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¿Dónde está mi final feliz?
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Libro electrónico479 páginas7 horas

¿Dónde está mi final feliz?

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Información de este libro electrónico

Álex tiene 23 años y, como todos los chicos, solo desea encontrar su equilibrio y ser feliz. 
En su corta vida, Álex ha conocido el dolor físico, la crueldad y la traición, cuyas consecuencias todavía afectan su existencia. Después años de lucha interior, Álex cree haber encontrado su propia receta para la felicidad: su gato Uruz y su pequeño grupo de amigos, entre los que destaca Biel, su mejor amigo, su héroe, quien le había permitido conocer el verdadero significado de familia.
Así, cuando el pasado vuelve a golpear a su puerta bajo el disfraz de su padre violento, Álex está feliz de tener a Biel a su lado. Pero, las apariencias engañan y, pronto, Álex tendrá que darse cuenta hasta qué punto… 

Laura Torres Arans nació en 2001 en Barcelona, pero la mayor parte de su vida ha sido construida en Sabadell. Desde pequeña siempre le ha gustado escribir. De hecho, la literatura fue, durante su adolescencia, un refugio terapéutico y también una forma de expresar el pequeño caos interno con el que vivía. Actualmente, está realizando estudios en el campo social y ha utilizado su obra para difundir ciertos pensamientos sociales a la población joven. A sus 20 años, la autora ha decidido con valentía publicar su primera obra con la que espera expandir un poco más su visión del mundo.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento31 mar 2023
ISBN9791220139939
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    ¿Dónde está mi final feliz? - Laura Torres Arans

    Capítulo 1  Mélissa Dubois, mi psiquiatra

    No me gusta ir al médico. Siempre que he ido me ha tocado contestar preguntas vergonzosas o que no he sabido responder. ¿Qué te duele?  ¿Si apretó aquí te duele más que aquí? ¿Me puede explicar, señor, cómo su hijo se ha roto el brazo por segunda vez en dos meses? Vale, la última no iba a mí directamente, pero recuerdo estar cerca de la persona que se lo dijeron. No soy de hablar mucho de la gente, de mis problemas, ni de nada en concreto, ya que soy una persona poco charlatana y con pocos amigos. Así que, es normal que aún llevar siete años de terapia con Mélissa, aún me resultara raro hablar de cómo me había ido la semana. 

    — Y dime, Álex, ¿cómo te has lastimado el brazo esta vez? — Inició ella la conversación, después de que yo me hubiese sentado en la silla y hubiese estado callado por más de 5 minutos consecutivos, pensando en la nada y organizando mis pensamientos para ver cómo iba a iniciar la sesión. Pero ella, cansada seguramente, me dio por dónde empezar. 

    ¡Ah! ¿Esto? — Señalicé mi brazo con vendajes. Ella asintió, agarrando el bolígrafo y la libreta donde iba apuntando lo que decía en nuestras sesiones. Yo, avergonzado, me rasqué la nuca. Realmente fue un accidente tonto, así que me daba cosa explicarle, ya que me sentía como el protagonista de uno de esos vídeos de fails de internet. — P-pues, verás, el martes estábamos Sarah y yo en el taller trabajando. — Ella asintió, comprendiendo un poco lo que decía.  —  Y mientras arreglábamos un antiguo Audi A8 del 2002, haciendo unos arreglos a los frenos, me rajé el brazo. — expliqué apenado. El accidente había sido un poco más vergonzoso, ya que trabajábamos con música de fondo y en ocasiones, al ser siempre las mismas canciones, tanto Sarah como yo, hacíamos gestos tontos representando la letra de la canción. Y esta vez entre gesto y gesto, me clavé una de las herramientas en el brazo. Sí, qué cosas tiene la vida, ¿verdad?  Mélissa me miró, juzgándome con la mirada, hasta que sonrió y se rió de mí. 

    — Alejandro, que ya tienes 23 años, no puedes hacer tonterías en horas de trabajo. — me regañó de forma amable la señora, marcando su acento francés. ¿Mélissa? ¿Cómo era ella? Mélissa era una mujer con el cabello castaño oscuro y liso, acompañado de unos elegantes ojos verdosos. Se notaba su herencia del norte de Europa en sus facciones. Su cuerpo era delgado y una bata blanca de médico lo escondía, pero siempre la dejaba abierta, mostrando su prominente escote. No es que me lo hubiese parado a observar mucho, eso estaría mal, pero era notable, por decirlo de una manera sutil. 

    — L-lo sé, pero es un trabajo duro, divertido, pero duro. Y en ocasiones se nos va el rato trabajando y necesitaba distraerme. Y mira si me distraje, la tarde en el hospital es una buena manera de pasar un martes, ¿no? — Intenté bromear torpemente. Ella suspiró ante esto. 

    — Alejandro, ¿ha vuelto a comunicarse contigo? — preguntó, apagando la grabadora y soltando el bolígrafo. Yo asentí. — Bueno, ¿esta vez le has contestado a alguna de sus llamadas? — Negué con la cabeza ante su pregunta. 

    — Realmente no quiero hablar con él. Menos desde la última vez. — Ella me miró con ternura. Siempre he opinado que tenía un corazón excesivamente blando para el trabajo que ella realizaba, pero eso facilitaba que uno se abriera a explicarle cosas, no parecía enfadarse y era comprensiva, a veces un poco borde, pero era amable. 

    — No estás obligado a hablar con él. Os puede unir la sangre, pero has encontrado a diversas personas que desean estar contigo. Tienes a Biel, Darío, Júlia, Sarah y Luis, ¿no? Incluso adoptaste a un gato. Tu vida está avanzando bien sin él, así que no debes forzarte a acercarte de nuevo a él, si no quieres. Es algo que has de hacer cuando estés listo, Álex. — Ella sonaba en ocasiones como una amiga y la verdad, era agradable que alguien pareciera entender mi situación. 

    — Pero, es mi padre, ¿no? Lo normal es que hablara con él, nos viéramos en Navidades y cenásemos un día a la semana. No que llevemos 6 años sin hablarnos. — Mi voz se llenó de tristeza. En ocasiones mi pasado y mi familia me atormentaban. Inconscientemente toqué la quemadura de mi cuello y brazos. — Esto es tan confuso y difícil. — murmuré. 

    Álex, han sucedido muchas cosas difíciles entre los dos. Sabes, vuestra relación no se resolverá con un par de charlas en una, una, ¿cómo se dice en español? — Paró un momento en su discurso, para retomarlo de golpe. — Una cafetería, eso. Pues eso, mon chéri, es difícil, no debes estresarte con esas cosas. Has de relajarte y pasar un rato con tus amigos, por ejemplo, Biel. Es un buen chico, difícil de tratar en ocasiones, pero él conseguirá distraerte un rato. ¿Y si cenas con la familia Arias Lawler esta noche? — dio la idea. 

    — Estoy un poco cansado para eso, más bien estaba pensando en cenar en casa y estar un rato con mi pequeño Uruz esta noche, el pobre casi no me ve el pelo. — Pensé en la pequeña bola de pelo que me esperaba en mi casa.  Ella me miró con desaprobación, ya que debía pasar más tiempo con amigos, así que decidí continuar con mi discurso rápido. — Pero prometo ir con ellos mañana. — dije esto con la intención de tranquilizarla. Ella sonrió alegre ante esto. 

    — Bueno, ¿estás durmiendo bien estos días? — Ella se puso en modo más profesional. —¿Has seguido las indicaciones que te pasé el otro día para descansar bien? Porque si no consigues dormir, tendré que acabar recetándote algunas pastillas.  — Me advirtió. 

    — Diría que he estado bien. Ayer dormí mis 8 horas. Llevo una semana durmiendo como un gato viejo. — contesté. La psiquiatra negó la cabeza con una pequeña sonrisa que intentó ocultar.

    — Nunca entenderé tus comparaciones, la verdad. — dijo entre risas. — Pero bueno, no nos queda más tiempo. Asegúrate de dormir bien, cualquier problema llámame y recuerda, sal un rato con tus amigos. — Me animó. Yo me despedí de ella y salí de las puertas de la oficina. 

    Pasé por el mostrador de secretaría y pedí la hora de la semana que viene, después salí del Centro de Salud Mental de mi ciudad y fui en dirección de un supermercado. Eran las 19:03h, por lo que al menos el supermercado del barrio estaría abierto. Necesitaba comprar algo de verdura, frutas y comida para el pequeño felino que vivía conmigo. 

    Pero antes de entrar a la tienda, recibí una llamada. Saqué el móvil de mi bolsillo del pantalón y vi quién era. En la pantalla apareció el nombre Cuatro ojos, así que proseguí a contestar. 

    — ¡Oye! Como siempre puntual, eh, Biel. — Fue mi manera de saludarlo. Él se rió por el otro lado del teléfono. No sé cómo, pero mi mejor amigo sabía justo cuando salía de la consulta de Mélissa. Era un truco que yo no conocía. Posiblemente era un mago que leía mentes. — ¿Cómo lo haces, tío? ¿Tienes un reloj mental de esos o qué? — pregunté en broma. 

    En ese momento entré a la tienda. 

    — Es mi pequeño secreto, Álex, mi pequeño secreto. — dijo con esa voz ronca que siempre le acompañaba. —Y dime, ¿cómo ha ido la consulta? 

    — Pues, normal, le he hablado un poco de mi semana, el accidente de este martes y mis problemas de sueño, lo de siempre, vamos. — No pensé mucho en ello, mientras cogía uno de los carros y empecé a dar vueltas por los laberintos de pasillos en búsqueda de mi comida. 

    Ah, cierto, del accidente que es culpable Sarah, ¿no? — Oí su voz ácida en el otro lado. Cuando la chica salía en nuestras conversaciones, Biel se acostumbraba a ponerse bastante agresivo. Supuse por mucho tiempo que era porque él aún estaba quemado por la ruptura de su relación con ella. Pero hacía 3 años de eso, así que no sabía, actualmente, muy bien el porqué de su reacción. 

    — Sabes que esta vez ella no ha tenido nada que ver, ¿verdad? — defendí a mi amiga. 

    — Lo sé, Álex. — Su ira se contuvo mientras hablaba conmigo. — Y bueno, ¿no habéis hablado de nada más? — preguntó, intentando cambiar el rumbo de nuestra conversación. Por un momento me planteé explicarle lo de mi padre, pero viendo lo fácil que estaba de exaltar hoy, preferí no hacerlo. Era un tema delicado y él parecía ser muy protector conmigo cuando se hablaba de ese hombre. 

    — Pues no, la verdad es que hoy no ha habido intentos de introspección de su parte o esas cosas que acostumbra a hacer, la verdad. Bueno, eso lo sabes mejor tú que yo, ya que has sido su paciente por más tiempo. — No era mentir, era esconder contenido, es diferente. 

    — Sí, su paciente… Ella es excesivamente directa a veces, pero es buena en lo que hace. La mejor que he tenido hasta el momento… — Pausó un par de segundos de hablar conmigo para hablar con alguien de fondo. Luego siguió la llamada. — Dice mi madre si vendrás hoy a cenar. — El chico con gafas me preguntó. 

    — ¡Oh! Pues la verdad es que hoy iba a quedarme en mi casa, de tranquis, estar con mi gato y ver alguna serie usando tu cuenta. Ya sabes, ese es el mejor plan para un viernes por la noche; manta, gato y peli. Dile a Evelyn que intentaré ir mañana, pero hoy necesito descansar. — Fui directo, con él no hacía falta irse mucho por las ramas, más bien le gustaba que dijera las cosas tal como son. 

    — De acuerdo, se lo diré. — Lo noté un poco enfadado por no aceptar su invitación, pero intentó camuflarlo un poco. — Bueno, tío, te dejo. Tengo que hacer unas cosas de la universidad. Nos vemos. — Y con eso la conversación con Biel finalizó. En ocasiones parecía cortante, pero en verdad, aún su constante ira, era un buen tipo. 

    Acabé mi compra y cogí las dos bolsas llenas de comida, posiblemente hubiese comprado un par de cosas que realmente no necesitaba, o más bien no debería comprar por mi salud, pero el chocolate y el vino se venían conmigo a casa. 

    Caminé un rato por la calle y al fin, tras caminar unos minutos, llegué a mi bloque de apartamentos. Subí hasta la tercera planta por las escaleras, ya que había que hacer piernas, y abrí la puerta principal. Finalmente, entré en mi solitario apartamento. Y ahí, sentado en el suelo, estaba mi pequeño Uruz. 

    Uruz era un pequeño felino, un gato adulto británico, con el pelaje azul y los ojos de color miel. Su nombre, según Sarah, significa poder en lenguaje nórdico antiguo. Y bueno, como lo adopté en una época difícil en mi vida, cada vez que lo llamo por su nombre es como poder decir Oye, tío, eres fuerte y me permite seguir avanzando. 

    Aunque es un poco estirado, en verdad ese pequeño felino es muy cariñoso, sobre todo si traía comida. Y, en ese momento, se me abalanzó a restregar su pequeño cuerpo contra mis piernas, a la vez que ronroneaba y hacía pequeños maullidos. Yo dejé las bolsas en el suelo y empecé a acariciarle la espalda. Una vez leí que esto lo hacían para marcarte con su olor, pero ¿quién podría resistirse a algo tan adorable? Yo, no. 

    Cogí las bolsas y guardé con estilo la comida en sus respectivos sitios. También rellené el plato de comida del pequeño animal, ya que estaba vacío con un pequeño agujero que había dejado en medio del pienso. Así que, según la lógica gatuna, si se ve el fondo, está vacío. 

    Estuve pensando un buen rato sobre qué me haría para cenar, pero al final decidí hacer un pequeño plato de verduras salteadas con un poco de pollo. Sí, algo así. Cocinar tampoco era mi especialidad. Sabía hacer platos básicos, pero Darío, el hermano de Biel, me daba mil vueltas en la cocina. 

    Poco después, cené en la pequeña mesa de mi cocina, mientras reflexionaba sobre mi vida.  Sí, mi vida, eso. Mejor no pensar en eso. Mejor pensar en mi gato. Míralo tumbado en el frío suelo de la cocina, mirándome con esos enormes ojos color miel, tan puñeteramente adorable. 

    Acabé mi comida y lavé los platos. Fui a la ducha y me saqué toda la suciedad del día. Me puse unos pantalones de deporte cortos y una camiseta de tirantes, cogí una manta y mi gato me siguió hasta el sofá de la pequeña sala de estar. Me senté en mi rincón, cogí el mando a distancia de la televisión y busqué, utilizando una app, F.R.I.E.N.D.S, un buen clásico de los 90. Uruz se puso en mi regazo, se tumbó y se dejó acariciar mientras yo veía a Rachel y Ross discutir en la pantalla. Sí, sin duda era este el mejor plan que se me podía haber ocurrido para esa tranquila noche de viernes. 

    Hoy no necesitaba a nadie más que mi gato, la cuenta de mi amigo y una manta suave tapando mi cuerpo, mientras me iba acurrucando y acariciaba al felino. Sentía el sueño venir a mí cuando el sonido del timbre de mi casa sonaba. ¡¿Quién venía de visita a las 22:30h de la noche?! 

    Con cuidado de no despertar al pequeño felino, lo posicioné al otro lado del sofá y me quité la manta de mi cuerpo. Me levanté, con las piernas adormecidas. Volvieron a tocar al timbre con insistencia. Yo me rasqué la espalda con cansancio y bostecé. 

    — Voy, voy. — murmuré. Me encaminé a la puerta y, sin pensarlo mucho, la abrí. Y ahí, plantado, estaba José Jiménez Vargas, mi padre. La última persona que quería ver en ese momento. 

    — Hijo. — saludó de forma incómoda. Yo pretendía  cerrarle la puerta en la cara, pero él la detuvo con fuerza. — Espera, necesito hablar contigo. — Y así, empezó una de las charlas más incómodas de mi vida. 

    No brillan las estrellas, el cielo está nublado. Hoy muero, mañana nazco. Mis ojos no pueden cerrarse, ¿dónde estás tú? No lo sé.

    - Yo ayer sin poder dormir y diciendo cosas sin sentido. 

    Capítulo 2 José Jiménez Vargas, mi padre

    Mi padre sin duda era alguien que intimidaba físicamente desde el primer momento que lo ves. Era un hombre corpulento y con buen físico, a pesar de sus ya casi 50 años. Tenía un poco de vello facial en la cara y algunas canas en su cabello fino y negro, como el mío, salvo que él lo llevaba corto y peinado hacia atrás. Por último, sus ojos eran marrón-verdosos, también como los míos. Así que, sí, nos parecíamos. Salvo por el hecho que mi cuerpo era más delgado, aunque con algo de músculo, ya que yo había heredado la constitución física de mi madre. Por ello, me había rapado la mitad de la cabeza y lo llevaba más largo del lado izquierdo y me había puesto piercings en la ceja y las orejas, para que la gente dejase de decir "Te pareces a tu padre" o la frase que más odiaba Eres tan guapo como tu padre. También podría ser una etapa de rebeldía alargada, ambas cosas contaban. 

    Así que, ¿estaba feliz de ver a ese hombre en la puerta de mi casa? La respuesta era no, en mayúsculas y en

    negrita subrayada. NO. Su presencia solo significaba problemas y más problemas. Posiblemente algún ataque de ansiedad o de pánico de mi parte. Pero por el bien de no tener que llamar a la policía y pasar un arduo interrogatorio de por qué has hecho que detengan a tu padre, decidí dejarlo hablar. 

    — ¿Qué deseas, José? — Me negaba a llamarlo papá, padre o papi, la última me daba escalofríos de solo pensarlo. 

    — Alejandro, hijo, sé que nuestra relación es difícil, pero hijo mío, necesito recuperarte en mi vida. — Mientras decía esto, me miró a los ojos y tomó aire. — Sé que lo que hice en el pasado no tiene perdón, pero pido una segunda oportunidad, déjame volver a entrar en tu vida, por favor. — Finalizó su discurso prefabricado y casi sin pausas. Yo le miré con alfileres en los ojos. 

    — Mire, señor, seguramente en este momento habrá algún gato atrapado en los árboles que necesite que el jefe bomberos vaya a rescatarlo, en vez de perder el tiempo diciéndome estas tonterías. Así que, si no es mucha molestia, me gustaría que desapareciese de mi vida y no volviese. — solté las palabras con veneno. Él era la única persona que me conseguía hacer sentir tanto odio dentro de mí, sinceramente. 

    — Alejandro, por favor. — Vi el dolor en sus ojos, el sufrimiento de la soledad. Hace años atrás hubiese cogido estas disculpas, hubiese abrazado a mi padre y hubiese sido feliz de tener una familia normal, pero desde aquel accidente 6 años atrás, soy incapaz de dejarle entrar en mi vida. 

    — Buenas noches, señor Jiménez Vargas. — Y con eso, cerré la puerta de mi apartamento. Esperé a oír los lentos pasos de mi padre saliendo del recinto para derrumbarme en el suelo y abrazar mis rodillas. Sentía mi cuerpo temblar y la respiración era algo difícil de controlar, eso sumado a un intenso dolor en el pecho. Los flashes del accidente, el fuego rozar mi piel, el humo llenar mis pulmones y los gritos en el fondo de mi padre. Todo era dolor, el pánico escalaba rápidamente en mi cuerpo. 

    Pero unos suaves maullidos estaban a mi lado, el pequeño felino rozaba mis piernas con su cabeza, mientras el tranquilizador sonido de los ronroneos de Uruz, con un compás lento y marcado, hizo que la niebla que se esparcía en mi mente desapreciara. 

    Poco a poco, empecé a poner en práctica los trucos de respiración que Mélissa me había dicho que debía realizar ante un ataque de pánico. Al cabo de un buen rato, solo quedaba un pequeño temblor en mi cuerpo y los sollozos y lágrimas del llanto. 

    Pude recomponerme un poco, así que con cuidado agarré al felino en brazos y lo llevé de vuelta al sofá.  Me senté con él en mi regazo. El gato de pelaje azul se tumbó en formato ensaimada y continuó ronroneando, mientras yo disfrutaba de su esponjoso pelo contra los dedos de mi mano derecha. La otra rozó mi quemadura del cuello y posteriormente la más grande situada en mi brazo derecho. No dolía, hacía años que se habían curado, pero verlas era como volver a ser aquel adolescente de 17 años otra vez. Aquel niño de 17 años que casi muere en medio de un incendio. Aquel adolescente bajo el constante y violento control de su padre. 

    Pero, ese ya no era yo. Había estudiado para ser mecánico y llevaba trabajando para la misma empresa por más de 2 años. Ya no era un niño indefenso, era un hombre fuerte, capaz de cuidar de mí mismo y con un adorable gato bajo mi custodia. Pero necesitaba hablar con alguien, alguien de confianza. Necesitaba estar con mi mejor amigo y tomarme unas copas en el bar de siempre. Necesitaba volver a sentirme como un joven de 23 años normal, sin preocupaciones ni traumas del pasado. 

    Así que, cogí mi móvil y miré la hora, las 23:05 de la noche, no era tan tarde. Por lo que llamé a Biel esperando que cogiese la llamada y no estuviera durmiendo. Necesitaba olvidarme de mis problemas, quería pasármelo bien. Al tercer anillo mi buen amigo Biel atendió mi desesperada llamada. 

    — ¡B-buenas, B-Biel! — Tenía la voz ronca y temblorosa por el reciente ataque que había pasado. — Es-espero no despertarte, pero… — Mi voz se murió un poco, sin saber bien cómo continuar la conversación. 

    — ¿El bar de siempre? — Me cuestionó Biel desde el otro lado de la línea. Seguía sin comprender cómo sabía leer mi mente. — Por mi bien, en 30 minutos te paso a recoger junto con Darío. — Y con eso, colgó el teléfono. Yo miré la pantalla rota de mi móvil y suspiré aliviado. Me gustaba que él supiera leerme tan bien, así no teníamos que gastar tiempo en preguntas tontas o frases largas y sin sentido. Realmente, había hecho un gran amigo. 

    Saqué con cariño al gato de mi regazo y lo tapé con la manta. Después de todo, aunque había empezado ya abril, aún hacía algo de frío por las noches. Y todos sabemos que a los gatos les gustan las altas temperaturas. Así que, ¿qué menos que taparlo un poco? La bolita de pelo parecía feliz de mi gesto, mientras continuaba durmiendo. 

    Me levanté del sofá y fui a mi cuarto, abrí las puertas del armario y miré qué podía ponerme. Al final, elegí uno de mis pantalones de pitillo negros rotos por las rodillas y una camisa lisa blanca, junto con mis botas de combate negras. Todo esto rematado con un shemagh gris y negro que até a mi cuello con la intención de tapar la quemadura. 

    Había mucha gente, sobre todo clientes del taller, que no podían evitar quedarse mirando la herida y eso me incomodaba bastante. Así que, siempre las procuraba tapar. 

    Antes de salir, arreglé mi cabello y limpié el rastro de lágrimas de mis ojos, para parecer un poco más presentable. Cogí una chaqueta de entretiempo tejana negra, cartera, llaves y móvil y salí por la puerta. Bajé las escaleras del edificio, silenciosamente ya que eran casi las 24h y no era cuestión de molestar a mis vecinos, y esperé en el portón al ROAR Lion J-3 de cuatro puertas y negro de Darío. ¿Había comentado que mis buenos amigos, los hermanos Arias Lawler, eran millonarios? ¿No? Pues lo eran. Herederos de una de las empresas más importantes de automóviles del país, ROAR, e hijos de una de las escritoras de novelas románticas de la época, Evelyn Lawler, conocida por su saga titulada Tears of love. Sin duda, eran la descripción de la familia perfecta. Dos padres hermosos, con hijos hermosos y un pastor alemán enorme que se llamaba Hami. Parecían sacados de una película americana, sinceramente, algo que solo podrías ver en la ficción.   

    Pronto los dos hermanos llegaron. A diferencia de ellos, yo vivía en un bloque de edificios en un piso de 70m², situado en las afueras de la ciudad. Realmente no me quejaba del tamaño de mi casa, ya que estaba muy bien para mi gato y para mí, y en ocasiones alguna amiga, como, por ejemplo, Sarah, que se quedaba en una de las habitaciones a dormir. En cambio, ellos vivían en una mansión con jardines, piscina y muchos empleados. Ellos iban en ROAR y yo en bus o en mi pequeño coche viejo, que me pedía ya la jubilación. Pero bueno, estaba claro que habíamos llevado vidas muy distintas. 

    A los pocos minutos, Darío se paró con el coche delante de mi casa. Yo me senté en la parte trasera, junto con Biel, porque Júlia, la novia de Darío, ocupa el sitio del copiloto. Biel no parecía muy contento con el dato, pero era conocido por todos que tanto Biel como Júlia no acababan de llevarse del todo bien. No era un secreto y Darío era consciente de ello, pero amaba tanto a los dos que jamás podría decidir, si la situación lo demandaba, con quién debería quedarse. Y eso, ocasionaba ciertas disputas entre la mujer y su hermano menor. 

    — ¡Oye! — saludó entusiasmado Darío. — Hacía tiempo que no te veía. — Su voz era amable y dulce. Era divertido ver como su actitud y físico eran contradictorios. Sus rasgos eran duros. Su cabello, largo y negro, siempre estaba recogido en una coleta y sus ojos eran azules y afilados. Su cuerpo era de espaldas anchas y bien cuidado. Y siempre vestía con un traje, como CEO de ROAR que era. Pero lo que más sorprendía era el tatuaje que siempre mostraba en el brazo, una serpiente negra enorme en su antebrazo izquierdo. 

    — Álex, cariño. — saludó Júlia. — ¿Estás bien? Nos ha sorprendido a todos que llamaras a Biel a estas horas. — Júlia era un amor de persona. Era dulce, pero también tenía mucho carácter, ya que no se dejaba manipular por nadie. Pero siempre estaba ahí, como una madre, una hermana mayor. Sinceramente todos, menos Biel, queríamos a Júlia. Ella acostumbraba a llevar su pelo liso y castaño en una gran trenza lateral. Sus ojos eran verdes con toques azulados. Su cuerpo delgado iba vestido con ropas elegantes pero simples, ya que era profesora de historia en una de las escuelas más prestigiosas de la ciudad. 

    — S-sí, bueno, no, no sé. Es difícil, no sé. Necesito una copa. — dije lo último mientras apoyaba como un adolescente dramático la cabeza en la ventana del lujoso coche. 

    — A eso vamos, amigo. — me informó Biel. Biel era un chico de pelo marrón y ojos almendras. Siempre llevaba unas lujosas gafas, ya que era un poco, mejor dicho, bastante miope. Su pelo estaba siempre perfectamente cortado y acostumbraba a vestirse con camisas lisas o con traje. Lo único que sobresalía en su aspecto físico era un pequeño pendiente que llevaba en su oreja izquierda. Sin duda, era un contraste absoluto con su hermano, incluso en carácter. No digo que Biel no fuese un buen tipo, pero sufría de altos niveles de ira, que con los años tuvo que acudir a profesionales para controlar, de ahí Mélissa. Él estaba en ese momento acabando la carrera de contabilidad en la Universidad, para en un futuro ser el CFO de ROAR. 

    — Al bar de siempre, ¿verdad? — dijo Darío. Yo asentí. — ¡Pues, allá vamos! — Y con eso el lujoso coche pegó un gran acelerón. Yo miré por la ventana, disfrutando de la ciudad por la noche. 

    Llegamos al bar, Darío aparcó con bastante facilidad y nos adentramos al local. Saludamos al barman, que llevaba trabajando ahí desde la primera vez que fuimos, y este nos devolvió con una sonrisa el saludo. Éramos clientes tranquilos, constantes y con bastante dinero en las carteras. 

    Nos sentamos en nuestro sitio de siempre, pegado a la ventana, pero lo suficientemente cerca de la barra para poder conversar con el barman, Tom. A los pocos segundos vinos una de las camareras. 

    — ¿Lo de siempre, chicos? — Anna, una mujer de 35 años, nos atendía.  Era morena y de ojos negros. Era bastante amable con nosotros, la verdad. Todos asentimos ante su pregunta. Ella lo apuntó en su libretita. — De acuerdo, en un rato vuelvo. — Y con eso la mujer se marchó. 

    — Y bueno, Álex, ¿qué ha hecho tu padre esta vez? — Biel inició el tema. Los otros dos me miraron, conectando puntos. 

    — Claro, su padre, es verdad... Es el único que consigue desestabilizarle. — El rostro de Darío se puso serio. — Sabes que podemos hacer unas llamadas rápidas para que se mantenga alejado, ¿verdad? — Júlia y Biel asintieron de forma protectora. 

    — No, no. No metáis a nadie en esto, por favor. — supliqué. No quería que mi padre acabase en la cárcel por mi culpa. No quedaría bien en la prensa que el jefe de bomberos acabara entre rejas. — Es difícil, solo ha venido a mi casa a intentar arreglar las cosas conmigo. Pero supongo que aún no estoy listo para hablar con él. — Me desinflé en mi asiento y enterré mi cabeza entre mis brazos. 

    — Oye, no te ralles. Es normal que te sientas así ante su actitud. Su forma de trato hacia ti tampoco fue la mejor del mundo y menos con lo de hace 6 años. — intentó animarme con esas palabras mi amigo.

    — ¿Hace ya 6 años de eso? — murmuró Júlia a su novio. Luego inició su discurso. — Lo mismo que Biel, cariño. No debes forzarte. Tampoco debería forzar él las cosas. Lo vuestro es una relación de padre e hijo rota, que no será fácil de arreglar. Tenéis mucho de qué hablar, cariño. — concluyó agarrándome y apretando mi mano de manera que demostraba su soporte. 

    — Supongo que tenéis razón. Bueno, hablemos de algo distinto. No sé, como… ¿Has hablado ya con

    Sarah, Biel? — El nombrado se tensó ante la pregunta. Era una pregunta que le hacíamos siempre con intenciones de molestarle. 

    — Sarah y yo no tenemos nada que hablar. Ella rompió conmigo y te ayudó en el pasado, nada más. — Él finalizó rápido el tema. — Pero supongo, que aún haber sido la causante de lo del martes, no deja de ser tu amiga. — lo último lo dijo con mucho fuego en la boca.

    Sabiendo que no pararía de culparla, preferí no alzarme a defender a Sarah de sus acusaciones. No merecía la pena gastar las pocas energías que me quedaban en eso, la verdad. 

    — Se ve que alguien no supera a Sarah. — le picó su hermano. Biel le miró con mucho asco en la cara. — Relájate, hermano. Solo lo digo porque cómo lo has dicho, parece que estés celoso de la amistad entre Álex y tu ex. — se siguió burlando. 

    — Eso no tiene sentido. Tú, Álex, ¿cómo puedes ser amigo de esa…? — No finalizó la frase porque Júlia le miró mal. — Esa chica. — corrigió. 

    — Pues, porque trabajamos juntos, gracias a ti. Y es divertida, también es una buena compañera de copas. — Mostré absoluta sinceridad ante esto. Sarah, la ex de Biel, era de las mejores personas del mundo. — Me pregunto qué hubiese sido de mí, si no hubiese trabajado en ese café… — solté sin querer en voz alta. 

    — ¡Ah! Ese maravilloso café que iba cada día Biel y se enfadaba cuando no tenía tiempo para ir. — Darío expresó con burla. Justo en ese momento, la camarera nos trajo nuestras cervezas. — Gracias, Anna. — agradeció el greñudo. 

    — Lo mínimo que puedo hacer por nuestros mejores clientes. — La chica contestó con una sonrisa antes de despedirse. 

    — Bueno, al menos así nos hicimos amigos. Es agradable saber que gracias a vosotros mi vida fue a mejor. — Aparté la mirada, sonrojado. Júlia me miró con cariño y Darío me golpeó amistosamente en el hombro. 

    — ¡Brindemos por esta amistad! — gritó el mayor de los Arias Lawler. Y chocando nuestras cervezas, el rumbo de la noche tomó un camino tranquilo y feliz.

    Haciéndome olvidar las malas experiencias de ese día. 

    El vaho salía de mi boca, mis dientes vibraban al son de un grupo de rock de los 90. El sol era un manifiesto aún no escrito y el frío rodeaba mi cuerpo.

    - Yo, pelándome de frío a las 7 de la mañana mientras iba al instituto. 

    Capítulo 3 Biel Arias Lawler, mi mejor amigo

    Sinceramente, me gustaba beber. No necesitaba emborracharme, pero disfrutaba de ese momento con amigos en el pequeño bar de siempre, hablando de la vida y tomando unas cervezas. No tenía traumas, ni pasados oscuros. Solo buenos amigos y algo de alcohol entrando en mi sistema. No me gustaba pasarme, mas un consumo controlado de bebida no hacía daño a nadie, ¿verdad? 

    Por otra parte, cuando bebía, Biel se volvía algo distinto a lo serio que era normalmente. Más bien, lo serio que era con el resto de las personas, menos conmigo. Ya que siempre que estaba a mi alrededor se encontraba bastante relajado. No sabía muy bien por qué, pero no era un dato que me molestara. 

    — Oye, Biel, si tuvieras que elegir entre salvarme a mí o a una serpiente venenosa, ¿a quién elegirías? — Intentó iniciar una pequeña riña su cuñada. 

    — Júlia, no empecemos. — dijo Darío con tono cansado. Todos sabíamos de la enemistad entre Júlia y Biel, como he dicho antes. Pero había algo mucho peor en todo esto. Cuando ambos bebían, acostumbraban a atacar al otro. Júlia lo hacía con intenciones de picar al menor de los Arias Lawler, mientras que Biel lo hacía con intenciones de demostrarle a Darío que, si debía escoger, él era mejor opción. Sí, realmente actuaban como dos niños pequeños. 

    — No, no. Déjala, Darío. — Biel aumentó su ira notablemente en su voz. ¿Había hablado ya sobre su alto temperamento? —Yo decidiría rescatarte a ti. — La chica sonrió con dulzura, ya que era una respuesta sorprendentemente agradable de parte del chico de las gafas. — Pero solo porque sé que Darío estaría llorando por ti el resto de su vida. — Vale, eso fue tierno. Pero si conocías bien a Biel sabías que eso no acababa ahí. — Pero no creas que no evitaría que te hicieses daño, bruja. — finalizó su discurso mientras se reía. ¿Ven por dónde iban los tiros? Ella solo frunció el ceño. Darío suspiró. Yo busqué cambiar de tema. 

    — ¿Creéis que debería adoptar otro gato? — pregunté, haciendo ver que no hacía caso a la conversación de mi alrededor. Era mejor evitar que empezase una discusión. — Sabéis, creo que Uruz se siente solo y nunca está de más otro gato, ¿no? — añadí mientras le daba un sorbo a mi cerveza. 

    — Siempre he oído que a los gatos le va mejor estar acompañados. — expresó pensativa Júlia. — Así que, procura que sea más pequeño, así no tendrás tantos problemas. — Solucionó mi cuestión. Ella me sonrió dulcemente. Darío se rió y besó a su novia, agradecido con el cambio de ambiente gracias a mí. 

    — Sabes, es gracioso que te gusten tanto las cosas pequeñas y peluditas, más con las pintas de chico malo que me llevas. — Se rió el hermano mayor de los Arias. Yo le miré un poco mal. — Pero es dulce saber que tienes ese punto cariñoso y tierno. — Tarareó pensativo mirando alrededor del bar, después nos miró con una gran sonrisa en la cara. — Oye, ¿y si jugamos una partida al billar? — Señaló la mesa que estaba al lado de la barra y que en ese momento estaba desocupada. Todos asentimos y decidimos jugar en equipos. Por un lado, estábamos Júlia y yo contra los dos hermanos. ¡Íbamos a darles una paliza! 

    La partida fue tranquila, salvo por un momento en el que la bola decidió visitar la barra y pedir una cerveza. Mientras jugábamos había pequeños piques entre la pareja y entre Biel y yo. Yo intentaba, en su mayoría, colar nuestras bolas, pero cambiando las posiciones de las de mis contrincantes. Estábamos ante puros estrategas económicos, no podíamos ponérselo fácil, no señor. 

    Jugamos unas partidas más, disfrutando del momento y cambiando de equipos. Era divertido lo competitivo que se volvía Biel cuando jugaba contra Júlia y el cabreo que pillaba cuando le tocó en una de las últimas partidas tener que jugar con su cuñada. Por otro lado, Darío se mostraba superamigable y era un gran apoyo para sus compañeros de equipo, queriendo explotar al máximo nuestras capacidades. Sinceramente, se notaba lo diferentes que eran ambos hermanos en todo momento. 

    Cuando acabamos la partida que estábamos jugando, decidí mirar la hora, porque, aunque no tenía que trabajar al día siguiente, no dejaba de haber sido un día bastante largo y necesitaba descansar. Saqué el móvil y pude ver en la pantalla 3:59h y 6 llamadas perdidas de mi padre. Mis ojos se abrieron con sorpresa con el dato de la hora, sin querer prestar atención a lo otro. 

    — Chicos, debería irme ya para mi casa. — Me sentía avergonzado de tener que cortar el buen rollo que se había formado durante esas horas. 

    — ¿Ya? ¿Qué hora es? — Darío se puso triste. 

    — Las 4 de la mañana, tío. — le contesté, ambos hermanos se miraron sorprendidos. Suponía que no esperaban que hubiera pasado tanto rato. 

    — No puede ser. — Biel miró por su cuenta la hora. — Ah, pues sí. Habría que dejarlo por hoy.   

    Yo me acabé rápidamente mi tercera cerveza de la noche. Vale, puede que me gustase demasiado beber. Pero, vamos, todos sabemos que el tópico del adolescente con depresión que cuelga posts en Tumblr sobre la horrible que es la vida y su existencia, con imágenes sangrientas, lluvia y frases sobrevaloradas que representan su esencia; sexo tóxico y alcohol, era sin duda uno de mis tópicos favoritos. Sí. Pues, ¿por qué no seguir esa línea? 

    — Oye, tigre, tranquilo. — Se rió Darío.  — Si no te va a subir demasiado. Y ya tengo suficiente con mi hermano. — Señaló al nombrado. Para aquel que no lo sepa, Biel sin duda era la definición de mal bebedor. No quería aparentar estar afectado por el alcohol, pero al mismo tiempo se notaba. Era como si su imagen seria de siempre se cayese y fuese como el alma de la fiesta, o al menos, más emocional. En todos sus sentidos. 

    — ¡¿Qué quieres decir con eso?! — se manifestó indignado el menor de los hermanos. Se acercó a su hermano y posicionó su dedo en su propio pecho, como un gesto de indignación. — Yo sé beber. La que va mal es tu novia. — La última palabra la dijo con amargura en la boca. Oficialmente, Biel estaba celoso de Júlia. La chica parpadeó e inclinó la cabeza, mostrando su clara confusión. 

    — Pero si yo solo he bebido una cerveza. — dijo sin entender, suspirando. Ella se acercó a mí y posicionó su mano en mi hombro, evitando de manera muy directa un enfrentamiento verbal con su cuñado. — Vamos, cariño, que a tu gato no le gusta estar mucho rato solo. — Su voz se volvió dulce, como era siempre que no hablaba con Biel. 

    Dejamos los tacos de billar en su respectivo lugar, pagamos nuestras bebidas, yo evité que alguno de ellos pagase mi parte, nos despedimos de Tom y Anna y ellos nos devolvieron amistosamente el gesto. 

    Salimos al exterior y respiré el aire de la madrugada. Miré al cielo y los colores azules oscuros se mezclaban con el morado y el gris de las nubes. Algunas pocas estrellas se alcanzaban a ver, pero casi no brillaban. Eran como yo, alguien que pudo haber sido algo, pero pasó al olvido. Algo insignificante. Triste, triste realidad

    — ¡Alejandro! — gritó mi nombre Biel. — Vamos, no te puedes quedar aquí en el frío el resto de la noche. — Y poniendo su brazo alrededor de

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