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EL ÚLTIMO ACTIVISTA
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Libro electrónico240 páginas3 horas

EL ÚLTIMO ACTIVISTA

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En EL ÚLTIMO ACTIVISTA leerás sobre sus experiencias fundacionales en la universidad, su continuo crecimiento como joven organizador comunitario, acerca de las figuras influyentes en

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento29 mar 2024
ISBN9798990466012
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    EL ÚLTIMO ACTIVISTA - ERTLL PUBLISHERS

    Prólogo

    Dr. Terrence J. Roberts

    Uno de los Nueve de Little Rock

    que abolieron la

    segregación racial en el

    Little Rock Central High School en 1957

    Randy Jurado Ertll ha escrito sobre su vida como activista de una manera que inspira a los lectores a revisar sus propias vidas. Su lucha contra la injusticia nos recuerda la necesidad de una acción social continuada en todos los niveles de nuestra existencia. Obligado a abandonar su país natal, Estados Unidos, como consecuencia de unas normas migratorias injustas, sumido en el caos de El Salvador de los años 70, y más tarde, en esa misma década y también de los violentos 1980s, enfrentado a la tarea de aprender a desenvolverse entre las mezquinas calles del centro sur de Los Ángeles, California Randy descubrió un incipiente deseo de cambiar el orden de las cosas. Alimentó esa preocupación, incluso mientras gastaba enormes cantidades de energía, solo para burlar a los amenazantes ratones, cucarachas y alimañas humanas que trataban de añadirle a su lista de víctimas. Lo que veía a su alrededor no encajaba con la visión que tenía en su cabeza; Randy veía la realidad de la pobreza y sus males, pero no se sentía inclinado a abrazar esa versión de la vida. No, desde temprano entonces veía que su futuro debía ser algo m ás deseable .

    De hecho, lo que le esperaba era Una oportunidad mejor, nombre de la organización que le proporcionó los medios para asistir a la escuela secundaria en Minnesota. Con ese impulso, Randy se puso en marcha. Y aún no ha parado.

    Aquí leerás sobre sus experiencias fundacionales en la universidad, su continuo crecimiento como joven organizador comunitario, acerca de las figuras influyentes en su vida y el combustible que alimenta el fuego de su corazón. Su sabiduría acumulada a lo largo de los años es evidente, ya que proporciona instrucciones detalladas sobre la organización y movilización de organizaciones no lucrativas, y advierte a los que aceptan los consejos de administración y/o las burocracias sin más. Convendría que los activistas en ciernes supieran que las tácticas de guerra de guerrillas no deben despreciarse.

    Quizás más que nada, lo que Randy nos da es la oportunidad de mirarnos al espejo y hacernos las preguntas difíciles que siempre acechan en el borde de la conciencia. ¿Por qué estoy aquí en este planeta? ¿Es mi trabajo protestar contra la injusticia que me rodea? ¿Dónde está escrito, en qué parte del universo alguien más, alguien aparte de mí, debe ocuparse de los problemas a los que todos nos enfrentamos? ¿Qué ocurrirá si no actúo?

    Mientras lees cómo Randy responde a sí mismo a estas preguntas, puede que te entren ganas de saber más sobre tu papel en este drama humano, o puede que te encuentres con preguntas persistentes que insisten en ser respondidas durante todas tus horas de vigilia (¡y puede que estas interrogantes también perturben tu sueño!) Sea cual sea el resultado, recuerda que tu elección es sólo eso, tu elección. Ni Randy, ni yo, ni nadie te dirá que tienes que involucrarte.

    Pero, recuerda siempre esto, la necesidad es grande. El momento es ahora.

    Terrence J. Roberts, Ph.D.

    Uno de los Nueve de Little Rock

    Capítulo 1

    Evolución de un activista

    Hay activistas de todos los tamaños, formas, colores e ideologías. Pero lo único que tienen en común es la necesidad de luchar por la justicia social. Los activistas quieren mejorar el mundo, cambiarlo para bien.

    Yo desarrollé un sentido del activismo y de la justicia social cuando era un chico en El Salvador. Pasé mis primeros años en un pequeño pueblo, Usulután, en la década de 1970, donde no había cañerías y la electricidad era nueva. Vi la pobreza, las injusticias contra los campesinos y sufrí la historia de la violencia. Desafortunadamente, la justicia y la paz nunca existieron realmente en El Salvador, hasta hace poco. La Guerra Civil le arrebató la vida y hasta la humanidad a mucha gente. Los niños crecieron pensando que la muerte era normal; el olor de los cadáveres en descomposición se convirtió en algo cotidiano.

    Mi madre tuvo que sacrificarse viniendo a trabajar a Los Angeles, California. Me dejó con mis abuelos para que pudieran criarme en aquel pequeño pueblo de Usulután. Viví rodeado de naturaleza, con una abuela cariñosa que vivió hasta 2012. Mi madre trabajaba para mantener a mis abuelos y a mí, así que hizo lo que miles de madres salvadoreñas tuvieron que hacer: dejar atrás a sus hijos para ganar dólares en Estados Unidos. Al final volvió a recogerme y nos mudamos al centro sur de Los Ángeles a finales de los años 70.

    Fue un shock para un niño pequeño como lo era yo en aquel entonces. Tuve que acostumbrarme al asfalto y a la violencia urbana en América. En El Salvador, la violencia rural era habitual, pero no igual que aquí, quiero decir, de cuando llegué a Estados Unidos, donde el mundo era completamente distinto. En aquellos tiempos, tuvimos que mudarnos a apartamentos donde los techos se caían, la lluvia goteaba dentro, las cañerías estaban oxidadas y donde los ratones y las cucarachas pululaban, se multiplicaban rápidamente, junto con ladrones, delincuentes de toda laya y asesinos que deambulaban por las calles del centro sur, buscando comprar o vender drogas, robar o matar.

    Asistí a algunas de las escuelas públicas de California, las más difíciles socialmente, y empecé a ver cómo afroamericanos y latinos luchaban por los mismos escasos recursos y, en realidad, simplemente intentaban sobrevivir.

    Empecé a oír hablar del presidente Jimmy Carter y de cómo quería ayudar a los pobres. Luego Ronald Reagan se convirtió en presidente. Favorecía mucho a los ricos y tenía poca tolerancia con los pobres. Muchos apenas sobrevivían gracias a la asistencia social, los cupones de alimentos y los trabajos con el salario mínimo. Por supuesto, la mayoría de los padres querían un futuro mejor para sus hijos en el centro sur, pero las oportunidades eran lejanas y casi inalcanzables. Tuve que enfrentarme diariamente a la realidad de la pobreza. Ese tipo de mundo que viví configuró mi propia visión del trabajo por la justicia social.

    Durante mi tiempo, estudiando en el instituto, gané una beca que me dio la oportunidad de pasar tres años en Rochester, Minnesota, como parte del programa A Better Chance (ABC, Una Mejor Oportunidad). Tuve que hacer un examen estandarizado, llenar solicitudes y pasar una entrevista formal para que me aceptaran. Gracias a este programa y otras experiencias, por fin, pude comparar las discrepancias entre tres mundos: El Salvador, Los Angeles y el Medio Oeste de Estados Unidos, y Madrid, España. El hecho de asistir a la escuela secundaria en Minnesota abrió perspectivas en mi mente y me proporcionó experiencias que fueron increíbles. Cuando me matriculé por primera vez en el John Marshall High School, en décimo curso, conocí a blancos de clase media, blancos pobres que eran amables y blancos ricos que se preocupaban y querían ayudar a los chicos de las minorías a triunfar.

    Poco a poco leía muchos más libros que antes en el instituto y me gradué con éxito en 1991. Quería ir a la universidad y decidí solicitar plaza en Occidental College, para volver con mi familia. Siempre había sentido una especie de culpa por haberme salido del gueto y haber dejado atrás a mi madre y a mis dos hermanas.

    Ahora que lo pienso, en verdad, tuve que ser un activista en favor de mi familia desde que estuve en la escuela primaria. Yo era el pequeño adulto que hablaba inglés y negociaba el pago de las facturas del teléfono, cuando iba a Pacific Bell con mi madre, a pagarlas. Era capaz de avisar a los caseros cuando el retrete estaba atascado o cuando el tejado tenía goteras o estaba a punto de caerse otra vez. Tuve que llamar a las organizaciones de defensa del derecho a la vivienda, para que emprendieran acciones legales contra los propietarios y que estos arreglaran las casas o apartamentos en mal estado, en este caso, las que nosotros alquilábamos. No me daba cuenta, pero me estaba convirtiendo en defensor de mi familia. Crecí pasando los días de vacaciones con mi madre, mientras ella trabajaba en los talleres clandestinos del centro de Los Angeles. También recuerdo que cuidaba de mi hermana menor y siempre me preocupaba por su seguridad. Cuando llegué al instituto, era un poco como Little Man Tate, pero con inclinación por las artes y la literatura.

    Durante las vacaciones de verano del instituto, intenté que mis vecinos afroamericanos y latinos crearan un grupo de prevención de la violencia y la delincuencia. Muchas de las madres de los traficantes acudieron a la primera reunión para ver cómo podíamos ayudar a reducir la violencia. Pocos días después, unos individuos sospechosos decidieron aflojar los tornillos de las ruedas de nuestro auto Camaro, enviándonos un claro mensaje de que no estaban contentos con lo que estábamos haciendo y de que la policía no era bienvenida en aquel barrio. Yo era algo ingenuo e idealista, y en ese tiempo, todavía creía en la bondad de la humanidad.

    Más tarde, empecé a despertar políticamente, mientras estudiaba en la universidad. Leía mucho y me cuestionaba cosas. Me apasionaba el asunto de aprender más sobre política y sobre cómo funciona el poder, y así empecé a querer cambiar el mundo. Y por eso mismo, decide ir a estudiar un semestre a Madrid, España para poder entender mejor nuestra historia, cultura, y politica de America Latina.

    ♦♦♦

    En los siguientes capítulos quiero compartir con ustedes, estimados lectores, lo que se necesita para convertirse en activista, y cómo sobrevivir a largo plazo. Mi perspectiva puede parecer difícil, a veces, pero quiero pintar un cuadro realista de los pros y los contras de esa ocupación y responsabilidad. Lo que quiero decir es que no es pan comido. Ser organizador comunitario viene a ser uno de los trabajos más duros con los que uno se puede encontrar. Si quieres cambiar el mundo, primero debes aprender sobre ti mismo, aceptar tus puntos fuertes y débiles, y esforzarte por madurar.

    El activismo no es para personas mansas ni tímidas. Es como entrar en una competencia de artes marciales mixtas. Puede que tengas que entrenar durante años o décadas, y no hay garantía de que vayas a ganar en cualquier lucha. Hay que aprender a dar las patadas, los puñetazos, bloqueos de brazos y piernas, y derribos. Hay que trabajar la resistencia, la perseverancia y la capacidad de recuperación. Todas esas mismas habilidades y destrezas se aplican al activismo. Puede resultar que empieces el camino enfadado, muy enfadado, como yo. Pero poco a poco te das cuenta de que tienes que ir a tu ritmo para hacer del activismo social una forma de vida. Tienes que aprender a quererte a ti mismo y a querer a los demás.

    Tienes que entrenar tu cuerpo, tu mente, tu alma y tu espíritu cuando decides convertirte en un luchador social a largo plazo. En definitiva, siempre cuentas con el derecho a renunciar o cambiar de carrera. Pero un activista tiene que comprometerse y estar preparado para enfrentarse al calor. A veces será estimulante, sobre todo cuando ganes tus primeras batallas u organices con éxito una campaña. Asimismo, y por el contrario, aprenderás de las derrotas y los triunfos. Tu corazón latirá con fuerza, tendrás hambre, te sudarán las manos, los pies y la frente cuando decidas enfrentarte al statu quo y a las burocracias que se niegan a cambiar.

    En este libro intento ofrecer la oportunidad de echar un vistazo a la vida de un reformador social. Hablaré brevemente de gigantes de la justicia como Martin Luther King, Jr, Malcolm X, César Chávez, y Monseñor Oscar Romero (Santo Romero de las Americas). Cómo ellos decidieron convertirse en luchadores por las mejores causas, en diferentes etapas de sus vidas y cómo cada uno fue completamente único y valiente. Mucha gente les despreció en vida. Ahora les hemos santificado un tanto, pero los tres tuvieron que sacrificarse y sufrir mucho durante sus vidas. Incluso sacrificaron la seguridad y la comodidad de sus propias familias al elegir voluntariamente defender los derechos de los demás. No fueron tacaños, egocéntricos ni egoístas. Eligieron dar lo mejor de sí por el bien de la sociedad, queriendo cambiarla para beneficio de todos. No toleraron las injusticias ni se quedaron de brazos cruzados. Decidieron levantarse y defender a los demás. Esperemos que este libro te inspire para seguir analizando algunos movimientos sociales y activistas individuales. Si eliges el camino de convertirte en este tipo de ser humano, enhorabuena. Eres más que bienvenido al club.

    Tomar partido en un asunto, defender los derechos de los demás o dar voz a quienes no la tienen nos cambia la vida. Nos hace dar fuerza a los demás; proporcionar una visión y una misión. Proyectar objetivos que puedan alcanzarse. Todo esto le otorga a uno liderazgo y amor hacia la humanidad. En el proceso, empezarás a comprenderte mejor a ti mismo, e incluso es posible que encuentres la espiritualidad.

    Hay algunos activistas que se pierden por el camino. Se vuelven escépticos, amargados, frustrados y, a veces, hasta se exaltan contra el mundo. Pero el propósito de este libro es el de proporcionarte una visión realista, y ver lo malo, y, al mismo tiempo, mostrar más de lo bueno que se puede encontrar en esta vida. Sabemos que nuestra sociedad está llena de corrupción, de envidia, egoísmo y codicia. Hay que evitar fatigarse y no ver nada más lo negativo de la vida. Tienes que ser optimista, y si no, crear esa luz desde tu alma, y es entonces cuando los demás empezarán a seguirte y a confiar en ti.

    Otro de los propósitos de este libro es inspirar a los demás luchadores sociales a trabajar por una sociedad más justa y equitativa, a crear mejores oportunidades para el prójimo y a crear un sentimiento de aliento, de ilusión, de euforia y alborozo por la vida. Cuando las personas creen en sí mismas, pueden ayudar a cambiar el mundo. Sí, he dicho, a cambiar el mundo…

    ¿Y por qué no?...

    Capítulo 2

    Enfadarse y amargarse

    no es necesariamente la respuesta

    Para contrarrestar la amargura, los activistas debemos recurrir a nuestra mayor fuerza de voluntad y a nuestra inspiración interior. Es como si tuviéramos ángeles que nos dieran esa fuerza. Debemos mantenernos centrados en la propia injusticia y decidir hacer algo al respecto, en lugar de quedarnos de brazos cruzados o lamentarnos por las desigualdades. Como alborotador joven, enfadado y a veces critic ón , me negué a beber el Kool-Aid y a fingir que todo estaba bien y de maravilla. Sabía que ciertas cosas de nuestra sociedad debían mejorarse de forma urgente y drástica.

    El ex secretario de Trabajo, Robert Reich, declaró en una entrevista con la revista The Progressive, en la edición de octubre de 2012:

    Nada bueno sucede en Washington D. C., o para el caso, en las capitales de los estados, a menos que buenas personas, fuera de Washington o de esas capitales de estado, hagan que suceda. En realidad, a menos que presionen mucho, y que estén organizadas, movilizadas y llenas de energía para obligar al sistema político a responder. El resto de nosotros tenemos que hacer algo más que simplemente votar, pagar nuestros impuestos y responder a las convocatorias para ser jurados. La ciudadanía va mucho más allá de esas tres cosas. Tenemos que insistir en

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