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Destino casual: Momentos de una vida
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Destino casual: Momentos de una vida
Libro electrónico263 páginas3 horas

Destino casual: Momentos de una vida

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Destino Casual. Momentos de una vida es una obra que no te dejará indiferente. En este libro se relatan una serie de aventuras por parte de un soñador que decidió emprender un largo camino de la mano de su balón de futbol y que en el transcurso de su vida fue descubriendo infinidad de nuevas realidades en forma de vivencias alrededor del mundo y anécdotas divertidísimas que esperan producir al lector todo tipo de emociones. Pónganse el cinturón de seguridad y prepárense para disfrutar de este interminable viaje.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento14 jun 2023
ISBN9788419925039
Destino casual: Momentos de una vida

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    Destino casual - Noel Pérez

    Destino Casual: Momentos de Una Vida

    Noel Pérez

    ISBN: 978-84-19925-03-9

    1ª edición, enero de 2023.

    Conversión de formato e-Book: Lucia Quaresma

    Editorial Autografía

    Calle de las Camèlies 109, 08024 Barcelona

    www.autografia.es

    Reservados todos los derechos.

    Está prohibida la reproducción de este libro con fines comerciales sin el permiso de los autores y de la Editorial Autografía.

    Índice

    Capítulo 1

    Romário, el origen

    Capítulo 2

    ¿Quién me iba a decir a mí que acabaría siendo entrenador?

    Capítulo 3

    Hores de vol

    Capítulo 4

    ¡Shalom Israel!

    Capítulo 5

    Realidades paralelas

    Capítulo 6

    Sevilla

    Capítulo 7

    Ella

    Capítulo 8

    El Águila y el Cóndor

    Capitulo 9

    África c’est ici!

    Capítulo 10

    Luz al final del túnel

    Capítulo 11

    China forever

    Capítulo 12

    The COVID effect

    Capítulo 13

    Annus Horribilis

    Capítulo 14

    El futuro será de otro color y agradecimientos

    "A mi padre y

    a mi hermana. De

    alguien que nunca

    olvida. Nos vemos

    en el otro lado."

    Capítulo 1

    Romário, el origen

    Nunca me olvidaré de aquella tarde del año 1994 cuando mi padre me preguntó:

    —¿Quieres ir a entrenar con un equipo de fútbol?

    En ese preciso momento empezó una verdadera historia de amor que después de 25 años sigue coexistiendo en mí y ese ha sido el motivo principal para escribir mi primer libro a modo de bibliografía sobre el autor, o mejor dicho, un libro con todo tipo de vivencias y revelaciones que esperan ilustrar y entretener al lector, forme parte del mundo fútbol o no.

    Volviendo a ese primer día, recuerdo mi cara de felicidad en cuanto oí la propuesta de mi padre y mi respuesta a modo de gritos de felicidad, ¿Si! ¡Si! ¡Si! Aún recuerdo la cara de incredulidad de la recepcionista del gimnasio en el cual estaba inscrito en ese momento y en la cual mi padre minutos antes le propinó un rapapolvo monumental, aunque no recuerdo el motivo en cuestión ya que era un renacuajo de tan solo cinco añitos, pero a favor de aquel gimnasio donde asistí junto a varios compañeros de clase durante varios meses, tengo que decir que guardo grandes momentos como por ejemplo aprender a nadar en aquella piscina semi clandestina situada en la parte baja del edificio y disfrutar con mis compañeros de batalla diaria donde parece ser que no era suficiente el compartir casi todo el día unidos en las aulas, sino que también cohabitábamos un par de horas más en aquel lugar de lunes a viernes.

    Aún recuerdo con mucha emoción la ruta del gimnasio al campo de fútbol y la primera vez que pisé un terreno de juego y aunque tengo que reconocer que llegué tarde a mi primer entrenamiento, allí se encontraban, en una esquina del campo, un solo grupo de jugadores haciendo extraños movimientos a modo de figuras geométricas (luego descubrí que eran estiramientos) y una figura de entrenador autoritaria justo al lado esperando mi llegada ya que los vestuarios estaban justo al otro lado del campo donde estaba el equipo. El entrenador me presentó oficialmente al equipo y desde ese preciso momento fui uno más.

    Todo lo que sabía sobre fútbol hasta ese momento me lo había enseñado mi padre. Él fue un apasionado de este deporte, que se quedó a las puertas del fútbol profesional en su juventud debido a un fatídico accidente de motocicleta, y quedó seriamente afectado y con poco más de 20 años tuvo que despedirse de la práctica del fútbol. Llegó a ser jugador de la selección Catalana juvenil y estuvo relacionado directamente con el Real Betis ya que justo antes de aquel accidente fue contactado oficialmente por un representante de la entidad para fichar por el primer equipo que en aquella época de los 70 militaba en la primera división del fútbol Español. Otro recuerdo que guardo intensamente son aquellos sábados por la noche viendo jugar al Dream Team del FC Barcelona cuando el partido lo daban en abierto en TV3, mi padre sentado en aquel sillón al fondo del comedor y yo al lado viendo aquel maravilloso espectáculo. Él era seguidor del Barcelona aun siendo de procedencia Andaluza y él mismo me inculcó la pasión tanto por el fútbol como por el equipo culé, pero siempre desde un punto de vista de sentimiento de pertenencia a la tierra que a él le acogió (Catalunya) y de forma activa simpatizando con los otros equipos de la misma comunidad, incluido el archienemigo de la ciudad, el RCD Espanyol de Barcelona, en el cual tengo una gran vivencia que después relataré.

    El primer club de fútbol el cual pertenecí fue el Juventud 25 de Septiembre de Rubí, ciudad próxima a Barcelona y el cual está situado al final de un barrio de clase humilde, creado a raíz de una inundación terrible que ocurrió un día 25 de Septiembre del año 1968 dejando a numerosos fallecidos y casas destruidas por aquella riada donde a raíz de aquel suceso se decidió construir un barrio para aquellas personas que se quedaron sin nada y a modo de homenaje se decidió poner como nombre la fecha de aquel fatídico día. Aquel campo de fútbol de dimensiones reducidas y constitución intimidante era el orgullo del barrio ya que el sentimiento de pertenencia siempre ha permanecido muy latente entre la comunidad y el club, sin duda es de esos lugares donde eres recibido de manera cálida y cercana siempre y cuando pertenezcas al colectivo, pero como jugador o aficionado rival mejor era tener mucho cuidado con lo que hacías y sobre todo decías, muy intimidante campo de tierra de barrio en los años 90.

    En mis primeros tiempos como jugador de fútbol, empecé a destacar sobre el resto de mis rivales debido a mi gran velocidad y sobre todo a la capacidad para definir en situaciones de área, con lo cual mi primer entrenador no dudó el situarme en la posición de delantero y además dirigirse a mí como Romario crack del fútbol mundial en aquella época y del cual mi padre me regaló mi primera camiseta del Barça con el nombre y número del astro Brasileño, cosa que hizo más fácil relacionarme con ello y ahí quedó ese apodo que duró por muchos años entre la gente del Veinti donde a día de hoy todavía los más veteranos del lugar se dirigen a mí de ese modo.

    La vinculación que he tenido con aquel club fue muy bonita e intensa debido a los grandísimos momentos vividos y éxitos cosechados por aquel grupo de jugadores y técnicos los cuales jugamos juntos durante casi una década, ganando competiciones y haciendo vibrar a todo un barrio, y con mis más de 500 goles marcados con la camiseta Roja y Amarilla se puede confirmar a día de hoy que yo sigo siendo el máximo goleador en la historia del club… bendita nostalgia.

    Tanta fue mi implicación con aquella entidad que me llevé una buena marca que forma parte de mí y en la literalidad, aunque más bien a modo de 12 puntos de sutura situados en la parte alta de mi frente, que hace de mi apariencia un tanto más genuina. El infortunio transcurrió una tarde de entrenamientos del año 1997, justo antes de iniciar la sesión, varios de nosotros estábamos fuera de los vestuarios, que se componían por una especie de barracones dentro de una estructura rectangular, la cual se podía rodear perfectamente, cosa que aprovechamos para realizar todo tipo de actividades, como por ejemplo jugar al pilla pilla entre nosotros, con la desgracia de chocar con un compañero de equipo a alta velocidad cabeza contra cabeza ya que cada uno circulaba en dirección opuesta y justo encontrarmos en una de las esquinas que a 90 grados fue imposible percibir la llegada del otro y la ciencia explicaría el desencadenante final. Recuerdo que no perdí la conciencia en ningún momento y fue algo sorprendente ya que la brecha era muy grande y perdimos muchísima sangre, cosa que alarmó tremendamente a los presentes y llamaron a una ambulancia lo más rápidamente posible. Tocó que me cosieran por primera vez en forma de puntos de sutura y me brindaron un tremendo y aparatoso vendaje el cual me hacía parecer una especie de ser extraterrestre muy parecido a la figura de la mítica película de Spielberg E.T. A todo esto, hay que añadir que fue mi compañero quien se llevó la peor parte pues al ser más alto que yo su brecha también quedó un tanto más abajo incluso llegando a ser perceptible desde la parte alta de la nariz y con lo cual es prácticamente imposible de disimular semejante herida de guerra infantil. Después de llegar del hospital yo me encontraba en casa de mi abuela y mis padres aún con el susto en el cuerpo estaban más relajados cuando yo decidí volver a quebrantar su felicidad ya que después de unos tremendos mareos que casi llegaron a la inconsciencia, aquella misma noche fui llevado de urgencias donde después de realizarme todo tipo de pruebas, el informe final dictaminó un traumatismo craneoencefálico leve y no había de qué preocuparse, así que una noche durmiendo y comiendo una especie de sopa de letras horripilante en el hospital y vuelta a casa para estar varias semanas sin poder realizar el deporte que amaba.

    La temporada de 1999 fue inolvidable para mí, el equipo funcionaba a las mil maravillas y no parecía que estábamos compitiendo de manera un tanto anómala, como lo estábamos haciendo ya que esa temporada y la anterior competimos en categoría en la edad benjamín dentro de una federación alternativa a la Catalana de nombre ADEFUBE, la cual se desarrollaba íntegramente por jugar a Fútbol 11 y sí, podéis imaginar lo que supone que niños de ocho años sin fuerza alguna estuviéramos jugando en un campo de dimensiones enormes para la etapa formativa, totalmente me recordaba a aquellas secuencias de ataque interminables de la famosa serie de dibujos animados Oliver y Benji, el cual yo era un fanático, y no faltaba chuparse un par de episodios a las 08:00 A.M todas las mañanas antes de ir al cole. Al final de esa temporada el equipo obtuvo el subcampeonato de liga y en lo personal con más de 40 goles, esa fue la temporada con más tantos marcados jugando a fútbol 11 (sin contar amistosos y torneos de verano) y en donde recuerdo perfectamente el último partido en casa contra el equipo que ganó aquella liga, consiguiendo nuestra revancha personal ganando 2-1 marcando los dos goles de la victoria. Justo después de aquel partido un ojeador del RCD Espanyol se presentó oficialmente a la directiva y llamaron a mi padre para decirle que llevaban un tiempo siguiéndome tanto a mí como al portero de nuestro equipo y estaban muy interesados en que nosotros hiciéramos una prueba oficial para fichar para el próximo equipo alevín de nueva creación, y estando a un paso de cumplir el sueño de todo deportista cuando la élite llama a la puerta. Recuerdo los días previos al primer entrenamiento con el RCD Espanyol con un estado de nervios-ansiedad-felicidad tremendos ante la oportunidad única que se me presentaba hasta que llegó el día, aunque mis primeras sensaciones fueron extrañas ya que el lugar donde se realizaría el entrenamiento era un campo de tierra bastante antiguo situado en el distrito de Montjuic y es que en aquella época se estaba construyendo la nueva ciudad deportiva de Sant Adrià del Besos. Una vez llegados al vestuario que tenía un aura viejuno, me dispongo a abrir mi mochila y para mi sorpresa descubro que mi padre me había preparado una camiseta del FC Barcelona para utilizarla en el entrenamiento. Yo me quedé pensativo por un instante ya que a mis diez añitos ya podía entender que quizás no era lo más correcto llevar la camiseta de tu enemigo deportivo al entrenamiento pero esa sensación duró solo unos segundos, así que esperé a que terminase de cambiarse mi compañero y salimos al campo de fútbol, donde para mi sorpresa ¡éramos más de 50 jugadores! Era un equipo de nueva creación, pues se decidió realizar una selección completa de 18 jugadores así que la tensión si no era ya suficiente, pues quedó bien servida. Una vez terminado el primer entrenamiento las sensaciones personales eran favorables y así me lo transmitió mi padre ya que le habían comunicado que continuaría entrenando con el equipo, pero no tendría la misma suerte el portero de mi equipo ya que fue descartado y parecía que su sueño había terminado, aunque unos años más tarde fue él mismo quien acabó jugando en la cantera periquita, cosas del destino. A cada entrenamiento que asistía durante aquellas tres semanas frenéticas el grueso del grupo fue descendiendo debido a los descartes que se iban realizando de manera simultánea, aquella sensación me recuerda a los casting para entrar en la academia de OT donde vas pasando rondas hasta ser uno de los pocos elegidos para entrar en la academia; ¿sería capaz de entrar yo finalmente?

    Los entrenamientos seguían su curso y tanto mi persona como la camiseta del Barça seguían fieles en los días de batalla, tanto es así que aún recuerdo con mucho cariño cuando lo que parecía un delegado del equipo, una persona mayor que colaboraba en los entrenamientos y se colocaba de portero en algunas situaciones de partido me picaba para que marcase menos goles con aquella camiseta infernal que llevaba puesta, lógicamente estas actitudes fueron en un plan amable y cercano, aunque bien no consiguió su objetivo, y yo me motivaba aún más si cabe. Después del último entrenamiento los nervios estaban a flor de piel ya que era el momento de tomar las últimas decisiones de aquel grupo de jugadores, unos 22 que habían batallado durante tres semanas para alcanzar la gloria deportiva y conseguir firmar por una de las mejores canteras de España. Una vez llegados a casa mi padre me explicó la resolución de aquella reunión donde la decisión final fue: -No ficharás por el Espanyol la próxima temporada, aunque lo más increíble de esta historia fue que la última palabra la tuvo mi propio padre ya que el club le manifestó que podría ser fichado pero no dispondría de muchos minutos y que la decisión en este caso era nuestra. No me quiero ni imaginar lo que hubieran hecho tantas familias para conseguir tener en sus manos una decisión como esta sin importar siquiera si su hijo jugaría tan solo un partido con el club porque el mero hecho de pertenecer a una entidad de esa índole es una garantía para un futuro profesional, pero mi padre decidió mirar más por mi bienestar e intentar erradicar mi garantizado sufrimiento en el caso de no disponer de minutos y decidió continuar adelante con mi progresión hasta llegar oportunidades futuras, donde finalmente se acordó que el club continuaría realizando un seguimiento cercano a mis evoluciones y el agradecimiento de haber contribuido de manera activa al crecimiento del fútbol base de la entidad. Así es la vida… para mí fue un golpe tremendo quedarme fuera y mi reflexión que aún perdura a día de hoy es que yo hubiera luchado por tener minutos y no desaprovechar una oportunidad como esa. Los trenes suelen pasar pocas veces y desafortunadamente nunca jamás tuve una oportunidad como esa en mi periplo como futbolista.

    Como en esta vida nada es para siempre la decepción no duró demasiado y más siendo niño así que rápidamente le perdoné al fútbol aquella desilusión y arrancó la siguiente temporada, la primera en categoría alevín aunque por aquel verano de 1999 tomé la decisión de cambiar de aires y probar suerte en el otro equipo de la ciudad, uno al cual solíamos ganar sin muchas dificultades en los años anteriores, aunque eso no fue ningún impedimento para enfundarme la camiseta del CE Olimpic Can Fatjo, también en Rubí, y que fue el segundo club más importante en mi corta vida como jugador. Por aquel entonces esperaba una cierta resistencia por parte de mi padre ante tal decisión, pero él continuó por esa línea de dejar hacer y afrontar las consecuencias de tus decisiones, cosa que considero un pilar fundamental en la educación de un individuo y que por desgracia cada vez se observa con menos frecuencia en el proceso educacional, por lo menos en el mundo occidental. Nuevos compañeros, nuevas sensaciones, pero mismo objetivo, el gol. La experiencia no duró ni una temporada pues antes del final de la misma decidí volver al equipo de siempre. Esto sucedió después de haber jugado en partido de liga contra mis compañeros de siempre y ser víctima de diversas burlas por haber perdido aquellos dos partidos de liga y por haber desertado al rival de la ciudad más débil, por lo menos en aquella generación. Pero nunca olvidaré la sensación de volver a jugar en aquel campo donde había compartido tanto, ese tipo de experiencias son indescriptibles y solo aquel que lo ha vivido desde adentro podrá entender la magnitud de ello. La temporada pasó con más pena que gloria ya que el equipo no ganaba demasiado partidos, aunque mis cifras goleadoras eran más que aceptables con lo cual a mediados de temporada el club decidió que pasase a jugar una categoría por encima y poder ayudar al equipo A a subir a la preferente catalana. Finalmente no se consiguió, pero la experiencia mereció la pena. Antes de finalizar la temporada le comunique a mi padre la decisión de volver a la que había sido nuestra casa desde que empecé a darle patadas a un balón, a lo que él accedió agradecido y aún más el que había sido mi entrenador (Jose Luis Castillero) que me abrió las puertas de par en par. A modo de anécdota, recuerdo que una vez de vuelta con el grupo y a falta de jugar nada más que los torneos de verano, el club decidió volver a realizar una foto oficial de equipo donde estuviese yo también en el grupo. Sin duda ese fue un gran gesto que recuerdo con emoción a día de hoy y por supuesto esa fotografía ocupa un buen lugar en mi hemeroteca.

    Nueva temporada (2000-2001) de vuelta a casa y grandes prestaciones consiguiendo el ascenso y marcando más de 30 goles no presagiaban el triste final en aquel verano de 2001 donde mi padre falleció de manera natural y repentina en casa, puede decirse que delante mío. No hay palabras para describir tanto dolor que aún perdura ya que perder a un padre siempre es duro, ley de vida, pero el hecho de perder a un familiar tan cercano cuando no eres más que un niño al cual le quedan tantas vivencias… es especialmente difícil y esta situación marcó un antes y un después en mi vida y en los caminos que decidí tomar de ahí en adelante, hasta el día de hoy. Puedo decir con orgullo que de mi padre he heredado el FÚTBOL, y que mi vida

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