Fábulas argentinas
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Fábulas argentinas - Godofredo Daireaux
Godofredo Daireaux
Fábulas argentinas
Barcelona 2015
www.linkgua-digital.com
Créditos
Título original: Fábulas.
© 2015, Red ediciones S.L.
Diseño cubierta: Red ediciones S.L.
ISBN rústica: 978-84-9816-758-0.
ISBN cartoné: 978-84-9897-400-3.
ISBN ebook: 978-84-9897-809-4.
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar, escanear o hacer copias digitales de algún fragmento de esta obra.
El diseño de este libro se inspira en Die neue Typographie, de Jan Tschichold, que ha marcado un hito en la edición moderna.
Sumario
Créditos 4
Presentación 11
La vida 11
Al lector 13
El hombre y la oveja 15
La mariposa y las abejas 15
El tigre y los chimangos 16
La gaviota 17
El arroyo y el cañadón 18
La hormiga y la cucaracha 19
El perro fiel 20
El terú-terú 21
El hurón y la gata 22
La cigüeña 23
El mono y la naranja 23
El ombú 24
La vizcacha y el pejerrey 25
El mosquito 26
Los pavos y el pavo real 27
Flor de cardo 28
El gato montés 29
El trigo 29
Las palomas 30
El caballo asustadizo 31
Cambio de política 32
Concurso de belleza 32
Los carneros y el capón 33
Patrón rico 34
El guacho 35
El caballo y el buey 36
El zorro y el avestruz 36
El caracol 37
El avestruz y la perdiz 38
El zorro y la vizcacha 39
El toro y el hornero 39
La cotorra y la urraca 40
El tigre y sus proveedores 40
El chancho gordo 41
Flores quemadas 42
El médano y el pantano 43
Maledicencias 43
La mulita indiscreta 44
Vae soli! 44
La gran conejera 45
Los zánganos en la colmena 46
La gallina y el cuchillo 47
Flores marchitas 47
Interesante sesión 47
La oveja merina y las ovejas criollas 48
Las dos manos 48
El gato blanco 49
El entierro del perro 49
El chajá y los patos 50
La ostra madreperla y la ostra común 51
La babosa 52
Cóndor y chingolo 52
La vizcacha inexperta 53
Amor sincero 54
Pelea de gallos 54
El hornero y la palma 55
Las colmenas 55
El escarabajo y el picaflor 56
La lechuza y el zorro 57
El zorrino manso 57
La rosa, el picaflor y la mariposa 58
El gato montés y la nutria 59
Los gatitos en la escuela 60
El toro y la argolla 60
Los dos carneros 61
El capón flaco 61
La araña 62
La víbora y el zorro 63
El perro y el zorro 63
El cuis y la lechuza 64
Los dos gallos y la polla 65
El oso hormiguero 65
Jerarquía 66
El mono y la cinta elástica 67
La hormiga y su fortuna 68
Los dos perros y el ladrón 68
La comadreja y el zorro 69
El triunfo del zorro 70
La gallina y la perdiz 70
El pato 72
El nido del carancho 72
El cisne y la garza mora 73
El pato y las gallinas 74
El perro y el cabrón 74
Mucho ruido, pocas nueces 75
El zorro y el puma 76
La armadura del peludo 77
La sequía 77
El mono y el perro 78
Las voraceadas del tigre 78
El vizcachón previsor 79
El pavo y el gallo 79
Las vizcachas 80
El pavo real, la urraca y el hornero 80
La araña y el sapo 81
Caridad 82
El hurón y el zorro en sociedad 82
El ruiseñor y los gansos 83
El burro 84
La vizcacha y el zorrino 84
El loro muerto 84
Maniobras militares 85
El perro, el cimarrón y los guanacos 85
La vaca empantanada 86
Las pértigas y la barrica 86
¡Ya no soy poeta! 86
La cúspide y el valle 87
El ñandubay la paja 87
El picaflor enojado 88
La hormiga alada 89
Las opiniones del gallo 89
Los burros y el eco 90
El carnero filósofo 90
La luciérnaga y las arañas 91
El cordero negro 91
El águila y el gorrión 91
El tutor y la planta 92
Los patos caseros y los patos silvestres 92
El chajá y los mensajeros 93
El águila, el chimango y las urracas 94
El zorro y la vizcacha 94
El perro gritón 95
El cisne y la gallareta 95
Los cimarrones y el tigre 96
El bien-te-veo y la comadreja 97
La fiesta del águila 97
El novillo 98
El caballo enriquecido 98
El perro y las pulgas 99
El chajá 99
La perdiz y la gaviota 100
Las dos plantas 100
El águila 100
El caballo y el burro 101
Las abejas en sus comicios 101
El pavo real y sus admiradores 102
El gaucho y el potro 102
Zorro viejo 103
Las hormigas 104
Parentesco póstumo 104
Los tres durazneros 105
El bien-te-veo 105
El cuis en el entierro del perro 106
El ganso 107
Justas quejas 107
La chicharra y la rana 108
Gallos y gallinas 108
El mal tropero 109
Decreto moralizador 109
El avestruz y el ganso 110
Los dos tigres y el zorro 110
El caballo y la mula 111
El cencerro y la campana 111
Los pajaritos y la luciérnaga 112
Ayuda oportuna 112
La selva 113
Invasión de hormigas 113
El lagarto 114
La burra y el potrillo 114
Los escarabajos 115
El cimarrón y el zorro 115
La nutria y la gallareta 116
Aves de rapiña y mosquitos 117
Libros a la carta 119
Presentación
La vida
Godofredo Daireaux (1839-1916). Argentina.
Hijo de un normando que había hecho fortuna con el café en Brasil, Geoffroy Francois Daireaux (París, 1849-Buenos Aires, 1916) se estableció como hacendado en la Argentina en 1868 y en 1883 poseía tres estancias en Rauch, Olavarría y Bolivar.
Participó de la fundación de la ciudad de Rufino en la provincia de Santa Fe y Laboulaye y General Viamonte en la provincia de Córdoba.
En 1901 fue Inspector General de Enseñanza Secundaria y Normal. Enseñó Francés en el Colegio Nacional. Trabajó en La Nación, colaboró en Caras y Caretas, La Prensa, La Ilustración Sudamericana, La Capital de Rosario, y dirigió el diario francés L’Independant. Su casa fue centro de encuentro de artistas como Fader, Quirós, Sivon e Yrurtia.
Daireaux escribió relatos de costumbres y tratados como «La cría del ganado» (1887), «Almanaque para el campo» y «Trabajo agrícola».
Al lector
(«El hombre dijo a la oveja...»)
Godofredo Daireaux
A medida que uno envejece, le entran como loca picazón las ganas de dar consejos. ¿Será que, no pudiendo ya sacar provecho de su tardía experiencia, el hombre la ofrece de regalo a los que todavía la pueden utilizar?
Puede ser.
Pero los consejos, y más todavía las críticas, a que también da la experiencia cierto derecho, tienen que ser envueltos en algo muy dulce para que el paciente consienta en tragárselos, y que del remedio se pueda esperar algún efecto. Y por esto es que, desde tantos siglos, se ha imaginado el apólogo. Con él, ha podido un pobre esclavo, como el gran fabulista frigio Esopo, cantar verdades a su amo sin ser muerto a azotes; con él, ha podido Rabelais, el jovial cura francés, mofarse de los clérigos viciosos de su tiempo, sin acabar en la hoguera; por él, Lafontaine ha popularizado tantas máximas de moral y tantas reglas prácticas de conducta, que sus fábulas han contribuido más al progreso de la humanidad que cien tratados de filosofía.
Estos maestros y muchos otros han dejado tan trillado el campo del apólogo, que poco queda que espigar en él; y por mi parte, no me habría atrevido a hacerlo, si, durante muchos años, no hubiera sorprendido entre los animales que pueblan la Pampa, mil conciliábulos que sería lástima dejar perder, pues no desmerecen sus lecciones de las que nos han venido de allende los mares.
Es de sentir, por cierto, que no hayan tenido por intérprete de sus gestos graciosos y de sus conversaciones instructivas a algún inspirado poeta, capaz de traducirlos en versos lapidarios, pero no pude yo sino tomar fieles apuntes de lo que vi y oí, y reducirlos a simple prosa corriente para los que ignoran el idioma de los bichos pampeanos.
Los hay entre éstos, llenos de picardía, de envidia, de ingratitud, de egoísmo, de orgullo, de avaricia, de ignorancia, de mala fe y de muchas otras cosas feas, cuya enumeración sería mucho más larga que la lista de sus virtudes; y no hay duda que el hombre es muchísimo mejor que esos seres inferiores. Pero podría suceder ¿no es cierto? por una gran casualidad, que también se encontrasen hombres que no fueran modelos de lealtad, de desprendimiento, de gratitud, de modestia, de generosidad, de buena fe, y para enseñarles a corregirse, el apólogo es y siempre será de gran resultado; por lo menos podrá servir de desahogo al que sienta la imperiosa necesidad de reprender sin herir, y si por sus alusiones y sus indirectas, las fábulas hacen cosquillas al que las oiga... ¡que en silencio se rasque!
Bien raras veces, por lo demás, se da uno por aludido: cuando, en un círculo de muchachos, algún travieso ha pegado con alfiler colas de papel a dos de sus compañeros, todos, por supuesto, se ríen, pero, más que los otros, siempre los dos que llevan la cola.
La fábula no hace personalidades; y su gran poder, justamente, consiste en que a nadie choca, ya que siempre puede cualquiera desconocer en ese espejo las arrugas de la propia cara y aplicar a otro la semejanza; pero no por esto deja de ser siempre más eficaz la sonrisa indulgentemente burlona del fabulista que la voz severa y los ojos redondos del pedante.
•
También te diré, lector, el porqué del título.
Estábamos un día en un corral de ovejas arreando despacio los animales al chiquero, y nos hablaba un compañero de un sujeto a quien habían explotado muy feo los mismos que, bajo forma de habilitación, parecían ayudarle, cuando lo interrumpí diciendo: «¡claro! pues: el hombre dijo a la oveja...»
Y un gaucho, un peón, que caminaba algunos pasos delante de nosotros, al momento dio vuelta la cabeza y alargó el pescuezo, prestando con interés el oído en espera del resto. No seguí ese día, porque no había tiempo, pero la mirada hambrienta de cuentos de ese hombre había bastado para que me decidiera a juntar todos los que andaban sueltos en el cajón de mi mesa y también en mi cabeza, haciendo de ellos el modesto lío que aquí te ofrezco.
Y si también las llamé Fábulas argentinas, es que, aunque lo mismo pueden ser de aplicación en cualquier otro país, me han sido inspiradas, casi todas, por acontecimientos y personajes argentinos, o por sucesos e incidentes acaecidos aquí, entre gente radicada en esta tierra; y que sus actores son, con muy pocas excepciones, animales pertenecientes a la fauna argentina.
G. D.
El hombre y la oveja
El hombre dijo a la oveja:
—¡Te voy a proteger!
Y a la oveja le gustó.
—Apenas —dijo el hombre— tienes en las espaldas, para resistir al frío, algunas hebras de gruesa lana. Vives en rocas ásperas, donde tienes que brincar a cada paso, con riesgo de tu vida, para buscar el escaso alimento, el pobre pasto que allí crece. Los leones no te dejan en paz. Crías hijos flacos con tu poca leche, y da pena ver en semejante miseria a ti y a