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La hegemonía conservadora
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La hegemonía conservadora

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El periodo conocido como la "Hegemonía conservadora" cubre las tres primeras décadas del siglo XX y está delimitado por dos hechos que marcaron la historia de Colombia: la separación de Panamá en 1904 y la matanza de las bananeras en 1929, en los cuales Estados Unidos tuvo un papel trascendental. Estos le significaron paz y bonanza al país por cuenta del crecimiento de la industria cafetera y de la indemnización que el Estado recibió por el despojo del Canal de Panamá.
Este libro tiene su origen en la Cátedra de pensamiento Colombiano, espacio del que forman parte investigadores provenientes de diferentes áreas dedicados al estudio de las ideas en Colombia. Entre sus objetivos se encuentra la formación de conciencia sobre aquello que define el pensamiento nacional y, para lograrlo, se vale de la recuperación, el análisis y la crítica de la obra de escritores, músicos, estadistas y programas políticos y sociales que han pensado los problemas y ofrecido criterios de solución para esta época que conforma nuestra historia. Así, el estudio y la apropiación crítica de nuestra tradición en el campo de las ideas es condición para hacernos a una imagen más exacta del carácter de nuestra nacionalidad y de sus carencias.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento12 may 2018
ISBN9789587833126
La hegemonía conservadora

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    La hegemonía conservadora - Rubén Sierra Mejía

    2012.

    La paradoja del republicanismo

    Tomás Barrero

    EN UNO DE LOS

    estudios más serios sobre las primeras tres décadas del siglo

    XX

    , Darío Mesa (1984) sostiene con argumentos muy dignos de consideración que el movimiento republicano y la presidencia de Carlos Eugenio Restrepo pueden interpretarse como la segunda etapa de un proceso de modernización que había comenzado con el Quinquenio. A la maniobra partidista y sectaria de los gobiernos conservadores tradicionales, el republicanismo opuso una administración de equilibrio ideológico entre partidos basada en las garantías constitucionales para la oposición. Al ímpetu reformador, si bien poco ortodoxo, de Reyes en la vida económica, el republicanismo contestó con políticas de estabilización y fomento para la incipiente industria nacional. A las prebendas en los cargos públicos en las que incurrió el Quinquenio para mantener la gobernabilidad, el republicanismo replicó con un intento de imponer la meritocracia. ¿Qué se podría rescatar de un movimiento político que hizo de la divergencia propiamente política su principal adversario? ¿Qué conjunto de ideas fundamentales pueden ser defendidas sin recurrir a la ideología tradicional de los partidos? Dice Mesa al respecto: «¿Ideas? Ideas claras era lo que tenían el doctor Restrepo y su movimiento…» (Mesa, 1984, 129-130). Agrega a continuación un listado sumario:

    Ese pensamiento se hallaba constituido por las ideas claves de las revoluciones burguesas sobre la propiedad, los derechos políticos e individuales, la representación y el impuesto, la libertad de prensa, la separación del poder público y, en primer plano, la independencia del Estado frente a la Iglesia, sin la cual, ya sabemos, no existe el Estado moderno como organismo completo (Mesa, 1984, pp. 129-130).

    Con este texto quiero intentar, en un primer momento, una interpretación de esta ideología republicana en línea con el origen y el momento histórico del Partido Republicano que me permita reconstruir la identidad ideológica entre el republicanismo y ese Estado moderno al que alude Mesa. Pero, siguiendo la metodología historicista que el propio Mesa propone, mostraré en un segundo momento que la modernidad del republicanismo tuvo un enemigo interno, la tesis de la unanimidad moral católica que Restrepo defendió en sus documentos sobre la cuestión religiosa. En esta sección me voy a valer del debate entre Restrepo y Marco Fidel Suárez sobre la identidad ideológica o doctrinaria del republicanismo.

    El conflicto entre modernidad y tradicionalismo puede mostrarse en el caso concreto de la educación, en donde, argumentaré en un tercer momento, la posición del presidente republicano y de algunos de sus más eminentes seguidores señala una evidente ambigüedad entre un modelo educativo moderno y un modelo guiado por los preceptos morales de la religión tradicional. Las reformas educativas necesarias para darles forma a las nuevas clases productivas no siempre podían ponerse de acuerdo con las demandas de la Iglesia y su innegable influencia sobre el aparato educativo. Sostendré que la unanimidad moral tuvo un inapropiado cariz ideológico al que Restrepo tuvo que ceder durante su tiempo en la Presidencia. La paradoja republicana de la política sin identidad política es menos evidente de lo que liberales y conservadores como Alfonso López y el propio Suárez supusieron, pero también resulta mucho más aguda: la concepción de la educación pública difícilmente puede producirse sin elementos ideológicos que la sustenten.

    Republicanismo y modernidad

    El republicanismo como hecho histórico: una corriente minoritaria en la marea de sucesos tumultuosos

    Orientación republicana, sin duda la obra más importante de Restrepo, pretende demostrar dos tesis: i) en la historia de Colombia es posible reconocer, además de la pugna entre los dos partidos tradicionales, una ideología más noble y acorde con los intereses nacionales, una orientación republicana; y ii) algunos políticos colombianos, como Restrepo durante su administración presidencial, se han mantenido fieles a esa orientación. La primera es una tesis de filosofía de la historia; la segunda es una tesis acerca de la historia política colombiana. En esta sección voy a presentar una síntesis del origen histórico del republicanismo según Restrepo, con el objetivo de discutir en secciones posteriores la ideología republicana y algunas vicisitudes de su propuesta educativa en el gobierno.

    El republicanismo como movimiento político se desarrolla en una franja de tiempo muy precisa: del golpe de Marroquín a Sanclemente en 1900 a la compleja serie de acontecimientos que culminaron con la presurosa renuncia de Reyes en 1909. En esos nueve años, la figura de Restrepo se elevó de la dirigencia conservadora regional y la actividad periodística a la representación nacional.

    Todo comienza en el fragor de la Guerra de los Mil Días. Como parte de la dirigencia y la milicia conservadora, Pedro Nel Ospina y Restrepo son contactados en Bogotá para que apoyen el golpe de Estado que el vicepresidente Marroquín está fraguando contra el presidente Sanclemente. Ambos rechazan por escrito en El Correo de Antioquia las insinuaciones golpistas como rupturas inadmisibles de la institucionalidad del país y posiciones incoherentes con respecto a los principios del conservatismo histórico, lo que le vale a dicha publicación la censura oficial. El caos de la guerra, la crisis económica y la triste separación de Panamá generan tal impacto en buena parte de la dirigencia antioqueña —tanto liberal como conservadora— que surge la iniciativa de constituir unas Juntas Patrióticas para formular algunas salidas a la encrucijada que vive el país. A lo largo de 1904 esas juntas insisten en la necesidad de encontrar un diálogo fluido entre las dos colectividades históricas eliminando aquellas posiciones dogmáticas y partidaristas que las separan y encontrando puntos de encuentro nacional, como, por ejemplo, el respeto por la institucionalidad y la división de poderes, la preservación del territorio nacional, la pureza del sufragio y el reconocimiento de los derechos de la oposición.

    Este movimiento es regional, no solo antioqueño, como lo comprueban los mensajes intercambiados entre la Junta Patriótica de Medellín y la de Santa Marta. La Junta Patriótica se transforma en otra, dedicada al entendimiento entre los dos partidos y denominada «de Conciliación». La conforman políticos, industriales e intelectuales y cuenta con muy poca representación popular. Los republicanos reconocieron desde el inicio este carácter elitista. El republicanismo no fue un fenómeno de masas; su composición y las circunstancias políticas que lo rodearon no lo permitían. Fue, al menos en sus inicios, un movimiento de la élite regional contra la élite política concentrada en Bogotá; por su carácter regional promulgó desde el principio la necesidad de descentralización administrativa que corriera paralela a la ya evidente descentralización económica. De ahí la idea republicana de que el cobro de los impuestos debía correr paralelo a la representación política.

    Para 1904, la Junta de Conciliación había congregado un bloque de opinión capaz de confrontar a Marroquín y señalarle sus errores políticos y administrativos a través de un medio de divulgación, Vida Nueva. La polémica elección de Reyes fue atacada desde el principio por esta publicación como fraudulenta, y el inicio de un gobierno conservador con participación liberal pronto dejó de ser un motivo de alabanza para dar paso a una crítica por considerar este mecanismo como una forma velada de eliminar el control político. La oposición republicana a Reyes fue directa y eficiente, pero, a juzgar por el testimonio de Restrepo, el republicanismo no participó en la conspiración de 1905 debido a que la terna destinada a reemplazar al dictador no era representativa por no incluir liberal alguno. Varios de los supuestos conspiradores fueron apresados y enviados a Cartagena; uno de ellos era Enrique Olaya Herrera. Restrepo intercedió en aquel entonces por los presos políticos a través de Vida Nueva. En adelante, la gratitud de Olaya será explícita: participará en el gobierno de Restrepo como Canciller. Por su parte, Restrepo será determinante en la decisión de Olaya de aceptar la candidatura de 1930 y participará brevemente en ese primer gobierno liberal en calidad de ministro de Gobierno¹.

    En este tejido de relaciones personales, el republicanismo ganará terreno en la capital, sobre todo entre los intelectuales y los periodistas, como el mismo Olaya, Eduardo Santos y Agustín Nieto Caballero, uno de los personajes clave en la formulación de políticas educativas en Colombia. Entre tanto, y de acuerdo con los documentos citados por Restrepo, en los cuatro años siguientes la situación política se radicaliza y la mayoría de colaboradores de Vida Nueva son interrogados y a veces arrestados. Es el periodo de mayor actividad de Restrepo como escritor político y el de su confrontación abierta con Reyes, documentada en numerosas anécdotas. El desgaste del Quinquenio es irreversible y, en el momento del retiro de Reyes en 1909, el republicanismo ya es una fuerza política decisiva y consolidada como la única oposición real al reyismo.

    El republicanismo como doctrina: tolerancia y representación política, civilismo y superación de los caudillos

    Según Restrepo, la corroboración de la orientación republicana en la política nacional se puede detectar en las mismísimas palabras del Libertador al morir, pero adquiere fuerza y abunda en pruebas en la reconstrucción de las relaciones entre Núñez, los radicales y la Regeneración. La Constitución de 1863, con su casi completa exclusión de representación conservadora, solo sentó las bases del dogmatismo liberal, que derivó en todo tipo de prácticas autoritarias de Mosquera y en la revuelta conservadora posterior. Núñez se abstuvo de firmar en Rionegro y desarrolló una intensa actividad literaria en la que se oponía a la falta de garantías para la minoría y la ausencia de oposición que permitiera un control político efectivo sobre las decisiones del gobierno. En él ve Restrepo la primera figura de filosofía netamente republicana, y en el programa del movimiento regenerador, el primer ensayo genuinamente republicano de la historia colombiana.

    Pero los altos ideales de Núñez y su preocupación por el equilibrio entre las fuerzas políticas fueron acallados por sus debilidades morales y por la intransigencia de uno de los grupos que lo secundaba, el de Miguel Antonio Caro y Carlos Holguín. Esa tendencia se hizo evidente en la redacción de la Carta de 1886, que Núñez, tal vez por razones de corte intelectual, también se negó a firmar. La nueva Constitución otorgaba un poder casi absoluto al presidente y establecía un sistema de sufragio poco transparente y sujeto a todo tipo de presiones políticas, religiosas y hasta militares. Algunos miembros del conservatismo objetaron esa Carta por las mismas razones que algunos miembros del liberalismo habían objetado la de 1863. Restrepo ve en Núñez una preocupación por este estado de cosas que lo lleva a sugerir e impulsar una candidatura vicepresidencial moderada para las elecciones de 1892, la de Marceliano Vélez. Las veleidades de carácter del entonces presidente y la presión ejercida por el grupo intransigente le impidieron cumplir con la promesa empeñada de conformar la dupla vicepresidencial y lo llevaron a decidirse por Caro.

    En la incoherencia de Núñez entre su filosofía —la Regeneración como ideal— y su forma de actuar —la Regeneración como realidad— encuentra Restrepo el fracaso de la ideología republicana en su intención de transformarse en una opción de poder real. La negación de derechos, la persecución política y los vicios electorales desencadenarían una tenebrosa intolerancia y una reacción armada por parte de la minoría liberal inerme y sin representación. Aquí encontramos el primer elemento doctrinal que quisiera resaltar: el deber del republicano está, ante todo, en respetar las minorías y encontrar puntos de acuerdo entre estas y la posición predominante. El pilar sobre el que debe construirse la organización política es la tolerancia, entendida como respeto institucionalizado por las diferencias ideológicas, y no como renuncia a cualquier tipo de ideología:

    No significa la tolerancia —como muchos lo han pensado entre nosotros— ni falta de convicciones ni falta de firmeza en ellas. El republicanismo no es indoctrinario, como lo escribió D. Marco Fidel Suárez.

    La tolerancia solo implica respeto por las ideas ajenas, así como debe respetarse la persona, el carácter y los bienes ajenos, sin que ello quiera decir que no tengamos persona, carácter y bienes propios (Restrepo, 1930, 318).

    La tolerancia como principio de convivencia política y la representación como índice de tolerancia; ese es el primer elemento de la ideología republicana que quiero resaltar.

    La devastación física y económica que produjo la Guerra de los Mil Días, en la que Restrepo participó bajo el mando de Pedro Nel Ospina, fue la culminación lógica de esa exclusión política apoyada en ideales fanáticos y partidistas. En todos sus escritos como hombre público y presidente, Restrepo critica contundentemente a quienes piensan en la guerra como salida a los conflictos políticos y rechaza con claridad la figura del caudillo militar, tan en boga en esa época. Reyes y Uribe Uribe son dos de sus blancos favoritos. El primero por haber gobernado con ínfulas de emperador, pasando por alto toda la institucionalidad y modificando la Constitución a su medida; el segundo por perseverar en el elemento doctrinal y dogmático de la vida política y no establecer unas relaciones adecuadas con sus opositores ni con el Clero. Para Restrepo ambos personajes son un producto natural de la guerra, y la guerra es algo que se debe evitar por encima de todas las cosas, es la causa del atraso material del país y es la forma premoderna (bárbara) de dirimir diferencias ideológicas. Cualquier conflicto político tiene una sola vía de solución republicana: la civil, el intercambio civilizado de opiniones, que, de todas formas, es inevitable, dadas las diferencias que naturalmente existen entre grupos políticos. Un buen ejemplo de esta actitud puede encontrarse en los extractos del diario de campaña de Restrepo durante la Guerra de los Mil Días, en donde hace énfasis permanentemente en el respeto y reconocimiento de derechos de los vencidos. El segundo gran elemento en la ideología republicana es el civilismo, la tesis de que el conflicto debe ser encauzado a través de instancias que no permitan las vías de hecho.

    Un antecedente histórico íntimamente vinculado con el civilismo es la crítica implacable a la que somete Restrepo la administración de Reyes. En la figura de Reyes —y a nivel internacional, en la de Porfirio Díaz— encuentra todos los inconvenientes del líder mesiánico, tan caro a las ideologías dogmáticas. Toda la política del Quinquenio está plagada de defectos, como que la oposición liberal deba contentarse con aquella representación que el Presidente, en su magnanimidad, ha decidido otorgarle, y no en acuerdos permanentes. Tal interés de Reyes en tener representación liberal en el gobierno es una falsificación de la doctrina republicana, según Restrepo. La intención genuina es mantener las voces opositoras acalladas y hacerse a la mayoría de la representación parlamentaria sin recurrir a las elecciones. Otro punto neurálgico es la división territorial o, mejor, las sucesivas divisiones territoriales decretadas por Reyes. Es natural percibir cierta sensibilidad regional ante medidas como las iniciativas reyistas de trasladar el ferrocarril antioqueño a la Nación o disminuir el poder de los municipios y regiones modificando sustancialmente las atribuciones de las Asambleas Departamentales y, a la postre, sustituyéndolas por Consejos Administrativos designados directa o indirectamente por el Presidente. Las prácticas económicas de recurrir a las clases pudientes para financiar políticas de Estado y la perniciosa costumbre de emisiones de papel moneda sin respaldo real repugnan a Restrepo, que defiende una división territorial consensuada, una tributación fija y un fondo que permita soportar la emisión de dinero. La figura del caudillo, con su aureola de infalibilidad, es por completo opuesta a la idea de administración republicana, con representación minoritaria que incluya gobernadores y alcaldes, clara división de poderes y políticas económicas estables. Aquí encontramos el último elemento del republicanismo que quisiera resaltar: su desprecio por todo tipo de caudillos, su aversión por todo tipo de cesarismo.

    A partir de estos elementos el republicanismo estableció ante todo un método de gobierno que combinó el equilibrio en la representación y la despolitización de la posición oficial. Restrepo fue perfectamente consciente de que su propuesta no encajaba dentro del molde ideológico tradicional y que el republicanismo era una opción moderna o, en sus propias palabras, civilizada, opuesta a la barbarie auspiciada por los partidos Liberal y Conservador. Por ejemplo, en el segundo tomo de Orientación republicana podemos leer palabras como estas:

    Considerando que las bases fundamentales de la nueva política y de las ideas nuevas que tratábamos de implantar debían echarse sobre la tolerancia y construirse por medio de la conciliación, aún entre los elementos más opuestos, dirigí a ese fin mis primeros y más abnegados esfuerzos. Creía entonces y sigo creyendo, como lo dijo Hanotaux, que Civilización es Tolerancia (Restrepo, 1930, 311).

    La participación política reglada, entendida como transacción entre intereses sociales y económicos opuestos, correspondía mejor al mundo civilizado. En el medio político de la época esta posición dejó de ser la expresión de una opción ideológica tradicional para convertirse en la manifestación de la necesidad de un ente administrativo y garante de las condiciones necesarias para la lucha partidista, como lo corrobora este pasaje del discurso de posesión de Restrepo en 1910:

    Lejos de mí la idea de que se extingan los partidos políticos. No sería posible ni conveniente: ellos, como la prensa, deben funcionar en la órbita extensa de su legítima libertad, y contribuir a la labor republicana de Gobierno, como órganos necesarios de la opinión pública. Aspiro a que el Gobierno se sobreponga a las pasiones exageradas de esa misma opinión, y respetándola, sea juez imparcial donde toda aspiración legítima tenga amparo. Tal vez así se consagre a los deberes de la Administración y deje a la prensa las lides apasionantes de la política (Restrepo, 1982, 125)².

    Durante el gobierno de Restrepo esta renovación ideológico-administrativa habría de enfrentarse con obstáculos prácticos considerables.

    El republicanismo como realización: transacción y reforma

    La administración republicana no fue fácil debido, sobre todo, y aquí comparto el diagnóstico de Brugman (2001), a las estructuras económicas y sociales imperantes en el país. En los documentos oficiales y privados que Restrepo cita se queja permanentemente de las viejas prácticas políticas y de las dificultades para conformar un gobierno representativo.

    La injerencia de la Iglesia en las elecciones, las presiones del nacionalismo extremo y la voracidad del bloque liberal pusieron a prueba la débil estructura política republicana. El tomo II de Orientación republicana es una prueba documental de las permanentes dificultades del presidente Restrepo para encontrar colaboradores convencidos para su programa político civilizador. En buena parte de sus medidas reformadoras, ya fuera en el campo económico, o en el campo meramente legal, el Republicanismo fue obstruido sistemáticamente por los bloques conservador y liberal. Rápidamente los partidos se reagruparon para oponerse al gobierno, los conservadores bajo el mando de Concha y los liberales bajo el mando de Uribe Uribe. No es extraño, por tanto, que la transacción con los elementos moderados de esos bloques fuera la única salida que encontró Restrepo para garantizar la gobernabilidad. En algunas carteras la situación política fue realmente compleja: por ejemplo, en el Ministerio de Gobierno, la designación de Jorge Roa generó todo tipo de conflictos por su sectarismo, y Restrepo se vio obligado a apartarlo del cargo³. En Instrucción Pública las cosas no parecen haber sido más fáciles. Los conservadores Mariano Ospina Vásquez, Pedro María Carreño —un verdadero comodín ministerial de Restrepo—, José María González Valencia y Marco Fidel Suárez se sucedieron en el corto espacio de dos años. Únicamente Carlos Cuervo Márquez parece haber gozado de la estabilidad que requerían las reformas educativas.

    En esas condiciones, el margen de maniobra del gobierno fue mucho menor de lo necesario para imponer su ideario, pero mucho mayor en términos de cultura y educación política de las élites, y aquí me opongo a la lectura de Brugman (2001). Aunque los republicanos previsiblemente perdieron el poder en la elección presidencial de 1914 representados por Nicolás Esguerra, la influencia del republicanismo no fue de corto vuelo. Por el contrario, fue directa, aunque tuviera que esperar hasta la República Liberal para hacerse visible; a nivel político se dio a través de Olaya Herrera y Eduardo Santos, dos republicanos confesos en su tiempo; a nivel cultural se dio a través de uno de los grandes ideólogos de la educación en Colombia, Agustín Nieto Caballero.

    Como evidencia a favor de esta afirmación conviene tener en cuenta la Convención Republicana de 1915, en la que todos ellos participaron. En el «Manifiesto republicano» (Autores Varios, 1915a) se establecen los lineamientos centrales de esos ideales burgueses a los que se refiere Mesa, como, por ejemplo, la reforma electoral, la modificación de la instrucción pública, las reformas al servicio civil y diplomático apoyadas en la formación de un grupo de tecnócratas, ley de presupuestos y política fiscal de austeridad, plan de Obras Públicas, legislación obrera y creación de un fondo para la amortización de papel moneda. Literalmente, todos los elementos necesarios para el tránsito del Estado decimonónico de Marroquín a un Estado sensible a las fuerzas de la producción industrial y capaz de hacerles frente a los retos del capitalismo. No me parece exagerado afirmar que Santos y Olaya pasaron del periodismo liberal doctrinario a la vida política activa de la mano del republicanismo, ni que sus primeras experiencias como estadistas están marcadas claramente en su trabajo conjunto a favor de la concordia política dentro de la agrupación creada por Restrepo⁴.

    Quizás el experimento republicano fue para los jóvenes liberales una opción legítima de salir del ostracismo al que los había reducido la hegemonía conservadora y de emanciparse al mismo tiempo de la todopoderosa tutela de derrotados jefes militares como Uribe Uribe y, en menor medida, Benjamín Herrera. Una opción civilista, moderna y respetuosa de la oposición que parecía más acorde con los tiempos y las necesidades históricas, una especie de aprendizaje para que los jóvenes liberales estuvieran en condiciones de llegar al poder, por fuerza debía resultar atractiva para un partido reducido a la minoría y excluido a veces formalmente, casi siempre en la práctica, de las instancias de decisión⁵.

    He aquí una ideología con ideas sustantivas. Esa ideología moderna contenía, sin embargo, un rezago, un elemento atávico que provenía de ciertos principios religiosos y que, en conjunción con la modernidad de la reforma de Instrucción Pública republicana, da como resultado un conflicto doctrinario muy interesante e ilustrativo de la época.

    Republicanismo y conservatismo

    Religión y política en Restrepo

    Dice Mesa en un pasaje en el que describe el espíritu de Reyes como administrador:

    […S]u divisa fue, de modo casi natural, la de «menos política y más administración». Pasemos por alto la ingenuidad o la malicia: en esa divisa había, obvia y fundamentalmente, política, pero no de la que le gustaba a los «viejos y queridos odios» (Mesa, 1984, 110).

    Por una ley de atracción entre opuestos, esta opinión se podría adaptar para describir la posición republicana con respecto a la religión: debe haber una separación entre Iglesia y partidos políticos, pero a la larga no puede haber una separación entre Política de Estado y Religión. Quisiera desarrollar las consecuencias extrañas que trajo esta tesis y mostrar que hay también más ingenuidad que malicia en ella⁶.

    La relación entre política y religión en el republicanismo tiene un antecedente inmediato: se trata de la renuncia del general Ramón González Valencia a la Vicepresidencia durante la administración Reyes, inducida por el nuncio Ragonessi. El general González, un político carismático y un católico convencido, cede parte de sus derechos políticos a causa de la fe que profesa. La intriga política se vale del sentimiento religioso. Restrepo se resiste a esta intervención y la denuncia en sus escritos. Uno de los más iluminadores es el discurso que pronuncia en Medellín al salir electo:

    La única persona que en Colombia no tiene hoy derecho a pertenecer a ningún partido político soy yo.

    He sido conservador, pero en el puesto que se me ha señalado no puedo obrar como miembro de ninguna parcialidad política. Desde la Presidencia veré en los colombianos tan solo compatriotas, cuyos derechos debo proteger a todos igualmente.

    Nací en Antioquia, pero como Presidente de la República no seré más que colombiano.

    Soy católico, pero como Jefe Civil del Estado —dándole a la Religión Católica las garantías que le reconoce la Constitución Nacional— no puedo erigirme en Pontífice de ningún Credo y solo seré el guardián de las creencias, cualesquiera que sean, de todos los colombianos (Restrepo, 1930, 17-18).

    La problemática relación entre Política y Religión tiene antecedentes en el testimonio que cita Restrepo en un documento privado sobre la cuestión religiosa que nunca envió a la Santa Sede. Ese documento no deja dudas con respecto a la relevancia de la cuestión religiosa para el republicanismo. En él se afirma que en 1909 los dirigentes de ambos partidos firmaron una carta en la que se predicaba la separación de Iglesia y política. De acuerdo con Restrepo, dicho documento seguía una orientación que, en sus propias palabras respondía al anhelo de acuerdos políticos y respeto de la religión: «A esta tendencia de concordia en el campo político y de respeto al Catolicismo en Religión, se le dio el nombre de Unión Republicana» (Restrepo, 1982b, 166; las cursivas son mías). Así pues, el proyecto republicano está ligado desde su origen a dos pretensiones fundamentales: una determinada posición frente a la religión y un espíritu de concordia y colaboración entre los partidos políticos.

    En ese mismo documento, Restrepo se refiere a las indeseables intromisiones de la política en la religión y de la religión en la política. Recoge testimonios según los cuales los sacerdotes predican el odio hacia el opositor y la conveniencia de las vías de hecho. Esa actitud beligerante se propicia desde dos periódicos de filiación católica, La Sociedad y La Unidad, dirigido este último por Laureano Gómez, un joven ingeniero educado por los jesuitas. Tal procedimiento es contrario a las disposiciones papales de León XIII en la encíclica Sapientiae Christianae, cuando aconseja a la religión que no descienda al campo de la política para no quedar presa de las veleidades de la opinión pública. La religión, en la medida en que es verdad atemporal, no debe estar sujeta a votaciones; la política, en la medida en que es falible, admite diferencia de opiniones (Restrepo, 1930, 295, 298). Se pretende conciliar así dos ámbitos de la vida humana, la relación del hombre con su creador y la relación del hombre con otros hombres. La primera se supone no ideológica y debe ser aceptada por unanimidad, la segunda es ideológica y puede cambiar con el tiempo y el desarrollo histórico.

    Es fundamental señalar que en sus escritos sobre la cuestión religiosa Restrepo insiste en la distinción entre dos tipos de política: la búsqueda del bien común y la política partidarista. Los sacerdotes, como maestros de verdad, no pueden hacer parte de las luchas de partido, siempre sectarias y parciales. La alternación democrática en el gobierno «es un hecho a la vez legal, natural y absolutamente inevitable» (Restrepo, 1982b, 182). La tesis republicana en este punto se concentra en afirmar dos cosas, la primera es que puede y debe haber una separación de la Iglesia y los partidos. La segunda es mucho menos evidente, toda vez que consiste en decir que hay una política no partidarista que es la única que parece garantizar esa separación y que se concentra en el bien común como objetivo fundamental. En la medida en que haya un gobierno de partido —sea el que fuere—, las posibilidades de que la necesaria tolerancia religiosa se produzca se reducirán y, probablemente, desaparecerán. La política no partidarista debe incluir un respeto por la Religión Católica y una neutralidad en todos los otros frentes.

    En dos cartas, una dirigida a Lázaro Escobar y otra a su hermano Nicanor Restrepo, encontramos fragmentos esclarecedores de su posición con respecto a la religión, la civilización y la política. El primero reza así:

    Es indudable lo que Ud. anota y es que el país no quiere sino vivir en la barbarie de tradiciones no digeridas ni analizadas: ya ve cómo las grandes masas se han concentrado y gritan los viejos gritos de las hordas guerreras.

    Combatirlas por la violencia es emplear los mismos medios que queremos extirpar; no hay más camino que seguir empleando los métodos republicanos que hemos preconizado: libertad y tolerancia.

    No debemos olvidar que hoy los dos grandes peligros para nuestras ideas son: la bandera religiosa y la bandera antirreligiosa (Restrepo, 1982b, 318).

    El segundo es todavía más claro:

    Sigo creyendo en la necesidad permanente de nuevas organizaciones políticas, de carácter muy distinto del que hoy tienen; deberán abandonar la cuestión religiosa, que los unos pretenden resolver atacando el sentimiento más alto, más respetable y más general que existe en Colombia; y los otros, tomando el estandarte de Cristo y arrastrándolo por calles y plazas, por comicios y trapisondas: los partidos del porvenir se situarán en el terreno puramente social y en el económico, que es donde hoy están peleando sus batallas los pueblos civilizados (Restrepo, 1982b, 282).

    La civilización, tal vez interpretada en el sentido de modernidad delineado por Mesa, ya no corresponde a la irreligiosidad pregonada por el ala radical del liberalismo, ni a la religión como fundamento de toda ideología del conservatismo más cerrado. La necesidad de una fundamentación ideológica muy otra a la religiosa puede ser interpretada como una forma incipiente de separación de Estado y Religión. El paso de la civilización marca la hora de que Clero y el Gobierno se abstengan de participar en las luchas partidarias. Este para cumplir con su papel de mediador, aquel por ser representante de la fe verdadera.

    La disputa por la identidad ideológica:

    Restrepo vs. Suárez

    Pero este pulcro esquema se enfrentó repetidamente con un problema puramente práctico: la injerencia de la Iglesia en la educación. En un par de textos reveladores (Restrepo, 1982c, 166), el presidente republicano nos muestra en carne propia la paradoja del republicanismo. La designación de algunos inspectores de Instrucción Pública es un motivo de malestar entre el clero, por no tratarse de conservadores y católicos practicantes. Por otra parte, la tesis republicana en política dicta que la división de representación de liberales y conservadores debe ser paritaria. La solución que encuentra Restrepo es mantener en el Ministerio de Instrucción Pública a conservadores católicos que satisfagan al Clero. Tenemos una espléndida síntesis de algunas de las dificultades que enfrentó Restrepo en los pasajes que le dedica Marco Fidel Suárez a la administración republicana en los dos primeros tomos de Los sueños de Luciano Pulgar. Suárez, el presidente paria, era uno de los más ilustres representantes del conservatismo católico nacional y, por ende, uno de los candidatos ideales para hacerse cargo de Instrucción Pública. La elección de Suárez tenía un matiz político adicional porque desde 1911 era el primer designado ante el Congreso. Sin embargo, esta transacción política no produjo el resultado esperado:

    En el año de 1911 acepté el puesto de primer designado con que el congreso se dignó honrarme, y lo acepté con el exclusivo fin de que el presidente Restrepo pudiera trabajar tranquilo por esta parte […] [M]i elección equivalía prácticamente a dejar vacante la designatura por estar yo alejado de la política militante y resuelto a no usar de aquella designación sino para mantenerla en inactividad incompleta. Algún tiempo después me honró el señor Restrepo con el nombramiento de ministro de instrucción pública, que por lo pronto rehusé aceptar en virtud de reflexiones análogas a las que acabo de exponer; pero sabiendo después de buena fuente, que mi aceptación podría influir en favor del bienestar de aquel magistrado, no vacilé en recibir el referido ministerio. Después de algunos meses lo renuncié por haberse suscitado entre los dos alguna diferencia de mucha entidad (Suárez, 1954, t.

    I

    , 63-64)⁷.

    El resultado de esa diferencia aparentemente coyuntural es una diatriba contra el movimiento republicano y, en particular, contra su naturaleza indoctrinaria⁸. A lo largo del ataque a ese partido ocasional y sin sustancia ideológica (Suárez, 1954, t.

    II

    , 221-222), Suárez utiliza una y otra vez la unanimidad moral como arma retórica que se fundamenta, según él, en la experiencia histórica, en la lógica y en la autoridad intelectual indiscutible de José Manuel Rivas Groot, Mariano Ospina y Miguel Antonio Caro. Suárez sostiene la idea de que el conservatismo es por necesidad republicano porque los conservadores genuinos defienden el Concordato y el fuero de la Iglesia con respecto a la educación pública (Suárez, 1954, t.

    I

    , 112-114), y afirma que la única diferencia real, de mucha entidad, entre liberales y conservadores reside en su concepción de las relaciones entre Iglesia y Estado. ¿Cómo puede ser posible que dos escritores tan distanciados puedan utilizar la misma premisa fundamental en su argumento? En otras palabras, ¿cuál es el medio ideológico idóneo para que la tesis de la unanimidad moral en torno a la religión católica florezca? ¿Un pensamiento tradicionalista como el de Suárez o un pensamiento modernizante como el de Restrepo?

    El examen de los textos de Suárez en contra del Republicanismo muestra cuál es el precio ideológico de la unanimidad moral. Hay tres sueños en los que se ocupa del republicanismo con algo de detalle: «El sueño del partido católico», «El sueño del compromiso» y «El sueño de la oligarquía». El primero (Suárez, 1954, t.

    I

    , 228-245) discute la necesidad de organizar un partido católico para garantizar los derechos de la mayoría católica colombiana. El análisis de Suárez es sospechosamente parecido al de Restrepo, toda vez que parte de la unanimidad moral como principio de derecho y sostiene que, en un Estado que respeta el Concordato, no es necesaria la existencia de un partido católico. El Partido Conservador es el que mejor interpreta ese orden, que no es otro que el de la Constitución de 1886⁹, y como asociación política es suficiente para representar y defender los derechos de los católicos. Así pues, siempre que la unanimidad moral católica esté representada tácitamente en el partido gobernante y la Constitución, el partido católico es prescindible. La base de acuerdo no es un modelo moral inocuo, sino un partido político histórico.

    El segundo sueño (Suárez, 1954, t.

    II

    , 160-176) ataca de un modo directo las posiciones expuestas por Restrepo en la revista Colombia y reproducidas parcialmente en el segundo volumen de Orientación republicana. Histórica y sociológicamente la identidad de los partidos se ha cimentado en la diferencia religiosa, o bien en torno a la defensa de la religión católica, o bien en torno a las logias masónicas y el racionalismo. No es posible definir un partido histórico y que represente un grupo social real sin que se tome posición con respecto a la cuestión religiosa porque, como argumenta Suárez en el tercer discurso (Suárez, 1954, t.

    II

    , 216-231), no existen diferencias administrativas ni de organización política que puedan explicar la persistencia de las diferencias ideológicas. No hay una orientación republicana que no sea católica porque ninguna posición genuinamente republicana puede estar al margen del hecho histórico y sociológico de la unanimidad moral. La tolerancia como civilización del republicanismo carece de sustancia porque, o bien se basa en el principio evidente de que la fuente de toda tolerancia y de toda civilización es la religión católica, o bien pretende introducir un elemento de racionalismo malsano e incoherente a la base del entendimiento político. Por todas estas razones, de la misma forma que la facción nacionalista terminó formando parte del Partido Conservador, la facción republicana de conservadores moderados terminará asociándose al liberalismo:

    Es el mismo fenómeno en el fondo, aunque opuesto en el resultado, del republicanismo, excogitado al principio como partido moderado y equidistante, pero que al fin se ha trocado en puente hacia el liberalismo. Los liberales nacionalistas, por regla general, fueron poco a poco declinando hacia los conservadores; los conservadores republicanos mucho a mucho se han ido ladeando hacia los liberales (Suárez, 1954, t.

    II

    , 47-48).

    El elemento de civilización y tolerancia sin doctrina católica solo puede presentarse en el liberalismo, y por esa razón la ideología republicana dejará de ser un ente de razón en el momento que adquiera consciencia de su cercanía ideológica con el racionalismo liberal. El precio de la legitimidad histórico-jurídica de la unanimidad moral parece ser aceptar toda la ideología conservadora tradicionalista y abandonar toda pretensión de neutralidad política.

    El ataque de Suárez, falaz o no, resulta valioso en su doble dimensión de percepción política del republicanismo por parte del conservatismo tradicional y testimonio fundamental de un funcionario del gobierno republicano encargado de la Instrucción Pública. Es, a la vez, la reacción de un conservador tradicional y formado en el principio de autoridad con respecto a la religión y la expresión de uno de los elementos clave en la transacción política ideada por Restrepo. La propuesta educativa republicana parece confirmar el diagnóstico de Suárez. Basada en la unanimidad moral como hecho histórico, sufrirá en parte por las restricciones más bien tradicionalistas que Restrepo se impuso durante su gobierno, en parte por ausencia de conservadores tradicionalistas que la ejecuten. Solo podrá articularse luego de su administración en la Convención Republicana de 1915, aunque con un énfasis liberal cada vez más claro.

    La paradoja del republicanismo

    Modernidad y tradición: el caso de la Instrucción Pública

    El delicado problema de las relaciones entre los intereses metodológicos y científicos de la Instrucción Pública y los intereses morales de la Iglesia y el Estado tiene una larga y compleja historia en Colombia. El Estado, interesado en el desarrollo material y preocupado por la escasez de trabajadores entrenados para la producción industrial, intentó reformas educativas en las que el componente técnico tuviera una función mínima, y que no se vieran como un peligro moral-ideológico en los sectores más tradicionalistas. En concreto, durante la presidencia de Eustorgio Salgar se propuso la reforma de instrucción pública de 1870, que recogía los métodos pedagógicos de Pestalozzi, Froebel y Herbart e incluyó la contratación de profesores alemanes y la publicación del semanario oficial Escuela Normal. Dicha reforma fracasó por carencias materiales de todo tipo, pero sobre todo porque algunos de los profesores extranjeros eran protestantes y se los percibía como una amenaza para el catolicismo de la Nación (Helg, 1987, 25-26).

    El ansia modernizante de Reyes tampoco se detuvo ante el campo educativo pero su sagacidad política le permitió transigir con la Iglesia, como lo muestra la reforma de 1903-1904 —conocida como ‘Ley Uribe’—, que creó el Ministerio de Instrucción Pública y gracias a la cual se abrieron el Instituto Técnico Central y la Escuela Central de Institutores, ambas a cargo de los hermanos de las Escuelas Cristianas provenientes de Francia. Pero, de acuerdo con una de las más reputadas historiadoras de la educación en Colombia, el ímpetu transformador se detuvo en 1910, y las reformas educativas tuvieron que esperar hasta el gobierno de Pedro Nel Ospina (Helg, 1987, 32). ¿Cómo podríamos explicar este hecho en el contexto de un movimiento reformador como el republicanismo? Por supuesto, podríamos citar la crisis económica y el estado ruinoso del Tesoro Público como causas principales de esta interrupción abrupta. Sin embargo, de los informes de los Ministros de Instrucción Pública en 1911 y 1913 se puede colegir que el incremento de los educandos osciló entre un 25 % y un 20 %¹⁰. Además, durante el gobierno republicano se creó la pensión para profesores públicos a cargo del Gobierno Nacional mediante la Ley 114 de 1913. Los recursos materiales y las disposiciones legales favorecían un cambio educativo que no se produjo con la profundidad y en la medida que la administración republicana esperaba.

    Creo que en el relato de las vicisitudes de las reformas republicanas no podemos dejar de lado factores propiamente ideológicos derivados de la tesis de la unanimidad moral en torno a la religión como uno de los pilares fundamentales del Estado. Cuando la unanimidad moral se toca con una política de Estado, como la Reforma Escolar consignada en la Convención Republicana (Autores Varios, 1915b, 21-27), me parece que la paradoja de la neutralidad parcializada se hace explícita. En ese documento que contiene el modelo republicano de Instrucción Pública, Agustín Nieto Caballero, Rafael Ucrós y Alberto Corradine realizan un diagnóstico desolador de la situación educativa en Colombia y una propuesta modernizante:

    Qué de raro que nuestros métodos sean anticuados y nuestros programas escolares pésimos si tan rara vez aparece un hombre preparado que se resuelva a violentar el medio, quizá más por miedo que por otra cosa, huimos de lo nuevo. Lo nuevo es un fantasma. Así, no es extraño que haya una moral del miedo, que se entiende como moral de la prudencia, pero que es al fin y al cabo una debilidad ignominiosa. Lo curioso es que a estos problemas de métodos en la escuela no se les pueden presentar argumentos de secta o de partido. En verdad los nuevos sistemas no pertenecen hoy a ningún credo político o religioso: son puramente científicos. Ni siquiera hay que evocar en su nombre la tolerancia. Tolerante o no, todo ser racional ha de aceptarlos como se acepta una operación aritmética, o una reacción química, por más que uno quiera ser intransigente. Mas llega el miedo, llega la oposición a lo nuevo porque es nuevo, y la rutina sigue (Autores Varios, 1915b, 22-23).

    El modelo que ataca el republicanismo es el escolástico, fundamentado en la autoridad y la memorización; es decir, el modelo en el que se educó Suárez. El nuevo sistema educativo se opone a la vieja rutina del miedo y la autoridad, pero, recuérdese, esa rutina ha estado fundamentalmente en manos de la Iglesia. Por contraste con la vieja usanza, la ciencia, y solo la ciencia, debe orientar la política educativa que le permita al país contar con los profesionales y los trabajadores capaces de enfrentarse con ese mundo industrializado por el que los republicanos tanto lucharon. Es el proceso educativo de entrada a la modernidad, que puede resumirse en un par de fórmulas: «Orientación científica de la enseñanza. Decir científica es decir práctica, o sea conforme a las necesidades del país y de la época» (Autores Varios, 1915b, 25).

    La propuesta del documento consiste en crear un Instituto pedagógico nacional que fomente las nuevas metodologías, con participación de instructores extranjeros y de colombianos formados en el extranjero. Las experiencias pedagógicas exitosas de la Escuela Nacional de Comercio, fundada en Bogotá en 1905 y regentada por un alemán desde 1908, así como del Gimnasio Moderno, recién fundado por Nieto Caballero, parecían darle sustento a esta idea. Pero en el Edén republicano irrumpe la antigua serpiente. La educación científica debe supeditarse a la unanimidad moral. La ingenuidad que Mesa reconoce en la máxima de Reyes con respecto a política y administración se repite en los republicanos bajo la forma de la autonomía educativa de la ciencia y la predominancia de la Religión sobre la educación a través de la moral:

    Cada nueva consideración es un argumento de más para urgirnos a entrar en la reforma que ha de comenzar con la importación de maestros verdaderamente preparados. No es esta una innovación, mas importa repetir la idea hasta hacerla calar en la opinión pública como imperiosa necesidad. Hay a este respecto un punto que aclarar: el de la religión de los maestros extranjeros. Ciertamente, el legislador colombiano, al consignar y establecer en el artículo 41 de la Constitución los fueros que la Religión Católica debía tener en la escuela, en el sentido de que la enseñanza pública ha de ser armónica con los principios de aquella Religión, que es la del país, no cerró las puertas a las reformas y adelantos técnicos, no renunció a los progresos de la didáctica, no proclamó la inmutabilidad de los métodos, ni entendió en manera alguna que con tal disposición condenaba la instrucción pública a permanecer in eternum en el mismo pie de atraso e imperfección en que se hallaba cuando se expidiera aquella ley. Y si tales cosas no entendió el legislador colombiano, tampoco las entiende ni exige en ninguna parte la Religión Católica, ya que en países como Alemania, Bélgica, Suiza, Italia, etc., las instituciones netamente católicas también tratan de ponerse a la cabeza del movimiento con que la pedagogía moderna transforma las escuelas (Autores Varios, 1915b, 25; las cursivas son mías).

    La ingenuidad se encuentra en suponer que la moral católica, como en el trasfondo del paisaje educativo, no va a tener injerencia en la elección científica del material educativo. Pero la evidencia histórica es algo menos concluyente y no apoya el discurso republicano. La relación real entre religión y educación es mucho más compleja durante la administración republicana, por varias razones¹¹.

    En primer lugar porque, como vimos, Restrepo no encontró apoyo en los conservadores tradicionalistas ni en el Clero para imponer sus ideas en este campo. En segundo lugar porque, en los pocos documentos de gobierno en los que se refiere al problema concreto de los profesores extranjeros, Restrepo no parece tener éxito alguno en su afán de conseguir personal católico e idóneo. En algunos telegramas de 1913 dirigidos a

    Hernando Holguín y Caro, en París, y Jorge Roa, en Londres (Restrepo, 1930, 355-356), insiste en la necesidad de fortalecer las Escuelas normales y «ver si podemos contratar buenos maestros para Bogotá. Han de ser legos y católicos, pero muy buenos». Aparentemente tales esfuerzos no resultaron en nada y Restrepo tuvo que ver cómo, a pesar del esfuerzo fiscal, la instrucción pública no tuvo el empuje deseado. El elemento atávico se impuso sobre la fuerza modernizante. En una comunicación a José A. Gómez Recuero de ese mismo año, ese elemento tradicionalista se expresa con claridad. En un párrafo digno de Suárez, el presidente republicano dice lo siguiente:

    Penoso fue el incidente con el señor Santiago Caballero; pero no tenía remedio la solución que tuvo. Mientras rija la Constitución que nos rige, que organiza la instrucción pública sobre la base de la religión católica, apenas puede darse mayor absurdo que el de que inspeccionen la marcha de esa instrucción los miembros de las logias masónicas (Restrepo, 1930, 361)¹².

    El presidente republicano intentó establecer de todas las formas posibles una separación entre los intereses de Estado y los intereses de partido. Y lo consiguió en áreas tan importantes como el sufragio y la política económica. Pero Restrepo, el conciliador, no consiguió llevar esa separación al campo de la moral pública y la educación, a pesar de contar con el apoyo de verdaderos expertos en el tema. La modernidad de la propuesta republicana, que tanto avanzó en otras esferas de la actividad estatal por una suerte de movimiento pendular, quedó truncada en la separación de Estado e Iglesia, y puede señalarse a la educación como principal responsable. De acuerdo con Mesa, las condiciones históricas no lo permitían, pero creo haber mostrado que algunos elementos propiamente doctrinales en la ideología del principal líder republicano tampoco.

    A partir de esta conclusión, uno puede plantearse la pregunta general de si en la historia de Colombia tal híbrido de neutralidad política y no neutralidad moral ha resultado practicable. Porque en la moral e instrucción públicas, que generalmente han dependido directa o indirectamente del clero, la distinción entre Iglesia y partido solo parece funcionar en teoría.

    Ese precursor del republicanismo que fue Núñez, por ejemplo, utilizó la religión como una estrategia política unificadora, y la educación, como la forma más directa de garantizar la injerencia de la religión en la vida cotidiana¹³. Parece haber asumido la fe como parte de un cálculo político que le garantizó el control del país con el apoyo, a veces velado, a veces explícito, de ese inmenso mecanismo administrativo que era el clero colombiano. Para Núñez la religión es un instrumento de la ideología, un factor aglutinante, y la política es la fuerza directriz. Las creencias religiosas actúan como cimientos sobre los cuales se pueden construir una organización política central, unas determinadas formas de producción y hasta un sistema electoral. Poco importa si uno efectivamente comparte tales creencias y poco importa si el antiguo radical es un verdadero católico; la religión es una cuestión de Estado. Para Caro, el intérprete jurídico del frío pragmatismo de Núñez, el movimiento fundamental parece ser religioso, y la política, su mera consecuencia. Garantizar los fueros de la religión católica es darle fundamento a cualquier orden político porque la religión es el origen de toda autoridad. La política es una estrategia de preservación religiosa, y la educación, un proceso fundamentalmente evangelizador. El Estado es entonces una manifestación imperfecta de un orden superior que regula al hombre en su fuero interno y en sus relaciones con los demás. El Estado es una cuestión religiosa. Garantizar la unanimidad moral a través de la educación es, en uno y otro caso, indispensable.

    Tal como Laureano Gómez, ese ingeniero conservador y banderizo en su proyecto de Constitución de 1953 con respecto a la libertad de cultos, Restrepo recurre a la idea de unanimidad moral como estrategia argumentativa y acepta cualquier reforma a la educación, siempre y cuando se guíe por los principios morales católicos. Como en Gómez, la encrucijada se hace evidente en dos pasos: para el uno, porque se pueden profesar todas las religiones cuya moral coincida con la católica; para el otro, porque de cuando consolidar los principios morales en la educación se trata, el conservatismo católico tendrá la última palabra. Ambas posiciones impiden el paso de la consagración legal y formal de la tolerancia religiosa y de la orientación científica educativa a la práctica. Una, porque toda religión que no coincida con la católica estaría desprovista de moral, sería un culto legalmente impracticable. Otra, porque toda orientación educativa queda presa, incluso en sus contenidos, de una orientación moral tradicionalista. Gómez es un político doctrinario, admirador de Caro y su teología de la historia inspirada por los pensadores políticos católicos. Pero el mundo del republicanismo es otro, producto de algunos acuerdos fundamentales destinados a superar la intolerancia partidista proveniente de la Regeneración como una realidad política que ha utilizado la religión como arma ideológica. Por esa razón recurrir a uno de los principios más caros a la ideología tradicionalista imperante puede traer como consecuencia comprometerse con otros principios, probablemente menos admisibles o adecuados en circunstancias históricas en las que las ideologías tradicionales están en juego.

    El Estado republicano no consiguió en este punto alcanzar su sueño de transformarse en un «Estado moderno, como organismo completo» (Mesa, 1984, 130). El miembro sin el cual ese organismo no puede estar completo es una política educativa gubernamental separada orgánicamente de la religión. Desde el punto de vista ideológico esta separación requiere, como espero haber mostrado, una fundamentación no religiosa de la moral pública.

    Referencias

    Autores Varios. 1915a. Manifiesto republicano. En Convención nacional del Partido Republicano (pp. 10-11). Julio 11-agosto 1. Bogotá: Arboleda & Valencia.

    Autores Varios. 1915b. Reforma Escolar. En Convención Nacional del Partido Republicano (pp. 10-11). Julio 11-agosto 1. Bogotá: Arboleda & Valencia.

    Bello, L. B. 1985-1986. La problemática de la Instrucción Pública y la propuesta del Partido Republicano en 1915. Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura, 13-14.

    Brugman, C. 2001. El fracaso del republicanismo en Colombia. 1910-1914. Historia Crítica, (21), 91-110.

    ESM [No aparece autor]. 2004. El canapé republicano y la generación del Centenario. Credencial Historia, (176). Recuperado de http://www.banrepcultural.org/blaavirtual/revistas/credencial/agosto2004/canape.htm

    Helg, A. 1987. La educación en Colombia, 1918-1957. Una historia social, económica y política. Bogotá: Fondo Editorial Cerec.

    Melo, J. O. s. f. La historia de Henao y Arrubla: tolerancia, republicanismo y conservatismo. Recuperado de http://www.jorgeorlandomelo.com/bajar/henaoyarrubla.pdf

    Mesa, D. 1984. La vida política después de Panamá 1903-1922. En Manual de Historia de Colombia, t.

    III

    (pp. 83-176). Bogotá: Procultura.

    Restrepo, C. E. 1930. Orientación republicana. T.

    II

    . Medellín: Imprenta Editorial.

    Restrepo, C. E. 1982a. Discurso de posesión. En Carlos E. Restrepo, Obras, t.

    I

    (pp. 123-127). Medellín: Imprenta Departamental de Antioquia.

    Restrepo, C. E. 1982b. Exposición que hace el Presidente de Colombia a la Santa Sede sobre asuntos político-religiosos. En C. E. Restrepo, Obras, t.

    I

    (pp. 162-183). Medellín: Imprenta Departamental de Antioquia.

    Restrepo, C. E. 1982c. Mensaje del presidente de la República a la Conferencia Episcopal de 1913 y Carta al Ministro de Relaciones Exteriores de Colombia sobre la cuestión religiosa. En C. E. Restrepo, Obras, t.

    I

    (pp. 184-197). Medellín: Imprenta Departamental de Antioquia.

    Silva, R. 1989. La educación en Colombia. 1880-1930. En Nueva historia de Colombia, t.

    IV

    (pp. 61-86). Bogotá: Planeta.

    Silva, R. 2001. Política y saber en los años cuarenta. El caso del químico español A. García Banús en la Universidad Nacional. Bogotá: Universidad de los Andes.

    Suárez, M. F. 1954. Sueños de Luciano Pulgar. Bogotá: Biblioteca de Autores Colombianos (87).

    1Hay una minuciosa reconstrucción por parte de Restrepo de esa cercanía personal e ideológica, así como de los encuentros y desencuentros entre Olaya, López y Santos durante la campaña de 1930 en «Realidad republicana» y el capítulo final (xv) del segundo tomo de Orientación republicana. El trabajo de Catalina Brugman (2001), valioso desde el punto de vista documental y útil como síntesis histórica del periodo republicano de gobierno, pasa por alto este hecho y considera que el Partido Republicano fracasó por no haber conseguido la elección de Nicolás Esguerra en 1914. Como se verá, comparto buena parte de su argumento principal, pero creo que hay que separar la corta existencia del Partido Republicano como movimiento minoritario de la influencia real de la ideología republicana en varios de los intelectuales y políticos más influyentes del liberalismo, con excepción de López.

    2Las relaciones del presidente republicano con la prensa serán agridulces: denostado por los periódicos más católicos, como La Unidad , su labor será reconocida por la prensa liberal. El Espectador, en cabeza de Fidel Cano, lo elogiará refiriéndose a él como «un presidente incoloro», y El Tiempo , fundado por Alfonso Villegas Restrepo, republicano recalcitrante, y adquirido posteriormente por Eduardo Santos, quien, lleno de admiración, describirá a Restrepo como «un algodón entre dos vidrios».

    3El lector interesado puede ver el detallado relato de esos conflictos en el capítulo iii del segundo tomo de Orientación republicana.

    4Por no detenerme en aspectos más puntuales como la vivienda obrera, estudio con el que Santos participó en dicha Convención.

    5Como apoyo de esta opinión, cf . esm (2004).

    6El propio Mesa sostiene en su presentación del gobierno de Restrepo que el impulso modernizante del republicanismo tuvo, desde el punto de vista constitucional, un solo lunar: la supuesta independencia del Estado frente a la Iglesia nunca se alcanzó. Dice respecto a las ideas modernas republicanas a las que ya me he referido: «Salvo la relativa a la Iglesia, imprecisa y ambigua explicablemente, estas ideas eran normas constitucionales dos meses después de la posesión del doctor Restrepo" (Mesa, 1984, 130; las cursivas son mías).

    7En el segundo volumen de Sueños de Luciano Pulgar , Suárez confiesa que es el responsable de la unión conservadora en torno a Concha, que derrotará al candidato republicano Nicolás Esguerra en 1914 (Suárez, 1954, 45-46). 8 Por las expresiones que usa a lo largo de su obra, queda bastante clara su distancia ideológica con Restrepo y su movimiento, como lo deja en evidencia su álter ego, Luciano Pulgar, en pasajes como este: «[N]o te incomodes, pues a mí, en lugar de alterarme, me complacen estas iras de la libertad y de la tolerancia, porque sacan verdadera cierta idea que hace tiempo me he formado respecto de estos asuntos. Me refiero especialmente a aquel partido que es comparable con el radium en los miligramos de sus adeptos y en el poder misterioso de sus perfecciones. Lo que he pensado acerca de esta comunidad es que ella no es tal algodón entre vidrios, sino algodón fulminante. […] Alárguense mucho sus días para que de esa manera su intolerancia práctica desautorice su moderación teórica» (Suárez, 1954, 149-150).

    9De forma semejante al legalismo de Restrepo, Suárez define el conservatismo como el partido que concibe «derecho como sinónimo de libertad». Cf . «El sueño del partido conservador» (Suárez, 1954, t.

    II

    , 26-27).

    10 Cf . Bello (1985-1986, 199). Bello interpreta las reformas republicanas como expresión de un espíritu modernizante, si bien clasista, de la élite colombiana.

    11 No quiero sugerir en manera alguna que todos los problemas políticos generados por la necesidad de recurrir a profesores extranjeros fueran de corte religioso. Diferencias ideológicas o a nivel de la práctica profesional también fueron determinantes. Esa historia de adaptación y las resistencias que los inmigrantes culturales tuvieron que vencer han sido ilustradas con precisión por Renán Silva (2001) en uno de sus últimos libros, Política y saber en los años cuarenta. El caso del químico español A. García Banús en la Universidad Nacional . Es interesante anotar que, aunque el periodo tratado por Silva no coincide con el que estamos examinando, sí apoya indirectamente una de nuestras hipótesis fundamentales, en el sentido de que las reformas educativas republicanas fueron retomadas en parte incluso por los gobiernos más doctrinariamente liberales como los de López. Es necesario recordar que durante esos gobiernos Nieto Caballero fue rector y miembro del Consejo Directivo de la Universidad Nacional. Además, Nieto Caballero y Gerardo Molina defendieron a transterrados españoles como García Banús de los ataques tradicionalistas liderados por Laureano Gómez desde El Siglo.

    12 Es interesante notar, como lo ha hecho Jorge Orlando Melo (s. f.), que en el campo de la instrucción pública de esa época, y en un manual tan influyente como el de Henao y Arrubla, es posible encontrar también juicios implícitos tradicionalistas . Creo que la posición de Restrepo sobre educación a veces se mueve entre este tipo de juicio fundamentado en la aceptación tácita de la religión y juicios tradicionalistas explícitos como el de la última cita.

    13 Para el fundamento de esta opinión véase, por ejemplo, Renán Silva (1989, 68-69)

    Idola Fori: cien años de lectura

    Rubén Sierra Mejía

    I

    Carlos Arturo Torres escribió Idola Fori en Liverpool, mientras ejercía sus funciones de cónsul de Colombia, y lo publicó en España en 1909. La observación la considero pertinente, ya que se puede establecer un vínculo de influencia del pensamiento de Torres con las ideas que le sirvieron de ideología a Carlos E. Restrepo para fundar el Partido Republicano, con el que ganó las elecciones presidenciales de 1910-1914. El propio Restrepo, en el artículo que escribió con ocasión de la muerte de José Enrique Rodó, en 1917, incluye unas líneas en las que asimila su programa político al pensamiento filosófico de Torres y Rodó:

    Como medios de educación, preconizan Rodó y Torres los mismos que entre nosotros han entrado felizmente al campo de las disertaciones diarias: demostrar la sinrazón de los impulsos fanáticos y la vanidad de las convicciones políticas absolutas; la readaptación de los espíritus a las condiciones actuales, sin perder la unidad fundamental; la necesidad que tienen los partidos, siguiendo la misma ley, de modificarse y renovarse, so pena de disolverse o desvirtuarse; ambos protestan contra la glorificación del caudillaje y contra la aciaga ilusión de las guerras civiles como medio de evolución progresista (Restrepo, 1917).

    Pocos años después, en 1921, en respuesta a una carta que le dirigiera B. Uribe Muñoz, Restrepo reconoce a Torres como su maestro: «Los Maestros como Carlos Arturo Torres —teorizante de nuestras ideas— hicieron lo que debían desde sus cátedras docentes; a nosotros sus discípulos, que tenemos fe absoluta en aquellas ideas, toca el apostolado y el rito»¹.

    Idola Fori es una obra esencialmente filosófica, situada en la tradición inglesa que tuvo a Herbert Spencer como su orientador. Pero su título nos recuerda a otro filósofo inglés, Francis Bacon, perteneciente al siglo

    XVII

    . Hago esta anotación porque me permite precisar, antes de continuar, el sentido del término que le da título al libro. Baldomero Sanín Cano, a este respecto, observó el poco rigor, a su entender, con que Torres emplea el concepto ‘Idola Fori’, pues considera que este uso no corresponde exactamente a la definición con que Bacon lo introdujo en la lengua

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