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La expedición de Humphry Clinker
La expedición de Humphry Clinker
La expedición de Humphry Clinker
Libro electrónico649 páginas9 horas

La expedición de Humphry Clinker

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Matthew Bramble, misántropo enfermo de gota, viaja por Gran Bretaña en compañía de sus sobrinos, su hermana solterona y Humphry Clinker, su fiel criado. Bramble ve el mundo como un lugar lleno de ruido y degeneración, poblado por borrachos, vagos y delincuentes. La expedición de Humphry Clinker, construida a través de las cartas a seis personajes distintos, constituye una visión divertidísima y grotesca del reinado de Jorge III, el rey loco, además de una maravillosa lección narrativa.


A caballo entre la novela picaresca, el bildungsroman y el libro de viajes, La expedición de Humphry Clinker es la culminación y casi el testamento literario de Smollett, pues fue publicada en el año de su muerte. De la importancia de esta obra, cuya traducción firma aquí Miguel Temprano García, da cuenta en esta edición la introducción de Jeremy Lewis, miembro de la Royal Society of Literature.
IdiomaEspañol
EditorialAegitas
Fecha de lanzamiento28 may 2024
ISBN9780369411211
La expedición de Humphry Clinker
Autor

Tobias Smollett

Tobias Smollett (1721-71) was a Scottish author best known for his novels, The Adventures of Roderick Random and The Adventures of Peregrine Pickle, following which he became a major literary figure associated with the likes of David Garrick, Laurence Sterne, Charles Dickens and Samuel Johnson. In 1755 he published the standard translation of Cervantes' Don Quixote and in 1756, he became editor of The Critical Review. His first major non-fiction work was A Complete History of England.

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    La expedición de Humphry Clinker - Tobias Smollett

    INTRODUCCIÓN

    Considerada ampliamente la mejor novela de Tobias Smollett, La expedición de Humphry Clinker se publicó en junio de 1771, tres meses antes de su muerte, a la edad de cincuenta años. Hacía tres había dejado Inglaterra para exiliarse en Italia, donde creó el personaje de Matthew Bramble, un terrateniente enfermo de gota, malhumorado y en apariencia misántropo que recorre Inglaterra y Escocia con sus sobrinos Jery y Lydia; la harpía de su hermana, Tabitha («una solterona de cuarenta y cinco años, muy estirada, vana y ridícula»); una doncella galesa, y su criado, Humphry Clinker. Durante sus viajes por el país, en un carruaje estrecho e incómodo, sufriendo las sacudidas y balanceos pertinentes, y abandonando unas habitaciones ruidosas y abarrotadas por otras, Bramble despotrica contra la degeneración de los tiempos y evoca, con todo lujo de detalles escabrosos, un mundo que le parece cada vez más inhóspito. Como él, Smollett no gozó de buena salud y era propenso a la hipocondría, pero, mientras que Bramble añoraba «el aire limpio, elástico y salutífero» y la paz y tranquilidad de su casa en la campiña de Monmouthshire, Smollett pasó la mayor parte de su vida laboral en el mundo endogámico y conflictivo de la calle Grub y del Londres literario. Se marchó de Inglaterra en parte por su salud y en parte porque no podía soportar más la vida que llevaba. Se le criticó a lo largo de su vida y, curiosamente, también desde entonces.

    A pesar de contarse, como es debido, entre los fundadores de la novela inglesa —junto a Samuel Richardson, Laurence Sterne, y su gran rival, Henry Fielding—, durante demasiado tiempo Smollett ha sido ignorado sin razón. Se le valoró mucho en vida, y supuso una influencia capital, y muy obvia, para el joven Charles Dickens[1], pero después cayó en desgracia y ha sido abandonado en el limbo desde entonces. A los victorianos tardíos les escandalizaba la ordinariez, la brutalidad y el humor escatológico de Smollett; a los críticos académicos, que preferían a los novelistas difíciles y rebuscados (como Sterne) o sentenciosos y prolijos (como Fielding), les desconcertó su franqueza y consideraron que los personajes eran, en esencia, cómicos y grotescos, faltos de ambigüedad, introspección y evolución, por lo que no merecían especial atención. George Orwell y V. S. Pritchett sentían gran admiración por él, pero su opinión era aislada, y después de sus reseñas, publicadas hace ya más de medio siglo, el silencio ha vuelto a reinar, por lo menos en este lado del Atlántico[2]. Sin duda, para aquellos espíritus intrépidos que quieran dar cuenta de uno de los más divertidos, escandalosos y agudos novelistas británicos, Humphry Clinker resulta la obra perfecta para empezar. Comparte con la otra gran novela de Smollett, Las aventuras de Roderick Random (1748), la energía y el ritmo de la picaresca, y es conmovedora y tierna, hecho sorprendente viniendo de un novelista tan huraño. A pesar de que a Smollett siempre se le ha menospreciado por considerarse basto su estilo literario, carente de sutilezas y matices, Humphry Clinker es una obra extraordinariamente sofisticada, una novela epistolar que intercala y contrapone cinco narradores muy diferentes entre sí y que, como algunos críticos han observado, se anticipa a James Joyce en el uso de juegos de palabras y dobles sentidos. Como Roderick Random, Humphry Clinker también contiene referencias autobiográficas, por lo que, teniendo en cuenta que la vida del autor es tan desconocida como su obra, será conveniente ofrecer una breve biografía que permita relacionar los momentos importantes de su carrera con los diversos temas que recorren sus textos.

    Tobias Smollett nació cerca de Dunbarton, al oeste de Escocia, en marzo de 1721. Su hogar estaba situado entre el lago Lomond y el río Clyde: en los últimos años de su vida recordaría las verdes colinas de su infancia como un paraíso perdido. Lo expresa con especial elocuencia en las escenas escocesas de Humphry Clinker, cuando el terrateniente Bramble y su séquito visitan ese país por primera vez. Smollett era descendiente de una saga de soldados y abogados, y su abuelo, sir James, fue uno de los comisionados designados para negociar las condiciones del Acta de Unión de 1707, mediante la cual el Parlamento escocés votó a favor de su desaparición y se formó el Reino Unido. La unión con Inglaterra proporcionaba un sinfín de oportunidades a los jóvenes y ambiciosos escoceses, sobre todo en las fuerzas armadas, las colonias y la medicina, pero era un arma de doble filo. Muchos de ellos, como Smollett, se encontraban divididos entre el orgullo beligerante por su país de origen y el anhelo de demostrar su valía como británicos para aprovechar las mayores posibilidades del nuevo escenario. Los palacios ventosos de los barones fueron desbancados por las villas paladianas, las barbas dieron paso a las pelucas, y el dialecto escocés se empezó a considerar como algo provinciano y vergonzoso. A pesar de que más adelante, en el mismo siglo, la Edimburgo del economista Adam Smith, el filósofo David Hume y el arquitecto Robert Adam sería aclamada como la Atenas del Norte, persistió el sentimiento de inferioridad provincial, y los escoceses que tenían ambiciones sociales, políticas, intelectuales o literarias se esforzaban para hablar como sus homólogos de Londres. Como escocés que pasó la mayor parte de su vida en Inglaterra, Smollett era la viva imagen de esta ambivalencia. El editor influyente de revistas detestaba el uso de «escocesismos» de sus colaboradores, pero sus ojos se humedecían cuando, después de un largo tiempo lejos del hogar, divisaba, desde Boulogne y a través del canal de la Mancha, los acantilados de Dover. Aun así, solo se asociaba con compatriotas exiliados en la capital inglesa y le ofendían la crueldad y la inquina contra los escoceses imperantes en Inglaterra a lo largo del siglo XVIII. «Estoy por entero harto de esta tierra de indiferencia y apatía donde las más bellas sensaciones del alma no se tienen en consideración, la felicidad consiste solo en emborracharse con oporto y en un par de muslos enormes, y donde se ha perdido la genialidad, aprender está infravalorado y el buen gusto ausente: la ignorancia prevalece hasta tal punto que uno de nuestro club en Chelsea me ha preguntado si hacía buen tiempo cuando he cruzado el mar volviendo de Escocia», se quejó a su viejo amigo, el pastor de la Iglesia de Escocia, Alexander Carlyle. Los ingleses consideraban que los escoceses eran sectarios, los veían como unos forasteros egoístas que les robaban los mejores trabajos, y los tachaban de piojosos, de «sawnies[3]» paletos y de entusiastas de la falda escocesa y las gachas. En sus poco frecuentes visitas a Escocia, Smollett debió de experimentar la misma rabia que el señor Bramble hacia las consignas antiescocesas que atestaban la carretera hacia el norte, y se sirvió del cascarrabias y patilargo teniente Obadiah Lismahago, el lúgubre admirador de Tabitha, para dar rienda suelta a sus sentimientos de resentimiento y frustración patrios. (No obstante, con todo ese rencor patriótico, el viejo soldado malcarado se alegra de pasar el ocaso de sus días al sur de la frontera).

    Después de asistir a la Grammar School de Dunbarton, Smollett se matriculó a la Universidad de Glasgow a los catorce años, donde cursó el tradicional programa que incluía griego, latín, lógica, ciencia y metafísica. Mientras Oxford y Cambridge se hundían en el sopor que describe el historiador inglés Edward Gibbon en sus Memoirs (1796), las universidades escocesas disponían de una oferta mucho más amplia para satisfacer a los estudiantes ávidos de saber, por lo que Smollett adquirió un amplio conocimiento que le serviría para ejercer de periodista y de editor, pues estaba capacitado para escribir, como si fuera un experto, tanto sobre la Antártida o los hotentotes del suroeste de África, como para revisar libros sobre limpieza y desinfección o sobre la historia de Sudamérica. Al mismo tiempo, se formó como cirujano y farmacéutico. Escocia es famosa por sus médicos y escuelas de medicina desde el siglo XVIII, y, una vez más, la educación que recibió fue muy superior a la que se ofrecía al sur de la frontera, donde las teorías y creencias medievales sobre los «humores» fríos y calientes, basadas en las ideas del médico griego Galeno (c. 130-c. 200 d. C.), permanecían en circulación. En Inglaterra la medicina seguía siendo una profesión estrictamente jerárquica, en la cual los médicos eran los aristócratas del mundo de la salud, cobraban los honorarios más altos y miraban por encima del hombro a cirujanos y farmacéuticos, a quienes consideraban simples mecánicos. Los médicos diagnosticaban a sus pacientes basándose solo en los síntomas externos: el olor, el color, el sonido y el gusto (las muestras de orina suponían un riesgo para la profesión); y los cirujanos hacían el trabajo sucio: sajaban furúnculos, extraían sangre, administraban enemas, arrancaban dientes y arreglaban extremidades; a su vez, los todavía más humildes farmacéuticos preparaban las medicinas que los médicos recetaban. El sistema escocés estaba, en cambio, mucho más abierto a los avances del continente, en particular a la enseñanzas del gran Hermann Boerhaave de Leiden[4].

    Los estudiantes de medicina estudiaban anatomía y realizaban muchas horas de prácticas en hospitales; por otra parte, la antigua división de esta disciplina en tres ramas diferenciadas se fue haciendo cada vez más imprecisa e irrelevante. Además, para mayor irritación de los adinerados y a menudo ineficientes médicos ingleses, los médicos cirujanos escoceses (los precursores de la medicina general actual) empezaron a ofrecer sus servicios, sobre todo en las colonias y en el ejército.

    Si bien la carrera médica de Smollett fue breve e ignominiosa, pues se consideraba que no poseía el carácter que la sociedad esperaba de un médico de cabecera, su formación como cirujano y farmacéutico tuvo una gran repercusión en su trabajo como novelista, tanto en los temas que abordó como en su tratamiento. Era escéptico con sus colegas y sus ínfulas de conocimiento (como observa el señor Bramble: «El conjunto de vuestros descubrimientos médicos se reduce a esto: que cuanto más estudiáis, menos sabéis»), y sus novelas están llenas de matasanos, farmacéuticos de pega y médicos depredadores que merodean como cuervos alrededor de los vividores y de las viejas damas ricas de Bath. Los achaques físicos van apareciendo a lo largo de Humphry Clinker (las cartas de Bramble van dirigidas a su médico de Gales, y en su diatriba inicial se queja de sufrir contracturas) y, a pesar de que los médicos dudosos quedan aquí menos en evidencia que en las primeras novelas, encontramos un buen espécimen en el balneario de Hotwell, en Bristol, al principio del periplo de Bramble por el país. Como muchos de sus contemporáneos, Smollett disfruta con las bromas sobre detalles escatológicos, y el dudoso doctor L___n (basado en el médico alemán Diederich Wessel Linden) consigue que su audiencia se estremezca de asco cuando cuenta que «todos los que fingen sentir náuseas ante el olor de las excreciones ajenas huelen las suyas con particular complacencia» (citando, se supone, a un gran duque de la Toscana), y les explica que «él mismo [el médico], cuando estaba desanimado, o fatigado por los negocios, encontraba un alivio inmediato al inhalar los rancios contenidos de un retrete que su criado removía debajo de su nariz».

    Los médicos no son dados a la fantasía, y Smollett es el novelista inglés menos adepto a lo ilusorio: sus novelas están llenas de estafadores, chulos, bandoleros, nuevos ricos vulgares, mujeres libertinas, borrachos, nobles decadentes, etc., y su estilo es de una ferocidad y energía que, en comparación, Fielding parece apocado. Smollett es un escritor muy físico: se desmarca de la agitación, la obscenidad y la pestilencia de la Inglaterra del siglo XVIII, aunque, sin embargo, los documenta con un vigor que evoca a las pinturas narrativas de su contemporáneo, el gran William Hogarth, o a las escenas bulliciosas de Thomas Rowlandson[5], el gran maestro de los pechos exuberantes y las barrigas colgantes. Como tantos otros escritores de temperamento satírico y conservador, Smollett es poco dado a las abstracciones, se impacienta con las digresiones elevadas (se refiere a Fielding con sorna como «ese sagaz moralizador») y se entretiene con la apariencia física. Las descripciones de los personajes reflejan su formación como médico, educado para juzgar a partir de lo que se ve, se huele o se toca. En sus novelas encontramos multitud de narigones, abscesos, piernas lisiadas y otros atributos poco favorecedores: como Dickens y R. S. Surtees[6], el cazador y gran novelista victoriano, único rival de Smollett como hombre duro de las letras inglesas, se detiene en el aspecto y la vestimenta de sus personajes, y cuando parece que presta menos atención a lo que ocurre dentro de sus mentes, lo compensa con la energía y comicidad con que relata sus acciones.

    Al terminar su formación médica, Smollett (como tantos de sus colegas escoceses tras la firma del Acta de Unión) emprendió el largo viaje hacia el sur para buscar fortuna. Tan pronto como llegó a la capital, provisto de los contactos pertinentes para relacionarse con los escoceses en el exilio, estalló la guerra del Asiento de 1739. Los británicos se quejaban de que los guardacostas españoles en el Caribe estaban asaltando, sin ser provocados, barcos que se dedicaban a hacer negocios legales, mientras que los españoles sabían bien que la única intención de los británicos era compartir el botín del lucrativo comercio de Sudamérica. Smollett se alistó a la marina como ayudante de cirujano, se enroló en el HMS Chichester, y partió hacia las islas Antillas para enfrentarse a los malvados españoles. Participó en el asedio de Cartagena, el puerto de la costa de Colombia donde los galeones del gran tesoro español subían su cargamento. Con todo, la fiebre amarilla causó más estragos entre los soldados y marineros británicos que los ataques enemigos. Smollett estaba tan furioso con la indecisión e incompetencia del almirante Vernon[7] y del brigadier Wentworth que habló sobre el asunto durante muchos años después, hasta llegar a cumplir condena en la prisión de King’s Bench por calumnias contra algunos de los implicados. Las escenas navales en Roderick Random, que incluyen a un capitán loco y tiránico y azotes y ataques enemigos en alta mar, prepararon el camino para las novelas navales del siglo XIX del capitán Marryat[8], La isla del tesoro (1883) de Robert Louis Stevenson, Billy Budd (1891) de Herman Melville y, en los años treinta del siglo XX, los relatos de Hornblower y C. S. Forester. Sin embargo, por bien que en Roderick Random y en The Adventures of Peregrine Pickle (1751) aparecen lobos de mar amables y dicharacheros con patas de palo, en Humphry Clinker el motivo naval es menos evidente.

    Mientras permaneció en las islas Antillas, Smollett conoció a Anne Lassells, una heredera jamaicana, y se casó con ella. Con todo, a pesar de que al señor Bramble le horrorizan la vulgaridad y la opulencia de los nuevos ricos de Bath y carga contra los «plantadores; negreros y comerciantes de las colonias americanas […] que se han encontrado nadando de pronto en una opulencia desconocida hasta ahora», los Smollett no tuvieron reparo alguno en vender un esclavo o una parcela de tierra cuando se quedaban sin fondos. De vuelta a Londres, el autor ejerció un tiempo de médico antes de optar por la vida literaria. Un poco antes de dejar Escocia, había escrito una obra de teatro en verso libre llamada The Regicide, y al llegar a la gran ciudad intentó persuadir al gerente de un teatro para que la programara. Smollett no tenía talento como dramaturgo, y se sintió humillado y desesperado mientras su desafortunada obra era aceptada y retenida en el limbo durante meses para ser, por fin, rechazada. A pesar de su apariencia huraña, Smollett era muy susceptible y más rencoroso que la mayoría. En sus primeras dos novelas, Roderick Random y Peregrine Pickle, se venga, de una forma muy elaborada y cómica, de los dos directores teatrales de la época, David Garrick[9] y James Quin, que desdeñaron The Regicide. Garrick acabó redimiéndose al llevar a escena la farsa naval de Smollett The Reprisal: or the Tars of Old England en el Covent Garden en 1757, y aunque el autor había ridiculizado poco antes a Quin como un actor histriónico que sobreactuaba golpeándose el pecho y profiriendo sonoros lamentos, el viejo actor estruendoso se trata con más amabilidad en Humphry Clinker. El señor Bramble y su séquito se topan con él en Bath: «Hace tiempo disfruté mucho con vuestra interpretación del fantasma del padre de Janlet en el teatro de Drury Lane, cuando aparecisteis en el escenario, con el rostro pálido y los ojos enrojecidos y hablasteis de las púas del temible puercoespín. Os lo ruego, representadnos al fantasma del padre de Janlet», le pide Tabitha Bramble, cuyo mal uso de las palabras resulta tan evidente cuando habla como cuando escribe cartas. «Señora —respondió Quin con una mirada de desdén indescriptible—, el fantasma del padre de Janlet nunca volverá a levantarse».

    Cuando, en 1737, las autoridades descubrieron que una obra anónima, The Golden Rump, trataba sobre las ventosidades y las almorranas de Jorge II, sir Robert Walpole se apresuró a aprobar una ley gracias a la cual todas las obras tenían que pasar por el beneplácito de lord chamberlain. Escritores como Fielding abandonaron entonces la dramaturgia para dedicarse a la novela; también Smollett siguió su ejemplo. Roderick Random se publicó de forma anónima, como era costumbre, pero el estilo intenso y vigoroso del autor provocó que muchos lectores asumieran que la había escrito Fielding. Por otra parte, el hecho de que The History of Tom Jones (1749) de este último vendiera muchas más copias que Roderick Random dio lugar a envidias y resentimientos, un anticipo de lo que vendría años más tarde. A pesar de que, por carácter, los dos autores eran polos opuestos (Fielding tenía una visión optimista y alegre de la naturaleza humana, mientras que Smollett tendía al pesimismo), desde entonces se les comparó, casi siempre a favor de Fielding. Sin embargo, Roderick Random se vendió lo suficientemente bien para que los Smollett y su hija Elizabeth pudieran permitirse dejar el centro de Londres y mudarse a Chelsea, que en aquel entonces era un pueblo independiente solo accesible en carruaje.

    A pesar de que, como muchos novelistas, Smollett negara que su primera novela fuera autobiográfica, es evidente que está basada en sus experiencias: Roderick Random es un joven escocés orgulloso e irascible que estudia medicina, llega a Londres en busca de fortuna, se enrola en la marina como cirujano e intenta hacerse un nombre como dramaturgo. Por el contrario, las aventuras tortuosas en los pubs de Covent Garden, acompañado de señoritas de mala reputación, nacen, casi seguro, de la imaginación, pues parece que Smollett era un esposo fiel, si bien poco expresivo, y no hay evidencia alguna de que disfrutara de una juventud salvaje y desenfrenada. Como admirador del Quijote (1605-1615) de Cervantes y del Gil Blas (1715-1735) de Alain-René Lesage, las cuales tradujo[10], Smollett es el mayor maestro de la novela picaresca en lengua inglesa, y, si bien todas sus novelas, incluso Humphry Clinker, son picarescas en esencia, Roderick Random es el ejemplo más claro del estilo ágil, intenso y anecdótico del autor para describir el viaje de un hombre que busca fortuna y se ve contrariado por un sinfín de adversidades para terminar con un final feliz. La energía, el vigor y el ritmo narrativo han influido en otros grandes relatos de aventuras escoceses, como Secuestrado (1886) de Stevenson y Los treinta y nueve escalones (1915) de John Buchan. Roderick Random y Humphry Clinker son las únicas novelas de Smollett que todavía merecen la pena leer. The Life and Adventures of Sir Launcelot Greaves (1762) resulta un refrito mal logrado del Quijote que narra las aventuras de un caballero excéntrico y enamorado que viaja por Inglaterra enmendando injusticias ataviado con una armadura oxidada; The Adventures of Ferdinand Count Fathom (1753) se considera la precursora de la novela gótica, y su héroe saturnino, la quintaesencia del mal, se recupera, de forma breve e inverosímil, en Humphry Clinker en la figura del humilde doctor Grieve, misteriosamente redimido y consagrado con humildad al bien común; Peregrine Pickle tiene sus buenos momentos, pero puede hacerse muy larga y tediosa, y su abusón protagonista resulta odioso e insoportable. Como muchos de sus contemporáneos, Smollett comparte con Peregrine Pickle el gusto por las bromas sobre la práctica del sadismo, que incluyen defecaciones, vómitos y lo que se llama, con sutilieza, «doble evacuación», y que también aparecen en Humphry Clinker, a menudo a expensas de Lismahago. Más allá de las bromas groseras, el joven Charles Dickens era un gran admirador de Peregrine Pickle, y usa la picaresca a este efecto en sus primeras novelas, Los papeles de Pickwick (1837) y Nicholas Nickleby (1838-1839), aunque omite las escenas sexuales y escatológicas por deferencia a las sensibilidades victorianas.

    Al dejar atrás su carrera como médico, Smollett se convirtió en escritor y editor a tiempo completo, con un único rival por lo que se refiere a la dedicación a la vida literaria, el doctor Johnson[11]. Además de las cinco novelas, escribió la Complete History of England (1757-1758) en varios volúmenes; un magistral libro de viajes, Travels through France and Italy (1766); una sátira política mordaz y escatológica; poemas; obras de teatro; innumerables reseñas de libros y una disquisición sobre las aguas en Bath. También tradujo y coeditó Works of Voltaire (1761-1765) en cinco volúmenes; editó y colaboró en los cuarenta y cuatro volúmenes de la Universal History (1759-1766); escribió A Compedium of Authentic and Entertaining Voyages (1756); un diccionario geográfico sobre las islas británicas; asimismo, editó una obra en dos volúmenes sobre obstetricia. Fundó y editó la Critical Review, que sobrevivió hasta 1817 y supuso el equivalente de su época del suplemento literario actual del Times. Él mismo, de forma anónima, escribía la mayoría de reseñas, si bien encargaba algunas al doctor Johnson, David Hume, William Hunter[12] y quizá a Adam Smith y Samuel Richardson. Smollett fundó dos revistas más, la política The Briton y British Magazine, en la cual se publicó por entregas Sir Launcelot Greaves, lo que de algún modo estableció las bases que seguirían los sucesores victorianos de Smollett. Era un negociador astuto y obstinado en un tiempo en el que el sustento de los escritores empezaba a depender del mercado comercial y no de los ricos mecenas, y en el que el mundo de la edición tomaba poco a poco la forma de lo que es hoy en día: la anulación del Acta de Licencias de 1662, que restringía el número de licencias expedidas a libreros e impresores, condujo a la proliferación de periódicos, revistas y libros que dieron trabajo a escritorzuelos indigentes; la aprobación del Acta de Copyright de 1709 otorgó a los escritores una protección sin precedentes y, a pesar de que muchos de ellos cobraban un honorario fijo por su trabajo, les permitía negociar futuros pagos si el libro se reimprimía.

    Al ser un personaje muy afanoso e influyente en el mundo literario, Smollett era tan adulado como maltratado. Autores y críticos buscaban su favor y protección, pero lo criticaban a sus espaldas, pues lo acusaban de usar la Critical Review en beneficio de sus compatriotas escoceses y de excluir a los ingleses. A pesar de los esporádicos y anhelados giros que le llegaban de Jamaica, el dinero siempre escaseaba, por lo que Smollett, que nunca fue un hombre robusto, empezó a deteriorarse y a comprometer su salud por el exceso de trabajo. Es, junto a William Makepeace Thackeray, George Gissing, Cyril Connolly y Julian Maclaren-Ross, uno de los cronistas de la vida literaria más importantes, y sus novelas están repletas de escritorzuelos agotados en su lucha por llegar a los plazos de entrega, que escriben reseñas al límite, intercambian chismes mordaces e incestuosos y refunfuñan por la pasividad de los editores[13]. Smollett era un defensor ferviente de sus colegas escritores: como muchos reaccionarios irascibles, resultaba, en el fondo, un hombre amable, dispuesto a apoyar y animar a otros escritores, generoso con su tiempo y dinero. Aunque era conocedor de la traición de sus protegidos, muchos de los cuales eran petulantes de segunda o aspirantes a literatos incapaces de convertir la elocuencia del discurso en letra impresa, los domingos solía invitar a su casa a varios autorcillos a comer carne y beber cerveza; como ejemplo, se hace aparecer, en Humphry Clinker, como señor S___, paseando bajo los avellanos en su jardín de Chelsea.

    Smollett pudo resistir el pugilismo del mundo literario, pero cuando se introdujo en política se quedó fuera de juego de forma irremediable. Aunque nunca fue miembro del Parlamento, sus ideas políticas eran las mismas que las de Matthew Bramble: consideraba que el mundo se desmoronaba, era reacio tanto a la nobleza aristocrática de los liberales como a los nuevos ricos que habían conseguido su patrimonio en Londres o en las colonias y estaban demasiado ocupados comprando fincas rurales y casando a sus hijas con la nobleza, y atribuía la mayoría de los males del mundo al lujo. Para los anticuados tories y los country whigs, los grupos políticos con los que Smollett tenía más en común, la sociedad del siglo XVIII se había marchitado por la división y la corrupción: la aristocracia liberal estaba corrompida por completo y solo los nobles del campo, inmunes al envilecimiento, contrarios a la fragmentación y con la independencia que confiere la riqueza, estaban capacitados para adoptar un punto de vista objetivo y desinteresado sobre los intereses de la nación. Como Smollett se aventuró a salir de Londres en contadas ocasiones, su relación con los nobles rurales era más teórica que práctica, pero estaría de acuerdo con los que sostenían que sir Roger de Coverley de The Spectator, un justo y ejemplar juez de paz, y «el mejor maestro del mundo[14]», era la personificación del «patriarca» sabio y benevolente, el polo opuesto a los «patricios» recién aparecidos que habían amasado sus fortunas como corredores de bolsa o propietarios de esclavos, y habían comprado las fincas que quedaban disponibles. Para Smollett y aquellos que pensaban como él, el lujo era la manifestación más perniciosa de todo lo que detestaban del nuevo orden. Había sido la causa de la caída de la antigua Roma, la razón por la que las virtudes republicanas de austeridad y bien común sucumbieron a la degeneración política y al hedonismo del Imperio. El lujo era irracional, urbano y subversivo, disolvía las jerarquías y los lazos de dependencia mutua, por lo que era considerado el responsable de las sublevaciones, de la insubordinación, de la ingesta de ginebra, de los combates de osos, de la vulgaridad generalizada, de que las clases bajas tomaran té, de los vicarios modernos y de la homosexualidad. Después del Tratado de Aquisgrán (1748), que terminó con la hostilidad contra Francia y puso fin a la guerra de Sucesión austríaca, Smollett describió como «una corriente irrefrenable de lujo y exceso» la masa de turistas ingleses que cruzaba el canal de la Mancha y se corrompía por influencia de los franceses[15]; sobre todo la gente vulgar y los arribistas, contra quien el señor Bramble carga cuando se muestra reticente a visitar Bath, que «se ha convertido en el centro mismo del bullicio y la disipación». «Intoxicados por el incremento de la riqueza, intentaron rivalizar con el lujo y la magnificencia de sus superiores. Dejaron de lado todo decoro; se volvieron indecentes, insolentes, alcohólicos y libertinos. Todos los principios, y hasta la decencia, fueron desapareciendo de forma gradual», escribe Smollett en su historia de Inglaterra[16], mientras que el señor Bramble observa que «todos estos despropósitos nacen de esa manía por el lujo que se ha extendido por toda la nación y ha contagiado incluso a los más pobres».

    En los años cincuenta del siglo XVIII estas ideas iban en contra del espíritu de la época. Desde finales del siglo pasado, aquellos economistas que defendían los beneficios de la competencia, de la iniciativa empresarial y la necesidad de liberarse de las limitaciones gubernamentales empezaban a prevalecer por encima de los mercantilistas, que creían en el orden, la estabilidad y la intervención del gobierno. Adam Smith fomentó la idea de la especialización y división del trabajo, de la sociedad como máquina en la cual los intereses parciales o «partidistas» tenían un papel que desempeñar, mientras que Bernard de Mandeville en La fábula de las abejas (1714) sugirió que los «vicios privados», como la codicia, la vanidad y el egoísmo, promovían los «beneficios públicos», y que la creación de riqueza por parte de unos pocos beneficiaba a muchos, pues favorecía la creación de empleo, que a su vez distribuía la riqueza[17]. Ni el doctor Johnson ni David Hume compartían con Smollett su aversión por el lujo, pero a él le resultaba indiferente. Humphry Clinker, o por lo menos las aportaciones del señor Bramble, está impregnada de este punto de vista, en las cartas desde Bath y Londres, y en el cuento admonitorio de su viejo amigo, el señor Baynard, un noble de campo desgraciado que se casa con una mujer cegada por el lujo y despilfarra su fortuna hasta el punto de ver su casa convertida en un mausoleo de la moda y el mal gusto.

    El desprecio de Smollett por la escena política contemporánea se hace muy obvio en Humphry Clinker, sobre todo en los episodios cómicos en los que el señor Bramble y su sobrino Jery Melford se encuentran con el estúpido duque de Newcastle, la quintaesencia de la supremacía liberal y el gran superviviente de la política del siglo XVIII. La indignación del señor Bramble cuando descubre que Humphry Clinker tiene inclinaciones metodistas refleja la adherencia de Smollett a los Treinta y nueve artículos como bastión del orden social y la estabilidad[18]. La Critical Review era un órgano conservador que prefería las obras adheridas a las normas del neoclasicismo por encima de las que olieran a romanticismo, sublevación o subversión (su gran rival y precursora, la Monthly Preview, era más liberal), pero, más allá del episodio del libelo contra el almirante Charles Knowles[19] después de la desastrosa expedición Rochefort durante la guerra de los Siete Años contra Francia, por lo cual fue debidamente multado y encarcelado, Smollett se mantuvo alejado de la política hasta que, para su consternación, se encontró batallando con aquel que se autoproclamaba defensor de la libertad, la prensa y el hombre de a pie, John Wilkes.

    Encantador, bizco y espantosamente feo (fanático de las señoritas, una vez se jactó de ser capaz de hacer desaparecer su cara con media hora de charla), Wilkes era uno de los pocos amigos ingleses de Smollett: su hija Polly fue a la misma escuela de Chelsea que Elizabeth Smollett, y cuando el sirviente negro del doctor Johnson, Francis Barber, fue reclutado por la marina, Smollett escribió a Wilkes en nombre del «Great Cham» («Gran Kan»), como es sabido que llamaba a Johnson, y consiguió su liberación. Pero su amistad no pudo sobrevivir al feroz rebrote de fobia contra los escoceses que provocó el nombramiento como primer ministro del tutor de Jorge III, el marqués de Bute, en 1762. Bute escogió a Smollett para que editara una revista, The Briton, que defendiera su ministerio y las negociaciones de paz que siguieron a la guerra de los Siete Años. Asistido de un modo hábil por otro literato, el poeta y clérigo Charles Churchill, Wilkes respondió con la revista infame North Briton, mucho más animada e injuriosa que su débil rival, donde ridiculizaba a Smollett y retrataba a los escoceses como una raza de culosplanos y comecardos. Smollett se ofendió y se enfureció por las diatribas de Wilkes contra los escoceses, y abominó contra la rapidez con que este atizó los prejuicios de las masas urbanas. Dice el señor Bramble: «La turba es un monstruo del que jamás me han gustado ni la cabeza, ni la cola, ni el cuerpo, ni los miembros, abomino enteramente de ella como de un amasijo de ignorancia, presunción, perversidad y brutalidad».

    Sin rumbo en el mundo de la política, exhausto por sus quehaceres literarios, y achacado por la mala salud, Smollett estuvo a punto de sucumbir: «Si sigo escribiendo como he hecho durante los últimos años, se me paralizará la mano, y se me apagará el cerebro como una vela. No desearía ni a mi peor enemigo una maldición mayor que la profesión de escritor, talento en el cual me he afanado hasta sufrir asma crónico, y me ha llevado a ser atacado, como un oso, por todos los perros de la calle Grub», explicó a un corresponsal de Jamaica[20]. Y entonces, en la primavera de 1763, murió su querida hija de quince años. Sumidos en un «dolor inefable[21]», los Smollett deciden dejar su casa de Chelsea y marcharse al extranjero. Después de viajar por Francia, pasaron nueve meses en Niza, donde Smollett satisfizo su pasión por los baños en el mar y escribió, a propósito del uso del excremento humano como abono, que «los baños de una familia protestante, que comen grasa cada día, tienen mucho más valor que la letrina de un buen católico, pues la mitad del año no come carne. No merece la pena vaciar las cloacas del convento de los Mínimos[22]». Desde Niza navegaron a remo en una falúa abierta hasta la costa de Liguria, desde donde viajaron hacia el sur, hasta llegar a Roma, antes de volver a casa después de una ausencia de dos años. El resultado de tal travesía fue uno de los mejores libros de viajes en lengua inglesa, el maravilloso, ácido y vigoroso Travels through France and Italy, en el cual Smollett se queja con todo lujo de detalles del estado mugriento de los servicios franceses, de los chinches, de la hosquedad de los posaderos italianos, de los petits maîtres afeminados de París y del resto de horrores que aguardan al acecho al intrépido viajero británico al otro lado del canal de la Mancha. Laurence Sterne, con quien los Smollett se encontraron en Montpellier, caricaturizó a su colega novelista en Viaje sentimental por Francia e Italia (1768) en el personaje de Smelfungus, la encarnación de la grosería xenófoba británica, que no deja de quejarse cuando se encuentra en el extranjero y es incapaz de disfrutar de la belleza del arte y la arquitectura italianos. A Smollett le desagradaban los petulantes y estetas autocomplacientes, lo que le podría haber incitado a interpretar el papel de filisteo, pues en las cartas desde Italia, en su libro de viajes, demuestra un conocimiento detallado, aunque heterodoxo, del arte del Renacimiento clásico, mientras que en la Critical Review se muestra admirador acérrimo y gran conocedor de los pintores y grabadores ingleses. Tal como sugiere el preámbulo de Humphry Clinker, los libros de viajes en formato epistolar estaban de moda; a pesar de que Smollett escribió las «cartas» a posteriori, Travels through France and Italy es un claro ejemplo del género, y la estructura epistolar, el narrador cascarrabias y la descripción detallada de las formas y la moral de aquellos que va encontrando en el camino, sin duda influenció el tono y la estructura de la última novela de Smollett.

    Al volver a Inglaterra en 1765, los Smollett se instalaron en una casa en Golden Square, a la vuelta de la esquina de donde su amigo escocés William Hunter impartía clases y exponía su colección de anatomía. Pasaron el invierno de 1765 en Bath, y en mayo de aquel año visitaron Escocia por última vez. Como el señor Bramble y su séquito, los Smollett viajaron al norte por Harrogate, se detuvieron en Edimburgo y Glasgow (que Bramble califica como «una de las ciudades más bonitas de Europa»), y visitaron el lago Lomond, Iverary, Jura, Islay y Mull. Smollett escribió en Escocia la elegíaca «Oda al Leven», que añadió después a Humphry Clinker. Pero, por bien que su conversación era más animada que nunca, su viejo amigo, el médico escocés John Moore, quedó «muy afectado por la expresión lúgubre de su cara y persona» y señaló que Smollett parecía «sufrir dolores reumáticos agudos, y además tenía una úlcera en el brazo[23]».

    De nuevo en Londres, la vida literaria seguía siendo tan exigente como siempre. Smollett dejó de ser el editor de la Critical Review, pero continuó trabajando en los volúmenes de la Universal History, añadió un quinto volumen a la Complete History of England, ridiculizó a los políticos del momento en su escatológica The History and Adventures of an Atom (1769), tradujo Las aventuras de Telémaco (1699) de François Fenelon, con el título de The Adventures of Telemachus, son of Ulysses (1776), y escribió la mayor parte de los ocho volúmenes de un compendio que incluía un diccionario geográfico, The Present State of All Nations (1768-1769), del cual extrajo para Humphry Clinker, de un modo casi textual, los capítulos sobre Escocia. Sin embargo, casi nada lo ligaba ya a Inglaterra, así que en otoño de 1768 los Smollett se mudaron a Italia, donde el escritor murió tres años más tarde.

    «Me corroe el alma pensar cuánto sufrió el pobre hombre mientras escribía esta novela», declaró Anne Smollett al morir su marido[24]. De hecho, de no ser por el sufrimiento del autor y de las diatribas del señor Bramble contra los achaques de la edad, Humphry Clinker parece apacible, y hasta bondadosa. También es muy divertida: uno se ríe a carcajadas incluso cuando Lismahago, un veterano de las guerras fronterizas de Norteamérica, describe cómo una partida de indios miami les arrancaron las cabelleras y los torturaron a él y a su compañero, y cómo el cabo Murphy fue por último quemado en la hoguera, «entonando el Drimmendoo a modo de canción fúnebre a dúo con el señor Lismahago, que estuvo presente en aquel acto solemne». Tan insensible como aparentaba ser, Smollett, como Dickens, disfrutaba de las coincidencias inverosímiles y los finales felices: Roderick Random, protegido por el destino como todo auténtico héroe de la picaresca, conoce a un escocés melancólico de mediana edad en una zona remota de Sudamérica, que resulta ser el padre que perdió tiempo atrás, y quien lo convierte en heredero de toda su fortuna, lo que le permite casarse con la chica decente, aunque fea, de sus sueños y establecerse en sus tierras ancestrales de Escocia, rodeado de vecinos agradecidos, bien lejos de la corrupción y las tentaciones de la vida londinense. Tal como descubrirá el lector en su momento, Humphry Clinker goza de su particular medida de improbabilidades similares, entre las cuales está el parentesco de su héroe epónimo.

    Aquellos que encuentran esas escenas demasiado empalagosas se consolarán con las cualidades documentales de la novela: Smollett es el más observador de los novelistas, describe con un placer estremecedor la adulteración de la comida y bebida londinenses o la mugre que se apodera de los que acuden en manada a Bath a beber o a bañarse en sus aguas («Qué delicada bebida tragan a diario los pacientes, sazonada con el sudor, la suciedad, la caspa y las abominables evacuaciones de diversos tipos, de veinte personas enfermas que se cuecen en las calderas de abajo»). Tampoco guarda ningún tipo de consideración en incorporar personajes «reales» en la novela, entre ellos James Quin, a quien lo «llevaron a casa con seis botellas de burdeos»; Samuel Derrick, el maestro de ceremonias de Bath y antiguo compañero de la Critical Review; el duque de Newcastle; y, por supuesto, el mismo Smollett. Mientras tanto, los lectores con gusto por los juegos de palabras, a menudo obscenos, disfrutarán con las cartas entre Tabitha Bramble y Win Jenkins, pues ambos cometen muchos errores ortográficos: «mattermoney» (literalmente, «asunto de dinero») por «matrimony» («matrimonio»), es un ejemplo en especial ilustrativo, pero también «cuntry» (de «cunt», «coño») por «country» («país»), «turd» («mojón») por «third» («tercero»), «beshits» (de «shit», «mierda») por «beseeches» («súplicas») y «asterisks» («asterisco») por «hysterics» («histeria»).

    Estos juegos de palabras permanecen del todo vigentes hoy en día, de la misma manera que el estilo ingenioso de Smollett a la hora de entrelazar y contrastar los cinco narradores. Encontramos la misma escena contada por algunos de ellos desde puntos de vista opuestos: Bramble, igual que su creador, odia Bath y todo lo que representa, y tiene que ser arrastrado a los famosos jardines de Ranelagh y Vauxhall, en Londres, mientras que su sobrino Jery y su enamorada sobrina Lydia se deleitan con todo lo que ven. Una novela epistolar que implique cinco remitentes es, en términos técnicos, mucho más avanzada de lo que con anterioridad habían intentado acometer Samuel Richardson o Frances (Fanny) Burney[25]. El señor Bramble tiene más protagonismo, en parte porque los demás miembros ofrecen poco contrapeso (Jery mantiene la historia en marcha, Lydia es adecuadamente anodina, Tabitha y Win Jenkins son necesarios para los chistes y a Humphry Clinker se le niega la voz narrativa). Bramble es el portavoz de las ideas y prejuicios de su creador, y es la gran excepción a la noción de que los personajes de Smollett resultan poco más que caricaturas unidimensionales, de colores vivos pero carentes de sustancia y profundidad. El misántropo amable y el cascarrabias de buen corazón son personajes típicos de la literatura de la época, y Matthew Bramble, el álter ego en la ficción de Smollett, resulta un claro ejemplo. Al principio, Jery no lo soporta por cascarrabias, pero pronto se percata de que «su malhumor lo causan en parte el dolor físico y en parte un exceso natural de sensibilidad intelectual, pues supongo que, en algunos casos, la imaginación, al igual que el cuerpo, está dotada de un exceso mórbido de sensibilidad», y que su tío «finge misantropía para ocultar la sensibilidad de un corazón tan tierno que casi roza la debilidad». Por su parte, Bramble declara que su «misantropía crece cada día. Cuanto más tiempo vivo, más insoportables me parecen la locura y el fraude de la humanidad», aunque en todas las cartas al doctor Lewis, se muestra preocupado por el bienestar de sus inquilinos y se las arregla para complacerlos con dinero y amabilidad. Descubrimos que «cuando no le duele, es el hombre más amable de la tierra, tan cortés, generoso y caritativo que todo el mundo le aprecia»; y lo mismo podría decirse de su autor.

    A pesar de que Smollett estaba en la cuarentena cuando escribió Humphry Clinker, su última novela fue una carta de despedida, la obra en que más se consagra a las historias de su infancia. El señor Bramble nos cuenta: «He encontrado más amabilidad, hospitalidad y diversiones racionales en unas semanas que en ningún otro país donde haya estado a lo largo de mi vida». Incorruptos por el lujo, tan verdes y frondosos como los recordaba, el valle Clyde y el lago Lomond parecen una Arcadia desvanecida, el paraíso perdido de un hombre sobre el que V. S. Pritchett escribió una vez: «La generosidad y bondad del corazón acompañan un carácter impetuoso y un punto de hipocondría», y que «sus quejas e hipocondría hacen pensar que siente el placer y la agonía de un hombre que tiene la piel muy fina[26]». Deberíamos releer a Smollett por su enojo, su energía, franqueza, comicidad, aspereza y, por encima de todo, por su habilidad para explicar una buena historia. Merece ser mejor recordado.

    JEREMY LEWIS

    2008

    CRONOLOGÍA

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