Obras - Coleccion de Alexandr Grin
Por Alexandr Grin
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Culpa ajena
El duende conversador
Elda y Angotea
Seis fósforos
Aleksandr Stepánovich Grinevski fue un destacado escritor ruso de literatura neorromántica. Mejor conocido por su nombre literario de Aleksandr Grin, apócope de su apellido familiar.
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Obras - Coleccion de Alexandr Grin - Alexandr Grin
Índice
Catorce pies
Culpa ajena
El duende conversador
Elda y Angotea
Seis fósforos
Alexandr Grin
Rusia: 1880-1932
Catorce pies
I
-¿Así que ella les dio calabaza a los dos? -dijo el dueño de la posada a modo de despedida-. ¿Y ustedes qué dijeron?
Rod levantó el sombrero sin pronunciar una palabra y salió; lo mismo hizo Crist. Los dos mineros se sentían molestos por haber hablado demasiado la noche anterior bajo los efectos del alcohol. Ahora el posadero se estaba riendo de ellos; al menos esta última pregunta no ocultaba la intención de su burla.
Cuando la posada quedó detrás del recodo del camino, Rod dijo con una risita incómoda:
-Fue idea tuya lo de tomar vodka. Si no fuera por eso Kate no tendría que sonrojarse de pena por nuestra conversación, y eso que la muchacha está a dos mil millas de aquí. Qué le importa a este tiburón...
-Si no le dijimos nada importante -contestó Crist enfadado-. Bueno... tú te enamoraste... yo me enamoré... nos enamoramos de la misma. A ella le da lo mismo... Total, era una conversación sobre las mujeres.
-Es que tú no entiendes -dijo Rod-. No estuvo bien mencionar su nombre en este... en un mostrador. Bueno, que no se hable más de esto.
Aunque la muchacha estaba bien instalada en el corazón de cada uno de ellos, siguieron siendo amigos. Era difícil decir qué hubiera pasado de haber preferido a uno. El infortunio sentimental los acercó más todavía; en sus pensamientos estaban mirando a Kate por un telescopio, y no existen almas tan cercanas como las de los astrónomos. Por esta razón sus relaciones no se habían afectado. Como había dicho Crist: a Kate le daba lo mismo
. Pero no del todo. Sin embargo ella callaba.
II
El que ama llega hasta el final.
Cuando los dos hombres -Rod y Crist- habían llegado para despedirse, ella pensó que el de sentimiento más sólido y fuerte regresaría para repetir su declaración de amor. Aunque quizás un poco cruel, éste era el razonamiento de una Salomón con faldas de dieciocho años. Entre tanto, a la muchacha le gustaban los dos. No entendía cómo ellos podrían separarse de ella a más de veinticuatro millas sin el deseo de regresar dentro de veinticuatro horas. Sin embargo, el aspecto serio de los mineros, sus mochilas bien amarradas y las palabras que se dicen solamente en una verdadera despedida, la enfadaron un poco. Sintió un peso en el alma y se vengó.
-Vayan -dijo Kate-. El mundo es grande. No van a pasar toda la vida pegados a la misma ventana.
Al decir esto ella pensaba que pronto, muy pronto, volvería el alegre y simpático Crist. Después, cuando había pasado un mes, la solidez de este período la llevó a pensar en Rod, con quien ella siempre se había sentido más natural. Rod era cabezón, forzudo y de pocas palabras, pero la miraba de una forma tan mansa que ella un día le dijo: ¡Pío, pío, pío!
III
Para llegar a las Canteras del Sol por el camino más corto había que atravesar las montañas, una rama de la cordillera que cruzaba el bosque. De los senderos que pasaban por allá, de su sentido y conexiones, los viajeros se enteraron en el hotel. Todo el día caminaron siguiendo la ruta correcta, pero al caer la tarde empezaron a confundirse. El error más grande lo cometieron al lado de la Piedra Plana, un pedazo de roca derribado por un terremoto. Por culpa del cansancio la memoria los había traicionado y empezaron a ascender cuando había que caminar una milla y media a la izquierda y sólo después subir.
A la caída del