Confesiones de un Repartidor de Pizzas: Cuatro Cuentos
Por France Barnaby
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Por diez años después de que gradué, trabajé como un repartidor de pizzas. A veces entregué pizzas a unos de los miembros más depravados de la sociedad. Sin embargo, había cuatro entregas que nunca olvidaré. Me da mucho gusto compartir estas historias con ustedes. Cada de estas entregas casi me causo el despido del trabajo, pero cada una también resulto en sexo glorioso.
France Barnaby
I have a very vivid imagination and am always thinking about how regular meetings between people can turn into wild sexual adventures. Then I write some these thoughts down. I live deep in the heart of Texas, where the stars are big and bright. Writing is what makes me happy. I write because I like it, and I hope you do too. You can find me on Twitter @FranceBarnaby and email me at FranceBarnaby(at)gmail.com
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Confesiones de un Repartidor de Pizzas - France Barnaby
Las Dos Adolescentes
Durante los diez años después de que gradué de la universidad, trabajé como un repartidor de pizzas. Desde que dejé el trabajo, no he sido capaz de comer pizza. Destruí mi coche. Y entregué pizzas a unos de los miembros más depravados de la sociedad. Hay cosas que uno no debe de ver.
Sin embargo, había cuatro entregas que nunca olvidaré. Esta es una de ellas. Me da mucho gusto compartir estas historias con ustedes. Cada entrega casi me causo el despido del trabajo, pero cada una también resulto en sexo glorioso.
~ * ~
La primera de las cuatro entregas increíbles sucedió en mi segundo año en el trabajo. Yo tenía 24 años. La siguiente historia es verdadera. Este episodio tiene un lugar especial en mi corazón. A uno nunca se le olvida teniendo relaciones sexuales con una persona de dieciocho años. Y cuando uno tiene relaciones sexuales con dos chicas de dieciocho años al mismo tiempo, uno nunca deja de hablar del evento. Esta experiencia hizo todas las entregas de mierda valer la pena.
La casa que me tocó entregar la pizza era de los suburbios con mansiones inmensas. La casa se encontraba en una comunidad oculta detrás de un portón cerrado y guardado por seguridad y cámaras. Era raro tener órdenes de este barrio. Fue sólo mi tercera entrega a la vecindad llamada Los Vidrios de la Maravilla.
Después del interrogatorio de la guardia de seguridad, me perdí en el laberinto de calles y callejones. Todas las calles tenían nombres similares y las esquinas se miraban igual.
Debido a esto, me perdí. Lástima que nuestra compañía garantizaba la pizza entregada en menos de treinta minutos. Los treinta minutos pasaron rápido. Tenía esperanza que los clientes podrían perdonarme. Si no, yo perdería doce dólares, que es mucho cuando a uno no le pagan nada.
Encontré la calle llamada Sácate Escondido y la casa numero 2415. Apagué el coche y bajé las ventanas. Nunca sabia uno cuanto tiempo tomaría la entrega. Eso y la cabina de mi Toyota obtendrían un calor insoportable. Los veranos son brutales. Agarré la pizza y me dirigí a la puerta del hogar.
El pasillo a la puerta tenía escalones largos que me hicieron tomar pasos cortos para no caerme. Cuando llegué a la puerta empujé el timbre que estaba situado a la izquierda de la masiva puerta de vidrio oscuro.
Yo nunca sabía quién contestaría la puerta. Podría ser un hombre corpulento, conjunto, y pesado. Podría ser un ama de casa tratando de controlar niños pequeños. Podría ser jóvenes mal-educados y borrachos que nunca pagaban la cantidad correcta. Esperando, pensaba de cómo les explicaría por qué llegué quince minutos tarde. Y entonces la vi, la chica más hermosa que había visto en toda mi vida.
Era chaparra, gruesa, y con curvas hermosas. Tenía la clásica figura femenina. Su pelo, rubio y largo, lo tenía estirado y colocado en dos coletas. Las coletas giraban libremente a cada lado de su cara. Complementaban su piel blanca y suave. Yo había visto un montón de gente guapa en las entregas, la mayoría mujeres de edad avanzada con cuerpos tremendos. Pero nunca me encanté como hoy. Ella era joven, quizás 16 o 17 años, y sus profundos ojos azules me hipnotizaron inmediatamente. Tanto que ni siquiera registré que ella estaba hablando.
— ¿Hola? Estás muy tarde. — Su voz era ronca pero sensual.
Llevaba pantalones de yoga negros y una camiseta sin mangas de color amarillo con tirantes finos que caía sobre sus hombros. Debajo de sus tirantes estaban las bandas del sostén, que eran un poco más gruesas. Sus hombros eran pecados y su piel era carnosa. Me dieron ganas de alargar la mano y pellizcarla. Los pliegues de piel entre su brazo y su pecho me estaban invitando. Ella debe haber estado usando un sujetador Pushup, o tal vez era naturalmente grande de pecho. De cualquier manera, ella envió escalofríos sobre mi cuerpo
— Oye. ¿Puedo tener mi pizza?
Me di a pensar. ¿Que edad tendría? ¿Dieciséis años? ¿Dieciocho? Por el amor de todo lo que es santo, por favor, que sea dieciocho años de edad. Si no, estaría teniendo pensamientos demasiado sucios.
— ¿Gerardo? — Ella leyó mi nombre en mi camisa de trabajo.
— Lo siento. Aquí tienes. — le dije, entregándole la caja. — Creo que son 12 dólares. — Me sorprendí que era capaz de poner palabras juntas en forma coherente.
— ¿Puedes romper una nota de cien?
Sacó el billete de su escote. Ella sabía exactamente lo que estaba haciendo, le gustaba flirtear. ¿Estaría tratando de torturarme? En realidad, parecía que su pecho era el lugar más lógico para poner su dinero. Su atuendo no tenía bolsillos y estaba apretado contra su piel. Sus pechos turgentes crearon un lindo bolsillo en donde podía colocar billetes doblados.
— Perdón pero no. No tengo cambio. La compañía no nos deja cargar más de veinte dólares. Por la seguridad. — Fue una respuesta enlatada para una pregunta frecuente. Todo lo que estaba pensando realmente era romperle y quitarle los pantalones a esta chica. Es decir, si ella me dejaba,