y cuatro minas, de las cuales dieciocho eran de una enorme abundancia. Durante cuarenta años, entre comienzos de la década del 30 y hasta 1870, su explotación fue fructífera. Con diversos altibajos, el mineral continuó su producción la segunda mitad del siglo XIX, aunque ya no se producían las impresionantes cantidades de los años anteriores, debido al broceo
o desgaste del mineral.
Azar, aventura y peligro
El lugar se convirtió en una especie de tierra prometida, donde la posibilidad de un repentino y fácil enriquecimiento trastornó a muchos. Fue tal la avalancha humana que comenzó a llegar a Copiapó y al mineral, que rápidamente su paisaje se convirtió en un hormiguero heterogéneo de personas que provenían de ciudades cercanas y del resto de Chile, como también desde Argentina, Perú y Bolivia. Entre otros sucesos, ello desembocó en constantes robos, peleas, desorden y agitación. El azar, la aventura y el peligro eran parte del diario vivir, sobre todo en las primeras décadas. Según el cronista Jotabeche (José Joaquín Vallejo), He visto esta población, no de casas, sino de cuevas. He visto un cerro de agujeros redondos, semejante a un madero horadado por la polilla
.
Ante ello, la autoridad decidió aplicar severas medidas, como la Ley Seca, la prohibición de usar corvos o cuchillos y el destierro de las mujeres de los campamentos. Con los años, y ante el lamentable estado de la zona donde los hombres vivían prácticamente en madrigueras, el Presidente Manuel Bulnes autorizó la creación de un pueblo cercano al gran yacimiento, que se llamó Juan Godoy (1845). Contó con un cuerpo de policía, un teatro, un mercado, oficinas para el Estado, una iglesia y, posteriormente, una escuela. Hacia finales de 1870, el pueblo ya tenía una población superior a las siete mil personas. Con el tiempo se instaló una estación de ferrocarriles, un hospital y un trazado de diseño urbanístico.
A pesar de su consolidación como lugar habitable, Chañarcillo siempre fue una zona difícil y hasta arriesgada para vivir. En la obra de Acevedo Hernández, sobre todo en la primera parte, ello se refleja en el permanente estado de crispación y violencia que domina su desarrollo dramático. Así lo confirma uno de sus protagonistas, El Suave: El corvo, el cuchillo, Carmen, no es extraño al minero, como no lo es la uña maestra al puma… El corvo es la continuación del brazo, es cómo lo diría… es lo que refuerza la palabra, que así es como una escritura… Aquí los niños quieren tanto al corvo y desprecian tanto el dolor que juegan a la pulgá de sangre, que es un jueguecito que, como toos saben, consiste en pelear con un cuchillo al que se ha dejado libre solo una pulgá de fierro para que acaricie la carne
(40).
Uno de los fenómenos habituales, y que nunca desapareció, fue el de la cangalla, que consistía en el robo de las piedras de plata más valiosas desde los yacimientos, y su posterior reducción y comercialización a través de un circuito complejo que involucraba a muchas personas de la más variada índole: desde el modesto pirquinero que sacaba las rocas escondidas entre sus ropas, hasta el negociante de cuello y corbata de la capital.
Esta ocupación ilícita era perseguida sistemáticamente, igual que otras también abundantes: el juego, la prostitución y el tráfico clandestino de alcohol. En septiembre de 1836, por ejemplo, el juez del mineral le envió una carta al gobernador de Copiapó, donde le relataba las dificultades que tenía para controlar la actividad delictual: La tarde y noche del sábado, hasta la mañana del domingo los he consagrado incesantemente a la vigilancia; pero sin embargo de mis correrías por los ángulos del mineral, no he podido dar caza a la llamada Juana la Coquimbana. No obstante de haber inspeccionado personalmente las principales faenas de Pajonales, presumo por las noticias que he adquirido hoy, que esta osada mujer ha despachado sus licores a la oculta posición del Pan de Azúcar. Es increíble la cantidad de licores que se ha internado en el mineral. Descuelgan vagos y mujeres desde el Huasco con este abominable tráfico, y Copiapó no deja también de imitar tan pernicioso ejemplo
. Y aunque parezca increíble, incluso hasta hoy es posible ver cierto centelleo de los cerros cuando se pone el sol: se trata de algunas botellas de vino y aguardiente que reposan allí desde hace ciento cincuenta años.
Finalmente, junto a la cangalla y al licor ilegal, estaba el juego de cartas, que completaba un panorama bastante complejo de sobrellevar. En la obra de Acevedo Hernández se puede apreciar, justamente, esa atmósfera agresiva, donde el alcohol cumple un papel protagónico en la vida de algunos personajes. Igualmente, aparecen aquí prácticas de estafas e ilegalidades con el fin de conseguir dinero de manera fácil.
Con los años, en Chañarcillo abundaron los locales comerciales lícitos y establecidos, sobre todo las pulperías, como la que aparece en esta obra. Según relata el escritor Vicente Pérez Rosales en su libro Recuerdos del pasado, "Eran tantos los centros de activísimos negocios y