¿Qué queda del espíritu del 68?
Dicen sus defensores que la victoria de Mayo del 68 fue el simple hecho de que haya existido. Que su éxito no debe ser juzgado por las heridas infligidas al capitalismo, al patriarcado o al Estado, sino por su habilidad a la hora de poner en práctica nuevas formas de lucha y organización social. Por la creación, en definitiva, de una nueva conciencia colectiva que unió a estudiantes, obreros, mujeres y grupos marginales en contra del poder establecido. Aunque fuera sólo durante un breve periodo de tiempo.
Esta visión contemporánea de los hechos de aquellos días de 1968 choca, sin embargo, con la realidad de lo que ocurrió meses después de la revuelta, cuando se hizo evidente que sólo unos pocos de sus objetivos a corto plazo habían sido alcanzados. Según Christophe Schimmel, un joven maoísta francés por aquel entonces, al menos la mitad de las 30 personas que captó su organización durante aquellas semanas o cayeron en la depresión, las drogas o la marginalidad. No fue un hecho aislado.
¡Muerte al capitalismo!
Pero el éxito o el fracaso del 68 no debe juzgarse por el destino final de sus protagonistas. En este sentido, ni los más fervientes defensores del movimiento pueden negar que el capitalismo logró reciclar en pocos años sus disruptivas proclamas y transformarlas en inofensivos eslóganes publicitarios. Hoy no resulta difícil encontrar en cualquier tienda de de París una camiseta, una taza o un imán de refrigerador con el lema “Debajo de
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