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Fábulas argentinas
Fábulas argentinas
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Libro electrónico228 páginas2 horas

Fábulas argentinas

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Juan de la Cueva de Garoza (Sevilla, 1543-1612). España. Vivió en Cuenca, en Canarias y en México entre 1574 y 1577; a su regreso a España empezó a escribir dramas. Se inspiró en el Romancero y en la mitología grecolatina y adoptó temas históricos y legendarios. Escribió además veinticinco sonetos, varias églogas, una elegía, una sextina, tres madrigales y dos odas, que aparecen en el cancionero Flores de varia poesía. El Ejemplar poético, también publicado por Linkgua, escrito hacia 1606 y dividido en tres epístolas, es un arte poética manierista en tercetos encadenados. Otras obras suyas son Viaje de Sannio, poema de crítica literaria; La Muracinda, una narración épica burlesca de una venganza entre perros y gatos en endecasílabos blancos, el poema mitológico en octavas reales Llanto de Venus en la muerte de Adonis, la narración mitológica burlesca en octavas reales Los amores de Marte y Venus. Una colección de sus poemas fue publicada como Obras de Juan de la Cueva (Sevilla, 1582) y sus romances aparecen en Coro Febeo de Romances historiales (1587). También le interesó la épica culta, y escribió el poema en veinticuatro cantos La conquista de la Bética (Sevilla, 1603), que describe la conquista de Sevilla por Fernando III el Santo.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento1 ene 2014
ISBN9788498978094
Fábulas argentinas

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    Fábulas argentinas - Godofredo Daireaux

    9788498978094.png

    Godofredo Daireaux

    Fábulas argentinas

    Barcelona 2015

    www.linkgua-digital.com

    Créditos

    Título original: Fábulas.

    © 2015, Red ediciones S.L.

    Diseño cubierta: Red ediciones S.L.

    ISBN rústica: 978-84-9816-758-0.

    ISBN cartoné: 978-84-9897-400-3.

    ISBN ebook: 978-84-9897-809-4.

    Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar, escanear o hacer copias digitales de algún fragmento de esta obra.

    El diseño de este libro se inspira en Die neue Typographie, de Jan Tschichold, que ha marcado un hito en la edición moderna.

    Sumario

    Créditos 4

    Presentación 11

    La vida 11

    Al lector 13

    El hombre y la oveja 15

    La mariposa y las abejas 15

    El tigre y los chimangos 16

    La gaviota 17

    El arroyo y el cañadón 18

    La hormiga y la cucaracha 19

    El perro fiel 20

    El terú-terú 21

    El hurón y la gata 22

    La cigüeña 23

    El mono y la naranja 23

    El ombú 24

    La vizcacha y el pejerrey 25

    El mosquito 26

    Los pavos y el pavo real 27

    Flor de cardo 28

    El gato montés 29

    El trigo 29

    Las palomas 30

    El caballo asustadizo 31

    Cambio de política 32

    Concurso de belleza 32

    Los carneros y el capón 33

    Patrón rico 34

    El guacho 35

    El caballo y el buey 36

    El zorro y el avestruz 36

    El caracol 37

    El avestruz y la perdiz 38

    El zorro y la vizcacha 39

    El toro y el hornero 39

    La cotorra y la urraca 40

    El tigre y sus proveedores 40

    El chancho gordo 41

    Flores quemadas 42

    El médano y el pantano 43

    Maledicencias 43

    La mulita indiscreta 44

    Vae soli! 44

    La gran conejera 45

    Los zánganos en la colmena 46

    La gallina y el cuchillo 47

    Flores marchitas 47

    Interesante sesión 47

    La oveja merina y las ovejas criollas 48

    Las dos manos 48

    El gato blanco 49

    El entierro del perro 49

    El chajá y los patos 50

    La ostra madreperla y la ostra común 51

    La babosa 52

    Cóndor y chingolo 52

    La vizcacha inexperta 53

    Amor sincero 54

    Pelea de gallos 54

    El hornero y la palma 55

    Las colmenas 55

    El escarabajo y el picaflor 56

    La lechuza y el zorro 57

    El zorrino manso 57

    La rosa, el picaflor y la mariposa 58

    El gato montés y la nutria 59

    Los gatitos en la escuela 60

    El toro y la argolla 60

    Los dos carneros 61

    El capón flaco 61

    La araña 62

    La víbora y el zorro 63

    El perro y el zorro 63

    El cuis y la lechuza 64

    Los dos gallos y la polla 65

    El oso hormiguero 65

    Jerarquía 66

    El mono y la cinta elástica 67

    La hormiga y su fortuna 68

    Los dos perros y el ladrón 68

    La comadreja y el zorro 69

    El triunfo del zorro 70

    La gallina y la perdiz 70

    El pato 72

    El nido del carancho 72

    El cisne y la garza mora 73

    El pato y las gallinas 74

    El perro y el cabrón 74

    Mucho ruido, pocas nueces 75

    El zorro y el puma 76

    La armadura del peludo 77

    La sequía 77

    El mono y el perro 78

    Las voraceadas del tigre 78

    El vizcachón previsor 79

    El pavo y el gallo 79

    Las vizcachas 80

    El pavo real, la urraca y el hornero 80

    La araña y el sapo 81

    Caridad 82

    El hurón y el zorro en sociedad 82

    El ruiseñor y los gansos 83

    El burro 84

    La vizcacha y el zorrino 84

    El loro muerto 84

    Maniobras militares 85

    El perro, el cimarrón y los guanacos 85

    La vaca empantanada 86

    Las pértigas y la barrica 86

    ¡Ya no soy poeta! 86

    La cúspide y el valle 87

    El ñandubay la paja 87

    El picaflor enojado 88

    La hormiga alada 89

    Las opiniones del gallo 89

    Los burros y el eco 90

    El carnero filósofo 90

    La luciérnaga y las arañas 91

    El cordero negro 91

    El águila y el gorrión 91

    El tutor y la planta 92

    Los patos caseros y los patos silvestres 92

    El chajá y los mensajeros 93

    El águila, el chimango y las urracas 94

    El zorro y la vizcacha 94

    El perro gritón 95

    El cisne y la gallareta 95

    Los cimarrones y el tigre 96

    El bien-te-veo y la comadreja 97

    La fiesta del águila 97

    El novillo 98

    El caballo enriquecido 98

    El perro y las pulgas 99

    El chajá 99

    La perdiz y la gaviota 100

    Las dos plantas 100

    El águila 100

    El caballo y el burro 101

    Las abejas en sus comicios 101

    El pavo real y sus admiradores 102

    El gaucho y el potro 102

    Zorro viejo 103

    Las hormigas 104

    Parentesco póstumo 104

    Los tres durazneros 105

    El bien-te-veo 105

    El cuis en el entierro del perro 106

    El ganso 107

    Justas quejas 107

    La chicharra y la rana 108

    Gallos y gallinas 108

    El mal tropero 109

    Decreto moralizador 109

    El avestruz y el ganso 110

    Los dos tigres y el zorro 110

    El caballo y la mula 111

    El cencerro y la campana 111

    Los pajaritos y la luciérnaga 112

    Ayuda oportuna 112

    La selva 113

    Invasión de hormigas 113

    El lagarto 114

    La burra y el potrillo 114

    Los escarabajos 115

    El cimarrón y el zorro 115

    La nutria y la gallareta 116

    Aves de rapiña y mosquitos 117

    Libros a la carta 119

    Presentación

    La vida

    Godofredo Daireaux (1839-1916). Argentina.

    Hijo de un normando que había hecho fortuna con el café en Brasil, Geoffroy Francois Daireaux (París, 1849-Buenos Aires, 1916) se estableció como hacendado en la Argentina en 1868 y en 1883 poseía tres estancias en Rauch, Olavarría y Bolivar.

    Participó de la fundación de la ciudad de Rufino en la provincia de Santa Fe y Laboulaye y General Viamonte en la provincia de Córdoba.

    En 1901 fue Inspector General de Enseñanza Secundaria y Normal. Enseñó Francés en el Colegio Nacional. Trabajó en La Nación, colaboró en Caras y Caretas, La Prensa, La Ilustración Sudamericana, La Capital de Rosario, y dirigió el diario francés L’Independant. Su casa fue centro de encuentro de artistas como Fader, Quirós, Sivon e Yrurtia.

    Daireaux escribió relatos de costumbres y tratados como «La cría del ganado» (1887), «Almanaque para el campo» y «Trabajo agrícola».

    Al lector

    («El hombre dijo a la oveja...»)

    Godofredo Daireaux

    A medida que uno envejece, le entran como loca picazón las ganas de dar consejos. ¿Será que, no pudiendo ya sacar provecho de su tardía experiencia, el hombre la ofrece de regalo a los que todavía la pueden utilizar?

    Puede ser.

    Pero los consejos, y más todavía las críticas, a que también da la experiencia cierto derecho, tienen que ser envueltos en algo muy dulce para que el paciente consienta en tragárselos, y que del remedio se pueda esperar algún efecto. Y por esto es que, desde tantos siglos, se ha imaginado el apólogo. Con él, ha podido un pobre esclavo, como el gran fabulista frigio Esopo, cantar verdades a su amo sin ser muerto a azotes; con él, ha podido Rabelais, el jovial cura francés, mofarse de los clérigos viciosos de su tiempo, sin acabar en la hoguera; por él, Lafontaine ha popularizado tantas máximas de moral y tantas reglas prácticas de conducta, que sus fábulas han contribuido más al progreso de la humanidad que cien tratados de filosofía.

    Estos maestros y muchos otros han dejado tan trillado el campo del apólogo, que poco queda que espigar en él; y por mi parte, no me habría atrevido a hacerlo, si, durante muchos años, no hubiera sorprendido entre los animales que pueblan la Pampa, mil conciliábulos que sería lástima dejar perder, pues no desmerecen sus lecciones de las que nos han venido de allende los mares.

    Es de sentir, por cierto, que no hayan tenido por intérprete de sus gestos graciosos y de sus conversaciones instructivas a algún inspirado poeta, capaz de traducirlos en versos lapidarios, pero no pude yo sino tomar fieles apuntes de lo que vi y oí, y reducirlos a simple prosa corriente para los que ignoran el idioma de los bichos pampeanos.

    Los hay entre éstos, llenos de picardía, de envidia, de ingratitud, de egoísmo, de orgullo, de avaricia, de ignorancia, de mala fe y de muchas otras cosas feas, cuya enumeración sería mucho más larga que la lista de sus virtudes; y no hay duda que el hombre es muchísimo mejor que esos seres inferiores. Pero podría suceder ¿no es cierto? por una gran casualidad, que también se encontrasen hombres que no fueran modelos de lealtad, de desprendimiento, de gratitud, de modestia, de generosidad, de buena fe, y para enseñarles a corregirse, el apólogo es y siempre será de gran resultado; por lo menos podrá servir de desahogo al que sienta la imperiosa necesidad de reprender sin herir, y si por sus alusiones y sus indirectas, las fábulas hacen cosquillas al que las oiga... ¡que en silencio se rasque!

    Bien raras veces, por lo demás, se da uno por aludido: cuando, en un círculo de muchachos, algún travieso ha pegado con alfiler colas de papel a dos de sus compañeros, todos, por supuesto, se ríen, pero, más que los otros, siempre los dos que llevan la cola.

    La fábula no hace personalidades; y su gran poder, justamente, consiste en que a nadie choca, ya que siempre puede cualquiera desconocer en ese espejo las arrugas de la propia cara y aplicar a otro la semejanza; pero no por esto deja de ser siempre más eficaz la sonrisa indulgentemente burlona del fabulista que la voz severa y los ojos redondos del pedante.

    También te diré, lector, el porqué del título.

    Estábamos un día en un corral de ovejas arreando despacio los animales al chiquero, y nos hablaba un compañero de un sujeto a quien habían explotado muy feo los mismos que, bajo forma de habilitación, parecían ayudarle, cuando lo interrumpí diciendo: «¡claro! pues: el hombre dijo a la oveja...»

    Y un gaucho, un peón, que caminaba algunos pasos delante de nosotros, al momento dio vuelta la cabeza y alargó el pescuezo, prestando con interés el oído en espera del resto. No seguí ese día, porque no había tiempo, pero la mirada hambrienta de cuentos de ese hombre había bastado para que me decidiera a juntar todos los que andaban sueltos en el cajón de mi mesa y también en mi cabeza, haciendo de ellos el modesto lío que aquí te ofrezco.

    Y si también las llamé Fábulas argentinas, es que, aunque lo mismo pueden ser de aplicación en cualquier otro país, me han sido inspiradas, casi todas, por acontecimientos y personajes argentinos, o por sucesos e incidentes acaecidos aquí, entre gente radicada en esta tierra; y que sus actores son, con muy pocas excepciones, animales pertenecientes a la fauna argentina.

    G. D.

    El hombre y la oveja

    El hombre dijo a la oveja:

    —¡Te voy a proteger!

    Y a la oveja le gustó.

    —Apenas —dijo el hombre— tienes en las espaldas, para resistir al frío, algunas hebras de gruesa lana. Vives en rocas ásperas, donde tienes que brincar a cada paso, con riesgo de tu vida, para buscar el escaso alimento, el pobre pasto que allí crece. Los leones no te dejan en paz. Crías hijos flacos con tu poca leche, y da pena ver en semejante miseria a ti y a

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