La palabra y el oro: La aventura de Enrico Malatesta en el Río de la Plata
Por Hugo Fontana
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A pesar del movedizo terreno en el que, según advierte Fontana, deberá pisar quien pretenda estudiar el paso de Malatesta por esta región, logra rescatar el pasaje del revolucionario anarquista italiano por estas tierras, en un relato que se mantiene alejado de la ficción.
La Biblioteca de Walter es una colección de libros sin tiempo, o, mejor dicho, de nuestros tiempos de lucha por la libertad; por lo tanto, de todos los tiempos. Son libros para interrogarnos sobre lo que hoy acontece y reflexionar acerca de nosotros mismos y el mundo. Textos que no son guías ni manuales; solo estímulos y provocaciones para pensar, para interpelar a los autores, para considerar lo que ellos, en otras circunstancias, no pudieron tener en cuenta. Por eso esta colección no constará de viejos libros históricos, sino de libros que impulsen conversaciones que a su vez permitan abrir nuevos caminos. Textos por siempre jóvenes, para transformar la vida y buscar la emancipación.
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La palabra y el oro - Hugo Fontana
CAMINANDO Y FUMANDO
Paseaba su figura arrastrando su sempiterno escepticismo con un dejo de indolencia por las calles del Barrio Sur, cigarro en mano y mirada atenta. No era fácil convencerlo de que valía la pena la vida, esta vida nuestra descosida por sinsabores y estrecheces de miras y de recursos. Pero siempre estaba disponible para conversar, o mejor, para dejar fluir las palabras por los vericuetos de las incertidumbres. Se lo echa en falta.
Siempre me pregunté de dónde provenía su anarquismo. O no. Porque quizá fuera simple admiración por personajes que combinaban alguna dosis de aventurerismo con un rechazo visceral, hepático, al capitalismo y a sus perros falderos. Seguro que no era una adhesión ideológica, de esas que convierten los fundamentos en fundamentalismo, extremos que nunca confundió. Me inclino a pensar que tenía claras opciones en cuanto a las ideas, pero las brújulas eran otras.
Valores. Seguro que se trata de su admiración por los valores que profesaba toda una generación de libertarios. En Arcángeles, Paco Ignacio Taibo II repasa la vida de una docena de vidas libertarias, de revolucionarios herejes, que pueden servir de inspiración a cualquiera en cualquier parte del mundo. En todo caso, estos herejes tuvieron una vida libertaria aunque no lo supieran, aunque profesaran ideas marxistas o de cualquier otra especie.
Siento que admiraba a quienes ponían el cuerpo para rubricar sus ideas, a los que se la jugaban sin calcular las consecuencias, que lo daban todo en un órdago que podía, las más de las veces, volverse en contra antes que salir adelante.
Claro que Hugo vivía en un medio y en un tiempo de mezquindades, de prebendas y compadreos de pasillo para conseguir alguna migaja, de esas que los poderosos dejan caer casi al desgaire, para afirmar su superioridad de clase. Y que los lambetas se apresuran a recoger con un gesto dócil de agradecimiento. Me puedo imaginar el asco que sentía ante tales actitudes.
Admiraba, en cambio, la voluntad y la coherencia, sobre todo cuando se desplegaban en situaciones adversas; cuando desafiaban poderes y poderosos contra todo pronóstico favorable. Porque lo admirable en los seres humanos, en particular en los revolucionarios, no es cuando despliegan banderas en alamedas hinchadas de rebeldes, sino cuando siguen adelante en la soledad de la derrota, en la melancolía del destierro o en la clausura de la prisión.
No considero a Hugo Fontana un antiintelectual. En absoluto. Siento que sus lecturas, las ideas y los análisis, por más abstractos y hasta abstrusos que fueran, debían servir para algo más que lustrar el ego de quien escribe, una práctica tan común en nuestros posmodernos ansiosos de brillo.
Me pregunto cómo habrá llegado a Errico Malatesta, porque es evidente que Hugo no pretendía hacer una tesis doctoral ni un libro docto, en el peor sentido del término. Veo aquí dos grandes avenidas. La de la vida, plagada de persecuciones. A los 15 años, requerido por la policía de Nápoles por haber escrito un carta «subversiva» a Víctor Manuel II, y a los 17, detenido por participar en un motín de los estudiantes republicanos.