La vida del buscón
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Comentarios para La vida del buscón
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- Calificación: 3 de 5 estrellas3/5This one was a lot grittier and more bleak than The life of Lazarillo de Tormes: the main character genuinely suffers, and has the permanent scars on his face to show for it. Unlike Lazaro, the narrator of The Swindler is not born into conning people: Pablo of Segovia starts off as a good-natured, naive youth, before bullying and an unreasonable first master abuse that out of him, and he sets himself the goal of becoming a systematic con-man, because that is exactly what the world deserves. As he travels around central Spain, he tells the reader all about his tricks, his cheats, his misadventures. But where Lazarillo de Tormes was cheeky and at least trying to arrive at a place of quiet and independent wealth, Pablo of Segovia is stuck in the Spanish underbelly, with no hope of ever leaving his dishonest days behind. That also makes for a more boring book: there is no narrative arc, no movement towards an ultimate goal. Just episode after episode, and then the book just ends, promising the next episode that doesn’t materialize.
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La vida del buscón - Francisco de Quevedo y Villegas
Francisco de Quevedo y Villegas
La vida del Buscón
Barcelona 2015
www.linkgua-digital.com
Créditos
Título original: La vida del buscón.
© 2015, Red ediciones S.L.
e-mail: info@red-ediciones.com
Diseño de cubierta: Mario Eskenazi
ISBN rústica: 978-84-9816-214-1.
ISBN ebook: 978-84-9897-767-7.
ISBN cartoné: 978-84-9953-618-7.
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar, escanear o hacer copias digitales de algún fragmento de esta obra.
El diseño de este libro se inspira en Die neue Typographie, de Jan Tschichold, que ha marcado un hito en la edición moderna.
Sumario
Créditos 4
Presentación 7
La vida 7
La vuelta de tuerca 7
Libro primero 9
Capítulo I. En que cuenta quién es el Buscón 11
Capítulo II. De cómo fue a la escuela y lo que en ella le sucedió 13
Capítulo III. De cómo fue a un pupilaje por criado de don Diego Coronel 17
Capítulo IV. De la convalecencia y ida a estudiar a Alcalá de Henares 23
Capítulo V. De la entrada de Alcalá, patente y burlas 28
Capítulo VI. De las crueldades de la ama, y travesuras que hizo 34
Capítulo VII. De la ida de don Diego, y nuevas de la muerte de su padre y madre, y la resolución que tomó en sus cosas para adelante 39
Libro segundo 43
Capítulo I. Del camino de Alcalá para Segovia, y de lo que le sucedió en él hasta Rejas, donde durmió aquella noche 45
Capítulo II. De lo que le sucedió hasta llegar a Madrid, con un poeta 49
Capítulo III. De lo que hizo en Madrid, y lo que le sucedió hasta llegar a Cercedilla, donde durmió 52
Capítulo IV. Del hospedaje de su tío, y visitas; la cobranza de su hacienda y vuelta a la corte 61
Capítulo V. De su huida, y los sucesos en ella hasta la Corte 65
Capítulo VI. En que prosigue el camino y lo prometido de su vida y costumbres 68
Libro tercero y último de la primera parte de la vida del Buscón 73
Capítulo I. De lo que le sucedió en la Corte luego que llegó hasta que amaneció 75
Capítulo II. En que prosigue la materia comenzada y cuenta algunos raros sucesos 77
Capítulo III. En que prosigue la misma materia, hasta dar con todos en la cárcel 84
Capítulo IV. En que trata los sucesos de la cárcel, hasta salir la vieja azotada, los compañeros a la vergüenza y él en fiado 86
Capítulo V. De cómo tomó posada, y la desgracia que le sucedió en ella 91
Capítulo VI. Prosigue el cuento, con otros varios sucesos 94
Capítulo VII. En que se prosigue lo mismo, con otros sucesos y desgracias que le sucedieron 98
Capítulo VIII. De su cura y otros sucesos peregrinos 105
Capítulo IX. En que se hace representante, poeta y galán de monjas 109
Capítulo X. De lo que le sucedió en Sevilla hasta embarcarse a Indias 116
Libros a la carta 123
Presentación
La vida
Francisco de Quevedo y Villegas (Madrid, 1580-Villanueva de los Infantes, Ciudad Real, 1645). España.
Hijo de Pedro Gómez de Quevedo, noble y secretario de una hija de Carlos V y de la reina Ana de Austria. Francisco de Quevedo estudió con los jesuitas en Madrid, y luego en las universidades de Alcalá (lenguas clásicas y modernas) y Valladolid (teología).Tras su regreso a Madrid tuvo la protección del duque de Osuna, con quien viajó a Sicilia en 1613.
Osuna fue nombrado virrey de Nápoles y Quevedo ocupó su secretaría de hacienda y participó en misiones políticas contra Venecia promovidas por su protector. Cuando éste cayó en desgracia Quevedo sufrió destierro y prisión, pero regresó a la corte tras la muerte de Felipe III. Durante años tuvo buenas relaciones con Felipe IV, aunque no consiguió ganarse la simpatía de su favorito, el conde-duque de Olivares. Se especula que dejó bajo la servilleta del monarca el memorial contra Olivares titulado «Católica, sacra, real Majestad», lo que motivó su detención en 1639. Se cree, en cambio, que terminó en un calabozo del convento de San Marcos de León, donde estuvo hasta 1643, víctima de una conspiración.
Murió en Villanueva de los Infantes.
La vuelta de tuerca
Hijo de un ladrón y de una bruja, Pablos, el Buscón, entra al servicio de un joven rico, vive en Alcalá en la corte y acaba viajando a América. El buscón no es una novela picaresca al uso. El sarcasmo en la descripción de los personajes y las situaciones, así como la crueldad y el humor negro de sus anécdotas, transgreden los límites de su género.
Libro primero
Capítulo I. En que cuenta quién es el Buscón
Yo, señora, soy de Segovia. Mi padre se llamó Clemente Pablo, natural del mismo pueblo; Dios le tenga en el cielo. Fue, tal como todos dicen, de oficio barbero, aunque eran tan altos sus pensamientos que se corría de que le llamasen así, diciendo que él era tundidor de mejillas y sastre de barbas. Dicen que era de muy buena cepa, y según él bebía es cosa para creer. Estuvo casado con Aldonza de San Pedro, hija de Diego de San Juan y nieta de Andrés de San Cristóbal. Sospechábase en el pueblo que no era cristiana vieja, aun viéndola con canas y rota, aunque ella, por los nombres y sobrenombres de sus pasados, quiso esforzar que era descendiente de la gloria. Tuvo muy buen parecer para letrado; mujer de amigas y cuadrilla, y de pocos enemigos, porque hasta los tres del alma no los tuvo por tales; persona de valor y conocida por quien era. Padeció grandes trabajos recién casada, y aun después, porque malas lenguas daban en decir que mi padre metía el dos de bastos para sacar el as de oros. Probósele que a todos los que hacía la barba a navaja, mientras les daba con el agua levantándoles la cara para el lavatorio, un mi hermanico de siete años les sacaba muy a su salvo los tuétanos de las faldriqueras. Murió el angelico de unos azotes que le dieron en la cárcel. Sintiólo mucho mi madre, por ser tal que robaba a todos las voluntades. Por estas y otras niñerías estuvo preso, y rigores de justicia, de que hombre no se puede defender, le sacaron por las calles. En lo que toca de medio abajo tratáronle aquellos señores regaladamente. Iba a la brida en bestia segura y de buen paso, con mesura y buen día. Mas de medio arriba, etc., que no hay más que decir para quien sabe lo que hace un pintor de suela en unas costillas. Diéronle doscientos escogidos, que de allí a seis años se le contaban por encima de la ropilla. Más se movía el que se los daba que él, cosa que pareció muy bien; divirtióse algo con las alabanzas que iba oyendo de sus buenas carnes, que le estaba de perlas lo colorado.
Mi madre, pues, ¡no tuvo calamidades! Un día, alabándomela una vieja que me crió, decía que era tal su agrado que hechizaba a cuantos la trataban. Y decía, no sin sentimiento:
—En su tiempo, hijo, eran los virgos como soles, unos amanecidos y otros puestos, y los más en un día mismo amanecidos y puestos.
Hubo fama que reedificaba doncellas, resuscitaba cabellos encubriendo canas, empreñaba piernas con pantorrillas postizas. Y con no tratarla nadie que se le cubriese pelo, solas las calvas se la cubría, porque hacía cabelleras; poblaba quijadas con dientes; al fin vivía de adornar hombres y era remendona de cuerpos. Unos la llamaban zurcidora de gustos, otros, algebrista de voluntades desconcertadas; otros, juntona; cuál la llamaba enflautadora de miembros y cuál tejedora de carnes y por mal nombre alcahueta. Para unos era tercera, primera para otros y flux para los dineros de todos. Ver, pues, con la cara de risa que ella oía esto de todos era para dar mil gracias a Dios.
Hubo grandes diferencias entre mis padres sobre a quién había de imitar en el oficio, mas yo, que siempre tuve pensamientos de caballero desde chiquito, nunca me apliqué a uno ni a otro. Decíame mi padre:
—Hijo, esto de ser ladrón no es arte mecánica sino liberal.
Y de allí a un rato, habiendo suspirado, decía de manos:
—Quien no hurta en el mundo, no vive. ¿Por qué piensas que los alguaciles y jueces nos aborrecen tanto? Unas veces nos destierran, otras nos azotan y otras nos cuelgan..., no lo puedo decir sin lágrimas (lloraba como un niño el buen viejo, acordándose de las que le habían batanado las costillas). Porque no querrían que donde están hubiese otros ladrones sino ellos y sus ministros. Mas de todo nos libró la buena astucia. En mi mocedad siempre andaba por las iglesias, y no de puro buen cristiano. Muchas veces me hubieran llorado en el asno si hubiera cantado en el potro. Nunca confesé sino cuando lo mandaba la Santa Madre Iglesia. Preso estuve por pedigüeño en caminos y a pique de que me esteraran el tragar y de acabar todos mis negocios con dieciséis maravedís: diez de soga y seis de cáñamo. Mas de todo me ha sacado el punto en boca, el chitón y los nones. Y con esto y mi oficio, he sustentado a tu madre lo más honradamente que he podido.
—¿Cómo a mí sustentado? —dijo ella con grande cólera—. Yo os he sustentado a vos, y sacádoos de las cárceles con industria y mantenídoos en ellas con dinero. Si no confesábades, ¿era por vuestro ánimo o por las bebidas que yo os daba? ¡Gracias a mis botes! Y si no temiera que me habían de oír en la calle, yo dijera lo de cuando entré por la chimenea y os saqué por el tejado.
Metílos en paz diciendo que yo quería aprender virtud resueltamente y ir con mis buenos pensamientos adelante, y que para esto me pusiesen a la escuela, pues sin leer ni escribir no se podía hacer nada. Parecióles bien lo que decía, aunque lo gruñeron un rato entre los dos. Mi madre se entró adentro y mi padre fue a rapar a uno (así lo dijo él) no sé si la barba o la bolsa; lo más ordinario era uno y otro. Yo me quedé solo, dando gracias a Dios porque me hizo hijo de padres tan celosos de mi bien.
Capítulo II. De cómo fue a la escuela y lo que en ella le sucedió
A otro día ya estaba comprada la cartilla y hablado el maestro. Fui, señora, a la escuela; recibióme muy alegre diciendo que tenía cara de hombre agudo y de buen entendimiento. Yo, con esto, por no desmentirle di muy bien la lición aquella mañana. Sentábame el maestro junto a sí, ganaba la palmatoria los más días por venir antes y íbame el postrero por hacer algunos recados a la señora, que así llamábamos la mujer del maestro. Teníalos a todos con semejantes caricias obligados; favorecíanme demasiado, y con esto creció la envidia en los demás niños. Llegábame de todos, a los hijos de caballeros y personas principales, y particularmente a un hijo de don Alonso Coronel de Zúñiga, con el cual juntaba meriendas. Íbame a su casa a jugar los días de fiesta y acompañábale cada día. Los otros, o que porque no les hablaba o que porque les parecía demasiado punto el mío, siempre andaban poniéndome nombres tocantes al oficio de mi padre. Unos me llamaban don Navaja, otros don Ventosa; cuál decía, por disculpar la invidia, que me quería mal porque mi madre le había chupado dos hermanitas pequeñas de noche; otro decía que a mi padre le habían llevado a su casa para que la limpiase de ratones (por llamarle gato). Unos me decían «zape» cuando pasaba y otros «miz». Cuál decía:
—Yo la tiré dos berenjenas a su madre cuando fue obispa.
Al fin, con todo cuanto andaban royéndome los zancajos, nunca me faltaron, gloria a Dios. Y aunque yo me corría disimulaba; todo lo sufría, hasta que un día un muchacho se atrevió a decirme a voces hijo de una puta y hechicera; lo cual, como me lo dijo tan claro (que aun si lo dijera turbio no me diera por entendido) agarré una piedra y descalabréle. Fuime a mi madre corriendo que me escondiese; contéla el caso; díjome:
—Muy bien hiciste; bien muestras quién eres; solo anduviste errado en no preguntarle quién se lo dijo.
Cuando yo oí esto, como siempre tuve altos pensamientos, volvíme a ella y roguéla me declarase si le podía desmentir con verdad o que me dijese si me había concebido a escote entre muchos o si era hijo de mi padre. Rióse y dijo:
—¡Ah, noramaza! ¿Eso sabes decir? No serás bobo; gracia tienes. Muy bien hiciste en quebrarle la cabeza, que esas cosas, aunque sean verdad, no se han de decir.
Yo con esto quedé como muerto y dime por novillo de legítimo matrimonio, determinado de coger lo que pudiese en breves