Armar e interpretar: Estudio del Códice entrada de los españoles a Tlaxcala
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Armar e interpretar - Salvador Rueda Smithers
Proemio
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Éste es un ejercicio de aproximación. Nace de notar una anomalía: el dibujo sobre papel de una escena determinante en el proceso de guerra de conquista de Tenochtitlan, escena que, sin embargo, está ausente en las historias pintadas del conjunto pictográfico que forma parte de la llamada memoria de Tlaxcala. Encontrar el sentido de este dibujo no es novedoso, pero sí pensamos que resultó inconcluso; este ensayo pretende dar un paso hacia la solución de lo que consideramos ha quedado como un enigma.
El primer planteamiento lo ofreció Jorge Gurría Lacroix al publicar, en 1966, un pequeño y delicioso libro titulado Códice entrada de los españoles en Tlaxcala.¹ La aportación fue fundamental: Gurría Lacroix dio lugar al dibujo tlaxcalteca: Don Lorenzo Boturini Benaduci es el primero que nos habla de la existencia del códice Entrada de los españoles en Tlaxcala y lo registró en el Catálogo del Museo Histórico Indiano, como sigue: XVII. 8. Otro, en el mismo papel (europeo) trata del recibimiento que hizo la República al dicho don Fernando en Tezcacóhuac: asimismo de la casa de Xicoténcatl, donde se aposentó; del pueblo de San Buenaventura, donde se fabricaron los bergantines para ganar a México. La descripción que hace Boturini coincide exactamente con la pieza que estamos estudiando, por lo que no hay duda de que se trata del mismo códice
.²
De manera simple y no sin cautela, Gurría Lacroix pisó firme: ubicó el origen del documento en la colección de Boturini. Le dio lugar. Nosotros buscamos darle tiempo y conjeturar su para qué. Nuestra propuesta tiene que ver con la naturaleza del documento pintado, a partir de la lectura de uno de sus detalles: la importancia que tuvieron los bergantines como instrumentos de guerra fue explicado por los conquistadores, cronistas e historiadores desde 1522; además de dar con el propósito del dibujo: dejar constancia de los momentos que anudaron la alianza política entre Hernán Cortés y los señores tlaxcaltecas. Se trataba, en fin, de asentar una historia… pero, podemos conjeturar, muy probablemente con el objetivo de ser leídos en los muros de algún edificio de gobierno en Tlaxcala. Vale dejar constancia de la importancia pionera del impreso de Gurría hace seis décadas, pero proponer una conclusión distinta.
Para este texto, agradecemos al personal de la Biblioteca Nacional de Antropología e Historia –lugar que resguarda este documento–, a su director, el doctor Baltazar Brito, y a la doctora Delia Salazar, directora de Estudios Históricos del Instituto Nacional de Antropología e Historia. Asimismo, a Andrés Centeno y Jhonnatan Zavala por su apoyo constante y esmero en el armado de este libro.
La admiración es también una de las formas de la gratitud. Como ya pudo notarse, dos nobles espíritus flotan encima de esta reflexión, dos altos y admirables nombres alejados por el tiempo, pero no en afanes historiográficos: Lorenzo Boturini Benaducci y Jorge Gurría Lacroix. Quede este trabajo dedicado a su memoria.
¹ Jorge Gurría Lacroix, Códice de entrada de los españoles en Tlaxcala, México, unam, 1966 (Instituto de Investigaciones Históricas, Cuadernos, Serie histórica, núm. 14).
² Ibid., p. 5.
I. La memoria de Tlaxcala
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RELATO EN PRIMERA PERSONA
En la Segunda Carta a Carlos V, fechada el 30 de octubre de 1520 en la Villa de Segura de la Frontera, Hernán Cortés resumía los sucesos que antecedieron un vuelco en la historia del mundo.¹ Tres meses antes, la noche del 30 de junio y el amanecer del 1º de julio, Cortés había salido derrotado de los aposentos en donde fueron sitiados los españoles y sus aliados que, por sus propias órdenes, tenían cautivo a Motecuhzoma. La ruptura del cerco fue costosa en hombres, material de guerra y oro. También costó la vida al Hueytlatoani y a medio centenar de principales de su linaje y gobierno.
Cortés intuyó el alcance político del hecho y lo presumía. En la glosa final ya fechada en abril de 1522, escribía que Son cosas grandes y extrañas, y es otro mundo, sin duda, que de sólo verlo tenemos harta codicia los que a los confines de él estamos
.² Esta nota de cierre le permitía adelantar –con el juicio del rey a su favor– que su expedición había sido exitosa. En ese momento acortó la distancia entre los expedicionarios españoles de Cortés y los intereses del monarca. Después de haber redactado su informe al rey, agregó que las noticias de la Nueva España debieron llegarle de
… cómo los españoles habían tomado por fuerza la grande ciudad de Temixtitán, en la cual murieron más indios que en Jerusalén judíos en la destrucción que hizo Vespaciano; y en ella asimesmo había más número de gente que en la dicha ciudad santa. Hallaron poco tesoro, a causa de que los naturales lo habían echado y sumido en las lagunas. Solos ducientos mill pesos tomaron. Y quedaron muy fortalecidos en la dicha cibdad los españoles, de los cuales hay al presente en ella mill y quinientos peones y quinientos de caballo. Y tiene[n] más de cient mill de los naturales de la tierra en el campo en su favor.³
Podemos pensar que Cortés suponía que el rey Carlos sabría el resultado de la historia aún antes de que le fuera narrada por escrito por él mismo como su protagonista, pues tal era el papel asignado a los procuradores que no cortaban el hilo de comunicación con La Española. La apuesta política de Cortés había sido meticulosamente trazada: montado en la larga e interminable guerra entre los tlaxcaltecas y los mexicas, preparó su propia ofensiva y se aprovechó de la intriga política para dividir linajes gobernantes. No podía saberlo entonces, pero los efectos de su audaz decisión han tocado por centurias las orillas del mundo.
Un mes después, el 15 de mayo de 1522, Cortés puso el punto final a su Tercera Carta al rey Carlos. Fue cuidadoso en su relato: en la presentación anunció que mandaba una larga y detallada relación de las cosas sucedidas en lo que sería la Nueva España. Ese mediar de mayo, según dijo, su mirada se dirigía hacia el otro mar, al futuro de su expedición rumbo al Mar Océano todavía desconocido para alcanzar las ansiadas tierras del oriente. El mensaje detrás de la narración era preciso: en la Nueva España, el propio capitán Cortés podía armar las naves necesarias para esa aventura, tal y como lo probaba su decisión de los días finales de 1520 con la que sitió la antigua ciudad tenochca, y experiencia con la que anunció al rey la construcción de bergantines que surcaran el océano que la cartografía denominaría Mar del Sur. Cortés no se apresuraba; su relato demoraba en la descripción de los territorios densamente poblados que ganaba para el rey: no terra ignota ni caminos por ensayar, sino el ejercicio político de la conquista de un imperio amplio y rico, por medio de las alianzas políticas oportunas –en nombre del cristianismo y del monarca– entre señores y pueblos sojuzgados por el poderoso Motecuhzoma y que con la guerra y derrota selló como una ampliación geográfica a los territorios de la monarquía.⁴ Selló así el destino de la que, desde entonces y por tres siglos sería la Nueva España.⁵
De manera directa se notificaba al rey: De las cosas sucedidas y muy dignas de admiración en la conquista y recuperación de la muy grande y maravillosa ciudad de Temixtitan, y de las otras provincias a ella sujetas, que se rebelaron
.⁶ No era menor la importancia de lograr vencer a un imperio. Indicaba su proporción épica, digna de perpetua memoria
. La fama, además del oro, era lo que le interesaba, por eso demoró relatando cómo logró su propósito apenas veladamente político. Luego de la derrota de la que se llamaría Noche Triste
, Cortés debió hacer un alto para reorganizarse y no perder lo ya ganado desde su camino de Veracruz. Llegó a Tepeaca, Segura de la Frontera, base de su campaña militar. El cálculo de la guerra pasaba por la estructuración de su tropa, pero también por la eficacia de la ingeniería puesta al servicio de la táctica; la estrategia global, compleja, sería la llave de la eficacia:
entretanto que los dichos bergantines se hacían, y yo y los indios nuestros amigos nos aparejábamos para volver sobre los enemigos, enviaba a la dicha Española, por socorro de gente y caballos y artillería y armas, y que sobre ello escribía a los oficiales de vuestra majestad que allí residen, y les enviaba dineros para todos los gastos y expensas que para el dicho socorro fuese necesario…⁷
En paralelo a la guerra, la viruela golpeó a la población indígena de Tlaxcala, Cholula, México y sus alrededores. Tal fue el rostro difuso de la infinita expansión microbiana, que siguió –y sigue– los caminos de los hombres desde el fondo de Europa y descubre la vulnerabilidad humana en los rincones del mundo americano. Su aliado tlaxcalteca Maxicatzin murió, lo mismo que el tlahtoani Cuitláhuac de Tenochtitlan y muy probablemente el gobernante de Texcoco. Más allá de la geografía central, la viruela también mató al caltzonzin purépecha. El virus jugó su papel en la guerra, al extenderse con mensajeros portadores por los caminos de la búsqueda de