Un Amor Ukranio: La Epopeya Ucraniana: Amor y Conflicto, #2
Por Benak
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En medio de los temblores del conflicto que sacuden el corazón mismo de Ucrania, "Un Amor Ucraniano" despliega una cautivadora tela donde el amor y la guerra chocan de las formas más inesperadas. Mientras la sombra de la guerra envuelve a Kyiv y los lejanos ecos de la discordia llegan al Donbass, dos familias, con historias tan intrincadas como los callejones de Kyiv, encuentran sus mundos inexplicablemente entrelazados.
El telón de fondo es intenso: una nación al borde del abismo, con su pueblo dividido entre el inminente espectro de la guerra y la inquebrantable esperanza de la paz. En medio de este paisaje tumultuoso, Hanna y Sacha, herederos de estas dos familias, se encuentran. Su encuentro no es una mera casualidad, sino que parece ser el juego del destino en un momento en que la certeza es un lujo.
Desde su primera noche, bajo los cielos de Kyiv, se convierten en actores de una historia de amor que desafía las convenciones de su tumultuoso mundo. Las siluetas de los ejércitos avanzados y los lejanos retumbos de la artillería se yuxtaponen a momentos robados de risa, diálogos sinceros y promesas de un mañana. Cada palabra que intercambian, cada mirada que comparten, se convierte en un acto de desafío contra el telón de fondo de una guerra que se acerca.
La belleza de "Un Amor Ucraniano". no reside solo en el amor incipiente entre Hanna y Sacha, sino en su representación de una ciudad y su gente lidiando con la dualidad del amor y la guerra. Es un relato donde las melodías etéreas de las canciones de amor se mezclan con las notas sombrías de las baladas de guerra. La narrativa, con su lirismo al estilo de Benak, profundiza en esta yuxtaposición, pintando escenas donde los momentos de profunda intimidad entre nuestros protagonistas se sitúan en el lienzo más amplio de la lucha de una nación.
La guerra, a menudo destructora de historias, se convierte aquí en la narradora inesperada, amplificando la urgencia, la profundidad y la emotividad de los encuentros de Hanna y Sacha. Sus diálogos, impregnados de sinceridad más brillante que el oro, adquieren un peso adicional en un mundo donde cada palabra pronunciada podría ser la última. El relato captura magistralmente la tensión de vivir al límite, donde el amor se convierte tanto en una vía de escape como en un ancla.
Cuando la primera luz del alba irrumpe, señalando su inevitable separación, la narrativa nos ha llevado en una montaña rusa de emociones. El corazón de Hanna, lleno de la alegría inigualable del amor recién descubierto, también está cargado con la inminente angustia de las incertidumbres de la guerra. La historia encapsula magníficamente esta dualidad: la emoción del descubrimiento del amor y el crudo dolor de la separación inminente en un mundo devastado por la guerra.
Benak
Écrivain, poète et chroniqueur, Benak est surtout un grand rêveur qui croit en la magie des mots et en leur splendeur. Porteur d’un projet d’écriture tant ambitieux que prometteur, il met sa plume au service de l’humanité pour instruire et plaire. C’est au sang de son esprit et à l’encre de son cœur qu’il nous tisse des écrits de lumière. De la fiction à la non-fiction en passant par le roman, le récit, le conte pour enfant et la poésie, il traduit son imaginaire en nous proposant une écriture de belle facture, un agréable moment de littérature. S’escrimant toujours avec les mots pour le plaisir du dire et de l’écrire, il mène une vie simple, mais pas tout à fait tranquille. En citoyen du Monde très sensible, certains événements déteignent sur sa vie en y laissant des empreintes indélébiles. Philosophe, écrivain et poète engagé, il porte en lui les stigmates de l’injustice et de l’iniquité.
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Un Amor Ukranio - Benak
1.
En el crepúsculo de sus años jóvenes, justo cuando su vigésimo segundo primavera se deshojaba suavemente, Sacha encarnaba el brillante rostro de la esperanza y el fervoroso amor. Sus ojos destellaban con una inteligencia casi sobrenatural, como si detrás de cada parpadeo, se escondiera un secreto inmemorial. En las bulliciosas calles de Kiev, donde se dedicaba al estudio de la medicina, no era solo un estudiante. Era la promesa de una generación, un resplandor de esperanza en un mundo sediento de amor y ternura. Las extensas llanuras del Donbass, de donde provenía, fluían en sus venas como una melodiosa canción, convirtiéndolo en el majestuoso roble con raíces profundamente arraigadas en la rica tapiz de historias de su familia rusa. Su esencia estaba impregnada de viejas melodías rusas, de leyendas que mecían su infancia, de gestos atemporales que componían la trama de su ser.
El Donbass, con sus montañas suavemente onduladas y sus arroyos que susurraban poemas del pasado, había visto crecer a Sacha. Esa tierra, bañada por la suave caricia de los vientos y el emanar de campos fértiles, era el telón de fondo de su pasado. Sin embargo, sus ojos llenos de determinación ahora se volcaban hacia Kiev, esa ciudad palpitante, cuna de sus sueños y ambiciones. En esos tiempos en los que el mundo parecía estar en una encrucijada, los profundos sentimientos que sentía por su familia en Donbass se mezclaban con su naciente amor por Kiev. Esta dicotomía lo atormentaba, sumergiendo su alma en un mar de pasiones contradictorias.
La sombra protectora de su abuela planeaba constantemente sobre su destino. Esta mujer, que combinaba la fortaleza de una roca con la ternura de una pluma, era una farmacéutica del espíritu. Había inculcado en Sacha esa ardiente pasión por curar, no presentándole la medicina como una serie de datos y cifras, sino como una danza, una melodía de amor, compasión y dedicación. Caminando con seguridad por los pasillos silenciosos de la universidad, entre los ecos de las enseñanzas de grandes maestros, Sacha llevaba consigo la certeza de haber encontrado su camino. Cada individuo que encontraba no era solo un paciente, sino un enigma a descifrar, un alma a confortar. En él coexistían armónicamente el pasado y el presente, lo antiguo y lo moderno, convirtiendo a Sacha en la encarnación viva de la continuidad y la renovación.
La ciudad de Kiev, pulmón vibrante de Ucrania, se había transformado suavemente para Sacha en un refugio, un cuadro impresionista donde cada sombra, cada eco, cada rostro dibujaba una obra maestra. Sus pasos resonaban en los adoquines como una melodía familiar, los árboles se inclinaban en un gesto casi respetuoso, y los cursos de agua parecían susurrar antiguos secretos al oído. En la inmensidad silente de la catedral de Santa Sofía, había descubierto un santuario para su espíritu errante. Los salones literarios eran sus refugios, los bancos de los parques, sus confidentes discretos, y cada rostro urbano una nota de esa sinfonía urbana que él orquestaba cada amanecer.
Y a pesar de esta aparente disonancia entre dos mundos, Sacha discernía una armonía oculta, una cadencia que fusionaba sus raíces rústicas y sus aspiraciones urbanas. No percibía una fractura, sino un concierto, donde cada tono distinto creaba una armonía universal. Sus ojos reflejaban esa poesía trascendental, donde las canciones del Donbass y las pulsaciones de Kiev se fusionaban en un vals cautivador. Encarnaba esa esperanza brillante, esa visión de una tierra donde el amor y la empatía podrían sanar las heridas del pasado.
Cada paciente que encontraba era un mundo en sí mismo, cada compañero se convertía en un hermano de alma, cada maestro, un faro en su viaje intelectual. Las noches pasadas en la quietud no eran simples momentos de descanso, sino inmersiones profundas en su propio reflejo, viajes introspectivos al corazón de sus deseos más íntimos. Sacha no era solo un actor de su vida, sino también su más dedicado espectador. Ese joven, con la pasión de un conquistador y el alma de un trovador, era un poeta en acción, un sanador con un corazón tierno, la misma encarnación del sueño lúcido. Celebraba cada momento con la intensidad de un primer amor, llevando en sí la espléndida figura del artista eterno.
Dentro del recinto acogedor del hospital, en la íntima paz de su habitación de estudio, en el corazón del tumulto orquestado de los mercados, Sacha extraía la esencia misma de su ser, su vigor, su esencia. Kiev, esa ciudad con un encanto crudo e indomable, se había transformado para él en una crisálida, donde maduraba, tomaba forma y ascendía. Se sentía arraigado allí, envuelto por esa metrópoli atemporal, donde cada alba revelaba una epopeya, un canto lírico, un coqueteo con la vida misma. Sacha encarnaba la esperanza de una nueva era, ese joven con el alma brillante y la mirada aguda, anunciador de un mundo donde curar no sería solo una simple ocupación, sino un acto de profundo amor, un reconocimiento de la vida en toda su esplendidez.
Dentro de este refugio académico, no eran simplemente manuales o lecciones lo que descubría. La institución era, a sus ojos, un santuario, un universo paralelo donde resonaban las aspiraciones de su corazón, un panteón del conocimiento donde cada sala se transformaba en un altar del despertar, cada pasillo en un camino de sabiduría. Era un cosmos reducido, palpitando con un aura sagrada y tangible. Sus contemporáneos no eran meros estudiantes, sino almas gemelas, viajeros en busca del mismo místico Grial de perfección y esclarecimiento. Todos compartían una insaciable sed de verdad, un fervor por la complejidad del cuerpo humano y del espíritu, un deseo inconmensurable de ir más allá de lo cotidiano para alcanzar lo inmenso.
Cada clase se convertía en una expedición hacia lo inexplorado, cada evaluación en una cumbre a escalar. Para Sacha, estos obstáculos no eran impedimentos, sino escalones que llevaban a la esencia de su profesión: la medicina. En sus dedos ágiles, el bisturí se convertía en una herramienta de arte, cada diagnóstico tomaba la forma de un soneto, cada recuperación era un cuadro viviente. Se convertía en el defensor de la restauración, el delicado maestro del arte médico. Su corazón desbordaba de infinita ternura, sus manos combinaban hábilmente delicadeza y determinación, y su mente brillaba como un astro de bondad y cariño. Cada paciente le revelaba un universo, cada aflicción era un misterio a resolver, cada curación, una melodía armoniosa.
La medicina, para Sacha, había trascendido el simple oficio para transformarse en un compromiso sagrado, una búsqueda, una ardiente pasión. Había comprendido que curar requería amar profundamente, que para comprender las dolencias de otro, había que sentir intensamente. Sacha sentía, ¡cuánto sentía! Agotamiento, tensión, plazos —esos compañeros omnipresentes que había elegido abrazar— eran las melodías agridulces que marcaban sus días, los vibrantes pigmentos de su vida, las líneas de una poesía inédita. En el silencioso sosiego de la biblioteca, entre las carcajadas y las lágrimas contenidas de sus compañeros, encontraba un amor sin límites, una verdad inmutable.
Ese lugar educativo era como un jardín secreto donde florecían las mentes, un escenario donde cada momento enseñaba, cada encuentro se convertía en maestro. Sacha, a la vez discípulo y guía, parecía asemejarse a una criatura celestial. Pero fuera de las sagradas murallas de esa institución, en el corazón de las arterias vivientes de la ciudad, descubría un santuario diferente. Las áreas verdes se convertían en sus versos, las fuentes murmuraban como musas, y los transeúntes se asemejaban a confidentes silenciosos. No se perdía en la ciudad, se redescubría en ella. Sentado tranquilamente, con la mirada fija en el horizonte celestial, soñaba con restaurar, entender, amar sin medida. Visualizaba corazones renaciendo, almas apaciguadas, rostros iluminados por una nueva esperanza.
Estas visiones no eran meras quimeras; se erigían como promesas, augurios, astros iluminando su camino. La ciudad se transformaba en un jardín rebosante de humanidad, su fresco vivo, su himno de optimismo. Aunque aún en aprendizaje, Sacha se revelaba poeta, artista y filósofo. Veía la medicina en todas partes, en la menor sonrisa, en la menor lágrima, en el menor destello dorado del día. En esos momentos de sagrada intimidad, ya se reconocía como médico, sanador, benefactor. Era Sacha, hacia quien inevitablemente se inclinaba, el protagonista de su propia saga.
Se había consumado ya, y la ciudad, con sus enigmas y esplendores, resonaba en sintonía con su ser, convertía en su aliada, su testigo predilecto. Era el escenario de su grandeza, reflejaba su belleza singular y guardaba los recuerdos de sus hazañas. Sacha vivía en simbiosis con la existencia, eternamente encendido por su amor hacia la humanidad, en una búsqueda constante de belleza y verdad. Encarnaba el arte, la ciencia y el amor. Recorría las callejuelas bulliciosas de Kiev, inmerso en su vivacidad, rodeado por la vida agitada y seductora de la ciudad. Pero en medio de esa agitación, una melodía agridulce lo acunaba, arrastrándolo hacia un mundo antiguo, anidado en los recovecos de su memoria, un mundo impregnado de nostalgia y ternura.
El Donbass. Esas palabras antiguamente bastaban para inundar su corazón con un torrente de emociones. Resonaban en él como un llamado lejano, una melodía del pasado que cantaba los ecos de una infancia marcada por la dulzura y la inocencia. Los veranos que había pasado allí no eran simples vacaciones, sino lienzos vivos que evocaban el regreso a un fragmento de su alma que se había perdido entre esas colinas verdes y esos arroyos brillantes.
Su madre, antorcha de ternura, le recordaba las fragancias dulces de la primavera naciente. Cada abrazo compartido con ella era una joya de serenidad, un momento suspendido en el que se sentía sumergido en un océano de amor inconmensurable. En los momentos oscuros, ella brillaba como un faro, iluminando su camino con su luz benevolente.
Su padre, pilar de fuerza y calidez, era la personificación de la integridad y la sabiduría. Junto a este hombre, Sacha había adquirido su resiliencia, había bebido de las lecciones esenciales de la vida y había asimilado los principios que moldeaban su carácter. Como un robusto roble ante los embates del tiempo, su padre permanecía inquebrantable, la brújula que siempre orientaba el rumbo moral de su vida.
En cuanto a su hermana, joya de dulzura infinita, inyectaba en él esa ligereza y esa espontaneidad propias de la juventud. Era para él