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Tradiciones en salsa verde
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Libro electrónico49 páginas25 minutos

Tradiciones en salsa verde

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Libro lleno de humor que por su desparpajo y atrevimiento el mismo Ricardo Palma consideraba que estaba hecho para ver la luz en el futuro. Por ese motivo, estuvo oculto durante casi sesenta años. En pleno siglo XXI, aquí tienes el plato ya servido. Luce delicioso, pero, cuidado que pica. Y pica mucho.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento30 oct 2023
Tradiciones en salsa verde
Autor

Ricardo Palma Soriano

Manuela Ricardo Palma Soriano, Lima, Perú (1833-1919), fue un escritor romántico, costumbrista, periodista y político peruano. Desde muy joven, comenzó su carrera literaria, ganan do el reconocimiento a tempra na edad. Gracias a su versatilidad, cultivó casi todos los géneros: poesía, novela, drama, sátira, crítica, crónicas y ensayos. Tuvo varios hijos, dos de los cuales siguieron sus pasos como escritores: Clemente y Angélica. En 1883, fue nombrado director de la Biblioteca Nacional y su esforzada labor para reconstruirla luego de la Guerra del Pacífico, le valió el apelativo de El Bibliotecario Mendigo. La obra con la que pasó a la posteridad está conformada por una serie de relatos de hechos históricos recreados con humor y picardía que se denominaron Tradiciones peruanas.

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    Tradiciones en salsa verde - Ricardo Palma Soriano

    La pinga del Libertador

    Tan dado era don Simón Bolívar a singularizarse, que hasta su interjección de cuartel era dis­tin­ta de la que empleaban los demás militares de su época. Donde un español o un americano ha­brían dicho: «¡Vaya us­ted al carajo!», Bolívar de­cía: «¡Vaya usted a la pinga!».

    Histórico es que cuando en la Batalla de Junín, ganada al principio por la caballería realista que puso en fuga a la colombiana, se cambió la tortilla, gra­­cias a la oportuna carga de un regimiento pe­rua­no, va­rios jinetes pasaron cerca del general y, aca­so por ha­la­gar su colombianismo, gritaron: «¡Vi­­van los lanceros de Colombia!». Bolívar, que había presenciado las pe­ripecias todas del com­ba­te, contestó, dominado por justiciero impulso: «¡La pinga! ¡Vivan los lanceros del Perú!».

    Desde entonces fue popular interjección esta frase: «¡La pinga del Libertador!».

    Este párrafo lo escribo para lectores del si­g­lo XX, pues tengo por seguro que la obscena in­ter­­jección morirá junto con el último nieto de los sol­da­dos de la Independencia, como desaparece­rá tam­bién la proclama que el general Lara dirigió a su división al romperse los fuegos en el cam­po de Ayacucho: «¡Zambos del carajo! Al frente es­tán esos puñeteros españoles. El que aquí man­da la batalla es Antonio José de Sucre, que, como saben uste­des, no es nin­gún pendejo de junto al culo, con que así, fruncir los cojones y a ellos».

    En cierto pueblo del norte existía, allá por los años de 1850, una acaudalada jamona ya con derecho al goce de cesantía en los altares de Venus, la cual ja­mo­na era el non plus ultra de la avaricia; se lla­ma­ba doña Gila y era, en su conversación, hem­bra más có­co­­ra o fastidiosa que una cama coloniza­da por chinches. Uno de sus vecinos, don Casimi­ro Piñateli, jo­ven agricultor, que poseía un pe­­queño fundo rústico co­lindante con terrenos de los que era propietaria do­ña Gila, propuso a esta com­prárselos si los valorizaba en precio módico.

    ebook1

    ―Esas cinco hectáreas de campo ―dijo la ja­mo­­­na―, no puedo vendérselas en menos de dos mil pesos.

    ―Señora ―contestó el proponente―, me asus­ta us­ted con esa suma, pues a duras penas puedo

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