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El paraíso flotante
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Libro electrónico159 páginas2 horas

El paraíso flotante

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El Paraíso Flotante, descrito muchas veces como un hotel situado en algún punto perdido de la Vía Láctea. Alejado del resto de mundos habitados, este particular lugar atrae a los personajes más ricos y poderosos de la galaxia. Y es que un sitio tan alejado como ese permite realizar tratos de lo más secretos. Sin embargo, un evento de lo más preocupante ha sucedido en El Paraíso Flotante: el asesinato de la famosísima personalidad Ilian Von Tertia. Por suerte para el hotel y su propietaria, la detective Sardi Rollian está dispuesta a resolver el caso. Durante su investigación descubrirá un hecho de lo más espeluznante: todos los huéspedes son posibles culpables. Rollian, atrapada en la nada más absoluta del espacio, deberá responder ahora a la pregunta más importante: ¿quién ha matado a Ilian Von Tertia y por qué?
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento25 sept 2023
ISBN9788411814386
El paraíso flotante

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    El paraíso flotante - Dani Vidal

    1500.jpg

    © Derechos de edición reservados.

    Letrame Editorial.

    www.Letrame.com

    info@Letrame.com

    © Dani Vidal

    Diseño de edición: Letrame Editorial.

    Maquetación: Juan Muñoz Céspedes

    Diseño de portada: Rubén García

    Supervisión de corrección: Ana Castañeda

    ISBN: 978-84-1181-438-6

    Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.

    «Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)».

    Prólogo

    Nos encontramos en un punto muy alejado de nuestro tiempo. Miles de años en el futuro, el ser humano ha colonizado cientos de mundos a lo largo de la Vía Láctea. Nuestros orígenes están tan alejados en el tiempo que nadie recuerda el nombre de nuestro planeta primordial. La Tierra ha sido olvidada junto con el sistema solar. El tiempo se mide en ciclos estándar, no años.

    La humanidad nunca había sido tan diversa. Miles de culturas diferentes se originan a lo largo y ancho de la galaxia. Cada planeta define a sus habitantes. Sin embargo, esta diversidad también se encuentra permanentemente unida gracias a la Interred. Esta herramienta conecta todos los mundos, pudiendo saber qué eventos acontecen al otro lado de la galaxia.

    Pero no son tiempos de paz. Una guerra colosal se libra en los planetas más alejados del centro galáctico. En un bando se encuentra el Sector Unitario, la mayor conexión entre planetas que existe. Sus valores son democráticos y progresistas. Al otro lado, los guerreros dorimianos intentan instaurar su temido régimen en toda la galaxia. Esta primitiva cultura busca el control total de los planetas, son extremadamente fieles a sus creencias y repudian el modelo unitario.

    El inicio de la guerra se produjo hace cientos de años y, a pesar de esto, no parece que su fin esté cerca. En todo este tiempo, la guerra ha dividido a miles de personas. Lo que en un principio fueron dos bandos, ahora se transforma en cientos de aproximaciones diferentes a la hora de opinar sobre la guerra. Todo el mundo tiene su punto de vista, motivo por el que se han fragmentado familias, gobiernos e incluso sistemas estelares enteros.

    Dentro de este caótico contexto, las probabilidades de que historias inolvidables lleguen a ocurrir son bastante altas. Entre estas, se encuentran los misterios más complejos que se puedan llegar a desarrollar. Por suerte, alguien está a la altura de resolver estos misterios.

    Nuestra historia comienza con un simple mensaje escrito:

    Vas a pensar que me he vuelto loco, pero lo cierto es que nunca había visto algo tan claro. Estoy harto de este sitio y sé que tú también. Sé que deseas abandonar esta vida vacía y visitar los miles de planetas que nos esperan ahí fuera. Sé que solo así lograré que seas feliz.

    Podemos hacerlo, podemos irnos de aquí y vivir juntos para siempre. Podemos tener la vida que nos merecemos. He descubierto algo que nos dará todo esto. Podemos conseguirlo. Lo que te estoy pidiendo no es legal, pero no creo que te importe.

    ¿Estás dispuesto? Contéstame rápido, por favor. Te quiero.

    1

    El comedor se encontraba hasta arriba de gente. Profesores y estudiantes de la Universidad de Machou aprovechaban las horas del mediodía para tomar algo y reponer fuerzas. La sala se encontraba en una de las plantas más altas de la universidad. A través de sus ventanales, se podían apreciar unas muy buenas vistas de la capital del Sector Unitario Galáctico.

    Machou era una ciudad que cubría la mayor parte del planeta Delahno. Sus edificios eran enormes y se conectaban entre ellos a través de pasillos. Muy poca gente bajaba al nivel suelo, al menos, no la gente que se podía permitir un hogar en las partes más altas de los edificios. Los millones de partículas producidas durante años de contaminación habían generado una neblina perpetua en el cielo de Machou. Todos los días eran grises.

    Dolian Bashi se encontraba degustando un sándwich de trico en el comedor de la universidad. El chico estaba acompañado. Freya, una apuesta chica de pelo azulado, se centraba en terminar un alimento preparado muy poco apetecible.

    —No sé cómo puedes comer eso —dijo Dolian mientras veía cómo su novia se terminaba el extraño alimento—. Parece… No sé… ¿Vómito?

    —Eso es porque sigues siendo un crío y comes con los ojos —le contestó Freya—. Esto está buenísimo y, además, tiene muchos más nutrientes que tu sándwich pocho.

    —No lo puedo creer… Estoy saliendo con una IA y ni me había dado cuenta.

    Ese chiste hizo que Freya se riera abiertamente. Llevaban juntos un par de meses y parecía que todo marchaba bastante bien en su relación. Dolian era ingeniero, especializado en desarrollar productos innovadores con herramientas muy complicadas. Se trataba de todo un inventor, o al menos así es como lo veía Freya. Ella era estudiante de biotecnología avanzada. Entre ellos había una diferencia de edad de 3 años. Se habían conocido en una serie de conferencias de la universidad. Había sido una especie de flechazo. Sin duda, todo iba a salir bien.

    Dolian siguió comiendo en silencio. Freya se percató de esto.

    —Estás preocupado, ¿verdad? —le preguntó ella.

    —No… A ver… —A Dolian le costó encontrar las palabras adecuadas—. En realidad, sí. Lo de mañana es muy importante para mí.

    —No te preocupes, se te dará genial.

    —Las presentaciones nunca han sido lo mío.

    Dolian empezó a rascarse el brazo mientras emitía un resoplido. Se notaba que el chico estaba muy estresado. Freya se acercó a él y lo agarró del brazo con delicadeza. Después lo miró directamente a los ojos y dijo:

    —Pero el producto es fantástico. Les va a encantar.

    —Espero que tengas razón —respondió él con media sonrisa en la cara.

    —¿Acaso dudas de mí?

    —En absoluto, señora. —Dolian hizo un saludo militar a modo de broma.

    —Así me gusta.

    Freya se acercó aún más a él y le dio un beso en la boca. El chico pareció relajarse al instante. Se sentía muy bien estar enamorado.

    —Hablando del producto… —dijo Freya—. ¿Cuándo piensas enseñármelo?

    —Lo tengo en el laboratorio, cuando quieras nos pasamos.

    —Yo no tengo clase hasta dentro de un par de horas, ¿te parece ir en un momento?

    —Yo, mientras sea contigo, a donde sea.

    Los dos jóvenes dejaron la mesa y se marcharon de allí. Los laboratorios de la universidad se encontraban unos cuantos pisos por debajo del comedor. La Universidad de Machou, como tantos otros edificios de la ciudad, había perfeccionado al máximo la construcción en vertical. Cada uno de los sectores de la torre estaba bien diferenciado. Todo había sido planeado meticulosamente para que el edificio pudiera funcionar al máximo rendimiento con el menor esfuerzo posible. Y es que ese era el lema de Machou, «Hazlo grande sin esforzarte demasiado».

    Dolian y Freya entraron en uno de los ascensores del comedor cogidos de la mano. Empezaron a descender por el edificio. Era tal la envergadura de la universidad que tardaron varios minutos en alcanzar el sector de los laboratorios. Los dos jóvenes salieron del elevador y avanzaron por uno de los pasillos.

    —¿Y quién es esta gente con la que te vas a reunir mañana? —preguntó Freya.

    —Ya sabes… gente importante. —Se notaba que Dolian quería evitar responder—. Algún que otro militar, un par de policías…

    —Ah… —Freya se quedó muda por un momento—. No sabía que tenías pensado vendérselo a los militares.

    —No es que me parezca la mejor idea… —Dolian estaba muy incómodo—. Pero ya sabes cómo están las cosas.

    —Vale —respondió ella secamente.

    —¿Qué pasa?

    —No, no pasa nada.

    —Freya, por favor, estás molesta por algo.

    —Un poco, es que no lo entiendo muy bien. —La chica evitaba mirar a su novio directamente.

    —¿Qué es lo que no entiendes? —El pasillo se le estaba haciendo eterno a Dolian.

    —Pues que vayas a vender uno de tus inventos a los militares. Yo tenía entendido que ninguno de los dos apoyábamos esta guerra estúpida.

    —Sabes perfectamente que no la apoyo.

    —Venga ya…

    —¿Qué pasa? —Dolian estaba empezando a cabrearse.

    —¿Cómo puedes decir que no apoyas la guerra cuando estás dispuesto a vender esa cosa a los militares?

    —¿Qué quieres que te diga? Son los únicos interesados.

    —Vale, ya veo dónde están tus principios.

    —¿Y qué hago? ¿Dejo pasar esta oportunidad?

    La pareja acababa de llegar al laboratorio. Freya se paró con los brazos cruzados delante de la puerta. Se notaba que Dolian estaba bastante irritado.

    —Haz lo que tú quieras. Es tu invento —le dijo ella.

    —Eso es lo que voy a hacer.

    Dolian entró al laboratorio farfullando algo. Freya permaneció quieta frente a la puerta, se había quedado estupefacta. Lo cierto es que Dolian le acababa de decepcionar mucho. No podía creer que su novio no pensase en lo que suponía vender equipamiento a los militares. La guerra entre unitarios y dorimianos estaba destrozando cientos de planetas y causando millones de muertos inocentes. Y el invento de Dolian no haría más que aumentar esas estadísticas. Sin embargo, él no se enteraría de nada desde su cómodo apartamento en Machou. Era muy fácil justificar tus actos cuando echabas la vista a otro lado.

    —No puede ser… ¡No puede ser! —gritó Dolian desde el interior del laboratorio.

    —¿Qué pasa? —preguntó Freya en un tono desinteresado.

    —¡No están!

    —¿Cómo que no están?

    —¡Alguien los ha robado! ¡Mierda!

    Freya se asomó al interior del laboratorio. Ahí estaba Dolian sujetando una caja metálica vacía. El chico estaba temblando.

    —No sé… A lo mejor alguien los ha cogido —se apresuró a decir Freya.

    —La caja estaba sellada, alguien la ha roto —respondió mientras señalaba unas marcas en el objeto—. ¡Me han robado!

    La chica se acercó a su novio un momento.

    —¿Qué hacemos? —preguntó ella.

    —Sígueme, a ver si alguien ha visto algo.

    Y de ese modo, ambos abandonaron el laboratorio especializado en camuflaje avanzado de la Universidad de Machou.

    2

    Meses más tarde, una interesante y elegante figura observaba las estrellas a través de un ventanal. Dicho ventanal pertenecía a una nave que transportaba pasajeros al paraíso de vacaciones más estrafalario de toda la galaxia. La figura se trataba de Sardi Rollian, la famosa detective interplanetaria.

    Podríamos hablar mucho de Rollian, de sus increíbles casos, de su infancia tan poco común o de su inteligencia sobrehumana. Sardi Rollian creció en un planeta denominado Antara, donde la naturaleza reinaba libre a sus anchas. Su familia era humilde; granjeros que exportaban su mercancía a países más industrializados. A su padre le encantaban los rompecabezas. Sardi se sentía fascinada por la tozudez de su progenitor: si empezaba un puzle, tenía que terminarlo. Su padre no empleaba los rompecabezas públicos que se podían descargar en la Interred; para él, eso era demasiado simple. Sus rompecabezas surgían de su propia mente, tallados en madera, con soluciones prácticamente imposibles y horas y horas de devanarse

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