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Tejidos oníricos: Movilidad, capitalismo y biopolíticas en Bogotá (1910-1930)
Tejidos oníricos: Movilidad, capitalismo y biopolíticas en Bogotá (1910-1930)
Tejidos oníricos: Movilidad, capitalismo y biopolíticas en Bogotá (1910-1930)
Libro electrónico480 páginas7 horas

Tejidos oníricos: Movilidad, capitalismo y biopolíticas en Bogotá (1910-1930)

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Los procesos de industrialización a comienzos del siglo XX en Colombia demandaban una nueva relación de las personas con el movimiento, la emergencia de unas subjetividades cinéticas capaces de hacer realidad el orden social imaginado pero no realizado por las élites liberales del siglo XIX.

Para que Colombia pudiera ingresar con éxito a las nuevas dinámicas del capitalismo mundial, los cuerpos debían adquirir una nueva velocidad. Había que producir un nuevo tipo de sujeto desligado de su tradicional fijación a códigos y hábitos mentales preindustriales, y esto conllevaba la necesidad de implementar una serie de dispositivos que permitieran la rápida circulación de personas y mercancías.

La industrialización requería entonces una disposición para vivir cinéticamente, y hasta una cierta compulsión por abandonar la seguridad ofrecida por las esferas primarias de arraigo y aventurarse "más allá", tras la conquista de un futuro siempre "mejor".

Este libro propone una genealogía de estos dispositivos e imaginarios, bajo la hipótesis de que en la Colombia de comienzos del siglo XX, el deseo por la mercancía precedió ala llegada de la mercancía misma. Es decir que el capitalismo industrial no se "enraizó" en nuestro medio primero con las fábricas y las máquinas, sino con las palabras, los signos y las imágenes. Antes que como un mundo de objetos, la industrialización de los años diez y veinte se constituyó entre nosotros como un mundo de sueños y deseos.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento22 feb 2012
ISBN9789587167719
Tejidos oníricos: Movilidad, capitalismo y biopolíticas en Bogotá (1910-1930)

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    Tejidos oníricos - Santiago Castro Gómez

    TEJIDOS ONÍRICOS

    Movilidad, capitalismo y biopolítica en Bogotá (1910-1930)

    Reservados todos los derechos

    © Pontificia Universidad Javeriana

    © Santiago Castro-Gómez

    Primera edición: Bogotá, D.C., julio de 2009

    ISBN: 978-958-716-771-9

    Número de ejemplares: 500

    Impreso y hecho en Colombia

    Printed and made in Colombia

    Corrección de estilo

    Sergio Pérez

    Diseño de páginas interiores, ilustración Y DIAGRAMACIÓN

    Carolina Maya Gómez

    Diseño y montaje de cubierta

    Ana Lucía Chaves Barrera

    Digitalización de imágenes

    Guillermo Santos Saenz

    Desarrollo ePub

    Lápiz Blanco S.A.S

    Editorial Pontificia Universidad Javeriana

    Transversal 4a Núm. 42-00, primer piso

    Edificio José Rafael Arboleda S.J.

    Teléfono: 3208320 ext. 4752

    www.javeriana.edu.co/editorial

    Bogotá, D. C.

    Castro-Gómez, Santiago, 1958-

    Tejidos oníricos : movilidad, capitalismo y biopolítica en Bogotá (1910-1930) / Santiago Castro- Gómez. -- 1a ed. -- Bogotá : Editorial Pontificia Universidad Javeriana, 2009. -- (Textos legales).

    274 p. : ilustraciones, fotos ; 24 cm.

    Incluye referencias bibliográficas (p. 263-272).

    ISBN: 978-958-716-275-2

    1. CAPITALISMO - ASPECTOS SOCIALES - BOGOTÁ (COLOMBIA) - 1910-1930. 2. MOVILIDAD SOCIAL - BOGOTÁ (COLOMBIA) - 1910-1930. 3. BIOPOLÍTICA - BOGOTÁ (COLOMBIA) - 1910-1930. 4. SOCIOLOGÍA URBANA - BOGOTÁ (COLOMBIA) - 1910-1930. 5. BOGOTÁ (COLOMBIA) - HISTORIA - 1910-1930. I. Pontificia Universidad Javeriana.

    CDD 986.142 ed. 21

    Catalogación en la publicación - Pontificia Universidad Javeriana. Biblioteca Alfonso Borrero Cabal, S.J.

    ech. Julio14/2009

    Prohibida la reproducción total o parcial de este material, sin autorización por escrito de la Pontificia Universidad Javeriana.

    INTRODUCCIÓN

    Este libro es la continuación de un proyecto intelectual iniciado en el año 2005 con la publicación de La hybris del punto cero y que toma como centro de atención la historia del capitalismo en Colombia. Los lectores no deben esperar, sin embargo, una Historia (en el sentido disciplinario del término) que mira el capitalismo como un sistema dotado de racionalidad propia y  que se manifiesta en variables empíricas como el comercio internacional, los productos de exportación al mercado mundial, la dependencia económica frente a las metrópolis, la producción agropecuaria y minera en las regiones, el índice de inflación, la redistribución de los ingresos y las políticas monetarias. No se trata tampoco de una historia de los empresarios colombianos y sus avatares. La historia aquí propuesta quiere apartarse de cualquier visión economicista del capitalismo para verlo, más bien, como el resultado de la confluencia (siempre abierta) entre diversas y heterogéneas formas de poder que han circulado a nivel local, regional y mundial.¹ Su hipótesis básica es que el capitalismo no se reproduce únicamente gracias a imperativos de orden geopolítico, sino que además de ellos –y como su condición de posibilidad– requiere el concurso de una serie de dispositivos y ensamblajes que recorren todo el cuerpo social y que coadyuvan a la producción de unas subjetividades sin las cuales el capitalismo no podría existir. Hablaré pues en este libro del capitalismo como un mecanismo productor no solo de mercancías sino también de subjetividades y propondré una genealogía de los dispositivos y ensamblajes que contribuyeron a esa producción.²

    Inicialmente había pensado concentrarme en el proyecto gubernamental del liberalismo radical (1863-1886), pero al empezar a construir el archivo me di cuenta de que, con algunas variaciones, este proyecto me llevaría a conseguir resultados similares a los ya presentados en La hybris del punto cero. La composición social del país no había cambiado mucho con respecto a lo ya estudiado en el siglo XVIII, y aunque sí es posible rastrear la emergencia de nuevas tecnologías de gobierno, no podía hablarse, sin embargo, de procesos de industrialización en esa época, que era justo lo que estaba esperando encontrar. Durante todo el siglo XIX la vinculación económica de Colombia con el mercado mundial se había limitado a servir como despensa para la industrialización de los países centrales, pero sin que la gramática de esta industrialización hubiese tenido incidencia en un cambio apreciable de las relaciones sociales. Este cambio empezó a darse apenas durante las tres primeras décadas del siglo XX, cuando gracias al impulso de la economía cafetera y a la inyección monetaria proveniente del exterior, surgen nuevas fuerzas productivas que cambiarían para siempre la estructura de la sociedad colombiana. En efecto, fue durante esta época que surgió un nuevo modo social de producción que, con el tiempo, alcanzaría la hegemonía sobre el que tuvo vigencia en la sociedad colonial-republicana; un modo que aunque se servía de la hacienda y de las subjetividades coloniales a ella ligadas, hizo de la fábrica su eje central. Fue también en estas décadas que comenzó a quebrantarse la hegemonía epistémica de los gramáticos y letrados en el campo intelectual, gracias a la emergencia de nuevos discursos provenientes de la biología, la higiene y la medicina social. Aunque todavía influenciados por la filología, el derecho y la teología, las nuevas generaciones de intelectuales colombianos empezaron a familiarizarse con la bacteriología, el urbanismo, la higiene y las ciencias pedagógicas. Y fue, por último, en esta época cuando emergieron nuevos sectores sociales (la burguesía, el proletariado y las clases medias urbanas) que empezaron a entablar una relación propiamente moderna con respecto a sus propios cuerpos, afectos y deseos.

    Fueron estos cambios a nivel social, gubernamental y epistémico los que me llevaron a desplazar el foco de la investigación desde mediados del siglo XIX hasta los años 1910-1930, época en la que el país empezó verdaderamente a industrializarse. Pero lo que me interesa de estos años -y quiero insistir en ello- no son factores como el aumento de las exportaciones y la entrada de cuantiosos capitales extranjeros, las inversiones masivas en obras públicas, las propuestas de la misión Kemmerer o las reformas institucionales a nivel fiscal, que marcaron ciertamente una época de prosperidad y relativa bonanza financiera en muchos sectores, conocida todavía como la danza de los millones. De la industrialización me interesa, por el contrario, un factor que por lo general no es tenido muy en cuenta por historiadores, economistas y sociólogos: la movilidad. Para ser más exacto, me interesa investigar cómo hacia la década del veinte empieza a implementarse en Colombia un imaginario social centrado en la velocidad y la aceleración permanente de la vida. Industrializarse significaba no solamente que el dinero y los objetos, sino también las naciones, las personas, las ideas y los hábitos tenían que moverse con velocidad, so pena de quedar retrasados en el creciente movimiento universal hacia el progreso. Mi hipótesis es que la industrialización del país demandaba una nueva relación de las personas con el movimiento, y con ello la emergencia de unas subjetividades cinéticas capaces de hacer realidad el orden social imaginado -pero no realizado- por las elites liberales del siglo XIX. Para que Colombia pudiera ingresar con éxito a la dinámica industrial del capitalismo mundial, los cuerpos debían adquirir una nueva velocidad. Había que producir un nuevo tipo de sujeto desligado de su tradicional fijación a códigos y hábitos mentales preindustríales, y esto conllevaba la necesidad de implementar una serie de dispositivos que permitieran la rápida circulación de personas y mercancías.

    El eje central de esta investigación será, entonces, la movilidad, entendida ésta como el proceso a partir del cual, la vida social empieza a descodificarse en todos sus aspectos. Es claro que el capitalismo requiere necesariamente de este tipo de movilidad, pues como bien mostró Deleuze (2005), lo que distingue propiamente al capitalismo de otras formaciones sociales es su tendencia a descodificar todos los códigos.³ Mientras que casi todas las formaciones sociales precapitalistas se forjaron sobre la tendencia a codificar o asignar una territorialidad al movimiento de personas, deseos, bienes, conocimientos y fuerza de trabajo, declarando como enemigo a todo aquel que osara escapar de los códigos sociales heredados, el capitalismo, en cambio, funciona mediante el estímulo constante del movimiento, es decir que opera mediante una permanente desterritorialización. Moverse significa romper con los códigos legados por la tradición, abandonar las seguridades ontológicas, dejar atrás el abrigo de las esferas primarias para salir tras la conquista de una exterioridad que siempre mueve sus límites más allá. Mientras que en una formación social precapitalista la movilidad permanente no era sinónimo de libertad sino de inmoralidad, el capitalismo declara, por el contrario, a la inmovilidad como su enemigo principal. Lo que no se mueve hacia el futuro debe ser relegado al olvido de la historia.⁴

    Ya el propio Marx había visto que el capitalismo tiende a des-solidificar todos los códigos sociales (Todo lo sólido se desvanece en el aire), favoreciendo la circulación acelerada de bienes y fuerza de trabajo, pues lo que determina el valor de una mercancía es el tiempo de trabajo socialmente necesario para su producción (1975 [1867], 48). Vivir para producir y producir siempre más rápido con el fin de obtener mayores beneficios, pareciera ser entonces la consigna del capital, lo cual se traduce en el popular dicho el tiempo es dinero. De igual modo, el sociólogo y urbanista Paul Virilio resaltó los lazos estrechos entre el poder y la velocidad, al mostrar cómo la posición de los estratos dominantes tiene relación directa con la rapidez con la que estos pueden desplazarse (1986). Y aunque para este autor la fusión entre poder y velocidad no es un fenómeno que aparece con el capitalismo, fue ciertamente la revolución industrial la que abrió la posibilidad de que amplios sectores de la población pudieran expandir sus horizontes de movilidad social gracias a la masificación de los transportes. Según Virilio, es apenas con la emergencia de medios como el ferrocarril y el barco de vapor, impulsada por la industrialización, que puede hablarse de una verdadera ontología del movimiento.

    Todo esto explica la particular atención que el libro dedica a las máquinas de transporte rápido, que por aquella época hicieron sensación en Colombia: el ferrocarril (ya conocido desde el siglo XIX), el automóvil, el tranvía y el aeroplano. Con todo, mi interés por estas máquinas no radica en su funcionalidad para el transporte, sino en la semántica del progreso que ellas contribuyeron a construir. Me refiero a imaginarios como el de un país conectado con el mundo por medio de aeropuertos, rieles y autopistas, o el de ciudades equipadas con modernas calles y avenidas por donde todos podrían circular con rapidez. Pero también imaginarios de subjetividad, como por ejemplo el asociado a los automóviles. Conducir un auto en los años veinte significaba algo más que operar una simple máquina. Más que un medio de transporte (es decir más allá de su valor de uso), el automóvil arrastraba un valor simbólico importante. Era emblema del tipo de sujeto que la industrialización necesitaba crear en el país: el sujeto como conductor, como ser capaz de someter sus pasiones al control racional, de darse su propia ley (auto-nomos) y de moverse a partir de sus propias fuerzas (auto-mobile). El automóvil otorga al individuo una identidad específica: la del sujeto que progresa y es libre para moverse hacia donde quiera, sin depender para ello de la voluntad de otro (Selbstbestimmung). La descodificación de la subjetividad será, entonces, uno de los temas privilegiados en este libro.

    Al comenzar a perfilar todos estos temas, pensaba inicialmente extender la investigación hacia el territorio entero de Colombia durante la época señalada, pero dos factores me persuadieron de avanzar con esta idea. El primero era un factor de orden logístico. Levantar un archivo sobre la movilidad en toda Colombia durante las décadas del diez y del veinte exigiría una tremenda inversión de tiempo y de recursos que no estaban a mi disposición en ese momento: visitas a bibliotecas y archivos en diferentes regiones del país, viajes constantes y largas estadías que interferían con mis actividades docentes regulares. El segundo factor era de orden teórico y tenía que ver con mis lecturas de Virilio y Foucault, pues ambos señalan que fueron las ciudades el lugar por excelencia de la movilidad. Virilio en particular afirma que la revolución de los transportes rompió definitivamente con la milenaria oposición campo/ciudad, a favor de ésta última, ya que la industrialización empujó a las gentes a buscar la circulación permanente que ofrece la ciudad moderna, por lo cual estas adquirieron nuevas funciones económicas y administrativas (1999, 21). Foucault, por su parte, señala que las ciudades se convirtieron a partir del siglo XVIII en verdaderos campos de experimentación del biopoder; lugares donde debía producirse un ambiente (milieu) artificialmente creado (viviendas con condiciones higiénicas, calles pavimentadas, servicio de transporte urbano, acueducto y alcantarillado, zonas de recreación, etc.) con el fin de promover y controlar la circulación permanente. Proteger a la población de enfermedades que disminuyan la potencia de sus cuerpos, al mismo tiempo que favorecer la rápida circulación de mercancías y controlar la afluencia de sujetos flotantes (vagos, mendigos, delincuentes, prostitutas), son entonces las funciones que cumple la ciudad en un régimen de seguridad, condición indispensable para el asentamiento de la economía capitalista.⁶ Esta perspectiva resulta más que adecuada para una época en la que la desterritorialización simbólica y económica promovida por el capitalismo se concentraba ya en grandes centros urbanos (Londres, París, Berlín, Viena, Nueva York), de los que Fritz Lang nos ofrece una visión crítica en su famosa película Metrópolis de 1926.

    Cautivado por esta idea del gobierno de la población mediante la producción artificial de ambientes urbanos y cinéticos, decidí entonces circunscribir la investigación a dos ciudades colombianas, Bogotá y Medellín, pero al examinar el estado del arte me di cuenta que es mucho lo que se ha escrito ya sobre Medellín o Antioquia en aquella época y más bien poco lo que sabemos sobre Bogotá, lo cual facilitó la decisión de concentrarme sólo en la capital de la República. Pues aunque fue ciertamente Medellín la primera ciudad colombiana que, gracias al boom de la economía cafetera, se convertiría en ese campo de experimentación biopolítica del que nos habla Foucault, ya desde 1910 Bogotá había empezado un significativo proceso de transformación urbana que merece atención. El modelo de ciudad al que aspiraban las elites industriales de la capital ya no era Atenas, ciudad estática y señorial, asiento de filósofos y poetas, como habían querido las elites letradas durante la segunda mitad del siglo XIX, sino Nueva York, lugar por excelencia de la circulación y el movimiento. Bogotá empieza a ser vista como una ciudad donde la cinesis permanente debía establecerse como un modo de vida, y esto no solo gracias al despliegue de los nuevos medios de transporte, sino también a las contribuciones del urbanismo, cuyo objetivo no era simplemente construir cosas en un medio ambiente ya preestablecido, sino construir ese medio ambiente. Por eso la nueva Bogotá no debía ser la simple ampliación de la vieja Santafé, sino otro mundo de vida completamente diferente. O para decirlo con mayor precisión: Bogotá debía ser una prótesis de mundo de vida. El urbanismo de aquellas décadas no buscaba solo construir edificios y grandes avenidas sino construir al ciudadano, producir al homo urbano en tanto que soporte indispensable para el advenimiento del homo economicus.

    Pero así como el homo economicus es una ficción, una representación abstracta del hombre como ser que se comporta siempre de forma reflexiva y calculada (aunque esto rara vez ocurra en la realidad), también lo fueron los discursos del urbanismo, la publicidad, el entretenimiento, la higiene y la política, que proclamaron el progreso ofrecido por el capital como meta última e inalienable de la vida humana durante las primeras décadas del siglo XX. De ahí el título del libro, Tejidos oníricos, pues más que a una infraestructura capitalista realmente existente, tales discursos hacían referencia al mundo imaginario de la forma-mercancía. Este mundo imaginario fue experimentado como real por muchos sectores urbanos gracias al deseo de materializar los símbolos de progreso que la mercancía ofrece: prestigio, riqueza, salud, belleza, confort y felicidad. De este modo, una buena cantidad de personas en la Bogotá de los años 1910-1930 empezaron a vivir envueltas en una compleja red libidinal que no puede ser declarada simplemente como ilusoria y mucho menos como falsa, sino que tuvo poderosos efectos de verdad a nivel de la formación de subjetividades urbanas. Sin comprender que las imágenes de la forma-mercancía no son simples entidades mentales que engañan a la gente (ideología) sino que ellas desencadenan una serie de identificaciones y producen unos determinados estilos de vida, jamás podremos explicar cómo se formaron los sujetos urbanos que luego hicieron posible la inserción de Colombia en el modo de producción industrial hacia mediados del siglo XX.

    Lo más interesante de todo es mostrar la independencia relativa de estos imaginarios de progreso frente a la realidad económica y social del país, pues a diferencia de lo ocurrido en otras ciudades durante la misma época, en Bogotá las redes de transporte nunca funcionaron, los obreros no lograron constituirse como una clase fabril asalariada y tampoco fueron revolucionarios, la burguesía no abandonó la economía colonial de la hacienda, la investigación científica era prácticamente inexistente, la mayor parte de la población adolecía de servicios básicos y la ciudad distó mucho de convertirse en una Nueva York suramericana. Esto no equivale a decir que no hubo industrialización en Colombia por aquella época, sino que permite afirmar, más bien, que su enraizamiento tenía unas condiciones moleculares de posibilidad que pasaban por la naturalización de ciertos deseos y aspiraciones, de ciertos modos de imaginar la subjetividad, de una cierta disposición para vivir cinéticamente, y hasta de una compulsión por abandonar la seguridad ofrecida por las esferas primarias de arraigo y aventurarse más-allá, tras la conquista de un futuro siempre mejor. Este libro propone entonces una genealogía no de los tejidos empíricos sino de los tejidos oníricos, bajo la hipótesis de que en la Bogotá de comienzos del siglo XX, el deseo por la mercancía precedió a la llegada de la mercancía misma; es decir, que el capitalismo industrial no se enraizó en nuestro medio primero con las fábricas y las máquinas, sino con las palabras, los signos y las imágenes. Antes que como un mundo de objetos, la industrialización de los años diez y veinte se constituyó entre nosotros como un mundo de sueños y deseos.

    Siguiendo la ruta abierta en su momento por Deleuze & Guattari (1985), mostraré entonces cómo el deseo se halla incrustado en la infraestructura del capitalismo, en el seno mismo del aparato de producción. El capitalismo no es solo un modo de producción de objetos y mercancías sino que es, ante todo, una máquina semiótica que produce mundos en los cuales las personas se reconocen a sí mismas como sujetos trabajadores, productores, consumidores, etc. Y al hablar de mundos en el contexto de esta investigación me refiero sobre todo al modo en que los habitantes de Bogotá, o por lo menos un sector de ellos, empezaron a imaginarse a sí mismos como adoptando una determinada forma de transportarse, vestirse, hablar, conocer, trabajar, recorrer la ciudad, utilizar el dinero, divertirse, ser hombres o mujeres, tener un cuerpo y un rostro. Se trata, desde luego, de mundos lisos, mayoritarios, normalizados, carentes de singularidad, pero, justamente por ello, de mundos que preparan el advenimiento real de la mercancía. No es posible entender el capitalismo sin analizar primero los agenciamientos moleculares sobre los cuales se asienta, pues es a este nivel que se establecen las conexiones, ligaduras y acoplamientos que permiten la funcionalidad de los sujetos en la sociedad del trabajo.

    Este enfoque determina también el tipo de fuentes escogidas para la investigación. Además de varios diarios, revistas culturales y libros de la época, he dado bastante relevancia a la revista ilustrada Cromos, debido al papel central que cumplieron durante aquel tiempo las imágenes, y en especial la fotografía. Debemos recordar que para comienzos de los años veinte, el material fotográfico y las ilustraciones acompañaron la profesionalización de los periodistas, hasta el punto de generar una demanda creciente por parte del público y la prensa. Y es que las fotos empezaron a satisfacer la necesidad de fijar, aunque fuese por breves instantes, una multiplicidad de sucesos cuya extraordinaria rapidez les hacía inasibles para la imaginación y los sentidos. Las instantáneas fotográficas que acompañaban los reportajes de Cromos permitían que el público se apropiara de lo que estaba ocurriendo en un mundo que cambiaba con rapidez, pero sin necesidad de que tal apropiación fuese filtrada por un acto de comprensión intelectual como el exigido por la lectura. Se trata, pues, de una experiencia vinculada más a la imaginación, la voluntad y el deseo, que es justo la que quiero privilegiar en esta investigación. No es extraño que las fotografías -y no tanto los textos escritos- hayan sido el vehículo de ciertas estrategias orientadas a influenciar las emociones de la gente y a movilizar sus deseos, como por ejemplo la publicidad y la propaganda política. Podríamos añadir que la sobreexcitación, el éxtasis cinético y la intensificación de la experiencia sensorial que emergen durante aquellas décadas exigían una nueva forma de percibir la realidad y que las nuevas técnicas de reproducción de imágenes como la fotografía y el cine contribuirían mucho a generar esta revolución en los modos de percepción.

    Otra razón para la centralidad de Cromos en esta investigación tiene que ver con el nacimiento del periodismo moderno en Colombia justo durante aquella época. No sólo aparecieron nuevas formas de narración como la crónica, la entrevista y el reportaje, más acordes con la velocidad de la vida urbana, sino que apareció también una nueva clase de productores simbólicos: los periodistas. A diferencia de los tradicionales letrados del siglo XIX, versados en disciplinas como la filología, el derecho y la teología, muy ligados al imaginario de la Atenas Suramericana y a tradicionales instituciones de prestigio como la Academia Colombiana de la Lengua, los reporters (este era el nombre con el que se les conocía) eran por lo general personajes vinculados a la burguesía emergente de la capital y muy afines, por tanto, a los ideales republicanos de la Generación del Centenario. Eran intelectuales que combinaban su afición por las humanidades con el interés por nuevos saberes como la bacteriología, el urbanismo, la higiene y las ciencias pedagógicas. Periodistas de Cromos como Tic Tac, el Dr. Mirabel, Ariel, la Condesa d'Avigné, Madame Valmore y el Dr. Pascual, además de aquellos que escribían bajo nombre propio como Luis Tejada, Max Grillo y Manuel Laverde Liévano, rompen con el ampuloso estilo de narración heredado del siglo XIX y hablan un lenguaje capaz de llegar no sólo a la tradicional clase ilustrada criolla, sino también a nuevos actores sociales como la emergente clase media urbana y el proletariado. Sus crónicas, reportajes y entrevistas, acompañadas, como decíamos, de ilustraciones y fotografías, visualizan el tema de la movilidad permanente, haciéndolo accesible a estos nuevos actores sociales mediante su alusión a peleas de boxeo, reinados de belleza, carreras de automóviles, vestidos de moda, publicidad y viajes turísticos.

    En cuanto a los referentes teóricos utilizados en el libro, además de los ya citados Virilio, Foucault, Deleuze & Guattari, cabe destacar un autor que poco y nada ha sido estudiado en Colombia. Me refiero al filósofo alemán Peter Sloterdijk, en cuyo libro Eurotaoismus. Zur Kritik der politischen Kinetik (1989) encontré las primeras ideas que fueron dando cuerpo a la presente investigación. La perspectiva teórica abierta por Sloterdijk de la movilización permanente como elemento constitutivo de la modernidad se encuentra también en otros de sus libros como Kopernikanische Mobilmachung und ptolemaische Abrüstung (1987) y, más recientemente, en uno que forma parte de su monumental proyecto de las esferas: Im Weltinnenraum des Kapitals (2005), del que tenemos una traducción al castellano (2007). Los lectores más atentos podrán encontrar huellas de la esferología de Sloterdijk repartidas aquí y allá durante todo el libro. De otro lado, y tal como había ocurrido en La hybris del punto cero, la perspectiva teórica de la modernidad / colonialidad, tal como ha sido desarrollada por autores como Aníbal Quijano, Walter Mignolo, Enrique Dussel, Arturo Escobar, Edgardo Lander, Catherine Walsh, Ramón Grosfoguel y Nelson Maldonado Torres, resulta central para esta investigación, pues ella me ha permitido establecer una serie de mediaciones teóricas entre los críticos europeos de la modernidad arriba señalados y el contexto específicamente colombiano al que hace referencia el estudio. Por último debo mencionar mis lecturas del Libro de los pasajes de Walter Benjamin⁷, y en particular de su ensayo París capital del siglo XIX, donde pude apreciar el tipo de fascinación que los imaginarios urbanos de la forma-mercancía ejercieron sobre las personas. Y aunque no comparto la perspectiva teórica adoptada por Benjamin -en el sentido de que las fantasmagorías promovidas por estos imaginarios remiten a un pasado mítico que sirve como fuente de transformación revolucionaria del presente-, sí me resultó atractiva la tesis de cómo el progreso se convirtió en una especie de religión moderna en el siglo XIX, hasta el punto de generar adhesiones masivas transclasistas basadas más en la fe y el deseo que en la razón.⁸ En concreto, Benjamin mostró cómo los imaginarios urbanos (exhibiciones internacionales, grandes tiendas y almacenes de modas, iluminación nocturna de las calles, parques de diversión, medios de transporte rápido, edificios construidos en hierro y vidrio, etc.) generaron en las masas la ilusión de poder recorrer el mundo a toda velocidad, participando así de la promesa colectiva de progreso social.

    Debo aclarar, sin embargo, que todas estas perspectivas teóricas no son un fin en sí mismas, sino un medio para hacer funcionar la máquina de interpretación que quiero construir en el libro. Son, para decirlo con la bella metáfora de Gilles Deleuze, una caja de herramientas cuyo uso se justifica sólo en la medida en que pueda ayudar a construir el problema de investigación, más allá del imperialismo de las disciplinas y los métodos. En este sentido hay que agregar que se trata de una investigación transdisciplinaria, que no se ocupa tanto de guardar fidelidad a ciertos cánones, sino de apropiarse de diversos conceptos y métodos para proponer una analítica de la movilidad que pueda ofrecer otra mirada fértil sobre la Bogotá de comienzos del siglo XX.

    El libro se encuentra dividido en cinco capítulos, pero no está pensado como el desarrollo progresivo de un argumento y tampoco está organizado de forma cronológica. Cada capítulo puede ser visto como una unidad independiente y la lectura del libro podría comenzar sin problemas por cualquiera de los cinco capítulos. El primero aborda el tema de la semántica del progreso mediante un análisis de la exposición agrícola e industrial celebrada en el año de 1910. Mi interés en la exhibición del Centenario se dirige hacia el estudio del modo en que tales imaginarios del progreso interpelan a las personas, generando su identificación simbólica con un estilo de vida capitalista para el cual no existían todavía las condiciones materiales. En este sentido, la exhibición del Centenario es vista como la primera gran escenificación pública en Colombia de un espacio imaginario donde los humanos existen cinéticamente, moviéndose a los ritmos cambiantes del mercado.

    El capítulo dos introduce el concepto dispositivo de movilidad para referirse a la implementación de una serie de mecanismos capaces de facilitar la aceleración de la vida de la población, permitiendo la rápida circulación de personas, ideas, mercancías y fuerza de trabajo. Entre estos mecanismos cabe destacar los medios de transporte rápido, no solo por la gran fascinación que produjeron entre las personas de todas las clases, sino también por el modo en que tales máquinas coadyuvaron a la modificación de sus afecciones corporales, y en particular a los cambios en la percepción del tiempo y el espacio. El capítulo tres se concentra en otro de los mecanismos cinéticos introducidos en aquella época: el urbanismo. En tanto que tecnología de intervención sobre un medio ambiente (milieu) y sus pobladores, el urbanismo no sólo buscaba construir edificios y avenidas sino construir al ciudadano, producir al homo urbano como habitante de la ciudad moderna. El ideal urbanista era que Bogotá debía ser una esfera tecnológicamente producida en donde el ciudadano pudiera sentirse en casa, abrigado no solo de las tentaciones de su pasado colonial, sino de los riesgos permanentes que implicaba la existencia moderna.

    El capítulo cuarto se centra en la más grande de las fantasías circulantes durante las primeras décadas del siglo XX en Colombia: la construcción del Estado moderno. El Estado debía fungir como una instancia trascendental llamada a gestionar los axiomas del capitalismo y a promover el movimiento de las poblaciones. La soberanía estatal garantizaría que la multiplicidad de movimientos convergiera en un gran flujo arborescente que permitiera la constitución del pueblo como sujeto de soberanía. De ahí la importancia de los debates sobre el gobierno de la población durante los años veinte en Bogotá. Gobernar la población significaba poner en marcha una serie de mecanismos de intervención estatal por medio de los cuales esa población debía convertirse en pueblo soberano. Por ello, ante la pregunta de cómo gobernar a las poblaciones que habitaban el territorio colombiano se dieron por lo menos dos repuestas diferentes, que correspondían en realidad a dos modelos de Estado. La primera consideraba que era necesario dejar morir a un sector de la población y reemplazarlo por razas superiores mediante una política sistemática de inmigración; la segunda, en cambio, sostenía que la cinética de la modernidad era un horizonte de vida necesario para toda la población. En últimas, como decíamos, lo que se hallaba en juego era el modo en que se concebían las tareas gubernamentales del Estado en función del capital. En un caso, el papel del Estado sería gestionar la vida del sector más productivo de la población (la minoría criollo-blanca) mediante una política de guerra contra los otros, es decir, contra sus enemigos internos: las razas inferiores. Estaríamos aquí frente al modelo del Estado colonial-capitalista. En el otro caso, el papel del Estado sería evacuar a esos otros de sus esferas tradicionales, empujándoles hacia la vida productiva mediante la eliminación controlada de aquellos riesgos que los hacen morir: insalubridad, pobreza, ignorancia, desempleo, inmoralidad. Tendríamos aquí el modelo del Estado capitalista-benefactor, que fue el que finalmente se implementó hacia mediados de la década del treinta.

    Al igual que el capítulo primero, el quinto se enfoca en el tema del deseo, pero explorando ahora nuevos mecanismos de interpelación. Siguiendo la tesis avanzada por Deleuze & Guattari según la cual, el capitalismo es un régimen que promueve la circulación permanente del deseo con el fin de asegurar la conexión de los sujetos (su sujeción) a la productividad del sistema, en el último capítulo examinaré tres de las máquinas deseantes que gozaron de mayor atención en la Bogotá de comienzos de siglo: la publicidad, la moda y las diversiones públicas. Mostraré que el ensamblaje de los sujetos a estas máquinas corresponde al paulatino establecimiento de un régimen social (la sociedad del trabajo) del cual esos sujetos van a depender vitalmente para satisfacer sus necesidades y carencias. Diría entonces que este último capítulo puede leerse como un complemento del primero, en el sentido de que ambos procuran mostrar el modo en que los sujetos urbanos fueron interpelados como deseantes al interior de un régimen capitalista de signos.

    Quiero agradecer muy especialmente al Instituto de Estudios Sociales y Culturales Pensar de la Universidad Javeriana por el apoyo irrestricto para la realización de este libro. Una investigación como ésta no hubiera sido posible sin la libertad de pensamiento y acción que he podido encontrar en el Instituto durante estos últimos diez años, y aquí debo mencionar especialmente la figura de su director, Guillermo Hoyos, responsable en buena parte de lo que Pensar ha llegado a convertirse para la academia colombiana. También agradezco al Instituto de Estudios Sociales Contemporáneos IESCO de la Universidad Central, que durante los años 2005 y 2006 apoyó académica y financieramente este proyecto. No puedo dejar de mencionar a la señora Blanca Nubia Cardona, encargada de la sección de libros raros y curiosos de la biblioteca de la Universidad Javeriana, quien durante mis interminables pesquisas se mostró siempre gentil, paciente y dispuesta a colaborar. Margarita Garrido, directora de la Biblioteca Luis Ángel Arango, facilitó mi acceso a valioso material para esta investigación. La profesora Mirla Villadiego de la Facultad de Comunicación Social de la Universidad Javeriana me permitió el acceso a su inmensa base de datos sobre avisos publicitarios en Colombia. Los Institutos INER y DIVERSER de la Universidad de Antioquia me ofrecieron la oportunidad de someter a debate algunos avances de esta investigación. A estos colegas debo agradecer también por darme a conocer la excelente producción investigativa que se adelanta en Medellín y que resultó de gran ayuda para realizar este trabajo. El señor Ricardo Andrade de la revista Cromos facilitó el registro del excelente material fotográfico presentado en el libro y Nicolás Morales Thomas, director de la Editorial Pontificia Universidad Javeriana, puso todo su esfuerzo para llevar a buen término la magnífica edición. Finalmente quiero agradecer a mi compañera, Ana Lucía Chaves, sin cuyas ideas, apoyo y comprensión sería impensable todo lo que hago. A ella dedico con amor este libro.

    Bogotá, enero 22 de 2009

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    SEÑALES EN EL CIELO, ESPEJOS EN LA TIERRA

    Las fiestas con que la ciudad conmemoró el Centenario de la Independencia nacional señalan de manera gráfica el principio de la nueva era

    Emilio Cuervo

    El país ha mirado su propia imagen, la ha encontrado hermosa y se enamorará de sí mismo

    Miguel Triana

    L

    os dos epígrafes ilustran perfectamente los temas que serán abordados este capítulo. El primero es tomado de un texto del novelista Emilio Cuervo, alcalde de Bogotá durante la administración del presidente Carlos E. Restrepo, quien no duda en calificar las fiestas del Centenario de 1910 como el principio de la nueva era para la ciudad y para el país entero. Cuervo se refiere a los procesos de modernización de Bogotá, que marcaron el inicio de un proceso de transformaciones estructurales sin precedente alguno en la historia de la ciudad. El alcalde señala en particular tres cambios importantes iniciados en 1910: la extensión del alumbrado público, que enterró para siempre el aspecto lóbrego y monacal que distinguió a Bogotá durante los cuatro siglos anteriores; la presencia de cines y teatros, que han contribuido para acentuar la diferencia entre las costumbres del Santafé que se va y el Bogotá moderno que nace; y por último, el movimiento constante de personas y mercancías favorecido por nuevos medios de transporte como el tranvía eléctrico y el ferrocarril, que le presta a la ciudad "un pequeño aire cosmopolita y de movimiento del que antes

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