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La culpa es del escocés
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La culpa es del escocés
Libro electrónico347 páginas4 horas

La culpa es del escocés

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Información de este libro electrónico

Erin quiere llegar a ser jefa de enfermeras en algún hospital pero la vida tiene otros planes para ella.
Unos planes que están en otro país, lejos de sus amigos y de todo lo que conoce y quiere; cuidando de una mujer que poco conoce y soporta.

Cree que todo aquel cambio es un injusto castigo por estar desempleada y llevarle la contraria a su madre.
Pronto se dará cuenta de que bajo el cielo gris y lluvioso de Escocia, encuentra su lugar ideal en el mundo que le hará replantearse su propósito de vida y le inyectará ganas de quedarse en tierra extranjera en donde también encontrará, en un descuido, al chico del Kilt; y este, desde que la ve, sospecha que ella formará parte de su presente y su futuro, por lo que no puede —ni quiere— dejarla escapar.

 

Esta es una novela romántica ambientada en Escocia en donde encontrarás:

  • Un escocés con Kilt en la época moderna
  • Romance en Escocia
  • Instalove
  • Amantes desafortunados
  • Malas decisiones
  • Secretos del pasado
IdiomaEspañol
EditorialStefania Gil
Fecha de lanzamiento25 may 2023
ISBN9798223454038
La culpa es del escocés

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    La culpa es del escocés - Stefania Gil

    La culpa es del escocés

    STEFANIA GIL

    La culpa es del escocés.

    Copyright © 2021 Stefania Gil

    www.stefaniagil.com

    All rights reserved.

    Fotografía Portada: Freepik.com

    Diseño de Portada: ASC Studio Design

    Maquetación: Stefania Gil

    ––––––––

    Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida, ni en todo ni en parte, ni registrada en, o transmitida por un sistema de recuperación de información, en ninguna forma y por ningún medio, mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia o cualquier otro, sin el permiso previo por escrito del autor.

    Contenido

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    Para el 2021,

    eres el primer año de la nueva década.

    Serás el que abre los caminos

    hacia un futuro mejor.

    1

    —Ay, Meribeth, por favor, no te vayas todavía, en unas semanas... —Erin vio a su madre con cara de hastío y su madre le dio la espalda—. Sí, sí, entiendo, pero...

    —¿Otra vez la tía? —preguntó a su hermano que estaba viendo la televisión en el salón, lo típico en su día libre del trabajo.

    Este solo asintió con la cabeza y siguió concentrado en el programa de televisión que hablaba de motos y coches.

    Erin dejó escapar el aire, fue a su habitación mientras seguía escuchando a su madre rogarle a la enfermera de Isla que no se marchara aún.

    Sería la cuarta o la quinta ese año.

    A ese paso, la señora tendría una colección de enfermeras despedidas.

    Y ella necesitando un trabajo en la misma área. Revisó su móvil en la búsqueda de la famosa notificación de una posible entrevista de trabajo.

    Como era de esperar, no había nada.

    A la última que asistió, fue desmotivada porque ella quería trabajar en el hospital no a domicilio.

    No interna ni por horas, por la mañana o la tarde.

    No quería un geriátrico.

    Ella quería desempeñarse al entero en el hospital.

    Como siempre, la vida le tenía preparado un poco de drama para no darle todo cuando ella así lo quería.

    —¿Cómo te fue?

    Su madre se sentó a su lado en la cama mientras ella volvía la cabeza para verla.

    —Igual que siempre. A este paso, tendré que preguntarle a Martín si tiene un puesto para mí.

    Martín era su amigo de la infancia, del barrio, con el que jugaba junto a Laura, la hermana que no le dio su madre y que la vida, por una vez, le dio sin hacerle padecer demasiado.

    Martín se encargaba del negocio familiar que era el bar de toda la vida del barrio.

    —Bueno, es un trabajo.

    —No es para lo que estudié, madre —Como cada vez que conversaban del tema, ambas torcieron la boca y volvieron los ojos al cielo en un gesto que dejaba en claro el parentesco que compartían—. ¿Qué le ocurre a Isla?

    —La tía Isla, Erin —la vio molesta. Erin sabía que no estaba molesta porque ella no usara la palabra «Tía» con la vieja amargada; la molestia de su madre se debía a que siempre quería ayudar a toda la familia y estaba agotada, quedándose sin opciones con este familiar que era el único que tenía vivo. Dejó escapar el aire—. La enfermera se marcha.

    —No me esperaba otra cosa.

    Hubo un silencio incómodo.

    —Eres muy dura con ella.

    Erin prefirió no responder.

    No le interesaba. La última vez que lo hizo, tuvo una pelea con su madre. Le daba mucho —muchísimo— coraje, que siempre se estuviera sacrificando por los demás y se dejara a sí misma a un lado.

    —No podré irme antes de que la enfermera se marche. Tenía pensado pedir vacaciones...

    —Que deberías compartir con nosotros, tenemos años sin pasar juntos unas vacaciones porque no logramos hacer coincidir los horarios.

    —Ya podremos hacerlo —respondió su madre resignada, como siempre; y eso irritaba más a Erin que pensó en que debía decirle que, a ese paso, se irían de vacaciones sí, en un futuro no muy lejano, pero cargando con ella convertida en cenizas porque el tiempo pasaba y su madre cada vez se consumía más por los demás... y no quedaría más que despedirla para siempre.

    Pero no valía la pena decirlo en voz alta porque acabarían peleando.

    Se sentó en la cama.

    —Tengo que ir a donde Martín.

    —Y yo a ver qué puedo hacer con el trabajo y la tía Isla.

    ***

    —¿Cómo estás, guapa?

    —Cabreada con la vida.

    —Como de costumbre, eso es un estado natural en ti —Erin le hizo una mueca de burla a Martín que estaba detrás de la barra preparando el café a un par de ancianos que siempre visitaban el bar a la misma hora—. Espera que atienda a estos dos y luego hablamos.

    Erin asintió y se instaló en la barra, revisando su móvil otra vez.

    —¿El tío de la otra noche te llamó?

    —Ni que lo haga. No estoy de ánimo para tíos imbéciles.

    —¿Para qué estás de ánimo?

    —No lo sé, Martín. Esto de no encontrar trabajo es una mierda.

    —Trabajo hay, solo que estás siendo muy exigente.

    Martín siempre era el más conformista de los tres. Desde pequeño, supo que su misión en la vida sería trabajar en el bar de la familia y nada ni nadie pudo sacarlo de allí.

    —No estoy siendo exigente, tío. Me reventé estudiando, lo mínimo que me merezco es entrar en un hospital, ¡joder!

    —Lo que digas, no voy a discutir contigo también.

    —¿Ya discutiste con Laura?

    —¿Y cómo no? Si la tía se la pasa conectada a la mierda del móvil.

    —Es su trabajo.

    —Que se busque un trabajo de verdad —sentenció indignado y Erin prefirió no decir más.

    Las peleas entre Martín y Laura podían ser descomunales, pero siempre acababan solventando todo porque eran el uno para el otro y así pasaran tres semanas sin hablarse, el amor vencía todo y los hacía volver a sonreírse y dedicarse besos infinitos que resultaban increíblemente incómodos para Erin.

    Se mantuvieron en silencio un rato.

    —Hoy me encontré a tu madre, iba con prisas por algo de tu tía.

    —Lo de siempre, la vieja que no para de machacar a las pobres enfermeras.

    —Tu madre no tiene descanso con esa mujer.

    —No, no lo tiene, así como ha ocurrido con otras personas —dejó escapar el aire—. Llegué a casa cuando ella aun trataba de convencer a la enfermera de que se quedara hasta que mi madre pudiera viajar.

    —Podrías ir tú, quizá hasta te paga y vivirías en Escocia.

    —¿Estás chalado, tío? ¿Cómo voy a vivir con una mujer que apenas soporta hablar por teléfono conmigo?

    —Bueno, capaz es que no le gusta hablar por teléfono.

    El móvil de Erin sonó avisando de un mensaje.

    ¿Estás en el bar?

    ¿Qué tan cabreado está?

    Mucho

    Martín se inclinó hacia adelante viendo la ventana del chat y sonrió de lado con gran ironía.

    —Dile que estoy más cabreado que nunca.

    —No, no lo estás.

    Ambos rieron y Erin supo que la pelea entre ellos pasaría pronto.

    Acaba de soltar una carcajada refiriéndose a su cabreo contigo

    Dos segundos después:

    Esta noche me pondré el conjunto ese de encaje violeta que me regaló hace unos meses

    Erin dejó el teléfono y vio a su amigo empezar a cantar mientras sacaba los vasos limpios del lavavajillas a la estantería.

    —Supongo que tendré que irme para hacer algo en casa antes de la cena, no sea que mi madre, con lo agobiada que está, la pague conmigo.

    Martín la vio de reojo.

    —Todavía tengo disponible el puesto de mesonera, Erin.

    —¡Ja! Primero me voy a cuidar a la vieja bruja de Isla.

    ***

    Más tarde, ese mismo día, Erin estaba preparando la cena mientras su madre tomaba una ducha y su hermano seguía viendo la TV.

    Cenarían ligero porque su madre no tenía hambre y ella tampoco. Si Darren tenía hambre, que se levantara y se hiciera algo mejor.

    Lavaba la lechuga cuando Darren entró en la cocina a beber agua.

    —¿Eso es lo que hay de cenar?

    —No, el menú está afuera en el pasillo. Puedes ir a ver el plato del día y sacar tu culo del sofá para poder venir aquí y ayudar por una vez en tu vida.

    —Tu hermano ayuda en casa —Erin se quedó en silencio porque pelearse con su madre sobre ese tema de la desigualdad en los quehaceres del hogar, era tan inútil como discutir sobre Isla—. Si tú tuvieras un día libre a la semana, también tendrías algunos privilegios.

    —Eso es un poco injusto, madre.

    —No, no lo es —intervino Darren con sinceridad—. Erin, tienes que buscar algo que hacer mientras te sale algún trabajo en el hospital.

    —Prefiero esperarme un poco más.

    —Estaríamos mejor con otra entrada, hermanita; porque tus salidas en bus cuestan dinero; las tarjetas del metro, cuestan dinero; y esas saliditas con tus amigos, cuestan dinero.

    El teléfono sonó interrumpiéndoles.

    Rhonda fue a responder.

    —¿Sí? —respondió en español, aunque hacía unos segundos hablaba en inglés con sus hijos tal como siempre lo hacían cuando estaban juntos en casa o fuera de ella.

    —Martín me dijo que tenía un puesto disponible y que tú no lo quieres tomar.

    Erin volvió los ojos al cielo.

    —No voy a trabajar de mesera —vio a su hermano con seguridad y este la vio con decepción—. Darren, no estudié todos estos años para convertirme en mesera.

    —Haz lo que quieras, Erin, eso sí, ten en cuenta que el día que mamá se canse, la voy a apoyar para darte una lección.

    Rhonda colgó el teléfono y los vio cansada.

    —Coman ustedes, ya se me quitó el hambre. Me acaban de decir que no hay posibilidades de adelantar mis vacaciones y... —se frotó la cara—... estoy exhausta, quizá mañana piense mejor de todo esto con la tía Isla. Buenas noches.

    Se dio media vuelta dejándoles pasmados en la cocina porque su madre, por muy muy mala que fuera la situación por la que atravesaban, siempre sonreía y mantenía una actitud positiva animándolos a continuar.

    Así pasó cuando perdieron a su padre.

    Darren vio a Erin, sonrió de lado con tristeza.

    —Mamá espera que tú le ayudes en esto, Erin.

    Ella soltó una exhalación irónica troceando la lechuga molesta con las manos.

    —¿Y yo qué puedo hacer?

    —Eres la única en casa que no tiene trabajo ahora, podrías ir con la tía y ayudar a mamá.

    Aquello fue demasiado para Erin que se volvió para ver hacia arriba a su hermano que le sacaba una cabeza de altura; y desafiante, le dijo:

    —Primero acepto el trabajo de Martín.

    ***

    Dos días pasaron desde que Erin decidiera aceptar el trabajo que Martín tenía disponible en su bar para que ni su madre ni su hermano, se pusieran creativos y la enviaran a Escocia con la idea de que ella fuese la enfermera de la tía Isla.

    Ah no.

    Nada de eso.

    Antes, mesera.

    Y ahí estaba, aprendiendo a hacer todo lo que había que hacer en el puesto: desde limpiar los baños hasta preparar una tortilla si era necesario.

    La cocina no se le daba mal y hasta cierto punto, le gustaba.

    Lo de la limpieza, ya eso era otra cosa.

    Lo odiaba. Pero era mejor eso que tener que limpiar las babas a la vieja amargada de la tía de su madre que no hacía más que darle preocupaciones.

    Sabía que su madre llevaba dos días sin dormir, culpa suya, claro estaba, por no poner las reglas del juego claras con aquella anciana que parecía una niña malcriada de cinco años.

    —¿Ya aprendiste a hacer el café? —Laura la sorprendió al otro lado de la barra. Se sintió extraña viendo a su amiga con la barra en medio de ellas porque lo normal era que compartieran las dos el mismo espacio mientras Martín las atendía desde donde ahora Erin se encontraba.

    —Todavía no, tía. Es que es la máquina de mierda que no me quiere.

    —Y tú, no quieres el trabajo.

    —Como si tú lo quisieras más que yo.

    —No te estoy criticando, solo te estoy haciendo ver que las energías aquí no están dadas para ti.

    —Bueno, mejor aquí que en Escocia con una mujer que no conozco de nada y que no soporto.

    —Quizá no es tan mala como crees.

    —Joder, tía, a ver si me dices lo mismo un día que hables con ella.

    Laura sonrió divertida mientras Erin fruncía la boca con amargura.

    —¿Y Martín?

    Erin se encogió de hombros viendo a los lados. La verdad era que no sabía en donde estaba Martín. Le había dicho «ya vuelvo» y no lo vio más.

    —Tal vez está en la oficina —Tenían una pequeña oficina en la parte de atrás del bar en donde arreglaban toda la parte administrativa del mismo.

    —Ayer me dijo que no estaba seguro de haber hecho lo correcto contratándote.

    —Y no lo culpo —Erin sirvió la leche fría en la jarra de acero inoxidable para poder calentarla en la máquina y prepararle un café a su amiga—. Sé que solo llevó dos días aquí, pero ya algo debería haber hecho bien y es que nada, tía, nada. Ni siquiera limpiar el váter lo hago bien.

    —Bueno, piensa que esto es pasajero.

    —Como la pelea de ustedes del otro día —mencionó Erin mientras veía a su amiga y al mismo tiempo, se dispuso a calentar la leche. Accionó el botón que deja salir el vapor y dio un brinco que hizo saltar la leche derramándose una buena parte en la encimera—: ¡Mierda!

    —¿Estás bien? —Laura la vio preocupada.

    Erin empezó a recoger todo el desastre hecho.

    —Sí, lo estoy, podría no estarlo si sigo sin poner atención —La jarra de la leche no había quedado en el lugar indicado por no estar pendiendo de lo que hacía; por fortuna, el vapor no le cayó directo en la piel.

    —Mejor dame una Coca-Cola.

    Erin asintió y sacó la lata de la nevera, se la tendió a su amiga y siguió limpiando la encimera.

    —El conjunto de encaje funcionó con Martín la otra noche. Ya estamos bien. Ya sabes cómo somos —Abrió la lata, bebió un sorbo y después movió el hombro derecho hacía arriba—. Bueno, ya sabes cómo es con lo que hago.

    Laura era Community Manager de varias marcas y cuentas personales, incluyendo una propia, impartía cursos y estaba pensando en abrir una pequeña escuela online, manteniendo a sus clientes que eran quienes aportaban la mayor cantidad de dinero y quienes le obligaban a pasar más tiempo del debido con el móvil en la mano conectada en las redes sociales.

    Amaba su trabajo.

    Lo hacía todo con pasión y Martín, que no entendía de esa pasión por un trabajo, no era capaz de aceptarlo algunas veces.

    Ella entendía a Laura porque quería lo mismo para sí.

    —¿No te han llamado de ningún lado?

    Erin negó con la cabeza viendo de reojo que una mesa estaba siendo ocupada y que debía ir a atenderla.

    Tomó el bloc de notas, el bolígrafo del bolsillo de su delantal y salió del área en la que se encontraba para poder atender a la familia que se sentaba a la mesa.

    Dos niños, una abuela, madre y padre.

    Los niños no paraban de dar brincos mientras Erin tomaba nota de los pedidos.

    —Tres panes con aceite, dos con tomate, dos Colacao tibios, agua y dos cafés. ¿Es todo?

    —Sí, gracias —respondieron mientras los niños no paraban de moverse en la mesa.

    Se dio la vuelta y no había llegado a cruzar la barra cuando escuchó algo de vidrió estrellarse contra el suelo para volverse añicos. Un niño empezó a llorar mientras ella cerraba los ojos y le pedía a algún dios supremo que la sacara de allí y la escupiera en un hospital. En la sala de urgencias, que era donde más le gustaba estar.

    En un segundo, el bar se convirtió en un completo caos.

    Los niños lloraban, la madre estaba histérica, la abuela intentaba consolar al pequeño herido, el niño herido lloraba de dolor por el corte con el vidrio en la mano y el más pequeño de los niños, lloraba por el nerviosismo que tenía a su alrededor.

    El padre era el único que parecía mantenerse cuerdo en la situación.

    Erin vio a Laura y se desinfló.

    —Al menos hoy puedes curar a alguien —Laura le sonrió intentando mostrarle algún lado optimista de todo ese asunto y sí, en cierto modo tenía razón.

    «La puta vida, como siempre», pensó Erin mientras corría hacia el caos para prestar ayuda.

    ***

    —¿Estás bien?

    Rhonda vio a su hija con la camisa manchada de sangre y corrió a ella para revisarla a consciencia.

    —Sí, mamá, lo estoy.

    —¿Un día duro en el bar? —Darren, como siempre, con sus preguntas estúpidamente inoportunas.

    Erin asintió con la cabeza y se sentó, molida, en una de las sillas de la cocina.

    Contó todo lo ocurrido.

    —Gracias a dios el niño está bien —dijo su madre.

    —Menos mal estaba yo allí y pude ayudarles con la herida porque era bastante fea.

    —Sí. Menos mal.

    Darren agregó sarcástico.

    Erin volvió los ojos al cielo. Su madre la vio con decepción una vez más.

    Esta vez no le dolió como unos días antes cuando esta llegó del trabajo diciéndole que sería ella quien se iría a Escocia con Isla, porque era la única en casa que no tenía trabajo en ese momento y que, con las cosas como estaban, ninguno de los que ya tenían uno podía darse el lujo de perderlo.

    No, claro que no, por eso era mejor que se jodiera ella.

    Y después de que su madre le informara esa decisión que tomó, si consultarle nada, esa noche, tras mucho pensarlo, decidió que era mejor ser mesera que vivir en Escocia con una anciana amargada haciendo algo que no quería hacer.

    Trabajar en el bar, tampoco quería hacerlo, pero sabía que eso era mucho más temporal que quedarse a vivir en casa de un familiar, en un país desconocido y sin fecha de salida establecida.

    Al amanecer, le escribió a Martín diciéndole que aceptaba el trabajo y que iría desde esa misma mañana en la cual comunicó la noticia en su casa.

    Fue cuando su madre le dedicó la mirada llena de decepción.

    Al igual que su hermano, que no le dirigió la palabra hasta el día siguiente cuando se encontraron en la cocina de casa.

    Ese primer día ya iba de malas al bar por tener que aceptar un trabajo que no pensó en aceptar nunca porque ella no quería ser mesera y porque su familia no la apoyaba cuando más lo necesitaba.

    Sí, un día que empezó mal y que fue peor mientras estuvo en el bar.

    El segundo día quedaba marcado por una tragedia.

    Un asco.

    «La puta vida».

    Erin se sentía en medio de un complot que iba en su contra.

    Pero era solo cuestión de tiempo de que alguien le llamara para darle trabajo y así, todos dejarían de querer dirigirle la vida porque era una vaga.

    Que no lo era. Era una joven en busca de una oportunidad.

    —¿No crees que...? —no dejó a su madre terminar porque sabía con lo que iba a salirle.

    —Ya corta el rollo, mamá —respondió en español. Cuando estaba molesta, le salían mejor las palabras en español que en inglés—. Me voy a dormir.

    Otra vez, las miradas de decepción.

    Vio su teléfono mientras recorría el corredor hacía su habitación.

    Ninguna notificación de posibles empleos ni esperanza de ese cambio en su vida que tanto anhelaba.

    Resopló abatida. Se acurrucó en la cama sin importar que no se hubiera duchado. Ni siquiera se cambió la camisa sangrienta.

    No le importó. Estaba agotada y entristecida porque nada le estaba saliendo como ella lo había planeado.

    Bufó.

    En realidad, nada le salía bien desde la muerte de su padre.

    Vio la foto en la mesilla de noche.

    Sonrió con tristeza, sintió el escozor en los ojos y las ganas de llorar que siempre sentía cuando pensaba en él y en todo lo que le extrañaba.

    «Lo que sea que hagas, hazlo siempre siendo la mejor», recordó las palabras de su padre en las que se refugió esa noche, entregándose al cansancio y pensando que todo iba a estar bien.

    El cambio llegaría, ella sabía que sí, solo que no tenía idea de las lecciones que recibiría para poder alcanzarlo.

    2

    Rhonda Stewart provenía de una familia escocesa de clase media. Al igual que su difunto esposo quien, en los primeros años de matrimonio, consiguió una excelente oportunidad de empleo en España y aun después de haber sido despedido al poco tiempo de instalarse en Madrid, decidieron permanecer en el país en el que la luz del sol brillaba en lo alto la mayor parte del año; encontrando nuevas oportunidades, aprendiendo el idioma y siendo adoptados por los españoles con gran alegría.

    No esperaban, por supuesto, el cambio brusco que les dio la vida hacía unos años cuando Edwin murió por un infarto fulminante. De esas cosas que nadie se explica porque era un hombre fuerte, saludable y que se cuidaba.

    Lo que vino después fue un caos que poco a poco Rhonda fue controlando con mucho esfuerzo y sacrificios. Siempre encontrando la manera de resolver todo lo que era su responsabilidad y lo que no, también.

    Así era Rhonda y siempre fue alegre, pero últimamente, empezaba a hartarse de muchas cosas.

    Necesitaba descansar, eso es lo que estaba necesitando a gritos; y renovarse, calmarse, tener tiempo para ella.

    Por ello anhelaba esas vacaciones que pidió en el trabajo porque había decidido ir a su tierra a la que tenía años que no iba.

    El plan era marcharse sin hijos y sí, iría a casa de su tía que no tenía el carácter de un tarro de miel, nada de eso, pero era una mujer con la que le gustaba hablar a pesar de su acidez, que la tenía bien justificada en la vida.

    Sin embargo, las cosas no estaban saliendo como ella lo quería porque ni siquiera en la fecha pautada podría irse.

    Trabajaba en una empresa de envíos privados y dos personas, del poco personal que ya tenían, decidieron marcharse para siempre, por lo que tenían más trabajo, menos gente y Rhonda

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