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Los Secretos De Lavinia
Los Secretos De Lavinia
Los Secretos De Lavinia
Libro electrónico129 páginas3 horas

Los Secretos De Lavinia

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Los Secretos de Lavinia es una novela que nos presenta la problemática de una mujer joven, de atractivo inmejorable, trabajaba en un laboratorio, investigada por el Comisionado influyente de la ciudad Siramà, quien presentía que ésta continuaba con la producción de sustancias prohibidas por el parlamento. La viagra se vendía clandestinamente, el mercado negro hacia de las suyas, la empresa está por irse a la quiebra y Lavinia es amenazada con llevarla a la cárcel; sufre los embates de los celos de su marido. Servando, tratado por su terapeuta hará variadas regresiones en busca de una respuesta a su conducta, querrá matar a su mujer, pero no encuentra las pruebas, mas adelante resuelve matarse, pero le hace falta el valor. Contrata a Le Frank, detective privado, para indagar una sospecha de infidelidad, por la conducta misteriosa de la mujer muy deseada en la comunidad. El poeta Bardoleón, amigo de la familia es el principal sospechoso de poner en el filo de la navaja a aquel matrimonio que se juró amarse hasta la muerte. En esta madeja de crecientes sospechas y múltiples intereses, alguien tendrá que morir...Hay un cruce de pasiones y sensaciones, donde las respuestas ausentes complican el contexto de estas almas al pensar que hasta el mal, les está tendiendo una trampa de las que no podrán salir jamás.

Esta novela tiene un pasaporte para buscar una respuesta, de la que solo hay posibilidades mínimas de obtenerla, cuando se introduce al terreno del enigma, pareciera ser que solo existe una pista de rigor, cuando se comprende que quien tenga una pasión está sentenciado a purgar el sufrimiento.

IdiomaEspañol
EditorialEmooby
Fecha de lanzamiento11 mar 2011
ISBN9789898493460
Los Secretos De Lavinia
Autor

Arnoldo Sagastizado

JOSE ARNOLDO SAGASTIZADO, nació en la ciudad de San Miguel, República de El Salvador, el 06 de diciembre de 1967, hijo de los señores José Luis Morales Ayala y Bernarda Sagastizado. Desde los doce años se dedicó al estudio de las Letras. Su adolescencia lo dedicó al estudio de la Poesía y a los grandes aportes de la filosofía de los clásicos. Amante de los libros, iconoclasta por nacimiento, soñador de aventuras del Medio Oriente, cuestionador del orden existente, poeta incansable, escritor irretractable. Mantiene pendiente a su público, de sus obras de extensión humanista, insondable y de alto contenido literario. Tiene en su haber obras literarias, como las que vieron la luz pública desde 1994 cuando publica las novelas: “LA HIJA DEL JUEZ” (1994), “EL SISTEMA”, (1996), “LA SOMBRA”, (1999), escribió “ABOGADO”, (1996), una apología poética a su condición de jurista; en poesía escribe “LA ESPINA y LA ROSA”, (1996), “EL MARTILLO”, 2003. En ensayo publica “EL GRAN TRIBUNAL”, 2001; “LOS NIÑOS DE BAGDAD”, (2006), a raíz de los ataques a Irak publicó su irreverente obra que le abrió las puertas, lejos de nuestras fronteras; “EL ÚLTIMO MURO”, (2008); ha participado en las antologías “UMBRALES DE LA POESIA”, (1996), con el Taller Literario ZARZA de la Universidad de El Salvador, “ANTOLOGIA LITERARIA DEL SIRAMÁ”, 2009, y en el “V AUDIO LIBRO DEL INSTITUTO LATINOMERICANO”, Buenos Aires, Argentina abril 2010. En febrero del 2010 publicó la novela “LOS SECRETOS DE LAVINIA”, una obra romántica social.Arnoldo Sagastizado ha cultivado la poesía, el cuento, la novela, el ensayo, y algunas piezas de teatro. Muy buena parte de su producción mantiene sin editar, gusta ocuparse de revisar sus trabajos cuando están en reposo. La abogacía, que es su investidura profesional, así también la docencia universitaria, le ha llevado a sensibilizar principios y valores desatendidos por gobiernos, tiznados de indiferencia en gran parte del mundo en los últimos tiempos que lleva la humanidad. Estima que el Primer Premio nacional de poesía (CONCULTURA 1995), con su poemario “PARA MI ADA SIN H” le motivó a continuar en su carrera literaria por plasmar una obra que contenga lo mejor de su talento. Es Co-fundador del Taller Literario “Zarza”, (1995) que creó junto a otros poetas de la zona, y del Movimiento Literario “SIRAMÀ”, (desde agosto 2002) de San Miguel. Y pertenece a la Red Mundial de Escritores en Español (REMES). En abril del 2010 recibió segunda mención especial en el V Audio libro por el Instituto Cultural Latinoamericano de Buenos Aires, Argentina con el poema “PODER DIVINO”.En el mes de mayo del 2008, en el aniversario de fundación de San Miguel, fue distinguido con la medalla “Cap. de Lanceros Luis de Moscoso”, en la rama de Literatura, por la Comunidad de San Miguel.En 2009 se publicó en Madrid, España para el mundo, un relevante artículo, acerca de su poemario “EL ÚLTIMO MURO”, por el gran literato español Francisco Cenamor, en su cartelera ASAMBLEA DE PALABRAS. Y también ha suscrito importante pronunciamiento, junto a otros Poetas a favor del proceso de paz en Colombia.La CASA DE LA CULTURA SALVADOREÑA en Nueva York, ha publicado sus poemas y su biografía. También, ha sido leída parte de su pobra poética por medio de Radio Raíces, Buenos Aires, Argentina en el espacio EL RINCON DEL POETA.Se ha incluido en una colección de poemas de 18 poetas de América en el V Audio libro en enero 2010 por el Instituto Cultural Latinoamericano de Buenos Aires (ICL) También importante Iglesia internacional, LA LUZ DEL MUNDO, ha convertido en himno un poema suyo: PODER DIVINO estrenado en el II Concurso Nacional de Coros, en San Salvador, durante enero 2011. Es conductor de LA TERTULIA, programa cultural de Radio Popular 90.9 FM del Oriente de El Salvador.Y en noviembre 2010 recibió un importante premio literario en la rama de poesía del Instituto Cultural Latinoamericano (ICL) de Buenos Aires, Argentina, en que también se han impreso una antología internacional donde se incluyen sus poemas ganadores con el título “ELEGIDOS 2010” junto a otros poetas de mucho nivel literario de América Latina.www.arnoldosagastizado.com

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    Los Secretos De Lavinia - Arnoldo Sagastizado

    CAPÍTULO 1

    EN LA REGIÓN YA NO VOLABAN LAS GOLONDRINAS, las aves fueron materia de documentales. La aridez estaba tan asentada que imposibilitaba la germinación de cualquier especie, los árboles como la grama existente eran de hule y de vinilo; el asombro perenne del problema ambiental que circundaba en el Siramá, parecía ser un referente irreversible de lo que acontecía en el mundo; pese a esto, estaban aturdidos por uno de los recientes hallazgos arrastrados por la burla y la incredulidad, a causa de los fenómenos paranormales, un lugar que había relegado todo intento de mesura; un espacio simbólico, propicio, para palpar el incienso y, temer a las llamas del averno, pese al problema ambiental. Siramá se vestía por sus barrios y colonias, de pintorescos cantones bajo las alas, de caseríos pintados de barro y de óleo; sus recuerdos que habían sido, el alma pura de sus habitantes. Era la cuna del Gran Poeta, hombre de letras, orgullo de Siramá, muerto por rara enfermedad, su cuerpo, jamás fue encontrado. Murió creyendo que la grandeza del amor, no es un leve sentimiento. Los habitantes eran devotos de la divinidad, pero consultaban a los brujos, apostaban su suerte, averiguando su destino, consultaban tendidas sesiones espiritistas, motivadas por las fauces lobunas de las dudas en las parejas que estaban lacerando el mayor porcentaje de la población. Los amantes exigían ser amados, tal como se entregaban, grabando sus nombres, como seres de luz en las placas de mármol que insertaban en La Plaza de Las Plumas, lugar donde el romance se fundía con el mineral. Arrastraban una maldición lanzada por el hechicero de la montaña del Chaparrastique, que había cruzado los sentimientos de generación en generación durante el equinoccio de 1714, conjuro con el que todos estarían condenados a la tragedia, a la duda y a la traición, manifestándose por la costumbre y por la rutina. Nadie tendrá la mujer que le corresponde, y ninguna mujer, tendrá el hombre, que le pertenece. Esta maldición desaparecía hasta que alguien, con superior poder, tuviera el arrojo de romper el hechizo, caso contrario todo Siramá tendría que desaparecer indefectiblemente.

    En este valladar de supersticiones y demás incertidumbres, vivía Servando Barbarín, profesor de escuela, taciturno, sencillo, de apariencia conservadora, visionario y dedicado a la docencia escolar; este hombre de tez cobriza, en edad no superaba los cuarenta, conservaba severo respeto al amor, a la amistad y al trabajo, estimaba que al combinarse estos elementos, podría conseguirse la felicidad, sin mayores complicaciones. Estaba casado con Lavinia, joven de buen aspecto, atractiva por su encantadora hermosura, dueña de sonrisa que le adornaba en potencia, sus fecundos labios rojos y carnosos, hacían la mejor de las galas, que más bien parecían reventarse de dulzura y encanto, su pelo negro, acentuaba el brillo de sus ojos referente por el cual, Servando, no dudo en proponerle matrimonio; la mirada de Lavinia era hermosa, dueña de bustos tentadores todo un misterio que podía atar de pies y manos a cualquier mortal, era creyente del amor, vivía en el encuadre de no tener muchos amigos para evitar molestias a su marido. A esta mujer, no le resultaba fácil dedicarse a su profesión de laboratorista. Los esposos Barbarín, tendrían que sobrellevar el embate de la esterilidad del profesor, la esposa lloraba de desdicha en azarosos rincones de soledad, sin ser notorio a su marido. En este panorama, Lavinia, mujer joven, prestigiosa en sus estudios y exploraciones en la química orgánica, era el referente de la rentabilidad del laboratorio, pero su proceder estaba siendo investigado por el comisionado Negrero, quien ordenó al detective Le Frank, hallarla con las manos en la masa. Y evitar, que muchos murieran a causa del apetecido fármaco. Lavinia luchará contra la persecución de un sistema, que le prohibía producir el citrato de sildenafil, para bloquear las enzimas que impiden la irrigación de la sangre en los órganos sexuales masculinos y estimular las glándulas femeninas. Buscará a toda costa, la manera de multiplicar las utilidades de la empresa INDUQUIM, y evadirá cualquier estrategia que su marido, pudiera ocurrírsele. Servando dudaba de su pareja, como buena parte de los hombres, dudan de su mujer y es mayor la proporción, de las mujeres que también, dudan de su marido. Esta era una especie de ley pétrea en todo Siramá. Con todo esto, en la alcoba de la familia Barbarín, apenas movían voluntad, deseo y comprensión. Ella, habilidosa en la pantomima del orgasmo, él un prominente profesor que proyectaba su inseguridad en todo lo que miraba. Pese a todo, cualquier otro designio que pudiera adelantarse, Servando, amaba a su mujer, la amaba en gran medida, que hasta creía estar cometiendo el sacrilegio de adorarla. Era culpable de vivir para ella. A Lavinia preocupó una ley recién aprobada en el Congreso, prohibía la fabricación de fármacos que contuvieran citrato de sildenafil, la que estaba siendo comercializada como viagra.

    Una noche de junio, Servando y Lavinia, discutían alarmando a los vecinos, reporteros anónimos de su rededor; basto haber ubicado el auricular diminuto, de la mano de Lavinia que hablaba por teléfono. Él tuvo el presentimiento que hablaba con Bardoleón, ese hombre que era imposible pasarlo por desapercibido, se adueñaba de la atención de todos, al ponerle énfasis a lo que decía; era un poeta de marcado talento, a quien Lavinia, le tenía en grande concepto. Servando entendía que podía reclamar a su mejor amigo, sobre la conducta de su esposa, que defería hacia él, estima que parecía tambalear. El odio, el desprecio y el resentimiento, crujía entre el ofensor y el ofendido.

    —Lavinia, ¡ya no soporto tus coqueterías! ¡No eres la misma! Te encontré hablando por teléfono. Y hablabas como, si te estaban cortejando —reclamaba el esposo, brutalmente molesto, reconocía que eso era su muerte, aceptar la indiferencia que derrocha un cónyuge, cuando alguien está de por medio. No resultaron difíciles los impulsos, cuando pensó desaparecer a quien se interpusiera en el camino.

    —¿Por qué dices que me estaban cortejando? —replicó Lavinia, demandando explicación.

    —¡Tengo diez años de conocerte! ¡La forma que escuchabas, misma que tienen las mujeres, cuando hablan por teléfono! No es lo mismo una mujer cuando habla con otra, que cuando habla con un hombre, y sobre todo, cuando está siendo cortejada, ¿crees que puedes engañarme, Lavinia? —preguntó Servando, encendido por la ira, deseando apagarla con un vaso de agua. Se consideraba un levita burlado en la tribu de la traición. Deseaba divorciarse, pero sabía que eso, no le haría daño a su mujer, insufló de reojo la dimensión de aquel presentimiento; pero no tenía la evidencia. Y cuanto más se aferraba al sentimiento, comprendía, que cuando se ama, se necesita de una fuerza sobrenatural, como para volverse extraño a la verdad, pero, si su mujer no lo engañaba, ¿por qué dudaba de ella?

    Servando, el crédulo y soñador hogareño, ansiaba la libertad, pero parecía temerle a no tener con quien discutir; pero quería liberarse. Su mujer, agotaba los medios para conducir las pláticas y disimular lo que pensaba, parecía que apostaba terminar aquella relación.

    —En esta casa, se reciben llamadas de una mujer… y pregunta por ti. —Estas palabras chocaron en el alma del profesor, sentaban fondo para una eventual acusación.

    —¿A qué te refieres? No tengo mujeres que llamen a mi casa, ni en otro lugar. Pero, veamos, ¿acaso te dijo su nombre? —dijo Servando estremeciéndose por las heridas que producen ciertas palabras.

    —Sí. Dijo llamarse Zonia, pregunta por el profesor y, al responder que no estás, cuelga, sin ninguna explicación. Esas llamadas no son por gusto, ¡algo tienes con ella, te lo aseguro! —acusaba Lavinia, muy segura de cuanto afirmaba. Le había asaltado el espíritu de los celos. Pasó algún momento, unas palabras servían de enlace con otras para acusarse y para defenderse. Llanto, maldiciones y lágrimas se hacían presentes cada vez que discutían, empezando por pequeñas cosas. Entre tanto, Lavinia se levantó de repente, hizo un ademán frente a la televisión y se manifestó de inmediato, la acción de la pantalla.

    —Yo no conocía a Bardoleón. Tú me lo presentaste. Dijiste que era de toda tu confianza. Y hoy resulta que me estás celando con él. ¡Si los celos te matan! Hablando se entiende la gente. Porque yo también, ¡ya no te soporto! —El sentimiento total, se desbordaba en la acusada, como la adúltera afrentada por las voces de aquella multitud de pecadores cargando piedras en las manos. Lavinia, temía quedarse callada. Y con el cruel silencio, sentirse desenmascarada. Servando se había quedado inmóvil, no quiso decir más a su amada; sentía cada acusación, como puñal estriado, rasgando su corazón, dolor que lastimaba su hondo sentimiento. Pensaba evitar la discusión, al fin de cuentas, si su mujer lo engañaba, tampoco podría decírselo. Se sinceró consigo mismo y sintió grueso remordimiento que no le devolvía la paz.

    —¡Perdóname, Lavinia! No quise ofenderte, mis celos… son de amor; pensar que te pierdo, ¡qué más me quedaría, que la de pegarme un tiro! —dijo el esposo, humillado como un esclavo rendido ante la armadura de su señor; se declaraba una piltrafa al no tener las pruebas ni la resolución que solamente, la produce el valor para afirmar la existencia.

    —Si estás arrepentido de ofenderme, debes conocerme más, y verás que no miento. Mira cómo

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