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Enmarcada en el costumbrismo que le caracteriza, nos llega Jaime con esta historia sencilla, en una ciudad imaginaria que podría ser, y no es la que parece. Con unos personajes cercanos que giran alrededor de La Natural, la abacería que dirige Federico serpenteando la vida, como cualquier hijo de vecino.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento15 sept 2023
ISBN9788411745666
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Autor

JAIME SABATER PERALES

Jaime Sabater Perales (Sevilla, 1970) cumple con su promesa y publica su primera novela. Hace treinta años, en el histórico Centro Español de Nuevas Profesiones de Sevilla, aprendió con don Julio de la Rosa que hay que escribir como se habla; con naturalidad. No ha sido fácil este camino. Son muchas las horas dedicadas: las mañanas de insomnio para crear y las tardes para repasar. Como es muy desordenado (eso dicen), escribirla le ha supuesto un ejercicio de disciplina increíble, pero es tanta la ilusión que todo le parece poco. Ya está pensando en la segunda, en otro libro de relatos..., en más letras; unas que entran y otras que salen de su cabeza inquieta.

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    No busques más, que no hay - JAIME SABATER PERALES

    Jaime Sabater Perales (Sevilla, 1970) cumple su promesa y publica su primera novela. Hace treinta años, en el histórico Centro Español de Nuevas Profesiones de Sevilla, aprendió con don Julio de la Rosa que hay que escribir como se habla; con naturalidad. No ha sido fácil este camino. Son muchas las horas dedicadas: las mañanas de insomnio para crear y las tardes para repasar. Como es muy desordenado —eso dicen—, escribirla le ha supuesto un ejercicio de disciplina increíble, pero era tanta la ilusión que todo le ha parecido poco. Ya está pensando en la segunda, en otro libro de relatos…, en más letras; unas que entran y otras que salen de su cabeza inquieta.

    «Presta el oído a todos y a pocos la voz. Oye las censuras de los demás; pero reserva tu propia opinión», escribió W. Shakespeare en Hamlet. Difícil tarea la de escuchar y cerrar el pico. Complicado lo de admitir las críticas. Imposible misión la de poner en práctica en uno mismo lo que cuestionamos en el otro.

    Con sus virtudes y defectos, enmarcada en el costumbrismo que le caracteriza, nos llega Jaime con esta historia sencilla, en una ciudad imaginaria que podría ser, y no es la que parece. Con unos personajes cercanos que giran alrededor de La Natural, la abacería que dirige Federico serpenteando por la vida, como cualquier hijo de vecino.

    «A bordo, a bordo, el viento impele ya por la popa tus velas, y a ti sólo aguardan».

    A todos los que son y a los que fueron

    PRIMER ACTO

    ESCENA VIII

    POLONIO, LAERTES, OFELIA

    Polonio

    ¿Aún estás aquí? ¡Qué mala vergüenza! A bordo, a bordo, el viento impele ya por la popa tus velas, y a ti sólo aguardan. Recibe mi bendición y procura imprimir en la memoria estos pocos preceptos. No publiques con facilidad lo que pienses, ni ejecutes cosa no bien premeditada primero. Debes ser afable, pero no vulgar en el trato. Une a tu alma con vínculos de acero aquellos amigos que adoptaste después de examinada su conducta; pero no acaricies con mano pródiga a los que acaban de salir del cascarón y aún están sin plumas. Huye siempre de mezclarte en disputas; pero una vez metido en ellas, obra de manera que tu contrario huya de ti. Presta el oído a todos y a pocos la voz. Oye las censuras de los demás; pero reserva tu propia opinión. Sea tu vestido tan costoso cuanto tus facultades lo permitan; pero no afectado en su hechura, rico, no extravagante, porque el traje dice por lo común quién es el sujeto, y los caballeros y principales señores franceses tienen el gusto muy delicado en esta materia. Procura no dar ni pedir prestado a nadie, porque el que presta suele perder a un tiempo el dinero y el amigo, y el que se acostumbra a pedir prestado falta al espíritu de economía y buen orden, que nos es tan útil. Pero, sobre todo, usa de ingenuidad contigo mismo, y no podrás ser falso con los demás, consecuencia tan necesaria como que la noche suceda al día. Adiós y Él permita que mi bendición haga fructificar en ti estos consejos.

    Shakespeare, W. Hamlet

    Índice

    Prólogo

    I Pepa y Tomás

    II La primavera

    III La traición

    IV La pitaya

    V Fórmula magistral

    VI Mover ficha

    VII Amiga mía

    VIII Nunca sabrás quién fui

    IX Las vergüenzas

    X Pescado frito

    XI Falsa naturalidad

    XII (1) El premio gordo

    XII (2) Las raíces

    XIII Maquinaria industrial

    XIV Manos a la obra

    XV De boca en boca

    XVI Pedazo de mineral

    XVII Qué suerte la mía

    XVIII Todo incluido

    XIX Cuerpo y alma

    XX Del negro al blanco

    XXI Sótano casi invisible

    XXII Buscando el descanso

    XXIII La Virgen del Valle

    XXIV De hombre a hombre

    XXV Dejar huella gráfica

    XXVI Cortesía de la casa

    XXVII Aire menos viciado

    XXVIII Misma frecuencia

    XXIX Estoy en racha

    XXX Buen sabor de boca

    XXXI Taxi en la puerta

    XXXII No hay cena hecha

    XXXIII Una fiesta familiar

    XXXIV Chocante chovinismo

    XXXV Vengo buscando pelea

    Prólogo

    DINERO, SEXO Y FÚTBOL

    Esas son las tres cosas más importantes de la vida, según un amigo mío, de pueblo y maestro de profesión. Las que dan la felicidad y sentido a la existencia. Claro que cada uno tiene su lista, a veces con más de tres sustantivos o «sustentativos», si lo prefieren. Digo esto porque la de escribir puede ser también una necesidad, bien espiritual, bien económica, como cuando Chesterton inventó al Padre Brown para que le diera de comer y le permitiera escribir de lo suyo, que era espiritual. Entre los escritos, las novelas son palabras mayores, el género donde han brillado los grandes. Sólo la poesía está por encima. ¡Cuántos poetas se han hecho novelistas a la fuerza! Vivir de la poesía es algo reservado a los ricos o a los pobres, pero inconcebible para la gente corriente.

    Cabría entonces preguntarse por qué escribe Jaime Sabater Perales —siempre vivos, en los dos apellidos, el recuerdo de su padre y el cariño de su madre— y responderse inmediatamente que lo hace por necesidad, la que sea, él sabrá. Nadie dedica tantas horas de trabajo a algo que no necesite. Así que a las prioridades vitales de Jaime hay que añadir la de escribir, al menos en este momento de su vida y según la prueba evidente que tienen entre sus manos. «No hay más preguntas, Señoría». Yo diría que también le ocupan su familia y la calle, mucha calle. Todas las calles de todos los sitios. Quizá por eso esta novela es de calle y de lugares abiertos al público, con comida y bebida que manchan de grasa y vino las páginas en blanco. Hasta pan de pueblo hay escondido entre sus líneas. La novela también mantiene ocupada la mente, libera al escritor y lo saca de la otra cara de la moneda, que es la cruz.

    Pululan por aquí personajes evocadores, tan imaginarios que son reales, hijos prometedores y generosos, diálogos de la resignada vida diaria, y fracasos. Pues claro, con toda naturalidad. Don Alonso Quijano no era precisamente un ganador, su autor tampoco, casi impedido tras Lepanto. Los dos necesitaron al ingenioso hidalgo para salir en busca de aventuras. En esta novela, el protagonista sale siempre a la ciudad armado de una camisa recién planchada y oliendo a colonia. Unos buenos zapatos, bien limpios, y saberse fuerte en la propia debilidad son ya una conquista. La primera batalla está ganada y los aliados llegan solos, aunque se hagan esperar. Sólo es posible la verdadera relación entre gente equivalente, es decir, que vale —poco o mucho— lo mismo que uno. Quizá por eso Jaime y yo somos amigos desde hace dos generaciones, su padre y mi abuelo lo eran y nosotros lo somos hace casi cuarenta años. Uno transitario, otro profesor; aquí somos escritor y lector.

    Aparecen la ciudad, su historia, la lucha por el control de la vida y los negocios. Se muestran deslealtades y bajezas, frente a quien se recompone para vivir tras la barra de un bar, honrar las deudas y cocinar a fuego lento. O sea, la vida. Pero no dejemos el escenario, que en realidad combina los paisajes de dos ciudades: una en invierno y otra en verano. Las dos beben el mismo vino nacido entre las columnas de Hércules, padre fundador de los dos únicos mundos posibles. Las ciudades de siempre, pero traumatizadas frente a la especulación inmobiliaria y hostelera, la lucha por comprar en el mercado del barrio, por seguir a lomos de una moto vieja, metiendo barriga, sintiéndose joven con el casco que tapa las canas o la alopecia. Las viejas armas del encanto de quien no sabe ser malo, o que no es malo porque no le da la gana, del héroe que levanta la persiana todas las mañanas y tiene que trabajar la sonrisa vendedora, que también sirve para consolar a quien pide una cerveza tras una jornada agotadora.

    No desvelaré si aquí hay dinero, sexo o fútbol. Lean. A lo mejor descubren otra triada capitolina en las páginas que vienen, que son las importantes.

    Bernardo Periñán Gómez

    I

    Pepa y Tomás

    Cinco de la madrugada, otra mañana insomne. Dormir ocho horas ya no va conmigo. Tampoco saltar de la cama y ponerme a hacer flexiones o salir a correr. Leer y escribir me reportan mayores beneficios en estos momentos de soledad. Tenía que recuperar la afición escritora y, por ende, la lectora. He pasado mucho tiempo sin coger un libro, de tener uno empezado en la mesita de noche con un pico de página imposible de enderezar. Ahora el alma tiene hambre de frases, de historias; ahora la mente no vuela sola sin enganchar nada. El estrés y la angustia son enemigos de la creatividad, pero cuando llegan hay que aceptarlos, que pasen a su amor sin que salte ningún muelle y con la certeza de que, al final, siempre dejan algún aprendizaje.

    Después de escribir algunas líneas y de leer otras tantas, el rugido de las tripas y un mensaje en el móvil —martes, 11 de mayo de 2021, 07:30 a.m.— me sacan del edredón y me llevan de cabeza a la ducha.

    «Yo me pongo la corbata, mas no llevo reloj. Y me enfundo la chaqueta que mi mama, mi mama me compró»,¹ canturreo mientras el agua espabila mis sentidos y mis tendones. «Tengo que abrir la tienda a las nueve y aún hay muchas cosas que hacer. El panadero llega a las ocho en punto, y a y media he quedado con el comercial de Bodegas Alpujarreñas para hablar de los pedidos de este año. A ver si me trae algún delantal de esos tan chulos que han hecho de publicidad», voy repasando.

    Panadero, abacero, hombre del tiempo, organizador de eventos y confesor de pecados etílicos trasnochados. No era mi ambición profesional, aunque vivir encima del negocio y tener el mejor bacalao de la ciudad se acerca mucho a un sueño imaginado en una tarde veraniega bajo el sol.

    Me gusta ir bien vestido cuando trabajo, pero con aire de tendero, que ningún cliente pueda sentirse menos que el que sirve. Nunca he soportado ese halo de superioridad que tienen algunos comerciantes, ya sean de restaurantes, locales de copas, tiendas de ropa… Amigos los que haga falta, pero cada uno en su sitio y teniendo muy clara mi condición de servicio. Tampoco aguanto a los clientes que presumen de tener siempre mesa, de conseguir descuentos increíbles y de la gran amistad que los une a esos comerciantes. La naturalidad es mi lema y La Natural se llama mi negocio.

    Paco regenta un obrador junto con su hermano Juan. Mientras que uno reparte, el otro prepara la siguiente hornada y así se van turnando. «Para no aburrirnos demasiado», dicen con guasa unos tíos que se levantan a las tres de la mañana para que el resto tengamos un pedazo de pan que llevarnos a la boca. Juan y Paco son amigos míos de verdad, como su pan, que es el mismo que amasaba su padre y su abuelo, y que dejan muy temprano para hacerme sentir que arranco el día con buen pie y mejor olor.

    Con el pan recién hecho en la vitrina, me quito la americana y me pongo el delantal para empezar a trajinar. A la vez, me como medio bollo sin tostar con aceite de oliva virgen extra y un descafeinado largo de los de Clooney. Todo está muy limpio gracias a Manuela, que pone en orden muy temprano lo que dejamos por medio de martes a domingo. Manuela está a punto de jubilarse, tiene las piernas arqueadas, un poco de chepa y las manos ásperas como lijas. Siempre lleva el uniforme azul y la sonrisa franca. Posee una energía infinita desde las siete de la mañana que sale de su casa, hasta las diez de la noche que regresa para hacerle la cena a los dos ninis que tiene por hijos. Todas las desgracias del mundo le pasan a ella, pero lo cuenta con tanta gracia mientras trabaja que tengo la sensación de estar escuchando un folletín radiofónico.

    Con el estómago asentado, enciendo el ordenador. De este mes no pasa que haga inventario. De momento, repaso los pedidos:

    - Conservas: judías pochas, alcachofas amontilladas, codornices estofadas, un lote de salazones de Trafalgar y lomo de orza.

    - Quesos: Gamonéu —me queda medio— y Payoyo — que vuela enseguida—.

    - Bodega: con los pedidos semanales vamos bien. A ver qué me ofrece hoy de nuevo el de las Alpujarras. Aparte, tengo ganas de meter otro priorato de mejor relación calidad-precio. In vino veritas, in aqua sanitas.

    Aunque la cuaresma terminó el uno de abril, esta ciudad sigue sus costumbres hasta mayo, y aún nos queda bastante lomo de bacalao salado, así que no pido. Echo de menos a nuestro micólogo particular. Hay que esperar a septiembre y que tengamos suerte con las lluvias. Setas de cardo, boletus, perretxikos… Solo con los gurumelos ya me tiene contento. Hasta entonces nos conformaremos con las setas de lata y algunas de cultivo ecológico.

    Mi tienda es pequeñita pero apañada. Dispone de una puerta lateral que da al despacho de pan en la esquina. En la fachada principal, otra puerta doble se abre al mostrador. A su derecha, a escaso medio metro, continúa la barra del bar con tres mesas para sillas en el salón y dos estanterías para taburetes cogidas a una de las paredes. Toda la fachada es de cristalera y, aunque la acera parezca justa, el año pasado el ayuntamiento autorizó cuatro veladores para compensar los estragos del «bicho».

    La Natural nació con mi muerte profesional en Estructuras Alumínicas del Sur. La gran crisis de 2008 se llevó por delante veinte años de entrega, después de una exitosa carrera de industriales que me dejó tiempo para pensar, dos años de paro y un cheque para soñar.

    Pedidos al día. Son las ocho y veinte de la mañana. En un rato le doy la vuelta al cartel de la puerta principal, que me mira abierto. Muchas veces he pensado abrir el lateral de la panadería antes, pero entonces no pararía en todo el día. De nueve de la mañana a diez y media de la noche es un buen horario. Entre semana descansamos de seis a ocho de la tarde. Para dos horas no merecería la pena abrir, pero no puedo olvidar que esto es una tienda de ultramarinos con pretensión de restaurante. Intentar agradar y pasar la vida en positivo. Con cincuenta y cinco años no aspiro a hacerme rico. La ambición juvenil de cuando salí de la carrera se esfumó aquel septiembre de 2008. Tres meses antes, descubrí que mi mujer me la estaba pegando con el director comercial de mi empresa. Encima, tuve que soportar sus reproches por mi falta de atención y mi dedicación al trabajo mientras el otro hijo de puta me mandaba casi todas las semanas a prospectar la zona de Castilla-La Mancha. «Allí hay un gran mercado por descubrir, Fede», me decía, y aprovechaba para follarse a mi mujer. Me sentí igual que un noble medieval al que el rey mandaba a las cruzadas para seducir a su esposa durante la contienda, a lo que ella accedía para conseguir los favores reales y lograr que su esposo volviese pronto del campo de batalla. Sin embargo, María Luisa se enamoró de Alberto y me abandonó después de dieciocho años de matrimonio y dos hijos. Nos dejó a los tres con cara de bobo y se trasladó con una maleta al apartamento-ático de Alberto con las mejores vistas de la ciudad.

    Al poco tiempo, Albertito, con la justificación de la grave crisis, consiguió mi despido para no sentirse incómodo al tener que despachar conmigo. Como no se daba por satisfecho y su objetivo sexual estaba más que cumplido, cambió la cerradura de su apartamento. En el pomo, una nota dentro de un sobre verjurado agradecía esos meses maravillosos y daba indicaciones para ponerse en contacto con el conserje que guardaba su maleta con las cosas que se trajo de casa. María Luisa me lo contó entre lágrimas mientras pedía volver, pero nosotros también habíamos cambiado el bombín de la puerta. Durante esos meses tuvimos que replantearnos la vida. Los gemelos, con diecisiete años cumplidos, habían terminado el bachillerato y aprobado la selectividad en junio. Pablo, con magnificas notas, seguiría mis pasos y se matriculó en la Escuela Técnica Superior de Ingeniería. Pedro, culillo de mal asiento y muy tocado por la marcha de su madre, rindió peor y terminó en Administración y Dirección de Empresas con los Jesuitas.

    Ese verano, después de dejarnos María Luisa y antes de conocer mi despido, nos fuimos los tres de vacaciones a un pueblo de la costa tropical. Quince días agridulces. Por un lado, con la alegría de sus aprobados y por otro, pasando aquellas interminables noches en las que, cuando yo dejaba de llorar, me acercaba al cuarto de los chicos a consolar a Pedro, que seguía sin entender nada. Pablo no lloraba, todo se lo tragó, aunque su ropa y su pelo olían a tabaco después de darse un paseo cada noche. Aquel pueblo pesquero y recóndito nos sirvió de alivio y reconstituyente. Las playas semidesiertas a las que llegábamos por largos caminos de tierra, el coqueto hotel con piscina infinity y la más espléndida cocina de toda la comarca nos quitaron enseguida la cara de flexo y parte del susto que los tres traíamos metido en el cuerpo.

    Toc, toc, suenan unos nudillos en el cristal de la puerta lateral, que me devuelven al presente. Son las ocho y media, Germán llega puntual a la cita.

    —Buenos días, Federico, ¡qué alegría de verte y qué bonita tienes la tienda! Bueno…, tienda, esto es ya un restaurante de postín. Aún recuerdo cuando solo tenías el mostrador, el papel de estraza y cuatro latas de conservas.

    —Buenos días, Germán, nuestro esfuerzo nos ha costado. No seas pelota que te voy a comprar lo mismo —digo con una sonrisa.

    Germán es un tío de unos cuarenta, muy alto y fibroso. Está casado con María Bultrox, enóloga y heredera de la bodega familiar. Él se encarga de las ventas occidentales con bastante acierto y es un comercial formal y dicharachero. Siempre viste de chaqueta y corbata, aunque sus camisas con filos de colores, los pantalones de pitillo y esos zapatos de «chúpame la punta» se alejan bastante de mi gusto. Ahora… impecable y puntual como ninguno.

    —¡Oye, Germán! ¿La familia qué tal? ¿Y los triatlones?

    —Los triatlones, preparándolos hasta que vuelvan las competiciones oficiales —dice, y mira al suelo sin contestar sobre la familia. Se hace un silencio molesto que rompo—: ¿Te apetece un café?

    —Muchas gracias, ya he tomado en la venta de siempre. No quiero más cafeína, que luego me cuesta dormir. Vas a flipar con el nuevo catálogo. Hemos sacado un Pettit Verdot que es una delicia para el paladar —contesta, y se mete en faena como buen profesional.

    Después de un rato de charla, le cierro un pedido mensual para todo el año con dos cajas del crianza Morrocotudo y una del reserva Tintox Luxury. Del coche me baja media caja de ese Pettit que tanto promete. Ya son las nueve menos cinco y nos despedimos en la puerta.

    —Fede, en la caja de prueba te he metido dos delantales de los que tanto te gustaron. Por favor, ponte uno para trabajar y el otro se lo regalas a quien te plazca. —Me guiña un ojo y coge la calle con decisión castrense.

    Le doy la vuelta al cartel y abro la puerta principal. El corazón me sube de pulsaciones. Es curioso, pero el momento de arrancar me excita como si fuera a salir a cantar a un escenario, y eso que son ya once años de comerciante.

    Los dos primeros años fueron duros. De ingeniero Industrial brillante a despachante de ultramarinos cornudo. Si lo piensas, es hasta cómico. Aunque poco tiempo le dedicaba a esa imagen; mi mente disciplinada había marcado un plan de trabajo, y con mi estrategia de negocio grabada a fuego, todo había rodado hasta conseguir levantar la persiana el 12 de octubre de 2010. La noche antes de aquel martes no dormí nada. Todo eran nervios y carreras. Mucha ilusión y no menos contratiempos nos acercaban

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