Tradiciones en salsa verde
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Ricardo Palma Soriano
Manuela Ricardo Palma Soriano, Lima, Perú (1833-1919), fue un escritor romántico, costumbrista, periodista y político peruano. Desde muy joven, comenzó su carrera literaria, ganan do el reconocimiento a tempra na edad. Gracias a su versatilidad, cultivó casi todos los géneros: poesía, novela, drama, sátira, crítica, crónicas y ensayos. Tuvo varios hijos, dos de los cuales siguieron sus pasos como escritores: Clemente y Angélica. En 1883, fue nombrado director de la Biblioteca Nacional y su esforzada labor para reconstruirla luego de la Guerra del Pacífico, le valió el apelativo de El Bibliotecario Mendigo. La obra con la que pasó a la posteridad está conformada por una serie de relatos de hechos históricos recreados con humor y picardía que se denominaron Tradiciones peruanas.
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Tradiciones en salsa verde - Ricardo Palma Soriano
La pinga del Libertador
Tan dado era don Simón Bolívar a singularizarse, que hasta su interjección de cuartel era distinta de la que empleaban los demás militares de su época. Donde un español o un americano habrían dicho: «¡Vaya usted al carajo!», Bolívar decía: «¡Vaya usted a la pinga!».
Histórico es que cuando en la Batalla de Junín, ganada al principio por la caballería realista que puso en fuga a la colombiana, se cambió la tortilla, gracias a la oportuna carga de un regimiento peruano, varios jinetes pasaron cerca del general y, acaso por halagar su colombianismo, gritaron: «¡Vivan los lanceros de Colombia!». Bolívar, que había presenciado las peripecias todas del combate, contestó, dominado por justiciero impulso: «¡La pinga! ¡Vivan los lanceros del Perú!».
Desde entonces fue popular interjección esta frase: «¡La pinga del Libertador!».
Este párrafo lo escribo para lectores del siglo XX, pues tengo por seguro que la obscena interjección morirá junto con el último nieto de los soldados de la Independencia, como desaparecerá también la proclama que el general Lara dirigió a su división al romperse los fuegos en el campo de Ayacucho: «¡Zambos del carajo! Al frente están esos puñeteros españoles. El que aquí manda la batalla es Antonio José de Sucre, que, como saben ustedes, no es ningún pendejo de junto al culo, con que así, fruncir los cojones y a ellos».
En cierto pueblo del norte existía, allá por los años de 1850, una acaudalada jamona ya con derecho al goce de cesantía en los altares de Venus, la cual jamona era el non plus ultra de la avaricia; se llamaba doña Gila y era, en su conversación, hembra más cócora o fastidiosa que una cama colonizada por chinches. Uno de sus vecinos, don Casimiro Piñateli, joven agricultor, que poseía un pequeño fundo rústico colindante con terrenos de los que era propietaria doña Gila, propuso a esta comprárselos si los valorizaba en precio módico.
ebook1―Esas cinco hectáreas de campo ―dijo la jamona―, no puedo vendérselas en menos de dos mil pesos.
―Señora ―contestó el proponente―, me asusta usted con esa suma, pues a duras penas puedo