Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

Quiero ser escritor: Crónicas ochenteras
Quiero ser escritor: Crónicas ochenteras
Quiero ser escritor: Crónicas ochenteras
Libro electrónico296 páginas4 horas

Quiero ser escritor: Crónicas ochenteras

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

A través de la mirada de un joven que quiere ser escritor -a caballo entre la crónica, el cuento, la epístola, el diario, la autobiografía y las memorias-, en este libro se narran las vicisitudes cotidianas; las tradiciones y costumbres; los movimientos estudiantiles; las catástrofes naturales y sociales; las tragedias familiares; la apropiación y la decadencia, ecológica y social, de los espacios citadinos; la violencia contra las mujeres y las desigualdades de género; la delincuencia y la inseguridad; las formas de sociabilidad; y las aspiraciones y frustraciones en las vidas invisibilizadas -por los medios y el discurso oficial- de habitantes de los sectores bajo y medio de la hoy ciudad de México en los años ochenta del siglo pasado y en las dos décadas anteriores. Estas crónicas son el testimonio de un tiempo pasado que no es ajeno a nuestro presente. Leídas con la mirada del acontecer vigente, pueden contribuir al entendimiento de la mas reciente camada de lectores y lectoras sobre la sociedad chilanga en la actualidad. Asimismo, puesto que también relatan los avatares en la formación literaria de un joven ochentero, seguramente serán un espejo en el que se reflejarán los empeños de aspirantes a escritores y escritoras de las nuevas generaciones.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento1 ene 2022
ISBN9786078840373
Quiero ser escritor: Crónicas ochenteras

Lee más de Porfirio Miguel Hernández Cabrera

Relacionado con Quiero ser escritor

Libros electrónicos relacionados

Crítica literaria para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para Quiero ser escritor

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    Quiero ser escritor - Porfirio Miguel Hernández Cabrera

    Quiero ser escritor.

    Crónicas ochenteras

    UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE LA CIUDAD DE MÉXICO

    Difusión Cultural y Extensión Universitaria

    RECTORA

    Tania Hogla Rodríguez Mora

    COORDINADORA DE DIFUSIÓN CULTURAL

    Y EXTENSIÓN UNIVERSITARIA

    Marissa Reyes Godínez

    RESPONSABLE DE PUBLICACIONES

    Quiero ser escritor:

    Crónicas ochenteras

    Porfirio Miguel Hernández Cabrera

    Quiero ser escritor. Crónicas ochenteras en primera persona

    Primera edición electrónica, 2022

    D.R. © Porfirio Miguel Hernández Cabrera

    D.R. © Universidad Autónoma de la Ciudad de México

    Dr. García Diego, núm. 168,

    col. Doctores, alcaldía Cuauhtémoc,

    06720, México, Ciudad de México

    ISBN 978-607-8840-37-3 (ePub)

    Imagen de portada: Graciela Mosches

    publicaciones.uacm.edu.mx

    Esta obra se sometió al sistema de evaluación por pares doble ciego y fue aprobada para su publicación por el Consejo Editorial de la UACM.

    Reservados todos los derechos. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida, archivada o transmitida, en cualquier sistema —electrónico, mecánico, de fotorreproducción, de almacenamiento en memoria o cualquier otro—, sin hacerse acreedor a las sanciones establecidas en las leyes, salvo con el permiso expreso del titular del copyright. Las características tipográficas, de composición, diseño, formato, corrección son propiedad del editor.

    Hecho en México

    Índice

    Portada

    Portadillas y legal

    Unas palabras previas

    1

    Las posadas del Nopal

    Los guerreros de Atlampa

    Eduardo

    2

    Concurso de yo-yo

    Colonia Santa María la Ribera de siempre

    3

    Un chavo ceceachero bien orientado

    4

    Neurosis

    Movimiento Estudiantil de Iztacala de 1983

    Donde jóvenes ladrones roban a un joven trabajador

    5

    ¡Hoy pagan!

    La psicología de la vida cotidiana y del trabajo

    Contraste del presente y el pasado en Cuautepec

    ¡Presta la molleja!

    La Margarita cubana

    San Juanico

    6

    Recorte presupuestal

    El día en que el metro sufrió anorexia

    El rumor de la tierra

    Mundial de Futbol México 86

    El metro, solución de nuestro tiempo

    ¿Cansancio vulgar, nada más?

    La contraseña

    La muerte del abuelo Andrés

    Cecilia, el rock y yo

    La mujer joven en México

    7

    Hacia un periodismo no sexista

    Ante un público frío, fue presentada la más reciente novela de Juan García Ponce

    Sobre los cerros

    La señorita Eva

    Las posadas de Cuautepec

    Epílogo o Volver al futuro

    Agradecimientos

    Sobre el autor

    Colofón

    Contraportada

    Unas palabras previas

    En el decenio de los años ochenta del siglo pasado había egresado de la Escuela Nacional de Estudios Profesionales Iztacala (hoy Facultad de Estudios Superiores Iztacala) e intentaba hacer la tesis de licenciatura en psicología, en lo cual se me iban mucho tiempo y energía. Al mismo tiempo, quería ser escritor y me afanaba escribiendo crónicas y otras colaboraciones para el periódico mural (In Mural) del Departamento de Supervisión de la desaparecida Secretaría de Comercio y Fomento Industrial (Secofi) en la que trabajaba, pero también escribía crónicas y otros relatos en mi diario íntimo «para ejercitarme en la escritura y aprender a escribir».

    Esos escritos permanecieron archivados por casi tres décadas hasta que, a finales de la primera década de los años dos mil, decidí reunirlos y presentarlos en la obra titulada Crónicas ochenteras en primera persona, con la que participé en el «Cuarto Concurso Nacional de Crónica Urbana Manuel Gutiérrez Nájera 2008», organizado por la UACM, en el cual obtuve mención honorífica. Esa es la primera versión de este compendio, al cual se agregaron más crónicas cuando, el 31 de mayo de 2017, presenté la segunda versión en la convocatoria al personal académico del Colegio de Ciencias y Humanidades de la UACM para publicación de obras. De entonces a la fecha, la propuesta inicial se fue acrecentando con la incorporación de crónicas adicionales que estuvieron guardadas por casi cuarenta años en un cajón, hasta que encontraron su momento para salir a la luz.

    Así, Quiero ser escritor. Crónicas ochenteras es un libro que compendia el trabajo escritural realizado en un momento crucial de mi formación personal y profesional en esa época. Las crónicas tratan sobre sucesos acontecidos en las décadas de los años sesenta, setenta y ochenta, pero fueron escritas principalmente en esta última.

    En cuanto a su contenido, este volumen se compone de siete apartados y un epílogo. Todos los apartados incluyen un exordio y un conjunto de crónicas. Por un lado, cada exordio, aparte de describir algunos aspectos de cada una de las etapas de mi ciclo de vida desde la infancia hasta la adultez joven en las esferas familiar, escolar y laboral, narra mis procesos de acercamiento a la lectura y la escritura; las circunstancias personales, familiares y sociales en las que se escribieron las crónicas que conforman cada apartado; y, principalmente, dan cuenta de mi deseo de ser escritor y las vicisitudes asociadas a este deseo.

    Así, los exordios testimonian un recorrido autobiográfico por algunos de mis espacios interiores. De ahí que una de las fuentes más importantes en las que abrevan sea mi diario como un receptáculo de mis vivencias, añoranzas, miedos, culpas, anhelos, alegrías, tristezas, opiniones, críticas, asombros, aprendizajes, logros, frustraciones; pero también como un taller literario personal en el que intentaba darle forma a todas esas experiencias. Además, echan mano de libros y otros documentos del período en cuestión; y de recuerdos —propios, de mi madre, de mis hermanos y hermanas, y de mis cuñados y cuñadas— con los que llené los huecos.

    Por otro lado, las crónicas que integran cada apartado relatan sucesos cotidianos y extraordinarios de cada época acerca de mí, de mi familia y de la Ciudad de México. Pretenden ser un registro histórico de los aconteceres, los espacios y las transformaciones socio-culturales, en un viaje que abarca tres décadas. A mi juicio, tal periplo contribuye a conservar una memoria literaria de diversos ejes temáticos, a saber: las vicisitudes cotidianas; las tradiciones y costumbres; los movimientos estudiantiles; las catástrofes naturales y sociales; las tragedias familiares; la apropiación y la decadencia, ecológica y social, de los espacios citadinos; la violencia contra las mujeres y las desigualdades de género; la delincuencia y la inseguridad; las formas de sociabilidad; y las aspiraciones y frustraciones de la sociedad chilanga. Todos estos ejes se presentan focalizados en las vidas invisibilizadas —por los medios y el discurso oficial de los años ochenta— de un grupo de habitantes de los sectores bajo y medio, cuya narración las visibiliza y revela la manera en que se manifiestan en los ámbitos personal, familiar, amistoso, educativo, laboral, cultural y urbano.

    Todas las crónicas son historias independientes que tienen una temática y una composición interna propias. No obstante, leídas en su conjunto, conforman un todo unitario —que se hila a partir de temáticas comunes— en el que los ciclos vitales de los personajes se interconectan en diferentes momentos y espacios citadinos para dar cuenta de la memoria colectiva de un segmento de la sociedad en el pasado reciente; segmento que, desafortunadamente, aun hoy en día no ha recibido la atención suficiente para superar su invisibilización. La unidad de las narraciones y los ejes temáticos se hace posible a través de su articulación en un eje transversal —presente tanto en los exordios como en las crónicas mismas—, que es la mirada de un joven que quiere ser escritor y que escribe como puede sus pensamientos, sentimientos, reflexiones y críticas sobre lo que vive, ve, oye, recuerda e investiga para aprender a escribir, pero que no sabe que, quizás, ya es escritor.

    El origen de las crónicas es diverso. Algunas fueron seleccionadas de mis colaboraciones para el In Mural; otras fueron escritas como cartas a la redacción del diario unomásuno; unas como ejercicios para talleres de periodismo; otras más como propuestas para concursos de crónica y de cuento; y las menos como crónicas formales publicadas en una revista independiente y un libro colectivo. Las más recientemente integradas fueron recuperadas de la relectura de mi diario y de apuntes de cuadernos. Solamente en el apartado dos fue necesario escribir, en el presente, las crónicas que contiene. Todas van acompañadas por epígrafes de canciones que son parte de la banda sonora de mi vida y la de mi generación, pero también de la vida de los personajes que se abordan en algunas de ellas.

    Sin embargo, es necesario reconocer que muchos de los textos que integran esta obra no pueden ser considerados, en sentido estricto, «crónicas». Lo anterior debido a que, aunque algunos fueron concebidos como tales, otros tienen pretensiones de cuento; otros más son apuntes de mi diario escritos con la intención —nunca realizada— de convertirlos en cuentos; algunos son expresiones en el género epistolar; y otros están conformados de recuerdos autobiográficos y fragmentos de mi diario. Así, este compendio es un híbrido a caballo entre la crónica, el cuento, la epístola, el diario, la autobiografía y las memorias. A pesar de ello, he decidido nombrarlo «libro de crónicas» porque se acerca más a este género; porque el término crónica proviene del griego cronos, que significa tiempo, y alude al relato de acontecimientos en orden cronológico; y porque aquí pretendo cruzar las épocas para demostrar la continuidad de ciertos acontecimientos en los tiempos personal y social. Pero también prefiero llamarlo «libro de crónicas» por la impronta de su intención inicial y porque quiero ser fiel al anhelo del joven que empezó a escribirlo.

    A pesar de testimoniar una época ya lustrosa por el paso del tiempo, el valor de estas crónicas no es meramente personal ni familiar, es principalmente social porque los hechos que aquí se relatan siguen vigentes en la actualidad, y no serán ajenos a las y los lectores jóvenes. Casi como ciclos que parecen repetirse a lo largo de las décadas, algunas de las problemáticas abordadas en esta obra se presentan hoy en día con nuevos matices, pero, en esencia, continúan siendo las mismas. Una lectura comparativa, que establezca un puente temporal entre el pasado y el presente, puede contribuir a valorar algunos problemas que incidían en el devenir cotidiano de las y los chilangos —y de otros habitantes de poblaciones aledañas al entonces Distrito Federal— de la segunda mitad del siglo pasado. Asimismo, puede ayudar a entender cómo esas problemáticas continúan repercutiendo, con mayor virulencia, en sus pobladores y pobladoras actuales.

    Específicamente, existen cuatro ejes temáticos que pueden ilustrar lo antes dicho: las catástrofes provocadas por la negligencia; los sismos; la violencia contra las mujeres; y la delincuencia y la inseguridad. En cuanto al primer asunto, como un destino que se ceba siempre contra los más pobres —igual que en la explosión de San Juanico en 1984—, la explosión del 18 de enero de 2019 en Tlahuelilpan, estado de Hidalgo, dejó decenas de personas muertas y quemadas. Durante la perforación ilegal de un gasoducto de Pemex por parte de los llamados «huachicoleros», las víctimas —avasalladas por la pobreza— trataron de aprovecharse de la situación para obtener gratuitamente unos galones de combustible como un modo de subsistencia.

    En relación con los sismos, irónicamente, el día en que se hizo el simulacro de evacuación para fomentar la cultura de prevención del riesgo y conmemorar los treinta y dos años del terremoto que devastó la Ciudad de México el 19 de septiembre de 1985, ocurre otro sismo de intensidad catastrófica que trajo consigo también muchas pérdidas humanas y destrucción. De una manera más organizada y preparada por la memoria histórica del primer sismo septembrino, después del terremoto del 19 de septiembre de 2017 la sociedad chilanga también actuó de manera inmediata y solidaria para remover los escombros, recuperar los cadáveres, rescatar a las personas atrapadas, y donar y repartir víveres entre la población damnificada.

    En cuanto a la violencia contra las mujeres, en los años ochenta ya existía un movimiento feminista que luchaba por abatir las desigualdades de género, y se promovían acciones para superar el sexismo y la violencia machista en todos los ámbitos sociales. En nuestros días, dicho movimiento se ha radicalizado ante la insuficiencia de políticas públicas y programas sociales para abatir los alarmantes índices de feminicidios y casos de violencia contra las mujeres. De ahí que las feministas se han visto en la necesidad de instrumentar acciones de protesta y resistencia civil cada vez más extremas en contra de la negligencia de la policía y las autoridades. Tal es el caso de las manifestaciones de estudiantes, grupos y asociaciones civiles de mujeres que culminaron con la toma del Monumento al Ángel (la «Ángela») de la Independencia y otros edificios públicos el 16 de agosto de 2019.

    Finalmente, sobre la delincuencia y la inseguridad, aunque han sido un lastre social a lo largo de la historia, en los años ochenta se agudizaron debido a la «crisis económica» que padecía el país. En aquel entonces, en el Distrito Federal los ladrones eran jóvenes que despojaban de sus vehículos a los taxistas, asaltaban a la ciudadanía en el transporte público, etcétera. En el presente, este tipo de delitos siguen siendo comunes; empero, la delincuencia está exacerbada y los jóvenes asaltantes actúan ahora con más saña, de tal modo que la inseguridad es constante en casi cualquier lugar y a cualquier hora. Con todo, a diferencia del pasado, la ciudadanía ya no reacciona pasivamente ante los asaltos, sino que, en muchos casos —harta de la impunidad y la falta de acciones efectivas de las autoridades capitalinas y del Estado de México—, hace justicia por propia mano y se enfrenta a los delincuentes propinándoles severas golpizas hasta casi lincharlos. Esto es lo que sucedió en la serie de casos de este tipo que se desataron a raíz del asalto fallido de un delincuente en un microbús de transporte público que circulaba en la autopista México-Texcoco el 31 de julio de 2020.

    Además de estos temas, se pueden considerar las interconexiones históricas entre otros como la sempiterna «crisis económica» del país, y la falta de oportunidades educativas y laborales para los y las jóvenes de los sectores bajo y medio; pero también las existentes entre los temas universales de la juventud que siempre estarán presentes independientemente de las generaciones y las épocas: la amistad, el amor, los estudios, los ideales, el trabajo, la realización personal y profesional, los viajes (realizados y soñados), la incertidumbre sobre el futuro. Y así como estos ejemplos, el lector o la lectora podrá hacer todas las comparaciones que le parezcan pertinentes para establecer las diferencias, similitudes, y puntos de continuidad y ruptura entre las características sociales, culturales, económicas y políticas de la sociedad capitalina de la segunda mitad del siglo pasado y las de la sociedad contemporánea.

    Así pues, estas crónicas son el testimonio de un tiempo pasado que no es ajeno del todo a nuestro presente. Además de ser un recuento periodístico-literario de un período ya añejo con el que se identificarán algunas personas lectoras de mi generación, leídas bajo los lentes de la mirada y el acontecer vigentes, las historias que aquí se compendian pueden contribuir al entendimiento de la más reciente camada de lectores y lectoras sobre la vida cotidiana, socio-cultural, urbana y política de la Ciudad de México en el presente. Asimismo, puesto que también dan cuenta de los avatares en los procesos de formación vocacional y de creación literaria de un joven chilango de los años ochenta del siglo pasado, y de él mismo como un hombre maduro en la época actual, seguramente serán un espejo en el que se reflejarán los empeños de las y los aspirantes a escritores de las más recientes generaciones.

    De este modo, Quiero ser escritor. Crónicas ochenteras es un libro sobre el pasado que puede contribuir a la comprensión del presente; presente que después formará parte de nuestro pasado; pasado que será potencialmente escribible por nuevos y nuevas cronistas; y así mientras haya chilangos y chilangas sobre la Tierra…

    PORFIRIO MIGUEL HERNÁNDEZ CABRERA

    Cuautepec, Ciudad de México,

    31 de mayo de 2017-15 de septiembre de 2020

    1

    Supongo que mi gusto por escribir sobre los sucesos de la vida real surgió en mi infancia por la costumbre de mamá y papá de contarnos a mis hermanos, hermanas y a mí historias de su vida. Recuerdo las narraciones acerca de sus andanzas por las colonias Santa Julia, San Rafael, Santa María la Ribera, Pro Hogar, San Sebastián, El Porvenir, Aguilera y la entrañable colonia Atlampa, la mayoría ubicadas en lo que muchos todavía llaman «el norte» del extinto Distrito Federal, que para mí es «el centro»; «el norte» siempre ha estado en el norte, aún cuando la ciudad no había crecido tanto. Mis padres nos relataban cómo, a principios de los años cuarenta del siglo pasado, se conocieron de niños en la colonia San Rafael, cómo se dejaron de ver y luego se reencontraron en la Atlampa, ya jóvenes, para casarse en 1949, siempre viviendo en cuartos de vecindades mientras un nuevo integrante de la familia Hernández Cabrera llegaba hasta completar trece.

    No faltaban las rememoraciones del arribo en tren de mi padre —a los trece años en 1942—, y de sus hermanos y hermanas, a la Estación de Ferrocarriles de Buenavista de la gran ciudad, provenientes de Huichapan, Hidalgo; o el de mi abuelita Nachita, quien en 1930 se vino a trabajar desde Tepatitlán, Jalisco, cargando en su vientre a mi madre.

    Supe de las escapadas infantiles de mi mamá al cine para ver las películas de Shirley Temple y otras estrellas de Hollywood de la época, y de las largas caminatas que realizaba, de adolescente, por el Centro viendo los aparadores de las tiendas de ropa; de los múltiples trabajos de mi papá como mozo en casas de la colonia San Rafael, y como empleado y obrero, y de los de mi abuelita como trabajadora doméstica en casas particulares, «galopina» (lavaplatos) en cafés de chinos, lavandera y conserje en laboratorios farmacéuticos; del accidente en motocicleta de mi padre y de su insistencia, en su cama de hospital, para que mi madre y mis hermanos y hermanas mayores se salieran de la colonia Aguilera —porque cada vez que pasaba un camión cerca de la vecindad se caía un pedazo del techo del cuarto— para ir a vivir —dos meses antes del terremoto de 1957, cuando «se cayó el Ángel»— por diecinueve años a la vecindad del número 151 de la calle del Nopal en la colonia Atlampa, donde nací tres años después.

    Supe de estos sucesos y de muchos más, y siempre que veo las viejas películas de los años cuarenta en las que aparecen algunas escenas filmadas en el antiguo Puente de Nonoalco, en los patios de la Estación de Buenavista y en algunas calles aledañas o en vecindades recreadas en los sets cinematográficos, imagino la vida de mis padres de niños o casados en aquellos rumbos.

    Me gustaba saber mis orígenes, pero no sé si llegué a escribir sobre ellos en algún cuaderno de la escuela primaria Álvaro Obregón, a la que asistía en Nopal 6, y en la que daba clases el maestro Erasmo Vázquez Rojas, famoso por ser hermano de Genaro Vázquez, líder sindical del magisterio guerrerense y posteriormente guerrillero a finales de los años sesenta y principios de los setenta del siglo pasado; ambos habían estudiado en la escuela Raúl Isidro Burgos, mejor conocida como Escuela Normal Rural de Ayotzinapa.

    Lo que sí sé es que, muchos años después, me nació la necesidad de escribir en mi diario, y en varios textos con los que participé en concursos de crónica y de cuento, sobre mis propias vivencias en mi barrio infantil. Así, en diciembre de 1989 escribí tres crónicas para participar en el II Concurso «Sábado… Distrito Federal», convocado por la Dirección General de Culturas Populares y la Asociación Familia y Sociedad, dos de las cuales son «Las posadas del Nopal» y «Los guerreros de Atlampa». «Eduardo» es una narración escrita en mi diario en agosto de ese año.

    Las posadas del Nopal

    Ya vienen las Christmas,

    ya viene Navidad

    y luego la piñata vamos a quebrar.

    Ya las tamaladas van a comenzar

    y luego en las posadas vamos a cantar.

    «Las ardillitas en Navidad»

    LAS ARDILLITAS DE LALO GUERRERO

    Para mi hermano Juan

    I

    ¿A qué horas vamos a empezar la posada? —preguntaron Lalo y Pepe, los hijos más pequeños de la señora Cuquita, sentados en una de las camas que ocupaban gran parte del espacio en el cuarto que habitaban los Hernández Cabrera en la vecindad de la calle del Nopal.

    —Pues ya, nada más que terminen de arreglar a los peregrinos. Tú Lalo, avísales a todos que ya vamos a empezar y ve con Miguel y Jaime al cuarto de allá atrás y diles que si ya terminaron de hacer la piñata. Si no, que se apuren y que ya se vengan —dijo la señora Cuquita mientras sacaba del viejo ropero de caoba el libro de oraciones, el rosario y su chalina.

    —Que dice la señorita Eva que cuando quieran —entraron anunciando en ese momento Patricia y Olivia, las hermanas de Carlos —amigo de Miguel y los muchachos—, quienes vivían en la pieza de enfrente.

    —Ay, ¡qué bonito! —agregaron al unísono las hermanas al ver el Nacimiento que se hallaba en un rincón del cuarto, junto al arbolito de Navidad, el primero que los muchachos tenían en su vida y que había comprado Juan, su hermano mayor.

    Alrededor del árbol, que Rosario —la hija más grande de la señora Cuquita— había puesto en una maceta para que no se secara, Juan colocó una serie de foquitos de colores que, junto con el «pelo de ángel», las esferas, la «escarcha» y las tarjetas de Navidad que recibían de sus abuelitos Nachita y Andrés —y de los demás tíos y amigos—, daban un espacio de luz y color a la vivienda. Además de las camas y los dos roperos con lunas en las puertas, los únicos muebles que tenían los Hernández Cabrera eran una cómoda, un chifonier, la recién comprada televisión, una cama plegadiza, unas repisas, y en el centro de la pieza una mesa de madera y las sillas. En la pared principal del cuarto había colgadas fotos de la familia, de

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1