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Libro de Sueños
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Libro electrónico235 páginas3 horas

Libro de Sueños

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Información de este libro electrónico

Si bien el enfoque principal de esta memoria autobiográfica es una tierna relación padre-hijo, Peter Reich también nos permite vislumbrar al enigmático y polémico Wilhelm Reich en su casa situada sobre una colina en un terreno de 200 acres en el estado de Maine mientras acaricia el cielo con sus rompenubes y sufre la indignación de ver destruidos sus acumuladores de energía orgón. Los libros de Reich - La función del orgasmo, La revolución sexual, y otros - fueron quemados por el gobierno de los EE.UU. en 1956.
Después de haber entrenado en Viena con Sigmund Freud, Wilhelm Reich, MD (1897-1957), llegó a los EE.UU. en 1939, donde sus libros e ideas sobre la sexualidad humana alcanzaron un público considerable. Mientras veraneaba en los lagos prístinos de Rangeley, Maine, descubrió lo que llamó la energía orgónica cósmica. Acumulada en cajas del tamaño de una pequeña cabina de teléfono, esta energía orgónica, el reportó, fue un éxito en la curación de heridas y el restablecimiento de la energía vital. Otro dispositivo, el rompenubes, aparentaba controlar el clima ... y los platillos voladores?

Para la Dirección General de Alimentación y Drogas (FDA), el trabajo de Reich fue un objetivo fácil, y justo después de que sus acumuladores y sus libros fueron quemados, fue condenado a dos años de prisión, donde murió en 1957, a los 60 años.

Para un niño pre-adolescente protegido por una caballería imaginaria, los años de 1950 fueron, en retrospecto, una película de ciencia-ficción de segunda cala con un final triste. El libro se mueve en una serie de imágenes, como una película, entre pasado y presente, sueño y realidad. A medida que las imágenes se entretejen y después de despojarse de las capas de defensas, miedos e incertidumbres, Peter finalmente es capaz de verse a sí mismo y a su padre con ojos claros y un corazón abierto.

IdiomaEspañol
EditorialPeter Reich
Fecha de lanzamiento5 jun 2012
ISBN9781476312989
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    Libro de Sueños - Peter Reich

    LIBRO DE SUEÑOS

    Peter Reich

    Smashwords Edition

    © Peter Reich, 1973, 2012

    All rights reserved. Originally published in 1973 by Harper & Row, New York.

    Cover art: David Graves

    Título original: A BOOK OF DREAMS Traducción: F. P. E. GONZALEZ , LIBRO DE ENSUEÑOS: © Peter Reich, 1973 De la edición española: Laertes S. A.,Barcelona, ISBN: 84-85346-10-6

    Grateful acknowledgement is made for permission to quote lyrics from Party Doll by Buddy Knox and Jimmy Bauer. Copyright © 1957 and 1958.  Copyright renewed © 1985 and 1986 by Longitude Music Corp.  All rights reserved.  Reprinted by permission of Longitude Music Corp.

    Maria Crouch, et alia, thank you for your help in producing this.

    Edicion de Smashwords, Notas de Licencia: Este libro esta disponible para su disfruto personal solamente. No puede ser re-vendido o cedido a otras personas. Si desea compartir este libro con otra persona, por favor compre una copia adicional para cada destinatario. Si está leyendo este libro y no lo compró, o no fue adquirido para su uso exclusivo, favor vaya al sitio de web Smashwords.com y compre su propia copia. Gracias por respetar la obra de este autor.

    Prologo

    Este libro se autoescribió en el verano de 1970.

    Dusan Makavejev, cinematógrafo yugoslavo, se acababa de ir de Rangeley, Maine, dejándome suspendido entre la realidad de su película WR: The Mysteries of the Organism (Los Misterios del Organismo) y una bruma confusa de memorias inquietantes.  El mismo día en que partió tropecé con un viejo basurero en el monte. Apartando la maleza y broza, hojas secas de pino y raíces, descubrí vidrio roto y viejo, botellas, latas oxidadas y rollos viejos de película de 16 mm.  La película se había puesto azul y destellaba  en la contraluz del cielo.

    Entonces, Faulkner tomó la dirección como coreógrafo síquico.  The Sound and the Fury (El Ruido y la Furia) hervía en mi imaginación, y proveía un alivio extraño e intenso de la diestra sicología de Makavejev, quien alegaba que en todos habían  puntos ciegos en cuanto se trataba de Reich.  Mi punto ciego había sido mis ojos de niño, y Faulkner me lo quitó. Llegué a mirar a través de los ojos de Caddy, Benjy, y Quentin… y aprendí a hablar.  Cerrando el libro, me fuí a la maquina de escribir, y mis dedos  bailaban extrañamente sobre el teclado.

    La mayoría de los pasajes de mi niñez están virtualmente, casi, como se vertieron en mi borrador. Los recuerdos fueron tan intensos y vivos que escribí inconscientemente sin haber hecho ningún esfuerzo… simplemente moviendo los dedos  rápidmente sobre el teclado para no perder el hilo.  Algunas críticas al libro fueron por dar rodeos.  Parecían estar diciendo:  —Hiciste un buen trabajo diciéndonos como te sentias.  No nos dijiste que pensabas o que piensas de todo aquello. —  El niño estuvo concentrado por trece años en una viva aventura de los años 50 que terminó en tristeza.  Para el autor de veinte y seis años era jadeante estar completamente absorbido, consumido en la faena de expresar verbalmente memorias tan terriblemente vivas y verlas tomar sentidos significativos ya sobre  papel.  Dejar que esos misteriosos eventos de esa niñez turbulenta se envolvieran en palabras fue una pura liberación.  Asi que el de veinte y seis años no estaba aún para pensar; solo quería descargar.

    El esposo y padre de cuarenta y cuatro años es una persona a quien le gusta la privacidad y para quien todo aquello le pasó hace mucho tiempo.  El espera, el observa.  Un critico una vez dijo que Wilhelm Reich agarró la verdad por mas que la cola.  ¿Cuánto mas?  ¿Alguien sabrá?  ¿Existe la energía orgonica?  Pues si, el hijo todavia esta soslayando.  Es posible que la historia, publicada ahora y ya secreto no mas, genere su energía propia.  Le debo mucho a Caddy (y a su creador) quienes me enseñaron a cerrar el libro y, con la mano ingravida de un infante, ponerlo en el estante eterno para la noche sin sueños.

    Capítulo 1

    Yo, el soñador que sigue aferrándose al sueño como el enfermo al último débil insoportable instante de agonía para aumentar el gusto de la ausencia de dolor, despertar a la realidad, a más que la realidad, no al mismo tiempo anterior, sin alteraciones ni cambios, sino a otro alterado para adecuarse al sueño que, junto al que lo sueña, se vuelve inmolado y apoteósico.

    William Faulkner, ¡Absalon, Absalon!

    Medio ciervo llegó hasta mi casa y aporreó la puerta. Como no contesté, se marchó y ví como se convertía en un ciervo entero. Se fue andando entre unos árboles donde el viento eran voces acuosas de gente desconocida.

    Lo único que podía oír eran extrañas voces acuosas. No veía nada: yo era mis propios ojos y mis ojos lloraban intensamente de tanto miedo como tenía.

    Las voces hablaban del ciervo. Una vez que se hubo ido el ciervo, salí de casa. El prado estaba formado de hierbas largas, empapadas como mechones de pelo recién lavado. Quedé sorprendido al ver que el lago había crecido hasta la cabaña, colina arriba. El agua que trepaba colina arriba era brumosa, de un amarillo brillante, como si el sol estuviera atrapado en ella.

    Anduve arriba y abajo por la orilla del lago crecido y vi los pies de un hombre flotando bajo la superficie. Las plantas de los pies quedaban cerca de la superficie y a veces rompían algunas olitas en torno a ellos. El resto del hombre quedaba oculto bajo el agua.

    Cuando abrí los ojos estaba rodeado de médicos y enfermeras que me hablaban en un idioma extraño. Tenía una sábana blanca por encima mío. Dios mío, he estado soñando y de pronto despierto en un sitio extraño. No sé quién soy, dónde estoy ni qué pasa aquí ¿Qué idioma será ése?

    Cerré los ojos, pero no podía ver más que agua, y volví a abrirlos. Pero no vi nada distinto ni supe nada más. Algo debía de haber pasado en algún momento, hacía mucho tiempo, y me había producido amnesia y por eso me despertaba ahora en el hospital ¿Sería una clínica mental? Había una clínica mental en alguna parte...

    Empezó a dolerme un brazo y me quedé tumbado sobre la mesa, tratando de relajarme y recordar cuanto pudiese:

    Había nacido en Nueva York el 3 de abril de 1944. Mis padres —Ilse Ollendorff y Wilhem Reich—vivían en la Avenida 69, número 9906, de Forest Hills. El teléfono era el Boulevard 8-5997. Habíamos vivido allí mucho tiempo y luego nos trasladamos a Maine. Mi padre era psiquiatra. Cuando nos fuimos a Maine compró una finca grande y la llamó Orgonon. Descubrió la energía de los orgones, que es la energía de la vida. Hizo muchísimos experimentos sobre eso, y vinieron muchos otros médicos y hombres de ciencia a ayudarlo. La cosa más importante era el acumulador de orgones. Era una especie de cajón dentro del cual uno se sentaba y se sentía mejor enseguida. Yo, entonces, era feliz. Muchos decían que mi padre era un charlatán y un curandero. Pasaron muchas más cosas malas de las cuales no me puedo recordar...

    Vino un médico y me habló en un idioma curioso. Dijo algo sobre gas...

    Un momento. Mis padres estaban separados. Mi padre murió. Fui a un internado cuáquero. Luego fui a la universidad, en Maine, y pasé el tercer año escolar en el extranjero... Sí, eso era, empezaba a recordar. Estaba en Francia. Aquella gente hablaba francés.

    Estaba en Francia, ahora, en 1963, y había tenido un accidente. Había ido a Ginebra con un amigo que tenía una moto. Pasamos la noche en un albergue de juventud y al día siguiente fuimos a visitar el palacio de las Naciones Unidas. Luego volvimos a Grenoble y en una curva muy cerrada nos salimos de la carretera. Por eso me dolía el hombro: me lo había dislocado.

    Por eso tenía dolores y por eso estaba en el hospital y tenía miedo de cerrar los ojos, a causa del agua. Había un sueño en el gas.

    El médico apareció de nuevo y sonrió. Me dijo que no habían podido colocar bien el hueso en su sitio y que tendrían que volver a darme gas. ¿Otra vez? ¿Había estado soñando? La mascarilla fue cayendo lentamente sobre mi cara, era una náusea ya conocida. Esto me había pasado veces y veces. Otro sueño más. Un sueño increíble tuve que nadie creería jamás. El gas era dulce, al intentar recordar ya había pasado uno y llegaba otro porque yo era un soldado de una guerra de hacía mucho tiempo pero nadie creería nunca aquello tres o cuatro y ya corriendo por un pasillo morado con números de neón encendiéndose y apagándose por trillones girando en el cordón morado hasta que salió un cordón negro muy fino que se enrolló en mi cabeza, la rodeó, se fue ensanchando y ensanchando y como nadie se lo creería todo lo que pasaba era negro.

    Por fin me hicieron sargento. Estábamos en 1954.

    Me ajusté el correaje de plástico blanco en pecho y cintura, me coloqué bien la reluciente insignia de sargento sobre el corazón y eché una mirada calle abajo. Venía un coche y por tanto hice sonar el silbato.

    Pocos metros más adelante, unos soldados movían las muñecas haciendo oscilar unas señales de stop a cada lado de la calzada. El coche se detuvo.

    Saqué mi porra blanca de sargento, hice un par de molinetes con ella y miré al de tercero que estaba delante de mí.

    —Muy bien -dije.

    Fuimos hasta el otro lado. Balanceaba mi porra y el de tercero se fue andando por el camino asfaltado de la escuela Edward L. Wetmore. Detrás del edificio de la escuela, un edificio bajo, unos niños jugaban en un campo de tierra.

    Volví a cruzar la calle y a tocar el silbato. Las dos señales de stop se bajaron y el coche siguió su marcha.

    En cuanto hubo movido su señal, Rudy me chilló:

    —¡Eh, estúpido! No tienes que poner la porra delante de tí. Tienes que ponerla señalando la dirección que vas a seguir.

    Rudy estaba enfadado conmigo porque me habían hecho sargento antes que a él. Pero no se había esforzado tanto como yo. Ray Urbelejo salió teniente. Es amigo mío.

    —La pongo como quiero.

    La verdad es que yo ya era sargento antes, pero nadie lo sabe. Ray y Rudy no lo entenderían. Y también soy teniente, de caballería, y el nombre de mi explorador es Toreano, pero eso tampoco iban a entenderlo. Soy teniente cuando llevo sombrero de vaquero y sargento cuando llevo salacot. En cuanto llegamos a Tucson, Bill y yo llamamos a papá, porque el venía en coche con Eva. Le pregunté si podía comprarme un sombrero de vaquero de verdad y dijo que sí, de manera que nos fuimos a Jacome's y nos compramos un sombrero Stetson de verdad por doce dólares. Es un verdadero sombrero de vaquero. Cuando llegó papá y empezó nuestra expedición, compró salacots para todos y yo cogí un lápiz y pinté rayas rojas de sargento encima. Mi cuñado Bill Moise es teniente, y somos ingenieros cósmicos los dos. Pero Ray y Rudy no podrían entenderlo.

    —¡Eh idiota, viene un coche! —Rudy me miró con impaciencia cuando toqué el silbato.

    En cuanto terminamos y nos relevaron fui al vestuario a dejar el correaje y salí a buscar palos de polo antes de que sonase la campana. Ray había colocado ya los correajes blancos y nos fuimos juntos a buscar los palos de polo. Nos fuimos hacia el area de juego donde casi todos los chicos comían sus polos y empezamos a recoger palos. Ray me hacía preguntas sobre Maine porque le había contado que yo era de allí.

    —¿Es verdad que hay tanta nieve por allí?

    —Sí, una vez me llegó hasta la cintura. En la escuela siempre hacíamos guerras muy buenas de bolas de nieve.

    Me senté y empecé a meter los primeros palos en mis botas de reglamento. Ray estaba sentado junto a mí.

    —Fiu, yo nunca he visto nieve. ¿Se puede comer?

    Fui poniendo los palos de polo bien distribuidos alrededor de la pierna: —Sí, si tienes sed puedes, pero en realidad da más sed. No es bueno comer demasiada.

    —¡Jo! Me gustaría ir allá arriba algún día para verla. Mi padre viaja mucho y a lo mejor podemos ir alguna vez. — Se sacudió la bota para que se asentaran los palos. El llevaba botas vaqueras. Eran más altas y podía llevar muchos más palos.

    Nos levantamos y estuvimos buscando más palos. Fuimos hasta los columpios, donde los chavales arrastraban los pies al pasar cerca del suelo para hacer nubes de humo. Recogimos palos de polo hasta tener las botas repletas hasta arriba y entonces sacamos los yoyos. Ray hizo unos cuantos especiales y yo me limité a dormir el mío un rato. Jugamos un rato con los yoyos mientras mirábamos los demonios del polvo atravesar todo el campo de juego.

    —Oye —dijo Ray , —creía que tenías un yoyo de estos fosforescentes.

    Hizo una vuelta al mundo con su fosforescente rojo y terminó con una cuna de niño. Mi Duncan diamante negro se refugió en mi mano después de un especial doble.

    —Sí, bueno, pero, ¿sabes?, mi padre me dijo que tenía que deshacerme de todo lo fosforescente.

    —¿Eh?

    —Bueno, verás, trabaja con cosas radiactivas y me dijo que el yoyo fosforescente no iba bien con sus asuntos radiactivos, Que me podía poner malo o algo así.

    —¡Jo! Eso es de lo más fantástico, ¿qué clase de asuntos son los de tu padre? —dejó que el yoyo se durmiera.

    Lancé el mío en una vuelta al mundo y al terminar, hice el paseo del perrito.

    —Bueno, ahora estamos en una expedición de investigación atmosférica.

    —¿Una expedición? ¡Jo! —hizo que el yoyo volviese a su mano.

    —Sí, tenemos una máquina que se llama rompenubes —bueno, en realidad no es una máquina— que usamos para hacer llover. Mi padre ha decidido venir aquí para terminar con la sequía.

    Mi padre siempre decía que no había que presumir, pero yo sólo estaba contándolo. Un grupo de palos de polo me cayeron por los tobillos. Me paré a sujetarlos y Ray dio otra vuelta al mundo.

    —¿Y podéis hacer llover de verdad?

    —Claro. El año pasado, cuando estábamos en el Este, en Maine, hubo sequía y se secaban todos los arándanos. Allí es donde se crían los arándanos, ¿sabes?

    —¿Sí? — paró de jugar con el yoyo y escuchó.

    —Sí. Los que cultivan arándanos oyeron hablar del rompenubes y llamaron a mi padre. Le dijeron que le daban diez mil dólares si hacía que lloviese.

    —Caray —dijo Ray meneando la cabeza— Diez mil dólares es un montón de dinero. ¿Y pudo hacer llover?

    Hice un especial. No andaba presumiendo , me limitaba a decir la verdad. Además, no pensaba decirle nada de los platillos volantes.

    —Pues sí, a las veinticuatro horas de hacer funcionar el rompenubes empezó a llover. El servicio que pronostica el tiempo había dicho que no iba a llover en absoluto aquellos dos días y entonces, ¡pías! —El yoyo volvió a mi mano justo al mismo tiempo en que sonaba la campana y dimos la vuelta hacia la escuela.

    —Vaya, jo, entonces tu padre debe ser muy rico si puede ir haciendo que llueva por ahí y le pagan. Sobre todo aquí. —Se sonrió.

    —Bueno, no somos ricos de verdad. Hay problemas con el gobierno, ¿sabes?

    — ¿Con el gobierno?

    —Sí. No creen que funcione de verdad y se meten con mi padre y... es como muy complicado.

    —Jo. Bueno, ¿crees que me dejaría ir alguna vez a ver el rompenubes?

    —Sí, creo que sí.

    Pasaron junto a nosotros oleadas de chicos, por el pasillo que iba junto a las aulas. Delante de las puertas se habían ido formando montoncitos de polvo.

    —¿Qué hace tu padre? —pregunté yo.

    Ray se puso un poco colorado. —Aah, pues trabaja en granjas y esas cosas sólo.

    Empecé a hacer rodar mi yoyo. —Pero por aquí no hay muchas granjas, ¿no? ¿Qué clase de granjas?

    Ray se metió el yoyo en el bolsillo de los pantalones vaqueros. —Bueno, verás, en realidad nosotros como que viajamos, ¿sabes? Seguramente antes de terminar la escuela este año papá me llevará con mis hermanos y mis hermanas a California o a Washington para recoger cosas por allí.

    —¿Quieres decir que tendrás que dejarla escuela para ayudar a tu padre en el trabajo?

    —Sí. Bueno, ¿no has visto que yo soy como mayor que los demás chicos de la clase?

    —¿Sí?

    —Bueno, verás, todos los años tenemos que irnos porque por aquí no hay trabajo, así que pierdo muchísimas clases y cuando vuelvo pues, claro, ya he perdido el curso. En realidad tendría que estar en octavo.

    —Jo. —No sabía qué decirle. En Tucson la escuela era mucho más fácil y en cuanto empecé pude saltar un curso y ahora estaba en quinto.

    —Bueno, vaya, Ray, a lo mejor si el rompenubes de mi padre funciona bien se pone a llover por aquí y hay buenas cosechas y no tenéis que iros. Sonrió y, con la mano sobre la manilla de la puerta y a punto

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