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Algo Más Que Amigos: Enamoramiento a su pesar
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Algo Más Que Amigos: Enamoramiento a su pesar
Libro electrónico203 páginas3 horas

Algo Más Que Amigos: Enamoramiento a su pesar

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Trata de cómo el transcurso del tiempo y la experiencia cambia la mentalidad de las personas. De cómo jóvenes idealistas y soñadores, que miraban insolentemente al porvenir, se han transformado en adultos aburridos, escépticos y desencantados. Pero que sienten nostalgia de aquellos tiempos. Convencidos de que en la vida hay que luchar sin miedo

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento30 nov 2023
ISBN9798891940178
Algo Más Que Amigos: Enamoramiento a su pesar
Autor

Carmen Jandra Consuegra

Carmen Jandra Consuegra nació en Sevilla en el año 1951. Desde los dos años vive en Valencia.Ha trabajado en distintas empresas desempeñando diferentes funciones en departamentos administrativos. Desde 1993 alternó periodos de paro con trabajos temporales. Actualmente está jubilada.Formación académica: Universitarios de psicología (inacabados)Es autora de otras novelas:EL CLUB DE LOS IRREVERENTES (1997)VOLVERÁS A SONREIR (Inicialmente registrada con el título de YO, SIMPLICIUS (2009)CON EL ROSTRO VUELTO HACIA LOS RECUERDOS (2020)Sus novelas reflejan un compromiso con el progreso y con la búsqueda de un mundo mejor. Por sus páginas desfilan personajes soñadores, idealistas, valientes, generoso, críticos, hastiados, cansados, escépticos... Espíritus libres y beligerantes. Sus únicas armas para llevar a cabo la enorme tarea de intentar comprender el mundo que les rodea son el conocimiento y la tenacidad. Sin dejarse llevar por el desaliento, a pesar de que el fatalismo siempre anda muy cerca, batallarán para mantenerse erguidos y desafiantes y esperanzados, siempre esperanzados. Y desde la percepción de un mundo cambiante y complejo, adoptando posturas combativamente constructivas, lucharan para que el ser humano no pierda su dignidad y pueda hacer frente al futuro procurándose las herramientas necesarias para ello.

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    Algo Más Que Amigos - Carmen Jandra Consuegra

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    Primix Publishing

    11620 Wilshire Blvd

    Suite 900, West Wilshire Center, Los Angeles, CA, 90025

    www.primixpublishing.com

    Phone: 1-800-538-5788

    © 2023 Carmen Jandra Consuegra. All rights reserved.

    No part of this book may be reproduced, stored in a retrieval system, or transmitted by any means without the written permission of the author.

    Published by Primix Publishing 11/30/2023

    ISBN: 979-8-89194-016-1(sc)

    ISBN: 979-8-89194-017-8(e)

    Library of Congress Control Number: 2023919096

    Any people depicted in stock imagery provided by iStock are models, and such images are being used for illustrative purposes only.

    Certain stock imagery © iStock.

    Because of the dynamic nature of the Internet, any web addresses or links contained in this book may have changed since publication and may no longer be valid. The views expressed in this work are solely those of the author and do not necessarily reflect the views of the publisher, and the publisher hereby disclaims any responsibility for them.

    Contents

    Prólogo

    Uno

    Dos

    Tres

    Cuatro

    Cinco

    Seis

    Siete

    Ocho

    Nueve

    Diez

    Prólogo

    Mi primer libro siempre ocupará un lugar muy especial en mi corazón porque gracias a él descubrí que me gustaba escribir. Sé que este comentario puede causar extrañeza, pues un libro es el resultado de una vocación o afición por la escritura y no anterior a esta disposición, pero no fue mi caso. Es más, cuando empecé a sentir la necesidad de plasmar en el papel el resultado de tantas y tantas horas de estudio, de eclécticas lecturas y reflexiones, que lo apremiaban, me resistí. Pues escribir me parecía demasiado serio para intentarlo con mi escasa formación para esa actividad… Pero poco importa lo que tú quieras si el destino tiene otros planes para ti.

    Mi primer libro es un superviviente. Sobrevivió a mi contumaz resistencia a plasmar sobre el papel el resultado de tantos pensamientos, ideas y reflexiones que lo estaba exigiendo… Pero al final se impuso. Es decir, consiguió que admitiera, aunque fuera a regañadientes, contemplar la posibilidad de escribir. Pero esta aceptación no fue el elemento dinamizador de que el libro viera la luz, ese elemento dinamizador fue el quedarme en paro en el año 1993. A partir de entonces ya no tenía la excusa de falta de tiempo. Y fue adquiriendo protagonismo la necesidad imperiosa de materializar sobre el papel el fruto –tal vez imperfecto, pero sincero– de esas lecturas y reflexiones que conformaron y condicionaron una determinada concepción del mundo.

    Y me puse a ello: confiaba que con esta actitud colaboracionista desaparecería no solo esa obsesión, sino también ese agobio que me impedía centrarme en otros asuntos. Al menos tendría la excusa de haberlo intentado. Me mentalicé, pero al mismo tiempo me fui preparando para hacer frente a los resultados negativos y a las situaciones adversas que se produjeran.

    El que yo respetara su voluntad de salir a la intemperie no significaba que pudiera ser negligente en mi labor de madre. Debía protegerlo… Y así en constantes disputas, exponiendo mutuamente las razones de nuestras respectivas posiciones, transcurrió un tiempo sin que decayera por su parte el deseo de viajar. Mi cabezota y querido primer libro es un superviviente. Demasiado seguro de sí.

    Mi primer libro pretendía nacer con ínfulas: Quería que lo vistiera con ropajes de ensayo. Me negué rotundamente porque la confección de esos ropajes requiere mucho tiempo y dinero y yo no tenía recursos económicos para hacer frente a esos gastos. Entonces le propuse vestirlo sencillamente, al estilo de la novela. Pero condicionada por sus exigencias, yo no podía renunciar a incorporar reflexiones serias sobre temas que consideraba importantes. No sería un ensayo, pero yo respetaría su voluntad de profundizar en el conocimiento con reflexiones sobre el devenir de la humanidad. (Me alegré porque la decisión de no empezar escribiendo un ensayo, decisión, por otra parte, acertada, la sentí como una traición al proyecto, pues sentía que me estaba desviando de la agobiante idea principal). Podría adornarlo con alguna que otra piedra preciosa que seguro le abriría muchas puertas. Y que en sus forros podría introducir historias de amistad y amor (¡Puro marketing!) que serían una buena carta de presentación. Como lo sentí tan decaído y desilusionado, le prometí que en cuanto pudiera le confeccionaría un segundo traje de tejido de ensayo, y que para ir cogiendo experiencia crearíamos personajes sabios y comprometidos que aspiraban a conquistar altas cimas del saber. Personajes que, al igual que él, miran insolentemente al porvenir con ilusión y esperanza. Y que, al igual que él, aspiraban a comprender el mundo que les rodeaba. Esta disposición de los personajes le animó un poco y dio su conformidad. A partir de ese momento nos olvidamos de la vestimenta y de su impaciencia por salir al mundo exterior.

    Con esos elementos me dispuse a escribir. Y a medida que el proceso de escritura avanzaba me ganaba para la causa. Febril escritura. Claro, sin perder de vista las dificultades.

    Si la primera etapa fue de oposición y firmeza por mi parte y de persistencia por parte del proyecto (del libro), ahora la complicidad era total. Lecturas, reflexiones y contradicciones se fueron sucediendo en el tiempo.

    Así que mi primer libro es fruto de una agotadora espera y de la impaciencia de ciertas ideas, reflexiones y pensamientos por abandonar el hogar y empezar a recorrer el mundo con la pretensión de relacionarse con todo el que quisiera codearse con ellos. Daba igual que yo le advirtiera de las muchas dificultades que se encontraría en el camino si salía desprovisto de lo esencial. Su cabezonería no atendía a razones.

    ¿Qué podía hacer si le dominaba el afán y las prisas por abandonar el hogar y codearse con los grandes? Por mucho que yo le asegurara que no tenía la vestimenta adecuada para emprender un viaje por caminos tan inciertos e inseguros, lejos de atender a razones, me reprochaba que durante todo este tiempo no le hubiera confeccionado la vestimenta adecuada. Y ya estaba harto de tanta espera y cortapisas. La excusa de falta de tiempo ya no era aceptada. Demasiado tiempo esperando a que yo le diera luz verde al proyecto. Como todos los adolescentes, su cabeza está amueblada de sueños imposibles –para mí, que no para él–. Convencido de que podía superar todas las dificultades y contratiempos que se presentaran en su camino, estaba impaciente. Por eso, me apremiaba a confeccionar ropajes vistosos y coloridos. ¿Acaso podía negarme ahora? Después de tantos reparos como había puesto.

    Y el resultado fue una novela regada con reflexiones y diálogos serios y profundos. Y con el libro terminado emprendimos el agotador y largo camino en busca de un editor. Y el libro sobrevivió a las decepciones y los fracasos.

    Y como le había tomado cariño y creía en él. Tenía mucha fe en sus posibilidades, después de recuperarme yo también de tantas amarguras, me vine arriba y decidí convertirme en su mecenas: (Pobre pero entusiasta). Y recurrí a la autoedición. Con el tiempo descubriríamos que además de ser un paupérrimo mecenas era torpe en Marketing. Miré al libro con pena porque mi torpeza para venderlo y venderme era evidente, pero el libro me correspondía con afecto porque sabía lo que me había sacrificado para que él pudiera existir.

    Por otra parte, mi libro no parece dispuesto a reprocharme mi timidez y mi pudor a la hora de alabar sus excelentes virtudes y la grandeza escondida en sus páginas; pero yo tampoco me regodeo recordándole constantemente que yo tenía razón cuando tanto me resistía a publicarlo por las muchas razones que entonces le exponía. Demasiadas amarguras para perder las pocas energías que nos quedan en estas tribulaciones y aflicciones.

    Hoy no soy esa persona que, a pesar de las reticencias por hacerlo realidad, aceptó el inexorable destino de la escritura. Y tal vez el libro no solo estaba destinado a emocionar o hacer reflexionar a otros destinatarios como a conseguir que yo asumiera mi obligación con la palabra escrita y aceptara la responsabilidad de hacer posible otras historias. Y creo que se siente atractivo con los ropajes con los con lo he cubierto Sí, mi querido y persistente primer libro, Algo más que amigos, siempre ocupará un lugar especial en mi corazón.

    Uno

    La vida y nuestras preferencias nos modelan y nos hacen más aptos para unas cosas que para otras; a unos les permiten pasar su existencia sin apenas sobresaltos; a otros, en cambio, parece que quieran matarlos a disgustos. A mí, que me encontraba entre estos últimos, me dio por conquistarme; y siempre atribuí este deseo de autodominio y autoconocimiento, que toda conquista de uno mismo que se precie debe llevar incorporado, a un exceso de curiosidad concentrado en una zona del cerebro — probablemente por el sobresalto que debió causarme la posición boca abajo y los azotes de rigor que la comadrona me dio como bienvenida al mundo— y como todo exceso fue difícil de controlar, pasando mi voluntad y mis energías, con o sin mi consentimiento, al servicio de tan noble tarea; pero como es un trabajo de gigantes y yo soy una especie de enana, ya me tienen a mí, crisis tras crisis…

    Pero mi preocupación no sólo consistía en acelerar el proceso que me permitiera conseguir una mente más integrada y, por tanto, equilibrada —necesaria, pensaba yo, para hacer frente, en las mejores condiciones posibles, a la celeridad con que se producen los acontecimientos—, sino en que la combinación jerárquica de sus elementos constituyentes fuera la adecuada. Me interesaba, ante todo, establecer una estrategia flexible que me permitiera una actuación relativista; tenía demasiadas cosas en contra: herencia, educación, sociedad…; a mi favor, algunos conocimientos y esperanza.

    Cuando me sobrevenía la crisis, acompañada de un estado de preocupante melancolía, los recuerdos de mi niñez se agolpaban en mi mente. Siempre me eran gratos, y es que estaba convencida de que si en alguna etapa de la vida se puede ejercer la libertad esa es en la de la niñez, al menos yo lo viví así.

    Los recuerdos de mi infancia me apaciguaron el espíritu. El hilo conductor que ponía orden y concierto en mis evocaciones era el álbum de fotos familiar, que se hallaba siempre a mano, en una rinconera cerca del sillón de mis nostalgias. Alargué la mano y lo cogí. Las fotos, muchas de ellas de color sepia, pequeñas, cuarteadas por el transcurso del tiempo, representaban un retorno a un pasado entrañable. La primera estampa que contemplé fue la de un grupo de rostros forzados a reflejar solemnidad: el acontecimiento y la posteridad lo merecían. En el centro del grupo una apuesta mujer llevaba una recién nacida en brazos: la novata era yo.

    El mundo me dio la bienvenida en el seno de una familia humilde y, según me contaron, el acontecimiento llenó de júbilo los corazones de aquel hogar. Durante un año fui el centro de caricias, chirigotas y atenciones; y proyección de muchas esperanzas. Me gusta imaginar que nada más abrir los ojos ya estaba preocupada porque no sabía si algo tan pequeño podría satisfacer tantas ausencias, privaciones y anhelos; y que, ante esa preocupación, la vida se apiadó de mí y me envió ayuda, en forma de hermano: Alfredo. Y a él también le dieron la bienvenida, por una parte, el mundo; por otra, los miembros de aquella familia un poco más pobres porque había una boca más que alimentar; nos repartimos la carga de las aspiraciones familiares. Un año más tarde mi hermano perdería el privilegio de ser el centro de todas las atenciones a favor de un tercero en discordia: Lucas. A éste lo desplazarían las circunstancias adversas que la vida nos tenía reservadas.

    Pronto quedamos huérfanos de padre, ya que el progenitor prefirió cambiar de estilo de vida. Este hecho afectó a nuestras existencias y, a mi entender, para bien. Siempre creí que la combinación de esos factores sentó las bases para que acontecimientos venideros me fueran conformando.

    El inesperado viaje del esposo, que no del padre ya que nunca ejerció, forzó a mi madre a trabajar durante el día fuera de casa, quedando nuestra custodia a cargo de mis abuelos. Fue el primer rasgo de generosidad que tuvo la vida conmigo, porque aquello me posibilitó cotas de libertad insospechadas.

    Apoyé la cabeza en el respaldo del sillón para, en silencio, recrearme en el placer de visualizar aquellas imágenes en las que predominaba el sentimiento de gratitud hacia aquellas personas, lugares y cosas que me posibilitaron en mi infancia tan gratas experiencias.

    Reanudé la tarea de pasear mi mirada sobre otras fotos. Un poco más a la izquierda y allí estaba mi querido anciano. Tenía cara de pocos amigos, por lo que deduje que debieron fotografiarle sin su consentimiento. Lo contemplé con cariño. Mi abuelo, por lo general, era una persona amable por ausente. Parecía que apenas le interesaba las cosas que pasaban a su alrededor y le había declarado la guerra a la actividad. Se dejaba llevar por la vida sin oponer resistencia. No recuerdo posición de mando por su parte, aunque era el único varón, ante mis ojos, con aspecto de jefe de familia. Lo recordaba sentado a la puerta de mi casa, en una silla de anea bastante deteriorada, cubriendo su amelonada calva con una boina negra de la que no se desprendía ni tan siquiera para dormir. El sempiterno cigarrillo en la boca que sólo retiraba ante la imposibilidad de soportar el calor que la exigua colilla dejaba en sus labios y, en ese caso, procedía sin demora a sustituirlo por otro; acontecimiento que, por otra parte, esperábamos con ansiedad. De su chaleco sacaba el librillo de papel de fumar y la petaca que contenía el tabaco; se colocaba pacientemente el fino papel de fumar entre los dedos temblorosos, mientras que con la otra mano sujetaba la petaca abierta y, como si dispusiera de todo el tiempo del mundo, consciente de la poca influencia que ejercía sobre sus extremidades, se quedaba en suspenso con mucha paciencia y atención esperando el momento en que coincidieran ambos temblores en la menor intensidad posible y, por eso de aprovechar al máximo las existencias, poner una pequeña cantidad de tabaco en el papel.

    Si coincidía ese proceso con nuestra presencia, nos manteníamos expectantes observándolo y mirándonos entre nosotros con aire burlón, al tiempo que hacíamos apuestas sobre el tiempo que invertiría el abuelo y sobre el tabaco que se le caería. Sentíamos especial afición por burlarnos de la inseguridad de mi querido anciano. Nos encontrábamos en ese punto de la existencia donde los dos extremos se tocan: la niñez y la vejez. En ambos se les tiene poco respeto a las formas: unos, por lo desconocido y por hacer; y otro, por el desengaño de lo hecho y vivido.

    Mi abuelo apenas abandonaba la silla salvo para alguna urgencia o cuando, como en estos casos, cansado de tantas travesuras infantiles, intentaba ajustar cuentas; pero como antes tenía que alcanzar el punto de equilibrio que le permitiera dar algunos pasos, apoyaba su mano izquierda en la silla como pidiendo ayuda, mientras que con la derecha blandía su bastón en tono amenazante que iba en aumento en la misma proporción que su ira al no poder cumplir sus objetivos, ya que cuando tras titánico esfuerzo conseguía levantarse, la chiquillería, en medio de un gran alborozo, nos habíamos puesto a buen recaudo de sus bastonazos. La irritación por tal disparidad de fuerzas, su frustración, necesitada de un enemigo fácil de vencer, la mostraba blasfemando largo y tendido hasta que la ira se le iba poco a poco en cada palabra a las que había convertido en su enemigo natural, pasando desde ese momento a descargar bastonazos lingüísticos.

    No tenía más recuerdos de él ni tan siquiera de su fallecimiento ya que éste sucedió poco después del de

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