LOS HEREDEROS
Cuando los españoles entraron en el Templo Mayor durante la segunda quincena de mayo de 1520 y, como relata fray Bernardino de Sahagún, “dieron un tajo al que estaba tañendo el tambor, le cortaron ambos brazos y luego lo decapitaron”, traspasaron un umbral que ya no permitía el retorno. Sobre todo, porque lo que aconteció tras cercenar esa cabeza fue una auténtica matanza de entre 300 y 600 hombres, mujeres y niños, entre los que se encontraban gran cantidad de notables desarmados. Si aquellos mexicas creían en un Apocalipsis, aquel día lo vivieron. “Otros comenzaron a matar con lanzas y espadas; corría la sangre como el agua cuando llueve, y todo el patio estaba sembrado de cabezas, brazos, tripas y cuerpos de hombres muertos”, relata de nuevo el cronista fray Bernardino de Sahagún.
Aquella operación militar –porque para los españoles no suponía nada más– pretendía ser un ataque preventivo que inhabilitara una posible y supuesta sublevación, pero fue un auténtico desastre: provocó tal ira que los mexicas se tornaron en una turba completamente incontrolable. O incontrolable, al menos, para los intereses de los españoles.
Cercados en el Palacio de Axayácatl y temiendo lo peor, los españoles enviaron a varios emisarios a intentar reconducir la situación; uno de ellos fue Cuitláhuac, uno de los pocos nobles que no habían perecido en la masacre del Templo por estar secuestrado junto a su hermano Moctezuma. No sabemos si por puro azar o en una calculada estrategia, lejos
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