Perder la cabeza en el siglo XIX: Ensayos sobre historia de Colombia e Hispanoamérica
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Perder la cabeza en el siglo XIX - Alejandro Quintero Mächler
Perder la cabeza en el siglo xix
Perder la cabeza en el siglo xix. Ensayos sobre historia de Colombia e Hispanoamérica
Resumen
El conjunto de ensayos reunidos en este libro no representa un análisis exhaustivo del siglo xix hispanoamericano, ni una revisión comprehensiva de sus múltiples aristas. Más que demostrar, estos ensayos buscan indicar, en el sentido etimológico de señalar con el dedo: apuntan a un problema, no lo resuelven; plantean o sugieren una pregunta, pero no siempre la responden; llaman la atención sobre un asunto, como el primer plano de un largometraje, pero no impiden esquivar la mirada a quien así lo desee.
En gran medida, estos ensayos podrían incluirse en lo que se ha llamado historia intelectual o historia del pensamiento. Más allá de etiquetas, no obstante, abogan de modo abierto por una revalorización no solo de las fuentes primarias del siglo xix, sino también del lenguaje
mismo en que aún nos hablan: las frases hechas, los lugares comunes, las metáforas, las expresiones y el léxico que conformaban el catálogo compartido de recursos literarios con que entonces contaban los letrados para describir, interpretar y transformar el mundo que habitaban. Aquí no hay ínfulas de autoridad ni aires de verdad apodíctica; hay, eso sí, el convencimiento de que los temas abordados todavía nos interpelan como colombianos, como hispanoamericanos, como aficionados a la historia o como diletantes, adjetivo que injustamente ha pasado a tener una connotación negativa. Aunque consagrados al siglo xix, estos temas no han perdido un ápice de actualidad. Ojalá sus lectores se sientan motivados, por ello, a repensar fenómenos que tal vez habían dado por sentados o relegado al cajón de las obviedades.
Palabras clave: historia; historia hispanoamericana; historia intelectual; independencia; etimología; siglo xix.
Losing One’s Head in the Nineteenth Century: Essays on the History of Colombia and Latin America
Abstract
The essays gathered in this book do not represent an exhaustive analysis of the Hispanic American nineteenth century nor a comprehensive review of its multiple edges. Rather than a demonstration, these essays seek to indicate, in the etymological sense of pointing a finger: they point to a problem but do not solve it; they pose or suggest a question but do not always answer it; they draw attention to a subject, like the first shot of a feature film, but do not prevent anyone who wishes to do so from looking away.
To a large extent, these studies could be included in what has been called intellectual history or history of thought. Beyond labels, however, they openly advocate for a revaluation not only of the primary sources of the nineteenth century but also of the very language
in which they still speak to us: the idioms, commonplaces, metaphors, expressions, and lexicon that made up the shared catalog of literary resources then available to the educated to describe, interpret, and transform the world they inhabited. There are no pretensions of authority or airs of apodictic truth; there is, however, the conviction that the topics addressed still challenge us as Colombians, as Hispanic Americans, as history buffs, or as dilettantes, an adjective that has unjustly come to have a negative connotation. Although devoted to the nineteenth century, these topics have not lost their topicality. Hopefully, thus, readers will be motivated to rethink phenomena they may have taken for granted or relegated to the drawer of self-evident truths.
Keywords: history; Hispano-American history; intellectual history; independence; etymology; nineteenth century.
Perder la cabeza en el siglo xix
Ensayos sobre historia de Colombia e Hispanoamérica
Alejandro Quintero Mächler
Quintero Mächler, Alejandro
Perder la cabeza en el siglo
xix
. Ensayos sobre historia de Colombia e Hispanoamérica / Alejandro Quintero Mächler. – Bogotá: Editorial Universidad del Rosario, 2023.
viii
, 320 páginas: ilustraciones, fotografías.
Incluye referencias bibliográficas.
1. América Latina – Historia – Siglo
xix
– Ensayos. 2. Colombia – Historia – Siglo
xix
. – Ensayos 3. América Latina – Política y gobierno – Siglo
xix
– Ensayos. I. Quintero Mächler, Alejandro. II. Universidad del Rosario. III. Título.
980SCDD 20
Catalogación en la fuente – Universidad del Rosario. CRAI
DJGR
Marzo 29 de 2022
Hecho el depósito legal que marca el Decreto 460 de 1995
© Editorial Universidad del Rosario
© Universidad del Rosario
© Alejandro Quintero Mächler
Editorial Universidad del Rosario
Calle 12C n.º 8-40, piso 8
Teléfono: 601 2970200, ext. 3113
https://editorial.urosario.edu.co
Primera edición: Bogotá, D. C., 2023
ISBN: 978-958-500-134-3 (impreso)
ISBN: 978-958-500-135-0 (ePub)
ISBN: 978-958-500-136-7 (pdf)
https://doi.org/10.12804/urosario9789585001367
Corrección de estilo: Fernando Alviar Restrepo
Diseño de cubierta: César Yepes y Luz Arango
Diagramación: William Yesid Naizaque Ospina
Desarrollo de ePub: Precolombi EU-David Reyes
Hecho en Colombia
Made in Colombia
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El contenido de este libro fue sometido al proceso de evaluación de pares para garantizar los altos estándares académicos. Para conocer las políticas completas visitar: https://editorial.urosario.edu.co
Todos los derechos reservados. Esta obra no puede ser reproducida sin el permiso previo por escrito de la Editorial Universidad del Rosario.
Autor
Alejandro Quintero Mächler
Bogotano, nacido en 1985. Es historiador y filósofo por la Universidad de los Andes (Colombia). M. A. en Filosofía por la New School for Social Research (nssr) (ee. uu.). Doctor en Latin American and Iberian Cultures (laic) por Columbia University (ee. uu.). Actualmente, realiza una estancia posdoctoral en el Centro de Investigación de América Latina y el Caribe (cialc), en la Universidad Nacional Autónoma de México (unam). Sus artículos han aparecido en revistas académicas como Prismas, Revista de Historia Intelectual; Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura; Revista de Historia de América y Literatura Mexicana. También ha colaborado en Nexos (México), Revista de la Universidad (México) y Arcadia (Colombia). Este es su primer libro.
Contenido
Introducción
El imaginario arbóreo de la independencia
Bibliografía
Metáforas de la emancipación
Bibliografía
Retórica sangrienta
Bibliografía
Perder la cabeza en el siglo xix
Bibliografía
Experiencias del tiempo
Tiempo fundacional o refundacional
Tiempo acelerado
Detener y capturar el instante
Semántica del instante
Tiempo de la espera, conciencia del retraso
Tiempo de vanguardia
Tiempo restaurado
Tiempo sepulcral
Tiempo de la ruina
Tiempo resucitado
Tiempo pagano
Tiempo cíclico
Tiempo purgatorial
Cronologías violentas
Abismo temporal entre discurso y realidad
Tiempos sedimentados, temporalidades superpuestas
Bibliografía
La resignificación del concepto de genealogía
Bibliografía
Donde te cortan la oreja si no les gusta tu rostro
: el orientalismo hispanoamericano
Bibliografía
El imaginario insular colombiano
Bibliografía
Pintar la historia
Bibliografía
La Edad Media hispanoamericana
Bibliografía
La tierra del olvido
Bibliografía
Atesoramiento de monumenta
Bibliografía
La Nueva Granada, corazón de la revolución
Bibliografía
La mentalidad sacrificial
El sacrificio como valor comprehensivo
El ineludible teórico del sacrificio
De la mortificación al sacrificio
Argumentos y retórica sacrificiales
Pars pro toto
Sacrificio y expiación ficcionales
Las biografías y las memorias como modelos sacrificiales a imitar
La mujer, cordero sacrificial en el altar del matrimonio
Visualizar el sacrificio
Régimen cronológico sacrificial
El último sacrificio
Pugnas por la apropiación de los restos mortales
Sacrificio e industrialización
Bibliografía
El bronceado
del precursor
Bibliografía
La letra con verso entra
Bibliografía
A manera de epílogo. La destrucción de la gramática
Bibliografía
Una larga nota a pie de página
A mi mamá
Introducción
Los 18 ensayos compilados en este libro, salvo una o dos excepciones, se elaboraron en unos cuantos meses. Sin embargo, este feliz parto hubiera sido del todo imposible sin el período mucho más largo de gestación que lo antecedió: los cuatro años correspondientes a la concepción, investigación y redacción de mi tesis de doctorado, una exploración de los lenguajes sangrientos
con que los letrados hispanoamericanos del siglo xix, en Argentina, Colombia y México, interpretaban los fenómenos de violencia internacional y civil que los circundaban.¹ Como es natural, a lo largo de este tortuoso proceso de escritura académica fui soslayando y excluyendo fuentes, temáticas, preguntas y problemas que, si bien se desprendían de la tesis, en mi opinión no cabían en ella: o bien porque no encajaban en la estructura argumentativa del texto, al tornarlo muy pesado, o bien porque no pertenecían propiamente a un género literario que, como cualquier otro, cuenta con una serie de directrices y lineamientos específicos que lo hacen legible a una determinada comunidad, que le permiten ser aceptado, circulado y comprendido.
Cuando terminé la defensa de mi tesis, decidí volver a lo que había dejado de lado para dotarlo de una nueva forma. El acto de ir descartando lo no esencial había derivado en una acumulación de vetas inexploradas de investigación, de modo que unas se sobreponían a las otras en las carpetas de mi computador. Citas, extractos e inquietudes que me habían fascinado y que me había dolido editar reposaban almacenados, a la espera de una mano que les diera un molde en el que verterse. Como se trataba de una masa informe de fragmentos y miniaturas, me decidí por la libertad que otorga el ensayo, donde quizás, pensé, estas ideas sueltas se encontrarían al fin cómodas, a sus anchas. Más importante aún, me fui convenciendo de la relevancia de algunos de estos temas de historia hispanoamericana, muchos de los cuales no han recibido el tratamiento que merecen, pese a haber sido advertidos, una y otra vez, aquí y allá, por la literatura académica.
Huelga decir que el conjunto de ensayos aquí reunidos no es exhaustivo ni pretende serlo. No representa una introducción al siglo xix hispanoamericano ni una revisión comprehensiva de sus múltiples aristas. Más que demostrar, estos ensayos buscan indicar, en el sentido etimológico de señalar con el dedo: apuntan a un problema, no lo resuelven; plantean o sugieren una pregunta, pero no siempre la responden; llaman la atención sobre un asunto, como el primer plano de un largometraje, pero no impiden esquivar la mirada a quien así lo desee. Y esta característica, en lugar de una deficiencia, constituye una enorme ventaja: las más de las veces una amable invitación tiene mejor recibimiento, puede conducir a una mayor cantidad de lugares insospechados que la manifestación impositiva y categórica de supuestas certezas. Aquí no hay ínfulas de autoridad ni aires de verdad apodíctica; hay, eso sí, el convencimiento de que los temas abordados todavía nos interpelan como colombianos, como hispanoamericanos, como aficionados a la historia o como diletantes, adjetivo que injustamente ha pasado a tener una connotación negativa. Aunque consagrados al siglo xix, considero que estos temas no han perdido un ápice de actualidad. Ojalá sus lectores se sientan motivados, por ello, a re-pensar fenómenos que tal vez habían dado por sentados o relegado al cajón de las obviedades.
En gran medida, estos ensayos podrían incluirse en lo que se ha llamado historia intelectual
o historia del pensamiento
. Siendo menos pomposo, podría decir que representan un análisis del discurso
. Más allá de etiquetas, no obstante, abogan de modo abierto por una revalorización no solo de las fuentes primarias del siglo xix, sino también del lenguaje
mismo en que aún nos hablan: las frases hechas, los lugares comunes, las metáforas, las expresiones y el léxico que conformaban el catálogo compartido de recursos literarios con que entonces contaban los letrados para describir, interpretar y transformar el mundo que habitaban. Las citas textuales, en consecuencia, abundan en estas páginas: situadas en altorrelieve, puestas en primer plano, ellas son las verdaderas protagonistas de lo que sigue, y todas, sin falta, pasaron por un cuidadoso proceso de selección en que el gusto personal no fue el menor de los factores. Si consigo comunicar y compartir eficazmente esta fascinación mía, como lo espero, me sentiré más que satisfecho.²
Tal vez la mejor manera de iluminar el propósito de estos textos sea recurriendo a una comparación. Hacia 1924, el historiador del arte Aby Warburg (1866-1929), hijo de una adinerada familia de banqueros judíos, se embarcó en solitario en la que sería su obra magna, a la que consagraría sus últimos años de vida: el Atlas Mnemosyne. Laboriosa tarea que quedaría inconclusa, el atlas consistía de unas 60 tablas o lienzos negros a los que Warburg, en su inmensa biblioteca personal, fue adhiriendo con el andar del tiempo más de dos mil imágenes (fotos, recortes, reproducciones, dibujos, a veces de obras completas, a veces de detalles significativos), pertenecientes al acervo artístico de Occidente desde la antigüedad. De naturaleza portable, las imágenes no eran fijas sino montables y desmontables: podían trasladarse de lugar, despegarse y volverse a pegar de nuevo, ya en la tabla misma, ya llevándolas de una a otra distinta. Cada modificación, por supuesto, daba lugar a una nueva historia visual que se desplegaba en el ojo del espectador, quien se veía obligado a asumir una disposición activa: el atlas cobraba vida y, dinamizándose, se transformaba entonces en memoria viva
, en un montaje como forma de pensamiento
, una constelación
o caleidoscopio
estético, una iconología del intervalo
, una cartografía de migraciones visuales
y una red de cosas figuradas
, apelativos utilizados por Georges Didi-Huberman para definir el proyecto del alemán.
Obsesionado con lo que denominaba los Pathosformeln, o fórmulas emotivas
, Warburg creía posible, por ejemplo, distinguir motivos, gestos y expresiones emocionales propios de la Antigüedad clásica en el arte renacentista. La imagen cristiana de la Magdalena, en este sentido, al igual que la figura tiranicida de Judith, participaba de la ambigua iconografía de la ninfa
clásica: quedaba demostrado así que las imágenes gozaban de una Nachleben o supervivencia
de índole transhistórica y rastreable. El atlas se erigía, así, como el medio ideal para llevar a cabo una sintomatología
del mundo estético, de acuerdo con la cual la imagen artística sería la manifestación o expresión epidérmica de una suerte de inconsciente colectivo o un subterráneo devenir patológico, en el sentido específico de una historia subcutánea de las emociones. "Se trata —sentenciaba Warburg— de una máquina para pensar las imágenes, un artefacto diseñado para hacer correspondencias, para evocar analogías".³
Si no el mismo, un objetivo similar atraviesa estos ensayos. Aparte de indicar y señalar, ellos yuxtaponen
fragmentos de fuentes primarias que provienen de diferentes contextos. Y, del mismo modo que la iconografía warburgiana revelaba consonancias, resonancias y ecos entre culturas visuales distantes en el espacio-tiempo, así la yuxtaposición de extractos discursivos descubre continuidades, cortes y simpatías para el caso de Hispanoamérica en el siglo xix. De repente, estos extractos, antes aislados y solitarios, parecen detentar un poder increíble para regodearse en el entre líneas, en el espacio que adquiere contornos, definición y significado, precisamente cuando se ve limitado por elementos yuxtapuestos. Y no se trata únicamente de la red que tejen estas citas en cada texto por aparte; en otro nivel, también los ensayos mismos establecen estrechos vínculos entre ellos, perfilando un sustrato común: del uno al otro se repiten y se enhebran temas y preguntas, autores, alusiones, países e ideas. El resultado es un tejido o, lo que es lo mismo, un texto, un atlas Mnemosyne de la palabra.
¹Alejandro Quintero Mächler, Bleeding nations: blood discourses and the interpretation of violence in mid-nineteenth-century Spanish America (1838-1870). (Columbia University: 2020). La versión presentada al comité evaluador en mayo del 2020 puede consultarse en línea en la página de Proquest. https://www.proquest.com/pagepdf/2406633986?accountid=14598
²Para quien se vea acuciado por el afán de consultar directamente las fuentes utilizadas para ahondar en ellas o, por qué no, para refutar mis puntos de vista, toda cita viene acompañada de la mínima información necesaria para hallarlas. Al final de cada capítulo, además, se lista la bibliografía utilizada para escribirlo. Debo añadir que la inmensa mayoría de las fuentes primarias referidas están disponibles en repositorios en línea de libre acceso. Basta consultar sitios de internet como HathiTrust, Archive.org o las bibliotecas nacionales de los países respectivos para poder leerlas o descargarlas. Permanecen a un clic de distancia
, para usar una frase ya manida.
³Georges Didi-Huberman, The surviving image, phantoms of time and time of phantoms. Aby Warburg’s history of art (Pensilvania: The Pennsylvania State University Press, 2017).
El imaginario arbóreo de la independencia
*
El 29 de abril de 1813, el presidente de Cundinamarca, Antonio Nariño (1765-1823), mandó plantar en la plaza Mayor de Santafé de Bogotá un arrayán nativo de los Andes colombianos (Myrcianthes leucoxila). La ceremonia la presidió Juan José de Tobar y Andrade, alcalde ordinario, y los corregidores Luis Eduardo de Azuola y José María Chacón. El arrayán representaba la absoluta y entera independencia de la corona y gobierno de España
que el Estado había solemnemente proclamado
trece días antes, para usar la terminología de la Declaración de Independencia de Cundinamarca. El árbol de Nariño no fue el único que entonces se plantó en la Nueva Granada: en la ciudad de Cali y en la villa de Sogamoso, por ejemplo, también se sembraron árboles de la libertad entre 1814 y 1815, perpetuando una comprensión metafórica de lo arbóreo que venía sedimentándose, de manera acumulativa, desde el pensamiento mítico de la antigüedad, la iconografía alegórica cristiana —en que cruz y árbol están íntimamente ligados— y las revoluciones atlánticas. Según Mircea Eliade y los demás miembros del Círculo de Eranos, al árbol se lo ha asociado desde siempre, desde aquel in illo tempore del que hablaba el rumano, con lo que nace y está abocado a crecer: con la vida, la juventud, la inmortalidad y la sabiduría. No se trata de una casualidad: por su estructura, consistente en raíces, tronco y follaje, la imagen del árbol se presta a la perfección para reflexionar sobre genealogías, procesos, desarrollos y evoluciones; sobre lo sembrado y lo cosechado, sobre lo invertido y lo recaudado, sobre lo recibido y lo legado, lo abonado y lo cultivado. El pensamiento arborescente tiene el poder de evaluar y juzgar históricamente cualquier fenómeno histórico, como en nuestro caso la independencia y sus consecuencias.
Las ceremonias estructuradas en torno a lo arbóreo como símbolo de la libertad renovaban, actualizándola, toda una tradición revolucionaria occidental. Thomas Jefferson (1743-1826), en los recientemente emancipados Estados Unidos, había recurrido a la imagen en 1787 para subrayar que el árbol de la libertad
debía ser vigorizado de vez en cuando
con su fertilizante o abono natural: la sangre de patriotas y tiranos
. Siguiendo el ejemplo americano, los revolucionarios franceses plantaron múltiples árboles entre 1789 y 1794, tanto en su patria como en los países invadidos por el ejército republicano. Estas plantaciones fueron extensamente imitadas en la independizada Haití; allí, precisamente, donde la plantación había sido la base de la explotación colonial. En América del Sur, Simón Rodríguez (1769-1854), el polémico maestro de Simón Bolívar, reflexionaría sobre esta tradición para concordar en que es un concepto verdadero
que ‘el árbol de la libertad se ha de regar con sangre’… si por Libertad se entiende la Independencia
. De ahí en adelante el árbol se consolidó como locus discursivo para reflexionar sobre esta última, su sentido y verdadero alcance.
En tanto el imaginario arbóreo concretaba visualmente lo pensado desde distintas posiciones ideológicas, se convirtió desde el comienzo en un espacio contencioso y de disputa en la Hispanoamérica decimonónica. Al arrayán de Nariño, por ejemplo, no le faltaron críticos. En 1816, el cura de Tabio José Antonio de Torres y Peña (1767-1819) declaró en Santafé cautiva, libelo heroico y versificado, su oposición a la funesta revolución que trastornó el legítimo gobierno
, denigrando de paso el árbol funesto, en maldición fecundo
que sancionaba su novedad, así como sus frutos, que eran no solo la falsa libertad, horror y lutos
, sino además el borrar del monarca la memoria
. La oposición prosódica de Torres tuvo su reflejo en la realidad: una noche el arrayán, coronado, según algunos, por un rojo gorro jacobino, fue talado. Se plantó entonces otro, que fue arrancado de raíz, por lo que se decidió finalmente reemplazarlo por un olivo debidamente cercado. Hubo también quienes, en lugar de arrancar árboles, prefirieron plantar los suyos: así, Pablo Morillo (1775-1837) no bien se tomó Cartagena de Indias. El comandante del Ejército Pacificador invertía con ello el sentido de la libertad: antes de sitiar la ciudad amurallada, había suscrito un mensaje a los habitantes de la Nueva Granada
en que aseguraba que venía a sacarlos de la esclavitud
en que los tenían unos pocos hombres que trabajan por elevarse, ser vuestros verdugos y reírse de vuestra miseria
. Para entonces, lo arbóreo circunscribía un discurso apropiable por todo el espectro político, un discurso compartido en que se cifraba el significado mismo de la independencia.
Hacia mediados del siglo xix, tal como sucedió en el Río de la Plata o en México, el árbol quedó estrechamente ligado a proyectos refundacionales. En la Confederación Argentina, Bartolomé Mitre ensalzó la figura de José Rivera Indarte (1814-1845), letrado panfletario que se había opuesto sin miramientos ni decoro al gobierno dictatorial de Juan Manuel de Rosas (1793-1877) en Buenos Aires. Para Mitre, antirrosista furibundo y futuro presidente, que tras la caída del tirano jugaría un papel determinante en la consolidación política de la nación argentina, el árbol de la libertad había sido regado por la sangre de los mártires
, aquellos de los campos de batalla
y los de la inteligencia
, entre los cuales contaba al polémico Rivera Indarte. Pero lo arbóreo, de nuevo, no era privativo de un bando o una facción: el más influyente de los intelectuales rosistas, el napolitano Pedro de Angelis (1784-1859), también consideraba que las sociedades políticas son como los árboles, cuyo principio de vitalidad no reside en las ramas, sino en la raíz, y para los pueblos esta raíz es la independencia
. En su caso, por supuesto, se trataba de la independencia que garantizaba el régimen de Rosas con su sistema americanista, opuesto a los intereses imperialistas de Francia e Inglaterra en el cono sur del continente.
En México, los triunfantes intelectuales liberales que fusilaron al emperador Maximiliano de Habsburgo en 1867 recurrieron asimismo al árbol para enfatizar lo mismo la restauración republicana que el renacimiento cultural y la realidad de haber llevado a buen término una segunda independencia
. El general Vicente Riva Palacio (1832-1896), en el monumental El libro rojo (1870),¹ que recogería las hazañas sangrientas más determinantes de la nación mexicana, comparaba la revolución, desde un enfoque liberal, con un germen que debe convertirse en un árbol gigantesco
, un árbol que cubre con sus ramas a cien generaciones, cuyas raíces están en el pasado, cuya fronda crece siempre con el porvenir
. Unos 20 años antes, el conservador Lucas Alamán (1792-1853) se lamentaba de la decadencia nacional, el derrumbe político y la falta de continuidad cultural hispánica ante un México mutilado por los invasores estadounidenses. Y advertía que el árbol que simbolizaba a España, su tradición y su invaluable legado no podía talarse sin echar por tierra lo demás, como de hecho había sucedido en la primera independencia
, cuando semejante a aquel antiguo roble de que habla Virgilio
, sacude con majestad su elevada copa y vencido por fin, arrastra en su caída a los mismos que lo derribaron
.
En la Nueva Granada hubo quienes pensaron de modo similar a Alamán al juzgar los resultados de la independencia en el medio siglo. En 1861 José María Samper (1828-1888) comentaba, afín a los desencantados discursos de otros hispanoamericanos, que la seguidilla de árboles de la libertad, las más de las veces ignorados, podados o destrozados, no había producido sino despóticos tiranuelos, cuando no se habían marchitado por el constante riego de sangre, ya despojado de atributos renovadores. Seis años más tarde, su hermano mayor Miguel (1825-1899) sugeriría que para alcanzar la independencia auténtica se necesitaba, más que plantar árboles de la libertad, derribar aquel del legado colonial: El hacha volverá a penetrar pronto en el viejo tronco de la colonia
, aseguraba al proponer el desmonte del monopolio sobre la sal. Para otros, como el autor anónimo de un panfleto de 1863, Cuestión monjas, no se trataba simplemente de tronchar
el árbol colonial para que retoñara en seguida con más vigor
, lo que era tanto como hacer estéril la medida
. Por el contrario, en vista de que la amputación de un miembro trastorna siempre el sistema
, esta no puede ejecutarla sino una mano vigorosa y firme
, de cirujano implacable.
En 1869, el historiador José Manuel Groot (1800-1878) sumó su voz a la discusión, al indicar que el siglo xix podía visualizarse como una lucha entre dos tipos antagónicos de árbol: el primero, plantado antes de la independencia, antes del 20 de julio
, produjo una gran cosecha de hombres verdaderamente sabios como no se han vuelto a producir
. El segundo, por el contrario, tiene más de medio siglo de plantado, y mientras más estiércol se le arrima para abonarlo, menos produce; y si algo produce, el fruto es amargo
. El individualismo y las doctrinas francesas de la libertad, pensaba Groot, trasplantadas a suelo extraño, no podían dar buen fruto. Su amigo Miguel Antonio Caro (1845-1909), dogmático desde joven, no pensaba muy distinto: en una serie de furibundos artículos en El Tradicionista, dedicados a atacar la memoria del recientemente fallecido Ezequiel Rojas (1804-1873), fundador del Partido Liberal y máximo difusor de la doctrina utilitarista en Colombia, lo tildó de un árbol venenoso
, cuya muerte a nadie le quita el sueño
. De este modo, Caro y Groot reformulaban la imagen arbórea del liberalismo popular que, desde 1849, planteaba la disyuntiva entre un redivivo árbol de la libertad
y un rancio pero tenaz árbol de la aristocracia
o árbol colonial
, que se resistía a ser arrancado. Entre 1880 y 1900, la Regeneración empezó a promover su propia imagen de un árbol conservador, hispanista, centralista, el árbol de la libertad, el orden y la paz científica, con tan mala suerte que en 1890 recibió las burlas satíricas del caricaturista Alfredo Greñas: una de sus más punzantes caricaturas publicadas en El Zancudo, titulada "El árbol