Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

Venezuela en España: capítulos de una historia literaria extraterritorial
Venezuela en España: capítulos de una historia literaria extraterritorial
Venezuela en España: capítulos de una historia literaria extraterritorial
Libro electrónico314 páginas4 horas

Venezuela en España: capítulos de una historia literaria extraterritorial

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

Esta investigación se centra en la historia de la relación privilegiada que, a lo largo del siglo XX, se va tejiendo entre un puñado de escritores venezolanos y el campo literario español. Pedro Emilio Coll (1872-1947), Rufino Blanco Fombona (1874-1944), Rafael Bolívar Coronado (1884-1924), Teresa de la Parra (1889-1936), Rómulo Gallegos (1884-1969), Arturo Uslar Pietri (1906-2001), Adriano González León (1931-2008), Salvador Garmendia (1928-2001), Eugenio Montejo (1938-2008), José Balza (1939) y Juan Carlos Méndez Guédez (1967) son aquí los protagonistas de los distintos momentos de un intercambio que, desde el modernismo y hasta los años noventa del pasado siglo, se va erigiendo en el zócalo histórico sobre el que se alza hoy la presencia masiva de las letras venezolanas en la Península.

Uno de los objetivos que nos planteamos con esta publicación es, justamente, el de empezar a crear una memoria y un archivo de la conexión hispano-venezolana que ponga de relieve la continuidad de los vínculos y le dé una profundidad en el tiempo a lo que tiende a aparecer hoy como un hecho nuevo y aislado. Al convocar a un grupo de investigadores españoles y venezolanos para exhumar algunos capítulos de nuestra historia literaria común hemos querido de esta suerte abrir el camino hacia una futura narrativa extraterritorial de las letras de Venezuela que facilite compendiar, en las actuales circunstancias, presente y pasado. Reposicionar a la diáspora de cara a este relato supone además darle una identidad distinta e instalarla en el tiempo con unas raíces que se hunden en el siglo XX y van incluso más allá.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento22 abr 2024
ISBN9783968695556
Venezuela en España: capítulos de una historia literaria extraterritorial

Lee más de Gustavo Guerrero

Relacionado con Venezuela en España

Títulos en esta serie (1)

Ver más

Libros electrónicos relacionados

Crítica literaria para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para Venezuela en España

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    Venezuela en España - Gustavo Guerrero

    PRÓLOGO

    Venezuela en España: por una historia literaria extraterritorial

    Hace ya algunos meses se subió a la red la primera versión del Mapa glocal de la literatura venezolana, una extensa cartografía digital financiada por la Fundación CIVIO y la Unión Europea.¹ Su autor, Alirio Fernández Rodríguez, profesor de la Universidad Simón Bolívar de Caracas, nos ofrece con este trabajo una ambiciosa y ordenada proyección visual que hace palpable que no solo existe un conjunto importantísimo de escritores venezolanos residenciados hoy en el extranjero, sino que, en la actualidad, hay más escritores venezolanos viviendo fuera que dentro del país. Como puede constatarse recorriendo el mapa, Estados Unidos, México, Chile y Argentina se cuentan entre los destinos más frecuentes para nuestros autores expatriados, pero, incontestablemente, el que reúne al grupo más nutrido es España, con veintisiete autores censados. Quizás haya algunos más dispersos a todo lo ancho de la Península y en las Islas Canarias; es incluso muy probable. La investigación de Fernández Rodríguez sigue en curso y sus resultados no pretenden ser exhaustivos. Basta, sin embargo, con la abultada cifra que nos propone por de pronto la cartografía para comprobar que la tierra de Cervantes y, en particular, su capital, Madrid, se han convertido en el principal polo de atracción para el éxodo de las letras de Venezuela en las primeras décadas del nuevo siglo.

    El libro que el lector tiene entre las manos no es ajeno a este fenómeno. Según se avanza en los capítulos, se va entrando en la historia de la relación privilegiada que, a lo largo del siglo XX, se va tejiendo entre un puñado de escritores venezolanos y el campo literario español. Pedro Emilio Coll (1872-1947), Rufino Blanco Fombona (1874-1944), Rafael Bolívar Coronado (1884-1924), Teresa de la Parra (1889-1936), Rómulo Gallegos (1884-1969), Arturo Uslar Pietri (1906-2001), Adriano González León (1931-2008), Salvador Garmendia (1928-2001), Eugenio Montejo (1938-2008), José Balza (1939) y Juan Carlos Méndez Guédez (1967) son aquí los protagonistas de los distintos momentos de un intercambio que, desde el Modernismo y hasta los años noventa del pasado siglo, se va erigiendo en el zócalo histórico sobre el que se alza hoy la presencia masiva de las letras venezolanas en la Península. Uno de los objetivos que nos planteamos con esta publicación es justamente el de empezar a crear una memoria y un archivo de la conexión hispano-venezolana que ponga de relieve la continuidad de los vínculos y le dé una profundidad en el tiempo a lo que tiende a aparecer hoy como un hecho nuevo y aislado. Es cierto que la migración de más de siete millones de venezolanos tras el naufragio de la revolución bolivariana constituye en la actualidad una tragedia inédita para el país, para el continente y para nuestra época, pero no lo es menos que los nexos entre las letras venezolanas y españolas son bastantes más antiguos no solo por lo que toca a las amistades literarias entre nuestros autores, sino por lo que respecta a la presencia de los venezolanos en editoriales, revistas, periódicos, agencias, jurados, premios y un largo etcétera que incluye todas las áreas del campo literario español. Si no se le ha prestado antes un poco más de atención es en buena medida porque, a diferencia de otras tradiciones literarias latinoamericanas, la venezolana siempre se pensó, al igual que el país, como una tradición marcada esencialmente por la inmigración, a tal punto que uno de los textos fundadores de la Venezuela contemporánea sigue siendo Mi padre el inmigrante (1945), el célebre poema de Vicente Gerbasi (1913-1992). Mal puede sorprender así el escaso interés que se concede al exilio, a la expatriación o al extrañamiento de los escritores venezolanos durante el siglo XX y el lugar residual que se le atribuye en unas metodologías nacionales que no acaban de asumir el hecho de que, paradójicamente, muchas de las obras mayores de la modernidad venezolana se escribieron o se publicaron en el extranjero. Sirva como botón de muestra La tienda de muñecos (1927), de Julio Garmendia; Las memorias de Mama Blanca (1929), de Teresa de la Parra; Las lanzas coloradas (1931), de Arturo Uslar Pietri; Cantaclaro (1934) y Canaima (1935), de Rómulo Gallegos; El falso cuaderno de Narciso Espejo (1952), de Guillermo Meneses, y País portátil (1969), de Adriano González León, entre otros. En cuanto a Eugenio Montejo, poeta incluido en esta selección de autores venezolanos estudiados desde su condición literaria extraterritorial, desde Élegos (1967) hasta los poemarios de mitad de los ochenta, sus obras fueron publicadas fundamentalmente en Venezuela, pero, después de la antología Alfabeto del mundo, editada en Barcelona por Laia (1987) y en México por Fondo de Cultura Económica (1988), su poesía comenzó a ser mejor conocida fuera del ámbito de la región latinoamericana. A ello contribuyó también que entre 1988 y 1994 fuera consejero cultural de la Embajada de Venezuela en Lisboa y tomara un contacto más directo con el entorno de la Península Ibérica. De hecho, sus siguientes libros se publicaron en España: Adiós al siglo XX (1992), en la sevillana Renacimiento, y los demás en Pre-Textos: Partitura de la cigarra (1999), Papiros amorosos (2002) y Fábula del escriba (2006). Pocos meses después de su muerte, ya en 2009, la revista sevillana Palimpsestos le rendía un merecido homenaje con un monográfico sobre su figura y su obra. Finalmente, para coronar esta complicidad transatlántica, Pre-Textos ha publicado su poesía completa en 2021 y sus ensayos y textos afines en 2022.

    Al convocar a un grupo de investigadores españoles y venezolanos para exhumar algunos capítulos de nuestra historia literaria común, hemos querido de esta suerte abrir el camino hacia una futura narrativa extraterritorial de las letras de Venezuela que facilite compendiar, en las actuales circunstancias, presente y pasado. Reposicionar a la diáspora de cara a este relato supone, además, darle una identidad distinta e instalarla en el tiempo con unas raíces que se hunden en el siglo XX y van incluso más allá. Pero también supone apuntar a un porvenir que ya se va dibujando en obras como la de Juan Carlos Méndez Guédez, cuya estilística heteroglósica, tal como la analiza en su artículo Rodrigo Blanco Calderón, constituye una experiencia piloto de los procesos de escritura interculturales y politrópicos que han de marcar el porvenir de la literatura venezolana en el extranjero.

    Somos conscientes, sin embargo, de que las relaciones literarias entre Venezuela y España no siempre han sido fáciles: la indiferencia, el paternalismo, la ignorancia o el malentendido se asoman con cierta frecuencia en muchos de los capítulos del libro y ponen de relieve la dificultad para administrar un pasado gravado no solo por las relaciones de subalternidad, propias del vínculo colonial, sino por el desconocimiento mutuo. La asimetría es evidente por lo que toca a la busca de un reconocimiento que dé acceso a la internacionalización de una obra y una literatura, como se ve con nitidez en los artículos dedicados a Arturo Uslar Pietri, Adriano González León y Salvador Garmendia. El momento del Boom aparece en ellos como la cita decisiva a la que la novelística venezolana no supo llegar de la mejor manera, aunque no careció de padrinos ni de representantes de altísimo nivel. Si hubiera que hacer una síntesis análoga de la primera mitad del siglo XX, cabría decir que la Guerra Civil española, entre otros males, dio al traste con el más temprano proceso de reconocimiento de las letras de Venezuela, que tuvo en figuras como Pedro Emilio Coll, Teresa de la Parra, Rómulo Gallegos y Rufino Blanco Fombona a sus principales embajadores. De hecho, el conflicto y la posterior censura contra la labor cultural de los republicanos han de arrojar al olvido el enorme esfuerzo de Blanco Fombona y su Editorial-América por publicar y difundir en España a las principales voces de Venezuela en los años diez y veinte.

    Afortunadamente, hay signos alentadores que permiten imaginar hoy un mejor futuro para las relaciones literarias entre nuestros dos países. Aún está fresco el recuerdo de las celebraciones en torno al Premio Cervantes que se le otorgara este año al poeta Rafael Cadenas (1930), el primer autor venezolano que lo recibe. Y tanto Cadenas como Yolanda Pantin recibieron hace pocos años el Premio de Poesía Federico García Lorca. Además, acaba apenas de salir de la imprenta la edición anotada de la novela Percusión (1982), de José Balza (1936), que debemos al escritor Juan Carlos Chirinos (1967), en la canónica colección de Cátedra. Son muestras claras de que el reconocimiento institucional de las letras de Venezuela en la Península viene ganando consensos cada vez mayores. Es de esperar que este proceso continúe y se traduzca, asimismo, en el plano editorial, por la publicación de más y mejores libros de escritores venezolanos que logren cautivar a más y mejores lectores a ambos lados del Atlántico. Es el gran reto para la literatura venezolana hoy por hoy: asumir plenamente su parte de extraterritorialidad no solo produciendo y publicando obras en el extranjero, sino conquistando con ellas un lectorado cada vez mayor dentro y fuera de Venezuela.

    GUSTAVO GUERRERO

    ÁNGEL ESTEBAN

    1https://onodo.org/visualizations/194589/ (consultada el 5 de julio de 2023).

    Pedro Emilio Coll: de la amistad con Unamuno a la sagrada cripta de Pombo

    Pedro Emilio Coll: From Friendship with Unamuno to the Sacred Crypt of Pombo

    ÁNGEL ESTEBAN

    Universidad de Granada

    Resumen: Pedro Emilio Coll vivió en España entre 1916 y 1922, ejerciendo labores diplomáticas como encargado de Negocios, cargo que lo convirtió durante un tiempo en jefe interino de la misión venezolana ante el rey de España. Durante ese tiempo mantuvo una intensa vida literaria, llegando a ser uno de los integrantes más reconocibles de la tertulia del Café Pombo, liderada por Ramón Gómez de la Serna. Por otro lado, el venezolano estrechó lazos en la Península con Miguel de Unamuno, con quien había establecido una profunda relación epistolar desde 1899. Coll comenzó a publicar en diversos medios venezolanos, desde que llegó a fraguarse esa amistad en los albores del siglo XX, textos de Unamuno, a través de los cuales el español extendió la huella que ya había comenzado a dejar en el ámbito cultural y literario de Venezuela y de toda América Latina. El tiempo que Coll vivó en España sirvió también para que el escritor y diplomático caraqueño pusiera en contacto a escritores e intelectuales españoles con otros de toda América Latina, ampliando así los cauces cosmopolitas del Modernismo de las dos orillas.

    Palabras clave: Pedro Emilio Coll, Modernismo venezolano, Miguel de Unamuno, Ramón Gómez de la Serna, Café Pombo.

    Abstract: Pedro Emilio Coll lived in Spain between 1916 and 1922, performing diplomatic duties as Chargé d’Affaires, a position that for a time made him Acting Head of the Venezuelan writer Mission to the King of Spain. During that time he maintained an intense literary life, becoming one of the most recognizable members of the Café Pombo gathering, led by Ramón Gómez de la Serna. On the other hand, the Venezuelan in the Peninsula strengthened ties with Miguel de Unamuno, with whom he had established a deep epistolary relationship since 1899. Coll began to publish in various Venezuelan media, since that friendship was forged at the dawn of the twentieth century, texts by Unamuno through which the Spaniard extended the mark he had already begun to leave in the cultural and literary sphere of Venezuela and throughout Latin America. The time Coll lived in Spain also served for the writer and diplomat from Caracas to put Spanish writers and intellectuals in contact with others from all Latin America, thus expanding the cosmopolitan channels of Modernism on both shores.

    Keywords: Pedro Emilio Coll, Venezuelan Modernism, Miguel de Unamuno, Ramón Gómez de la Serna, Café Pombo.

    En el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, de Madrid, habita desde 1988 el óleo sobre lienzo de José Gutiérrez Solana La tertulia del Café de Pombo. Durante mucho tiempo fue propiedad de Ramón Gómez de la Serna, el alma del círculo literario y artístico más importante y reconocido de las primeras décadas del siglo XX en España. El cuadro data de 1920, cuando la tertulia llevaba funcionando cinco años. Ramón Gómez de la Serna inició esa actividad, fijada para todos los sábados por la noche y en la que, entre otros muchos, participaba Gutiérrez Solana, quien regaló su obra a Ramón y este dispuso que presidiera el lugar donde los mismos que habían sido retratados se reunían. El cuadro iluminó la cripta de Pombo hasta 1937, un año después de que finalizaran las reuniones periódicas, y en 1947 su dueño lo donó al Estado, siendo incorporado al Museo Español de Arte Contemporáneo hasta 1988. El Café y Botillería de Pombo, situado en la calle Carretas 4, a pocos metros de la Puerta del Sol, fue inaugurado a comienzos del siglo XIX y mantuvo sus puertas abiertas hasta 1942.

    En el cuadro de Gutiérrez Solana aparecen algunos de los asiduos a la tertulia: los escritores José Bergamín, Mauricio Bacarisse, Manuel Abril, Tomás Borrás, los pintores Salvador Bartolozzi y José Cabrero Mons, el propio Gutiérrez y un singular escritor y diplomático venezolano, Pedro Emilio Coll. En la representación, este último asoma por la esquina inferior derecha, fácilmente reconocible por su bigote y el pelo ondulado, portador de ciertas canas, además de su mirada profunda y sus ademanes elegantes. En el centro de la estampa, de pie, Ramón simboliza el liderazgo del grupo no solo por ser el único que no está sentado, sino también por sujetar con la mano derecha un ejemplar de su primer libro sobre el Café y la tertulia, Pombo.

    Fue en 2009 cuando este conocido y muy analizado cuadro comenzó a tener una segunda vida, la que había estado escondida durante casi un siglo. Los restauradores del Museo Reina Sofía, utilizando una técnica con rayos X, hallaron otro cuadro debajo del más visible, sobre el que Gutiérrez pintó a los de Pombo (Loren 2011). Se trata de una escena en una iglesia, al pie del altar, donde una mujer se encuentra en estado de veneración hacia la imagen de la Virgen, que preside una especie de pequeño retablo. El nombre de cripta que le había dado Ramón al lugar concreto donde se reunían adquirió desde ese momento, casualmente, un sentido más profundo. Pedro Emilio Coll fue uno de los más insignes usuarios de aquella cripta, desde 1916 hasta 1922, seis años en los que vivió en la Península realizando las funciones de secretario de la Legación de Venezuela en Madrid. Pero, antes de ingresar en ese privilegiado santuario, Coll ya había comenzado una fecunda relación con España a través de sus cartas con Miguel de Unamuno, que cubren un amplio marco temporal: desde 1900 hasta 1935, poco antes de la muerte del rector de la Universidad de Salamanca.

    Coll y Unamuno: el Modernismo y las cartas

    Gracias al epistolario de Coll con Unamuno, podemos establecer ciertas conexiones del venezolano enmarcadas en un contexto transatlántico. Unamuno simboliza para muchos escritores latinoamericanos de la época, y, sobre todo, para los jóvenes involucrados con el Modernismo, una mirada europea distinta a la del mainstream de la modernidad cosmopolita. Por un lado, era un autor muy preocupado por el destino de España y su identidad y, por otro lado, se sentía muy cerca del universo hispanoamericano por cuestiones históricas, culturales, de carácter, idiomáticas y literarias. Además, su peculiar visión de la europeización y modernización de España, que debería hacerse mirando también hacia el interior del país, sus pueblos y paisajes, tenía mucho sentido para aquellos modernistas americanos que deseaban superar la obsesión por la identidad de los románticos, aportando miradas que, sin olvidarse de la necesidad de la segunda independencia que predijo José Martí (1977, 48), se fijaran en el escaparate de un mundo más compartido, abierto, franqueable, digno de ser conocido y valorado de este a oeste y de norte a sur, de entraña cosmopolita. Los modernistas, que en su mirada a Europa optan por dirigir sus preferencias a Francia, redescubren España a través de Unamuno, de quien Curtius dijo en 1954 que era "el vigilante de una nación, un excitator hispaniae, estimulante y revulsivo, exigente y animador (Curtius 1954, 263-264). Unamuno explicó tan bien España que no solo estimuló a los españoles, sino que su magisterio atrajo a la Península a un numeroso grupo de escritores, intelectuales y pensadores hispanoamericanos, en una fase decisiva de lo que Max Henríquez Ureña llamó el retorno de los galeones" (Henríquez Ureña 1930). Puede decirse, y algunos críticos lo sostienen, que Unamuno fue un puente para el mejor entendimiento de españoles e hispanoamericanos en el fin del XIX y los primeros años del XX.

    Ya en los albores del siglo, comenzó Unamuno a colaborar asiduamente como crítico literario en La Lectura con temas relacionados con nuestra América. En 1900 realizó un valioso comentario de Ariel, que acababa de ser publicado, y de Ídolos rotos, del venezolano Manuel Díaz Rodríguez. Llegó a permanecer seis años en esa revista, analizando al detalle más de cincuenta libros de literatura hispanoamericana. También colaboró en La Nación, El Sol, El Imparcial, en Estudios de Vasconia, revista argentina. y, sobre todo, en El Cojo Ilustrado, de Caracas. Cuando su conocimiento del acervo cultural y literario de la América hispánica era ya considerable, supo reconocer la grandeza de la literatura que se escribía en español fuera de España y criticó con vehemencia a los españoles que, sin conocimiento del medio, despreciaban la literatura hispanoamericana. En 1905, una fecha muy temprana para lo poco que se conocía el mundo americano, exceptuando a Rubén Darío, Unamuno escribía con esa intensidad tan corriente en muchas de sus obras:

    Me parecen dañosísimos y disparatados los pujos de magisterio literario respecto a América, que aquí en España se dan muchos, el desatinado propósito de ejercer el monopolio del casticismo y establecer aquí la metrópoli de la cultura. No; desde que el castellano se ha extendido a tierras tan dilatadas y tan apartadas unas de otras, tiene que convertirse en la lengua de todas ellas, en la lengua española o hispánica, en cuya continua trasformación tengan tanta participación unos como otros. Un giro nacido en Castilla no tiene más razón para prevalecer que un giro nacido en Cundinamarca, o en Corrientes, o en Chihuahua, o en Vizcaya, o en Valencia. (Unamuno 1918, 134-135)

    Comenzó así a recibir cartas de todo el orbe hispánico en las que se mantenía vivo el espíritu de la crítica intelectual y se le agradecía su interés y defensa del panhispanismo. De esa forma granjeó abundantes amistades en el espacio americano. Solo en Venezuela, Unamuno estableció una abultada correspondencia con Pedro Emilio Coll, José Tadeo Arreaza Calatrava, Pedro César Dominici, Manuel Díaz Rodríguez, Tulio Febres Cordero, José Gil Fortoul, Alejandro Fernández García, Rufino Blanco Fombona, Rómulo Betancourt, José Rafael Pocaterra y, en menor medida, Ernesto Gómez V., Luis Correa, M. Pinzón Uzcategui, Ismael Urdaneta, Jiménez Paunix, Carlos Villanueva, Eloy González, Mario Briceño Iragorry y J. Fernández Hurtado (Maíz 1999, 212). Y, de todos ellos, el que más amistad llegó a tener con el español fue Pedro Emilio Coll, que le publicó un primer texto en El Cojo Ilustrado en 1899, que fue recogido por Rubén Darío en Madrid y entregado a Unamuno añadiendo que había sido reproducido con muy justas palabras de Pedro Emilio Coll (Ghiraldo 1940, 50). También el venezolano le hizo saber que su misiva había sido llevada a las prensas en una carta de febrero de 1900, que comenzaba así:

    Querido maestro:

    Por este mismo vapor le envío un número de El Cojo Ilustrado y mi libro o folleto Palabras. En el número de El Cojo encontrará algunos párrafos de la carta que me escribió en meses pasados. Me tomé la libertad de publicarla: 1.º Porque no quería reservar para mí solo los admirables conceptos que encierra, y 2.º Porque deseaba que los demás supieran que Vd. me honraba con su correspondencia. Y esto no solamente por humana vanidad sino también porque creo que debe hacerse visible esa obra de alianza espiritual que se está haciendo entre hombres de diversos y lejanos pueblos. Amistad que pone en contacto tal vez la parte mejor de nosotros y que quién sabe qué frutos dará en el porvenir. (Coll en Maíz 1999, 249)

    Y continuaba diciéndole que era la voz más alta de España y un educador de primera clase y que le agradecería que le enviase los libros que le había citado en su carta. Por último, Coll le ofrecía un espacio para publicar sus artículos en los Anales de la Universidad de Caracas, publicación que iba a pasar a dirigir. A partir de ahí, las colaboraciones fueron en aumento, así como la amistad. En la carta de Unamuno a Coll, el español había afirmado que pocas veces, desde que dejó Vizcaya y se instaló en Salamanca, se había sentido tan acogido como en los países jóvenes de América. Coll respondió dedicándole un artículo que vio la luz en la misma revista poco después, Notas sobre la evolución literaria en Venezuela. Y en una carta del 4 de febrero de 1900, el venezolano trataba ya a Unamuno como muy querido amigo y maestro, agradecía todos los libros y cartas que había recibido y le enviaba un recorte de El Tiempo de Caracas, en el que había publicado unos fragmentos del discurso de Unamuno en la Universidad de Salamanca, donde acababa de ser nombrado rector, y le felicitaba por ello. También adjuntaba a aquella misiva dos ejemplares de El Cojo Ilustrado y el primer tomo de los Anales de la Universidad de Caracas (Coll en Maíz 1999, 250-251). Unamuno entonces le dedicó un texto muy lúcido y rodeado de afecto sobre el libro del venezolano El castillo de Elsinor, de 1901. Es un libro de un crítico, decía el español, y continuaba:

    Coll se acuesta, más que a otra tendencia, a lo que se ha llamado decadentismo, aunque su cultivado espíritu le da gran amplitud. Hay mucho de refinado y de exquisito en sus escritos; la influencia de la literatura francesa se observa al punto. He dicho que el libro de Coll es libro de un crítico, y como tal he de juzgarle. Lo es, y de un crítico juicioso, discreto, agudo y certero, sobre todo cuando logra sacudirse de perversiones, exquisiteces y pariensadas. (Unamuno en Chaves 1964, 220)

    Y, más adelante lo elogiaba diciendo que era un tipo de libros de los que más le gustaban a Unamuno, porque son de los que mueven a entablar un diálogo crítico con ellos, para darles la razón o quitársela, por el interés que suscitan, al contrario de aquellos que nada sugieren, aunque sean atinados, o los que provocan indiferencia por estar desprovistos de fundamento (Unamuno en Chaves 1964, 221). El afianzamiento de esa amistad intelectual puede advertirse en la carta de Coll a Unamuno del 5 de marzo de 1903, en la que le envía dos números de El Cojo Ilustrado y copia de las notas que ha publicado sobre obras recientes del español como Pedagogía y En torno al casticismo. Coll combina los datos sobre textos que involucran a ambos con declaraciones personales que reflejan una abierta intimidad, como la siguiente:

    No sé cómo manifestarle mi gratitud por el cariño con que Vd. me trata siempre, y que me demuestra no olvidándome. Sí, porque estoy seguro de que Vd. piensa en mí con frecuencia, así como yo lo estoy viendo a menudo con los ojos de la imaginación, en Salamanca; pero, cosa rara, siempre solo, de paseo por los alrededores de la vieja ciudad (Paisajes me afirma en esto) sentado en un musgoso banco de piedra, en una antigua y estrecha callejuela dialogando con el otro yo, con los otros yo, —pero nunca en la cátedra universitaria, frente a los estudiantes. (Coll en Maíz 1999, 252)

    Da la impresión de que, en todas las comunicaciones de Coll con el escritor vasco, hay

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1