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Conexión Enigma: Historias paranormales de Bogotá
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Conexión Enigma: Historias paranormales de Bogotá
Libro electrónico301 páginas5 horas

Conexión Enigma: Historias paranormales de Bogotá

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Bienvenidos y bienvenidas al terrorífico universo de «Conexión Enigma» 
Howard Gutierrez empezó a recorrer Colombia para conocer las experiencias paranormales que vivía su gente; historias repletas de fantasmas, demonios y todo tipo de criaturas. Estos relatos son el insumo de su exitoso canal de YouTube y también de esta obra, una compilación espeluznante de hechos sobrenaturales ocurridos en las calles de Bogotá, un territorio acechado por seres de ultratumba.
Tal vez creas, tal vez no, pero te será imposible negar el escalofrío que recorrerá tu cuerpo mientras lees estás historias, la sensación de que alguien que no es de este mundo te está observando.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento4 may 2023
ISBN9786287631274
Conexión Enigma: Historias paranormales de Bogotá

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    Conexión Enigma - Howard Gutierrez

    Agradecimientos:

    A mi familia, que me ha acompañado durante cada proceso de mi vida. A mi mamá, Flor Esperanza Hernández, por tenderme la mano cada vez que caí, resistir esta via tan dura y aun así sacarles el chiste a las situaciones. Te amo, madre. A mi papá, José Moisés Gutiérrez, por enseñarme a aguantar los golpes de la vida. Mi padre y mi madre me enseñaron a trabajar duro y sin descanso por lo que se quiere, a nunca renunciar. Padre, lo respeto y lo amo.

    A mi Hermana, Ashley, por confiar en mí, su hermano menor, y darme de regalo un celular para que siguiera trabajando cuando se dio cuenta de que me habían robado todo y no podía seguir. A mi hermano mayor, Fulthon, por siempre estar dispuesto a colaborarme en mis grabaciones y apoyarme. A mi hermano, Michael, por confiar en mis consejos y enseñarme que todos vemos el mundo diferente. Hermanos, quisiera hacer más por ustedes. Gracias, los quiero un montón.

    A mi esposa, Susan Katherine Hidalgo, por alcahuetear mis locuras, gracias por apoyarme y enseñarme a vivir de formas distintas, a arriesgar y decir: «es ahora o nunca y después vemos». Te amo, al igual que a nuestros siete hijos gatunos (Hassam, Morphy, Frida, Iris, Zoe, Katie y Berlín).

    A mi hija, Ginny Gutiérrez, a quien, a pesar de la distancia, quiero con todo el corazón. Recuerda: no tengas miedo de enfrentarte a nada, solo tenemos una vida, siempre protege a los tuyos y reacciona como una fiera si alguien te humilla.

    Estoy convencido de que una persona no triunfa sola.

    Contenido

    Agradecimientos: 7

    Capítulo 1 10

    Capítulo 2 21

    Capítulo 3 52

    Capítulo 4 66

    Capítulo 5 92

    Capítulo 6 104

    Capítulo 7 154

    Capítulo 8 165

    Capítulo 9 176

    Capítulo 10 190

    Capítulo 11 203

    Estadios de fútbol en Bogotá 216

    Capítulo 1

    Señor Conexión Enigma

    Desde muy pequeño he sentido fascinación por los misterios del mundo y las dudas existenciales: ¿De dónde venimos y para dónde vamos?, ¿existe vida después de la muerte?, ¿por qué existen la injusticia y la desigualdad?, ¿el alma es real?, ¿morir duele?, ¿hay un paraíso?; nuestros seres queridos que fallecieron, ¿se encuentran bien en ese más allá? Aquellas preguntas, y miles más, me han inquietado hasta el día de hoy. En busca de respuestas, me he tropezado con un sinfín de historias inexplicables en anécdotas ajenas y experiencias de personas que afirman haber tenido una cercanía con lo paranormal, con lo oficialmente imposible.

    Claro, también me he tropezado con personas que afirman tener respuestas irrefutables para todas estas dudas. Sin embargo, a medida que he ido recopilando historias y formulando más preguntas, he logrado obtener un par de aprendizajes importantes: el primero es que cada persona tiene una verdad, una respuesta muy personal para los misterios que el hombre no ha podido responder, y esa verdad se basa en sus creencias religiosas y/o vivencias personales. Lo que para unos puede ser un demonio, para otros puede ser una entidad del bajo astral; lo que para unos es un ángel, para otros es un ser extraterrestre. Así entendí que es imposible llegar a una verdad categórica, lo único que podemos hacer es seguir cuestionando, disfrutar de esas experiencias extrañas y esperar. Siento que la vida es un juego al que llegamos sin conocer sus reglas. Por otra parte, aprendí a no juzgar como ciertas o falsas las experiencias paranormales de las personas y, por supuesto, a escuchar; no finjo tener algún don, habilidad especial o poder místico que me posicione por encima de la persona y pretendo dar una respuesta a lo acontecido. De hecho, mi trabajo se trata de todo lo contrario.

    Todos tenemos vidas complejas y como humanos, aunque con mayor o menor intensidad, nuestros motivos para sufrir son similares. Experimentamos dramas, tristezas, amor, felicidad, soledad, traición, humillación y, por supuesto, miedo a lo desconocido. Estoy convencido, después de escuchar tantas experiencias de vida, de que la existencia es, por sí misma, un misterio sin resolver, y que nosotros los colombianos tenemos las mejores historias del mundo. Falta más confianza y presupuesto para mostrarlas. ¿Por qué pensar que nuestras historias no son dignas de ser contadas?

    En mi vida he tenido muchas experiencias inexplicables. Trato de recordar en qué momento me atrapó el misterio, y aunque es imposible establecer el momento exacto, lo intentaré. Así las cosas, recuerdo un hecho que quizás tenga relación con todo este proyecto de recopilar y contar historias paranormales en Colombia.

    Corría la mitad del año 1995 en la ciudad de Bogotá, en el barrio Bosa Nova. Para ser más exactos, en la antigua trasversal 87A con 59 sur, en el colegio privado y ancianato Internado Ciudad de Tunja. Este lugar era una casa de dos pisos, una terraza y una escalera en su exterior, construida en ladrillo rojizo. Allí vivimos durante más de un año con mis hermanos mayores: Fulthon y Ashley Gutiérrez.

    Para ese entonces yo tenía apenas cinco años. Tuvimos varias experiencias paranormales, pero hay una que recuerdo con especial intensidad: Como en todo centro de enseñanza, había reglas claras y para aquellos que no las cumplieran el castigo era pasar toda la noche en el «cuarto de los ataúdes». Sí, ataúdes que ocupaban toda una habitación junto a las escaleras que daba al segundo piso, los ataúdes vacíos que eran para los abuelos del lugar ocupaban toda una habitación. Había noches en las que, estando encerrado en ese cuarto, mi hermana Ashley iba a escondidas e intentaba abrir la puerta, pero no siempre podía. Yo buscaba la forma de huir, trepaba o escalaba aquellos cajones de madera y por una ventana pequeña me escapaba. Luego tenía dos opciones: irme al dormitorio o subir a la terraza. Yo elegía la segunda. En la terraza se disfrutaba más la oscuridad, la tranquilidad y la soledad de la noche. Además, venía a acompañarme un perro hasta que amanecía.

    En varias ocasiones, mientras estaba ahí sentado, veía cómo los cuidadores irrumpían estrepitosamente en la terraza buscando posibles ladrones. Armados con palos, varillas y escobas, examinaban la terraza sin ningún resultado. Según ellos, escuchaban los pasos de muchas personas que corrían allí.

    La directora Belén, Patricia que era la cuidadora principal y el cura dueño del internado no podían comprender qué pasaba. Supusieron que era una broma de mi parte, pero era imposible que un niño tan pequeño hiciera tanto ruido. Comencé a preguntar y resultó que todos los niños habían escuchado los pasos, algunos decían que escuchaban voces, y otros incluso afirmaban que en el primer piso veían a una mujer de vestido negro. Por esa razón preferí no volver a bajar al primer piso, aunque era el baño que tenía agua caliente, y opté por bañarme con agua fría en el segundo piso. No obstante, hasta ese momento, yo no había visto a nadie extraño.

    La última vez que me castigaron y me escapé, estaba sentado contra el muro que daba a la calle mirando hacia la entrada de la terraza. Pasaron unos minutos y vi subir a un hombre adulto con botas pantaneras negras, sombrero, machete y un poncho. Él me miró, sonrió, inclinó un poco el sombrero y siguió caminando hasta el fondo de la terraza. Ese fondo estaba cubierto con trapos, chécheres y sábanas. Nunca habíamos intentado cruzar hasta allá. El hombre se metió entre todo ese desorden y de la escalera llegaron los cuidadores junto con el cura, quien llevaba un machete en su mano. El sacerdote se me acercó y me preguntó por la situación.

    —Pudo ser el señor que entró allá —dije y señalé al fondo.

    El sacerdote aseguró que eso era imposible, que ese cuarto estaba abandonado desde hacía mucho tiempo y nadie tenía llaves. Tras la vehemencia de sus palabras, optó por esperar a la luz del día. A la mañana siguiente, niños y adultos asustados, subimos a investigar. El cuarto que había sido construido al fondo de la terraza tenía una estructura semejante a la de un invernadero, con pilares en acero y cubierta de vidrio. Al asomarte podías ver que dentro había una cama y una mesita de noche, entre otros muebles. Todo estaba súper empolvado y causaban extrañeza las huellas de unas botas que formaban un camino hacia la cama destendida. Los adultos empezaron a discutir culpándose los unos a los otros y el sacerdote era el único que guardaba silencio. De pronto, a paso lento, se acercó a la puerta y se cercioró de que los candados estuvieran cerrados. Se persignó sin decir una palabra. Contagiados por ese silencio como palabra de Dios, nadie volvió a preguntar y nunca se supo qué era lo que sucedía en las noches de esa terraza, o que significaba lo que vimos adentro de aquel cuarto.

    Esa fue la experiencia paranormal más importante de mi infancia y estoy seguro de que se relaciona con otra ocurrida muchos años después.

    Éramos tres jóvenes subiéndonos a guitarrear al último bus que iba al centro en esa noche bogotana. Buscábamos diversión, matar el tiempo, no lo hacíamos como negocio, aunque nos iban bien las monedas. Yo llevaba mi cuaderno de historias en la cintura dentro del pantalón. Mis dos acompañantes ya iban muy tomados, yo no, hacía mucho que el alcohol no me servía para nada, ni siquiera para entretenerme. Estaba ahí porque necesitaba dinero para comprar libros y empezar un proyecto, algo que aún no sé cómo explicar. En esa época me las daba de lector, escritor e investigador paranormal, y quería ser el próximo J.J Benítez. Mi mayor problema, aparte del dinero, era mi constante existencialismo; buscaba siempre darle un significado a mi vida aportando un granito de arena a este territorio llamado Colombia, pero los obstáculos económicos, sociales e intelectuales, eran muy grandes como para lograr algo importante.

    El bus inició su trayecto en el CAI de policía del barrio Bosa la Libertad, a lo largo del camino, mis compañeros cambiaban canciones por aplausos y algún dinero. Yo me limitaba a tocar mi guitarra con los únicos acordes que aprendí, los de esas únicas canciones, pues nunca fui bueno para la música. Llegando a la calle tercera, cerca al caño, dos mujeres maravilladas por la voz del cantante sacaron unas cervezas en lata y sonrientes se las ofrecieron a mis compañeros. Hasta ahí llegó la serenata ambulante. Yo me senté en la parte de atrás justo al lado de la puerta de salida. Me puse a pensar en el significado de la vida, en su maldad y en su grandeza, en lo extraña que me resultaba, como un juego cuya única regla clara es que moriremos, mientras el resto de las reglas, si es que las hay, apenas las intuimos.

    El bus cruzó la carrera treinta y allí un tipo timbró para bajarse. Mi impulso fue levantarme y bajarme también, ya me había cansado de ir sentado escuchando la coquetería de mis acompañantes. Me levanté y procuré actuar como si nada porque el tipo que había timbrado se alertó cuando me moví, seguro pensó que yo lo iba a robar. El bus iba frenando y pude notar lo ocupados que estaban mis compañeros, a ellos sí los hubieran podido robar mil veces sin que lo notaran. Se quedaron compartiendo babas con desconocidas, convencidos de haber encontrado su media naranja. Debe ser horrible no tener pasiones diferentes al dinero y el sexo. Me bajé sin que me vieran y miré la hora: más de medianoche y las calles estaban desoladas. Comencé a caminar sin rumbo por la calle tercera mirando al cielo, las casas tenían decoraciones navideñas y se veían acogedoras. Yo me preguntaba ¿para qué hacen todo esto? y al mismo tiempo añoraba tener un lugar así de acogedor, una vida normal… una oportunidad. Me di cuenta de que no había nacido para tener esa vida normal, que si quería lograr algo tendría que luchar tres veces más que otras personas. Entendí que la vida, aparte de inexplicable, es muy injusta e ilógica para unos, la mayoría; y muy favorable para otros, la minoría.

    Caminé hasta la calle segunda, donde me detuve y me senté por unos minutos en un andén. Tenía que decidir qué haría de ahí en adelante. Ya había escrito un poco investigando anécdotas de otras personas y grabado algunos testimonios, pero aún no era suficiente. Recordé a los investigadores que leía y reconocí que todos habían estudiado periodismo antes de ser los maestros del misterio. Me miré ahí sentado, con una guitarra sin forro, mi cuaderno de historias y un puñado de monedas en el bolsillo. ¡Qué universidad ni que nada!, me decía. Igual me faltaba prestar servicio militar, de nuevo la vida y sus juegos raros.

    Caminé por calles solitarias, sucias y oscuras. Crucé el barrio Eduardo Santos, llegué a la Caracas y emprendí una travesía entre drogadictos y habitantes de calle que, curiosamente, no me hacían nada. Seguro el aire a derrota que tenía se les hizo muy familiar. Obviamente mis pintas me ayudaban muchísimo. A eso de las dos de la mañana crucé la calle sexta, la décima y al llegar a la calle 15 subí hasta la carrera octava.

    Llegué a una de mis librerías favoritas que, por supuesto, estaba cerrada. Me quedé recorriéndola con la mirada. Lograba ver varios libros amontonados en las ventanas superiores, pensé que ese sería un gran sitio para trabajar e incluso para morir. Después, como si fuera un fantasma, un sujeto de mediana estatura, delgado, calvo y barbudo, se detuvo a mi lado. Yo no sentí miedo, al contrario, lo sentí cercano.

    —¿Qué espera? —me preguntó mirando hacia arriba, como si intentara descifrar qué resultaba tan interesante de ese edificio.

    —¿Que espero de qué? Déjeme sano más bien —respondí desconfiando y preparado para huir.

    —El mundo no va a cambiar porque usted se sienta así —dijo con sus manos en los bolsillos y un sombrero bajo el brazo.

    —Sí, lo sé. Pero mi forma de verlo tampoco va a cambiar porque un desconocido me diga eso. No me dice nada que no sepa, más bien lárguese —le contesté con arrogancia.

    —¿Qué lo agobia? —continuó interrogándome mientras se alejaba un poco de mí.

    —La vida cotidiana, la crueldad, la desigualdad, la mentira, lo inexplicable de todo. ¿Por qué?, ¿tiene alguna respuesta?

    —La vida fue creada para ser así. A veces aparecen personas como usted, que no encajan, al contrario, desencajan con todo lo que hacen y piensan. Le cuento que para eso no existe cura. Tendrá que vivir y morir con eso.

    —La muerte es una salida, ¿no?

    —No, la muerte es solo una transición, y seguirá siendo inexplicable cuando llegue.

    —Entonces, según usted y su sabiduría ¿qué puedo hacer? —pregunté como si se me hubiera olvidado de que hablaba con un desconocido a las tres de la mañana y que estaba preparado para correr.

    —Puede empezar a hacer algo. Está el grupo de los que hablan y está el grupo de los que hacen.

    —No se puede hacer nada. Esta es una sociedad carente de sentido y amante del suicidio en la monotonía. Se cree que estar vivo es lo mismo que a vivir. Todos agotamos el tiempo intentando sobresalir, pero sobresalir desde lo que otros quieren ver es una carrera inútil, ¿para dónde vamos haciendo eso? Yo prefiero ser nadie y no fingir. Prefiero dejarme morir que vivir en el miedo de lo cotidiano.

    El sujeto se quedó en silencio por unos instantes. Pensé que no tenía nada más que decir ante tanta amargura, pero volvió a hablar.

    —Si está dispuesto a morir, ¿por qué no morir con dignidad? ¿por qué no decide morir por un ideal? pero por un ideal propio.

    Lo miré con ganas de decirle que no tenía un ideal, que me sentía perdido, pero él me interrumpió a tiempo y bloqueó mis pensamientos negativos afirmando que yo tenía un ideal muy fuerte, lleno de pasión y que podría, si así lo quería, morir por este ideal. No respondí, pero admito que me emocioné al pensar que este sujeto veía algo que yo era incapaz de ver a causa de mis pensamientos oscuros.

    —La gente toma ideales ajenos, no crea nada nuevo, son una copia de otra copia. Nunca se recordará a alguien que no lo entrega todo en su caminar. Ahora cuénteme: ¿para dónde iba?

    —No lo sé, seguro quería venir acá para ver los libros.

    —¿Por qué?

    —Yo visito los libros de autores que han fallecido, como los que visitan a sus familiares en el cementerio. La diferencia es que aquí en las librerías puedo volver a darles vida. Es un medio para conectarse con personas que ya no están, para aprender de ellos. Ellos conocían ese maravilloso secreto. Y con los autores que están vivos, en algún momento pasará lo mismo, morirán, como todos ¿no? Escribir debe ser algo de entrega total, para dejar nuestro conocimiento o nuestro trabajo a otras generaciones.

    —¿Y le gustaría que su mensaje estuviera en uno de esos libros? —Señalando a la ventana del segundo piso.

    Esa pregunta me descolocó, removió algo dentro de mí, como un deseo culposo que al ser mencionado en voz alta me avergonzaría. Sentí pena de mí mismo.

    —No diga pendejadas ¿no me ve? nadie con mi vida puede darse el lujo de ser escritor. Lo he intentado, pero no soy bueno para crear historias. Solo sé hablar de lo que siento y percibo en la existencia, pero eso no da para que un libro deba ser leído. Soy bueno dando consejos y muy malo aplicándolos. Soy un desastre jugando a vivir. Deseo muchas cosas y al mismo tiempo las aborrezco. Tengo un enredo en mis pensamientos y lo único que apacigua ese tormento es escuchar relatos de otros.

    —Existen más formas de hacer lo que esos escritores e investigadores hicieron con sus vidas. Formas para dejar mensajes, para dejar legados que, por pequeños que parezcan, marcan.

    Me sonrió y yo me quedé frío. ¿Quién era este sujeto? Solo hasta ese momento volví a pensar en eso y me puse alerta.

    —¿A qué vino? —me cuestionó de nuevo.

    —A morir —le respondí con honestidad.

    Él se quedó pensando como un minuto, no sé qué fue lo que me mantuvo allí, cuando lo lógico hubiera sido alejarme de ese loco. Miró los libros con atención y de su gabán sacó una libreta de color negro con rojo.

    —Le propongo un trato —dijo—. Escribamos juntos algo que genere un cambio, por lo menos en usted. Yo seré su guía.

    Lo miré extrañado. ¿Quién propone algo así?

    —¿Un cambio?

    —Usted no tiene miedo a perderlo todo por un ideal y eso vale mucho —dijo y extendió la libreta. Yo la recibí y me quedé mirándola, sin saber qué hacer o qué decir—. No se preocupe, usted reconocerá el momento en el que todo comenzará a dar frutos. Yo le ayudaré. Solo tiene que escribir aquí todo lo que le cuentan para publicarlo en un futuro.

    Miré la agenda de nuevo. En sus páginas no había nada aún.

    —¿Y solo escribo? ¿No es algo raro y tonto? –—Fruncí el ceño, esperaba algo más.

    —Sí, escriba ahí todo lo que le genere dudas, sus intuiciones de misterios, las

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