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La mirada de Oriente: Rutas espirituales por Asia
La mirada de Oriente: Rutas espirituales por Asia
La mirada de Oriente: Rutas espirituales por Asia
Libro electrónico239 páginas2 horas

La mirada de Oriente: Rutas espirituales por Asia

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¿Hay otra manera de viajar, que no busque la imagen para compartir ni aspire a visitar el mayor número de lugares emblemáticos? ¿Qué escape del turismo masivo y excesivamente planificado? ¿Qué escoja aquellos lugares que destacan no solo por su belleza o singularidad, sino por su capacidad demostrada a lo largo de los siglos de sacudir por dentro a sus visitantes? ¿Lugares que abran la puerta a la espiritualidad y que susciten aprendizajes y transformaciones que nos proyecten a una vida más plena y menos estresante?

Alexis Racionero resume aquí y agrupa en posibles rutas los destinos que más le han impactado de India, Sri Lanka, Sudeste Asiático, China, Japón o el Himalaya. Desfilan ciudades, valles, monasterios, lagos, estupas, peregrinaciones similares al camino de Santiago, montañas veneradas a las que nadie nunca ha subido... Lugares llenos de magia, que atraen a locales y extranjeros, pero que no han perdido una esencia que nos invita a abrir las puertas de nuestra espiritualidad.

El libro también describe admirablemente las principales tradiciones religiosas que constituyen la luz de Oriente: el budismo, el hinduismo, el taoísmo, el sintoísmo, el zen... y plantea unas prácticas sencillas que nos permiten desarrollar aspectos como la aceptación de la vulnerabilidad, la desaceleración, el perdón... que nos invitan a llevar la espiritualidad y el aprendizaje del viaje a nuestra vida cotidiana.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento14 nov 2023
ISBN9788418604409
La mirada de Oriente: Rutas espirituales por Asia

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    La mirada de Oriente - Alexis Racionero Ragué

    Introducción

    La llamada de Oriente

    El viaje a Oriente

    Oriente es un territorio mitológico y casi legendario que uno dibuja en su imaginación. Todos podemos ser viajeros de la eternidad, como nos recordaba el poeta Basho en sus Sendas de Oku. Fletamos nuestros barcos y aviones, rodamos, transitamos y soltamos amarras, para cargar nuestras maletas o mochilas, contemplando cómo todos los días son viaje y nuestra casa misma es viaje.

    La revolución tecnológica nos ha permitido teletransportarnos a cualquier lugar, de forma virtual o en metaverso, pero este es un libro para viajeros románticos que sienten el ansia de vagar con el anhelo de descubrir nuevos territorios. Algo casi inalcanzable porque el planeta está hoy muy trillado. La globalidad destierra la diferencia, lo original y lo auténtico, pero no alcanza a aniquilar el viaje transformador que modela nuestra personalidad, haciéndonos ver facetas que teníamos ocultas o enterradas. Hay que huir de lo común. Salirse del orden establecido y adentrarse por las sendas de Oriente para percibir nuevos horizontes en los que percibir ciertos halos de espiritualidad. A veces, ocurre en el silencio de un jardín zen japonés o en el bullicio de las calles de Delhi, donde lo espiritual se entremezcla con el estruendo cotidiano. En la era del ruido es necesario aprender a calmar las olas de la mente y percibir lo más profundo de nuestro ser.

    Algo posee Oriente que nos revela lo que somos. Vagamos para conocer, pero al final, después de llamar a cada una de las puertas ajenas, nos encontramos a nosotros mismos. Muchos de los que emprendieron el viaje a Oriente lo hicieron para relacionarse con el otro, y hallaron su ser más esencial.

    Todavía recuerdo una conversación con Mark Dyczkowski, un gran especialista en tantra y shivaísmo. Estábamos en su casa de Benarés a orillas del Ganges, y con lágrimas en los ojos me decía que él emprendió la ruta a Oriente con apenas 20 años y ya nunca regresó. Han sido muchos los jóvenes anónimos e intelectuales reputados que se lanzaron a recorrer las fuentes de Asia y permanecieron o volvieron transformados. Desde Hermann Hesse a Somerset Maugham, pasando por Allen Ginsberg y Gary Snyder, Carl Jung o Joseph Campbell, así como grandes viajeros literarios como Colin Thubron o Norman Lewis. La mayoría de ellos descubrieron que el hombre sin espiritualidad se ahoga, tal y como precisaba el maestro Raimon Panikkar. Es preciso llevar luz a nuestra parte más profunda, más allá de dogmas o religiones. Hay algo que anida en nuestro interior, y en ocasiones, el viaje puede conducirnos hacia ese lugar. Algunas de nuestras preguntas existenciales pueden resolverse en Oriente o, al menos, se vislumbran con mayor nitidez. ¿Quiénes somos? ¿Qué da luz a nuestra alma? ¿Cómo es nuestra experiencia en el viaje de la vida?

    El alma vive confundida en estos tiempos de avatares ficticios que transitan por las redes sociales, construyendo falsas identidades. Nos olvidamos de ser personas, sometidos al culto del individuo. Los caminos de Oriente pueden abrirnos la mirada, desde la pobreza de las calles de India o Camboya, la inmensa sacralidad de las montañas del Himalaya, o la serena quietud de las gentes del Sudeste Asiático. Existe una pátina que imprime el budismo en lugares como Tailandia, Laos o la bella Birmania que los hacen muy especiales.

    Pero las enseñanzas del Buda son solo una fuente a la que acudir. Comprender que uno mismo es un ser espiritual y casi divino, más allá de toda religión, con la aptitud para mirar al interior, es un gran y moderno aprendizaje que caló en diversas generaciones. Al igual que lo ha hecho el yoga como herramienta o filosofía que nos enseña a flexibilizar el cuerpo y la mente, comprendiendo que todo es cambio como precisa el Tao. No podemos afrontar una realidad cambiante con una mente rígida. El viaje a Oriente no es tanto lo físico y los lugares recorridos, sino sus aprendizajes y filosofías, sin olvidar las experiencias. En mi caso puedo decir que son muchas las cosas que Oriente me ha aportado. Algo he aprendido acerca de quién soy, aunque no dejo de preguntármelo, pero ahora ya no tengo dudas de que hay una luz en nuestro interior que conviene cuidar y confortar. Siento lo sagrado cada vez que entro en un templo, tanto aquí como allá, pero también lo percibo ante la naturaleza que me rodea o cuando medito en mi intimidad.

    Este libro es una invitación para que cada uno trace su viaje a Oriente, con esa advertencia inicial de que este es un destino mitad real, mitad imaginario. La escisión entre Oriente y Occidente es hoy una quimera. Algo anclado en el pasado que nos gusta evocar pero que el mundo global se ha encargado de cancelar. Nos gusta hablar de un primer mundo, supuestamente rico y avanzado desde su opulencia tecnológica e industrial, y un mundo pobre de sociedades primitivas, ancladas en el pasado. La contradicción de esta impostada y clasista división reside en que quienes poseen la riqueza espiritual son los pobladores del supuesto tercer mundo. Mientras, aquí, en el mundo avanzado, nosotros los modernos urbanitas nos sumimos en un vacío muy profundo. La neurosis cotidiana y los males de la mente son ya la primera causa de enfermedad según la Organización Mundial de la Salud. Tampoco hay que pensar que Oriente es la panacea, si atendemos simple y llanamente a la experiencia de un viaje por Asia en el sentido más físico y materialista. Sin embargo, si a esto le añadimos un calado filosófico y cultural, podremos alimentar nuestra mente con vitaminas que la conducen a un camino de mayor bienestar. Igualmente, podremos escuchar o abrir la puerta a nuestra alma y a ese sentir espiritual que nos conforta. A veces, basta con experimentar el silencio, para traer lo trascendente y sagrado a nuestras vidas.

    Cada uno de los lugares que citamos en este libro es una oportunidad para abrazar la espiritualidad o para desarrollar aprendizajes diversos. De ahí que la descripción de dichos lugares venga acompañada de una práctica o lección. Son meras propuestas que el lector puede seguir inicialmente, y trascender o modificar cuando lo desee. La cuestión es aplacar esa necesidad de calmar la mente, abrir el corazón y dejarse llevar, más allá de la cadena de pensamientos que nos acosa. La inquietud despierta nuestros sentidos y la curiosidad, pero no puede guiar nuestras vidas, bajo esa forma de agitación que tanto padecemos. Mantener a raya el estrés o la ansiedad y sanar la depresión, pueden ser grandes retos para alcanzar la espiritualidad en el siglo XXI. Viajero se hace camino al andar. Adelante, no dejes de avanzar.

    Como nos enseña la Bhagavad Gita, uno de los textos más bellos de la tradición oriental, compuesto en forma de diálogo entorno al siglo II a.C. y el II d.C.:

    Solo tienes derecho a la acción,

    Pero nunca a sus resultados.

    No dejes que el fruto de la acción

    Sea tu motivo y al mismo tiempo

    No te abandones a la indolencia. [2.47]

    Quien se muestra siempre libre de apego

    Y no se regocija ante lo agradable,

    Ni siente disgusto por lo desagradable;

    Ese tiene la mente bien asentada. [2.57]¹

    El viaje a Oriente puede ser un recorrido iniciático o una bella senda de aprendizaje, si logramos despertar nuestra espiritualidad e incorporarla a nuestra cotidianeidad.

    Parafraseando al mitólogo Joseph Campbell, el camino es conocido, pero donde pensamos encontrar un monstruo, encontraremos un dios; donde habíamos pensado viajar al exterior, llegaremos al centro de nuestra existencia, y donde habíamos creído estar solos, estaremos con todo el mundo.

    Sobre el viajar

    Uno de los mejores consejos que he recibido a lo largo de mis viajes, es viajar ligero. Sin embargo, este es uno de los preceptos que más nos cuesta porque estamos acostumbrados a acumular y a necesitar. Cuanto más se viaja, más se aprende a desprenderse. No es fácil lograrlo, pero la experiencia como viajeros nos enseña a llevar lo imprescindible. Cuando uno va ligero, puede fluir con lo que acontece, pero si cargamos en exceso, seremos rígidos, intransigentes y con poca disponibilidad al cambio.

    Esto vale en un sentido global. No solo hablamos de la maleta sino también de la mente. El viajero que porta consigo todo tipo de expectativas, información e incluso prejuicios o ideas preconcebidas sobre el territorio que va a visitar, se pierde la experiencia por culpa del plan. Nos gusta el orden, saber lo que veremos y la planificación que nos montan las agencias. Incluso si no contratamos el viaje y lo hacemos de forma independiente, planeamos nuestras visitas para maximizar los resultamos. Medimos el éxito del viaje en función de la cantidad de monumentos o lugares visitados, lo cual constituye un error de base importante. Viajar no va de acumular millas o kilómetros, sino de vivir experiencias inolvidables y transformadoras. Para ello es preciso no correr. Hay que dar tiempo para conectar con la idiosincrasia de un país o territorio y empaparse de su genius loci.

    Si viajamos constantemente haciendo fotos que colgar en las redes sociales, nos perdemos la experiencia. Igualmente, si solo atendemos a monumentos y paisajes emblemáticos, nos estamos quedando con la postal del territorio que otro ideó. La idea de viaje que yo defiendo es esa que parte del ansia de vagar y la curiosidad por descubrir. Uno puede recabar información, conocer la historia del lugar y los espacios a visitar, pero una vez se llega, hay que dejarse llevar. Eso es lo que me han enseñado mis numerosos viajes a Asia. Tal vez las cosas funcionen con precisión en Japón o Singapur, pero en India, Vietnam o Birmania nada sucede como uno espera. Tampoco es así en China o la mayor parte del Sudeste Asiático.

    Otro error propio de los viajes en urna, que es como llamo a los tours en los que el viajero entra y sale de un autocar o furgoneta particular con aire acondicionado para visitar un país, es la falta de contacto con el exterior, con el otro, con el nativo de esa tierra desconocida a la que acudimos. Se puede viajar con amigos o con gente de nuestro entorno, pero dejar de hablar con las personas que aparecen en el viaje, es perderse la oportunidad de conocer de verdad una cultura. Pensamos que el idioma es una barrera, cuando no lo es. En Asia muchos hablan inglés y, si no, se comunican como pueden. La mayor parte de la gente es muy abierta.

    Si contemplamos un viaje espiritual o, cuando menos, transformador, es mejor hacerlo solo, aislándose del ruido de la familia o el grupo. Uno puede agotarse escuchando su diálogo interno, pero de ahí, probablemente, surja la necesidad de comunicar con el otro. De mis viajes a Asia, podría comparar los dos en los que me trasladé para rodar. En el primero, a India, con motivo del documental Rubber Soul, puedo decir que fue una experiencia inolvidable, cargada de ricas y profundas entrevistas que cambiaron mi forma de percibir la vida. Muchas eran a intelectuales nuestros pero, una vez en el viaje, se aparecieron personajes locales que no estaban previstos, aportando muchísimas cosas.

    En cambio, cuando fui al Tíbet con motivo de otro documental, titulado Railway to Heaven, para Casa Asia, padecí las consecuencias de no poder conversar con nadie. No estaba permitido filmar, y tuvimos que recurrir a la imaginación para plantar la cámara ante la magnitud del paisaje, pudiendo captar algunos de los ritos espirituales, como las postraciones ante el templo Jokhang de Lhasa, pero poco más. Al no realizar entrevistas, perdimos el contacto con la gente local y nuestra experiencia se empobreció enormemente. Desde entonces, siempre defiendo la idea de conversar con la gente local. De lo que sea, aprovechando cualquier excusa, quitándose esa capa de contención que llevamos los occidentales.

    Recuerdo cómo, en mi último viaje a Luang Prabang (Laos), meditando en uno de sus templos en activo, pude hablar con un joven monje

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