El Confesor
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EL CONFESOR, narra la historia de un estudiante de psicología, quien en unas vacaciones de la universidad, viaja a un pequeño pueblo para tomar un descanso de sus estudios. Allí, la familia de una tía, le plantea jugarles una broma a las Iluminadas de María. Él lo toma como un juego al principio. Luego ve en ello la posibilidad de recolectar material para su monografía de grado. Decide hacer terapia psicológica desde el confesionario de la iglesia.
Mientras llega el nuevo párroco del pueblo, el Confesor aplica la terapia del Espejo Psicológico. Los resultados de su trabajo, lleva a la gente a divulgar de boca en boca las grandes bondades del nuevo Confesor. Las filas son más largas cada día. Las personas del pueblo y de los pueblos vecinos quieren confesarse con el Confesor. Por el confesionario pasa la chismosa, la maga, la asesina social, el mafioso, y hasta el nuevo párroco del pueblo. Bienvenidos a este viaje por la conducta humana. Al finalizar el recorrido, la comprensión de tu existencia habrá cambiado, puedo asegurártelo.
Luis Carlos Molina Acevedo
Luis Carlos Molina Acevedo was born in Fredonia, Colombia. He is Social Communicator of the University of Antioquia, and Masters in Linguistics from the same university. The author has published more than twenty books online bookstores:I Want to Fly, From Don Juan to Sexual Vampirism, The Imaginary of Exaggeration, and The Clavicle of Dreams.Quiero Volar, El Alfarero de Cuentos, Virtuales Sensaciones, El Abogado del Presidente, Guayacán Rojo Sangre, Territorios de Muerte, Años de Langosta, El Confesor, El Orbe Llamador, Oscares al Desnudo, Diez Cortos Animados, La Fortaleza, Tribunal Inapelable, Operación Ameba, Territorios de la Muerte, La Edad de la Langosta, Del Donjuanismo al Vampirismo Sexual, Imaginaria de la Exageración, La Clavícula de los Sueños, Quince Escritores Colombianos, De Escritores para Escritores, El Moderno Concepto de Comunicación, Sociosemántica de la Amistad, Magia: Símbolos y Textos de la Magia.
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El Confesor - Luis Carlos Molina Acevedo
— ¿Me mandó usted a llamar, profesor?
Constancio Salcedo habló con gran respeto hacia el profesor Leopoldo Salas. Tenía fama de severo en la Facultad de Psicología. Corría la voz, cuando él mandaba a llamar a un estudiante, era porque éste estaba en problemas.
— ¿Puede decirme qué es esto? — preguntó el profesor Salas mientras levantaba la cubierta del texto sobre el escritorio.
Constancio leyó la portada:
El confesionario como terapia psicológica
Monografía de grado para optar al título de Psicólogo
Presentada por Constancio Salcedo
Asesor: Fulvito Cristiano
Facultad de Psicología
Universidad de la Buena Esperanza
Constancio leyó tres veces la portada, buscando algún error de ortografía o en la información contenida en ella, pero no pudo encontrarlo. El profesor Salas esperaba con la mirada puesta en él. Totalmente derrotado, levantó la mirada del texto para mirar al profesor de nuevo.
—No veo el error profesor —dijo tímidamente y preparado para recibir el regaño del maestro.
— ¿Qué error? —preguntó el profesor con desconcierto en su voz.
—Quizá es muy evidente, pero no lo veo.
Constancio habló con humildad y casi pidiendo al profesor, le señalara cuál era el error. Él volvía a leer la portada una y otra vez y no lo veía.
—No lo llamé aquí para hablarle de errores. Cuénteme, ¿cómo se le ocurrió la idea de esta monografía?
Constancio miró al profesor y al texto del escritorio varias veces, como dudando de lo dicho por el profesor Salas. Cuando por fin creyó entender la pretensión del profesor, relajó la tensión de su cuerpo. La sola presencia del profesor se la había causado. Se acomodó en la silla y pensó por un momento en cuál sería la mejor forma de satisfacer la solicitud. Cuando se consideró listo, respiró profundo y empezó su relato.
—La idea de esta monografía se me ocurrió en el verano pasado. Fui de vacaciones al pueblo Palo Magro. Quería tomarme un buen descanso. Ya estaba en la recta final de mi carrera. Quería tener toda la energía a rebozar para poder hacer mi monografía de grado. Decidí ir a descansar a ese pueblo. Allá vive una hermana de mi mamá. Estuvo dispuesta a acogerme durante el tiempo de vacaciones. Algo muy curioso me pasó allá. Desde mi llegada…
Confesión 1
—Esta cena se ve muy apetitosa.
Constancio hizo el comentario mientras terminaba de servirse la ensalada. En ese momento entró al comedor el esposo de la tía de Constancio.
— ¡Llegaste a tiempo para la cena, qué bueno! —comentó Clarece, la tía de Constancio. Su esposo había llegado para cenar con la familia. Esto pocas veces ocurría. Lábaro Martínez era el sacristán del pueblo. No regresaba a casa hasta cuando dejaba todo dispuesto en la iglesia para la primera misa del día siguiente. Usualmente llegaba hacia las nueve o diez de la noche.
—Esa es una ventaja de no tener párroco —comentó Lábaro.
La iglesia del pueblo no tenía párroco en este momento. No debía hacer preparativos para el día siguiente. Eso le permitía estar en casa a esa hora.
—Él es Constancio, el hijo de Avellana.
Clarece señaló al visitante mientras hablaba.
—Mucho gusto de conocerlo —dijo Lábaro mientras estrechaba la mano del joven visitante.
—A mi también me alegra conocerlo —dijo Constancio, correspondiendo al estrechón de manos, ofrecido por el sacristán.
—Él va a pasar las vacaciones con nosotros.
Clarece hizo la observación mientras trinchaba la pechuga de pollo.
—Bienvenido a nuestra casa.
El sacristán fue muy amable al darle la bienvenida al joven.
— ¿Cómo están las cosas en la iglesia? —preguntó Clarece, mirando a su esposo, quien en ese momento también trinchaba un pernil de pollo. Él consideraba a esta la mejor presa del ave.
—La gente está bastante aburrida. No ha podido confesarse. Apenas han pasado tres días desde la partida del párroco y ya se nota el tedio. Van a enloquecer si la ausencia de párroco se prolonga por muchos días.
El sacristán no pudo ocultar algo de preocupación en su voz. Los feligreses del pueblo estaban muy apegados a la tradición. La confesión para ellos era tan esencial como el alimento. Les ayudaba a mantener la cordura en un pueblo donde había poca oferta de entretenimiento.
—Pues lo mejor para la locura es un buen psicólogo —comentó desprevenido Constancio, mientras llevaba algo de la ensalada a su boca. Fue un comentario propio de un estudiante de psicología.
—Quizá Constancio pueda ayudarte, en algo allá, en la iglesia. Él está estudiando psicología en la universidad. Le falta poco para graduarse.
Clarece lo dijo más por acotar lo dicho por el joven, y no porque tuviera algo más en mente. Ella con sus palabras, abrió la puerta para pensar en algo más. O al menos, así lo entendieron los demás comensales.
—Le tocaría ponerse sotana.
El sacristán sonrió divertido después de decir la chanza.
— ¡No está mala la idea! —exclamó con ojos vivaces Constancio ante la ocurrencia del sacristán. Lo dijo como si se tratara de una travesura de estudiantes.
— ¿Qué cosa? —preguntó Clarece. No había entendido a qué se refería su sobrino. Había perdido la conexión entre lo dicho por ella y lo dicho por su sobrino.
—Pues eso, hacer terapia psicológica desde el confesionario. Quizá hasta la universidad me acepte la experiencia como monografía de grado —el joven habló como si fuera tiempo de bromas, en una de las cafeterías de la universidad.
Todo el mundo paró de comer. Hasta Constancio debió hacerlo también, cuando vio todas las miradas sobre él. Lo miraba la tía, el sacristán, el primo, y la prima. Todos parecían de acuerdo en lo disparatado de lo dicho. Ellos no lo habían tomado en el sentido de broma, usado por Constancio.
—Podría ser —dijo finalmente el sacristán, tomando los cubiertos de nuevo para seguir con la cena. Los primos de Constancio siguieron al papá. Clarece fue la última en decidirse a retomar la cena. En su mente seguía representándose la escena de confesarse, no con un sacerdote, sino con un psicólogo.
—Sería chistoso ver al primo sentado en el confesionario, esperando a las viejas para confesarse —comentó divertida la prima, mientras miraba a Constancio, quien ahora prefería guardar silencio. Se le había ido la mano con el chiste del confesionario. Ahora quería quedarse callado hasta cuando la broma se desvaneciera en el aire.
—Es el nuevo Confesor enviado por la curia, podría decirles, mientras llega el nuevo párroco.
El sacristán parecía ahora traslucir sus pensamientos. La broma estaba creciendo en su mente, en vez de desvanecerse como esperaba el joven. A la gente le hacía más falta confesarse. La misa la extrañaban menos. Mientras comía, perfeccionaba la idea. Se había tomado en serio los comentarios de su esposa y el joven. Cavilaba sobre cómo llevar a la práctica aquella idea.
— ¿No lo estará pensando en serio?
Ahora era Constancio quien se veía preocupado con lo dicho por el sacristán. Estaba llevando más allá de lo admisible, la broma dicha sin pensar. La prima había lanzado la imagen de las viejas esperando ante el confesionario. Eso lo tenía horrorizado. Ya no tenía más ganas de hacer bromas. Aquella parte de su familia tenía un bajo sentido del humor. Parecían tomarse todo en serio.
—Le tocará ponerse un alba. Así no se estaría haciendo algo indebido contra la iglesia. Al final de cuentas, el alba la usan los monaguillos, quienes son personas comunes y corrientes.
El sacristán seguía pensando en voz alta. Para quienes le escuchaban, aquello sonaba como un sin sentido. Pero en su mente todo parecía ir tomando consistencia y coherencia. Seguía perfeccionando la idea. Ahora presentaba avances gigantescos y no se le veía la intención de dar marcha atrás.
— ¿Me tocaría hacer la primera comunión con él? —preguntó el primo. Parecía haber sacado algo en claro de toda aquella conversación, Constancio sería el nuevo párroco.
—No, él no puede decir misa. Él solo hará de Confesor, y tampoco perdonará pecados. Solo escuchará a las viejas insoportables del pueblo.
El sacristán hablaba como si ya tuviera en mente cuál sería la clientela del sobrino de su esposa. Y sobre todo, cuál sería el papel de éste en el confesionario.
—Me parece saber el significado de eso.
Clarece puso un tono de malicia a su voz, mientras miraba a su esposo.
—Me refiero a la Asociación de las Iluminadas de María. Sobre todo María Céspedes. Ella es quien más incomoda todos los días con sus quejas. Se lamenta por no tener con quién confesarse. Ahora tendrá con quién. Sabremos cuáles son los pecados de ellas.
El sacristán respondió con la misma malicia de su esposa. Había encontrado el Confesor apropiado para las Iluminadas de María.
—No se hagan ilusiones. Si pudiera hacerse cuanto están tramando, seguiría existiendo la confidencialidad psicólogo paciente. No podría decirles nada de cuanto ellas me dijeran —terció Constancio, bastante asustado con los alcances tomados por la broma.
—No importa, con mantenerlas calmadas será suficiente —dijo el sacristán. En su mente era un hecho, el pueblo de Palo Magro tenía un nuevo Confesor.
—Me imagino a María Céspedes hablando de cuando la Virgen María se le apareció y le dijo, tú serás mi mensajera en la tierra.
El sacristán habló como si aquello fuera su mayor enojo con las Iluminadas de María.
—Esas mujeres son capaces de enloquecer a cualquiera. Sobrino, espero no seas tú quien salga del confesionario para el psiquiátrico.
La tía habló como si el esposo le hubiera trasferido su pensamiento telepáticamente. Habían encontrado cómo desquitarse de las siete mujeres. Eran insoportables para muchos en el pueblo. Era el momento de tomar venganza.
—No entiendo. Ustedes hablan como si yo estuviera de acuerdo con esa fantasía.
A Constancio le pareció, era hora de dejar las cosas en claro. El juego estaba yendo muy lejos.
—No puede echarse para atrás. Usted mismo fue quien dio la idea. No puede entusiasmarnos y después quitarnos el chupete como si fuéramos unos bebés.
El sacristán habló mirando fijamente al sobrino de su esposa.
—Lo dije charlando.
—Espero lo haga muy en serio. Si la gente se enterara de la verdad, todos estaríamos en serios problemas. Para la gente, usted debe ser el nuevo Confesor de la curia.
El sacristán tenía un tono de voz decidido, ahora. Sonaba autoritario. No estaba dispuesto a permitir el arrepentimiento del aprendiz de psicólogo.
—No sé de qué se preocupa. Estoy casi seguro, las siete mujeres serán las únicas en ir a confesarse. A los demás les da igual si hay parroquia o no. Ellas madrugan todos los días a preguntar si ya pueden confesarse. Ellas hasta se confesarían conmigo, si se los propusiera. Es una costumbre irracional en ellas.
Constancio se dio cuenta, a esa altura de la conversación, en qué lío se había metido. El asunto del Confesor iba en serio.
—Según eso, le tocará instalarse en la casa curial —dijo Clarece, quien también estaba perfeccionando la idea en su mente. Quizá era un detalle no considerado por su esposo, pero era de vital importancia.
—Tienes razón. Ese detalle es fundamental para hacer todo este juego creíble. ¿Cuánto dijiste, tienes de vacaciones?
—No lo he dicho, pero para su información son dos semanas.
Constancio se estaba dejando contagiar del juego poco a poco.
—Es el tiempo justo. Según las informaciones de la curia, el nuevo sacerdote puede tardarse como mínimo tres semanas más en llegar.
Constancio se dio cuenta, muy a su pesar, de lo serio de todo aquello. Había dejado de ser un juego para convertirse en el montaje de un escenario, lo más real posible.
— ¿Qué pasa si no lo hago bien y la gente se da cuenta?
—Al primer indicio de ello, habrán terminado sus vacaciones en este pueblo —dijo la tía con tono decidido. Le dio a entender la importancia de evitar escándalos mayores. Él debía regresar a la ciudad, al menor signo de sospecha.
—Recuerde primo, nadie debe saber de su vínculo familiar con nosotros —comentó la sobrina. Ella también se había metido de lleno en el juego. Estaba enfocada en mantener bajo control las posibles consecuencias de todo aquello.
—Por fin en este pueblo va a suceder algo interesante —agregó la joven con voz emocionada.
—Quiero ver la cara de las brujas esas cuando mi primo les haga su terapia psicológica. Espero, les mandes a rezar muchos padrenuestros y avemarías, así no tendrán tiempo de estar hablando mal de las jóvenes del pueblo. Se meten en todo; esta se puso la falda muy alta; aquella está maquillada más de la cuenta; aquella otra se está besuqueando mucho con ese novio; esa otra les da muchas confianzas a los hombres, en esto resulta embarazada.
Por la forma de hablar de su sobrina y todos los demás en aquella mesa, Constancio dedujo cuánto odiaban a aquellas mujeres en aquel pueblo. Las Iluminadas de María eran personas no gratas en aquel lugar. Estaba escuchando la primera confesión de aquel pueblo, por fuera del confesionario. Su familia le confesaba el odio experimentado hacia las Iluminadas de María.
Ahora Constancio entendía por qué todos parecían satisfechos y decididos a convencerlo de entrar en el juego. Lo querían convertir en el nuevo Confesor del pueblo. Ellos estaban pensando en una venganza y no en prestar un servicio a la gente. Su mente estaba confusa con todo aquello. No sabía si prestarse a las pretensiones de ellos. Pero por otro lado, no dejaba de cautivarlo la idea de hacer terapia desde un confesionario. Consideraba, era el lugar perfecto para aplicar la Técnica del Espejo Psicológico. Se la había enseñado el maestro Fulvito Cristiano. Desde cuando recibió las primeras clases con él, había decidido cuál sería el tema de su monografía de grado. Ahora aquellas personas le ofrecían el escenario ideal para ello. Ni siquiera le había tocado salir a buscarlo. Se lo habían puesto servido sobre la mesa. Su mente se debatía entre sus escrúpulos morales y el deseo de hacer algo diferente en psicología, más allá del diván.
—A mí también me gustaría ver cómo mi primo les da su merecido a esas viejas. La otra vez me trataron de mocoso impertinente. Otro día me compararon con un pordiosero, cuando vieron mi ropa sucia.
Constancio comprendió, serían otros quienes se irían de psiquiátrico, si no ofrecía a aquella familia una satisfacción psicológica. Comenzó a visualizarse, actuando de Confesor dentro de aquel juego. Quizá lograba redimir a aquellas siete mujeres