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Cómo construir sociedades: Diez cosas que nunca nos dicen sobre la paz y la guerra
Cómo construir sociedades: Diez cosas que nunca nos dicen sobre la paz y la guerra
Cómo construir sociedades: Diez cosas que nunca nos dicen sobre la paz y la guerra
Libro electrónico168 páginas2 horas

Cómo construir sociedades: Diez cosas que nunca nos dicen sobre la paz y la guerra

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La tesis de este libro inspirador es simple: debemos aprender de figuras ejemplares como John F. Kennedy, Martin Luther King y Salvador Allende, quienes con firmeza se rehusaron a ceder ante la tentación de la violencia desatada. Pero también de quienes, como los caribeños Frantz Fanon y Gabriel García Márquez o Julio Cortázar, nos enseñan que allí donde persiste la injusticia la lucha por realizar la justicia continúa. Sobre todo, debemos aprender de quienes distinguen entre una "paz negativa", atenta solo a una versión muy reducida de las libertades, de otra que Guardiola llama "positiva" y constructiva. Una de las voces colombianas más leídas en el exterior sueña con la paz de Colombia, ¿qué colombiano sensato no lo hace? Todos hemos sido marcados por la violencia de nuestro país. Pero hoy hay una generación que se levanta decidida a no tolerar un día más de guerra. Su ejemplo y este libro nos inspiran al invitarnos a desenterrar nuestras raíces, en el presente, en nuestras memorias, desdichas y esperanzas para reinventarnos e inventar un país, una nación, un continente en una tierra al alcance de los sueños de nuestros hijos.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento15 dic 2010
ISBN9789587168525
Cómo construir sociedades: Diez cosas que nunca nos dicen sobre la paz y la guerra

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    Cómo construir sociedades - Óscar Guardiola Rivera

    ÓSCAR GUARDIOLA RIVERA

    Cómo construir

    sociedades

    Diez cosas que nunca

    nos dicen sobre la paz

    y la guerra

    Reservados todos los derechos

    © Pontificia Universidad Javeriana

    © Óscar Guardiola Rivera, Hollman Morris

    Coordinación editorial:

    Irina Florián

    Corrección de estilo:

    Nelson Arango

    Diseño de pauta y diagramación:

    Kilka Diseño Gráfico

    Diseño de cubierta:

    Santiago Mosquera

    Desarrollo:

    Lápiz Blanco SAS

    Primera edición: Bogotá, D.C.,

    diciembre de 2014

    ISBN: 978-958-716-753-5

    Número de ejemplares: 400

    Impreso y hecho en Colombia

    Printed and made in Colombia

    Editorial Pontificia Universidad Javeriana

    Carrera 7a núm. 37-25, oficina 13-01

    Edificio Lutaima

    Teléfono: 3208320 ext. 4752

    www.javeriana.edu.co/editorial

    editorialpuj@javeriana.edu.co

    Bogotá, D. C.

    Guardiola Rivera, Óscar

    Cómo construir sociedades: diez cosas que nunca nos dicen sobre la paz y la guerra / Óscar Guardiola Rivera/Hollman Morris. --1a ed.-- Bogotá: Editorial Pontificia Universidad Javeriana, 2014.

    174 p.; 11 cm X 21 cm.

    Incluye referencias bibliográficas (pp. 169-172).

    ISBN: 978-958-716-753-5

    1. GUERRA Y SOCIEDAD. 2. GUERRA. 3. DEMOCRACIA. I. Pontificia Universidad Javeriana-Instituto Pensar.

    CDD                 303.66 ed. 21

    Catalogación en la publicación - Pontificia Universidad Javeriana. Biblioteca Alfonso Borrero Cabal, S.J.

    dff.                                                 Diciembre 16 / 2014

    Prohibida la reproducción total o parcial de este material,

    sin autorización por escrito de la Pontificia Universidad Javeriana.

    Para abrir las ciudades

    Óscar Guardiola Rivera hace parte de esa inmensa mayoría de colombianos que no conocen un solo día de paz en su país. Él y yo pertenecemos a esa generación de colombianos a la que nos mataron los sueños a finales de la década de los ochenta del siglo pasado y que sin embargo, en vez de resignarse al pesimismo y los instintos de destrucción, rápidamente se inventa otro sueño más grande y poderoso: la Constitución Política de 1991. Esa búsqueda de sueños y sabiduría, tanto como el impacto personal y colectivo de la guerra, lo hace radicarse durante años en tierras inglesas. Con los sueños que cargaba en sus mochilas, y los encontrados en esas tierras, se reinventa hasta convertirse en unos de los pensadores jóvenes más brillantes de Iberoamérica.

    Así lo reconoce el periódico inglés The Guardian, uno de los más leídos e importantes del mundo anglosajón. En octubre de 2014, este diario británico incluyó a Óscar Guardiola Rivera entre los autores más vendidos del país gracias a su último libro. En 2010, el Financial Times había recomendado otro de sus libros, el genialmente titulado What if Latin America Ruled the World? como uno de los mejores en el género de no-ficción durante ese año. El libro fue galardonado con el Premio Frantz Fanon, que compartió con nadie menos que Gabriel García Márquez.

    En diciembre de 2013, el dominical The Observer seleccionó su reciente Story of a Death Foretold como uno de los mejores libros de crónica del año; y como ya he anotado, en la tercera semana de octubre de tal año ese título logró lo que ningún otro autor latinoamericano de esta generación, de ficción o no ficción, al entrar en la lista de los más vendidos en Inglaterra. El crítico del Washington Post había calificado Story of a Death Foretold como fascinante. En el también estadounidense The Nation, la crítica literaria y antigua redactora del London Review of Books, Lorna Scott-Fox, afirmó que se trataba de una historia inspiradora, capaz de mover a sus lectores a cambiar las cosas. A mediados de 2014 el libro fue seleccionado en la lista corta del premio Bread & Roses en Londres. Para rematar, Booklist, la revista de la prestigiosa Asociación de Bibliotecarios Americanos, dijo de Guardiola Rivera: Tiene una historia importante que contar... y la cuenta muy bien.

    Se trata de un logro impresionante que pone muy en alto el nombre de Colombia en el mundo. Quizás por ello fue reconocido en 2014 como uno de los cien colombianos más destacados e influyentes en el exterior. Ya es hora de que uno de los mejores contadores de historias, pensadores y cronistas de Colombia, reconocido en el mundo de habla inglesa como una de las voces noveles más importantes de la crónica, el análisis político y la filosofía del continente latinoamericano, también lo sea por los lectores de su país de origen. Este ensayo, que ha escrito en su lengua materna especialmente dedicado a los esfuerzos que sus compatriotas realizamos por alcanzar la paz, debería consagrarlo.

    Su tesis es simple: Debemos aprender de figuras ejemplares como John F. Kennedy, Martin Luther King, y Salvador Allende, quienes con firmeza se rehusaron a ceder ante la tentación de la violencia desatada. Pero también debemos aprender de quienes, como el caribeño Frantz Fanon antes, o Gabriel García Márquez y Julio Cortázar durante las deliberaciones del II Tribunal Russell, nos enseñan que allí donde persiste la injusticia la lucha continúa. Por ello, y sobre todo, debemos aprender de quienes distinguen entre una paz negativa, atenta solo a una versión muy reducida de los derechos y las libertades, que se niega a discutir las dimensiones sociales y económicas más profundas del conflicto, como el despojo y el desplazamiento, de otra que Guardiola llama positiva.

    Si bien es cierto que en el primer caso, el enfoque en la responsabilidad criminal puede ayudarnos a establecer la obligación de quienes violaron los derechos civiles y políticos de tantos y tantas, también lo es que solo si optamos por una paz constructiva, innovadora e inventiva como la generación que se inventó la Séptima Papeleta y la Constitución del 91, una paz que parte del reconocimiento del otro para llegar a la aceptación de lo que ha sido tomado de otros y la necesidad de restituir, solo entonces habremos dispuesto las bases para una paz duradera. Positiva.

    Guardiola nos recuerda que a esta última aspiraban los principios de Núremberg nacidos del Holocausto y las guerras mundiales; y fue a esta última que se refirieron los grandes escritores latinoamericanos, García Márquez, Cortázar y Juan Bosch, entre otros, cuando asumieron, con los aborígenes del continente, con los más golpeados y despreciados, el reto de reinventar el legado de Jean-Paul Sartre y Bertrand Russell para la época de los que Cortázar llamó vampiros multinacionales.

    La clave de la paz positiva y duradera está en ir más allá de los debates sobre impunidad y responsabilidad criminal, y más acá del lenguaje supra-terrenal y muchas veces abstracto del perdón, el olvido, y la reconciliación sin respeto o dignidad para las víctimas por parte de quienes se han beneficiado económica y políticamente de la guerra. Se trata, pues, de volver a la tierra. Ello quiere decir, por una parte, conectar la responsabilidad de los vampiros de que hablara Cortázar en 1975 con las herramientas más corrientes de los derechos humanos y la justicia transicional hoy, con el fin de dar lugar a la verdad y la restitución. Por otra, dar lugar a una interacción diferente entre tierra, ciudades y campo. Ello quiere decir, en una frase, abrir las ciudades; dar lugar a ciudades no segregadas ni excluyentes.

    Volveré más tarde sobre esto último. Para comenzar deberíamos preguntarnos: ¿pero cuál verdad?, ¿qué restitución? Guardiola Rivera piensa que son los escritores latinoamericanos del II Tribunal Russell, y a través de ellos el legado más amplio de las que llama literaturas del dinero, cuyo origen se confunde con el comienzo mismo de la escritura en estas y otras tierras en la crónica y la crítica, quienes pueden ayudarnos a encontrar respuesta a esas importantes preguntas.

    Por lo pronto, Guardiola Rivera arriesga algunas verdades, que por serlo de seguro invitarán controversia: Primera, que no somos ni nunca hemos sido sociedades de inspiración europea, sino sociedades creolizadas, como dicen los caribeños, y mestizas, de inspiración india y aborigen. Y que no expresarlo o expresar otra cosa es condenarnos al analfabetismo existencial. Si hemos de construir sociedades en paz, afirma, deberemos comenzar por ese reconocimiento. Segunda, que hablar de reconciliación solo comenzará a tener sentido cuando el punto de partida sea el reconocimiento y la restitución. Si ello es cierto, el momento de la justicia es ahora; y constituye un insulto, sumado a la tremenda injusticia ya cometida, esperar de las víctimas que además de serlo sean ahora pacientes, pues la justicia, se supone, toma tiempo.

    Guardiola Rivera no oculta su impaciencia frente a tales peticiones de virtud moral por parte de quienes hablan de los altos costos de la paz; pues en verdad, afirma, los tales solo buscan asegurarse de que el momento en el cual los beneficiarios deban pagar o restituir lo que han tomado por la fuerza tarde en llegar o no llegue nunca.¹

    La tercera verdad es una que me interesa mucho en este momento: hay que abrir las ciudades. Ya lo dije, el concepto de fondo aquí es el de ciudades no segregadas ni excluyentes. Ello significa que las ciudades más pujantes y progresistas, como Bogotá, deberán liderar con su ejemplo el dar los pasos necesarios para abrir el camino hacia una paz positiva y duradera.

    Bogotá es el escenario de una ciudad que quiere ser abierta, es decir que se abre a las diferencias, que de los negros y blancos pasa a la ciudad multicolor. La Bogotá del siglo veintiuno no es la Atenas suramericana del diecinueve, sino la tenaz suramericana, lo que implica reconocer que también es una de las ciudades más segregadas en un continente de ciudades excluyentes. Sin embargo, hoy la marcha de esos casi siete millones de habitantes se propone acabar con los estratos sociales, ordenar su territorio teniendo en cuenta el medio ambiente y fortaleciendo lo público.

    Bogotá es la ciudad receptora de mayor cantidad de víctimas en un país de víctimas y por eso esta ciudad se propone llevar a esas víctimas no a los extramuros de la ciudad, sino a sus centros económicos, allí donde están las clases pudientes, no con el fin de provocar, sino para romper con la segregación —lo que es provocador y clasista es precisamente la existencia de la segregación que condena a otros a no existir, o no hacerlo del todo— para integrar las clases antes que enfrentar a una contra las otras, para que los niños ricos interactúen en los parques con los niños pobres y aprendan unos y otros a no tenerse miedo por sus diferencias sociales. En fin, y por el contrario, para que aprendan a borrarlas. Ese es el inicio de una ciudad abierta, de un país abierto que por fin aprenda a aceptarse en las diferencias y especialmente a abrazar a sus víctimas y convertirlas en sujetos plenos de derechos.

    En tal sentido, Bogotá puede ser el modelo de ciudad del postconflicto, en un momento donde el mundo la está mirando para ver cómo se construye ese modelo en la ciudad capital del conflicto más viejo del mundo. Bogotá debe entonces, y puede, convertirse en la gran capital de la paz de Iberoamérica.

    Ello también quiere decir que quienes hemos tenido la fortuna de vivir en las ciudades debemos comenzar por reconocer al campo como teatro privilegiado (o mejor, infortunado) de la guerra, y a quienes en el campo —en el Urabá antioqueño, en Ovejas, Sucre, en El Salado, Belalcázar o en San José— han sufrido los embates más cruentos de la guerra; a reconocerlos y reconocernos en ellos, como iguales.

    Ese es el primer paso. El segundo consiste en que una vez dado el reconocimiento podremos comenzar a trabajar en construir relaciones diferentes entre la ciudad y el campo colombianos. A encontrar qué cosas podemos hacer juntos y de mejor manera. En las ciudades podemos aprender del campo que necesitamos más campo y más verde, más parques. Parques pequeños, pero numerosos y amigables para las familias jóvenes, los mayores, y la comunidad que se construye precisamente alrededor de esos espacios. Quienes residimos en los centros urbanos podemos aprender que nuestros espacios no tienen por qué dividirse a la manera de las diferencias de clase de antaño, unos arriba o al norte y otros al sur o debajo, de manera que consideremos posible, y más que posible deseable, el que clases diversas compartan un mismo espacio urbano, y ¿por qué no?, hasta un mismo estrato. En las ciudades podemos aprender del campo, y de los indígenas y los y las afro-latinoamericanas, que construir sociedades es también construir un medio ambiente propicio y que entonces debemos buscar maneras de movilizarnos que no nos maten de asfixia y de rabia por los trancones y el hacinamiento en el transporte. Quizás debamos aprender a movernos más lento, sobre dos ruedas como hacen nuestros campesinos en sus bicicletas. De seguro no será más lento que nuestros proverbiales trancones causados porque hemos optado por tener más carros, con lo cual, por supuesto, todos terminamos por movernos más lentamente y dar al traste con cualquier plan de red vial o de transporte masivo. Podemos aprender a desacelerar y dar un paso a la vez, y gradualmente encontrar cosas que podemos hacer juntos.

    En otras palabras, dice Guardiola Rivera, quien encuentra inspiración para sus ideas pioneras en el pasado aborigen, entre otros, se trata de entender que la reconciliación no es un evento, algo que sucede de una vez y para siempre. No es una excusa o pedir perdón, dice Guardiola Rivera, aun cuando el dar excusas y el pedir perdón sea necesario. Y sobre todo, nos dice, no se trata de llenar palabras como paz con sentimientos tristes como la mera tolerancia, la simpatía y la caridad; pues estos carecen de respeto y dignidad, y aunque de labios para afuera expresen admiración tienen mucho más que ver con la envidia.

    Cuando se

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