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El supremo egoísmo de la tempestad. Ensayos sobre literatura y cultura latinoamericana
El supremo egoísmo de la tempestad. Ensayos sobre literatura y cultura latinoamericana
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Libro electrónico256 páginas3 horas

El supremo egoísmo de la tempestad. Ensayos sobre literatura y cultura latinoamericana

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Esta colección de reflexiones sobre la cultura y literatura latinoamericanas está dividida en tres partes principales –cada una de ellas compuesta de tres ensayos– y un epílogo. En la primera parte, que he nombrado Arqueologías de la nación, realizo tres incursiones puntuales sobre el modo en que los archivos nacionales literarios han fundamentado su origen y dibujado su pretendida trascendencia. En la segunda parte de este libro, cuyo título es Poéticas y retóricas de autor, visito la obra de varios poetas del siglo XX, para ofrecer a los lectores y futuros investigadores algunas posibilidades interpretativas que estimo novedosas o, por lo menos, insuficientemente estudiadas. En la tercera, denominada Tropos y ficciones culturales, observo la manera en que dos ensayistas y críticos latinoamericanos estructuran sus sistemas de pensamiento, en torno de ciertas figuras retóricas que les permiten narrar la evolución de la cultura latinoamericana. Inspirado en este juego conceptual, construyo mi propia ficción o tropo cultural, para analizar el concepto de interculturalidad literaria, tal como se presenta en un poema que adopto como ejemplo. Finalmente, el Epílogo sobre el canon literario está dedicado al estudio de la figura del librero de inicios del siglo XX en la ciudad de Quito, como miembro pleno del sistema literario: educador, promotor y suscitador del canon.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento13 jul 2023
ISBN9789978776674
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    El supremo egoísmo de la tempestad. Ensayos sobre literatura y cultura latinoamericana - César Eduardo Carrión

    Prólogo

    Este libro toma su nombre, El supremo egoísmo de la tempestad, de un diálogo que mantienen los personajes del relato del siglo XIX titulado Entre riscos,¹ que es objeto de análisis de uno de los ensayos que el lector encontrará en este volumen. En esa historia, los protagonistas del romance deben defender su relación del clasismo y racismo propios de la sociedad estamental de las primeras décadas de la república. La lucha de los amantes se extiende al escenario natural, cuando incluso los animales, cerros y fenómenos atmosféricos parecen conspirar en contra de la consumación de su amor. Las condiciones sociales y naturales se presentan tan imperturbables como la sinécdoque de la tempestad que las representa. La naturaleza aparece como un fantasma imbatible que aprueba las inequidades de un sistema caduco pero vigente, injusto pero poderoso. Creo que El supremo egoísmo de la tempestad es una imagen que resume las dificultades que los lectores y estudiosos de la literatura deben enfrentar en el mundo contemporáneo, en donde las humanidades han perdido terreno en los ámbitos sociales, culturales, incluso académicos, y corren el riesgo de convertirse en actividades marginales e irrelevantes. El título de este compendio de ensayos es un homenaje a quienes persisten en su empresa intelectual, tal como hicieron aquellos héroes de las aventuras románticas del siglo XIX latinoamericano, a pesar de las dificultades que la inclemencia de la naturaleza y los reveses de la historia les impusieron.

    Esta colección de reflexiones sobre la cultura y literatura latinoamericanas está dividida en tres partes principales –cada una de ellas compuesta de tres ensayos– y un epílogo. En la primera parte, que he nombrado Arqueologías de la nación, realizo tres incursiones puntuales sobre el modo en que los archivos nacionales literarios han fundamentado su origen y dibujado su pretendida trascendencia. En la segunda parte de este libro, cuyo título es Poéticas y retóricas de autor, visito la obra de varios poetas del siglo XX, para ofrecer a los lectores y futuros investigadores algunas posibilidades interpretativas que estimo novedosas o, por lo menos, insuficientemente estudiadas. En la tercera, denominada Tropos y ficciones culturales, observo la manera en que dos ensayistas y críticos latinoamericanos estructuran sus sistemas de pensamiento, en torno de ciertas figuras retóricas que les permiten narrar la evolución de la cultura latinoamericana. Inspirado en este juego conceptual, construyo mi propia ficción o tropo cultural, para analizar el concepto de interculturalidad literaria, tal como se presenta en un poema que adopto como ejemplo. Finalmente, el Epílogo sobre el canon literario está dedicado al estudio de la figura del librero de inicios del siglo XX en la ciudad de Quito, como miembro pleno del sistema literario: educador, promotor y suscitador del canon.


    1. José Gómez Carbo [bajo el seudónimo de Jecé], Por entre riscos, La Revista Ecuatoriana, Tomo I, nº 10, Quito, 31 de octubre de 1889, pp. 377-403.

    I.

    Arqueologías de la nación

    La nación ecuatoriana es un romance fallido

    La retórica patriótica de los relatos de ficción

    del siglo XIX: El caso de Entre riscos (1889) de

    José María Gómez Carbo (1859-1899)²

    Voy a contarles una historia de amor. Como casi todos los romances que vale la pena recordar, este tampoco tiene un final feliz. El trágico destino de sus protagonistas se vislumbra apenas se conocen. Y, por supuesto, se trata de un amor prohibido por la costumbre y los prejuicios, el orgullo y las disputas de poder entre las familias de los amantes. Como ocurre con la mayoría de las historias de amor escritas en el siglo XIX latinoamericano, este romance constituye una alegoría que procura explicar los intrincados procesos de formación de las comunidades nacionales de la región, en un tono didáctico y hospitalario. Además, esta historia de amor sucede en las estribaciones, valles, hondonadas y cumbres del complejo montañoso del Pichincha: en el mismo paisaje donde un 24 de mayo de 1822, las huestes bolivarianas vencieron a las tropas realistas y se selló la independencia política de los territorios coloniales que hoy conocemos con el nombre de República del Ecuador, según nos dice una parte de la historia nacional ecuatoriana. El valor simbólico y político del escenario donde ocurre la anécdota de este romance es indiscutible. Esta historia de amor tiene todos los ingredientes de una alegoría nacional.

    El relato titulado Entre riscos fue publicado en 1889 en el número 10 de la Revista ecuatoriana,³ regentada por Vicente Pallares Peñafiel (1864-1894) y José Trajano Mera Iturralde (1862-1919) –hijo del célebre escritor Juan León Mera Martínez (Ambato, 1832-1894)–, quienes fueron miembros notables de las élites letradas conservadoras de entonces y muy conocidos suscitadores y promotores literarios. En este caso, el nombre de Pallares Peñafiel resulta relevante, porque en su momento dejó escrito cómo entendían aquellos letrados del siglo XIX la idea de nación, que unían sin distinción alguna al concepto de patria, y que deja en claro el compromiso histórico que habían asumido:

    En el campo de la Historia, la Patria comienza en el hogar, se extiende luego á la ciudad, en seguida al municipio y, por último, á la nación; de manera que este nombre, reducido y estrecho en un principio, se ha elevado y espiritualizado por la idea de los lazos personales que unen al hombre al país, según observa Bluntschli (2).⁴ En la generalidad que su concepto alcanza en nuestros días, llega á confundirse con el de nación, con esta diferencia, notada por un publicista español contemporáneo (3):⁵ que no solemos decir nación sino en nuestras relaciones con los extraños, pues acá para nosotros, en la interior conversación ó sentimiento íntimo, no tiene nación otro nombre que patria. (1890, pp. 2-3)

    El autor de Entre riscos, José María Gómez Carbo (Vinces, 1859-Quito, 1899), fue Cónsul del Ecuador en El Havre y senador y secretario de la Convención que se reunió en Ambato en 1878. En dicha asamblea constituyente, presidida por el General José María Urbina, se expidió la novena Constitución política del estado ecuatoriano, el 31 de marzo. En ella se determinó que la educación pública es responsabilidad de la función ejecutiva del Estado y, en consecuencia, se creó el Ministerio de Educación.

    Con tan solo este vistazo al trayecto político y las relaciones personales e ideológicas del autor de nuestro romance, se observa cuán involucrado estaba en las continuas reformas del emergente Estado ecuatoriano, de manera especial, en momentos en los que la instrucción y educación pública ganaban importancia en los debates de las élites políticas de la época. Su labor como escritor de ficción es parte de su evidente vocación patriótica y educativa. Se trata de uno de los escritores civiles de entonces, comprometidos con la fundación de la nueva república sudamericana y la construcción de narrativas jurídicas y simbólicas, que le dieran sustento político y dotaran de memoria social a una comunidad en construcción, profundamente dividida por sus diferencias culturales internas y por brechas sociales de todo tipo, heredadas de la estructura estamental de la Colonia.

    Para entender a cabalidad las implicaciones de esta fábula nacional, es indispensable conocer en detalle el contenido de su trama, toda vez que, en sus argumentos, símbolos y referencias, se concretan sus significados políticos y educativos. Gómez Carbo cuenta en la primera página que había recibido un manuscrito de un amigo suyo, que nunca estimó digno de atención, pero por cuya obcecada insistencia decidió publicar como texto de apertura de uno de los números de la revista dirigida por sus colegas Pallares y Mera. A continuación, reseño este relato contado por un narrador protagonista y anónimo, que nos confiesa haber experimentado los siguientes acontecimientos.

    Cinco jóvenes que paseaban por los alrededores de Lloa, pequeño poblado al sur occidente de Quito, se encuentran con una joven indígena, cuya belleza casi divina los cautiva de inmediato. Pero su acercamiento es agresivo y se transforma desde el inicio en una tentativa de violación. La indígena, que más tarde conocemos que se llama Luisa, se muestra altiva y segura en todo momento. El narrador protagonista, que se enamora de ella al instante, la defiende de la agresión y Luisa aprovecha la oportunidad para escabullirse y desaparecer de la vista de sus acosadores. Unos días después, el narrador decide internarse de nuevo en la montaña para buscarla. La suerte lo acompaña y pronto se reencuentra con ella y, de inmediato, ambos se confiesan el intenso amor a primera vista que había nacido entre ellos. Conocedora de la región, Luisa guía a su enamorado hasta una gruta secreta ubicada en algún lugar de las estribaciones occidentales del Pichincha, que luego adapta como hogar y escondite para ambos. Allí, los amantes pasan muchos días de contento consumando su pasión, en un entorno campestre intocado por la civilización republicana.

    Pero muy pronto las obligaciones mundanas exigen que el narrador se ausente unos días, para recibirse de un grado académico en Quito. Luisa se muestra reticente a acompañarlo, porque no ve un futuro claro al lado de su amante. Teme la discriminación racial y de clase, pero, sobre todo, decide permanecer en el campo, para guardar y rendir homenaje a la dignidad ancestral en la que su raza había vivido en la capital de la nación en ciernes, antes de la llegada de los colonizadores europeos. Entonces, los lectores nos enteramos de que Luisa es descendiente directa de la casta de los Shirys, gobernantes legendarios de esas tierras, incluso antes de la llegada de los incas. Asimismo, el narrador nos revela que Luisa es la última custodia viva del secreto de la ubicación del tesoro del Inca Atahualpa.

    La fiesta de graduación del narrador se alarga más de lo calculado y no puede cumplir su promesa de regresar con Luisa al cabo de cinco días. Pasado este tiempo, el narrador recibe un mensaje de Luisa de manos de un vaquero de nombre Julián, que le recuerda al universitario recién graduado su compromiso de regresar junto a su amada india. Una vez que el narrador protagonista se reencuentra con Luisa, nace en ella un profundo remordimiento. Desde su visión, se trata de un amor sin futuro, entre dos miembros de grupos irreconciliables que se habían odiado históricamente. Frente a las dudas que nacen en su conciencia, Luisa decide subir a los riscos del Pichincha y consultar a los dioses de sus ancestros. Luego de esta invocación sagrada, se desata una tormenta pertinaz, que ella interpreta como una señal de la negativa de los dioses a su romance con el estudiante quiteño. Incluso un cóndor aparece de la nada, los ataca y se pierde luego entre la bruma. Ambos amantes pierden el conocimiento y la historia tiene una pausa.

    El narrador y protagonista despierta días después de este evento en su casa, en Quito. El vaquero Julián lo había encontrado desmayado y lo había llevado de regreso. Luego de la convalecencia, nuestro protagonista decide volver, una vez más, en busca de Luisa, y al preguntar a los lugareños sobre su paradero, se entera de que ha sido casada a la fuerza por su padre y el párroco con un indio mucho mayor a ella. Ante la reticencia inicial de Luisa, sus captores la habían azotado y amenazado con matar a su amante blanco. Sin nada que hacer al respecto, Luisa había asistido a la iglesia para cumplir con su destino. El amante blanco, desconcertado y desesperado, visita al marido de Luisa, pero él le confiesa que apenas terminó la ceremonia nupcial, ella huyó del pueblo internándose en el bosque y perdiéndose entre los riscos del Pichincha sin dejar ningún rastro.

    Nuestro protagonista, intuyendo la estrategia de su amada, la busca y encuentra en la gruta secreta en la que habían vivido felices hacía unos pocos días antes. Pero la negativa de Luisa es radical. No podía volver con su amante y ser fiel al mismo tiempo a su marido, y estaba dispuesta a cumplir con ese compromiso sellado por la iglesia, por más que hubiera sido un matrimonio forzado. Luisa huye también de su amante y se pierde de nuevo entre los riscos del Pichincha. Días después, ya en Quito, el narrador y protagonista de este romance recibe una nueva vista del vaquero Julián. Y de su boca recibe la trágica noticia. El padre, el esposo y el cura habían organizado una monteada para capturar a Luisa. Pero ella, al verse acorralada, se había despeñado de la cima de un risco. El narrador decide entonces visitar el cementerio de Lloa y, con la ayuda de algunos lugareños, llevar el cuerpo sin vida de su amada hasta la gruta donde habían convivido. Allí la sepulta y regresa a la ciudad, solo y desconsolado. Este relato termina con una elegía que lamenta la muerte y soledad del amante que ha sobrevivido a los trágicos acontecimientos.

    SIGNIFICANTES Y ESTRATEGIAS DE ESTA ALEGORÍA NACIONAL

    El contenido patriótico de esta anécdota adquiere eficacia y legitimidad, gracias a ciertas cualidades retóricas propias de la época, que revelan el funcionamiento de estos discursos nacionalistas del siglo XIX. A continuación, analizaré las propiedades estilísticas más relevantes del texto, poniendo especial atención a los valores simbólicos de los escenarios y ambientaciones, la caracterización de los personajes y la recurrencia a las autoridades y textos de la tradición clásica europea, mediante las cuales Gómez Carbo inserta su relato en el cosmos de la literatura escrita en la lengua española, al tiempo que nos brinda pistas sobre el modo en que tanto él cuanto sus coetáneos iniciaron la trayectoria de lo que hoy denominamos literatura nacional ecuatoriana.

    La primera estrategia que el autor pone en movimiento es la simbolización de los espacios y escenarios donde se desenvuelven los acontecimientos. El valor simbólico de la cumbre o cima de la libertad, y con ella de todo el complejo montañoso del Pichincha, es el más evidente a lo largo de todo el relato. Ni bien inicia el texto, podemos leer: Un día comencé a faldear el Pichincha por el punto que nuestros padres empaparon con su sangre, para afianzar la existencia de la patria que nos legara la grandeza de su alma y lo profundo de su amor (p. 379). Para el protagonista de esta historia, el origen mismo de la patria se halla en el Pichincha. Recordemos que en este sitio los jóvenes amantes se habían encontrado y confirmado su súbito enamoramiento, que para el lector podría resultar una revelación sorpresiva, pues apenas se habían visto en una sola ocasión. Pero la llamada Cima de la libertad es mucho más que un sitio icónico. En este relato, el punto en que el General Sucre dirigía la batalla de Pichincha (p. 384), se convierte en el umbral que separa el mundo ordinario –constituido por la ciudad y los cerros, valles y llanuras circundantes– del mundo especial –ubicado en las estribaciones occidentales del complejo montañoso–. Este valor mitológico, casi sagrado de El riscoso Pichincha (p. 389), se construye mediante la recurrencia al tópico clásico del locus amoenus, en los capítulos I y II. De manera que este paisaje, alejado del mundanal ruido de la ciudad, aparece como el escenario propicio para que ocurra lo extraordinario. En este sentido, este símbolo del nacimiento de la nación, vale decir, el lugar donde se refugia la dignidad ancestral amerindia y se encuentra con el patriotismo criollo, y donde ocurre el romance entre Luisa y el narrador, se describe en los términos de la retórica clásica europea.

    Al pie de estos cerros, ya del lado occidental –en otras palabras, de espaldas a la ciudad de Quito–, Luisa adapta una gruta o caverna que conoce bien, para convertirla en el hogar y escondite de los amantes: nada de lo que es necesario á la existencia faltaba allí, y había mucho de lo que le es grato (p. 381). El narrador denomina pacsha a esta caverna, y la ubica en un sitio cercano al encuentro entre los ríos Blanco y Salahoya (o Saloya según el nombre actual), muy próxima a la actual parroquia de Mindo. Este refugio se ubica detrás de los riscos de la cumbre del Pichincha, del lado del mundo de lo extraordinario. Constituye un umbral espacial, pero también temporal, porque la separación entre ambos mundos es absoluta, tal como veremos más adelante. El nombre de Salahoya o Saloya tal vez haga referencia a la denominada Sala de la hoya, que forma parte de la cavidad de Altamira, en España, en cuyas paredes la hija de Marcelino Sanz de Sautuola (Santander, 2 de junio de 1831-30 de marzo de 1888) descubrió las famosas pinturas rupestres en 1879. No sería raro que Gómez Carbo tuviera noticia de este famoso hallazgo arqueológico que cambió para siempre la historia de Europa y, con ella, del resto de la humanidad.

    Esta idealización y simbolización del complejo montañoso del Pichincha se extiende a todo el entorno natural de la ciudad de Quito, que el protagonista observa desde el mirador de sus cumbres. Esta estrategia se concreta siempre con la recurrencia a la autoridad de la tradición literaria europea. Un ejemplo se puede ver cuando el narrador compara la llanura de Chillo –conocida en la actualidad como el Valle de los Chillos– con los paisajes celebrados en las Bucólicas de Virgilio, específicamente, con un fragmento de la Égloga primera: "Chillo con sus gayas sementeras y suntuosas quintas, riente é incitante como el Tytire, tu patule [sic] (p. 389). El fragmento completo en el latín original dice: Titire, tu patulae recubans sub tegmine fagi, que en la versión en verso castellano de Aurelio Espinosa Pólit se lee de la siguiente manera: Tendido al pie de tu haya de ancha sombra, / tú, Títiro, en el leve caramillo"⁶. En efecto, toda la naturaleza que describe desde el mirador del Pichincha causa en el narrador una enorme admiración, especialmente las montañas, a las que trata de titanes, para recurrir nuevamente a los clásicos: "Allí estaban sólo esos titanes, nacidos no de entrañas de hembra, sino al forjar de las revoluciones plutónicas […] allí, alineados cual los cíclopes á la orilla del mar, causando espanto á la flota troyana. / Aetnos fratres, coelo capita alta ferentes" (p. 390). Por lo demás, estas citas en latín suelen ser equívocas, sea por una mala transcripción del autor o por errores cometidos por la imprenta. Este último segmento, transcrito completamente en la versión al

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