El golpe militar de 1936, Valencia
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El golpe militar de 1936, Valencia - Eladi Mainar Cabanes
PRIMERA PARTE
1. RUMBO INCIERTO, LAS ELECCIONES
El 7 de enero de 1936 se disolvían las Cortes, y el 15 se anunciaba la constitución del Frente Popular. No era una fórmula nueva. En Francia ya se había instituido un Frente Popular siguiendo las directrices del Komintern celebrado en Moscú en julio de 1935. En esta reunión se propuso la constitución de estos frentes no como un pacto de gobierno, sino con fines electorales claramente moderados, aunque ya meses antes, desde la Komintern, se aconsejaba al PCE que iniciara una aproximación a los partidos de izquierda republicanos, así como a la izquierda catalanista. La idea era crear «a wide anti-fascist concentration», para sacar del poder a los partidos de la derecha, en ese momento en el Gobierno.¹
El Frente Popular español, cuyo núcleo principal estaba en el PSOE y en el partido de Manuel Azaña, Izquierda Republicana, establecía en sus bases programáticas, como puntos más importantes, la inmediata amnistía general para los represaliados en octubre del 34, la reforma de la propiedad de la tierra, una serie de medidas sociales y económicas de talante progresista y el desarrollo de una política claramente autonomista. No eran medidas revolucionarias, solo se pretendía volver al camino recorrido durante los primeros Gobiernos republicanos. Las más radicales se obviaron en un intento de evitar reacciones contrarias por parte de la derecha española. Era un programa netamente republicano moderado, que evitaba los maximalismos, en el que se planteó solo la nacionalización de la banca, nada extraño en muchos de los programas políticos de partidos relativamente moderados a lo largo de Europa.²
La derecha, por el contrario, acudía a los comicios dividida. No alcanzaron acuerdos a escala nacional. No se llegó en momento alguno a un manifiesto electoral conjunto que permitiera una gran coalición, aunque Gil Robles decidió alcanzar pactos puntuales. La opción que lideraba la CEDA reflejaba un conjunto «mal articulado de grupos y tendencias».³ Ir coaligados con partidos que proponían expresamente la liquidación del régimen republicano, como los monárquicos, era difícil de gestionar para algunos conservadores más moderados; a pesar de ello, en muchas provincias estos partidos antirrepublicanos formaron parte de la candidatura auspiciada por la CEDA. Los dirigentes de Renovación Española, monárquicos alfonsinos, antirrepublicanos irredentos, consideraron esta participación como un mal menor, «era como tomar aceite de ricino, pero no había otra manera de cambiar las cosas».⁴ Antonio Goicoechea, uno de sus principales líderes, pocos días después de las elecciones llegó a afirmar que «el más grave error de la dirección de esta campaña ha sido el de formar un frente contrarrevolucionario heterogéneo, que en lugar de prestarle robustez, le ha restado fuerzas».⁵ Los monárquicos mantenían que la curación de los males de España no llegaría con la victoria electoral, y desde hacía años estaban conspirando para derrocar al régimen republicano por la vía del golpe de Estado. Esta pléyade de monárquicos subversivos, que con el tiempo navegaron ideológicamente entre teorías corporativistas con gruesas pinceladas fascistoides, se habían reunido en París después del fracasado golpe de Sanjurjo de 1932, reunión a la que asistió su majestad don Alfonso XIII para fundar Renovación Española. Uno de sus puntos principales mantenía que se había de preparar un «golpe de fuerza para derrocar el nuevo régimen republicano»,⁶ y en ello estaban a pesar de su participación en las elecciones de febrero de 1936.
Aunque la desunión era evidente en el bloque de las derechas, en los círculos diplomáticos de la capital de España se esperaba la victoria de los partidos conservadores. El embajador alemán, el conde Welczeck, no dudaba de esa victoria, aunque presagiaba que los comunistas provocarían muchos problemas si las derechas se hacían con el poder. El propio embajador le confiaba a su homólogo británico sus temores al respecto, y ante los posibles disturbios que se pudieran producir había hecho acopio de rifles, bombas de mano y algunos revólveres para defender su embajada.⁷ Para el régimen nazi, España era un país marginal del sudoeste europeo con apenas valor estratégico y táctico, poco interesante en sus futuros planes expansionistas.⁸ El propio embajador británico, igual de mal informado que el alemán, también presuponía la victoria abultada de los partidos de la derecha, e informaba a su Gobierno de que probablemente conseguirían más de 300 diputados.⁹
El exrey Alfonso XIII, por otra parte, desde su exilio en la Italia fascista de Mussolini, intentaba intoxicar de una manera burda y un tanto ridícula los servicios diplomáticos británicos. En una entrevista con el embajador británico en Roma, le informó de que había un peligro evidente de un golpe comunista en España antes de las elecciones de febrero, y que estos (los comunistas) estaban muy bien organizados, contando con más de 300.000 desesperados (sic), bien estructurados y armados, y además con grandes sumas de dinero a su disposición.¹⁰
Por otra parte, para concurrir a las elecciones, desde el Gobierno presidido por Portela Valladares se creó una candidatura centrista alejada tanto de los postulados de las derechas como del Frente Popular. Los movimientos del presidente del Consejo de Ministros y el de la República, Alcalá Zamora, parecían, según algunos historiadores, orientarse a controlar, intervenir y manipular las elecciones a partir del entramado institucional del Estado.¹¹ Las sospechas sobre posibles fraudes se dirigieron hacia el Gobierno de Portela Valladares, que con todos los resortes del poder en sus manos podía presionar en un sentido u otro. El periódico de Derecha Regional Valenciana, Diario de Valencia, se hizo eco de estos temores, y en un artículo del 7 de febrero llegaba a decir que «el señor Portela continúa sus conversaciones con los gobernadores civiles en aquellas provincias en donde le interesa sacar diputados centristas».¹² Los sueños sin sentido de Portela le hacían pensar, de manera completamente ilusoria, que podría obtener en las elecciones cerca de 113 diputados.¹³
Por otro lado, en Valencia, los conservadores iniciaron los contactos para la presentación de una candidatura única, a pesar de que Luis Lúcia, el líder de Derecha Regional Valenciana, recelaba profundamente de los partidos más antirrepublicanos como el Tradicionalista, y de los monárquicos de Renovación Española, con el catedrático de la Universidad Mariano Puigdollers¹⁴ y Ricardo Trenor, marqués de Mascarell, a la cabeza. Estos partidos demandaban un «Estado Nuevo totalitario, antidemocrático y antiparlamentario… y de la restauración de la monarquía gloriosa de los Reyes Católicos».¹⁵ Esto hizo que otros partidos conservadores, como el liderado por Miguel Maura, decidieran concurrir en solitario a las elecciones.¹⁶
Las candidaturas se hicieron públicas el día 5 de febrero, y el Diario de Valencia daba notoriedad de estas en primera plana.
La inclusión de miembros de los tradicionalistas y monárquicos había dejado fuera al líder del Partido Agrario en Valencia, Eduardo Molero Masa, quien se quejó amargamente a José María Cid, uno de los máximos dirigentes de su partido, de la falta de sensibilidad de DRV para incorporarlos en la lista derechista.¹⁷
Para Molero era obvio que las afinidades con la derecha eran absolutas. Luis Lúcia llegó incluso a disculparse personalmente con el dirigente agrario valenciano por no haberlo podido integrar en la candidatura para las elecciones de febrero: «Querido Eduardo. He hecho un gran esfuerzo, pero no he podido vencer entre la masa las consecuencias del recuerdo de las últimas elecciones».¹⁸
Lúcia se refería al pacto en las elecciones de 1933 entre el Partido Agrario Español y el PURA (Partido de Unión Republicana Autonomista) valenciano, muy criticado en aquel entonces por muchos miembros de DRV. Finalmente, Molero Masa anunciaría, el 6 de febrero, que a pesar de no formar parte de la candidatura de las derechas votarían a estas y no se presentarían a las elecciones de forma independiente, para no dispersar el voto conservador.¹⁹
La campaña electoral desplegada por los grupos de derecha fue realmente intensa en cuanto a medios económicos y propagandísticos. Los mítines y las reuniones de los grupos conservadores españoles llegaron a todos los rincones de España. No se escatimaron esfuerzos para que los argumentos de estos partidos alcanzaran hasta los pueblos más pequeños. Sirva de ejemplo uno de los últimos mítines de Gil Robles, celebrado en Madrid en el cine Europa, que se retransmitió a toda España mediante un total de cuatrocientas salas.²⁰
En Valencia, en el último fin de semana de enero, DRV había organizado mítines en treinta y cuatro pueblos de la provincia, «la DRV, volvió a ser con gran diferencia […] el partido que mayor actividad propagandística realizó a lo largo de la campaña electoral de febrero de 1936».²¹ Las comitivas llegaban en varios coches, o en autobuses, y sobre todo en el cine de la población congregaban a sus simpatizantes locales, a los que se les advertía de la importancia para España de estas elecciones y del peligro que se corría en caso de que ganara el Frente Popular. En el pequeño pueblo de Simat de la Valldigna en Valencia, los oradores advirtieron en su Salón Cinema del riesgo de que España se convirtiera muy pronto en una colonia soviética.²²
Se editaron miles de folletos, así como pósteres que se repartían por todos los rincones de la geografía peninsular. Era tal su certeza y confianza que no dudaban en fanfarronear de sus medios y destacar la falta de recursos de la izquierda: «Diariamente, solo para Acción Popular, las imprentas madrileñas imprimen dos millones y medio de carteles… Las fuerzas revolucionarias no encuentran talleres litográficos a los que encargar su propaganda antinacional».²³
Además, muchos particulares aportaron de manera gratuita sus automóviles para la campaña, vehículos que eran un auténtico lujo en aquellos años del primer tercio del siglo XX.²⁴ También se utilizaron elementos totalmente novedosos por aquellas fechas, especialmente carteles luminosos colocados en puntos estratégicos de las ciudades y carreteras españolas. Aunque hubo situaciones totalmente divertidas por su mal funcionamiento:
en la Puerta del Sol, se ha inaugurado otro luminoso, siendo inmenso el gentío que se detenía a contemplarlo y a comentarlo. Donde se decía Contra la Revolución
y sus cómplices, en la primera palabra, la sílaba tra, aparecía sin lucir, por lo que se leía: con la Revolución y sus cómplices. Inmediatamente se dio aviso a Acción Popular y se pudo comprobar que no se trataba de un sabotaje, sino de un contacto averiado.²⁵
El embajador británico en España, Horace Chilton, confirmaba estos datos; decía que «Madrid está completamente lleno de posters, principalmente de los partidos de derechas que están trabajando muy duro para conseguir la victoria», y llegaba a afirmar en su informe que probablemente los partidos de derechas podrían conseguir cerca de trescientos diputados en las nuevas Cortes. Chilton participaba del entusiasmo desmedido de los conservadores españoles en cuanto a su futura victoria,²⁶ igual que buena parte del Gobierno británico y del establishment conservador, que veían con recelo el nuevo régimen democrático español. Recelos que aumentaron de manera progresiva desde el inicio de la Guerra Civil española, y que se materializó con el Acuerdo de No Intervención, producto evidente de la política de appeasement del primer ministro británico Neville Chamberlain.²⁷
En sus carteles no faltaban apelaciones al miedo: dragones con lenguas viperinas, lobos famélicos que se comían a dulces jovencitas, martillos y hoces que inundaban de sangre España…; incluso algún periódico de la provincia de Alicante presentaba un cuadro catastrófico si ganaban las izquierdas: «Reparto de bienes y tierras. Reparto de mujeres. ¡¡Ruina, ruina, ruina!!.».²⁸ El Diario de Valencia, órgano de DRV, la víspera de las elecciones dejaba claro a sus electores lo que suponían estas: «Con la civilización o con la barbarie. Con España o con Rusia»,²⁹ o avisos a sus electores: «Ciudadano: el 16 de febrero te lo juegas todo: tu religión, tu hacienda, tu libertad, tu vida».³⁰ Para el partido fundado por Luis Lúcia, a pesar de su barniz social católico, «Revolución eran todos aquellos cambios y transformaciones sociales o políticas que fueran más allá de sus propias alternativas».³¹ Días antes se intentaba convencer a las mujeres de la utilidad del voto a las derechas; uno de los argumentos hacía referencia al amor libre que, según sus autores, preconizaban las izquierdas: «… ¿habéis pensado lo que esto significaría para la mujer? […] ¿que será el día que las leyes den carta blanca a todos los ciudadanos para elegir la que más les guste?».³² No había lugar para medias tintas en la propaganda conservadora. Se pretendía movilizar a todos los sectores conservadores con un discurso de alarma social.
Calvo Sotelo y otros líderes de la derecha más rancia no dudaban en afirmar que, en caso de victoria, las Cortes serían constituyentes, y que no habría más legalidad que las que ellas dicten, «y después se llevará a cabo un plebiscito sobre la forma de estado».³³ Estas declaraciones del líder monárquico, realizadas en un mitin en tierras extremeñas, produjo un gran revuelo y una profunda conmoción entre las filas conservadoras de la CEDA, en un momento en que el líder cedista Gil Robles y todo el aparato conservador pretendían dar una imagen de respeto al orden republicano. Gil Robles y el propio Lúcia calificaron esta manifestación de «insensata y totalmente falsa […] La CEDA ni ha tratado, ni ha suscrito, no suscribirá jamás disparate y locura semejante».³⁴ Aunque uno de sus objetivos principales era la reforma constitucional, para cambiar algunos de los artículos más problemáticos de la constitución republicana de 1931, no se llegaba a límites tan extremos como los que anhelaba Calvo Sotelo,³⁵ que desde hacía años venía apoyando una sublevación militar contra la República.
La posiciones del líder de la derecha más reaccionaria no diferían de otras posturas netamente ultramontanas como las de Ramiro de Maeztu, uno de los intelectuales con más influencia entre los elementos contrarrevolucionarios españoles: «Estimo que sería necesario que las derechas se organizasen en alguna forma de movimiento fascista para hacer frente al peligro (comunista)».³⁶ Obviamente, las declaraciones de Calvo Sotelo provocaron una crisis a escasas semanas de las elecciones entre los futuros coaligados. Alguno de ellos, como Luis Lúcia, no aceptaron estas condiciones. El líder monárquico, después de las elecciones, argüiría que una de las causas de la derrota electoral había sido que determinados políticos habían sometido a su partido a cuarentena,³⁷ a pesar de que en Valencia se habían integrado en la candidatura conjunta. Para el líder de Renovación Española, el sufragio universal carecía de importancia, argumentando que lo que España necesitaba era un Estado fuerte.³⁸
Las palabras de los dirigentes reaccionarios en nada indicaban moderación ni apego al régimen republicano, y menos aún al sistema democrático. Víctor Pradera llegó a decir que todo era revolución: «laicismo, separatismo, divorcio y marxismo […] Apostillando, La República es la Revolución».
El líder de Renovación Española, Calvo Sotelo, no escondía sus opciones, ni sus esperanzas y se posicionaba claramente a favor de un golpe de estado:
la fuerza militar puesta al servicio del Estado. La fuerza de las armas, no es fuerza bruta, sino fuerza espiritual […] Cuando las hordas rojas del comunismo avanzan, solo se concibe un freno: la fuerza del Estado y la transfusión de las virtudes militares a la sociedad misma para que ellas descasten los fermentos malsanos que ha sembrado el marxismo. Por eso invoco al Ejército y pido patriotismo al impulsarlo […] por eso hemos de procurar a toda costa que estas elecciones sean las últimas…³⁹
Para el líder ultraderechista, la opción del Ejército era la única posible, ante la falta de elementos civiles suficientes para dar un putsch al estilo mussoliniano; esta idea se la había insinuado al propio Duce, cuando en una carta que le había enviado se lamentaba de que en España no había viejos combatientes y de que el papel de estos debía ser suplido por el Ejército español.⁴⁰
Algunos sectores más moderados, encabezados por el político valenciano Luis Lúcia, habían optado ante estas elecciones por la vía legalista, y a pesar de la tensión política y social existente nada parecía augurar la derrota. El propio jefe de DRV, Lúcia, se mostraba confiado con este triunfo, y llegó a afirmar que en Valencia no ofrecía ninguna duda;⁴¹ su análisis resultaba erróneo, ya que presuponía que los anarcosindicalistas se abstendrían, al igual que hicieron en las elecciones de 1933.
El ambiente durante el periodo electoral fue tenso debido a la rivalidad de los grupos, y al apasionamiento político del momento. El Gobierno en ningún instante se planteó suspender las elecciones ante estos sucesos, que apenas llegaban al conocimiento de la sociedad, debido a la fuerte censura sobre la prensa. Contaba para ello con un gran instrumento de orden público en su política, la ley de Defensa de la República. El Gobierno había prohibido totalmente los mítines en espacios abiertos, ante la previsión de sucesos violentos, por lo que se tuvieron que realizar en cines y teatros. No obstante, en algunos lugares se produjeron hechos luctuosos y también peleas entre los seguidores de las diferentes formaciones políticas. La censura trató por todos los medios de diluirlos, impidiendo cualquier publicación en la que se hiciera referencia a aquellos, y aun así no lograron provocar el temor entre los electores a depositar su