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Debatiendo sin ira: Conversaciones políticas entre la crítica y la esperanza
Debatiendo sin ira: Conversaciones políticas entre la crítica y la esperanza
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Libro electrónico95 páginas1 hora

Debatiendo sin ira: Conversaciones políticas entre la crítica y la esperanza

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Supe de la existencia de Ernesto Ottone mucho antes de que nos conociéramos personalmente. De movimientos lentos, tono cansino y enemigo de las prisas, fue forjándose en torno a él una verdadera mitología. De ascendencia italiana, gran conversador, culto como pocos y con un sentido del humor tan fino como lapidario, Ottone se fue transformando en un referente para muchos miembros de mi generación. Fuimos aprendiendo de sus ideas, experiencias e historias. Si pudiera resumirlo de alguna manera, hay un concepto que bien sintetiza lo que Ottone nos transmitió: el valor de la sobriedad en política. Lo que aparece en este libro es lo que habitualmente hacemos cuando nos encontramos: hablar de política. No se trata de un debate, sino de una interpelación sobre los temas que hoy están en las conversaciones de muchos ciudadanos. Una conversación de política, sin ira que deambula entre la crítica y la esperanza. Seguramente la amistad conspiró para desafilar los cuchillos que transportan las palabras. Pero, con todo, pudiendo haber efectuado grandes cambios, desechamos tal opción para contribuir a la sinceridad y que mejor se reflejara el tono que rodeó esta experiencia. Estoy seguro que las deficiencias en las preguntas han sido bien subsanadas por el talento de las respuestas. (Jorge Navarrete)
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento5 abr 2018
ISBN9789563241389
Debatiendo sin ira: Conversaciones políticas entre la crítica y la esperanza

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    Debatiendo sin ira - Ernesto Ottone

    SÓLIDA

    INTRODUCCIÓN

    Supe de la existencia de Ernesto Ottone mucho antes de que nos conociéramos personalmente. De movimientos lentos, tono cansino y enemigo de las prisas, fue forjándose en torno a él una verdadera mitología, la que por cierto se acrecentaba con sus silencios públicos, en lo que monacalmente perseveró durante todo el Gobierno de Ricardo Lagos Escobar.

    Fue justamente en el Palacio de la Moneda, a instancias de mi gran amigo Carlos Vergara —quien trabajaba junto a Ottone en el Segundo Piso— donde me presentaron al que a poco andar bautizaríamos como El Cardenal. Y aunque dicho apodo se encuentre algo devaluado por estos días, constituía en ese entonces un adecuado título para retratar al personaje.

    De ascendencia italiana, gran conversador, culto como pocos y con un sentido del humor tan fino como lapidario, Ottone se fue transformando en un referente para muchos miembros de mi generación, los que ya muy tempranamente desempeñábamos importantes cargos en el Gobierno. Incluso más, adentrándose en lo que probablemente poco le acomodaba —en esos intrincados recovecos del poder— Ernesto intercedió muchas veces por nosotros, minimizando nuestros errores y exagerando nuestras virtudes.

    De esa manera no fue difícil cultivar una amistad, la que sin embargo siempre estuvo abierta el debate abierto, franco e incluso doloroso, como cuando el ex presidente Lagos le pidió la renuncia a Claudio Orrego como ministro de Vivienda, solo después de ocho meses de haberlo nombrado en el cargo. Así fuimos aprendiendo de sus ideas, experiencias e historias. Con todo, si pudiera resumirlo de alguna manera, hay un concepto que bien sintetiza lo que Ottone nos transmitió: el valor de la sobriedad en política.

    Pasaron los años y siempre nos dimos maña para juntarnos a conversar, acompañados de nuestros amigos o familias, disfrutando de las anécdotas, sus delirantes imitaciones, y otras tantas gracias que por ahora es mejor callar. Por esas y otras razones es que lo entrevisté para el portal www.elpost.cl, conversación que obviamente se nos hizo muy corta y nos dejó con gusto a poco.

    Fue en ese contexto que nos propusimos grabar varias sesiones de largar charlas, donde se habló de política, filosofía, literatura y otras yerbas. Lo que aparece en este libro es solo una pequeña parte de esa conversación, que manteniendo el formato original de una entrevista, quisimos plasmar en una publicación que reflejara lo que habitualmente hacemos cuando nos encontramos: hablar de política.

    No se trata de un debate, sino de una interpelación. Con todo, y al releer estas páginas, es evidente cómo la amistad y cariño que siento por Ernesto conspiró para desafilar los cuchillos que transportan las palabras. Pudiendo haber efectuado grandes cambios, desechamos tal opción para contribuir a la sinceridad y que mejor se reflejara el tono que rodeó esta experiencia. Estoy seguro que las deficiencias en las preguntas han sido bien subsanadas por el talento de las respuestas.

    Jorge Navarrete

    REFLEXIONES SOBRE UNA DERROTA

    Jorge Navarrete: Una de las cuestiones que no deja de impresionar, probablemente porque difiere de lo que uno lee u observa en otros lugares, es cómo la derrota electoral de los gobiernos concertacionistas devino en un severo juicio sobre lo realizado en dicha época. ¿Qué sucedió para que después de afirmar que se trataba de las dos décadas más virtuosas en la historia de Chile, hoy incluso varios de los protagonistas de dichas administraciones las miren con distancia y recelo?

    Ernesto Ottone: Estoy de acuerdo contigo en que el período que transcurre entre 1990 y el 2010, vale decir el que corresponde a los cuatro gobiernos de la Concertación, es el más virtuoso en la historia de Chile, así lo señalan los parámetros de avances económicos, políticos y culturales. Nunca Chile había avanzado tanto, disminuido tan rápidamente sus niveles de pobreza, logrado una inserción internacional tan exitosa y niveles de paz social tan altos. Todo ello reconstruyendo el sistema democrático y asegurando las libertades individuales, dejando atrás una dictadura que hirió gravemente aquello que el Cardenal Silva Henríquez llamó con agudeza el alma de Chile. Algo que no podemos definir pero que todos entendemos.

    En la historia de Chile ha habido momentos de esperanzas y de epopeya que concluyeron mal, se interrumpieron y se frustraron. De otra parte incluso cuando América Latina vivió entre la post-guerra y la crisis de los años 80, sus treinta años gloriosos de crecimiento, el país no estaba entre los que avanzaba más rápido y con más bienestar.

    Su gran rasgo distintivo era la continuidad institucional que se perdió trágicamente en 1973.

    No es el objetivo de esta conversación hacer un análisis de los logros de esos 20 años, que como toda obra política presenta errores y límites, pero resulta injusto negar que alcanzó grandes resultados que son apreciados mundialmente.

    Sin embargo en Chile, es cierto, existe hoy una exacerbada mirada crítica de ese período. El acento está puesto en sus límites y errores y no en sus avances y conquistas. Ello se extiende a muchos ciudadanos y dirigentes políticos que lo apoyaron, participaron e incluso jugaron roles de dirección política.

    J.N.: ¿Cómo explicarnos ese cambio brusco y en poco tiempo de la percepción de un período histórico tan reciente? ¿Será la derrota política? ¿Un cierto éxito del bombardeo mediático? ¿El oportunismo de algunos?

    E.O.: Creo que es necesario buscar respuestas más complejas que la maldad del alma humana, como diría el presidente Piñera, o la volatilidad del juicio.

    Conviene hacer una salvedad inicial. Estos cambios bruscos de percepción suelen cambiar con el tiempo. Tienden a equilibrarse y morigerarse.

    En la medida que el tiempo transcurre van surgiendo elementos de comparación con el antes y el después. Estoy convencido que así sucederá en este caso. No sé cuánto tiempo tomará, pero en un futuro no lejano las percepciones serán más realistas.

    J.N.: Pero vamos en búsqueda de las causas que ensombrecen el juicio.

    E.O: Una de las razones importantes se entiende a partir de la sabia frase de Tocqueville, quien ya en el siglo XVIII señaló: Cuando las cosas van bien, más se nota lo que falta. La sociedad chilena que hoy critica los 20 años transcurridos ha cambiado enormemente, sobre todo, como diría el viejo Marx, en sus condiciones materiales de existencia. Hay un salto sociológico, una enorme movilidad. La gran mayoría de la población ha alcanzado un nivel de consumo y de acceso a bienes privados y públicos inimaginable en el pasado. La que parecía inalcanzable tendió a acercarse, el aumento de la escolaridad, con todas sus fragmentaciones y mala calidad, ha significado un salto de nivel de vida y de expectativas, la jerarquización social ha experimentado fuertes sacudidas. Las vidas han cambiado, se han hecho más complejas, se viven con otro ritmo más ansioso y ambicioso.

    Se ha ampliado enormemente lo que algunos llaman una nueva clase media, de las cuales Fernando Enrique Cardoso señala con acierto que no son todavía clases medias propiamente tales sino nuevas categorías de renta, que ganan más pero que no tienen aún una formación cultural compartida, ni redes sociales comunes, en consecuencia no se constituyen como clases en el sentido sociológico; son clases fragmentadas, pero que

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