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EntreSiglos: infancias
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EntreSiglos: infancias
Libro electrónico290 páginas4 horas

EntreSiglos: infancias

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Los ocho ensayos que integran este libro ejecutan un género tan impredecible como lo puede ser el de los relatos de infancia. Impredecible en un doble sentido. Por lo general, creemos saber aproximadamente quienes fuimos; pero una vez que empezamos a hurgar en ese pasado descubrimos de improviso que sabemos muy poco. O, lo que es lo mismo: que no sabemos casi nada. No se trata simplemente del necesario e inevitable olvido, ni tampoco del paréntesis que crece día con día entre nosotros y ese pequeño otro que juega de manera despreocupada en algún rincón del tiempo. La imagen que nos hacemos de la infancia está entrecruzada por un haz de vivencias suprimidas o desplazadas, que nuestra mente ha recubierto con metáforas y guiños que nos apartan de ellas. Convertidos en una suerte de involuntarios arqueólogos de nuestra propia existencia, el pasado aparece como una zona del asombro, y el súbito reencuentro con esas vivencias puede prestarse a las más inveteradas consecuencias. Este libro habla de ese asombro.
La niñez de tres de sus autores transcurre en el sureste del país; otra corría en los vergeles de Uruapan, varios son citadinos impregnados de recuerdos de otras regiones, uno es parte de una insólita familia migrante y uno más jugó en las secas tierras del Golán. En cierta manera, cada ensayo es una versión monográfica de la vida en México en los años cincuenta. La diversidad de las existencias que consignan justifica toda sospecha sobre la imagen convencional de un país que era unitario y monocolor. Tratan de infancias que transcurren en el inicio del "milagro económico" y del momento en que el orden autoritario alcanza su mayor despliegue, pero los niños habitan mundos ligeros, próximos, cargados de libertades, riesgos y alegrías. En rigor, narran un mundo que ha desaparecido casi por completo, y acaso en ello estriba su riqueza. No porque recobran un pasado, una tarea tan subjetiva como lo dicta toda memoria individual; sino porque nos muestran, de la manera más ineludible e íntima, que lo verdaderamente impredecible es la versión que nos aguarda del tiempo que ya fue.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento24 oct 2023
ISBN9786078956111
EntreSiglos: infancias

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    Vista previa del libro

    EntreSiglos - Enrique Montalvo

    Colección Heterotopías

    6. Dignidad intercultural

    Ana Luisa Guerrero Guerrero (coordinadora)

    7. Entre dos mundos: La antropologpía radical de Paul Stoller

    Sergio González Varela

    8. Estigma y villanía: la construcción simbólica del enemigo

    Sofía Reding Blase, Stefano Santasilia (coordinadores)

    9. El pasado que me espera: bosquejo de etnografía cinemática

    Rodrigo Salido Moulinié

    10. El arte de engañar: ensayos de antropología social

    Sergio González Varela

    11. Colonización del ser y el saber indígenas en la Historia general de las cosas de Nueva España

    Itzá Eudave Eusebio

    12. Bastión de brujos y sueños. Los pueblos otomíes y la construcción interétnica de un complejo chamánico sudhuasteco

    Israel Lazcarro Salgado

    Los derechos exclusivos de la edición quedan reservados para todos los países de habla hispana. Prohibida la reproducción parcial o total, por cualquier medio conocido o por conocerse, sin el consentimiento por escrito de su legítimo titular de derechos.

    EntreSiglos: Infancias

    Primera edición en papel: 2023

    Edición ePub: noviembre 2023

    D. R. © 2023, Bonilla Distribución y Edición, S.A. de C.V.

    Hermenegildo Galeana #111, Barrio del Niño Jesús,

    14080, Tlalpan, Ciudad de México

    editorial@bonillaartigaseditores.com.mx

    www.bonillaartigaseditores.com

    D. R. © 2023, Instituto Nacional de Antropología e Historia

    Córdoba, 45, Col. Roma Nte., 06700, Cuauhtémoc, Ciudad de México

    www.inah.gob.mx

    ISBN 978-607-8956-10-4 (Bonilla Artigas Editores) (impreso)

    ISBN 978-607-8956-11-1 (Bonilla Artigas Editores) (ePub)

    ISBN 978-607-8956-12-8 (Bonilla Artigas Editores) (pdf)

    ISBN 978-607-539-844-0 (INAH) (impreso)

    ISBN 978-607-539-845-7 (INAH) (ePub)

    ISBN 978-607-539-846-4 (INAH) (pdf)

    Cuidado editorial: Bonilla Artigas Editores

    Responsable de la edición: Lorena Murillo Saldaña

    Diseño de portada: d.c.g. Jocelyn G. Medina

    Diseño editorial: d.c.g. Saúl Marcos Castillejos

    Realización ePub: javierelo

    Impreso y hecho en México

    Introducción:

    La infancia figurada. Los años cincuenta en la memoria.

    Ocho relatos

    Enrique Montalvo y Carlos San Juan

    Un apunte para la memoria

    Jaime Bali

    El paso del aguador y los cantos escolares

    Jorge Fernández Souza

    Un mundo pequeño dentro del grande

    Enrique Montalvo Ortega

    Un crisol de vidas y recuerdos

    Maya Lorena Pérez Ruiz

    Los pasos ligeros

    Claudia Mónica Salazar Villava

    Memorias de la patria perdida

    Carlos San Juan Victoria

    La pantalla mágica:

    postales de una infancia

    Ilán Semo

    Una infancia en libertad

    Claudio de Jesús Vadillo López

    Sobre los coordinadores

    Introducción:

    La infancia figurada. Los años cincuenta en la memoria.

    Ocho relatos

    Enrique Montalvo y Carlos San Juan

    En los momentos en que el reino de lo humano me parece

    condenado a la pesadez, pienso que debería volar como

    Perseo a otro espacio. No hablo de fugas al sueño o a

    lo irracional. Quiero decir que he de cambiar mi enfoque,

    he de mirar el mundo con otra óptica, otra lógica, otros

    métodos de conocimiento y verificación. Las imágenes

    de levedad que busco no deben dejarse disolver como sueños

    por la realidad del presente y del futuro.

    Italo Calvino

    Los niños lanzan sobre el mundo una mirada fresca, leve y libre. Se mantienen al margen de la gravedad y sus leyes, aún no han sido atrapados por éstas. Su ignorancia, su marginalidad con respecto a las exigencias racionales que organizan la vida social les permite desafiar los mismos principios de Newton con absoluta naturalidad. Tal vez por eso, cuando Picasso luchaba por cimentar su voz pictórica, lo logró a través de una revuelta contra el virtuosismo y un intento por alcanzar el ‘genio’ de lo infantil, confesó a su amigo el fotógrafo George Brassaï. Picasso siempre admiró a su rival Matisse. Consideraba que la clave de su grandeza residía en la simplicidad infantil que el pintor francés lograba con tanta naturalidad.

    Al rondar la línea de las siete décadas, ocho niños inquietos deciden hacer cuentas, cuentos y recuentos con sus vidas, su paso por un país y un mundo que a pesar del trayecto recorrido sigue intensamente vivo, vívido en su interior. A estas alturas, mediados de 2023, estos niños han transcurrido sus vidas tratando de conjuntar la difícil tarea de explicar este mundo y este país con la aún más complicada de transformarlo en un lugar más habitable, más humano. Seguramente en este camino han cometido muchos errores, han enfrentado gran cantidad de obstáculos y han logrado algunos aciertos. Pero aquí no pretenden realizar ningún recuento en términos de valorar o definir logros y desaciertos.

    No se trata del gran e inapelable juicio de la Historia, sino de viajar en el tiempo para intentar algo muy atrevido y arriesgado: mostrar con relatos desnudos, despojados de teorías e ideologías, cómo miraban esos niños el mundo hacia fines de los años cuarenta, en los cincuenta y principios de los sesenta.

    Intentan estos autores mirar a la vez como niños y como adultos que observan a esos niños. Es un desdoblamiento en el tiempo, en el espacio y en la mirada. A primera vista podría pensarse que se trata de un ejercicio de memoria personal, de traer al presente sus vidas, cosa que inevitablemente realizan; sin embargo, pretenden a la vez explorar la sociedad entera a través de rastrear cómo varios de sus fragmentos se grabaron en sus propias conciencias para proyectar algo que podríamos llamar retratos o instantáneas, o si se prefiere, para ser fieles a la época, fragmentos de filmes en super-8, en blanco y negro, de las realidades sociales que vivieron y que conforman facetas del colectivo social.

    Si quisiéramos realizar una analogía literaria, habría que recurrir a la de Scherezada y el tesoro que yacía bajo la propia casa de uno de sus personajes sin que éste lo supiera. Estos niños pasaron sus vidas buscando claves para comprender el mundo, hasta que se dieron cuenta, con el paso de los años, que esas claves, esos tesoros que querían encontrar afuera, se habían impregnado en sus respectivas memorias y que era necesario desempolvarlas, explorarlas y exponerlas, pues ahí se escondían, hasta entonces deshilvanados y desconectados, a veces apenas visibles, múltiples procesos, experiencias vitales, relaciones sociales y humanas, a las que había que sacar a la luz como si se tratara de buscar en las profundidades del mar, en un barco hundido lleno de cofres con mapas, hojas de ruta y preciosos pergaminos.

    Al principio trataban de recuperar las mutaciones sociales en y a través de sus propias vidas, cuando tras diversas reuniones, reflexiones y avances decidieron dirigirse al tiempo de su infancia. Parecía algo relativamente sencillo, fácil de lograr. Al momento de enfrentarse con el rescate de tantas experiencias que habían quedado tan atrás, empolvadas, escondidas o de plano casi borradas de sus neuronas, fueron emergiendo infinidad de reflexiones y dificultades.

    Se enfrentaron a momentos entrañables, profundos, que querían emerger pero resultaba tortuoso llegar a plasmarlos. A veces la memoria mostraba dibujos borrosos, fotos deslavadas, fragmentos. Algunos acudieron a recuerdos, hermanos, parientes, viejos amigos, objetos. Para algunos fue casi un trabajo de arqueología de sus vidas y de lo que las rodeó. A veces alguien se preguntó: ¿qué interés puede tener contar mis juegos de canicas cuando tenía seis o siete años?

    Cuando las experiencias infantiles fueron cobrando forma a través de la letra escrita, cuando comenzaron a ser narradas con la inocencia, la levedad, el placer de los niños, como mirando también hacia arriba, a todo lo que transcurría y miraban como testigos, quedaron asombrados sobre todo lo que podría revelar un juego de canicas o una excursión de domingo. Las narraciones de las vidas devinieron en actos de conocimiento nuevos, surgieron explicaciones intuitivas de hechos individuales que mostraban facetas que antes no habíamos percibido. Fue inevitable la mezcla de miradas, de los tiempos de las miradas. A veces era el niño, a veces el adulto. Ambos se disputaban la voz en el relato, su presencia alternada era inevitable.

    El paso del tiempo ha transformado el espacio. Todo lo sólido se desvanece en el aire, decía Marx, y tal vez hoy esta sentencia sea más certera que nunca, ahora podríamos parafrasear: todo o casi todo lo real se ha desvanecido en lo virtual, está disolviéndose hacia la virtualidad. Y si esto vale para el mundo de los objetos, también vale para el contenido de las instituciones, proyectos, relaciones humanas, etcétera. En este gran cambio cualitativo, en este paso de lo material a lo inmaterial, en este cruce de caminos, los escritores de este libro intentan narrar aquellos años en los que comenzaban a emerger, a situarse ingenuamente en el mundo. Ese mundo que venía saliendo de la guerra, tratando de olvidar los campos de concentración y los bombardeos, y en que nuestro país anunciaba el progreso por venir, con el lenguaje de la Revolución mexicana, que para entonces muchos consideraban ya traicionada.

    Estos ocho niños se encuentran en este libro de manera casi mágica, después de haberse hecho economistas, sociólogos, antropólogos, psicoanalistas, historiadores, escritores, profesores o militantes de movimientos y partidos políticos, de diversas causas sociales. Se despojan de sus respectivos uniformes, títulos, clasificaciones y nombramientos que les ha otorgado la sociedad para identificarlos y se reúnen y reconocen que quieren revivir a esos niños del siglo xx tal como vivieron su tiempo. Quizá ésta sea una tarea imposible, un reto inalcanzable, porque es una utopía pretender que aparezca el niño que fue sin el adulto que hoy es, o tal vez no, o acaso no son la generación que creció creyendo, tratando de construir utopías que no fueron pero dieron sentido a la vida de grandes contingentes humanos.

    Y quizá en las narraciones se encuentren los relatos, las perspectivas del niño y del adulto y entonces hagan posible esclarecer qué ha pasado con el mundo material, a dónde han ido los sueños, cómo sentían el país, el mundo, cuando vivían despojados de sus parafernalias actuales. ¿Literatura histórica, historia literaria? Ni una ni otra o ambas a la vez. Como discurre Annie Ernaux en Los años, lo que cuenta para estos niños es captar esa duración que constituye su paso por la tierra en una época determinada, ese tiempo que l[os] ha atravesado, ese mundo que ell[os] ha[n] grabado, solo con vivir.

    Aquí encontrarán los lectores pedazos de vida con los cuales muy probablemente se identifiquen. Están niños que disfrutaron los privilegios de la provincia campirana mexicana, otros que tuvieron que realizar grandes o pequeñas migraciones dentro y hasta desde fuera de México en algún momento de sus vidas. Está la vida en las pequeñas ciudades, los ritos, prácticas y formas de control del México tradicional religioso, las disputas entre pri y pan que atravesaban y hasta dividían a las familias. Y en el trasfondo los ecos del régimen posrevolucionario mexicano y, sobre todo, el aroma, el ambiente de un país que se transformó, de una vida que se definía por su materialidad y su a veces abrumadora solidez. Quisimos recuperar ese espacio que nos constituyó para re-conocerlo de maneras nuevas y para hacerlo visible a las siguientes generaciones. Tratamos de lograrlo con los trazos a la vez sencillos y leves de los niños que éramos, tratando de recuperar la genialidad de las miradas infantiles, entremezclados con la que suponemos nos ha aportado la vida. Deseamos que disfruten estas historias tanto como nosotros lo hicimos al escribirlas.

    Un apunte para la memoria

    Jaime Bali

    Uno se embarca hacia tierras lejanas, o busca el conocimiento

    de hombres, o indaga la naturaleza, o busca a Dios; después

    advierte que el fantasma que se perseguía era Uno mismo.

    Ernesto Sábato

    El que no juega volados, no es merenguero…

    Corrían los tiempos en los que la vida transitaba por el túnel de los juegos y la ingenuidad; uno de los vecinos estrenó coche y nuestra cuadra sobre la calle de Atenor Salas, en la colonia Vértiz Narvarte, se colmó de gente para admirarlo, era un Pontiac rojo, flamante. Vi llegar al cura de la parroquia de Nuestra Señora de la Piedad, muy sobrio, casi sacro con su atuendo talar, la sotana de lana negra y el alzacuellos blanco; su asistente llevaba en las manos la sítula de plata con el agua bendita; la ceremonia de bendición de aquel auto causó mucha expectación entre los vecinos cuando el sacerdote introdujo el hisopo y su esfera mágica en el agua bendita y roció de manera festiva la lámina reluciente del coche y a los curiosos que estaban cerca. Nadie en ese momento imaginó que se trataba del disparo de salida de una historia que se llenaría de autos, hasta llegar a ser indiferente su modelo y su marca. Todavía, a unos metros, corría el río De la Piedad; durante el estío quedaba atrapada, en el canal, la basura. Había empezado tiempo atrás, no mucho, la destrucción de la cuenca, hasta que: la región más transparente del aire, Alfonso Reyes dixit, ingresó al archivo de las palabras perdidas.

    Una novedad. Sobre la barda del terreno baldío frente a la casa amaneció ese día una pinta: ¡Miguel Alemán para Presidente! Este 6 de julio Vota pri y al final el círculo de la banderita; fue, por decirlo de alguna manera, la primera impronta de un sistema hasta ese momento desconocido para mí y en cierto grado incomprensible, más allá de la escena visual. Se habían silenciado los cañones en Europa, la mayoría ignoraba los millones de muertos dejados en tierra por el enfrentamiento. Todo transcurría bajo el amparo de la distancia que nos separaba de la tragedia y, en todo caso, como aliado fortuito, tuvimos la tarea de abastecer un mercado nacido de las necesidades bélicas, un floreciente sector de la sociedad instaló sin ton ni son, a todo vapor, fábricas en parques industriales en el norte de la ciudad. Una expresión cultural de masas fueron el box y las corridas de toros, al tiempo que arrancaba lo que después se llamó la Época de Oro del cine mexicano.

    Siguiendo la tradición familiar de migrantes, mis padres viajaron de Parral, Chihuahua, a la Ciudad de México, pero antes hicieron una parada en Molango, por asuntos de carácter familiar; finalmente se establecieron en una casa sobre la avenida Chapultepec, casi esquina con Bucareli; ahí vivimos tal vez un año o dos y después partimos hacia Acapulco, otra vez siguió la tournée y vivimos en Taxco, de estos lugares apenas tengo algunas imágenes guardadas en la retina, muy borrosas. Finalmente regresamos a la Ciudad de México y en este lugar donde bendijeron el auto nos quedamos mi hermana y yo bajo el cuidado de mi abuela, pues mis padres vivirían en Jojutla donde establecieron un negocio. No era la mejor opción, pero así lo decidieron y cursé la primaria sin tener un referente paterno o materno para organizar el estudio y el juego, mis dos actividades principales; así aprendí a improvisar y a encontrar salidas por mi propia cuenta. Esta condición hizo de mí un observador silencioso de ese siglo que ya estaba a la mitad del camino, desde ese barrio observé el entorno y me hice asiduo asistente a los juegos de beisbol en el Parque Delta, lugar en el que Baby Ruth conectó un home run a una bola que le pusieron exprofeso para dar el espectáculo; en esa época la gente decía, y los locutores también, que las bolas bateadas de home run iban a caer en el Panteón Francés; pasado del tiempo pude constatar que se trataba de una exageración.

    Como pueden ver, todo esto que escribo es intrascendente, pero forma parte de una estructura propuesta previamente y por ello iré narrando las experiencias personales y observando el entorno del primer medio siglo, aunque algunos de los escenarios que describo, muchos de ellos de orden político, los viví de reojo y poco a poco con el paso del tiempo, se fueron haciendo más claros. Pero, bueno, también hubo miel sobre hojuelas: la abuela Beatriz, en las charlas de sobremesa, contaba historias de una época importante en la historia de México, ella me ayudó a empatar el fin del xix con el xx, del 1890 al 1927, sobre todo el periodo (1910-1922), en el que Parral fue tomada 26 veces por diferentes contingentes de tropas. Para poner la cereza al pastel se agregaba a todo esto la voz de mi madre, muy elocuente y exageradamente chihuahuense, además de valiente y encantadora; lo demostraría años después, y muy dada a la construcción de mitos, una forma narrativa para convertir en ficción el discurso del mundo que le tocó vivir. Su cuento estelar era el relato de cuando escuchó unos disparos camino a la escuela y esos disparos fueron los que mataron a Villa; ella y otro señor fueron los primeros en llegar al carro donde yacía muerto, acribillado, Francisco Villa, al lado, entre otros, del maestro Trillo, que ella había conocido personalmente. Uno de los que iban atrás, parados en una plataforma, custodiando al guerrillero, logró escapar, decía mi madre: lo vi correr y desaparecer en el puente.

    Mil anécdotas aderezaban esas sentadas de sobremesa, pero dos historias chuscas se quedaron en la cinta de Moebius de mi memoria: primero, aquélla de un par de revolucionarios armados con sus carabinas que se vieron en medio de una sala sobre cuya pared había un gran espejo y, lleno de asombro, uno de ellos dijo: Déjeme ver, compadre, que se siente ‘afusilarse’, y acto seguido disparó haciendo añicos aquel portento de azogue traído desde Europa por los habitantes de esa residencia. Ahí mismo, otro miró con desagrado una pintura al óleo con la imagen de Bismarck, al confundirla con don Porfirio, por lo que ordenó al dueño de la casa: Antes de que me enoje y lo pase por las armas, tire a ese señor a la basura.

    Escuché por ahí un comentario en el que se decía que el cachorro de la Revolución se acercaba a las puertas de Palacio, sólo era cuestión de tiempo, nada ni nadie lo detendría, la Revolución se había bajado del caballo. Los periodistas le hacían el juego a la política de salón, convirtiendo las decisiones de Palacio en una aparente disputa entre los involucrados. Esto no es un trabajo de investigación, no aporto datos duros, no fue momento de buscarlos en esos días, era yo un infante, hoy me produciría sueño profundo, prefiero quedarme con el murmullo…

    Alguien de casa, tal vez un tío, dijo en una sobremesa: la alianza con el vecino cercano durante la guerra detonó el despegue industrial al norte de la ciudad; aparecieron las primeras industrias de la nueva era y, con ellas, los barrios y colonias en un proceso desordenado y con la prisa de la ganancia como factor de desarrollo se encimaron unas casas arriba de otras; ese paisaje sigue ahí, solo hay que darse una vuelta por Naucalpan para constatarlo. Pero no sólo eso, decía mi tío: los sindicatos obreros quedaron atados a la ctm, que se unció al carro de los regímenes de la posrevolución desde la época de Lázaro Cárdenas; y ese modelo generó un atraso no sólo de la clase obrera, sino también en el desarrollo de las fuerzas productivas; los dueños del capital no centraron su esfuerzo en la competencia con sus iguales, de dentro y de fuera, la apropiación desmedida de la plusvalía les impidió ver el bosque. La dependencia con el vecino del norte no se entiende solamente por el sometimiento al poderoso, se explica también por el papel de la burguesía mexicana que como clase desde la segunda parte del siglo xix fue evasiva y cortoplacista y no supo construir un proyecto de Estado-nación capaz de competir. En ese camino ganó la partida la llamada inversión de viuda, la semilla virginal de las grandes inmobiliarias; su resultado más claro es el caos urbano de la Ciudad de México, que nadie se explica. La tasa de ganancia y la renta de la tierra se impuso sobre la planeación ordenada y ahora hay espacios de la ciudad que causa horror verlos.

    Mientras tanto se murió el abuelo Hugo y, en ese mismo año de 1950, se inauguró el viaducto: ya era posible ir del poniente al oriente por una vía rápida cuyo tramo principal fue llamado Presidente Miguel Alemán. Los habitantes de las colonias Lomas y Polanco podían llegar en esa época en escasos 15 minutos al aeropuerto; el viaducto se construyó para ellos, aunque el gusto les duró muy poco.

    Se anunciaba en los hechos el nacimiento de un modelo en el que la iniciativa privada se apropió del escenario, el gobierno se encargaría de crear infraestructura y entonces se agregó al proyecto iniciado por Calles con la cinta de asfalto de México-Monterrey-Laredo (tramo concebido por Estados Unidos como parte de la carretera Panamericana, con proyección continental) la nueva vía del gobierno de Alemán: la ruta Ciudad Juárez-México-El Ocotal, con el aderezo de la Carrera Panamericana, planeada para estimular la adquisición de automóviles a nivel masivo. Esa carrera tuvo su icono: el piloto José Ché Estrada Menocal, que falleció en una de las competencias. Todos caímos en el garlito, el entusiasmo impidió ver que se trataba de una promoción comercial, como ocurre en nuestros días; después vendría la carretera del Pacífico: México-Guadalajara-Tijuana y el sureste se quedó para después… La carretera Panamericana quedó trunca en el Ocotal, después lo que seguía era selva. Como siempre, el sueño unitario de Bolívar no tuvo adeptos.

    Recuerdo haber ido con mis papás y mis tíos hasta el Puente del Emperador, sobre la vieja carretera México-Puebla, para apreciar desde allí el paso de los veloces vehículos de aquellos días, improvisados como autos de carreras. En esa ocasión la algarabía fue grande cuando apareció por unos instantes el auto conducido por el Ché, José Estrada Menocal; era el año 1951, pasó, dijo alguien, a 140 kilómetros por hora derrapando frente a nosotros, llevaba el número 41 estampado sobre su flamante Packard. Muchos kilómetros adelante, en la siguiente etapa, perdió la vida al salir de una curva pronunciada, sobre la carretera Tehuacán-Oaxaca.

    Todos los esfuerzos puestos hacia el norte, el auge de los automóviles y los tractocamiones crecería desorbitadamente, de manera gradual pero sin descanso. El transporte de carga por ferrocarril poco a poco pasó a un segundo plano. Lo que no se entiende hoy tiene su explicación en los orígenes. Esas imágenes las recorto para entender la película indescifrable que pasó frente a mí por esos días.

    El presidente Miguel Alemán dio la pauta para un nuevo trato con Estados Unidos. Se profundizó la idea de la importancia de entender el estilo de gobernar para seguir en la foto. Definir su política frente a los grupos antagónicos era parte del juego. Afirmar en público su voluntad plena como presidente de encabezar un país soberano, mientras se ocultaba la dependencia aceptada sin chistar. Entender eso me llevó muchos años. Hubo siempre intelectuales y

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