Nikki y el lobo solitario: Banskia bay (3)
Por Marion Lennox
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Nikki Morrissy se había mudado al precioso pueblo pesquero de Banksia Bay para empezar de nuevo. Alquilar parte de la casa del solitario y enigmático Gabe Carver no iba a distraerla de su tarea: empezar una nueva vida.
Gabe, a pesar de tener que compartir su casa con la atractiva Nikki, estaba decidido a seguir encerrado en sí mismo.
Hasta que un perro asustado y solitario aullando en medio de la noche hizo que, literalmente, chocasen el uno contra el otro. Cuando el pobre animal abandonado los miró, Gabe y Nikki supieron que iban a tener que unir esfuerzos para resolver aquella situación. De repente, sus planes de evitarse el uno al otro se habían derrumbado…
Marion Lennox
Marion Lennox is a country girl, born on an Australian dairy farm. She moved on, because the cows just weren't interested in her stories! Married to a `very special doctor', she has also written under the name Trisha David. She’s now stepped back from her `other’ career teaching statistics. Finally, she’s figured what's important and discovered the joys of baths, romance and chocolate. Preferably all at the same time! Marion is an international award winning author.
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Nikki y el lobo solitario - Marion Lennox
CAPÍTULO 1
HABÍA un lobo en la puerta.
Muy bien, tal vez no en la puerta, tuvo que admitir Nikki volviendo a la tierra. O más bien al sofá. Pero el aullido sonaba muy cerca y era el sonido más desolador que había escuchado nunca.
Dejó su taza sobre la mesa con cuidado, absurdamente contenta de no haber derramado una gota. Ahora era una chica de campo y las chicas de campo no se asustaban de los lobos.
Sí se asustaban.
Nikki intentó pensar con lógica: no había lobos en Banksia Bay, en la Costa Norte de Nueva Gales del Sur.
¿Sería un dingo?
Su casero no había mencionado a los dingos.
Pero claro, ¿cómo iba a mencionarlos?, pensó amargamente. Gabe Carver era uno de los hombres más taciturnos que había conocido nunca y desde que se conocieron lo único que había dicho era: «Firme aquí. El alquiler, el primer martes de cada mes. Algún problema, hable con Joe, en el embarcadero».
¿Estaría en casa?
Nikki miró por la ventana y sintió cierto consuelo al ver las luces encendidas en la casa de al lado. Bueno, en realidad no era la casa de al lado. Ella vivía en un apartamento que era parte de una casa enorme a las afueras del pueblo. Tres habitaciones habían sido separadas de la edificación principal para convertirlas en un bonito apartamento y su casero estaba al otro lado de la pared, aunque sólo compartían el porche.
Taciturno o no, pensar que Gabe Carver estaba en casa la animaba un poco. El rudo marinero parecía fuerte, capaz, poderoso… incluso daba un poquito de miedo. Si el lobo entraba en su casa…
Aquello era absurdo. Nada iba a entrar en su casa porque la puerta estaba cerrada con llave. Y no podía ser un lobo…
Nikki escuchó el aullido de nuevo, largo, llenando la noche de desesperación.
¿Desesperación?
¿Cómo lo sabía?
Sólo era un perro ladrando a la luna.
Pero no sonaba como un perro.
De nuevo, Nikki miró por la ventana. Lógico o no, aquello daba mucho miedo. Lo que debía hacer era poner una barricada en la puerta e irse a la cama.
Otro aullido.
De dolor.
De desolación.
¿Tenía algún sentido que oyera dolor y desolación en un aullido?
«Aléjate de la ventana, Nikkita», se dijo a sí misma. «Esto no tiene nada que ver contigo, son cosas raras del campo».
–Yo soy una chica de campo –dijo en voz alta–. No, no lo eres –dijo luego–. Eres una chica de ciudad que va a vivir en Banksia Bay durante tres semanas. Has venido aquí porque el canalla de tu jefe te rompió el corazón y ha sido una locura porque tú no sabes nada de la vida en el campo.
Pero su casero estaba al otro lado de la pared. ¿Perros? ¿Lobos? Fuera lo que fuera, también él tenía que oírlo y, si hubiera algún problema, lidiaría con ello o llamaría a Joe.
Ella se iba a la cama.
Los aullidos llenaban la noche, haciendo eco en la vieja casa.
Ahí fuera había un perro perdido. No era problema suyo, pensó Gabe.
Pero volvió a escuchar el aullido, triste como la muerte, llenándolo de angustia. Si Jem estuviera allí, habría ido a investigar…
La echaba tanto de menos que era como si hubiera perdido una parte de sí mismo. Estaba sentado en su sillón, frente a la chimenea y las cosas seguían como siempre, pero el sitio a sus pies estaba vacío.
Había encontrado a Jem dieciséis años antes, una collie que era todo pelo y huesos comiéndose un pez podrido en la playa.
La había apartado del pez, esperando que intentase morderlo, pero el hambriento cachorro se había dado la vuelta para lamer su mano… sellando una amistad de por vida.
Jem había muerto mientras dormía tres meses antes, pero Gabe seguía alargando la mano cuando se sentaba en aquel sillón, esperando tocar su pelo. Esperando que estuviera allí.
El aullido interrumpió sus pensamientos. Era imposible ignorarlo.
Gabe murmuró una maldición.
Muy bien, no quería involucrarse. ¿Por qué iba a hacerlo?, se dijo. Pero no podía soportarlo. El aullido llegaba de la playa y si algún perro estaba atrapado… la marea estaba a punto de subir.
¿Por qué estaría un perro atrapado en la playa?
El aullido… otra vez.
Gabe suspiró. Dejando a un lado el libro que estaba leyendo y poniéndose las botas y la vieja gorra de marinero que era como una segunda piel para él, se dirigió a la puerta.
En realidad, estaba aburrido de mirar la chimenea. Cuando su mujer lo abandonó había tomado la decisión de no vivir con nadie más. Las relaciones sentimentales siempre acababan en desastre, pero eso no significaba que le gustase su solitaria vida. Con Jem, no le importaba.
Pero ya no.
Su pijama de seda estaba sobre el bonito edredón rosa, esperando que se lo pusiera, pero los aullidos continuaban.
No podía soportarlo.
Ella no era una chica de campo, pero era evidente que el animal que aullaba estaba en peligro o muy asustado. Y ese aullido contenía toda la tristeza del mundo.
Su casero debería encargarse de ir a ver qué pasaba, ¿pero lo haría?
El día que llegó a Banksia Bay le habían preocupado las ruidosas cañerías del antiguo cuarto de baño y había decidido hablar con su casero al respecto.
Gabe estaba fuera, cortando leña, y Nikki había vacilado antes de acercarse, intimidada por su estatura y su seria expresión. Cortando leña parecía un actor de cine.
En realidad, se había quitado la camisa y era un lujo para los ojos. Y Nikki había tenido que reunir valor para acercase, sintiéndose como Oliver Twist pidiendo otro plato de comida en el orfanato.
–Perdone, ¿le importaría arreglar mis cañerías? Hacen un ruido horrible.
–Pídaselo a Joe –se limitó a decir él antes de darse la vuelta.
Nikki se había quedado desconcertada.
Durante los días siguientes había intentado soportar el ruido de las cañerías, pero luego había ido a ver a Joe, un antiguo pescador que vivía en un desvencijado barco atracado en el puerto. El hombre prometió arreglar las cañerías esa misma tarde, pero mientras hablaban, un barco de pesca pasó a su lado. Enorme, recién pintado, brillante, el casco rodeado de linternas que, según le explicó Joe, eran para atraer a los pulpos y los calamares.
Su casero iba al timón.
Seguía siendo desconcertante. Grande, fuerte, poderoso.
Y seguía haciéndole cosas a sus hormonas.
–Gabe pesca de todo –le dijo Joe–. Algunos vienen aquí sólo a pescar calamares o atún y entonces bajan los precios –el hombre suspiró–. He sido pescador toda mi vida y he visto a muchos perderlo todo pero Gabe compra sus barcos y sigue adelante. Se marchó de aquí durante un tiempo, pero volvió cuando las cosas se pusieron feas y nos echó una mano. Seis de los barcos que hay aquí son suyos.
Al timón de su barco, Gabe tenía un aspecto imponente. Llevaba una gorra descolorida, un peto impermeable, botas de goma y una camisa a cuadros con las mangas remangadas, revelando unos antebrazos que eran cuatro veces el tamaño de los de Nikki.
Después de un día en el mar, su sombra de barba era casi una barba completa. Y su espeso pelo negro, que necesitaba un buen corte, estaba tieso por la sal.
Gabe saludó a Joe, pero sin sonreír.
Daba la impresión de que no sonreía nunca.
¿Compraba los barcos de otros pescadores cuando se arruinaban? ¿Ganaba dinero con la miseria de otros?
Sus hormonas necesitaban encontrar a otro hombre con el que fantasear y pronto.
–Entonces, imagino que no será muy popular por aquí –aventuró. Pero Joe la miró como si estuviera loca.
–Sin Gabe, la industria pesquera de Banksia Bay se iría al garete. Compra los barcos de los que se han arruinado a un precio justo y luego los contrata para que trabajen con él. Ahora tiene treinta hombres y mujeres en nómina y todos ganan más dinero que cuando trabajaban por libre. Y todos ellos darían su vida por él. Aunque no lo pediría, Gabe nunca pide nada. Si alguien tiene algún problema, Gabe hace lo que puede para ayudar, cueste lo que cueste, pero no quiere que le den las gracias. Después de su desastroso matrimonio no quiere amistad con nadie y todo el pueblo respeta eso.
Joe se quedó callado, observando cómo Gabe maniobraba para atracar el barco en un sitio que parecía demasiado pequeño. Lo hacía como si estuviera aparcando un Mini, como si tuviera todo el espacio del mundo.
–Pero ahora ha muerto su perra, Jem. No sé… nunca lo hemos visto sin ella y ahora… –el hombre sacudió la cabeza–. Bueno, vamos a ver esas cañerías.
Eso había sido dos semanas antes.
Otro aullido la devolvió al presente. Un perro con problemas. Un perro abandonado.
Tenía que hacer algo.
Pero no podía hacer nada. Eso era algo que debía resolver su casero.
El aullido sonó de nuevo, largo y aterrador.
Nikki se puso la chaqueta del pijama con gesto desafiante.
¿Y si su casero no estaba en casa? ¿Y si se había marchado dejando la luz encendida?
Ahí fuera había un perro con problemas.
Pero no era problema suyo.
Nikki cerró los ojos.
Otro aullido.
Suspirando, se quitó el pijama y se puso los vaqueros. De diseño. Debería hacer algo con su ropa.
Debería hacer algo con el perro.
–¿Dónde hay una linterna?
¿Y si era un dingo?
Nikki tomó su móvil y comprobó que tenía cobertura y batería.
Había un atizador al lado de la chimenea… por el momento no la había encendido. O más bien la había encendido una vez, pero salía tanto humo que tuvo que apagarla. ¿Qué hacía una cuando salía humo de la chimenea?
Una compraba un radiador.
Otro aullido… ahora eran casi continuos.
Ya estaba bien.
Con el atizador en una mano y la linterna en la otra, chica de campo o no,