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El salto de Minerva: Intelectuales, género y Estado en América Latina.
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El salto de Minerva: Intelectuales, género y Estado en América Latina, por Mabel Moraña y María Rosa Olivera-Williams (eds.)

Análisis transdisciplinario de casos de literatura femenina latinoamericana en los que la creación intersecta con las reformulaciones de género y con la institucionalización del poder político y cultural.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento1 jun 2014
ISBN9783865278135
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    El salto de Minerva - Iberoamericana Editorial Vervuert

    15-16).

    PARTE I

    POLÍTICAS DEL GÉNERO

    INTELECTUALES, GÉNERO Y ESTADO: NUEVOS DISEÑOS

    MABEL MORAÑA

    Washington University, St. Louis

    La cuestión del género y la redefinición de la función intelectual que está teniendo lugar como resultado de debates más amplios sobre globalización, transformación de la sociedad civil y recuperación de lo político, involucran el campo de los estudios que tradicionalmente se agrupan bajo el rótulo de las humanidades, alcanzando los ámbitos de las ciencias sociales, la antropología, las comunicaciones y la historiografía. La cuestión del género se extiende, asimismo, dentro de los dominios de los estudios culturales y poscoloniales. Introduce en ellos no solamente la necesidad de una teorización que inscriba los particularismos del género en el espacio más amplio de una reflexión filosófica sobre ciudadanía, subjetividades colectivas y epistemologías alternativas a las que dominaron los escenarios de la modernidad. También impone la necesidad de una pragmática que permita revisitar las agendas del feminismo que acompañó las etapas más álgidas de la Guerra Fría y sus instancias inmediatamente posteriores, para redefinir el lugar de la cuestión genérica de cara a los procesos más actuales. Hablar de una pragmática implica reconocer, de una manera explícita, la relación entre teoría y praxis, academia y sociedad civil, pero también matizar los excesos teóricos con las atenuaciones y los relativismos que se hagan necesarios a partir de la observación de prácticas concretas, situadas, contingentes, que surgen de condiciones materiales de producción cultural y comprometen sujetos histórica y geo-culturalmente constituidos. Implica vincular teoría y acción, y explorar la función intelectual como mediadora no sólo en los niveles de producción e interpretación de material simbólico, sino también en las formas más acotadas de la gestión y el activismo, la movilización y la enseñanza.

    1.La identidad genérica y su productiva precariedad

    Entre los puntos que quiero destacar como bases para un debate sobre Intelectuales, género y Estado, figuraría en primer lugar el hecho de que la coyuntura actual estaría signada, a mi criterio, por una modificación fundamental de la noción de identidad genérica que desde perspectivas sustancialistas, identificaron durante varias décadas como objeto de las políticas feministas a un sujeto universalizado, marcado por las determinaciones sociales y bio-sicológicas adjudicadas a los sexos y visibilizado en su negatividad por el sistema de dominación patriarcal. En su lugar, creo que las corrientes dominantes de la teorización feminista se pliegan más bien al reconocimiento de las intersecciones culturales y políticas que producen las subjetividades colectivas tanto como sus formas de representación simbólicas¹. La crítica al universalismo esencialista de las primeras posiciones aludidas, con todas las variantes conocidas dentro de ese campo de reflexión, ha permitido no sólo la afirmación teórica de la condición inacabada, fluida e inestable de las identidades de género, sino asimismo la recuperación de las condiciones materiales e históricas que permiten afirmar tal contingencia y que remiten a contextos más amplios de la conflictividad social, cultural o económica. Esta concepción particularista de identidad genérica ha bloqueado el camino, entonces, al hegemonismo teórico que impondría sobre sujetos sometidos a muy diversas condiciones de existencia social, categorías de análisis niveladoras y homogeneizantes, forzando sobre ellos políticas de (auto)reconocimiento que violentan epistemológicamente sus imaginarios en los niveles ético, estético, y ampliamente político. No creo que esto impida, de ninguna manera, elaborar a partir de la reflexión sobre prácticas situadas, alcances teórico-filosóficos, alianzas o intercambios que bajo la forma de articulaciones políticas permitan proyectar la teoría y la praxis hacia situaciones trans-contingentes o suprasectoriales. El problema planteado es, entonces, cómo negociar las categorías de universalidad y particularismo o, dicho de otro modo, a través de qué retenciones estratégicas se puede mantener una diferencialidad crítica operativa que permita inscribir la cuestión del género, más allá de posicionamientos feministas, dentro de problemáticas mayores. Cómo hacer jugar, entonces, las especificidades históricas y culturales, cómo articular identidad y diversidad dentro de los contextos de alta integración y persistente desigualdad transnacional. Quizá por el camino de rechazar antagonismos, en los términos que sugiere María Luisa Femenías: Ni igualdad ni diferencia, tal como se plantea habitualmente, sino ambas (2000: 294).

    2.El vaciamiento del Estado y el lugar de lo político

    En segundo lugar, y en diálogo con lo anterior, quiero traer a colación un hecho fundamental que afecta de múltiples maneras los debates y políticas del género en América Latina. Me refiero al fenómeno, que viene gestándose desde hace varias décadas, del vaciamiento político del Estado y sus instituciones mediadoras, principalmente los aparatos ideológicos que alcanzan desde la función académica y el sistema jurídico hasta los partidos políticos y los medios de comunicación. Ante situaciones extremas aunque tan diversas como las de Argentina, Colombia o Venezuela se asiste a un tiempo a la disolución de las redes sociales y a los esfuerzos por reconstituir lo político en sus tramas primarias de resistencia popular, supervivencia cotidiana y reagrupamientos ideológicos. Lo social sobrevive a la sociedad misma, demuestra su existencia más allá o más acá de lo institucional o partidista, reemplaza liderazgos tradicionales, clientelismos y condescendencias patriarcalistas con movilizaciones espontáneas y en muchos casos inorgánicas, con estrategias del caracol que se apoyan en el desplazamiento para reterritorializarse, en la solidaridad, el nomadismo y la creatividad para afirmar nuevos asentamientos materiales y simbólicos. Lejos de disolverse en esta trama inestable e inédita de problematicidad, la cuestión del género se reinscribe camaleónicamente en el interior de movimientos sociales y busca nuevas formas de representación y representatividad. Pero no existe fuera ni con prescindencia de tales dinámicas.

    El descaecimiento de las que podríamos llamar conceptualizaciones duras de las identidades sociales y su reemplazo por definiciones que rescatan más bien su productiva precariedad, así como la disolución de las formas modernas de lo político no deben resultar, a mi criterio, en la celebración per se del fragmentarismo, la residualidad, la multiplicidad o la ruptura, más que si son entendidos como síntomas de una dinámica deconstructora capaz de desestabilizar posiciones de poder, de los que puede extraerse un conocimiento transformador. Creo que vamos en camino de ir superando el destape posmoderno y entendiendo la necesidad de recuperar, más allá de carnavalizaciones pospolíticas, perspectivas epistemológicas que nos devuelvan de algún modo a un concepto revisado de realidad social desde el cual articular diversas posiciones de sujeto, individuales y colectivas². Entre la fascinación de lo pluri/multi y la romantización –y fetichización– de lo popular hay, creo, un inmenso espectro de posibilidades críticas, teóricas y políticas, a las que se debe interrogar desde los estudios del género que tampoco son ajenos a la seducción de los extremos.

    En América Latina, donde los estudios de género nacen marcados por la distribución disciplinaria y también, en los años de mayor influencia de la teoría de la dependencia, por el sociologismo que los ligó fuertemente al antiimperialismo y a los movimientos de liberación nacional, la noción de sujeto político continúa manteniéndose (Navarro 1979, Redclift 1997). Esos estudios registran, sin embargo, cambios fundamentales, que relacionados con los efectos del capitalismo periférico sobre la construcción genérica. Al tiempo, otras dinámicas feministas se liberan, en contextos precisos, de esos determinismos, afianzándose más bien en la politicidad dispersa de una resistencia que se filtra por las fisuras de los discursos hegemónicos, de izquierda y de derecha, buscando nuevas formas de canalizar agendas, y poner en práctica epistemologías que contemplen el modo en que los niveles de clase, raza y género no sólo intersectan sus respectivas agendas, sino se sustentan recíprocamente³. Sin embargo, creo que es necesario todavía seguir analizando las relaciones entre materialidad social y formas simbólicas y el modo en que ambos planos negocian y divergen, según los casos. El modo, entonces, en que la unidad que es imprescindible para la lucha política puede admitir diferencialidad, antagonismos y multiplicidad, sin debilitarse, recordando que, para esos análisis, no existe ya una conexión implícita o necesaria entre feminismo y estudios de género⁴.

    3.Cambios en la función intelectual y la cuestión del género

    Finalmente, entre el Estado –saturado o vaciado de contenido político– y la cuestión del género, la función intelectual se sitúa con un status mediador pero asimismo problemático, afectado por una crisis situacional que abarca aspectos ideológicos pero también estratégicos de posicionalidad institucional. Esta crisis –sin duda más profunda que las que se registraron durante el siglo XX– obliga a revisar agendas y programas, plataformas y prebendas, alianzas y deslindes, Interrumpir el discurso dominante e interpelar ya no sólo a los discursos del poder –cualesquiera que éstos sean, incluida la ortodoxia feminista– sino también a la sociedad civil es no sólo una de las funciones del intelectual sino también la clave del pensamiento crítico. ¿Pero qué hacer cuando el intelectual, que por definición se encuentra siempre de una manera u otra entronizado él mismo en los discursos interpretativos de la trama social, está más preocupado por redefinir su función en los nuevos arreglos globales que en afinar su trabajo hermenéutico? ¿Qué hacer cuándo el oportunismo de río revuelto hace más fácil levantar las redes y capitalizar la crisis como un espacio en el que todo vale, donde la prédica es más fácil que el análisis y muchísimo más fácil que la acción, y el atiborramiento teórico se convierte en la estrategia más lucida de impunidad ideológica y subalternización de lo teorizado? Las agendas teóricamente saturadas del latinoamericanismo metropolitano no dejan de evidenciar, en muchas de sus formas, justamente la crisis de esa centralidad, que la función intelectual disfrutó con el liberalismo y que el neoliberalismo podría sacrificar en el proceso de privatización del conocimiento y sometimiento de las materias primas de la cultura periférica a la mercantilización teórica globalizada. Dentro de esas agendas saturadas, el feminismo se ha convertido en una referencia obligada y, para muchos, obligatoria –creo, en definitiva, que hay demasiados feministas– y que esta naturalización de la cuestión del género –que yo debería estar aquí estimando como fundamentalmente positiva– atenta contra el carácter necesariamente contracultural, deconstructor y político de una forma fundamental de crítica social que habría sido, quizá, cooptada no por sus enemigos, sino por sus compañeros de ruta.

    Conclusión

    Se ha dicho que la cuestión del género es el punto ciego de las teorías de la subjetividad que dominaron los escenarios de la modernidad; habría que agregar que es también parte de su mala conciencia. En todo caso, creo que las dinámicas a las que antes aludía en referencia al vaciamiento del Estado, el desdibujamiento –positivo– de la función intelectual y su más efectiva diseminación en lo social, y la presencia inescapable pero siempre redefinida de la cuestión del género marcan los parámetros principales por donde puede orientarse nuestro trabajo. Chantal Mouffe (1999) aboga por un retorno de lo político que incluya una transformación sustancial de la noción de ciudadanía, o sea que modifique las relaciones de sujeto existentes y construya, en su lugar, una identidad política común que no elimine las diferencias, las agendas, las especificidades. En este sentido, si es cierto que tras la supuesta neutralidad multiculturalista [...] siempre se esconde el hombre blanco eurocéntrico⁵ –y también anglocéntrico– queda claro que en las nuevas etapas que se abren, alguien tendrá que mantenerse vigilante para que la construcción de ese nosotros (que ya empieza por ser masculino) no mantenga, en su afuera constitutivo, a la cuestión del género, bajo nuevas modalidades. Bajo estas condiciones, creo que el retorno de lo político –al que he aludido también en otros trabajos– es el nombre de nuestra agenda de las próximas décadas, sea desde la configuración de la utopía de una democracia radical, como propone Chantal Mouffe, sea en las formas más modestas que puedan alcanzarse en nuestras dolorosas repúblicas latinoamericanas.

    Bibliografía

    BUTLER, Judith (1990): Gender Trouble. Feminism and the Subversión of Identity. London/New York: Routledge.

    CASTRO-GÓMEZ, Santiago, Óscar GUARDIOLA-RIVERA y Carmen MILLÁN DE BENAVIDES (1999): Pensar (e)n los intersticios. Teoría y práctica poscolonial. Bogotá: Instituto Pensar/Pontificia Universidad Javeriana. Colección Pensar.

    DORE, Elizabeth (1997): Introduction: Controversies in Gender Politics. En: Elizabeth Dore (ed.), Gender Politics in Latin America. Debates in Theory and Practice. New York: Monthly Review Press, 9-18.

    FEMENÍAS, María Luisa (2000): Sobre sujeto y género. Lecturas feministas desde Beauvoir a Butler. Buenos Aires: Catálogos.

    MOUFFE, Chantal (1999): El retorno de lo político. Comunidad, ciudadanía, pluralismo, democracia radical. Barcelona/Buenos Aires/México, D.F.: Paidós. NAVARRO, Marysa (1979): Research on Latin American Women. En: Signs 5/1: 120.

    REDCLIFT, Nanneke (1997): Conclusión. Post-Binary Bliss: Towards a New Materialist Síntesis?. En: Elizabeth Dore (ed.), Gender Politics in Latin America. Debates in Theory and Practice. New York: Monthly Review Press, 222-236.

    ¹ Al respecto, indica Judith Butler: ...gender is not always constituted coherently or consistently in different historical contexts, and [...] intersects with racial, class, ethnic, sexual, and regional modalities of discursively constituted identities. As a result, it becomes impossible to separate out ‘gender’ from the political and cultural intersections in which it is invariably produced and maintained (1990: 3).

    ² Ver al respecto Dore (1997).

    ³ Como indica Redclift –retomando posiciones de Dore y Nazari en el mismo libro–: Class, gender, and race [...] are not merely connected, they do not simply intersect [...] they are/stand for each other (1997: 227).

    ⁴ La frase, que recoge algo ya ampliamente reconocido, viene de Nanneke Redclift: There is no longer an intrinsic connection between feminism and gender studies (Redclift 1997: 223).

    ⁵ Santiago Castro-Gómez alude a esta noción al revisar el contra-argumento poscolonial respecto al multiculturalismo, y para llamar la atención sobre el modo en que el capitalismo actual no solamente oculta exclusiones de raza, género, etc., sino asimismo se apoya en la estrategia de negación del anonimato universal del capital, como si no existiera ningún sujeto dirigiendo la máquina (Castro-Gómez 1999: 14).

    LENGUAS DEL AMOR AC-DC

    DORIS SOMMER

    Harvard University

    Corrientes alternas

    Alternancia es el nombre que el castellano le da a code-switching, ese vaivén del habla bilingüe que pasa de un idioma a otro. La inestabilidad produce patrones predecibles, según unos lingüistas que defienden la legitimidad de los códigos mixtos que se comportan con la misma regularidad, aseguran los profesionales, que los idiomas respetables. Pero otros lingüistas prefieren subrayar la dimensión ingobernable de la inestabilidad y el impredecible timing del cambio que saca un chiste o que se zafa de las expectativas porque sí, por la misma libertad de hacerlo¹. Alternar es una práctica que facilita la expresión en quienes no dominan el idioma de preferencia, dicen unos, y delata una carencia de control y de conocimiento. Pero otros dicen que a menudo el switch se da para crear un efecto estético cuyo nombre cotidiano es la sorpresa, y así alegrar o despistar a los interlocutores y los escuchas. Quiero decir que muchas veces los bilingües lucen una virtuosidad verbal más allá del mero dominio. Y es el plus que resulta excesivo para los puristas, como si el virtuosismo fuera un hambre anormal de expresión que ofendiera el consumo comme il faut. La alternancia desborda la identidad anclada en una lengua y una cultura, y por lo tanto conlleva un malestar para los que no cabemos ni en un código cultural ni en otro. Es una sensación queer, porque además de no caber plenamente, condición que podría llevar sencillamente a la frustración o a la tragedia, los bilingües tampoco queremos caber del todo.

    Tato Laviera tituló uno de sus poemarios, en honor al arte nuyorriqueño de vivir bilingüe y biculturalmente, Corriente alterna. La figura eléctrica pone en marcha otras metáforas de la inestabilidad por preferencia, como por ejemplo la alternancia en las prácticas y orientaciones sexuales que solíamos llamar AC-DC, e incluso como la condición política popular de Puerto Rico: limbo / limping in circles / still buying time / the indecision of goals (1985: 86). Indecisión es la meta paradójica en Puerto Rico, donde los frecuentes plebiscitos reafirman la oximorónica identidad nacional de Estado Libre Asociado. La (in)definición ontológica irrita, es cierto, en su prolongado roce entre el inalcanzable deseo por la independencia y el miedo insoslayable de perder hasta la autonomía cultural. A la irritación se suma una tristeza que da cuenta que toda solución final sacrificaría las ventajas de opciones reprimidas. Con todo, sin embargo, la condición commonwealth parece ser preferible a las posturas definitivas, tanto a la normalización de la isla como estado en la Unión anglo, como a la independencia del país indefenso. Así como está, Puerto Rico se mantiene a flote, por encima de las corrientes unidireccionales que eliminarían los excesos; queda flexible y creativa, alternando entre códigos y culturas con el bien ensayado jogo de cintura que permite aprovechar recursos sin cerrar las rutas del cimarrón. El yo particular y el colectivo adquieren una solidez meta-consciente que no se deja atrapar por un solo código en el que se quedaría manejable con un guión predecible (la trampa donde caen los esencialistas étnicos, gays, feministas, etc.), porque la autonomía está en saber manejar más de un código y asumir más de una per-sona (máscara)².

    Es una política escandalosa para la modernidad de Estados-naciones cuyo santo patrón es Johann Gottfried Herder. A partir de sus escritos contra Kant, Herder llegó a ser el defensor de la autenticidad cultural y lingüística de cada nación frente a la universalizante ideología de la iluminación francesa. Desde entonces, el deseo por la coherencia ha inspirado proyectos identitarios hasta hoy en día. Para Herder, el idioma particular era el alma del pueblo. Hablar dos lenguas era excesivo, patológico; causaba la corrupción tanto del espíritu como del cuerpo. Por eso, los bilingües sufrían, diagnosticaba en serio, el mal de la flatulencia con consecuencias fatales³. Pero nadie muere del bilingüismo, solo de la intolerancia por los pueblos lingüísticamente queer. Además, si el exceso cultural causa dolencias, se curan aumentando y no eliminando los excesos: por ejemplo, al mencionar el mal de Herder en México, sentí que los mayas se reían más que nadie, y es que pedo quiere decir también beso para ellos. Los mayas, como muchos pueblos que han sobrevivido conquistas y aculturaciones, saben vivir entre un código y otro. Pero los que insisten en ser sencillamente modernos deben tener solamente una pertenencia nacional así como tendrán una identidad sexual, según teorizaba Benedict Anderson (1983: 4). Quizás los minoritarios sean la vanguardia de la posmodernidad (y el rescate de convivencias anteriores), porque la alternancia estructural entre la pertenencia a una cultura particular y a la de la mayoría descose la sutura entre nación y Estado, e impone conciencias dobles entre una identidad cultural y otra pertenencia política. En todo caso, el commonwealth state of mind tiene afinidades electivas con la conciencia alterna y queer del bilingüe. ¿Es usted hispano? Depende. Who wants to know?

    Zero Sum

    Quizás sea curioso que, como en la matemática moderna, el pensamiento queer permita múltiples prácticas y teorías gracias a una carencia constitutiva. Así como los números cobran su dinamismo en torno al cero, el discurso de los géneros desencadena posibilidades y permutaciones desde un centro vacío de determinismos absolutos. Esta ubicación de la nadería de la sexualidad no fue necesariamente intencional desde el feminismo surgido junto con los movimientos estudiantiles y los disturbios raciales de los años sesenta, sino el efecto irrefrenable de un suplemento peligroso. Al agregar el género femenino al masculino en la definición del sujeto, el suplemento hace vislumbrar una falta de estabilidad en la esencia del ser humano. De manera similar, la condición bilingüe socava la integridad monocultural al insinuar que el yo se desenvuelve en corrientes alternas. Pascal tiene fama de haber meditado sobre el caso de los números avivados por una falta de valor sustantivo. A nosotros nos toca, en medio de grandes migraciones y de crisis del progreso y de la (re)producción, considerar los otros casos, el del género y el de la lengua, permutados por el efecto del suplemento. Llegaremos a apreciar el cero constitutivo de las prácticas identitarias como un espacio casi sagrado que nos obliga a crear y recrearnos como seres humanos, entre excesivos e insuficientes.

    Por ser un punto renuente a rellenarse con etiquetas contundentes, el centro-cero queda, aparentemente, disponible para las conquistas, como si coqueteara con los que afirman su destino de alma femenina o masculina, o los que insisten en English Only o en hablar cristiano. El chiste es que la coqueta esencia se entrega simultáneamente, o alternando, a los distintos pretendientes. La esencia es gramatical, condicional y cambiante, decía Ludwig Wittgenstein, para burlarse tanto de los idealistas como de los nihilistas. Las conquistas serán fáciles, pero decepcionan a los militantes, porque las entregas del yo son excesivas. Posterguemos, por el momento, la consideración de los encantos del habla queer, porque quedan casi redundantes al considerar los del género que rehuye aferrarse a una definición exclusiva. La ausencia de género fijo, tanto en un solo ser como en la sociedad, que requiere la creatividad combinatoria para construir un yo de varias personas, es para mí la lección más profunda del legado feminista. Es la que irritó el discurso clásico ontológico hasta abrir una llaga llamada género, y escarbó en ese terreno irritado que no se quiere sanar un espacio para el pensamiento queer.

    He dicho que no habrá sido un resultado premeditado. El propósito principal del movimiento feminista fue fisurar el concepto universalizante del ser humano para que las mujeres estuvieran a la par de los hombres, a todos los niveles de derechos y de recursos. Fuera la intención que fuere, el suplemento resultó ser peligroso, tanto para los hombres como para las mujeres. Al admitir una variante en un sistema que había parecido estable y cerrado, el suplemento abrió una grieta por donde se colarían más añadiduras y variantes. En este caso, el peligro de la multiplicación de diferencias era sobredeterminado, porque el llamado movimiento femenino era desde su comienzo más de uno. De hecho, la mujer estaba sujeta a más de una definición. Para algunas, significaba una esencia biológica irreducible a condicionamientos culturales; para otras quería decir precisamente el condicionamiento perverso que nos había debilitado y que se debía cambiar por comportamientos más igualitarios con los hombres. La fisura entre las feministas fue fundamental e fue descosiendo el delicado tejido del movimiento, así como el conflicto entre los determinantes biológicos y los sociales habían ido minando, por mucho tiempo, el concepto mismo de identidad. En pos de los feminismos discutibles y discutidos, siguen otros suplementos a la práctica de auto-definición, entre ellos los que burlan la expectativa de quedarse con una. Gracias a esta opción queer, el feminismo recobra potencialmente el dinamismo grado cero que permite multiplicarse en condiciones cambiantes. De otra forma podría haberse agotado con la sencilla adición inicial de un género más uno.

    El dinamismo, sin embargo, no es siempre motivo de alegría y la inestabilidad es síntoma de un malestar. Si crear ofrece una libertad, también conlleva una conciencia del espacio vacío que lo permite, una falta de baluarte, y el lamentable reconocimiento de las pérdidas necesarias en el proceso de selección que permite representar la persona de cada día. Las mujeres lo somos, en cierta medida, por el sacrificio de algunos comportamientos asociados con los hombres; y los hombres lo son, hasta cierto punto, porque se han acostumbrado a limitar la gama de gustos y de gestos a convenciones masculinas. Gender Trouble es la diagnosis que ofrece Judith Butler frente a esta recíproca auto-mutilación del alma que practicamos los hombres y las mujeres en nuestras sociedades sexistas. Si yo llegara a recetar una terapia, sería sencilla y casi redundante con las observaciones del malestar: es que las etiquetas de un género u otro son muy estrechas para abarcar la realidad de los seres humanos; así es que ser hombre o mujer es más bien hacer de hombre o mujer sin contar con las consecuencias de sacrificar los elementos suplementarios y peligrosos para la representación. Ser angloparlante y no hablar castellano, limitarse al alemán y olvidar el turco son auto-amputaciones similares. Por eso, los hombres y las mujeres somos, en mi paráfrasis quizás imperdonablemente concisa, constitutivamente e incurablemente melancólicos, así como lo son los bilingües cuya conciencia de selección de una palabra y no otra hace sentir el código acallado. Para ser quienes somos, y para expresarnos correctamente, practicamos el desamor provisional con ciertas partes de nosotros mismos; perfeccionamos la negación intermitente, entre tristes por las pérdidas y aterrados por los espectros que amenazan volver a vivir.

    La condición, posiblemente, no admite tratamientos terapéuticos, si por tratamiento se entiende la búsqueda de una higiene sentimental que tenga como meta la normalidad moderna de una identidad fija (nacional, sexual) que requiera extirpar los espectros para vivir en el presente. Pero, como en el caso de Puerto Rico, la desesperación quizás sea su propia solución. Cuando no hay manera de curar un mal, aceptarlo es terapéutico. No fue otro el refinamiento que ofreció Jacques Lacan a la ciencia del psicoanálisis que pretendía reforzar y sanar las costuras del yo. El yo, según Lacan, es por su naturaleza fisurado, multiplicado y por eso incoherente. Hay los que (como Charles Taylor, en la línea de Herder) recetan la afirmación de una autenticidad plena, mediante la extirpación de los irritantes restos de vidas humilladas, de culturas no vigentes, y de patrias perdidas (Taylor 1994: 26). Pero los que vivimos en la cuerda floja, o en la guagua aérea, entre culturas, códigos y roles predeterminados, barruntamos que la auto-extirpación agrava el mal en vez de sanarlo. Subraya el auto-odio por los elementos internalizados en vez de curarnos de complejidades. ¿Es que se las quiere curar?

    Piensen en los cuentos desgarradores de Clarice Lispector, considerada existencialista por algunos lectores, pero reconocida por las lectoras como inquietante portavoz de la náusea y del pavor que caracterizan la condición de mujer convencional. Sus protagonistas viven en el borde entre las convenciones y la conciencia (rabiosa o aterrada) de que no caben del todo, que son suplementos peligrosos, y que han tenido que amputarse para vivir normalmente: "this is what she wanted, this is what she had chosen" (1984: 38). En la autodefinición del género, aceptar la condición levemente melancólica que proscribe algunas posibilidades mientras se ejercen otras es sentir el exceso como un peso del que una, quizás, se quiere librar. Pero el desborde se siente también como una irritación que anima la creatividad en busca de una imposible paz. A través de la baja fiebre de crisis de identidad, el tratamiento lacónico/lacaniano evita mayores estragos de intolerancia para con una misma y, por extensión, para con otros seres fatalmente fisurados y

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