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Big Papi (Spanish Edition): La Historia de Mis Anhelos y Mis Grandes Batazos
Big Papi (Spanish Edition): La Historia de Mis Anhelos y Mis Grandes Batazos
Big Papi (Spanish Edition): La Historia de Mis Anhelos y Mis Grandes Batazos
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Big Papi (Spanish Edition): La Historia de Mis Anhelos y Mis Grandes Batazos

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The Spanish-language edition of the inspiring and dramatic story of Big Papi, from growing up poor to becoming one of the most popular and successful players in Major League Baseball.

David Ortiz se crió en la República Dominicana, firmó su primer contrato de grandes ligass con los Marineros de Seattle y, más tarde, perdió su lugar con los Mellizos de Minnesota para pasar a esa ciudad donde el béisbol es locura, Boston. Considerado por muchos hasta ese punto como un talento de bajo rendimiento, Ortiz se convirtió en uno de los toleteros más temidos y adorados del béisbol, ya cambió el curso de la historia del juego al contribuir con la primera Victoria en 86 an?os de Boston en la Serie Mundial, lo que puso fin a la famosa "Maldición del Bambino".

Entretanto, Ortiz se consagró en los anales de nuestro pasatiempo predilecto como una figura de la estatura de Babe Ruth: una figura imponente en la caja de bateo, pero alguien que es admirado y querido por la juventud, especialmente en la República Dominicana, su país natal, donde ha dirigido su labor caritativa al mejoramiento de la salud infantil.

Ahora, en sus memorias, el hombre a quien se conoce de manera carin?osa como Big Papi narra su vida desde sus primeros an?os en una zona pobre de la República Dominicana (donde el béisbol es rey) hasta su consagración en Boston (donde obtuvo su corona). Ortiz habla en dealle acerca de los juegos en los que hizo historia y batió marcas, de su creciente popularidad, de los retos que impone el jugar en Boston, al igual que de la vida en el camerino de los Medias Rojas. Todo esto realza las memorias de Big Papi, un relato excepcional de un hombre carismático que atrae a chicos y grandes, tanto en el campo de juego como fuera de él.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento17 abr 2007
ISBN9781429962148
Big Papi (Spanish Edition): La Historia de Mis Anhelos y Mis Grandes Batazos

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  • Calificación: 4 de 5 estrellas
    4/5
    The book I read was "Big Papi; My Story of Big Dreams And Big Hits" by Tony Massarotti. The book started out at the beginning of his career. He was young and just playing in the minor leagues. The Minnesota Twins minor league system, for a small amount of money of just $1,000. He was working his way up the system and found himself in AAA. He was doing really good in AAA. He had a lot of hits and home runs. He was finally called up to the majors with the Twins. In 2003, Ortiz was traded to the Boston Red Sox. That year, he led them to the playoffs, but lost in the ALDS to the Yankees. The next year he led the red sox to the World Series and they won for the first time in 86 years. He is still part of the team and they have won it 2 other times since. The book did not hold my interest because it was repetitive. It would keep repeating the same part over and over again. On page 87 David Ortiz was talking about how he wasn't hitting very well. Then, he talked about how much he didn't like his coach. And then in the next paragraph, he said, "Like I said, I didn't have much power when I got to the Twins." There were some parts of the book I did like because it was about when the Red Sox won the World Series in 2004. I like this part because it was the year they broke the 86 year old curse. Overall it wasn't a terrible book. I would recommend to people who want to learn more about David Ortiz.
  • Calificación: 5 de 5 estrellas
    5/5
    Co-written with Tony Massarotti of the Boston Herald, "Big Papi" is the autobiography of David Ortiz, all-star slugger for the Boston Red Sox. Written as if Ortiz was talking directly to the reader, the book covers Ortiz's childhood in the Dominican Republic, his career in the minor leagues, his time with the Minnesota Twins, and of course his career with the Boston Red Sox. The book covers some of his achievements such as leading the all-star balloting, breaking Jimmie Foxx's home run record, and of course the 2004 playoffs - beating the Yankees and going on to win the World Series. While most of the book is in Ortiz's voice, there are a few chapters written by others that discuss the role Pedro Martinez had in bringing Ortiz to Boston; his friendship with Torii Hunter; and how Theo Epstein was able to bring Ortiz to play for Boston. "Big Papi" is an interesting look at a talented baseball player. Having the book read as if Ortiz is talking directly to the reader is a nice touch (although the constant use of the word "bro" got to me after a while). The book has many fascinating aspects starting with Ortiz's childhood in the Dominican Republic when he and his friends would use anything they could as baseballs (like the heads off their sisters' dolls). One of the most fascinating aspects of Ortiz's career is that Minnesota released him after they tried to trade him and no other team wanted him. Boston came off looking good by claiming him but it's interesting to read that even they had no idea how good he could be. Other interesting bits in the book include the fact that he likes to wear a bigger uniform because he likes it to be loose and how he trains in the off-season. To his credit Ortiz is honest about admitting his mistakes, including his five game suspension during the 2004 season for throwing bats from the dugout onto the field in protest over an umpire's call. Interestingly enough, while he says he doesn't hate the Yankees he writes far more about beating them in the 2004 playoffs than he does about winning the World Series (which barely gets a full page mention). Although he talks little about his family life for privacy reasons, the brief glimpses into his personal life are interesting. Readers will be moved as he talks about the death of his mother in a car accident. And a story of how he ended up with a line of children and parents at his house on Halloween looking for candy and pictures with him is a fascinating insight into the drawbacks of being famous. David Ortiz fans will love "Big Papi".
  • Calificación: 3 de 5 estrellas
    3/5
    Hey, Bro! Here is a conversational book from one of baseball's biggest figures, David Ortiz. Sportswriter Tony Massarotti gets a 'with' on the byline, but it's clearly a lot of Mazzerotti's work. Massarotti presents summaries and scene-settings to add to Big Papi's story of his childhood, life in the minors, and rise to one of the world's most recognizable baseball players. As biographies of current celebrities go, it's interesting. But Massaroti's writing is clearly intended to set Ortiz up as a hero figure rather than a more nuetral, objective biographer analysis. Fans of Big Papi and the Red Sox will enjoy this look at Big Papi's life, but it's not a biography with a lot of reach beyond.

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Big Papi (Spanish Edition) - David Ortiz

PREFACIO

En una pequeña habitación del centro de Detroit donde se habían agrupado, como tarjetas de colección, los mejores peloteros del mundo, David Ortiz brillaba igual que una de las grandes estrellas de Motown.

Las Grandes Ligas de Béisbol celebraban su gran convención de mitad de temporada, el Juego de Estrellas, pero aún podía sentirse la reverberación que produjeron nueve meses atrás los inolvidables acontecimientos de octubre de 2004. Big Papi acababa de llegar. Mientras que los periodistas revoloteaban como abejas en la oscuridad del atestado salón que servía de centro de prensa a los representantes de los equipos de la Liga Americana y la Liga Nacional que participarían en el Juego de Estrellas de 2005, Ortiz se ubicaba detrás de una mesita que no hacía justicia a su tamaño ni al de la multitud allí reunida. Lucía una gorra azul y una camisa de rayas blancas y azules que le hacía juego, y llevaba puestas unas gafas de sol marca Gucci que lo hacían verse como alguien que está a cargo y en control.

No era para menos. Después de los dramáticos acontecimientos del otoño anterior, después de todos los giros y reveses de una carrera que llegó a estar a punto de caer a pique, para David Ortiz no había otra posibilidad a estas alturas que convertirse en el epítome del control.

—No sé —dijo Ortiz cuando le preguntaron acerca de su éxito y su popularidad entre los aficionados al béisbol—. Supongo que la gente nos sigue y aprecia lo que hacemos en el campo. Ellos aprecian las cosas buenas que oyen de uno, me imagino. Eso tiene mucho que ver.

Matt Clement, el lanzador derecho que también representaba a los Medias Rojas de Boston en el Juego de Estrellas y que estaba sentado en la mesa contigua a la de Ortiz, dijo:

—Uno tendría que haber estado debajo de una piedra para no ver lo que él hizo en la postemporada pasada. Eso demuestra la popularidad de los Medias Rojas. Demuestra la presencia que él ha adquirido en el béisbol.

Sin duda alguna, en una época en la que el béisbol ha sido investigado por el Congreso y en que ha crecido el escepticismo del público, el lugar que Ortiz ocupa entre sus colegas era (y sigue siendo) innegable. Gracias a la primera victoria de Boston en la Serie Mundial en 86 años —un logro histórico del que él fue en gran medida responsable—, Ortiz obtuvo la más alta votación para el Juego de Estrellas de 2005. Este hecho no se puede pasar por alto. Los Medias Rojas nunca habían tenido un jugador tan popular en su célebre historia de 105 años, incluidos Ted Williams, Carl Yastrzemski, Jim Rice y muchos más. Ni uno solo de ellos lideró el conteo de votos de los aficionados para el Juego de Estrellas. Tuvo que aparecer Ortiz, un oso de peluche fuera del campo pero uno muy peligroso en el plato de bateo, aquel toletero de 1 metro con 93 centímetros y 118 kilos de peso, aquél que ganó en casa tres juegos consecutivos de postemporada en el último lanzamiento, aquél que gozó cada momento, aquél que nunca abandonó su calidez humana y mantuvo siempre una tranquilidad inverosímil.

Incluso allí, en Detroit, el sentido de la oportunidad de Ortiz fue impecable. El juego de pelota estaba inmerso en un escándalo propiciado por el uso de esteroides y necesitaba de un héroe que fuera la cara opuesta del eterno malhumorado Barry Bonds, que parecía vivir en un estado de mal genio perpetuo. El Juego de Estrellas, por otra parte, se jugaba en una ciudad de la Liga Americana. Se hacía necesaria la presencia de un bateador designado, lo que significaba que dicha posición se incluiría en la votación. En cualquier otro año y en cualquier otra ciudad, Ortiz habría aparecido en la lista como un primera base o quizá no habría aparecido en absoluto (precisamente esto ocurrió en 2004), y su puesto en el Juego de Estrellas habría dado lugar a dudas o debates. Pero ése no fue el caso aquel año, después de que Ortiz se consagrara como la figura más atractiva y carismática de 2004, durante una postemporada que se recordará siempre como uno de los acontecimientos más destacados, improbables y extraordinarios en la historia del deporte profesional.

En medio de todo se erguía un David Ortiz agraciado, imparable e imperturbable.

Y esto no debería sorprender a nadie porque … ¿en qué consiste su historia sino en una de elegancia, perseverancia y un sentido de la oportunidad impecable?

ANTES DE LEER NADA ESCRITO POR EL PROPIO ORTIZ, CONVIENE SABER lo siguiente: todo el mundo concuerda en decir lo mismo, que él es exactamente lo que uno ve. Ortiz podrá llamar a las personas por el nombre equivocado o no pronunciar nombre alguno, pero eso no importa, él siempre hace sentir a los demás que los conoce de toda la vida. Él llama a la gente primo, hermano o, desde luego, papi y termina la mayoría de las conversaciones con una palmada en la espalda y una sonrisa cálida y alegre.

Desde la altura de su metro con noventa y tres centímetros, Ortiz nunca ha mirado a nadie con aires de superioridad, ni antes de llegar a Boston ni tampoco durante el tiempo que ha estado allí.

A finales de la temporada de 2005, después del Juego de Estrellas y su ascenso al grupo elite del béisbol, Ortiz se hallaba frente a su casillero en el Rogers Centre, el campo de los Azulejos de Toronto, preparándose para el juego de esa noche. Había un grupo de reporteros allí, algo muy frecuente, y la mayoría quería saber acerca de las innumerables hazañas de Ortiz, acerca de la campaña por el segundo título mundial consecutivo de los Medias Rojas, saber si Ortiz estaba listo para hacer historia al convertirse en el primer bateador designado en la historia del béisbol en ganar el prestigioso trofeo al Jugador Más Valioso.

Como siempre, Ortiz les respondió a todos.

Al final, el equipo de los Medias Rojas de 2005 fue, muy al contrario del de 2004, un equipo con muchos problemas. Tenía una gran debilidad en el rubro más importante de todos: el picheo. Ortiz lo sabía. Aun así, los Medias Rojas llegaron como aspirantes al final de la temporada con un ojo puesto en el campeonato. En gran medida, esto fue posible gracias a Ortiz, que tuvo la clase de temporada (nuevamente) con la que sueñan todos los chicos. Estaba por terminar la temporada regular con un porcentaje de bateo de .300 (en este libro se utilizará el estilo norteamericano para identificar los promedios) y los, hasta entonces, récords personales de 47 jonrones y 148 carreras remolcadas, liderando con esta última cifra a todos los peloteros de grandes ligas. Pero esos números no cuentan toda la historia de lo que aportaba el hombre que desafiaba la lógica una y otra vez al conectar una sucesión de imparables que ganaban juegos bajo las condiciones más exigentes.

El béisbol, después de todo, es un juego que suelen controlar los lanzadores. El más viejo adagio del juego dice que un buen lanzador vence a un buen bateador. Siempre y sin excepciones. Se cree que eso es especialmente cierto en las entradas finales y más cierto aún al final del año, cuando el tiempo frío favorece a quienes están en la loma, cuando el juego se convierte en una prueba de destreza, precisión y determinación. Los bateadores siempre están en desventaja porque tienen que reaccionar, lo cual impone un reto tanto psicológico como físico. Parado en la loma, el lanzador tiene muchas opciones a su disposición. Dependiendo de su arsenal, puede lanzar una recta o una curva, un cambio o un esláider. Puede lanzar adentro o afuera, arriba al nivel de las letras o abajo junto a las rodillas. Esas variables crean un conjunto de diversas combinaciones —recta adentro, curva afuera, esláider abajo, recta arriba— que pueden confundir fácilmente al bateador, aun en las circunstancias más sencillas.

Y si el marcador final está en juego, si se juega algo más que otro turno al bate, sentir el peso del resultado encima es algo que puede devorar a un hombre.

Sin embargo, a medida que los Medias Rojas se preparaban para enfrentar a los Azulejos, Ortiz se hallaba en un buen momento. Desde mediados de agosto, se había apoderado de un término de moda —el walk-off— y lo había incorporado como lema para su hoja de vida. El término walk-off se cree que fue acuñado por Dennis Eckersley, un lanzador que está en el Salón de la Fama y a quien se le vio brillar en los Atléticos de Oakland, aunque, por raro que parezca, las palabras tenían para él una connotación negativa. Eckersley, poseedor de un lenguaje muy personal, fue un magnífico cerrador que obtuvo 390 encuentros salvados durante una carrera de 24 años y que en más de una ocasión pareció estar muy cerca del colapso. Su trayectoria incluyó algunas derrotas espectaculares a las que Eckersley solía referirse como walk-off pieces o piezas de abandono porque la derrota lo obligaba, siendo un hombre que daba la cara ante cualquier circunstancia, a abandonar la loma sumido en la vergüenza.

En algún momento entre Dennis Eckersley y David Ortiz, el walk-off (un imparable que concluye un juego) se volvió más una hazaña de moda que una metedura de pata.

Ortiz fue, sin embargo, quien hizo de esto un género artístico.

En las semanas finales de la temporada de 2005 especialmente, Ortiz dictó un seminario en el arte del bateo oportuno. Empezando el 16 de agosto, cuando empató un juego en Detroit con un cuadrangular en la novena entrada y con dos fuera ante su compatriota Fernando Rodney —Ortiz sumaría otro cuadrangular en la entrada once del juego que terminaron ganando los Medias Rojas—, Ortiz llevó a cabo hazañas heróicas con tal frecuencia que hasta un conteo estricto de sus walk-offs no le haría justicia a la historia. A pesar de toda la gloria que otorga el conteo de sus walk-offs, éste no incluiría lo hecho por Ortiz en los juegos fuera de casa, donde los anfitriones siempre cierran las entradas. Tampoco incluiría aquellas veces, como el cuadrangular ante Rodney en Detroit, en que Ortiz empató un juego o puso a los Medias Rojas adelante en el marcador en alguna de las entradas finales, salvando a su equipo de una derrota inminente.

Dos largas semanas después de que salvara a su equipo en Detroit, Ortiz conectó un verdadero jonrón walk-off contra el relevista Scot Shields de los Angelinos de Los Ángeles en Fenway Park para llevar a los Medias Rojas a una victoria de 3 a 2. Y menos de una semana más tarde, fuera de casa nuevamente, conectó dos jonrones más en un solo juego, de los cuales el segundo rompió el empate a 5 que existía en la onceava entrada y con el que los Medias Rojas se anotaron una importante victoria en el Rogers Centre sobre los Azulejos el 12 de septiembre.

En un momento de la temporada cuando muchos peloteros claudicaron ante la presión y la fatiga de una campaña ardua y prolongada, Ortiz parecía estar produciendo cada noche una tormenta de imparables decisivos, ya fuera en la parte baja de la novena entrada o en alguna otra.

Para entonces, por supuesto, su éxito no era ningún secreto y ya había comenzado a sentirse la oleada de opiniones a su favor. Los periodistas se reunían junto al casillero de Ortiz cada noche, antes y después de los juegos, todos queriendo saber lo mismo: ¿Podría Ortiz convertirse en el primer bateador designado en la historia en ganar el trofeo al Jugador Más Valioso? ¿Podía concebirse que un bateador designado ganara ese trofeo? Ortiz, por su parte, ya había gastado mucho tiempo respondiendo ese tipo de preguntas, diciendo públicamente que intentaba quebrar las reglas, lo que era su manera de decir que le gustaría reescribirlas.

Los periodistas, sucumbiendo ante su propia naturaleza, insistieron una noche. Ortiz notó una cara conocida en la parte trasera del grupo y solicitó su ayuda.

—Jeremy —dijo en voz alta—, ¿quieres responder por mí?

El periodista, cuyo nombre no era Jeremy ni nada que se le pareciera, sonrió y rehusó hacerlo con gran tacto.

Al fin y al cabo, ¿qué importa un nombre?

Antes de que los Medias Rojas dejaran Toronto, Ortiz empujó a su equipo hacia otra victoria, conectando un jonrón que remolcó dos carreras y empató el juego ante el derecho Josh Towers. Los Medias Rojas vencieron finalmente 5 a 3. Unos días más tarde, conectó otro en la sexta entrada que empató el juego a 2 en un encuentro que los Medias Rojas ganaron 3 a 2 en entradas adicionales. Y menos de dos semanas después, cuando los Medias Rojas se hallaban a punto de perder, Ortiz conectó otro jonrón que empató el juego, esta vez en la octava entrada, y regresó al plato en la parte baja de la novena, bateando un imparable que remolcó a su compañero Johnny Damon para darle la victoria 5 a 4 a los Medias Rojas.

Tras celebrar alrededor de su carismático toletero por lo que parecía ser la enésima vez en un lapso de apenas seis semanas, los Medias Rojas hicieron lo que aprendieron a hacer en grupo bajo el liderazgo incansable de David Ortiz.

Juntos, siguiendo su compás, abandonaron el campo.

DAVID ORTIZ NO GANÓ EL TROFEO AL JUGADOR MÁS VALIOSO DE LA liga Americana de 2005. Terminó en segundo lugar, en una decisión apretada, detrás de Alex Rodríguez, el tercera base de los Yankees de Nueva York. Ortiz no ganó el trofeo en 2003 ni en 2004 ni en 2006, aunque nadie podrá negar esto: durante ese periodo de cuatro años, Ortiz fue el líder indiscutible de la Liga Americana en cuadrangulares (173) y el líder entre todos los peloteros de las grandes ligas en carreras remolcadas (525). Esto es cierto a pesar de que Ortiz no comenzó a jugar de manera regular con los Medias Rojas de Boston sino hasta la mitad de la temporada de 2003, su primera con el equipo, y de que estas cifras no dan cuenta de las circunstancias en las que se dio su contribución al equipo.

Por ejemplo, en 2005, en aquellas situaciones álgidas que han sido definidas como cerca y tarde por STATS, Inc., Ortiz fue el líder indiscutido de las mayores en jonrones (11) y carreras remolcadas (33). Rodríguez, el Jugador Más Valioso, terminó únicamente con 4 jonrones (en el puesto 29) y 12 carreras remolcadas (en el puesto 66) en aquellas situaciones que se consideran más críticas según un conjunto de criterios.

Traducción: De 2003 a 2006, con o sin el trofeo al Jugador Más Valioso, David Ortiz, tomado en su conjunto, fue mucho, mucho más grande que la suma de partes de los demás peloteros.

Pero con Ortiz, desde luego, las hazañas dentro del campo sólo son parte de la historia. En 2004, durante la noche en que los Medias Rojas aseguraron su regreso a la postemporada, los peloteros de Boston celebraron, como se acostumbra, en el camerino del equipo visitante del Tropicana Field de los Devil Rays de Tampa Bay. Todos los peloteros destaparon botella tras botella de champaña para echárselas encima unos a otros. Al parecer insatisfecho con la artillería a su disposición, Ortiz se dirigió a la sección de las duchas, se puso un par de gafas de natación y conectó una manguera a una llave. Después, volvió con su paso tranquilo hasta la mitad del camerino y apuntó la manguera hacia sus compañeros, quienes saltaron a esconderse aterrorizados. Entonces, rugió como un Shrek dominicano (sus compañeros de equipo así lo apodaron) y regresó a su cueva.

Su andar era inconfundible. El gerente general de los Mellizos de Minnesota dijo una vez que parecía que caminara sobre cáscaras de huevo, pero de hecho parece como si siempre estuviera escuchando música. Su cuerpo se desplaza pesadamente de izquierda a derecha y de nuevo a la izquierda, mientras que la cabeza y los hombros dibujan un vaivén rítmico de lado a lado, como si marchase al ritmo de su tamborilero personal.

En Boston, dentro del campo y fuera de él, la gente se desvive por seguirlo. En el año 2006, gracias a los esfuerzos hechos por la fundación Make-A-Wish, una adolescente que luchaba contra el cáncer de ovario y que tuvo la oportunidad de asistir a una práctica de bateo y conocer a su jugador favorito escogió a Ortiz. Más tarde ese mismo año, después de enterarse de que Ortiz nunca había estado en Maine, el gobernador, John Baldacci, le envió 41 langostas, una por cada jonrón que había conectado hasta entonces. En los puestos de venta de Fenway Park y sus alrededores, las camisetas y los objetos de recuerdo que llevan el número 34 de Ortiz venden con mayor regularidad que ningún otro, confirmando el lugar que ocupa como el pelotero de mayor presencia y personalidad más atrayente en un equipo que, como los Medias Rojas, es una de las empresas más poderosas de toda la región de Nueva Inglaterra.

En el interior del equipo, la confianza que los peloteros tienen en Ortiz es tan grande que ellos le han delegado el control de la música en el camerino, un honor que es mucho más prestigioso de lo que parece. En los últimos tiempos, la música que se pone en los camerinos ha sido un elemento de discordia entre peloteros de muchos equipos, hasta el punto que en algunos se exige el uso de audífonos. Muchos equipos, incluidos los Medias Rojas, pueden citar ocasiones en que hubo peleas o conatos de pelea debido al tipo de música que se ponía, el volumen de la misma o la decisión de ponerla o no.

Pero en Boston, que es una olla de béisbol que quizá hierva como ninguna otra, confían en Papi.

¿Y el resto del mundo? También ha acogido a Ortiz en los últimos años: en los restaurantes de sándwiches D’Angelo que hay a lo largo del noreste estadounidense, a los clientes los recibe una figura de cartón con la imagen de Big Papi de tamaño natural; lo mismo ocurre en las pizzerías Papa Gino’s; Ortiz ha tenido contratos publicitarios con Reebok, XM Radio, AT&T, Sony PlayStation y Vitamin Water, y hay más en camino; durante el verano y el otoño de 2005, los viajeros que iban de Boston a Florida podían hacerlo en un jet Song que había sido apodado Big Papi; poco después de los acontecimientos históricos de octubre de 2004, la foto de Ortiz apareció en la caja de los cereales Wheaties (el desayuno de los campeones) al tiempo que él proclamaba, para todos los Estados Unidos, que se uniría a una larga fila de héroes del deporte en Walt Disney World. Su popularidad a nivel nacional ha llegado a tal punto que ahora se le reconoce como el rostro del béisbol, y ya le hace competencia a Derek Jeter, el paracortos de los Yankees de Nueva York y símbolo de la masculinidad americana, por el primer lugar en influencia y mayor proyección en el mercado que ofrece el juego.

Para un jugador nacido fuera de los Estados Unidos, su crecimiento no tiene precedentes.

—Espero que la gente aprecie lo que está haciendo —dijo Gabe Kapler, el muy agudo jardinero de los Medias Rojas, acerca del magnífico desempeño de Ortiz durante la serie de juegos por el título de campeonato de la Liga Americana que disputaron contra los Yankees de Nueva York en 2004—. No es nada fácil.

Terry Francona, el entrenador de los Medias Rojas, dijo una y otra vez durante los primeros cuatro años de Ortiz en Boston:

—Es difícil imaginar que alguien sea tan importante para su equipo como lo es él para nosotros.

ANTES DE TODO ESO, DAVID ORTIZ ERA UN HOMBRE SIN EQUIPO. LOS Mellizos de Minnesota, insatisfechos con su desempeño, licenciaron el derecho sobre él, dejándolo prácticamente en el andén para que se lo llevara quien quisiera. Ortiz tenía tan sólo 27 años y estaba por unirse a su tercer equipo, los Medias Rojas, que lo adquirieron como a uno entre varios para resolver su problema de primera base. Una de las razones que tuvo Ortiz para escoger a Boston fue el desear lo que casi todos desean: tener una oportunidad.

Mirando hacia atrás, ¿qué otra cosa es la historia de Ortiz sino una historia de oportunidades? ¿Qué es sino una historia de éxito de un chico que creció en la pobreza de la República Dominicana, esperando y rezando para que lo descubrieran? ¿Qué es sino la historia de una madre amorosa y un padre comprometido? ¿Qué es sino una historia de persistencia y perseverancia, del triunfo de la confianza sobre la duda? ¿Y qué es sino una historia de destino, de un hombre que terminó en el lugar indicado y en el momento indicado, a pesar de todos los posibles obstáculos del camino, a pesar de los fracasos y los pasos en falso que pudieron haber descarrilado el sueño?

¿Qué es sino una historia de dedicación y esfuerzo, un recuento histórico de una figura de proporciones equiparables a las de Babe Ruth?

Pero bien, el espíritu de David Ortiz siempre ha sido uno de sus grandes atributos.

Y la historia de su vida es una que debería ser contada únicamente por él mismo.

EL NACIMIENTO DE BIG PAPI

Para ser sincero, todavía me da risa. Puedo estar en el campo, calentando para un juego o algo así, y alguien del otro equipo viene y me pregunta: ¿Qué hay, Papi?. Yo puedo no conocer al tipo, quizá no lo reconozca, pero él me conoce por mi apodo. Así que yo lo saludo de vuelta, ¿Qué pasa?, y vuelvo a correr o al estiramiento o a lo que sea. Pero por dentro, me da risa.

La verdad, no sé cómo comenzó, hermano. No tengo ni idea. Después de que llegué a Boston y comencé a jugar para los Medias Rojas, yo andaba por el camerino y hablaba con los otros jugadores, y comencé a decirles papi. Algunos de mis compañeros hacían lo mismo. Alguien como Manny Ramírez pasaba junto a algún periodista o alguien a quien no le sabía el nombre y le decía cosas como, ¿Cómo te va, papi? o Es un día lindo, ¿no, papi?, y la gente se reía. En la República Dominicana usamos esa palabra todo el tiempo, igual que los estadounidenses dicen buddy o pal, pero se parece más a daddy o pops. Así es como hablamos. Y en Boston, antes de que nos diéramos cuenta, todos en el equipo estaban diciéndoles a los otros papi, y al poco tiempo ocurrió que el nombre me pertenecía.

David Ortiz.

Big Papi.

Adonde quiera que vaya, hermano, así me dicen. Es en serio. Cuando salgo del dugout antes de un juego, ya sea en la liga de invierno o en el entrenamiento primaveral o en la postemporada, los aficionados me llaman así. Incluso en la República Dominicana, donde cualquiera puede ser papi, se me identifica así. Antes de la temporada de 2006, cuando tuvimos el Clásico Mundial de Béisbol por primera vez, no podía ir a ninguna parte sin que la gente dijera mi apodo. Allí había equipos de los Estados Unidos y la República Dominicana, Puerto Rico, Venezuela y Cuba. Había equipos y aficionados de todas partes. Y sin importar adónde fuera o contra quién jugara, la gente sabía mi nombre porque me había visto en la televisión o en los periódicos o donde fuera.

Es gracioso, hermano.

Y me tomó algo de tiempo acostumbrarme.

Desde que llegué a Boston, sobre todo desde 2004, muchas cosas han cambiado. Mi vida es totalmente diferente ahora. Sigo siendo la misma persona —el bebé de mi mamá— sin importar cuán diferentes sean las cosas. Ahora se me hace difícil ir a ciertos lugares, sobre todo en la República Dominicana, pero estoy más contento que nunca antes. Toda mi vida he tenido gente alrededor mío, gente que me ha dado buenos consejos y que ha tratado de enseñarme cosas. Mi mamá. Mi viejo. Mi esposa, mi familia y mis amigos. Siempre he sido el tipo de persona que trata de fijarse en las cosas buenas, que trata de sacar lo positivo de todo. Mi mamá era igual y mi viejo lo es también; ellos siempre trataron de inculcarme el deseo de ser mejor, de trabajar y seguir tratando, sin importar qué suceda. Eso es lo que todos debemos tratar de hacer, hermano, seguir mejorando, no importa a qué nos dediquemos.

De manera que este año de 2007, ése es mi objetivo: ser mejor.

Desde que llegué a Boston —incluso antes— siento que he mejorado cada año. La gente siempre me pregunta cómo es eso, si hay algún secreto o algo, y yo siempre digo lo mismo: es confianza y mucho trabajo. En el año 2002, mi último año con los Mellizos de Minnesota, conecté 20 jonrones en unos 400 turnos al bate, y sentí que estaba jugando bien. En 2003, mi primer año en Boston, conecté 31 jonrones en unos 450 turnos. Desde entonces, cuando los Medias Rojas comenzaron a utilizarme cada día, he conectado 41 jonrones (en 2004), 47 jonrones (en 2005) y 54 jonrones (en 2006). Mi número de carreras remolcadas también ha ascendido. A finales de la temporada pasada dejé de jugar algunos juegos, así que sé que puedo mejorar. Quizá llegue a 60 jonrones. Quizá llegue a 70. Quizá pueda ayudar a que los Medias Rojas ganen otra Serie Mundial.

Suena loco, ¿cierto? Pero voy a decir algo: si uno se propone algo, uno puede conseguir casi cualquier cosa. Uno necesita confianza y apoyo, pero uno puede hacerlo. Yo sé por qué lo

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