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Flamengo: sueños de una noche de pre-verano.
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Libro electrónico181 páginas2 horas

Flamengo: sueños de una noche de pre-verano.

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El período de mayor brillo de la centenaria historia del Flamengo, el club más popular del País - y del mundo, ¿por qué no decirlo? -, contado en crónicas que van más allá de una simple pasión clubística. Reflejan un caso de amor al fútbol, la más perfecta metáfora que existe para la vida.

IdiomaEspañol
EditorialBadPress
Fecha de lanzamiento1 dic 2019
ISBN9781071519936
Flamengo: sueños de una noche de pre-verano.

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    Flamengo - Bruno Carvalho Palvarini

    Introducción

    El año 1982 estaba próximo y los simpatizantes brasileños cada vez más ansiosos con la Copa del Mundo de España. Teníamos una Selección confiable, un técnico respetado y jugadores de alta calidad, que sintetizaban el llamado fútbol-arte, casi olvidado en las presentaciones que Brasil realizara desde el tricampeonato logrado en México.

    Un especial y numeroso sub-conjunto de la torcida brasileña tenía una preocupación adicional en aquel Diciembre que antecedía la llegada de uno de los veranos mas cálidos registrados en nuestras tierras: en la madrugada del día 13, el Flamengo de Zico, Júnior y Leandro, titulares indiscutibles de la Selección Brasileña, defenderían el título del Mundial de Clubes frente al campeón europeo, el Liverpool de la tierra de los Beatles.

    El período iniciado a partir de la derrota contra el Botafogo en el Campeonato Brasileño de aquel año hasta el pitazo final de Brasil x Italia del día 05 de Julio de 1982 marca un momento de sueño para el adolescente rojinegro que se convirtió en el Flamengo viviendo enfrente al Fluminense y teniendo como padres a un simpatizante de Palmeiras y una simpatizante del Vasco da Gama.

    Marca el período de mayor brillo de la historia centenaria del club más popular del País - ¿y, por qué no decirlo, del mundo?

    Historia contada aquí desde la óptica del autor, en crónicas que van más allá de una simple pasión clubística.

    Reflejan un caso de amor al fútbol, la más perfecta metáfora que existe para la vida.

    ¡Buena lectura!

    SUMÁRIO

    Introducción

    Sumario

    El infiltrado

    Noticia de rádio

    La mudanza

    El primer ídolo

    Nilson Nelson

    Fuera de eje

    El rival

    Creciendo en Brasilia

    El pacto

    Braga, Coutinho y Bosco

    Brasil, campeón moral

    El inicio de una era

    Invictos

    El Rey es rojinegro

    Los primeros tricampeonatos

    Pague 2, lleve 3

    La estrella de Telé

    Una vez Flamengo

    Tetranapolina

    Mendonça

    Libertadores

    Wright

    El cambio

    América

    Jugando por Coutinho

    El mundo

    Obsesionado por victorias

    La Copa de 1982

    La sequía

    Tricampeón

    Mas allá de Zico

    Crecimiento

    Un nuevo comienzo

    Un año sin títulos

    Zico regresa

    Doctor rojinegro

    Equipo de coraje

    La última chance

    Magia en la tarde de Goiania

    Legión de amigos

    Una Unión frágil

    Renato x Telé

    Zico comienza a parar

    Macca y Maraca

    El canto del cisne

    Cierre de oro

    Copa del Brasil

    El Maestro

    Romario

    Tri de nuevo

    Obina es mejor que Eto´o

    Joel y Cabañas

    Nuevos vientos

    Epílogo

    Diez curiosidades

    Veinte juegos inolvidables

    El autor

    El infiltrado

    Nací en Rio, en ese momento capital de la Guanabara, poco antes del Acto Institucional número 5, cuando la questión política comenzaría a pesar de verdad.

    De nuestro departamento en Rio Comprido recuerdo poco – los amigos Claudita y Fabito y los gritos de gol registrados en cintas de cassete cuando Pelé demolió las defensas adversarias en 1970.

    Cuando la situación mejoró un poquito, nos mudamos a un departamento de dos habitaciones en la Calle Paissandu, nel barrio de Laranjeiras, bien en frente al club Fluminense. Desde la ventana podíamos ver el setenta porciento de lo que ocurría en el campo de fútbol del club (los árboles de la calle Pinheiro Machado tapaban el resto y oíamos la reacción de la torcida cuando la visión era perjudicada).

    Mi madre es simpatizante del Vasco de Gama e hija de portugués; mi padre es hijo de italiano, simpatiza por el Palmeiras. Practicando natación en Fluminense para combatir la bronquitis, a los cuatro años yo tenía todos los motivos del mundo para convertirme en simpatizante de Fluminense, Vasco o Palmeiras.

    El destino, sin embargo, quería algo mayor.

    La gran decisión fue de mi padre– a pesar de la clase indiscutible de Ademir da Guia y Dudu y del Palmeiras ser bicampeón brasileño, vivíamos en Rio – y simpatizar por un club de São Paulo no facilitaría en nada mi vida.

    El marido de su tía, un hombre que él tenía bien visto, era ex-deportista del Flamengo y así, con gran intuición, simplicidad e inteligencia, él creyó que ser rojinegro era una elección óptima para mí.

    En aquellos días mi padre ganó una cámara de Super-8 y comenzamos a hacer diversos filmes y editarlos en casa. Es en uno de aquellos filmes en que aparezco por primera vez con la camiseta del Flamengo en los jardines del Palacio Guanabara, sede del Gobierno Estadual y vecino al Fluminense.

    La historia comenzaba a ser escrita.

    Noticia de radio

    Zé Guilherme había nacido unos meses antes que yo, vivía en el departamento de enfrente y era mi mejor amigo. Era un simpatizante de Fluminense y cuando jugábamos al balón acostumbrábamos vestir los uniformes completos de nuestras pasiones.

    Aquel día mi abuela nos llevaría a Fluminense para pasar la mañana. Zé llegó a casa vestido de Fluminense de arriba abajo y al verlo no pensé dos veces: camiseta rojinegra, pantalones cortos blancos, calcetines oficiales y zapatos de fútbol, ahí estaba yo listo para ir al club.

    El problema comenzó cuando llegamos a la recepción; el empleado le dijo a mi abuela que yo no podría entrar vestido con el uniforme del Flamengo, porque estaba prohibido que los niños llevaran ropas de equipos.

    ¿Y él, por qué puede entrar?- pregunté apuntando para mi amigo del Fluminense.

    Ah, pero de Fluminense puede.

    ¿Qué? ¿Y aquel niño allí, vestido de Cruzeiro? – volví a la carga.

    Uniformes de equipos de afuera de Rio son aceptados - lo que no puede es de clubes de acá.

    El recepcionista parecía tener el control de la situación.

    ¿La señora entiende, no? La rivalidad aquí en la ciudad es muy grande, yo podría poner en riesgo la seguridad de su nieto.

    Vacilamos un poco y fue en esa pausa que el recepcionista cometió su error, pensando que ya había ganado la disputa:

    Vamos, ven aquí que yo te quito tu camiseta del Flamengo y ahí puedes entrar al club -, dijo él intentando arrancar mi camisa.

    Exploté en divina cólera:

    ¡Saque las manos de mi camiseta! ¿Qué está pensando? ¡Yo soy Flamengo! Si no puedo entrar de rojinegro, prefiero volver a casa. ¿Yo soy Flamengo!

    Un reportero de radio que hacía la cobertura del club dio la notícia en vivo del pequeño tumulto – el hito inicial de una pasión eterna.

    Volví a casa orgulloso de mi elección: yo realmente era Flamengo, formaba parte de la nación que un dia decidió ser feliz.

    Más de treinta años después, el Flamengo fue escogido para abrir la colección Camisa 13 en que varios escritores de renombre relataban en libros el amor por sus clubes del corazón. Ruy Castro escribió El Rojo y el Negro y el site iG hizo un concurso literario que premió con un ejemplar del libro las diez mejores historias que expresaban la pasión de los lectores por el Flamengo. Les conté sobre mi historia y fui uno de los ganadores.

    La mudanza

    Mi hermana nació en 1973 y el tiempo voló desde que recibí la noticia cenando fuera con mis padres hasta visitarla en un sanatorio de la Calle de las Laranjeiras, junto a la confitería Itajaí. El edificio de la Caja en la Avenida Rio Branco se incendió y más o menos para la misma época les ofrecieron a mis padres mudarse a Brasilia, para donde las empresas públicas estaban llevando sus casas matrices. La idea era que pasáramos un período de dos años en la nueva capital y después regresar.

    En la escuela, yo, que ya gozaba de algún prestigio por saber leer y escribir desde temprano, me convertí en una especie de celebridad:

    ¿Vas para Brasilia, no?

    ¿Cómo es la ciudad?

    ¿No tiene playa, no?

    No, no tenía playa. Pronto los días de Club Cañaveral y de pezca en la Barra concluirían. La aventura parecía bastante desafiante - y, si las cosas no funcionaran según lo imaginado, en veinticuatro meses estaríamos de vuelta.

    Yo había comenzado a frecuentar el Maracaná un poco antes. Almorzábamos en la casa de mi madrina en la calle Afonso Pena y caminaba con mi padre hasta el estadio. Me sentaba en mi almohadilla con el escudo rojinegro, en las gradas de la diagonal para donde el equipo atacaba en el segundo tiempo de los partidos. Fue así que presencié un Brasil x México a cancha llena y un Santos x Botafogo ganado por goleada por el equipo paulista, la única vez que ví a Pelé en el campo.

    En 1974 se realizó la Copa del Mundo de Alemania y Brasil enfrentaba una enorme desconfianza de la torcida - Pelé había concluído su carrera, los buenos jugadores no hacían exhibiciones convincentes y Zagallo, aunque estaba seguro de ganar el título, era blanco de provocaciones que lo desafiaban a no volver al País en el caso de que la conquista no llegase.

    Vi a Holanda no tomar conocimiento de Uruguay y quedé impresionado con los alemanes occidentales (aún existía el muro) Sepp Meier y Franz Beckenbauer – pero el debut de Brasil fue decepcionante, un cero a cero con Yugoslavia. Marcador que se repitió en el juego ante Escocia, obligándonos a ganarle a Zaire por una diferencia de mínimo tres goles para no quedar descalificados. Recuerdo un gol de Valdomiro y el marcador sin descanso de tres a cero para nosotros.

    La segunda etapa comenzó muy bien para Brasil, con victorias sobre Argentina y Alemania Oriental. Restaba el enfrentamiento con Holanda, la Naranja Mecánica de Rinus Michels y Cruyff, un equipo que venía encantando al mundo del fútbol, pero que Zagallo insistía en decir que eso no era todo, practicando un fútbol tiqui-tiqui....

    Holanda le ganó con autoridad a Brasil, dos a cero en un juego bastante brusco de ambos lados. El sábado en que disputábamos el tercer lugar, salí con mi abuela para resolver alguna cosa y corrí de vuelta para ver el fin del juego, pero los jugadores desanimados fueron presa fácil para la aplicada Polonia de Lato, autor del gol solitario del juego.

    Mi pastel de cumpleaños de seis años tuvo como tema una réplica de un balón de fútbol sobre un césped y botones que representaban un Fla-Flu. Rio fue sede recientemente de un Salón del Automóvil en el Aterro del Flamengo, siendo un éxito el nuevo modelo de Van compacta de Volkswagen que tenía como nombre nuestro destino: Brasilia. Mi padre acabó comprando una variante tradicional, azul, para ser estrenada en la mudanza hacia el Planalto Central.

    La familia y los amigos venían a despedirse como si estuviésemos yendo a un país distante. En cierta forma, era lo que ocurriría. Mudándonos hacia Brasília, yo estaría a más de mil quilómetros de la playa, del Maracaná, de los almuerzos de familia, de los amigos de la escuela, de las carreras de carros en el Parque da Lagoa Rodrigo de Freitas, del Aterro, del Alto da Boa Vista, de los alambrados del Fluminense donde hablaba con el tricampeón Félix, del puesto de gasolina donde Marinho Chagas posaba para las fotos mientras reabastecia el carro más nuevo de su colección, ...

    Por increíble que parezca, más cerca del Flamengo.

    El primer ídolo

    Hoy es difícil creer que las familias bajaban los asientos traseros de sus carros y armaban camas con almohadas y equipajes en los porta-maletas para que sus hijos viajasen más cómodos. Nuestra aventura comenzó muy bien - saliendo de Rio el dia veintidós de noviembre de 1974, hicimos una parada para Navidad en Jundiaí y seguimos hacia Brasilia.

    Varias sorpresas nos aguardaban a nuestra llegada: la tierra roja y la vegetación revuelta, la amplitud del cielo, los edificios horizontales del Plan Piloto (llamados bloques), las direcciones formadas por combinaciones numéricas en vez de nombres y un enorme vacío poblacional. Parecía que las personas vivían escondidas y que era imposible juntar a los habitantes en cualquier rincón de la ciudad.

    La cuestión de las direcciones – aunque extraña - era bien fuerte: si nunca habíamos estado en Brasilia, seguimos la lógica y en menos de diez minutos llegamos a la casa del primo

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