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La historia de Lao Tse
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La historia de Lao Tse

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Este libro nos introduce en la vida y trayectoria de uno de los grandes pensadores y fundador del sistema filosofico denominado taoismo, contenido en el clasico Tao Te King, que tuvo un gran impacto en la filosofia china de los periodos subsecuentes.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento2 abr 2014
ISBN9781939048974
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La historia de Lao Tse - Chen Jian

Tanto el Periodo Primavera y Otoño como el de los Estados en Guerra (entre 770 y 221 a. C.), representan épocas tormentosas en la historia de China. La dinastía Zhou, que dominó a lo largo de unos ochocientos años (1050-256 a. C.), experimentaba su decadencia y enfrentó una crisis. En el año 771 a. C., el fatuo rey You murió en una batalla en contra de la tribu Quan Rong, en el noroeste de China. Gaojing, la capital (localizada en lo que hoy es la parte suroeste de la ciudad de Xi’an, en la provincia de Shaanxi), quedó en ruinas y perdió la mitad de su territorio y de su población.

En 770, el rey Ping fue forzado a desplazar la capital hacia el oriente, a Luoyi (actualmente el pueblo de Luoyang, en la provincia de Henan). La Dinastía Occidental Zhou llegó a su fin en 771 a. C. y fue reemplazada por la Dinastía oriental Zhou. Tradicionalmente, esta última dinastía se divide, para fines de estudio, en dos épocas históricas. La primera se denomina el Periodo Primavera y Otoño (770-476 a. C.) y el segundo Periodo de los Estados en Guerra (475-221 a. C.).

Después de su desplazamiento hacia el oriente, la fuerza y el prestigio de los jerarcas de la dinastía Zhou sufrieron una desastrosa debacle. El rey de esta dinastía, en teoría la autoridad suprema, perdió rápidamente el control de los estados vasallos, mismos que se involucraron en un círculo sin fin de intrigas políticas y guerras que resultaron destructivas para todas las partes.

Los estados más poderosos contendieron por la posición de supremacía política y económica o por la hegemonía sobre los demás. Al principio de la dinastía oriental Zhou, la contienda se dio entre los estados de Qi, Song, Chu, Qin, Wu y Yue. Más tarde, durante el periodo de los Estados en Guerra, la disputa se dio entre los siete poderes de Qi, Chu, Yan, Han, Zhao, Wei y Qin. En 256 a. C., el estado de Qin extinguió a la dinastía Zhou —la cual ya para esas fechas existía sólo de nombre— y conquistó los seis estados restantes, uno por uno, hasta que, finalmente, unificó a China en 221 a. C.

A lo largo del periodo Primavera y Otoño y de los Estados en Guerra se dieron grandes cambios en todos los aspectos de la sociedad china. Con respecto al ámbito político, las ceremonias, la música y las expediciones militares y punitivas dirigidas por el Hijo del Cielo (jerarca de la dinastía Zhou) fueron usurpadas por los jerarcas de los estados vasallos.

Con el progreso de la cultura y los conocimientos que aportaron los estudiosos, los ministros llegaron a ser más importantes en el gobierno de los estados, de modo que el sistema patriarcal, mismo que se basaba en lazos de parentesco, se desmoronó lentamente. Así, se fueron abriendo nuevos caminos hacia el poder para plebeyos ambiciosos y educados. Al mismo tiempo, se incrementó la ofensiva en contra de las supersticiones tradicionales, como la veneración al Cielo, la Fe y los espíritus. Los monopolios de la cultura y la literatura, que habían sido mantenidos por las escuelas oficiales de la aristocracia desde la Dinastía Occidental

Zhou, se quebrantaron, mientras que las academias privadas surgieron a lo largo del país. Fue dentro este ambiente de intensidad intelectual que emergieron un gran número escuelas de pensamiento, incluyendo el confusionismo, el taoísmo, el legalismo, la teoría Yin-Yang y muchas otras. Se le conoce a esa época como aquella en la cual se abrieron cien flores y compitieron cien escuelas de pensamiento.

Esta fue una de las épocas más estimulantes de la historia China en lo que se refiere a la filosofía y el debate intelectual. Las grandes discusiones de esos tiempos impulsaron un desarrollo importante en los campos de las ciencias naturales, la economía, la literatura y las artes. También se especuló en torno al universo y el lugar del hombre en éste. Así fue que los pensadores chinos de este periodo contribuyeron de manera importante a la civilización de este inmenso país.

La historia de Lao Tsé nos introduce en la vida y trayectoria de uno de los grandes pensadores y fundador del sistema filosófico denominado taoísmo.

Lao Tsé (o Lao Tzú) —cuyo apellido era Li y su primer nombre Er (así como también Boyang o Dan)— era originario del estado de Chu, en el sur de China. El libro cuya autoría se le atribuye, Dao De Jing o Tao Te Ching (El clásico del camino y la virtud, comúnmente conocido por el título El libro de Lao Tsé), tuvo un gran impacto en la filosofía china de los periodos subsecuentes. Ha sido traducido a varios idiomas e impreso en muchos países. También ha sido publicado en este sello editorial, Prana, bajo el título de Las enseñanzas de Lao Tsé. El Tao Te King para la vida moderna, traducido y comentado por Pedro Bayona.

La historia de Lao Tsé describe principalmente la vida del sabio y sus experiencias: su adolescencia, su aprendizaje bajo la tutela de su maestro Chang Zong, su viaje al sur, su empleo como curador del Acervo imperial, su viaje a occidente y la redacción de su libro en el paso Hangu. Además de describir el entorno social de la época vivida por Lao Tsé, así como de aquello en contra de lo que luchó y superó, en el contenido y espíritu del Libro... se entreteje, de modo natural, la textura narrativa del discurso para otorgar a sus lectores un entendimiento cabal del pensamiento de este sabio.

Escrito en un lenguaje sencillo, esta obra nos ofrece un punto de vista privilegiado y vívido de las condiciones sociales y económicas de la época. La rivalidad entre los señores feudales dominaba la vida política, lo que daba lugar a la penuria y el sufrimiento de la población. Dicha situación, a su vez, incitó a los filósofos a buscar formas de gobierno y patrones de conducta idóneos.

Las virtudes de este libro, como biografía literaria, están reflejadas en sus imágenes verosímiles y su rico contenido histórico, de modo que es una obra tanto de literatura como de historia. Los personajes y acontecimientos principales están basados en la vida real, por lo que este libro es tanto una guía útil del pensamiento de Lao Tsé como una introducción a sus escritos.

I. Juventud

Anécdotas de la infancia

La historia comienza al final del periodo Primavera y Otoño, hace unos 2 500 años. Había una región llamada Lixiang, al oriente del asentamiento del condado de Kuxian (situado a su vez al oriente de lo que hoy en día es el poblado de Luyi, en la provincia de Henan), en el estado de Chu. Existían alrededor de doce aldeas en el condado, ubicadas de modo disperso en un radio de unos ocho kilómetros. Una de ellas se llamaba Qurenli. No era muy grande. Estaba habitada por menos de 100 familias que en su mayoría habitaban viejas chozas de techos de paja. Sin embargo, los caminos y la aldea misma eran limpios y ordenados. Una gran cantidad de árboles vetustos demostraban la antigüedad de la aldea y le otorgaban un aire de fortaleza.

Un día soleado de primavera del tercer mes lunar, la tierra despertó repentinamente de su sueño invernal. Las montañas habían reverdecido, las aguas se habían vuelto claras y resplandecientes y el sol brillaba con mucha intensidad.

En la ladera de una colina, a sólo media li (medida de longitud equivalente a quinientos metros), al suroeste de la aldea, había un huerto de ciruelos. Los capullos se encontraban en pleno florecimiento y sus pétalos blancos, vistos de lejos, parecían copos de nieve o pequeñísimas nubes. Un grupo de niños, atraídos por los ciruelos en flor, se escabulleron de la aldea, corrieron hacia el huerto y desparecieron entre los árboles.

Eran alumnos de un tutor privado. Se habían hartado de estudiar todo el día; la naturaleza los atraía más que los libros. Aprovechando que su mentor visitaba a sus amigos, aprisa salieron de su salón de clases y se dirigieron hacia el campo, gritando y regocijándose.

Al llegar al huerto de ciruelos, brincaron alegremente como una tropa de monos sin correa, jugueteando como faunos: algunos se trepaban a los árboles para recolectar capullos, otros retozaban y hacían maromas en el pasto, mientras que otros intentaban atrapar mariposas o libélulas.

—¡Miren, es el chico de las orejotas!

De pronto, sus travesuras fueron interrumpidas por este aviso, y a continuación se produjo una explosión de risas. Al asomarse advirtieron, en lo alto de la ladera, a un grupo de niños desconocidos que los señalaban y gritaban insultos

como orejas grandes , cochinillo , gusano con púas. Desde el huerto, los infantes violentados les respondieron a gritos, indignados.

Los pequeños agresores, al advertir que sus comentarios habían enfurecido a los otros, exclamaron algo más y se alejaron rápidamente, desapareciendo por el otro lado de la colina.

Los niños del huerto sabían que los invasores eran de la aldea Gaoli y nadie quiso perseguirlos. Acariciándose el cabello, uno de los niños, de nombre Qu Yin, dijo con desprecio:

—Son ellos los que parecen gusanos con púas. Si se atreven a volver y pesco a alguno de ellos, ya verán si no lo obligo a que regrese a su casa con la cola entre las patas.

Qu Yin estaba seguro de que había sido él a quien los niños extraños llamaron gusano con púas. A diferencia de los otros niños, cuyo cabello les crecía suave y manejable y les llegaba hasta los hombros, el suyo era hirsuto y rebelde. Tenía que amarrárselo con un cintillo para evitar que emergiera por todas partes.

—¡Hey, olvídenlo! Uno de ellos tenía un labio leporino, y yo no le dije nada. Ellos no saben de lo que hablan. No les hagan caso y verán cómo dejan de molestarnos. No los tomen en serio.

Esto lo dijo el niño a quien habían llamado orejotas. Se llamaba Li Er, un nombre vinculado con una historia que todos conocían.

Er había nacido en el patio de la casa familiar, al pie de un ciruelo de cien años de antigüedad. Se decía que tan pronto como su madre se embarazó, su padre se fue de la casa y, desde entonces, no se había vuelto a saber de él. A los 11 meses de embarazo llegó el momento del alumbramiento y el parto fue difícil. Murió poco después de dar a luz. De modo que, al tiempo que los aldeanos celebraban al bebé recién nacido con festejos, se llevaba a cabo el funeral de la progenitora del nuevo ser.

Fue un bebé robusto, sano y de piel clara. Lo más llamativo del niño eran sus enormes orejas y un incipiente bigote blanquecino en su labio superior. Como dice el refrán: Orejas grandes son señal de buena suerte, y todos los aldeanos se congregaron para felicitar a la familia del recién nacido.

Era necesario entonces darle un nombre al bebé. Ahora bien, se trataba de algo que no cualquiera podría hacer, dicha tarea le correspondía al familiar más longevo o más respetado. Normalmente, se encargaba al abuelo del niño.

Durante varios días, su abuelo había estado muy emocionado, pues consideraba que las grandes orejas de su nieto eran una indicación de una personalidad refinada, de fortuna y de nobleza. Designar un nombre no era una tarea sencilla, ya que aunque había algunos que podían representar los grandes cerros, los ríos y los campos fértiles, ninguno podía representar la importancia que tenían sus enormes orejas. El aspecto más significativo del niño era que había nacido al pie de un ciruelo que había sido sembrado por sus ancestros y que había aguantado cien años de tormentas y desgaste. Tanto la familia del abuelo como las de los vecinos se habían alimentado de sus abundantes frutos durante varias generaciones. ¡De seguro el hecho de que la criatura hubiera nacido bajo aquel árbol no era simple coincidencia! Era un regalo que el Cielo le había otorgado, pensó, puesto que, en su vejez, solía compararse a sí mismo con el ciruelo. Y así le dio a su nieto el nombre de Li Er (Orejas). Al niño también se le conocía como Li Dan, apelativo que también tiene una connotación de orejas prepoderantes.

En su infancia, Li Er demostró ser listo, de corazón bondadoso, afable y servicial. A una edad muy temprana también aprendió a distinguir entre el bien y el mal. Su temperamento apacible solía impactar a sus compañeros de juego. Cuando Qu Yin se enojó con los niños de la aldea Gaoli, las palabras compasivas de Li Er disiparon su cólera. Éste tomó la mano de su amigo y ambos corrieron alegremente hacia el huerto de ciruelos en compañía de los demás compañeros.

Qu Yin vivía al lado de Li Er. Era un año menor que su amigo, pero como era más grande y fuerte, parecía mayor. La familia Qu era grande y tenían más tierras que la de Li. Sin embargo, su bodega de granos estaba vacía seis meses al año, así que, invariablemente, al término de la cosecha anual, tenía que preparar más vegetales deshidratados y recolectar una mayor cantidad de semillas de pasto para poderse alimentar durante la primavera, cuando había escasez de comida.

El pequeño Qu Yin también solía estar mal vestido. Sus zapatos estaban hechos de cuero de cerdo salvaje, atado a sus pies con una correa. Ceñía su vestimenta con un cinturón de paja. Sin embargo, la modestia de su familia nunca pareció afectar su carácter alegre.

Comparada con la familia vecina, la de Li Er no era tan pobre. El abuelo había sido oficial menor en el estado de Chen (en una región que hoy en día es parte de la provincia de Henan y de la de Anhui). Aunque se había jubilado y vuelto a su aldea, su pensión y ahorros bastaban para mantener a todos. Además, tenía algún ingreso de un bosque y del huerto, de modo que por lo general tenía algún ahorro al final de año.

Li Er respetaba a Qu Yin pese a la pobreza de éste, debido a su carácter noble, a su valentía y al hecho de que sabía más que nadie acerca del campo. Qu criaba zorros que él mismo atrapaba en el desierto. A ojos de Li, su amigo era un guerrero valiente y llegaron a ser amigos inseparables. Fue natural que ambos hubieran instado a sus compañeros de clase para escaparse y retozar en el huerto de ciruelos aprovechando la ausencia de su maestro.

Alrededor del mediodía, los niños comenzaron a preguntarse qué responderían si, al volver aquella tarde su maestro, les llegara a preguntar qué habían estado haciendo en su ausencia.

Esta preocupación le puso fin a la diversión y, con caras solemnes, los chicos se miraron en silencio. Al cabo de un largo rato, Li Er rompió el silencio y dijo:

—Si el maestro quiere castigarnos, yo asumiré toda la culpa, porque yo fui el de la idea.

Todos lo miraron con gratitud. Sin embargo, aún se sentían culpables y en silencio emprendieron el camino rumbo a la aldea y a sus casas.

Bajo la tutela del abuelo

Para sorpresa de los estudiantes, cuando el maestro regresó de ver a sus amigos no estaba enojado con ellos y no los castigó por haber abandonado el recinto escolar. Es probable que estuviera tan encantado como los niños con el estupendo clima de primavera, así que, al volver, era todo sonrisas.

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