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Alicia y su viaje hacia el fin del mundo
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Libro electrónico187 páginas2 horas

Alicia y su viaje hacia el fin del mundo

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Información de este libro electrónico

En el año 2048 cuando la actividad humana está agotando los recursos naturales, y la mayoría de las especies de flora y fauna se han extinguido, dos viajeros del tiempo llegan a la Tierra, uno de ellos una testaruda adolescente enfrentará a una humanidad apática y a una perversa corporación extraterrestre con el fin de convencer a los últimos líderes del mundo de que el final de los tiempos ha llegado.
IdiomaEspañol
EditorialHipertexto
Fecha de lanzamiento1 feb 2016
ISBN9789584679949
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    Alicia y su viaje hacia el fin del mundo - Nelson Orjuela

    Catalogación en la publicación – Biblioteca Nacional de Colombia

    Orjuela, Nelson

    Alicia y su viaje hacia el fin del mundo / Nelson Orjuela. -- 1a. ed. -- Bogotá: Hipertexto, 2016.

    106 p.

    ISBN impreso: 978-958-46-7993-2

    ISBN digital: 978-958-46-7994-9

    1. Novela colombiana - Siglo XXI I. Título

    ISBN digital: 978-958-46-7994-9

    Primera edición, Bogotá

    Febrero de 2016

    © Nelson Orjuela.

    elcallsvom@hotmail.com

    Corrección de estilo

    Osmar Peña

    Editorial

    Hipertexto Ltda.

    www.hipertexto.com.co

    Calle 24A # 43-22. Quinta Paredes

    PBX: (571) 269 9950

    Bogotá, Colombia

    Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida ni total ni parcialmente o transmitida por un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, sin el permiso previo del editor.

    Hecho el DEPÓSITO LEGAL

    © Derechos Reservados

    Capítulos

    I

    II

    III

    IV

    V

    I

    Es un muelle de barcos viejos de mediano tamaño, un abuelo y su nieta caminan. El olor a mar invade el puerto, la luz tenue de una bombilla callejera —cuya luz parpadea— es lo único que alumbra la calle, una luz que parece morir. ¡Boris, Sr. Boris! —llama el anciano hacia un horrible y destartalado barco—, una lámpara de gas colgada en la proa alumbra tristemente la miserable embarcación; un hombre grande, arrugado y con un gran puro sale a recibirlo, se viste muy mal, con ropa vieja, sucia, descolorida, que además huele a sudor, ese hombre tiene el mal aliento de las personas que fuman mucho, Alicia siente asco frente al fuerte hedor de este hombre.

    Buenas noches, ¿cómo le va? Pensé que ya no iba a venir después de todos esos dólares que me pagó —le dice el viejo marinero al abuelo—. ¡Gracias, por haber esperado! Es que mi nieta y yo casi no llegamos, y este viaje es muy importante para culminar una tarea científica que mi nieta me ayudará a terminar hoy, dice apurado el hombre octogenario.

    Boris lo observa un poco intrigado, el anciano lleva en la mano un pequeño recipiente cóncavo hecho en madera, y con un palito de punta roma machaca algo mientras masca hojas verdes entre sus amarillos dientes. Llevan muchas maletas, dice viendo algunas cajas plásticas que cargan, la chica lo observa con fastidio, ¡abuelo, creo que se nos hace tarde y tenemos que salir ya!, dice mirando enojada al marinero, haciéndole sentir —sin ningún asomo de vergüenza— que es un entrometido.

    El marinero la observa curioso, ella viste una manta blanca de algodón, un cinturón del mismo material amarrado de manera simple, otra manta angosta pero en tonos grises y sandalias en cuero; además, terciadas en forma de equis, dos mochilas arahuacas en colores vivos y muchos collares de tonos amarillo y naranja. El cabello de Alicia es largo, lacio y negro azabache, su rostro es moreno, de ojos verdes intensos, su mirada es muy dura, su ceño está fruncido, pero su perfil es fino, casi pintado por la mano de un hábil maestro, que inspirado en la naturaleza creó tan salvaje belleza.

    ¡Bueno… adiós, el barco es suyo!. El señor Boris se retira caminando, va fumando su puro lentamente, cruza la calle y entra a un bar de mala muerte, algunos marineros y rufianes beben y fuman en las burdas mesas; la luz es baja, la salsa suena suavemente, el viejo marinero se sienta en la barra, pide una copa de ron y se la toma de un sorbo, se limpia la boca de forma ordinaria, mira hacia la nada, escupe al piso, camina hacia un teléfono, marca a emergencias y denuncia ante la línea de la DEA, un posible tráfico de drogas en la costa de Miami.

    El diminuto barco se mese sobre las aguas, su nombre mal escrito está casi borrado. Dentro, un anciano de 1.50 metros de estatura, de cara morena llena de arrugas quemadas por el sol, con un mentón sin afeitar de pelos blancos y negros, un gran bigote gris, y con el cabello largo que va más allá de los hombros, tiene una mirada noble, sus grandes ojos negros recuerdan la mirada inocente e inteligente de los gatos, ese hombre viste una manta blanca con dos líneas horizontales grises y amarillas. De pantalón, otra manta blanca hasta la rodilla amarrada con un nylon, en su cabeza lleva un sombrero hecho en algodón blanco de forma circular, alto; además, lleva terciadas tres mochilas arahuacas, en color marrón con figuras y diseños precolombinos; una grande, otra mediana y una más pequeña, está descalzo.

    El anciano se encuentra en la proa del navío, es el 4 de abril del 2010, observa el fondo del mar esperando que alguien salga. Una luz de luna alumbra las oscuras aguas, un extraño buzo emerge, viste un traje pegado al cuerpo que deja ver su delgada figura femenina, es de color negro pero al salir del agua se torna plateado. Esta persona no tiene tanques de oxígeno, solo un pequeña mascarilla que se encuentra pegada al rostro de aquella joven, una máscara azul turquesa, casi transparente. Al salir, se nota que lleva unas cajitas pequeñas, cristalinas y amarradas al cinto. El anciano la ayuda a subir, a quitarse la mascarilla; ella acomoda su largo cabello mojado, trae en sus manos un frasco que tiene forma de jeringa grande de vidrio azul. ¿Cómo te fue hija? —pregunta el viejo—, ella lo observa contenta, le muestra su frasco, lo agita; el anciano lo toma y lo observa contra la luz de luna, y muy preocupado dice: ¡El nivel es altísimo, hija!.

    Ella lo observa con interés y le responde con respeto: ¡La acidez del mar en esta zona aumentó demasiado, abuelo!, y ella le muestra las conchas de unos crustáceos que extrajo también del fondo marino, las coloca contra la luz, están casi cristalinas, mire abuelo, estas son las muestras de este día, saca unas conchas de otros crustáceos de una caja pequeña que cargaba: están mal, pueden verse sus cuerpos dentro, los depredadores acabaran con ellas fácilmente, sus conchas son muy débiles, la acidez las debilitó —dice la joven—; entretanto, el anciano saca una muestra de otro animal igual de una de las grandes cajas plásticas, la concha no deja ver su interior contra la luz, y comenta: Estas eran las muestras de nuestro último viaje, ¡en poco tiempo la acidez del mar ha empeorado demasiado!, el mar mece el diminuto barco, es el exceso de carbono en la atmósfera, es demasiado, y el océano no lo puede eliminar, se adelantó tres lustros la acidez del océano... ¡demasiado pronto! —murmura el viejo, preocupado—.

    El anciano busca en su maletín y saca una lámina de metal de unos quince por treinta centímetros de un milímetro de grosor, la coloca frente suyo y con su dedo en una de las caras, comienza a moverlo de lado a lado hasta que una luz sale de la lámina, grabando toda la información que en su cerebro se encuentra.

    Bueno, creo que completamos todos los datos que necesitábamos, hijita —dice el hombre octogenario—, ¡Abuelo, y ahora iremos más adentro del Golfo de México, a seguir con el estudio de la acidez en esa zona!, pero al terminar la frase, el ruido de un motor los interrumpe, es una lancha rápida de la policía, una voz entre cubana y norteamericana les habla por un altavoz: ¡Es la policía de Miami, las manos en alto, prepárense para ser abordados!.

    A lo lejos, se ve una luz intensa que se acerca a gran velocidad, el viento de las hélices de un helicóptero que llega produce olas que mueven la pequeña embarcación, uno de los policías costeros los filma con su videocámara, la chica observa asustada al anciano, los policías en la lancha rápidamente los apuntan con sus pistolas de nueve milímetros, de manera fuerte les van interrogando por el altavoz.

    ¿Quiénes son? ¿Qué hacen en esta zona costera? ¿Traen drogas? ¿Son ilegales intentando llegar a la costa de Miami?, grita descortésmente uno de los hombres.

    Arriba, algunos metros sobre sus cabezas, surge de la nada una luz blanca que se transforma en varios tonos de azul y luego aparecen destellos de una luz amarilla; en el centro de las luces, unas irradiaciones de color piel van tomando forma de mujer: cabellos largos, rubios, brillantes, que parecen delgados filamentos de oro que se mueven con un viento celestial; piel morena, acanelada, con labios gruesos, de color rojo intenso, ojos negros, dientes blancos y olor a flores de un bosque paradisíaco que logra que el corazón de cada hombre en las lanchas palpite rápido; se arropa de repente con una túnica blanca que se mueve con un extraño y cálido viento, dos blancas, hermosas y gigantescas alas de ganso salen de su espalda, su rostro es el más bello y armonioso que cada hombre que está allí ha podido ver en su vida, quedan hipnotizados por tan infinita belleza y no reaccionan, están incomunicados del mundo, ella ahora flota frente a cada uno de ellos, les acaricia el rostro y ellos sonríen.

    ¡Saltemos hija! —le dice el anciano a la chica—, y ambos saltan ante la mirada alucinada de los policías que quedan quietos, tiesos, hipnotizados, observando al infinito, ningún músculo de su cuerpo reacciona, mientras el anciano y la chica se hunden en el mar.

    Desde lo profundo del mar, se ve venir una extraña nave con dos luces azules en su base y en su parte superior, en el helicóptero están llamando a los hombres de la lancha por radio, pero no les contestan; el piloto observa que sus instrumentos de navegación empiezan a fallar, se vuelven locos y la lancha se queda sin energía, al mismo tiempo las luces emergen desde el fondo del mar junto al objeto que las emite, que es redondo y parece un gigantesco plato metálico gris.

    El helicóptero empieza a dar vueltas sin control sobre su mismo eje y se precipita al mar, algunos de sus ocupantes saltan y los otros intentan quitarse los cinturones de seguridad, mientras que sus aspas continúan girando al caer y se chocan contra el agua. Los hombres del helicóptero nadan hacia las lanchas, otros se sumergen para no ser tocados por las hélices, que aunque estén dobladas siguen dando vueltas rompiendo el mar; flotando frente a ellos queda un gran objeto volador en forma de plato, parece que los observa unos segundos, los que salen nadando del mar no lo pierden de vista, están impresionados al ver este objeto a unos metros de las lanchas, y de repente, con un zumbido suave —como el de una mosca— sube

    hacia las estrellas en tan solo unos segundos. Los hombres recuperan su movilidad y se miran asustados, uno de ellos saca su brújula la cual da vueltas rápidamente sobre su eje, los radios tienen una interferencia total, el policía de la videocámara graba los últimos segundos de tan extraño acontecimiento.

    No disparaste… ¿por qué?, le dice el oficial a un subordinado en la lancha de la policía, yo… no recuerdo, no sé. ¿Qué sucede? No recuerdo nada. Uno de los policías apunta con su dedo al cielo; la nave se observa como una estrella, hace un zigzag y tras trazar una luminosa línea recta desaparece en el firmamento ante sus sorprendidos ojos.

    El objeto volador crea un hoyo negro e ingresa a la esfera oscura y cristalina a unas 236.121,05 millas por segundo, los átomos de la nave y de sus dos ocupantes se separan y los mismos se deshacen en partículas, convirtiéndose en simple información; sus espíritus viajan en forma de energía junto a las partículas de la materia de sus cuerpos, y la nave -pasando a través del gusano espacial que precede- vuelve a reagruparse en partículas y luego en átomos, todo al final del hoyo negro. Sus cuerpos se forman al mismo tiempo que las cápsulas, y el fuselaje de la nave.

    Tan solo un segundo después, aparecen en otra época, una que es determinada por el enigmático anciano, quien descansa de manera horizontal en una cápsula transparente, en medio de una total ingravidez junto a un reactor circular, que más parece una columna redonda, empotrada de piso a techo en el centro de la redonda nave. Allí, todo es plateado, a unos metros está otra cápsula, donde flotando descansa la joven en estado catatónico temporal. El abuelo hace avanzar la nave tan solo con el deseo en su subconsciente, su pensamiento se une a Silvia, la computadora de la nave, por impulsos telepáticos y esta, mediante su avanzada tecnología, revisa sus funciones vitales, y pilotea los trayectos. Están entrando a la atmósfera de la Tierra, miles de kilómetros más allá y unos siglos atrás, se encuentran sobre una jungla, la nave frena por unos segundos y levita.

    ¿Abuelo dónde estamos?, pregunta ella recostada en su cápsula tras despertar, sin mover los labios y sin abrir los ojos. Por medio de la computadora cuántica de la nave, ellos pueden ver la espesa selva sobre la que están, pueden sentir su humedad y percibir la brisa, ver los árboles que los rodean y deleitarse con el aroma de las orquídeas que abundan en la zona.

    Alicia, llegamos a unos miles de años de la época en la que estábamos, en este lugar tengo unos amigos que deseo visitar, traje algunas semillas… Aquí, vive una antigua tribu ligada a tus ancestros, la nave desciende hasta una llanura, los dos pierden el estado de ingravidez interno en sus cápsulas y se levantan, se ven muy relajados, muy tranquilos.

    Al descender la nave, esta se vuelve totalmente invisible, se abre una puerta en el centro inferior y ellos descienden en medio de una luz blanca. Ella lleva terciada su mochila arahuaca y sus ropas tradicionales. Bueno, esos caballeros interrumpieron nuestra tarea, relajémonos, y otro día jugamos a que navegamos en barco —dijo el abuelo octogenario—. El abuelo se estira un poco, baja sus manos con los dedos estirados queriendo tocarse los dedos de los pies, truenan los huesos de la espalda, él intenta moverse, flexionar las piernas, pero sus huesos truenan mucho, la chica también siente el cuerpo pesado y casi no puede caminar, pero rápidamente logra normalizar sus músculos haciendo estiramientos y bromea ¡abuelito, cuidado se me desarma aquí!… ¡Esos policías…! Yo quería navegar un rato en el mar con esa luna tan hermosa. Ahora toca ir a navegar en barco otro día abuelo, dice la adolescente.

    La chica saca una lámina metálica que tiene funciones de cámara, esta contiene fotos de animales de todas las eras y de especies de plantas de todos sus viajes en la Tierra, en distintas épocas; la lámina es del tamaño y grosor de una tarjeta, funciona cuando ella la toca con su dedo índice y comienza a filmar el paisaje. El objeto digital graba lo que sus ojos ven y toma las fotos que ella desea tomar,

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