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Libro electrónico269 páginas3 horas

M*A*S*H

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Información de este libro electrónico

1950: unos pocos meses después de la invasión de Corea del Sur que supuso el comienzo de la Guerra de Corea, los capitanes Duke Forrest y Hawkeye Pierce son destinados al 4077º Hospital Quirúrgico Militar de Campo (MASH) que se encuentra "no exactamente en la línea del frente, pero muy cerca de ella". Mientras realizan su trabajo como cirujanos con habilidad y dedicación, se relacionan con el pintoresco personal del hospital, entre el que se encuentra el capitán John "el Trampero" McIntyre, cirujano de tórax, con quien comparten alojamiento en la tienda de campaña conocida como "La Ciénaga". Los tres médicos son intolerantes a la disciplina, insolentes con sus superiores y aprovechan cada momento libre para burlarse de sus colegas y coquetear con las enfermeras atractivas. M*A*S*H es una novela que explora a través de un humor negrísimo la vida cotidiana de unos médicos militares cuyo único objetivo es salvar vidas y que solo mofándose de todo son capaces de enfrentarse a los horrores y las absurdidades de la guerra.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento10 jul 2023
ISBN9788412725834
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    M*A*S*H - Richard Hooker

    Portada_MASH_1000.jpg

    Índice

    Escalones

    Créditos

    Richard Hooker

    M*A*S*H

    Introducción

    Capítulo I

    Capítulo II

    Capítulo III

    Capítulo IV

    Capítulo V

    Capítulo VI

    Capítulo VII

    Capítulo VIII

    Capítulo IX

    Capítulo X

    Capítulo XI

    Capítulo XII

    Capítulo XIII

    Capítulo XIV

    Capítulo XV

    Escalones,

    11.

    Título original: M*A*S*H

    © 1968, Richard Hooker

    © 1996, Richard Hornberger and W. C. Heinz

    Published by arrangement with John Hawkins & Associates, Inc., New York

    Edición digital: julio 2023

    © de la traducción: Antonio Ribera, 1983 - Herederos de Antonio Ribera, 2020

    © de la presente edición: La Fuga Ediciones, 2023

    © de la imagen de cubierta: Ana Rey, 2020

    Corrección y revisión: Andrés Ehrenhaus y Iago Arximiro Gondar Cabanelas

    Diseño gráfico: Tactilestudio comunicación creativa

    Maquetación digital: Iago Arximiro Gondar Cabanelas

    ISBN: 978-84-127258-3-4

    Queda prohibida la reproducción total o parcial de este libro por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, la fotocopia o la grabación sin el permiso expreso de los titulares del copyright. Todos los derechos reservados:

    La fuga ediciones, S.L.

    Passatge Pere Calders 9

    08015 Barcelona

    info@lafugaediciones.es

    www.lafugaediciones.es

    Richard Hooker

    (1924-1997)

    Richard Hooker es el seudónimo utilizado por el doctor Hiester Richard Homberger Jr (1924 – 1997) y el periodista y escritor W.C. Heinz (1915 – 2008) durante la colaboración que llevó a la escritura de la novela M*A*S*H y de la secuela M*A*S*H en Maine. El fondo de la novela fueron las experiencias del doctor Homberger durante la guerra de Corea en la cual ejerció de cirujano en el 8055º Hospital Quirúrgico Móvil del Ejército (M.A.S.H). En 1970, dos años después de la publicación de la novela, el director Robert Altman dirigió la película homónima basada en la adaptación cinematográfica firmada por Ring Lardner Jr., que ganó el Oscar y la Palma de Oro en el festival de Cannes. El éxito de la novela y de la película impulsó la publicación de la secuela en 1973, que no alcanzó los niveles de la anterior y la colaboración entre el doctor Homberger y W.C. Heinz se interrumpió. La serie de televisión que se emitió en Estados Unidos durante toda la década de los setenta dio nuevo vigor a Homberger, que publicó trece secuelas más, la mayoría en colaboración con el militar y escritor de ficción William E. Butterworth.

    Richard Hooker

    M*A*S*H

    Traducción de Antonio Ribera

    introducción

    La mayoría de los médicos destacados en los Hospitales Quirúrgicos Móviles del Ejército (MASH en sus siglas inglesas) durante la guerra de Corea eran muy jóvenes –quizá demasiado jóvenes– para cumplir la misión que desempeñaban. Se encargaban de las intervenciones quirúrgicas decisivas en heridos de guerra procedentes del 8º Ejército, el Ejército de la República de Corea, la División de la Commonwealth y otras fuerzas de las Naciones Unidas. Con la ayuda de los bancos de sangre, los antibióticos, los helicópteros, las peculiaridades tácticas de la guerra de Corea y la juventud y consiguiente resistencia de sus pacientes, alcanzaron resultados jamás igualados hasta la fecha en la historia de la cirugía militar.

    Los cirujanos de los hospitales MASH estaban expuestos a demasiados excesos: trabajo agotador, ocio, tensión, aburrimiento, frío, calor, satisfacción y frustración en proporciones desconocidas para casi todos ellos. Su reacción, tanto individual como colectiva, era la de procurar estar a la altura de las circunstancias y cumplir con su labor. Sin embargo, tan variados estímulos hicieron que muchos de ellos asumieran conductas que a veces, y al menos superficialmente, parecían no corresponderse con su anterior comportamiento civil. Algunos, muy pocos, perdieron la chaveta, pero a la mayoría le bastó con armar la gorda de muy diversas maneras y grados. Este libro es la historia de algunos de esos grados y maneras. También es la historia de parte de la labor que dichos hombres desarrollaron.

    Para componer los personajes me he basado en personas que he conocido, con las que he trabajado, me he ido encontrando casualmente o de las que he oído hablar. Nadie en este libro puede presentar un parecido más que casual con cualquier persona real.

    I

    Cuando Radar O’Reilly terminó la enseñanza secundaria y partió de Ottumwa, Iowa, para alistarse en el Ejército de los Estados Unidos, lo hizo con el firme propósito de hacer carrera en el Cuerpo de Señales. Radar O’Reilly medía solo un metro sesenta. pero tenía un cuello largo y delgado y unas orejas enormes que salían de su cabeza en perfecto ángulo recto. Además, si en determinadas condiciones atmosféricas y metabólicas lograba concentrarse a fondo e invocaba sus extraordinarios poderes extrasensoriales, era capaz de recibir mensajes y captar conversaciones que superaban el alcance normal del oído humano.

    Con estas facultades a su favor, le pareció que estaba hecho a medida para los servicios de comunicación militar y, en consecuencia, después de graduarse, rechazó varias ofertas seductoras de negocios, algunas de ellas incluso legítimas, y decidió ponerse al servicio de la patria. Antes de alistarse se quedaba dormido viendo desfilar ante sí toda una sucesión de galones, primero, y de charreteras después, que pasaban flotando a su lado hasta que terminaba por verse con cuatro estrellas en los hombros, presidiendo reuniones de alto nivel en el Pentágono, asistiendo a banquetes en la Casa Blanca y dirigiéndose con paso imperioso a las mesas VIP de los nightclubs neoyorkinos.

    A mediados de noviembre del año de gracia de 1951, Radar O’Reilly, cabo del Cuerpo Médico Militar de los Estados Unidos, estaba sentado en la Clínica Dental y Salón de Póker del Paliativo Polaco del 4077° Hospital Quirúrgico Móvil del Ejército, situado a caballo del Paralelo 38 en Corea del Sur, con el aparente empeño de completar una escalera de color. Habiéndose percatado de que las probabilidades en contra de un hecho tan fortuito eran de 1 entre 72.192, lo que en realidad estaba haciendo en aquellos momentos era captar una conversación telefónica. Dicha conversación se desarrollaba, mediante una precaria conexión, entre el general de brigada Hamilton Hartington Hammond, el gran general médico de Seúl, situado a setenta y dos kilómetros al sur, y el teniente coronel Henry Braymore Blake, que se hallaba en la oficina de mando del 4077º MASH, exactamente a cuarenta y cinco metros al este de Radar O’Reilly.

    —Escucha —dijo Radar O’Reilly mientras volvía lentamente la cabeza atrás y adelante en el clásico movimiento de rastreo.

    —¿Qué cosa? —preguntó el capitán Walter Koskiusko Waldowski, el oficial dentista y pulidor polaco.

    —Henry —dijo Radar O’Reilly— está pidiendo dos nuevos carniceros.

    —Necesito dos hombres más —vociferaba el coronel Blake por el teléfono, y Radar podía oírlo perfectamente.

    —¿Pero qué crees que tienes ahí? —respondía el general Hammond a grito pelado, y Radar también podía oírlo perfectamente—. ¿El Hospital Walter Reed?

    —Escúchame bien... —decía el coronel Blake.

    —Calma, Henry —respondía el general Hammond.

    —¡Qué calma ni qué demonios! —gritó el coronel Blake—. Si no me envías a dos...

    —¡Muy bien, muy bien! —gritó el general Hammond—. Bueno, te enviaré a mis dos mejores hombres.

    —Más vale que sea verdad —oyó contestar Radar al coronel Blake—, o de lo contrario…

    —Te he dicho que son mis dos mejores hombres —oyó que decía el general Hammond.

    —¡Así me gusta! —oyó decir Radar al coronel Blake—. Y los quiero cuanto antes.

    —Henry —dijo Radar con las orejas coloradas por la actividad que les había obligado a desempeñar— ha conseguido que nos envíen a dos carniceros nuevos.

    —Espero que no se lo gasten todo antes de llegar aquí —observó el capitán Waldowski—. ¿Te sirvo otra carta?

    Así fue como el personal del 4077º MASH supo que su número, y quizá también su eficiencia, iban a aumentar. Así fue como diez días después, una gris y desapacible mañana en el 325° Hospital de Evacuación de Yong-Dong-Po, situado frente a Seúl pero al otro lado del rio Han, los capitanes Augustus Bedford Forrest y Benjamin Franklin Pierce salieron por extremos opuestos de la Residencia de Oficiales Transeúntes para dirigirse, arrastrando los pies y cargado cada uno de ellos con un Valpak y una bolsa de campamento, en dirección a un jeep que habían dejado allí para su servicio.

    El capitán Pierce acusaba veintiocho años, poco más de un metro ochenta de altura y hombros ligeramente cargados. Llevaba gafas y su pelo entre rubio y castaño necesitaba un corte. El capitán Forrest tenía un año más, le faltaba muy poco para el metro ochenta y era de complexión más robusta. Tenía el cabello pelirrojo cortado en cepillo, los ojos de un azul pálido y la nariz que aún no había vuelto del todo a su estado natural después de haber establecido contacto con algo más resistente que ella.

    —¿Tú eres el que va al 4077º? —le preguntó el capitán Pierce al capitán Forrest cuando se vieron las caras junto al jeep.

    —Eso creo —contestó el capitán Forrest.

    —Entonces sube —dijo el capitán Pierce.

    —¿Quién conduce? —preguntó el capitán Forrest.

    —Lo echamos a suertes —repuso el capitán Pierce. Abrió su bolsa, buscó en el interior y sacó un bate de béisbol Louisville modelo «Stan Hack». Se lo tendió al capitán Forrest.

    —Lánzalo —le dijo. El capitán Forrest lanzó el bate verticalmente al aire. Cuando cayó, el capitán Pierce lo asió hábilmente por la empuñadura con la mano izquierda. El capitán Forrest puso la suya encima. El capitán Pierce hizo lo propio con la derecha y el capitán Forrest quedó con la suya agitándose en el aire, sin nada a que agarrarse.

    —Lo siento —dijo el capitán Pierce—. Usa siempre tu propio bate.

    Esto fue todo cuanto dijo. Acto seguido subieron al jeep y recorrieron los ocho primeros kilómetros en silencio, hasta que el capitán Forrest lo rompió.

    —¿Pero qué es lo que eres tú? —preguntó el capitán Forrest—. ¿Un chiflado?

    —Es probable —contestó el capitán Pierce.

    —Me llamo Duke Forrest. ¿Quién vendrías a ser tú?

    —Hawkeye Pierce.

    —¿Hawkeye Pierce? —exclamó el capitán Forrest—. ¿Y qué demonios de nombre viene a ser ese?

    —El único libro que mi padre leyó en su vida fue El último mohicano —le explicó el capitán Pierce.

    —Ah —exclamó el capitán Forrest—, ¿y de dónde seríais vosotros?

    —De Crabapple Cove.

    —¿Dónde demonios está eso?

    —Maine —repuso Hawkeye—. ¿De dónde eres tú?

    —Forrest City.

    —¿Dónde demonios está eso?

    —Georgia —contestó Duke.

    —Jesús —exclamó Hawkeye—. Necesito un trago.

    —Yo tengo —dijo Duke.

    —¿Casero o de verdad? —preguntó Hawkeye.

    —En el sitio de donde vengo solo es de verdad si es casero —dijo Duke Forrest—, pero este se lo compré al gobierno yanqui.

    —Entonces me vale.

    El capitán Pierce se arrimó a un lado de la carretera y detuvo el jeep. El capitán Forrest sacó la botella de su bolsa y la abrió. Sentados en el vehículo frente a la carretera desierta y flanqueados por los arrozales cubiertos por la escarcha de noviembre, se fueron pasando la botella sin dejar de charlar.

    Duke Forrest se enteró de que Hawkeye Pierce estaba casado y era padre de dos niños de corta edad, y el capitán Pierce por su parte supo que el capitán Forrest también estaba casado y era padre de dos niñitas. Ambos descubrieron que su educación y sus experiencias eran notablemente parecidas y comprobaron, con gran alivio, que ninguno de los dos se consideraba un gran cirujano.

    —Hawkeye —dijo el capitán Forrest al cabo de un rato—. ¿Te das cuenta tú de lo muy sorprendente que viene a ser todo?

    —¿Qué es lo sorprendente?

    —Bueno, pues, que yo procedo de Forrest City, en Georgia, y que tú eres un yanqui de allí, de Horseapple…

    —Crabapple.

    —...Crabapple Cove, en Maine, y sin embargo tenemos mucho en común.

    —Duke —dijo Hawkeye al levantar la botella y observar que su contenido se había reducido a menos de la mitad—, ya no tenemos tanto de esto en común como antes.

    —Entonces más valdrá que sigamos —dijo Duke.

    Mientras se dirigían hacia el norte, con el silencio roto únicamente por el motor del jeep, empezó a caer una fina lluvia que borroneó las abruptas y desnudas montañas que se alzaban a ambos lados del valle. Así llegaron a Ouijongbu, un sórdido villorrio con una sola y fangosa calle orlada de atracciones turísticas, la más notable de las cuales era, en las afueras del lado norte, El Famoso Prostíbulo Al Paso.

    El Famoso Prostíbulo Al Paso, ventajosamente situado en una de las principales vías de comunicación que unían a Seúl con el frente, gozaba de una excelente reputación debida a que todos los camioneros se detenían allí. Era un lugar verdaderamente fuera de serie por sus métodos comerciales y destacaba, sobre todo, por su aportación al problema de las enfermedades venéreas que afrontaba el Cuerpo Médico del Ejército de los Estados Unidos. Consistía en media docena de chozas de adobe y bálago precedidas por un rótulo que rezaba: «Última Ocasión antes de Pekín», rematado por una bandera norteamericana que ondeaba sobre el edificio central. Su acogedor personal, ataviado con los más pintorescos conjuntos que ofrecía el catálogo de Sears Roebuck, se colocaba en hilera junto a la carretera, hiciera el tiempo que hiciese, y muchos conductores que realizaban constantes viajes de ida y vuelta al frente podían satisfacer pulcramente sus deseos en la cabina de su camión sin tener que yacer en los mugrientos jergones de paja de las casuchas.

    —¿Necesitas algo de aquí? —preguntó Hawkeye a su compañero al observar que este saludaba y hacia inclinaciones de cabeza mientras el jeep desfilaba frente a aquel despliegue de saludos e insinuaciones.

    —No —dijo Duke—. Ya me serví en Seúl anoche. Lo que ahora me preocupa es otra cosa.

    —Debiste pensarlo dos veces, doctor —dijo Hawkeye.

    —No, no —repuso Duke—. He estado pensando en ese tal coronel Blake.

    —El teniente coronel Henry Braymore Blake —precisó Hawkeye—. Lo conozco. Es un militar típico.

    —¿Quieres echar otro trago? —le preguntó Duke.

    Las sirenas se habían perdido ya de vista y Hawkeye volvió a detener el jeep a un lado de la carretera. Cuando hubieron apurado la botella, la lluvia fría y oblicua caía mezclada con húmedos copos de nieve.

    —Un militar típico —iba repitiendo Duke—. Como Meade, Sherman y Grant.

    —Te voy a decir cómo lo veo yo —dijo finalmente Hawkeye—. En su mayoría, esos militares profesionales son tipos inseguros. Si no fuese así tratarían de abrirse camino en la vida civil. Solo se sienten seguros cuando se apoyan en la eficacia de sus subordinados.

    —Así es —dijo Duke.

    —El tal Blake debe tener un problema o de lo contrario no hubiera pedido ayuda. Y quizá nosotros seamos esa ayuda.

    —Así es —dijo Duke.

    —Pues mi idea —prosiguió Hawkeye— es que debemos trabajar como energúmenos cuando haya trabajo y destacarnos de los demás.

    —Así es —dijo Duke.

    —Lo cual —continuó Hawkeye— nos permitirá hacer lo que nos dé la real gana el resto del tiempo.

    —¿Quieres que te diga algo, Hawkeye? —dijo Duke—. Tú eres un buen hombre.

    Después de pasar frente a un grupo de tiendas identificadas como Puesto Canadiense de Primeros Auxilios llegaron a una bifurcación de la carretera. Por la derecha se iba hacia el nordeste, en dirección al Punchbowl y las crestas del Heartbreak; la carretera de la izquierda los condujo directamente hacia el norte, a Chorwon, Pork Chop Hill, Old Baldy y el 4077° MASH.

    A unos seis kilómetros de la bifurcación la crecida de un arroyo se había llevado un puente y un par de policías militares los desviaron a una cola de unos doce vehículos militares, entre ellos dos tanques. Tuvieron que esperar allí durante una hora, mientras que tras ellos la cola se iba haciendo cada vez más larga hasta que los vehículos de delante empezaron a moverse y Hawkeye pudo bajar por la fangosa orilla del río y cruzar el arroyo, cuyas aguas bañaron los bajos del vehículo.

    Total, que ya caían las primeras sombras en el valle cuando llegaron frente a un indicador en el que se leía: «AQUÍ TENÉIS EL PARALELO 38» y, en otro más pequeño: «Y AQUÍ EL 4077° MASH, DONDE ESTOY YO, HENRY BLAKE, TENIENTE CORONEL MÉDICO», que los dirigió hacia la izquierda de la carretera principal. Al seguir estas indicaciones primero tropezaron con cuatro helicópteros pertenecientes a la 5ª Escuadrilla de Rescate Aéreo y, después, con varias docenas de tiendas de las más diversas formas y tamaños descuidadamente distribuidas en forma de herradura.

    —Bueno —dijo Hawkeye, deteniendo el jeep—, pues es aquí.

    —Maldita sea —exclamó Duke.

    La lluvia se había convertido en nieve húmeda y en las orillas de la carretera embarrada los campos estaban blancos. Con el motor en punto muerto, podían oír bramar la artillería.

    —¿Son truenos? —preguntó Duke.

    —Fabricados por el hombre —repuso Hawkeye—. Así reciben a los recién llegados.

    —¿Y ahora qué hacemos? —preguntó Duke.

    —Pues buscar la cantina —dijo Hawkeye—. Yo diría que es eso de ahí.

    Cuando entraron en la cantina había una docena de hombres sentados en una de las largas mesas rectangulares. Escogieron una mesa desocupada, se sentaron y fue a servirlos un muchacho coreano que llevaba pantalones verdes de fajina y una chaquetilla blancuzca.

    Mientras comían advirtieron que los estaban escudriñando a fondo. Finalmente uno de los de la otra mesa se levantó y se acercó a ellos. Medía cerca de un metro setenta, estaba algo obeso, tenía los ojos y la cara ligeramente enrojecidos y lucía una calvicie incipiente. En las puntas del cuello de su camisa relucían unas hojas de roble plateadas y parecía preocupado.

    —Soy el coronel Blake —dijo, escrutándolos—. ¿Están de paso, amigos?

    —No —contestó Hawkeye—. Nos han destinado aquí.

    —¿Seguro? —dijo el coronel.

    —Ustedes dijeron que andarían necesitando dos buenos chicos —terció Duke—, y esto sería lo que el Ejercito decidió enviarles.

    —¿Y cómo es que han llegado tan tarde? Los esperaba a mediodía.

    —Nos detuvimos en una destilería de ginebra —le contestó Duke.

    —Veamos sus papeles.

    Ambos sacaron su documentación y se la entregaron al coronel. Se dedicaron a observarlo mientras leía y volvía a mirarlos cada tanto.

    —Pues sí, están en orden —dijo Henry finalmente—. La

    verdad es que tienen pinta de ser un par de chiflados pero si hacen bien su trabajo los dejaré tranquilos y si no, pues a mamarla.

    —¿Ves? —le dijo Hawkeye a Duke—. ¿No te había dicho?

    —Tú eres un buen hombre —dijo Duke.

    —Coronel —dijo Hawkeye—, puede quedarse tranquilo, Hawkeye y Duke están aquí.

    —Mañana por la mañana tendrán muy claro que están aquí —repuso Henry—. Empezarán a trabajar esta noche a las nueve, y me acaban de comunicar que los rojos han atacado Kelly Hill.

    —Estamos preparados —dijo Hawkeye.

    —Así es —añadió Duke.

    —Compartirán la tienda con el comandante Hobson —dijo Henry—. ¡O’Reilly!

    —¿Señor? —dijo Radar O’Reilly junto al coronel, pues había oído la llamada antes de que se hubiera producido.

    —No hagas esas cosas, O’Reilly —le dijo Henry—. Me pones nervioso.

    —¿Señor?

    —Acompaña a estos oficiales…

    —…a la tienda del comandante Hobson —completó Radar.

    —Basta, O’Reilly —dijo Henry.

    —¿Señor?

    —Que te largues —exclamó Henry.

    Resultó así que Radar O’Reilly, el primero en enterarse de su llegada, fue también quien condujo a los capitanes Pierce y Forrest a su nuevo alojamiento. Como en ese

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